Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)


Revista VIDA CRISTIANA (1961 a 1969)

¿PUEDE DIOS ARREPENTIRSE?

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¿PUEDE DIOS ARREPENTIRSE?

 

(1 Samuel 15:11 - Génesis 6: 5, 6)

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

 

Los pasajes donde se dice "se arrepintió Jehová" (Génesis 6:6) ocasionan, a menudo, dificultades a los lectores de la Palabra, sobre todo cuando son comparados con la afirmación opuesta de que Dios no es "hijo de hombre para que se arrepienta." (Números 23:19).

 

A fin de tener claridad sobre este asunto, es necesario compren­der que el arrepentimiento del hombre y el de Dios son dos cosas muy distintas. Sólo tienen en común una sola cosa - fundamental, eso sí -, y es que en uno y otro caso es un cambio de disposi­ción.

 

En el hombre, el arrepentimiento es un cambio de disposición hacia Dios, pero ese cambio es ocasionado por una vuelta en sí y el juicio doloroso que Dios pronuncia sobre su pecado.

 

Comprende que su conduc­ta ofendía a un Dios de amor que le quería bien y que es posible (pues no está muy seguro) que le quiera aún. Este sentimiento pro­ducido por la fe, acompaña la conversión. El pecador vuelve a Dios, le confiesa su estado y al hallarse ante Su presencia descubre que este amor que él apenas entreveía, va más allá de sus pensamientos y de todo lo que esperaba de él. La parábola del hijo pródigo nos des­cribe detalladamente el trabajo de alma por el cual un pobre pecador, convencido de su pecado, llega a fin de cuentas a los brazos del Padre y entra en Su casa revestido de la más hermosa vestidura.

 

Tal es en el hombre el arrepentimiento y sus resultados. Es fácil comprender que aparte del cambio de disposición, todo este es­tado, no tiene nada de común con el carácter de Dios.

 

En Dios, el arrepentimiento es un cambio de disposición a conse­cuencia de un contrato caducado entre Él y el hombre. Este último habiendo violado el contrato, habiendo fracasado a la condición que Dios le exigió, es obligado a cambiar de disposición hacia él, y obrar de manera opuesta a lo que el contrato había anteriormente estable­cido. Dios se arrepiente, pero este arrepentimiento no transmuta Sus consejos ni Su naturaleza porque "Dios no es hombre, … Ni hijo de hombre para que se arrepienta." (Números 23:19).

 

Algunos pasajes nos demostrarán estas verdades. Dios había creado al hombre a Su imagen y lo estableció como centro de la bendición sobre la tierra. Para mantenerse en esta posición, una sola cosa era necesaria, una simple condición le era impuesta: la obediencia. El hombre no podía transgredir el mandato de Dios que le prohibía comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero el hom­bre, responsable de observar esa condición ha faltado. Con el pecado ha entrado la muerte. Pero remarquemos una cosa importante, sola­mente cuando el pecado llevó todos sus frutos y Jehová vio que toda la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo el designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra y le pesó en Su corazón. (Génesis 6: 5 y 6.)

 

Solamente entonces fue cuando Dios cambió de disposición: el hombre fue barrido de la faz de la tierra.

 

Pero este cambio de disposición de Dios no le hizo en manera alguna abandonar Sus consejos; conservó a Noé y su familia para formar un tronco nuevo, en un mundo purificado por el juicio, y en vista de introducir finalmente el Hijo del Hombre como cabeza de la creación y de todas las cosas. Fue, pues, la desobediencia del hombre a la condición que Dios le puso para bendecirle, lo que hizo cambiar a Dios tocante a Su disposición hacia aquél, y fue la inmutabilidad de la naturaleza de Sus consejos lo que preservó a Noé y su casa.

 

Al establecer el reinado de Saúl, el Señor le ordenó descender a Gilgal y esperar siete días hasta que Samuel viniera a él para hacerle saber lo que debía hacer (1 Samuel 10:8). Ya sabemos cómo el rey desobedeció. Entonces Samuel le dijo: "Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó." (1 Samuel 13: 13, 14). Dios tiene paciencia aún, para ejecutar esta sentencia, pero cuando Saúl hubo llegado al colmo de la desobediencia en el asunto de Amalec - y solamente enton­ces - el Señor dice (1 Samuel 15:11): "Me pesa haber puesto por rey a Saúl" y "Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey." (1 Samuel 15:23). Dios lo rechaza definitivamente, pero Samuel proclama que Sus consejos per­manecen: "Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta." (1 Samuel 15:29). La desobediencia de Saúl le ha desposeído del reinado; en cambio en obe­diencia lo habría adquirido para siempre, y aunque la gran pa­ciencia de Dios haya retardado la ejecución del juicio, llega un mo­mento en que Dios se arrepiente de haberlo establecido como rey. Dios cambia de disposición, pero sus consejos inmutables en vista del reinado proseguirán en David y, por el conducto de David, en Cristo.

 

En los dos pasajes que hemos examinado, Dios se arrepiente del bien que quería hacer. En 2 Samuel 24:16, vemos al Señor arre­pentirse del mal que había decretado como juicio sobre Israel y sobre David. Hecho notable es que no hallamos aquí que Dios se arrepienta a continuación de la humillación de David. Esta humillación había tenido lugar (vers. 10), pero el curso del juicio continuó. Es cuando David se humilla que precisamente le es dado a escoger entre tres calamidades. Solamente cuando el ángel extendió su mano sobre Jerusalén para destruirla, el Señor se arrepintió de ese mal y detuvo la mano del ángel destructor.

 

Aquí el Señor se arrepiente, cambia de disposición, de acuerdo con Su propia misericordia, que aseguró a Sión, escogida en gracia en Sus consejos y deseada para hacer de ella Su habitación y Su re­poso a perpetuidad (Salmo 132: 13-14). Es la gracia la que detiene el juicio. Dios se arrepiente, por así decirlo, respecto al mal, porque no es hombre para arrepentirse respecto al bien. Numerosos pasajes nos muestran que bajo el régimen de la ley, Dios se arrepiente, sea en bien, sea en mal, según se arrepientan o no los hombres que Él go­bierna. " En un momento yo puedo hablar", dice, "contra una nación o contra un reino, de arrancar, de derribar y de destruir; pero si esa nación contra la que he hablado se vuelve de su maldad, me arrepentiré del mal que pensaba traer sobre ella." (Jeremías 18: 7-8; LBLA). Mas si la nación o reino que Dios quería bendecir pecaba: "pero si hace lo malo ante mis ojos, no obedeciendo mi voz, entonces me arrepentiré del bien con que había prometido bendecirlo." (Jeremías 18:10 - LBLA).

 

Hallamos el mismo principio respecto a Israel. Si Israel se arre­piente y vuelve a Jehová, su Dios, hallará un Dios lleno de gracia y misericordia que "se arrepiente del mal que amenaza traer." (Joel 2: 12-13 VM; compárese con Jeremías 26:13).

 

Tocante a las naciones, la cosa tuvo lugar parcialmente en el caso de Nínive (Jonás 3: 5-10; 4:2), y la historia de Israel nos ofrece tantos y tantos ejemplos de arrepentimiento momentáneo que detiene el juicio de Dios. Mas sea para las naciones, o bien para el pueblo de Dios, un arrepentimiento definitivo no tendrá lugar, sino en el tiem­po futuro bajo la acción de la gracia.

 

Entretanto el caso de Israel tiene un carácter particular. Independientemente de cuál haya sido su maldad y su rebelión, jamás ha sido dicho que Dios se haya arrepentido de haberlo escogido para ser Su pueblo. Sin duda Israel, colocado bajo la prueba de la ley, ha fracasado de forma sedi­ciosa y Dios finalmente lo ha rechazado como pueblo, declarándole: "Lo-ammi" (Oseas 1:9), si bien se ha reservado un remanente según la elección de la gracia (Romanos 11:5). "En cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección de Dios, son amados por causa de los padres; porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables." (Romanos 11: 28, 29 - LBLA).

 

Así Dios puede decir: "Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo." (Romanos 9:25; Oseas 2:23).

 

Cuando Dios empieza por las promesas, se compromete consigo mismo. Es lo que hizo en relación con Abraham, padre del pueblo: "Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo a nadie mayor por quien jurar, juró por Sí mismo, diciendo: En verdad te bendeciré, y en verdad te multiplicaré… Por lo cual, queriendo Dios mostrar más plenamente a los herederos de la promesa lo inmutable de su plan, interpuso juramento." (Hebreos 6: 13-17; BTX).

 

Ahora bien, lo que expresa también, de manera notable, la profecía de Balaam a quien Balac quería inducir a maldecir al pueblo; y es bien cierto que su estado ofrecía bastantes ocasiones para mal­decirlo, mas " Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? … No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel." (Números 23: 19-21); pues en virtud de la obra de Cristo, ¡todas Sus promesas son sin arrepentimiento!

 

Traducido de "Le Messager Evangélique"

 

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1961, No. 52.-

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