Disertaciones acerca del Evangelio
de Mateo
William
Kelly
Obras
Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Mateo 3
Somos trasladados ahora desde el regreso de nuestro Señor a la Tierra
Santa hasta los días en que Juan el Bautista vino insistiendo en la gran y esencial
verdad del arrepentimiento. Y el ministerio de Juan es visto aquí enteramente
en conexión con la relación del Señor con Israel. Es interesante comparar las
diferentes maneras en que los Evangelios presentan al propio Juan, como
ilustración de la forma en que el Espíritu Santo utiliza Su derecho divino para
dar forma y agrupar los materiales de la historia de nuestro Señor de acuerdo
con el objetivo exacto en perspectiva. Un lector casual apenas podría reconocer
que Juan el Bautista en el Evangelio de Juan fuese el Bautista de Mateo. La
manera en que ellos son vistos y los discursos que han sido registrados, toman
su forma del libro particular en que el Espíritu Santo los ha presentado. Esto,
en lugar de ser una imperfección, es parte de ese admirable método en que Dios
imprime el designio que Él tiene en perspectiva y que se adapta al lugar que
cada porción de la Escritura tiene que ocupar. Y qué puede ser de más profundo
interés, o más fortalecedor para la fe que encontrar que los mismos pasajes en
los que la incredulidad identifica como sus supuestas pruebas de la
imperfección de la Escritura (variedades de afirmaciones insuperables para la
mente del hombre), por el contrario, cuando dichos pasajes son vistos como
parte del plan de Dios para encomiar a Su amado Hijo, todos se ordenan en sus
propios lugares en este gran esquema, lo cual es para la gloria de Cristo. Esta
es la verdadera clave para toda la Escritura; y si esa clave es de gran valor
desde Génesis hasta Apocalipsis, no hay lugar, quizás, donde su valor sea tan
conspicuo como en los Evangelios. Al encontrar cuatro relatos diferentes acerca
de nuestro Señor, cada uno de los cuales presenta las cosas de una manera
diferente, el primer pensamiento del corazón del hombre es que cada Evangelio
sucesivo debe añadir o corregir algunos hechos anteriores. Pero tales pensamientos sólo demuestran
que la verdad nunca fue
conocida, o que ha sido olvidada. ¿Se tiene debidamente en cuenta que Dios es
el autor de los Evangelios? Una vez admitida esa sencilla verdad sería
evidentemente blasfemo suponer que Él comete errores. Consideren ustedes la
cosa más insignificante que Dios ha hecho, el insecto más diminuto que el
microscopio puede descubrir en la más pequeña brizna de hierba, — ¿qué es
aquello que no llena el lugar particular para el que Dios lo creó? Yo no niego
que el pecado ha traído toda clase de desarreglos tanto en el mundo natural
como en el moral. Admito que las debilidades del hombre pueden aparecer incluso
en la palabra de Dios: en primer lugar, al no mantener el sagrado depósito
libre de toda corrupción; y luego, al interpretar esa Palabra a través de algún
débil medio propio; y así, de una manera u otra, obstaculizar la luz pura de
Dios revelada.
He hecho
estas pocas observaciones porque es posible que todos los lectores no estén
igualmente familiarizados con la gran verdad de la diferencia de designio en
los Evangelios y, por lo tanto, yo no vacilo en llamar a prestar atención a la
inmensa ayuda que ello proporciona a la comprensión de la Escritura, y
especialmente a la comprensión de sus aparentes discrepancias.
En el
capítulo que tenemos ante nosotros, Juan el Bautista es presentado como
cumpliendo él la profecía de Isaías. Él vino "predicando en el desierto de
Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas".
(Mateo 3: 1-3). En Lucas ustedes encontrarán que la profecía es llevada más
allá. Allí se nos presenta más que las palabras que tenemos aquí. Leemos,
"Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos
torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la salvación de Dios". (Lucas 3:
5, 6). El alcance de Lucas es más amplio. "Todo valle se rellenará",
etcétera. "Y verá toda carne", etcétera. Yo pregunto: ¿Por qué
esa cita es continuada más allá? Ello es muy notable porque normalmente Lucas
no cita mucho del Antiguo Testamento en comparación con Mateo. ¿Cómo es que
Lucas se aparta en este caso particular de su costumbre? El motivo es obvio. Su
tarea era mostrar la gracia de Dios que trae salvación, y que ha aparecido para
todos los hombres. Por lo tanto, el Espíritu Santo lo lleva a valerse de
aquellas palabras que exhiben el alcance universal de la bondad de Dios para con
el hombre.
Pero, hay otra expresión en la
que debo detenerme
un poco, — y ella es, "El reino de los cielos". Todos estamos
familiarizados con ella como una frase usada a menudo en las Escrituras; pero,
posiblemente, no muchos están igualmente familiarizados con su fuerza. De
hecho, la mayoría de los cristianos la entienden muy vagamente. Para muchos ella
transmite la idea de la Iglesia, — a veces la visible y a veces la invisible.
Para otros se supone que ella significa algo equivalente al evangelio, o al
cielo mismo al final. La expresión tiene su origen en el Antiguo Testamento, y ese
es el motivo por el cual ella aparece solamente en Mateo. Como ya hemos visto,
nuestro evangelista escribe teniendo a Israel en perspectiva y, por tanto, se
vale de una frase sugerida por el Antiguo Testamento y tomada de la profecía de
Daniel, la cual habla de los días venideros en que los cielos gobernarán. Antes
de eso (véase Daniel capítulo 2), oímos que el Dios del cielo va a establecer
un reino que nunca será destruido, — el reino de los cielos. Y además, en Daniel
capítulo 7, se nos habla de la venida del Hijo del Hombre y de un reino
universal que es dado a Él. El capítulo 2 de Daniel no nos presenta la persona,
sino la cosa en sí misma: de modo que podría haber habido aún un reino sin la
revelación de la persona en cuyas manos dicho reino estaría. Pero el capítulo 7
del mismo libro completa el círculo y nos muestra que no se trata simplemente
de los cielos gobernando en la distancia, ni de un reino que comienza con
juicio sobre la tierra; sino que, además de eso, hay un Hombre glorioso a quien
Le será confiado el gobierno del cielo.
El Hijo del Hombre no se limitará a destruir lo que se opone a Dios, sino que
introducirá un reino universal.
Juan el Bautista vino anunciando
este reino. Yo no
creo que él era consciente en absoluto de la forma concreta que dicho reino iba
a adoptar primero. Él sencillamente predicó que el reino de los cielos se había
acercado, siendo él mismo el precursor público e inmediato del Pastor de
Israel, con los pensamientos de un judío piadoso, y un testimonio especial de
que el Mesías estaba allí, — que Él estaba a punto de ser manifestado, el cual ejecutaría
juicio sobre el mal, e introduciría el bien con el poder de Dios, y traería la
gloria prometida a los padres; y que todo esto estaba a punto de ser inaugurado
y establecido en la persona de Cristo aquí abajo. Yo creo que este fue el
pensamiento general. Y veremos posteriormente que para el rechazo de Jesús por
parte de los judíos Juan no estaba en absoluto preparado. Esto también fue lo
que condujo a la doble forma adoptada por el reino de los cielos. Si bien la
visión antigua o judía de un reino establecido con poder y gloria como una
soberanía visible sobre la tierra es pospuesta, el rechazo de Jesús en la
tierra y Su ascensión a la diestra de Dios conducen a la introducción del reino
de los cielos en una forma misteriosa; lo cual, de hecho, está sucediendo
ahora. Por lo tanto, ello tiene dos aspectos. El reino de los cielos comenzó cuando
Cristo subió al cielo y ocupó Su lugar como rechazado aquí, pero glorificado
allí.
Esta
es una visión del
reino que no encontramos en el Antiguo Testamento. A ella pertenecen los
misterios del reino de los cielos, que sólo fueron desvelados cuando el Señor
fue manifiestamente rechazado por Israel. Nosotros vemos así en Mateo 11 que Juan
envía a dos de sus discípulos a preguntar si Jesús era realmente el Mesías o si
debían esperar a otro. Poco importa si fue él mismo quien titubeó, o sus discípulos,
o si ambos lo hicieron, — el resultado fue ese. Da la impresión de que se trató
de una pregunta incrédula formulada al Señor. Bien pudo él asombrarse de que
Jesús no libertara a los judíos y trajera la gloria que los patriarcas habían
esperado y que los profetas habían predicho. Es extraño que, en lugar de esto, Su
mensajero estuviera en prisión; ¡siendo Él mismo y Sus discípulos despreciados!
Nuestro Señor se refirió de inmediato a aquellos hechos de poder y gracia que
evidenciaban la presencia de Dios actuando de una manera nueva e introduciendo
un poder evidentemente en gracia, — trayendo pensamientos totalmente nuevos,
por encima de las costumbres o esperanzas del judío más piadoso. De estos
hechos ellos debían informar a Juan. Pero Él va más allá, y dice: "Y
bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí". Esto expresa aparentemente
una reprimenda a Juan, y da a entender que él había más o menos vacilado. Sin
embargo, es hermoso ver cómo de inmediato, después de la partida de los mensajeros,
nuestro Señor reivindica al Bautista ante la multitud. Pero, después de declarar
que Juan era el más bienaventurado entre los nacidos de mujer, Él introduce de pronto
una verdad muy sorprendente, a saber, que por muy grande que fuera Juan, el más
pequeño en el reino de los cielos era mayor que él. Esto no se refiere al reino
viniendo en poder y gloria, porque cuando llegue ese día los santos del Antiguo
y del Nuevo Testamento deben ser todos resucitados o transformados para tener
su parte en él; como se dice de aquellos que están siendo llamados ahora en
cuanto a que ellos se sentarán "con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de
los cielos". (Mateo 8: 11). Entonces, ¿qué quiere decir nuestro Señor? ¿No
se refiere Él a alguna forma de dicho reino de la que Juan no había hablado? ¿Y
cuál era ésta? Él va más allá y dice: "Desde los días de Juan Bautista
hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo
arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). ¡Qué extraordinaria declaración debió haber
parecido ser esta a los que la oyeron en aquel entonces! El Señor está
contrastando el reino de los cielos, en forma pública y manifiesta, con ese
reino como abierto a la fe, — sólo que más bienaventurado al ser conocido más para
la fe que para la vista. Como el Señor dijo después a Tomás: "Porque me
has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron".
(Juan 20: 29). Esto es válido en todo trato con Dios. Abraham fue más bendecido
cuando a pesar de estar en la tierra de Canaán él no la poseía que si toda ella
hubiera sido realmente suya. Él obtuvo un mejor lugar en las sendas de Dios por
el hecho mismo de no tener un centímetro de la tierra en posesión. Lo mismo
ocurrió con David. Su reinado fue moralmente mucho más glorioso que el de
Salomón. Su heredero tenía el lugar del poder; pero David tenía lo que no se
veía, pero estaba más cerca de Dios. Nosotros nunca encontramos que Salomón
entra en lo que era enseñado mediante el arca, mientras que ella fue siempre la
gran atracción para el corazón de David. Salomón se encontró ante el gran altar
que todo el mundo podía ver. El arca estaba dentro del Lugar Santísimo, donde
Dios se sentaba. Ella era el trono de Su majestad en medio de Israel. Hacia
ella se volvió siempre el corazón de David. La bendición de la fe es siempre
mejor que la bendición de la vista aquí abajo, por muy grande que ésta sea.
No ha existido una época en
las sendas de Dios tan bendecida para un alma como las sendas de Dios ahora.
Nacer en el Milenio no es comparable con ella en absoluto. Es cierto que en
aquel entonces todo estará sometido a Cristo, y el corazón podría decir: «¡Ojalá pudiéramos nacer
entonces!» Pero, incluso los
creyentes que se encuentren en ese día en la tierra no sabrán lo que es entrar
dentro del velo, o ser participantes de los padecimientos de Cristo. (1ª Pedro
4: 13). Tampoco conocerán en el sentido pleno el gozo del Espíritu Santo con el
privilegio de ser echados fuera y despreciados por el mundo por causa de
Cristo. De modo que, tanto en lo que se refiere a padecer, el disfrute de aquello
por lo cual Cristo ha pasado en nuestro lugar, como a Su gloria actual en el
cielo, nuestro lugar actual está muy por encima de los privilegios mileniales.
Para los que padecen ahora será lo mejor de las bendiciones celestiales en
aquel entonces. La peculiaridad del momento actual es esta, a saber, que si
bien estamos en la tierra, somos conscientemente habitantes en el cielo. No
somos del mundo, como Cristo no es del mundo. Nuestra vida no pertenece al
mundo; nuestra bendición no brota de él; toda nuestra porción está fuera de
este mundo. Y esto nos es manifestado claramente mientras estamos en el mundo
para elevarnos por encima del mundo. No se trata de ir al desierto, como en el
caso de Juan, — una expresión muy oportuna y hermosa de lo que Dios pensaba acerca
de la ciudad de la santidad, Jerusalén, donde los propios sacerdotes ministraban.
Juan se retira de todo ello. Él está fuera de ella en compasión: el acto mismo
declaró que el desierto es mejor que la ciudad, a pesar de que el templo de
Dios esté en ella. Pero, ¡qué solemne declaración de la ruina, no sólo del
mundo, sino del pueblo favorecido que era el gran vínculo entre Dios y los
hombres en general!
He aquí,
en esta escena de
Mateo 3: 13 y versículos sucesivos, otra cosa totalmente diferente. No se trata
del hombre siendo bendecido, y de la bendición de la tierra llevada a la
bienaventuranza bajo el reinado personal de Cristo, sino que aquí los cielos fueron
abiertos sobre el Señor Jesús. Nunca antes los cielos habían sido abiertos
sobre nadie en la tierra, excepto como señal del juicio de Dios. (Véase Ezequiel
capítulo 1). Pero aquí, en primer lugar, el ojo del Cielo, del Padre que está
en los cielos, se dirige sobre el Amado. Él asume más tarde Su lugar en el
cielo como el Hombre que había padecido por los pecados y había traído la
justicia revelada de Dios.
El reino
de los cielos
comenzó en aquel entonces. Desde el momento en que Jesús sube al cielo hasta
que Él regrese, la perspectiva del Nuevo Testamento acerca del reino de los
cielos continúa; y en ese sentido, el privilegio de la más débil de las almas llevada
al conocimiento de Cristo ahora trasciende cualquier cosa que haya entrado en
el corazón o la mente de los hombres, o incluso de los santos, antes de que el
Señor muriese y resucitase. Ustedes pueden insistir en el andar bienaventurado
de Enoc y en la fe resplandeciente de
Abraham; pero aun así esto sigue siendo cierto, a saber, "Entre los que
nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él".
(Mateo 11: 11). No hay ninguna escapatoria
honesta de la conclusión que se ha sacado de ello. Si las personas argumentan: «¿Es un niño pequeño que
cree en Jesús ahora más santo y justo que los santos bienaventurados de la
antigüedad?» Yo respondo: «Eso es un asunto totalmente
distinto. Él debiese serlo.»
Pero eso no es lo que se dice. El Señor establece que, "el más pequeño en
el reino de los cielos, mayor es que él (refiriéndose a Juan el Bautista)".
En una palabra, no se trata de lo que los hombres son, sino de que Dios está
glorificando a Cristo. Dios está colocando la honra sobre Él, y por eso da
tales privilegios al más pequeño que cree en Él. Desde Su muerte y
resurrección, los adoradores una vez purificados no tienen más conciencia de
los pecados. ¡Piensen ustedes en lo que tal cosa habría sido para un santo del
Antiguo Testamento! Ellos podían esperarlo, pero no podían decir que era un
hecho consumado. Ello habría sido contrario a la santidad de Dios, y una
presunción positiva para el hombre habría sido el hecho de sostener esto hasta
que Cristo viniese y realizara la obra que borró los pecados completamente. [Véase
nota 5].
[Nota 5] En Génesis
7: 1;
Génesis 15: 6, y Salmo 32: 1, 2, 5, etcétera, nosotros vemos que algunos santos
de la antigüedad, como enseñados por Dios, pueden haber anticipado la bendición
más allá de la dispensación en que vivían. [Nota del editor del escrito en
Inglés].
Ahora
bien, es una
presunción no aceptar con confianza lo que Cristo ha hecho; pues Él ha ordenado
que sea predicado el perdón de pecados en Su nombre. Cuando nosotros entramos
en la posición en que somos colocados por la obra de Cristo, no es que sólo
tenemos perdón: sino que somos hechos justicia de Dios en Cristo: es decir, estamos
en la relación de hijos de Dios, y Cristo mismo nos ha dado el derecho de decir
que Su Dios es nuestro Dios, Su Padre es nuestro Padre. Tenemos derecho a saber
que somos uno con Cristo, y que la gloria que Dios ha dado a Su amado Hijo, Él la
comparte con nosotros. Yo digo: La gloria dada; porque, obviamente, está
Su gloria divina esencial en la que nadie puede participar. Dios nunca le dio a
Cristo ser Dios. La deidad era Su derecho propio desde toda la eternidad. La
Deidad no podía ser dada a Él. Pero Cristo se hizo hombre, y como hombre era el
Hijo de Dios; y no lo era simplemente como Dios. Él era el Hijo de Dios nacido
en este mundo, y como tal ha sido levantado de entre los muertos; en virtud de
lo cual nos lleva al mismo lugar ante Dios que Él mismo ha adquirido. Él nos ha
libertado por completo del lugar en el cual Él entró en nuestro lugar,
soportando la ira y el juicio de Dios. Él nos lleva al lugar al que no sólo Él
mismo tiene derecho, sino que ha adquirido un derecho para nosotros.
Pero Juan no tenía ninguna
concepción de un alcance tal de bendición. Los judíos consideraban el reino como
el estado cuando Israel sería bendecido por Dios como nación; e incluso
aquellos que pueden haber comprendido más plenamente seguían esperando que todo
el poder del reino fuera introducido, totalmente independiente de cualquier
cosa de parte de ellos. Pero, "El reino de los cielos es tomado a viva
fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). El Señor
muestra que ahora se necesita una acción de fe; es decir, que el reino de los
cielos presentado aquí exige la ruptura de los vínculos naturales y la renuncia
a las asociaciones anteriores. En el sentido de poder y gloria introducidos por
un Mesías personal sobre la tierra, Juan ya había insistido sobre las
conciencias que ello no era algo de mera ordenanza o privilegio por nacimiento.
— es decir, que Dios no se satisfaría excepto con realidades morales. Y permitan que yo diga que es algo muy solemne pretender
privilegios de la gracia para aquello que es contrario a la naturaleza de Dios.
No estoy hablando ahora del perdido encontrado por la gracia, a quien Dios le
da una nueva vida hecha por Él. Pero, el resultado de que un alma reciba vida
en la persona de Cristo es que son producidos sentimientos, pensamientos, criterios
y modos de obrar aceptables para Dios y afines a Su naturaleza. Si una persona
es un hijo de Dios, él es como su Padre; tiene una naturaleza adecuada a Dios,
una vida a la que le disgusta el pecado y que seguramente se duele por lo que
es inicuo en los demás, pero más particularmente en él mismo. Muchos hombres
malos son fuertes contra el mal en los demás, pero son débiles donde el mal
podría tocarlos a ellos mismos. Pero, un cristiano siempre empieza juzgándose a
sí mismo. Ese es el motivo por el cual ahora que debía haber una preparación
moral para el Mesías, Juan predica: "Arrepentíos". El arrepentimiento
es el juicio moral del alma de sí misma bajo la mirada de Dios; la aceptación
por parte del alma del juicio de Él acerca de su estado ante Él, y la sumisión
a ello. Juan les ordena arrepentirse porque el reino de los cielos se había
acercado. "Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando
dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad
sus sendas". (Mateo 3: 2, 3). Esto implicaba claramente dos cosas, — a
saber, que él era sólo una voz que no pretendía nada, y que la obra sería
realizada por otro. Sólo que la voz era de su parte; pero el Otro, cuyo camino él
estaba preparando, era el Señor, Jehová mismo. "Preparad camino a Jehová".
(Isaías 40: 3).
Después tenemos el relato acerca
de Juan el
Bautista mismo. "Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un
cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel
silvestre", — todo ello perfectamente adecuado a este llamado al
arrepentimiento. La gracia no es introducida aún; pues esto pertenece al reino
de los cielos, cuando ella sea introducida plenamente. Pero Juan no lo sabía
así. Él sabía que venía el Mesías, un Mesías que introduciría el poder de Dios
y libertaría a su pueblo. Pero el extenso despliegue de la gracia, la poderosa
victoria que un Mesías sufriente lograría para el alma, y la forma en que Dios
sería magnificado sobre todo por quitar de en medio el pecado mediante la
muerte de Su Hijo, eran pensamientos que debían esperar otra temporada, — no
para ser más o menos manifestados, sino para un entendimiento adecuado. El arca
del Señor debe detenerse primero en las aguas del Jordán. Ni un pie puede pasar
indemne por aquella vía hasta que el arca haya entrado. Por lo tanto, de manera
muy apropiada Juan no saca a relucir la plenitud de la gracia divina, sino el
llamado moral al arrepentimiento.
consecuentemente, Juan es encontrado
fuera de la
religión del hombre, así como fuera de la profanidad de ella. Él no estaba en
Roma, pero también estaba lejos de Jerusalén; y esto, en el predicho mensajero
de Jehová, fue una característica muy solemne. Leemos, "Y salía a él
Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran
bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de
los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mateo 3: 5-7). Hay
aquí una parte de esa verdad que es sumamente sorprendente cuando reflexionamos
acerca de ella. Los fariseos eran, religiosamente, los más influyentes en
Israel. Los saduceos eran la clase menos rígida, secular y autoindulgente; pero
los fariseos eran los que se mantenían muy firmes en lo que ellos consideraban
ser la verdad. Sin embargo, cuando Juan ve que ambos acuden a su bautismo, dice,
"¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento", — frutos de carácter afín.
Juan sostiene que el día de los ceremoniales, o de los derechos de nacimiento,
había pasado completamente. El fariseo podía descansar en su religión; el
saduceo, en el hecho de ser un hijo de Abraham. El deseo de escapar de la ira y
de tener parte en el reino podía no ser más que la naturaleza. Las almas humilladas
son aptas para el reino. La descendencia de los padres, la ley, incluso las
promesas, pueden convertirse en un derecho contra Dios, lo cual Él no lo permitirá,
y Él de las piedras puede levantar hijos a Abraham. Pero debe haber, si ellos quieren
acercarse a Dios, modos de obrar de una naturaleza moralmente adecuada a Dios. "Haced,
pues", Él dice, "frutos dignos de arrepentimiento". Él no está
explicando aquí de qué manera ha de salvarse un pecador, o de qué forma Dios perdona
pecados; sino que si las personas adoptan la posición de tener que ver con
Dios, debe haber lo que conviene a Su presencia. Así dice el apóstol a los Hebreos,
"Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor".
(Hebreos 12: 14). Él no está hablando de lo que es atribuido, sino de la
santidad como algo práctico. Esto está escrito para cristianos y el Espíritu
Santo no duda en insistir en ello. Es tan fuerte la tendencia a la reacción en
la naturaleza humana que los mismos judíos bautizados, que habían estado
abogando por la ley, podían caer en el extremo opuesto y pensar que el pecado
es compatible con la salvación que Dios da por medio de la gracia. Pero Dios
nunca permite que Su naturaleza pueda coexistir con la iniquidad aprobada.
Entonces,
aquí se trató evidentemente
de una severa reprimenda para los dirigentes judíos. Pero, más que eso, Juan
añade: "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles",
es decir, el juicio se acercaba (versículo 10), — "por tanto, todo árbol
que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la verdad os bautizo
en agua para arrepentimiento", — y él no va más allá de esto. El perdón de
pecados del que él habla parece haber sido más un asunto acerca del gobierno de
Dios que de esa completa eliminación del pecado que fue el fruto de la gracia
cuando la obra de expiación fue llevada a cabo. Pero aun así, ello fue en la
perspectiva del advenimiento del Mesías.
"Yo a la verdad os bautizo en agua
para
arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de
llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego".
(Mateo 3: 11). Él junta aquí las dos
grandes características de la primera y de la segunda venida de Cristo. Él no
sabía pero ambas seguirían juntas. Todo lo que podía estar entre las dos estaba
oculto a sus ojos. Las Escrituras del Antiguo Testamento presentaban el primer
y el segundo advenimiento del Mesías, pero no de tal manera que comunicasen el
pensamiento de dos épocas distintas. Incluso después de la muerte y
resurrección del Señor los discípulos no entendieron esto. Así que Juan une
estas dos cosas, — a saber, el bautismo en el Espíritu Santo y el bautismo en
fuego. Nosotros sabemos que el bautismo en el Espíritu Santo es el poder de la
bendición de Dios en el reino de los cielos tal como dicho reino es ahora. El
bautismo en fuego es el que acompañará al reino de los cielos tal como el reino
será cuando Cristo venga de nuevo. No hay tal cosa en la palabra de Dios como
el bautismo en fuego para designar lo que tuvo lugar en Pentecostés. Bautismo en
fuego es la aplicación del juicio de Dios al tratar con los hombres; mientras
que el día de Pentecostés se trató del derramamiento de la gracia de Dios, y la
dación del Espíritu Santo para que habite en los santos de Dios, lo cual se
refería al poder del Espíritu Santo saliendo para dar un testimonio tal que no
soportaría ni una sola cosa mala en el corazón de los hombres, incluso mientras
ello mostraba la gracia de Dios. Esto es el cristianismo, — el perfecto amor de
Dios mostrado a un hombre que no tiene ningún derecho a él: ¡toda su maldad
condenada por la gracia de Dios en la muerte de Cristo! Y así es como el hombre
es hecho honesto a los ojos de Dios y de los hombres. Él puede permitirse ser
inocente consigo mismo porque sabe que Dios nada le imputa. Cuando nosotros leemos
en el día de Pentecostés acerca de las lenguas de fuegos siendo repartidas, ello
fue para mostrar la salida del testimonio de Dios tanto a gentiles como a
judíos. Pero, cuando Mateo capítulo 3 habla acerca de nuestro Señor bautizando en
fuego, la alusión no es a estas lenguas de fuego en Pentecostés sino a la
ejecución del justo juicio cuando Cristo regrese. Esto aparece aún más
claramente en lo que sigue a continuación donde leemos, "Su aventador está
en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la
paja en fuego que nunca se apagará". (Versículo 12). No se trata en absoluto
de lo
que Él hace al salvar un alma sino todo lo contrario. Ello se refiere al
momento en que, habiendo los hombres rechazado el evangelio, no queda más que
el derramamiento de la venganza sobre ellos.
"Entonces Jesús vino de Galilea
a Juan al
Jordán, para ser bautizado por él". (Versículo 13). ¡Qué conjunto de prodigios!
Jesús viniendo a ser bautizado por Juan, el cual estaba predicando públicamente
el arrepentimiento y el perdón de pecados. ¿Qué pudo llevar al Señor Jesús allí
porque Él nunca confesó pecados, y no tuvo ninguno que confesar? Él desafía
incluso a Sus enemigos a que Le redarguyan de pecado. (Juan 8: 46). Un hombre
sin pecado, — sin la menor partícula de ego en cualquier forma o grado, — el
más humilde y el más bendito de los hombres, Aquel que todo lo juzgaba según
Dios; ¡y sin embargo viene para ser bautizado! Juan lo sintió de inmediato, — ¡Jesús
viniendo a ser bautizado por él! Para ser bautizado resuelta y terminantemente,
pero, sobre todo, por aquel cuyo bautismo ¡era el bautismo de arrepentimiento!
¿Cuál es la explicación de esto? Es la gracia, — la fuente y el canal de
todo en Jesús. No fue el juicio de Dios lo que Lo puso allí; no fue ninguna
necesidad en Sí mismo lo que Lo llevó allí; nada que Él tuviera que reconocer o
confesar; sino que fue la gracia. Pues,
¿sobre quiénes en Israel se posaban los ojos de Dios con compasión? Sobre los
que confesaban sus pecados. Sobre ellos Él siempre posa Su mirada. Porque la
siguiente mejor opción para no ser un pecador en absoluto es confesar nuestros
pecados. Nosotros encontramos que éste es el primer gran movimiento producido
por el Espíritu Santo en el alma de un pecador, — a saber, el sentimiento de su
verdadero lugar ante los ojos de Dios. Aquí estaba aquel Bendito; y aunque de
manera natural ninguna cosa podía reclamar Su presencia, sin embargo, la gracia
Lo llevó allí. Y cuando Juan trató ¿fervientemente de impedírselo diciendo:
"Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" ¡qué gracia y
verdad bienaventuradas revela la respuesta de nuestro Señor! "Deja ahora,
porque así conviene que cumplamos toda justicia". Es toda justicia
lo que iba a cumplirse ahora, y no meramente el cumplimiento de la ley. Ahora
era la justicia de reconocer el verdadero estado en que se encontraba incluso
la mejor parte de Israel. Porque si hubo alguno en Israel que mostró un
sentimiento por Dios fueron aquellos que eran bautizados por Juan, — los que se
arrepintieron en la perspectiva del reino de los cielos. Ellos deseaban las
promesas de Dios y querían estar preparados para el Rey. Y el corazón del Señor
estuvo allí de inmediato; las compasiones de Su alma estuvieron con aquellos
que se humillaron en el sentido del pecado personal ante Dios. [Véase nota 6].
[Nota 6]. Podemos decir que el Señor,
al ser
bautizado en el Jordán, se estaba identificando con los de corazón sincero de
Israel que venían confesando sus pecados. La gracia lo llevó a Él adonde el
pecado los había llevado a ellos, y a todos nosotros. El Buen Pastor "entra
por la puerta" (Juan 10: 2) y asume Su lugar con las ovejas que Él había
venido a salvar mediante el sacrificio de Sí mismo. Su bautismo señaló esto.
[Nota del editor del escrito en Inglés].
El mismo principio es aplicable
a nosotros en la medida
en que el Espíritu de Cristo no sea contristado en nuestras almas. Incluso, si
se trata de reconocer algo al hombre, ¿quién es la persona a la que más ustedes
pueden abrir su corazón? El hombre espiritual, — el que anda muy por encima del
pecado, — pues de él es el pecho al que ustedes pueden descubrir sus pecados
más plenamente que a otro. "Si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros
que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre".
(Gálatas 6: 1). Fue precisamente la perfección de la santidad de Cristo lo que Le
permitió actuar así: otra persona podría haber temido las apariencias. Si
Cristo hubiera sido simplemente inocente en lugar de santo, pregunto, ¿Le habríamos
encontrado allí? No, nunca. Santidad implica poder divino contra el pecado; la
inocencia es meramente la ausencia de pecado. Encontramos así a nuestro Señor
en la plena conciencia de Su propia santidad perfecta viniendo al bautismo de
Juan, y asumiendo Su lugar con aquellos en Israel que estaban dispuestos hacia
Dios.
"Y Jesús, después que fue bautizado,
subió
luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de
Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos,
que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". (Mateo 3: 16, 17). ¿Acaso no parece que este maravilloso
testimonio de Dios Padre fue la consecuencia de que Cristo cumplió toda
justicia en las aguas del Jordán? Se trató de la respuesta de Dios al lugar que
Cristo, en Su gracia, había asumido. Fue Dios, guardador de la gloria de Su
Hijo quien no permitió que ni una sospecha recayera sobre este acto tan hermoso
y humilde. Y por lo tanto, para que la gracia plena de ello no dejase de ser
sentida, ¡qué rápido se apresura Dios Padre a decir: ¡"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia"!
«No pienses que
Él tiene pecado. Pero si tú estás allí, Él está contigo»: si las ovejas
están en las aguas, el propio pastor debe entrar también en ellas. El Padre
reivindica enseguida a Su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". No es que él se haya complacido simplemente con ese acto,
sino que ello es la expresión retrospectiva de la complacencia de Dios. Ella refuta
todo lo que la pobre mente del hombre podía haber, — y que en realidad ha deducido
de esta operación. Siempre es así en la palabra de Dios. Si hay, por así
decirlo, una puerta cerrada, la llave está siempre al costado de ella. Si hay
un corazón que cuenta con Dios y conoce la perfección de Su carácter, y es guardador
de la honra de Su amado Hijo, Dios está siempre con él. El hombre ha intentado
aprovecharse de la gracia del Señor visto asumiendo así Su lugar con los
piadosos de Israel, para rebajar Su persona y Su posición incluso en relación
con Dios mismo. Pero, cuando nosotros leemos con espíritus afligidos, ¿qué es
lo que oímos? "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia".
Encontraremos más adelante la importancia de esto en relación con lo que sigue;
pero dejo el tema por el momento. No hay nada en todo el ámbito de la palabra
de Dios que esté tan lleno de bendiciones para el creyente como la persona de
Cristo y Sus modos de obrar; pero ello requiere una gran vigilancia sobre el yo,
y la guía especial del Espíritu Santo; pues, "Para estas cosas, ¿quién es
suficiente?"
William
Kelly
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2021.-
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
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