Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)


Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)

TRABAJO Y SOSIEGO

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TRABAJO Y SOCIEGO

 

 

"...trabajando sosegadamente..:' (2ª. Tesalonicenses 3:12)

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

 

El tema que me propongo desarrollar tiene ciertamente una gran importancia para todo hijo de Dios, pues el trabajo es el lote o parte de todos los hombres.

 

Pero ya que para unos el trabajo es el elemento dominante de su vida, hasta el extremo de absorber por completo todas sus facul­tades y tiempo, como si la vida no tuviera otro objeto o finalidad; y para otros, en cambio, el trabajo es una carga pesada, de la cual gustosamente se desembarazarían para dedicarse a la ociosidad, es necesario examinar, de qué manera la Palabra de Dios nos invita a considerar el trabajo.

 

El hombre no ha sido creado para que permanezca ocioso. Está dotado de unas facultades intelectuales o físicas, o también de ambas a la vez, en las cuales debe desenvolverse por un ejercicio activo en alguno de estos dominios, y esto es el trabajo. Por lo cual vemos que aun antes de su caída – el hombre – tenía en qué ocuparse. Ha­biendo sido establecido rey de la creación, debía no solamente multi­plicarse y llenar la tierra, sino dominarla y sujetar a sí mismo todo ser viviente que se hallara en ella. (Génesis 1:28).

 

Ahora bien, esto supone necesariamente el trabajo, el ejercicio de sus facultades y fuerzas.

 

Más adelante (Génesis 2:5), leemos: "ni había hombre para que labrase la tierra", y seguidamente se halla descrita la formación del hombre que debía trabajar la tierra; y después como confirmación de este hecho, está escrito: "Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase" (Génesis 2:15).

 

El hombre, tal como Dios lo creó, debía trabajar, pero el trabajo no iba acompañado de fatiga y pena. Pero después de la caída las co­sas cambiaron; el pecado entró en el mundo por la desobediencia. La sentencia divina pronunciada contra el culpable traía, por consiguiente, dos cosas: el sufrimiento, y después la muerte. Eva por su parte par­ticipó de los dolores del parto; Adán debió trabajar penosamente una tierra maldita a causa de él mismo, y comer el pan con el sudor de su rostro, hasta que volviera al polvo de donde fue tomado (en cuanto a su cuerpo). Tal es la ley divina a la cual nadie puede sus­traerse, y que debe recordar al hombre que es un pecador. Por otra parte, puede verse, en la necesidad del trabajo impuesto al hombre, una prueba de la bondad y la sabiduría de Dios, que ha puesto así una traba al desarrollo de malas inclinaciones y una salvaguarda contra una multitud de plagas y peligros sembrados ante sus pasos.

 

La gracia, aportada a consecuencia de la venida del Señor, no li­bera al creyente de las consecuencias exteriores del pecado. Queda por lo tanto expuesto al sufrimiento en su cuerpo mortal y sujeto a la corrupción. Tiene que trabajar y enfrentarse con el trabajo es una labor a menudo penosa que trae aparejada la fatiga y, por consiguiente, el sufrimiento. Mas la gracia introduce en él una fuerza y un poder divino. Tiene a Cristo como vida y como modelo de esta vida, de manera que, lo que se desprende y es consecuencia de la desobe­diencia de nuestros primeros padres, llega al fin a ser una ocasión para que esta gracia produzca en nosotros la excelencia de unos frutos para la gloria y satisfacción de Quien nos ha adquirido por precio. Consideremos pues el trabajo bajo este aspecto.

 

Abramos las Escrituras en 1ª. Tesalonicenses. En el tiem­po en que el apóstol les escribió esta carta, los creyentes de Tesalónica eran aún jóvenes en la fe, pero en un buen estado de alma. Su cristianismo era real, viviente y lleno de lozanía, y a causa de esto, producía frutos magníficos. Es lo que se resalta en numerosos pasajes de la epístola. "Acordándonos sin cesar", dice el apóstol, "delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo. Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección" (1ª. Tesalonicenses 1: 3-4). La fe, el amor y la esperanza, estos tres principales manantiales de todo verdadero cristianismo, existían en ellos y brotaban con tanta abun­dancia y con tanto frescor, que el apóstol no dudaba lo más mínimo tocante a su elección. Los Tesalonicenses habían venido a ser los mo­delos para todos los fieles de Macedonia y de Acaya, "Porque", Pablo les dice, "partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada" (1ª. Tesalonicenses 1: 7-8).

 

En el capítulo 2, hallamos este otro testimonio: "Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo." (versículos 19 y 20). Y en el capítulo 4 leemos: "Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia." (versículos 9 y 10).

 

El lector hallará con facilidad otros pasajes que resaltan el cris­tianismo viviente de esta joven asamblea, manifestándose en ellos bajo diversas formas. A pesar de eso el apóstol exhorta aún a los Tesalo­nicenses, diciéndoles de 'abundar más y más' en ese amor fraternal que reconoce en ellos (1ª. Tesalonicenses 4:10). Y es que no debería conocerse un estado estacionario en la vida cristiana. Como se dice: no avanzar es retroceder. Un cristiano puede haber alcanzado un grado elevado de vida espiritual y sin embargo, es necesario que 'abunde más y más', sin lo cual él retrocede y el nivel de su vida interior desciende.

 

Podemos sorprendernos de ver al apóstol proseguir su exhorta­ción por las siguientes palabras: "y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada." (1ª. Tesalonicenses 4: 11 y 12).

 

Por una parte, estas palabras nos muestran cuán necesario es, aunque sea un creyente espiritual, de recordarle las más simples exigen­cias morales. Nuestro corazón es perverso e insensato, presto siempre a descarriar a los demás y a dejarse seducir a sí mismo. ¿No ha ocurrido más de una vez que un creyente haya mostrado mucho celo en el servicio del Señor, predicando el evangelio, haciendo visitas, y des­cuidando al mismo tiempo sus justas obligaciones en relación con su familia y también con su ocupación cotidiana? Esto no es bueno, y tampoco glorifica al Señor; bien al contrario, esto trae oprobio hacia Su santo nombre de parte de los de fuera. ¿Es que en los Tesalonicenses existía algo de este género? Bien podría pensarse que sí (Compárese 2ª. Tesalonicenses 3: 11 y 12); en todo caso, era necesario recordarles que un cristiano debe aplicarse a 'tener tranquilidad, y ocuparse en sus negocios, y trabajar con sus manos.' (1ª. Tesalonicenses 4:11).

 

Por otra parte, este pasaje nos muestra también el valor que el Señor concede al apacible y fiel ejercicio de una vocación terrenal (tocante al trabajo) y a qué grado de importancia queda situado en el orden de la apreciación de Dios, una oscura ocupación manual. El mundo – que duda cabe – tiene sobre esto otras apreciaciones. Un trabajo manual no tiene mucha estimación para él. Ser forjador, car­pintero, curtidor, sastre, agricultor o viñatero, muchacha de faenas o lavandera no tiene grande apariencia en el mundo. Aún más, un cierto desdén va ligado hacia los que se ocupan en estos trabajos rea­lizados con hábitos humildes y a menudo deteriorados. Y sin embargo, la bendición de Dios está por los que profesan estos humildes traba­jos. Tocante a Su Hijo amado, en tanto que hombre sobre la tierra ¿no fue educado y cuidado bajo la solicitud del pobre carpinte­ro José? El asunto importante para Dios no consiste en lo que uno hace (contando que sea bueno) (Efesios 4:28), sino cómo lo hace.

 

Poco importa que un creyente sea artesano, criado, fabricante o comerciante, (siempre que en la vocación que se halle, se aplique fiel­mente a obrar sus 'propios negocios'. En tal caso la bendición de Dios no le faltará, aunque deba desarrollarse en las cosas más hu­mildes y con personas que a los ojos del mundo tienen insignificante apariencia. (Léase Romanos 12:16).

 

Se pretende, a menudo, que los trabajos manuales gravan y matan el espíritu. Dudo que esto sea así ni aun entre los hijos de este siglo, pero para el creyente, en absoluto. Al contrario, antes afirmaré que estos trabajos simples, dejan al espíritu casi libre de tal manera, que aun trabajando puede uno ocuparse en cosas mas elevadas. Un creyente sencillo, con un corazón lleno de Cristo, sabrá emplear estas horas en la comunión con el Señor. ¿Y qué hay que sea tan vivificante para el espíritu como esta comunión?

 

Aún otro punto. El apóstol nos presenta un fin particular a alcan­zar por el cumplimiento fiel y concienzudo de una vocación terrenal. "A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada." (2ª. Tesalonicenses 4:12). Cuando vemos en nuestros días, tantas personas que de una forma, sea delicada o grosera, con o sin vergüenza, explotan a su prójimo, o bien le son una carga, cuan bueno es, tanto para el corazón, como edificante para el alma, hallar un obrero fiel y laborioso, que come su propio pan, que provee a las necesidades de su esposa y sus hijos por el trabajo de sus manos y que contem­pla, sin envidia cómo su prójimo prospera a su lado. Tales sentimien­tos y conducta, son dignos de ser apreciados y altamente reconocidos, particularmente en nuestros días de celos y envidia de unos contra otros y que se manifiestan de una forma cada vez más espantosa.

 

Y aún es más hermoso ver la independencia que proviene de un trabajo manual realizado bajo la mirada de Dios, cuando esto coincide en un siervo de Dios empleado en la obra del Señor. El apóstol Pablo ha dado en esto un brillante ejemplo. Bien que no dejara ami­norar su "derecho en el Evangelio" (1ª. Corintios 9:18) del cual usaba libremente, podía dirigirse a los ancianos de Éfeso y decir: "Ni la plata, ni el oro, ni la ropa de nadie he codiciado. Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: "Más bienaventurado es dar que recibir."." (Hechos 20: 33 al 35 - LBLA; compárese con 1ª. Tesalonicenses 2:9).

 

De todas formas, no hemos de llegar a la conclusión, a causa de lo que precede, que un hermano que hubiese recibido del Señor un ministerio y por lo tanto que es reconocido en las asambleas, no pueda gozar del derecho que le confiere la Palabra del Señor: "Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio." (1ª. Corintios 9:14). Es un asunto de fe y de obediencia entre el Señor y aquel a quien Él llama para el servicio.

 

El ejemplo de Pablo también nos enseña que el trabajo no debe tener por único objeto el proveer a nuestras necesidades particulares y a los de nuestra familia, sino que debemos pensar también en los débiles y necesitados. El Señor había dicho: "Siempre tendréis po­bres con vosotros" (Mateo 26:11; Juan 12:8). Es sorprendente ver que en la epístola a los Efesios, donde la posición celestial de los creyentes en Cristo es presentada en relación con los consejos de Dios, el cris­tiano es exhortado a trabajar: "El que hurtaba, no hurte más", y añade, "sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad." (Efesios 4:28). La magnitud de los privilegios celestiales, no excluye la más humilde santa necesidad del trabajo, con vistas al amor. ¡Cuán bendito es el trabajo para el creyente!

 

Pero el trabajo debe tener su medida y sus límites. Podemos ver ya, que en el principio de la creación, Dios pone unos límites instituyendo el día de reposo. Cierto que como cristianos no estamos bajo la ley y no debemos por lo tanto guardar dicho día o sábado. Pero de todas maneras, en el establecimiento de ese día de reposo, podemos compren­der la intención de la bondad de Dios en favor de los hijos de los hombres, al limitar el trabajo impidiendo su continuidad, interrum­piendo a intervalos fijos medidos por Su sabiduría. No es que desee escribir aquí de la elevada significación del domingo o 'primer día de la semana' para los creyentes; deseo únicamente llamar la atención so­bre la gracia divina que nos ha dado un día entre siete, durante el cual podemos reposar de la agitación y de la fatiga causada por las ocupaciones de la semana. Por lo cual podemos considerar como una gracia el que las leyes hayan puesto un freno a la avidez de los hombres, tocante a la duración del trabajo.

 

Pero a pesar de todas estas misericordiosas disposiciones de la gra­cia divina, el peligro consiste en librarse de tal manera del trabajo que, tanto el cuerpo como el alma sufran un grave perjuicio. Cuan­tos hombres hay, y aun creyentes, que a consecuencia de un esfuerzo sin medida, adquieren o desarrollan un carácter irritable, de tal for­ma que no pueden soportar nada sin impacientarse penosamente. Hay también familias en donde el trabajo ha venido a constituir el elemen­to dominante, que las relaciones entre ellos, la vida propiamente lla­mada de familia en el verdadero sentido de la palabra, ni una verda­dera y regular educación de los hijos, tienen lugar. No será necesario añadir que toda negligencia referente a lo antedicho, hace perder si no todo, al menos un tanto por ciento muy elevado del bien que el trabajo aporta en sí. Y lo peor es, la pérdida irreparable que signifi­ca, tanto para los padres como para los hijos.

 

¡Ojalá estas líneas ayuden a mis lectores a reconocer la justa me­dida y los verdaderos límites del trabajo, a fin de que sobre tiempo para otras cosas tanto o más importantes, y que así el trabajo no que­de privado de la bendición que reporta en sí.

 

Cuando era joven todavía, me decían: 'El hombre ha sido creado para el trabajo' y yo, sin reflexionar, aceptaba estas palabras como una verdad, pero más tarde, tuve que reconocer que, tomadas como regla de la vida, harían de nosotros más bien acémilas (Mula o macho de carga), que hombres fe­lices. Más tarde aún, aprendí por la gracia de Dios, que el hombre es creado para Cristo. En efecto, cuando un cristiano ha juzgado esto "que si uno (Cristo) murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2ª. Corintios 5: 14 y 15), entonces su vida entera queda cambiada, no solamente en su aspecto exterior, sino in­terior. En él existen otros móviles, otros afectos, otros fines. Desde entonces todo queda relacionado con Cristo y Su gloria. Ser creado para Cristo, es una preciosa y fundamental verdad que, apropiada por el corazón, transforma por entero la vida del creyente. También le enseñará lo relativo al trabajo, de la forma en que debe aplicarse para cumplirlo fielmente, y la justa medida de tiempo que debe con­sagrarle.

 

En Colosenses 3: 23 y 24 leemos: "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís." Quien ama al Señor Jesús y cumple su trabajo para Él, no será 'perezoso en los quehaceres' como dice Romanos 12:11 (VM). Su deseo tocante al trabajo será de hacerlo de manera de agradar al Señor; evitará toda negligencia y todo lo que perturbaría una buena ejecución del mismo, porque el Señor no estaría contento; cumplirá toda su obra con puntualidad y de forma concienzuda, tanto si se sabe mirado o no por los hombres; obrará en todo por amor de su Maestro celestial, del cual sabe que sus ojos están mirando toda la escena; empleará toda la atención y celo posibles, a fin, que sea lo que fuere que haga, lo realice lo mejor que pueda y a la gloria de su Señor.

 

La conciencia de esta santa relación con Cristo en la cual nos ha­llamos, nos guardará a la vez de toda precipitación excesiva en el cumplimiento de nuestro trabajo, al mismo tiempo que de toda agita­ción de espíritu, pues si estas cosas existen, el corazón cesa de latir para Cristo. La inquietud, la turbación y el abatimiento, ocupan el lugar del reposo apacible en Dios y de la lozanía de una vida espiri­tual que permanece en comunión con el manantial. Las dificultades y preocupaciones que se hallan en todo trabajo, producen irritación y disgusto, en lugar de inclinar el corazón a orar y mirar a Jesús. Cuando se llega a un tal estado, conviene pararse un momento, que­dar tranquilo y retirarse a su despacho para recobrar la comunión con Jesús. (Es evidente que nuestras ocupaciones no dependen a me­nudo de nosotros solos; por ejemplo, un obrero queda obligado a dar todo el tiempo convenido a quien lo empleó; mas en medio del trabajo, el corazón puede siempre fortalecerse cerca de Cristo. No es necesario dejar su ocupación para elevar el ama hacia El y hallar así el socorro y el sosiego).

 

La historia de Marta y María que se cita a menudo y que habla siempre seriamente a nuestros corazones, nos ofrece también preciosas enseñanzas al asunto que nos ocupa. En el capítulo 10  del evangelio de Lucas vemos en Marta a una persona ocupada exclusivamente de su trabajo. Amaba sinceramente al Señor, pero aquí, en ese día de su historia, nos es mostrada como mereciendo la reprensión.

 

¡Cuán inconveniente fue la queja que trae contra su hermana y, por ende, contra el Señor! "Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola?" Y qué diremos acerca de este irrespetuoso requerimiento que dirige a Quien se dignaba ser su huésped, "Dile, pues, que me ayude." (Lucas 10:40).

 

El Señor no se irritó en contra de ella; al contrario, la reprende con amor y le da, juntamente, una enseñanza tan preciosa como profun­da "Marta, Marta", le dice, "afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada." (Lucas 10: 41 y 42). Jesús ayuda así a la pobre María a salir de todas estas cosas, diversas y numerosas que la llenaban de cuidados y tormentos y le enseña a dirigir todos sus pensamientos hacia la sola cosa necesaria, la buena parte que María había elegido. ¿En qué consistía esto? "María,…, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra." (Lucas 10:39). El Señor era su parte.

 

Esta enseñanza de Jesús no fue vana para Marta. Lo que se nos dice de ella en Juan 11 no fue otra cosa que el fruto de esta lección, de esa hora bendita, a la cual María no asistía solamente como alumna, sino también como modelo. Por lo cual le es dada una parte del fruto producido en Marta, pues ella (María) había hecho más por su santo sosiego a los pies del Señor que Marta con todo su servicio.

 

Estas horas de recogimiento parecidas a las de María, podrán dar a nuestra actividad en el trabajo sus justos límites. Y no estarán carac­terizadas únicamente por un sosiego exterior, sino que por el hecho principal de tener el corazón ocupado con la bendita persona del Sal­vador dejaremos de buen grado el trabajo en último lugar. Nuestro recogimiento será en este caso, no una cuestión de forma, sino de corazón, tal como cantamos a veces:

 

'Quedar a tus pies cual María

Dejando las horas pasar

En un silencio que se olvida,

Jesús, para dejarte hablar.'

 

Sin duda que el domingo es precisamente el día particularmente reservado a estos momentos de reflexión; pero aquel que en el domin­go había gustado de una forma real el precio y la riqueza de las bendiciones que estos momentos aportan, se esforzará también cada día, para tener unos momentos en que quede a solas a los pies del Señor. E inversa­mente, ¿cómo podrá aquel, que en el transcurso de la semana estuvo absorbido enteramente por el afán del trabajo, sin tener unos instantes para recogerse a los pies del Señor, hallarse en condiciones espiri­tuales de realizarlo el domingo? Cuánto sería de desear para el bien de nuestras almas, que las lecturas diarias de familia revistieran ese carácter.

 

Puede ser que la lectura de estas páginas produzca un suspiro que salga del fondo del corazón en más de uno de mis queridos her­manos y hermanas, porque las circunstancias en las cuales se encuentran les dejan apenas tiempo para recogerse así. A los que se hallan en semejante caso, desearía aconsejarles de la forma más solemne de que echen mano de todos los instantes libres que puedan tener con el objetivo de cultivar una íntima comunión con el Señor. Las horas si­lenciosas de las noches de insomnio, que conocen tantas personas ocu­padas y atormentadas por los cuidados diversos de esta vida, ¿no serían ahora bien aprovechadas y mejor empleadas en elevar el alma hacia Aquél cerca del cual se halla el sosiego?

 

El salmista parece haberlo gustado cuando dice: "cuando sobre mi cama me acuerde de ti; cuando medite en ti en las vigilias de la noche." (Salmo 63:6 – VM), y también, "de noche su canción estará conmigo" (Salmo 42:8 – VM). Pueden, por tanto, aprovecharse, para el provecho del alma, estos minutos durante los cuales en el comer­cio de la vida, debemos de esperar sea por una causa u otra. Las personas del mundo, y aun los creyentes superficiales, consideran este tiempo como tiempo perdido; pero si saben emplearse leyendo algu­nos pasajes del Libro Santo, del cual no debemos jamás separarnos, o bien elevando el corazón en alto por medio de la oración y las accio­nes de gracias pensando en el Señor, en lugar de ser tiempo perdido, estos momentos serán una ganancia más preciosa que el oro. Nada debe ser perdido en la vida del creyente. Así, seremos guardados al mismo tiempo del fastidio, de la impaciencia y de muchas tentaciones que en la holgazanería suben bien fácilmente al corazón. Y creo poder afirmar que si un creyente ha empezado a aprovechar bien el tiempo que pueda disponer, el Señor le dará una medida más amplia y hallará por fin el justo equilibrio del trabajo y del sosiego en su vida.

 

Gozará de la calma de espíritu, tan preciosa en las circunstancias diversas de nuestro transitar aquí abajo, calma que hallaremos en la reali­zación de la presencia de Dios y en la comunión, y quedaremos con­fusos y humillados de haber dejado pasar en otras ocasiones tantos instantes sin sacar de ellos ningún provecho para el alma.

 

Que el Señor nos conceda a todos que la vida de trabajo, tan im­portante, y que es la parte de cada cual, halle su base en la vida de oración la cual es bastante más importante que la primera y que esta última (la oración) regule nuestra labor diaria 'a fin de que en todas las cosas adornemos la doctrina de nuestro Dios nuestro Salvador' (Tito 2:10). "Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él." (Colosenses 3:17).

 

Traducido de "Le Messager Evangélique"

 

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1961, Nos. 51 y 52.-

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