EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

"AL QUE VENCIERE" (J. N. Darby)

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"AL QUE VENCIERE"

 

 

Apocalipsis 2

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

 

         El fracaso del hombre, incluso de la iglesia, no afecta a la fuente de la gracia divina —la bondad de Dios. Desde Adán hacia abajo, cada cosa colocada en las manos del hombre ha fracasado; pero este fracaso mismo, y el mal del hombre, han sido convertidos por Dios, en la oportunidad de mostrar más y más rica gracia.

 

Él juzga el fracaso, y luego presenta un objeto de esperanza. Cuando Adán pecó, 'la simiente de la mujer' fue prometida. Cuando la ley fue quebrantada, entró el testimonio profético, y todas las promesas acerca del Mesías. Promesa es aquello sobre lo que la fe puede descansar cuando todo lo demás fracasa.

 

Las épocas de decadencia e infidelidad en el cuerpo brindan ocasión para manifestaciones más brillantes de la gracia en los individuos, los cuales, bajo tales circunstancias, son llevados al disfrute de una comunión con Dios cercana y bienaventurada. Vean a Elías, a Moisés, etc. Moisés tuvo que dejar el campamento (Éxodo 33) porque el becerro de oro estuvo allí, y tuvo que salir fuera; pero al hacer esto llegó a un lugar de una cercanía a Dios mayor de la que nunca antes había conocido: "Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero." (Éxodo 33:11).

 

Al principio de la dispensación (época) del evangelio, la energía del Espíritu Santo se manifestaba tan claramente que el hombre era nada, Dios era todo. Esto es, obviamente, verdadero para la fe a lo largo de toda la dispensación (época). Pero después, incluso antes de que estas epístolas a las iglesias fueran dadas (Apocalipsis 2 y 3), las cosas cambiaron tristemente. El Señor, en este capítulo y en el siguiente, vuelve Su mirada a lo que debiera haber sido 'el lugar de la justicia', pero he aquí que, "en el lugar de la justicia, allí había iniquidad" (Eclesiastés 3:16 – VM); por tanto, es necesario que el juicio comience por la casa de Dios, como se dice, "El Señor juzgará a su pueblo." (Deuteronomio 32:36; Hebreos 10:30). Inicialmente, esto es a modo de testimonio contra el mal; porque el Señor advierte siempre antes de ejecutar el juicio, y en el juicio Él recuerda la misericordia.

 

El Señor toma nota de cada circunstancia, de cada sombra de diferencia en estas iglesias, así también como en los individuos que están en ellas, mostrando así que Él no es indiferente en cuanto al estado de Su pueblo que va de camino, de sus pasos diarios, debido a que Él les ha asegurado bendición al final. Su amor no es un amor descuidado. Todos hemos perdido más o menos de vista, el juicio ejercido por el Señor en 'Su propia casa'; y se supone, demasiado frecuentemente, que debido a que la salvación de los santos es una cosa segura, Dios es indiferente acerca del carácter mostrado aquí. Pero este carácter es imposible que sea amado. Un niño estaría seguro, eventualmente, de heredar la propiedad de su padre, pero entonces, ¿qué padre se sentiría satisfecho (si amara a su hijo) con saber eso? ¿No le entrenaría ansiosamente, mirando cada desarrollo de su mente y de sus facultades, y ordenando todas las cosas en su educación, de manera de prepararle mejor para su futuro destino? Cuánto más es éste el modo de obrar del amor del Señor con Sus hijos. Esto es para nuestro consuelo y bendición —existe un magnífico consuelo al ver que este es el manantial de todos los tratos de Dios con nosotros— pero, al mismo tiempo, esto tiene la intención de actuar fuertemente sobre nuestra conciencia a manera de advertencia.

 

Tenemos que recordar que la iglesia, y, de hecho, cada santo individual, es colocado en el lugar de conflicto directo con Satanás, y más aún debido al elevado privilegio y a la elevada posición que nos son dados en Cristo. Ahora bien, ello puede ser en victoria triunfal, como se dice, "el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies" (Romanos 16:20). Para llevar a cabo el propósito de la gloria de Dios entrando, como será dentro de poco cuando Él establecerá Su reino, sabemos que Satanás debe ser real y plenamente destronado; pero para que comprendamos, aun ahora (antes de que el tiempo llegue), nuestras bendiciones en los lugares celestiales (Efesios 1:3), es necesario que él sea destronado de manera práctica del corazón, por medio del poder del Espíritu Santo. Aunque es muy cierto que él será aplastado bajo nuestros pies "en breve" (no hay ninguna duda, obviamente, acerca del poder del Señor para hacerlo), con todo, la certeza de la victoria final de Cristo con la iglesia no debería disminuir nuestro sentido del poder del enemigo en el intertanto. Esto es tan grande como para hacer que una constante vigilancia sea necesaria. La carne, mediante la cual Satanás obra, está aún presente, y es necesario 'hacerla morir' (Romanos 8:13; Colosenses 3:5). Quizás nos hemos sorprendido ante las graves caídas en nosotros o los demás, pero si fracasamos en velar contra la carne, realmente no es de sorprender, en absoluto, que ese sea el resultado. La fidelidad habitual en juzgar la carne en cosas pequeñas es el secreto del no caer.

 

La promesa al final de cada uno de estos mensajes a las iglesias se dirige "al que venciere." Como se declaró arriba, ha sido siempre en épocas de fracaso general que las promesas de Dios han sido sacadas a la luz muy bondadosamente, y que Sus fieles han tenido una mayor comunión, haciendo que se apoyen, por ese motivo, más enteramente en Él. Si resulta, a través de cualquier medida de fidelidad, que nos encontramos en la prueba y en el ejercicio de alma debido a la decadencia corporativa general, este es exactamente el momento mismo en que deberíamos procurar una revelación más íntima de la gracia de Dios y de Su amor a nuestros corazones. Y esto, no solamente dándonos una clara y firme comprensión de las promesas de Dios, sino también en el conocimiento pleno de todo lo que, en Cristo, es adecuado para ser aprovechado por nuestra necesidad. Aquel que es fiel puede contar siempre con esto. El principio es visto claramente en estas epístolas, tanto en las promesas, como en el carácter diferente en que el Señor Jesús se presenta según las circunstancias de cada "iglesia." Es muy triste ver al hombre (sea en Israel, en la iglesia, o en cualquier otro lugar) fracasando; pero, no obstante, los fieles que están en medio del fracaso encuentran una revelación más plena, más profunda, de la gracia de Dios que cuando todo va bien, aun a través de dicho fracaso. ¡Esto es muy bienaventurado!

 

Del mensaje a la "la iglesia en Éfeso" (Apocalipsis 2: 1-7), vemos que ya ha habido allí fracaso —fracaso en su "primer amor." Y, por tanto, en lugar de que se le hable (como en la epístola de Pablo a la misma iglesia) acerca de las cosas elevadas y santas relacionadas con la iglesia en general, o de que se le hable como ocupando ella el lugar de testigo y de testimonio a los demás, el ojo ha tiene volver su mirada al interior, a su propio estado; una clara demostración de hasta qué punto había decaído. Cuando una iglesia o un individuo Cristiano anda en la luz, y no contrista al Espíritu, entonces se puede entrar a los privilegios que pertenecen a toda la iglesia de Dios; pero cuando el Espíritu es contristado, ya no puede haber esta revelación, cada uno es encerrado en su propio estado, y es juzgado. El mensaje es de Aquel "que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro" (Versículo 1); asumiendo, el Señor, el lugar de examen y juicio.

 

El hecho de vencer del cual se habla en el versículo 7, y, en efecto, a lo largo de todo el capítulo, no es tanto el vencer al mundo y lo que estaba afuera, sino a todo el mal que se descubre que está adentro.

 

Ha habido un abandono del "primer amor"; y cuando existe una disminución de esto, en el grado más pequeño, el Señor dice, "Pero tengo esto contra ti." (versículo 4 – LBLA). Él toma nota del más mínimo fracaso. Siempre que dicho fracaso ha comenzado, Él habla de escisión (ruptura), y también la inflige (la aplica), a menos que haya arrepentimiento. Hallamos siempre que, al juzgar, Dios se remonta al pecado original. Cuando Esteban acusa a los Judíos (Hechos 7), aunque ellos habían crucificado el Señor Jesús, a lo que él se remonta es al primer pecado de ellos, el haber hecho el becerro de oro.

 

Y así es con respecto a un Cristiano individual. A menudo existe fracaso cuando el primer resplandor de celo se apaga. En un momento tal, no sólo debemos ver dónde se manifiesta el fracaso, sino cuándo fue que nos alejamos del Señor por primera vez, y nosotros, hallaremos, muy generalmente, que ha sido al salirnos de la comunión con Él, cuando se produjo esta dejación del "primer amor." Pues bien, esto no debiera ser —no es necesario; pero aun cuando este sea el caso, con todo, se encontrará que la gracia del Señor es mayor que todo el mal que se descubre que está adentro.

 

Vemos peculiaridad de bendición (Apocalipsis 2:7). Es para el ojo y el oído de la fe que el Señor saca a la luz la promesa "del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios." Él ve a la iglesia fracasando en la comunión con Dios, y, por tanto, coloca ante ella el "árbol de la vida", y el "paraíso de Dios." Se trata del paraíso de Dios —¡bendita seguridad! no puede haber allí decadencia. Primero fue el paraíso del hombre, el fracaso entró, y para que él no tomase del fruto del árbol de vida, y comiera, y viviera para siempre, Dios expulsó al hombre; pero ahora la promesa "al que venciere" es a comer del árbol de vida libremente, y en seguridad, en el "paraíso de Dios."

 

Mientras nos alimentamos del fruto de él, "las hojas del árbol" serán "para la sanidad de las naciones." (Apocalipsis 22:2). Cuando la iglesia esté en la gloria, no perderá el carácter de la gracia. Dios nos da ahora el pan de vida para que nos alimentemos; nuestro primer deleite debe ser en Dios; pero entonces, secundariamente, tenemos el disfrute del amor al haber sido hechos ministros de bendición para los demás; pues bien, también en la gloria, nuestra porción será la gracia, pero podremos, igualmente, ministrar en gracia a los demás.

 

En el caso de "la iglesia en Esmirna" (Apocalipsis 2: 8-11), ellos habían comenzado el curso descendente; pero el Señor había entrado amablemente, y había detenido la decadencia mediante tribulación. Yo digo que lo hizo muy amablemente, ya que uno va colina abajo asombrosamente rápido a menos que una mano poderosa nos detenga.

 

Las almas estaban en tribulación, pobreza, y persecución, y ¿cómo se revela el Señor? —como Aquel a quien nada puede tocar, a quien ni todas las nubes y tormentas, las dificultades y pruebas afectan (al igual que el sol, resplandeciente antes de la tormenta y resplandeciente después de ella)— "el PRIMERO y el POSTRERO." (Apocalipsis 2:8). Se puede decir, «Sí, en efecto, esto es verdad acerca de Él; pero, entonces, la tormenta nos derriba, y amenaza con abrumar, y no tenemos poder alguno contra ella.» Pero Él se revela a Sí mismo no sólo como "el PRIMERO y el POSTRERO" –Aquel, por tanto, en quien podemos descansar para fortaleza eterna— sino también como, "el que ESTUVO MUERTO y VIVIÓ." Él dice, por así decirlo, «He pasado a través de todo; he entrado en la debilidad del hombre, y he experimentado todo el poder que podía venir contra dicha debilidad, todas las pruebas, hasta la muerte; he entrado en todo, porque Yo he muerto, y no obstante, estoy vivo.»

 

No hay nada por lo cual el señor no haya pasado; la muerte es el último esfuerzo del poder de Satanás, termina ahí, tanto para el pecador como también para el santo. Incluso los inconversos están fuera del poder de Satanás cuando mueren: si mueren en sus pecados, obviamente, caen bajo el juicio de Dios, pero Satanás no tiene poder alguno en el infierno. Él puede tener preminencia en la miseria, pero ningún poder allí (su reinado pertenece a algún sueño de poeta; es aquí donde reina, y lo hace por medio de la soberbia y vanidad, las malas pasiones y la ociosidad de los hombres); él es 'el gobernante de las tinieblas de este mundo' (Efesios 6:12 – VM), no del próximo.

 

Pero, independientemente de cuál pueda ser el alcance del poder que él procura ejercer contra los hijos de Dios, el Señor dice, «Yo he estado bajo todo eso; he estado muerto.» Por lo tanto, es imposible que estemos en alguna circunstancia o dificultad o de prueba a través de la cual Jesús haya estado. Él ha enfrentado allí el poder de Satanás; y no obstante, está vivo. Y ahora Él "vive para siempre", no sólo para sostenernos mientras pasamos a través de la tormenta, sino para sentir, para tener compasión, como habiendo experimentado, más que todos, el peso de las circunstancias en las que estamos. Él puede compadecerse con suma ternura, porque Él entró en el centro mismo de nuestra miseria. Pero lo débil de Dios es más fuerte que los hombres, y aunque Cristo estuvo muerto, no obstante, Él está vivo.

 

"Yo conozco tus obras." (Apocalipsis 2:9). El Señor reconoce en nosotros todo lo que puede. Nosotros podemos decir, «Nuestras obras no son lo que quisiéramos que fueran»; pues bien, es muy cierto, ellas no lo son, pero siendo así las cosas, el Señor las conoce. Aunque el hecho de que nos juzguemos a nosotros mismos es una cosa correcta y útil para detectar el mal y corregirlo, con todo, es muy malo y malsano estar siempre ocupados en considerar si nuestras obras serán, o no, aprobadas por Dios. La respuesta a todos nuestros pensamientos y estimaciones acerca de nosotros mismos es —«Yo conozco tus obras, lo que te corresponde es conocerme a Mí.» Él se presenta como nuestro objeto, no nuestras propias obras. "Y tu pobreza." Ciertamente las riquezas nunca entraron en la iglesia de Dios sin producir más prueba y dificultad. Ustedes pueden ver a hombres ricos dando sus riquezas para aliviar la pobreza de otros, y esto es muy bienaventurado; pero dondequiera que el carácter de las riquezas continua, ello debilita las energías de la iglesia de Dios.

 

En esta iglesia había todo tipo de oposición a los fieles, pero ¿qué les dice el Señor? —"No tengas ningún temor de las cosas que has de padecer." (Apocalipsis 2:10 – RVA). El esfuerzo constante de Satanás es producir en nosotros temor y desaliento, cuando estamos pasando a través de la prueba; pero el Señor dice, "No tengas ningún temor de las cosas." De igual manera, a los Filipenses se les dice "de ninguna manera amedrentados por vuestros adversarios" (Filipenses 1:28 - LBLA); nuevamente, leemos en Pedro, "No os amedrentéis a causa del temor que ellos inspiran, ni seáis turbados." (1ª. Pedro 3:14 – VM). Nuestra sabiduría es descansar siempre confiadamente en Aquel que es "el PRIMERO y el POSTRERO" (Apocalipsis 2:8), el cual se levanta en tan gran poder al final así como al principio. El Señor no dice a esta iglesia, «Yo te salvaré del sufrimiento», puesto que el sufrimiento era necesario para evitar que ella cayese precipitadamente en decadencia, tal como Israel fue obligado, a consecuencia de su pecado, a recorrer un largo camino alrededor del desierto —y no obstante, el Señor dice, por así decirlo, a algunos de los que están entre ellos que eran fieles, «No se inquieten en lo más mínimo», de igual manera aquí, Su palabra es, "No tengas ningún temor de las cosas que has de padecer." (Apocalipsis 2:10 – RVA).

 

Al principio del fracaso en "las iglesias", la promesa al 'vencedor' que está en medio de la decadencia fue que comiese en seguridad y paz del "árbol de la vida" (Apocalipsis 2:7); así es aquí nuevamente, en una época de sufrimiento y prueba especiales, que se plantea como un estímulo (al hombre nuevo, obviamente) una recompensa de galardón. Si ellos perdían todas las cosas, ganarían todas las cosas. La propia voz del Señor estimula "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte." (Apocalipsis 2: 10, 11). Puede sufrir daño de la muerte primera, pero no de la segunda —la única verdadera exclusión de la presencia de Dios.

 

En el mensaje a "la iglesia en Pérgamo" (Apocalipsis 2: 12-17), el Señor es visto ejerciendo una forma especial de poder judicial, como "El que tiene la espada aguda de dos filos." (versículo 12). Leemos (Hebreos 4), "la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón"; y el Señor es presentado aquí como teniendo este poder absolutamente penetrante que juzga y discierne las acciones secretas del corazón y la conciencia.

 

"Conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás." (versículo 13). Allí es donde la iglesia se encontraba ahora, "donde está el trono de Satanás" (porque él es "el príncipe" de este mundo). Y si la iglesia está allí, los fieles pueden encontrarse allí también (Caleb y Josué tuvieron que rodear todo el desierto con el resto, aunque no fueron partícipes de la incredulidad de  los demás); tenemos que separarnos del mal que nos rodea, aunque no podamos ser capaces de separarnos de las consecuencias del mal. Podemos encontrar que estamos en flaqueza y debilidad, tal como estaban los fieles en esta iglesia; pero nuestro consuelo, al igual que el de ellos, es que el Señor dice, "Yo conozco tus obras, y dónde moras."

 

Dios, en Su gracia, toma pleno conocimiento de todo lo que nos concierne; no sólo de nuestra conducta, nuestros modos de obrar y nuestra condición, sino también de las circunstancias en las que estamos, diciendo, por así decirlo, «Conozco que moras  donde está el trono de Satanás», y dice esto incluso cuando Él puede tener aún algo en contra de nosotros. Hay un gran consuelo en conocer esto. Podríamos estar situados, por medios sobre los cuales no tuvimos control alguno, en una posición muy difícil, pero en una posición acerca de la cual el pensamiento del Señor podría no ser, en absoluto, que nosotros abandonásemos, donde la conducta Cristiana sería muy difícil; como por ejemplo, una hija convertida estando en una familia impía, mundana, donde no hay nada del Espíritu de Cristo. El Señor, en un caso semejante, no juzgaría solamente la conducta de Su hija, en cuanto a esas cosas en las cuales podría haber fracasado. Él haría eso, en efecto, pero tomaría también el conocimiento más minucioso de las circunstancias en las que ella estaría, y tomaría nota de ellas, sí, tomaría nota de cada pequeña circunstancia que las harían difíciles. Él conocía tan bien el poder de Faraón, y el detalle de su tiranía, como conocía el clamor y el gemido de los Israelitas. Él dice, "yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir." (Éxodo 3:19). Hay efectivamente un gran consuelo al ver así el conocimiento perfecto del Señor en cuanto a dónde moramos, debido a que no siempre Su voluntad puede ser sacarnos del lugar, ni aun cambiar las circunstancias en que estamos —Él puede escoger que Le glorifiquemos allí, y que aprendamos, a través de dichas circunstancias, lo que quizás no aprenderíamos en otra parte.

 

Nosotros tenemos una gran tendencia a pensar que debemos hacer grandes obras en el nombre del Señor, para glorificarle; no siempre puede haber una oportunidad para esto (no parece haber existido oportunidad para grandes obras en el servicio exterior a esta iglesia); Él toma nota si no hacemos más que retener Su nombre en medio de circunstancias que hacen difícil incluso esa medida de fidelidad —"retienes mi nombre, y no has negado mi fe", etc. (Apocalipsis 2:13).

 

El Señor da a Su pueblo todo este estímulo, y no obstante dice, "tengo unas pocas cosas contra ti." (Apocalipsis 2: 14, 15). En primer lugar, ellos estaban volviendo al mundo, habiendo caído ya, algunos de ellos, en sus costumbres, 'comiendo y bebiendo con los borrachos'. Y, en segundo lugar, estaban comenzando a permitir el mal en la iglesia, a través del pretexto de la libertad. Por lo tanto, Él advierte: "arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca." (versículo 16). La mundanalidad caracterizaba el peligro de esta iglesia, y ello requería que "la espada de dos filos" cortase entre el mal de ellos y las circunstancias en las que estaban; si esto no se realizaba, 'pelearé contra ellos con la espada de mi boca'.

 

Pero, a la vez que Él advierte así, se da una abundancia de estímulo —promesas apropiadas para contrarrestar sus tentaciones (Apocalipsis 2:17). Si ellos eran tentados "a comer de cosas sacrificadas a los ídolos" con el mundo, la promesa "al que venciere" es, "daré a comer del maná escondido." Si ellos tenían la gracia que los separaba del mal evidente, el estímulo era que debía existir este hecho de alimentarse "del maná escondido." Nuevamente, si eran tentados a negar el nombre y la fe de Cristo; la promesa dada es "una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe"; aquello que sería especialmente bienaventurado para el corazón, mientras se incurría, como es necesario, en la separación, la desaprobación de muchos. Él les promete bendiciones interiores para alegrar sus corazones.

 

Parece que la "piedrecita blanca" señala la aprobación individual de Cristo; el "nombre nuevo", indica la relación peculiar entre Cristo y el individuo, diferente de la que todos compartirán por igual, diferente al gozo público. Hay un gozo público. Todos los santos disfrutarán juntamente de los consuelos del amor de Cristo, entrarán en el 'gozo de su Señor', y con un corazón y una voz sonará Su alabanza. Habrá, asimismo, gozo al ver el fruto de nuestras labores; y como se dice, "¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?" (1ª. Tesalonicenses 2:19). Y nuevamente, habrá otro gozo al ver la compañía de los redimidos, todos según el corazón de Cristo, en santidad y gloria. Pero aparte de este gozo público habrá el reconocimiento y la aprobación peculiar, privada, individual, de Cristo —la "piedrecita blanca", y el "nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe."

 

Cristo habla, en otra parte, de Su propio nombre nuevo como Cabeza de la nueva creación. Hay nombres antiguos que pertenecen al Señor Jesús, pero Su nombre nuevo está relacionado con aquello a lo que Su Padre le lleva, cuando todas las cosas que han fracasado en las manos del hombre se establecerán y se desarrollarán en Él; y teniendo Él así un nuevo nombre, nos da también la promesa de un nuevo nombre. No sólo vamos a conocer a Jesús y a ser conocidos por Él según a las circunstancias actuales, sino que vamos a tener un conocimiento especial de Él en gloria conforme a la gloria.

 

Nuestras almas deben valorar esta aprobación personal de Cristo, así como también pensar en la aprobación pública. La última será una gran bienaventuranza, pero no hay afecto peculiar en ella, nada que imprima un amor peculiar sobre el individuo. La gloria será común a todos; pero gloria no es afecto. Este "nombre nuevo" es una cosa diferente. Es la demostración del valor de Cristo para una persona que ha sido fiel en circunstancias difíciles y duras; para uno que ha actuado conociendo Su pensamiento, y ha vencido por medio de la comunión con Él. Existe el gozo público y la aprobación pública en varias maneras, y la manifestación de que somos amados por el Padre así como Jesús es amado. Pero esto no es todo lo que se da para nuestro estímulo, en cuanto a la conducta individual a través de la prueba, el fracaso, y la dificultad; existe también este gozo especial, el gozo privado del amor.

 

Cuando el curso común de la iglesia no es recto, no es el la energía plena del Espíritu Santo, aunque puede haber una gran cantidad de fidelidad, con todo, hay peligro de desorden. Encontramos que el Señor se aplica más entonces al andar de los santos individuales, y adecua Sus promesas al estado peculiar en el cual ellos están. Hay un valor peculiar en esto. Esto saca de todo andar ficticio (el peligro especial que pertenece a tal estado de cosas) —cada uno según su voluntad, delineando una senda para sí mismo debido al andar infiel y desobediente del cuerpo profesante. Lo que la fe tiene que hacer en tales circunstancias es echar mano inteligentemente, sobria y solemnemente, del pensamiento del Señor, y andar conforme a él, fortalecida por las promesas que Él ha ligado a esa senda que Él puede reconocer.

 

Esto remite de inmediato el corazón y la conciencia a Jesús, a la vez que está pleno de estímulo para el santo más débil. Y es muy precioso tener así la guía del Señor, ¡y la promesa de Su peculiar aprobación! Tan peculiar, que es conocida sólo por aquel que la recibe, cuando el curso de la iglesia es tal que uno es dirigido grandemente a la responsabilidad individual de conducta. Pero entonces, al mismo tiempo que ello nos da fortaleza para andar, pone al alma en directa responsabilidad ante el Señor y quebranta la voluntad humana. Cuando la iglesia profesante ha llegado a mezclarse con el mundo, 'comiendo y bebiendo con los borrachos', a menudo los que procuran ser fieles deben caminar solos, incurriendo en que se los acuse de necedad y voluntad propia (y esto también aun de parte de los hermanos), debido a que rechazan seguir la senda que todos siguen. Y de hecho, es completamente un peligro real, una consecuencia natural que, cuando el curso común es quebrantado, la voluntad individual obre. La tendencia natural sería siempre hacia la voluntad propia. Nuestra única seguridad es dejar que el alma sea llevada a estar bajo el sentido directo de responsabilidad para con el Señor mediante tales advertencias y promesas como estas, que guían tanto como proporcionan fortaleza para quedar libres de todo lo que está alrededor, al mismo tiempo que la conciencia de que Cristo señala y reconoce nuestros modos de obrar santificará, así como estimulará, nuestros corazones. Porque debe ser un gozo para cualquiera que ama al Señor Jesús, pensar en tener Su peculiar aprobación y amor, hallar que Él ha aprobado nuestra conducta en una y otra circunstancias, aunque nadie conozca esto sino nosotros, los que recibimos la aprobación. Pero, amado, ¿estamos realmente satisfechos de tener una aprobación que sólo Cristo conoce? Probémonos un poco nosotros mismos. ¿No estamos demasiado deseosos de la alabanza que el hombre hace acerca de nuestra conducta? O, a lo menos, ¿Qué el hombre conozca y nos de crédito en cuanto a los motivos que la motivan? ¿Hallamos satisfacción, siempre y cuando se haga el bien, en el hecho de que nadie deba saber nada de nosotros? ¿Incluso de que en la iglesia no se nos tome en cuenta? —¿de que sólo Cristo deba darnos la "piedrecita blanca" de Su aprobación, y el "nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe"? ¿Nos satisfacemos, digo yo, por el hecho de no buscar nada más? ¡Oh, piensen acerca de cuán terrible es el mal y la traición de aquel corazón que no se satisface con el especial favor de Cristo y procura más bien (tal como nosotros hacemos), la honra de parte de otro! Yo le pregunto, amado, ¿cuál sería más precioso para usted, cuál preferiría —el público reconocimiento del Señor de que es usted un siervo bueno y fiel, o el amor individual privado de Cristo reposando sobre usted, el conocimiento secreto de Su amor y aprobación? Aquel cuyo corazón está especialmente ligado a Cristo responderá —lo último. Ambas cosas serán nuestras, si somos fieles, pero debemos valorar más esto, y no existe nada que nos llevará de manera tan recta en nuestro curso que la expectativa de ello.

 

En el mensaje a la siguiente iglesia, "la iglesia en Tiatira" (Apocalipsis 2: 18-19), es la gloria externa lo que se nos presenta como la porción de aquel que "venciere." (versículos 26-28). Se trata de un testimonio público de Su aprobación y, por el momento, debe ser precioso para nosotros; pero, después de todo, la gran bendición y gozo de la promesa es que ella nos identifica con Cristo: "como yo también la he recibido de mi Padre." Pobres, miserables, y débiles como somos ahora, el Señor nos pondrá en exactamente la misma gloria con Él. Jamás tendremos pensamientos correctos acerca de nuestros privilegios y bendiciones, hasta que veamos nuestra unión con el Señor Jesús en todas las cosas. La manera de juzgarnos a nosotros mismos es mirarle directamente a Él. No es solamente ver que hemos sido limpiados de nuestros pecados por Su sangre, y de tener así paz con Dios: la cosa que da el verdadero carácter a nuestras esperanzas, es la unión viva (no una unión mística, aunque hay verdad en esto, ya que hemos sido crucificados con Cristo, etc.) con el Señor Jesús.

 

Llegamos así, en esperanza y en la práctica, a la identidad de circunstancias con Él. Estando unidos a Él, todas las cosas que Le perteneces nos pertenecen a nosotros, como se dice, "herederos de Dios y coherederos con Cristo." (Romanos 8:17). Toda nuestra conducta debiera emanar de esto. Todo lo que glorifica a Jesús nos es conveniente, tenemos que ver con ello. Esta es la medida correcta de nuestra conducta, cualquier cosa que no tenga ese aroma, es una mala conducta en un Cristiano. Estamos unidos a Uno que es "santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos" (Hebreos 7:26 – LBLA), y nosotros, por tanto, también somos así. ¡Verdad muy sublime! No obstante, ¡cuán sencilla y práctica! Cuando se realiza, ella debe hablar a través de cada modo de obrar y detalle de la vida. ¿Cómo puede uno que ha sido exaltado más allá de los cielos estar buscando cosas terrenales? ¿Cómo puede él, por ejemplo, desear riquezas aquí? Como otro hermano ha dicho, «Si un ángel tuviera que descender aquí, estaría tan dispuesto a barrer las calles como a ser rey; mucho más, entonces, aquel que tiene esta unión consciente personal, íntima, con Cristo. No, mientras más sea un siervo, más feliz él será. El amor hizo de Jesús necesariamente un siervo cuando estuvo aquí abajo.»

 

Pero al actuar así, debemos recordar que existe mucha dificultad. Tenemos a Satanás que nos resiste siempre. Tenemos que vencerle en una variedad de circunstancias y pruebas; no sólo contender con él, sino vencerle; y esto, asimismo, con una carne en nosotros que, si no es hecha morir, estará siempre dispuesta a 'echarle una mano'. Así que no todo es gozo, aunque estemos establecidos en un lugar tan bienaventurado.

 

Este hecho de hacer morir la carne es una gran cosa, ya que es el secreto de toda fortaleza en las dificultades prácticas; y nada hará esto sino vivir en comunión y participación con el Señor. Debemos velar contra sus anhelos y deseos primarios o, antes de que nos demos cuenta, estará dando asidero a las tentaciones de Satanás. Si estamos reteniendo  (como a los fieles en Pérgamo se les recomendó que hicieran) el nombre de Cristo, obtendremos la victoria sobre Satanás; él perderá su poder, y entonces todo es gozo, incluso sufriendo (puesto que sufriremos a consecuencia de nuestra unión con Cristo, a causa de Su nombre); todo será gozo. Pero si no existe la diaria diligencia habitual para quebrantar el poder de las dificultadas de cada día, y mantener así a raya el mal de cada día, tendremos que contender con la carne en lugar de hacerlo con Satanás (con el cual debería ser nuestro conflicto), a la vez que ello le da el poder para entrar cuando no estamos preparados para enfrentarle. Tendremos que tener la armadura preparada, en el momento en que la lucha comience.

 

Yo ruego para que ustedes presten atención, amados amigos, ya que si fracasamos este día en juzgar y mantener a raya la carne, perdemos el poder de victoria sobre Satanás; en el conflicto él obtendrá ventaja sobre nosotros, o a lo menos, sólo mantendremos el terreno, en lugar de ganarle terreno a él, y triunfar en victoria sobre él. Si ello es así, somos infieles a Cristo; le debemos a Él el hecho de ganar terreno en el mundo donde reina Satanás, de estar en una posición tal como para poder avanzar y libertar almas individuales de su poder, de todos modos. Si ello no es así, es porque no se acude a Su gracia, y no se retiene Su nombre.

 

Yo les pido, en el nombre del amor que el Señor tiene por ustedes, y debido a los privilegios que son de ustedes, que se juzguen ustedes mismos, y vean si están listos para la batalla, o si Satanás no encontrará eso en ustedes, la carne, tan viva, que servirá de asidero para que él lo pueda utilizar. Pero mientras se juzgan así a ustedes mismo recuerden que Jesús está siempre en la presencia de Dios por nosotros, aunque el hecho de haber vencido añadirá a nuestro gozo en el día de Su aparición, y traerá ahora más gloria para Él.

 

Que el Señor nos permita andar en el Espíritu, para que podamos descubrir y conocer más y más la gracia e idoneidad que están en Él para cada necesidad nuestra, y para que comprendamos, en nuestras almas, la aptitud y el poder de Sus promesas.

 

J. N. Darby

 

COLLECTED WRITINGS, PRACTICAL, Vol. 17.-

 

Traducido del Inglés por: B. R. C. O. – Abril 2013.-

Título original en inglés:
"TO HIM THAT OVERCOMETH", by J. N. Darby
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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