EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

LA SOBERANÍA DE DIOS Y LA RESPONSABILIDAD DEL HOMBRE (F. G. PATTERSON)

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Duración: 22 minutos y 9 segundos

La Soberanía de Dios 

y la Responsabilidad del Hombre

 

F. G. Patterson

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Deseo decir unas palabras acerca del tema que encabeza este escrito añadiendo un poco en cuanto a la verdadera naturaleza de la obra de Cristo, sus resultados en la redención con la completa liberación del cristiano de sus pecados y de todo su estado como hijo pecador de Adán. Aunque él siempre tiene pecado en él para juzgar y condenar su responsabilidad está ahora en una posición completamente nueva, a saber, la de la relación como hijo de Dios, poseedor de vida eterna en el Hijo de Dios y llamado a manifestar la vida de Jesús en su cuerpo mortal.

 

Es de inmensa importancia que la verdadera naturaleza de la responsabilidad cristiana sea comprendida en el día actual cuando la gracia es predicada y es conocida más claramente en comparación con días pasados; así también como el terreno sobre el cual reside ahora la responsabilidad del pecador. En esto el alto calvinista se extravía tanto con referencia a la responsabilidad del pecador al despreciar y rechazar la gracia del Evangelio bajo el pretexto de esperar el llamamiento de Dios, como con referencia a la verdadera responsabilidad del cristiano al manifestar la vida de Jesús en su carne mortal. La posesión de vida eterna en Cristo se expresa a sí misma mediante la acción de esa vida, afirmando su existencia y sus cualidades prácticas en la completa obediencia a cada palabra de Dios y en la completa dependencia de su fuente y manantial mediante una voluntad quebrantada y un corazón sujeto a Cristo.

 

Mucho ha sido dicho y mucho ha sido escrito acerca de estos temas; pero excepto en Cristo ellos no pueden ser reconciliados. El arminiano insiste indebidamente acerca de un aspecto, a saber, el libre albedrío y la responsabilidad del hombre y pierde la verdad de Dios en cuanto al otro; mientras que el calvinista, por el contrario, insiste indebidamente acerca del otro aspecto, el de la soberanía y el amor electivo de Dios y pierde así el equilibrio de la Escritura en cuanto al primero.

 

Ha sido comentado sabiamente por un escriba mejor instruido que «la Escritura no enseña mediante conceptos negativos». Ella enseña mediante la verdad directa. Por lo tanto, cuando la verdad directa ha sido aprehendida por una escuela de doctrina ésta ha enmarcado su propia línea de cosas de tal manera que ha perdido el hermoso equilibrio del santuario, y así el daño ha alcanzado a las almas en cuanto al pleno conocimiento de la verdad en todos sus aspectos.

 

Cuando el arminiano declara que el amor de Dios por medio del sacrificio de Cristo es "para todos" los hombres, y que la presentación del Evangelio es tan amplia como el rayo meridiano del sol, él dice la verdad porque, bendito sea Dios, así es. Pero cuando él añade a esta verdad directa y afirmativa de la Escritura su propia deducción negativa, — a saber, que por lo tanto no existe el amor electivo de Dios, él ha perdido el equilibrio del santuario.

 

Cuando el calvinista declara que los santos por quienes Cristo murió son los objetos del propósito eterno de Dios y de Su peculiar amor electivo él afirma la verdad. Bendito sea nuestro Dios, así es. Pero cuando él continúa y añade a esta verdad directa su propia deducción negativa él yerra. Cuando él dice que debido a que Dios conoció de antemano a los Suyos y los escogió y llamó en Su gracia electiva, y que Cristo murió en lugar de ellos y que por consiguiente el amor de Dios mediante el Evangelio no es "para todos", él también ha perdido el equilibrio. Cuando ambos dicen "sí", ellos bien dicen; cuando añaden su "no", toda la verdad no es conocida. Si un calvinista con su amor electivo de Dios, y un arminiano con su libre albedrío y responsabilidad del hombre unieran sus afirmaciones y no añadieran sus deducciones y 'noes', ¡nosotros tendríamos la verdad! Que ellos busquen entonces lo que la Escritura enseña en cuanto a la reconciliación de esas dos afirmaciones; y ellos encontrarán que ambas han tenido una medida de verdad, aunque ¡ambas han perdido también, por decirlo así, un platillo de la balanza!

 

Los grandes principios del propósito soberano de Dios y la responsabilidad del hombre están entretejidos de principio a fin en toda la Escritura. Ellos son encontrados desde el Huerto en Edén hasta el Gran Trono Blanco.

 

En el Huerto en Edén los principios estaban caracterizados por los dos Árboles del Paraíso, — a saber, el Árbol de vida y el Árbol de la ciencia del bien y del mal. (Génesis 2: 8, 9). Este último indicaba la responsabilidad del hombre como criatura inteligente ante Dios. Adán había sido creado en inocencia. La inocencia era la ausencia de conocimiento del bien y del mal. El sentido de su responsabilidad estaba marcado, — no por una exigencia, — sino por una prohibición: él no debía comer del fruto del Árbol del conocimiento del bien y del mal, y así iba a conservar su lugar. Él no tenía nada que ganar pero sí mucho que perder.

 

Él lo pierde todo; él rompe la condición de la retención de sus bendiciones de creación y el favor de Dios. Él se convierte así en poseedor de una conciencia que sólo recibió cuando cayó; como dice Dios: "El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal". (Génesis 3: 22 – RVA).  Esta conciencia puede ser definida así: el sentido de la responsabilidad unido al conocimiento del bien y del mal. Él ha perdido un estado que nunca podrá ser recuperado. Él nunca podrá ser inocente, — nunca podrá desaprender el conocimiento del bien y del mal.

 

Él queda así bajo la sentencia a morir y a la muerte en este mundo y además, él es expulsado de la presencia de Dios; y descubre en el solemne futuro que después de la muerte viene el juicio. (Hebreos 9: 27). Dios retiene Su propia soberanía, — bloqueando el camino al Árbol de la vida para que el hombre no participe de él y perpetúe su condición arruinada; y el hombre se va de Su presencia con la responsabilidad de su condición como pecador conocida por una conciencia y el sentido de alejamiento de Dios con el temor de lo que ha de venir presionando sobre su alma.

 

Posteriormente (pues yo paso por alto la escena desde Adán hasta Moisés), Dios da Su ley desde el monte Sinaí, ley que en lo esencial coincide con la conciencia del hombre pero añade la autoridad del Legislador a lo que la conciencia sentía que se debía a Dios y a su prójimo. La primera Tabla era lo que Dios reivindicaba, — aquí había una exigencia, — hacia Él mismo: la segunda Tabla era lo que Dios mandaba en un mundo caído al hombre caído, en cuanto a sus padres, a la propiedad de sus vecinos y a su esposa; habiendo sido establecidos los derechos personales en el mundo cuando el hombre se hubo apartado de Dios. La ley expresaba los dos grandes principios de responsabilidad y de vida. Pero establecía el hecho de tener vida como resultado de cumplir perfectamente la responsabilidad. "Haz esto y vivirás". "El que hiciere estas cosas vivirá por ellas". (Gálatas 3: 12; Levítico 18: 5). Al igual que si yo dijera: «si haces tal y tal cosa recibirás una fortuna», lo cual sería una demostración de que aún no tienes la fortuna. Otra cosa sería que te dijera cómo usar y gastar tu fortuna cuando tuvieras una. De este modo, por medio del Evangelio Dios concede vida eterna como don Suyo, y luego la dirige, tal como veremos.

 

Por tanto, en Edén hubo inocencia sin gracia que la sostuviera; y fuera de Edén había responsabilidad y ley sin vida para cumplirla. Luego vino Cristo después que toda la prueba del hombre había terminado. Cuando Él vino Él expuso la verdadera condición del hombre como totalmente perdido. ¡A cambio de Su amor Él soportó aborrecimiento y escarnio! Dios no se pronunció plenamente acerca de la condición del hombre hasta que le fueron presentadas todas las posibilidades de recuperación. Si hubiese habido algún bien latente en el hombre que sólo requería una nueva ilustración para surgir y desarrollarse, entonces dicho bien habría sido encontrado. ¡Pero no! Dios estaba allí en perfecto amor y en perfecta bondad revelando el estado del hombre y reconciliando consigo al mundo, — no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados. (2ª corintios 5: 18, 19). Si ellos Le recibían ahora todo sería perdonado. Pero ellos Le despreciaron en Su humilde senda de amor y procuraron tener el mundo sin Él. Si usted dice, «Fueron mis padres los que lo hicieron, y si yo hubiera estado en sus días Le habría recibido», entonces usted es un fariseo pues este fue el terreno que ellos también asumieron. (Véase Mateo 23: 30). La historia del mundo fue relatada y la condición del hombre fue demostrada: el relato es, ¡pecar, quebrantar la ley y aborrecer a Dios!

 

Jesús une en Sí mismo los dos principios de los Dos Árboles. Como Hijo de Dios Él tenía vida en Sí mismo; Él era "la vida eterna, la cual estaba con el Padre" y se "manifestó" en el Hijo, como hombre en la tierra (1ª. Juan 1: 2). Él asume voluntariamente las responsabilidades de Su pueblo, acepta la copa de la ira, — el juicio divino y justo de Dios contra el pecado; uniendo así en Su propia persona en la cruz el principio de los Dos Árboles. En su alma santa Él soporta todo el terrible juicio de Dios por el pecado; Él hace de su alma una ofrenda por el pecado; y lleva nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero. (1ª Pedro 2: 24). Quitando así mediante un acto completo de padecimiento e ira toda nuestra responsabilidad como hijos de Adán: ¡no queda ni un vestigio de ella! Habiendo hecho esto para la gloria de Dios, Él resucita,. — Dios Le resucitó de entre los muertos y expresó Su perfecta satisfacción y gloria en lo que Cristo había llevado a cabo situándole como hombre en Su trono en lo alto. De este modo el segundo Adán resucitado y ahora en la gloria llega a ser la Cabeza de una nueva raza. Les ha quitado las responsabilidades de ellos y ¡ha llegado a ser la vida de ellos! Él es la vida de todo aquel que cree. El Espíritu Santo es dado como consecuencia de esto y morando en el creyente nos une a Él en la gloria. Hemos nacido del Espíritu de Dios en el terreno de la redención; tenemos vida eterna en Cristo y todo lo que se interponía entre nosotros y la justicia de Dios ha sido expiado por Cristo en la cruz y quitado para siempre, —  tanto lo que nosotros hemos hecho como lo que somos. Por lo tanto, Dios es justo al justificar al hombre que cree en Jesús. Es Su justicia hacerlo.

 

¿Cuál es entonces la responsabilidad de los cristianos? Es ésta. El cristiano tiene una vida completamente nueva, — vida eterna en el Hijo de Dios, — cuyas características son dependencia y obediencia, — ambas vistas en plenitud en Cristo mismo andando aquí abajo. Con una voluntad perfecta, — Él nunca la hizo sino que vivió en obediencia indivisa a Su Padre. "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". (Mateo 4: 4). Aunque Él pudo crear un mundo, él nunca ejerció Su poder para Sí mismo, — ¡ni siquiera para saciar Su sed del pozo que había creado! (Juan 4), — sino que vivió en dependencia de Su Dios. Esto fue expresado a menudo, exteriormente mediante la oración, — toda la noche, a veces, en oración a Dios. ¡Y Él es nuestra vida! Donde dicha vida existe ella debe manifestarse de algún modo: éstos son sus rasgos principales.

 

Nosotros tenemos el tesoro en vasos de barro (2ª corintios 4: 7), pero tenemos derecho a reconocernos muertos; hemos muerto con Él y estamos vivos para Dios sólo en Él (Romanos 6: 11), para que la vida de Jesús pueda ser manifestada en nuestra carne mortal. El poder de esta vida es el Espíritu Santo. Cuando nosotros no Le contristamos Él compromete el corazón con Cristo: con la mirada puesta en Él nosotros todo lo podemos. (Filipenses 4: 13). Siendo conscientes de la absoluta debilidad en nosotros mismos (pues el poder aquí es sólo pecado), el corazón vive por medio de Cristo; Él gobierna todos los motivos de nuestras vidas y el poder obra en la debilidad de Su pueblo (2ª Corintios 12: 9), pues cuando somos débiles, entonces somos fuertes. (2ª Corintios 2: 10).

 

Entonces ¿cuál es la responsabilidad del pecador? Es ésta. ¡Cristo ha ofrecido Su sangre a Dios! En el día de la expiación de antaño, (Levítico 16) el Sumo Sacerdote entraba con el lebrillo de sangre al Lugar Santísimo y la rociaba sobre el trono de oro de Dios y el lugar santo estaba lleno de una nube del perfume. El incienso provenía de la quema de los ingredientes que componían el material sagrado; "estacte y uña aromática, y gálbano aromático e incienso puro" molido en polvo fino (Éxodo 30: 34 a 37), — la minuciosidad de la naturaleza de un hombre perfecto, (aquel hombre, el Hijo de Dios), presentado como olor grato a los ojos de Dios durante Su perfecto camino aquí abajo. Fue la sangre de Él la que fue presentada; y aún más, — de Uno que había soportado primero el juicio y había bebido voluntariamente la copa. Tal fue en parte el sacrificio de Cristo para Dios. Como consecuencia, es la justicia de Dios situarle en gloria y rasgar el velo de arriba abajo, — cada atributo perfectamente develado y glorificado por Su obra, y enviar el evangelio al ancho mundo, — ¡a todos! Yo digo que cada atributo, en efecto, la naturaleza misma de Dios es glorificada más que si nunca hubiera habido pecado. ¿Dónde podríamos ver el amor al pecador, — dónde la justicia contra su pecado, — dónde la verdad, la majestad, la santidad, la luz? ¡EN LA CRUZ! La gloria moral de Dios se despliega en esta escena incomparable donde fue revelada más plenamente de lo que incluso la gloria mostrada la revelará. Así Él puede decir: "El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente".

 

Pero este es el lado de Dios, — el primer macho cabrío , por así decirlo, de Levítico 16. (Levítico 16: 7). Hay también otro lado, el tipificado por el segundo macho cabrío: en él no tenemos el lado de Dios sino el nuestro. Si la sangre del primer macho cabrío era ofrecida a Dios en aquel lugar que era todo oro por dentro (es decir, la justicia de Dios), el otro macho cabrío nos habla de Cristo como sustituto de Su pueblo en el lugar de responsabilidad afuera, el altar de bronce; pecados, transgresiones e iniquidades, todos eran confesados sobre su cabeza y era enviado a la tierra del olvido divino. (Levítico 16: 21, 22). Sobre la base de que Cristo ofreció Su sangre a Dios yo puedo hablar a un mundo de pecadores acerca de la gracia de Dios y de que Él desea que todos entren. No hay nada que lo impide, — ¿quiere usted venir? Es el lugar de encuentro con Dios para todo pecador en este mundo que quiera venir a Dios por Él.

 

Usted dice, «Yo no tengo poder, debo esperar mi llamamiento; no puedo venir hasta que Dios me dé poder para aceptar». Aquí es donde muchos yerran. Ellos esperan capacidad y hablan de falta de poder; pero Dios ¡nunca atribuye responsabilidad al poder sino a la voluntad! Suponga usted que su hijo está fuera de esa puerta cerrada y usted lo llama a entrar. Él rehúsa. Usted llama nuevamente: otra vez él no viene. Usted va a castigarlo por no haber venido; él protesta y dice: «La puerta estaba cerrada, no podía venir». «No», responde usted, «esa no es excusa; pues deberías haber sabido que yo tenía la llave y cuando te llamé deberías haber sabido que me reuniría contigo y abriría la puerta». Fue su voluntad la que se lo impidió; el argumento de la falta de poder no excusará a un alma en el día del juicio. Fue su voluntad la que obstaculizó, — él no quiso venir.

 

Cuando el pecador viene a Dios yo puedo decirle otra cosa. Puedo hablarle de la sustitución de Cristo en el segundo macho cabrío en el día de la Expiación; ya que él había sido invitado en el terreno de la propiciación ofrecida a Dios, — del primer macho cabrío. Los dos machos cabríos son el cristianismo.

 

El pecador es ahora culpable de despreciar las riquezas de esa gracia que se elevó en el triunfo del propio corazón de Dios por encima de su ruina total. Y aunque ello le habla de un juicio venidero Dios no busca en él poder para aceptar la gracia de Dios en Cristo, sino que le revela que Dios ha aceptado lo que Su Hijo Le ofreció por el pecado; que así Su corazón tiene ahora un canal justo para expresarse, a saber, por medio de esa sangre preciosa. Entonces, ¿qué  es lo que obstaculiza? ¿Su voluntad? ¡Lamentablemente, su voluntad!

 

Consecuentemente, usted siempre encontrará en la predicación o enseñanza del Apóstol Pablo que él no trata a los hombres por sus pecados en detalle (aunque también ellos son culpables de ellos), sino por resistir al Espíritu Santo enviado desde el cielo en Su testimonio de gracia. "Menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad". (Romanos 2: 4). "Mirad, despreciadores, y maravillaos y pereced". (Hechos 13: 41 – VM). Ellos son culpables por despreciar la gracia de Dios, — el Espíritu de gracia que brega con ellos, y están atesorando para ellos mismos "ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios". (Romanos 2: 5). Los hombres aborrecieron la gracia y la humilde revelación de Dios en Cristo aquí abajo, "Sin causa me aborrecieron" (Juan 15: 25); y despreciaron la revelación del amor perdonador que se elevó en el triunfo de Su amor por encima del aborrecimiento.

 

Luego viene la acción final del juicio en el Gran Trono Blanco donde nuevamente es encontrado el principio de los Dos Árboles del paraíso. El libro de la vida señala la soberanía de Dios, y los libros en los cuales estaban detalladas las obras de los hombres señalan la responsabilidad de ellos, y estos son juzgados según ellas, ¡y lanzados al lago de fuego! Los hombres no son juzgados por lo que ellos son ¡sino por lo que ellos han hecho! (Apocalipsis 20: 11-15).

 

Si nosotros examinamos la Escritura encontraremos estos dos principios uno al lado del otro. Si hay un lado calvinista, por así decirlo, en el pastor que busca una oveja quieta, y en la diligencia de una mujer que barre la casa por una moneda inerte, ¡hay también un lado arminiano en un hijo pródigo que regresa a su padre! (Lucas 15).

 

En cuanto a los Evangelios, como ya ha sido comentado, Mateo, Marcos y Lucas dan a conocer a usted a Cristo presentado a la responsabilidad del hombre y por consiguiente invitan a los hombres a 'venir'; y Juan, en cambio, nos presenta a Dios que ha venido al hombre y la elección soberana que caracteriza todos Sus modos de obrar. No hay ni una sola invitación en ese conmovedor Evangelio para que un pecador 'venga'. El lamento de Su corazón es que a pesar de todo el testimonio que habían tenido, "No queréis venir a mí para que tengáis vida". (Juan 5: 40). Y, "Al que a mí viene, no le echo fuera". (Juan 6: 37).

 

En la 1ª epístola de juan capítulo 4 y versículos 9 y 10 nosotros encontramos también el principio de los Dos Árboles, — a saber, el Hijo de Dios manifestado para que tengamos vida. Cuántas veces usted ve a un alma en una agonía de ejercicio sólo porque la vida está allí antes de que ella conozca toda la bendición de la obra de Cristo el cual fue hecho "propiciación por nuestros pecados" (versículo 10); llevando todas nuestras responsabilidades como hijos de Adán antes de concedernos Él vida eterna.

 

Si agrada al Señor ayudar a las almas con este breve examen de estos temas trascendentales y aclarar la visión de algunos, ello será una nueva misericordia de Sus manos.

 

F. G. Patterson

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Octubre 2023

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:

God's Sovereignty and Man's Responsibility

, by F. G. Patterson

Traducido con permiso
Publicado por:
 

Versión Inglesa