Disertaciones acerca del Evangelio
de Mateo
William
Kelly
Obras
Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Mateo 4
Hay dos cosas que podemos mencionar antes de que nuestro Señor es
tentado por el diablo. La primera es que Él es reconocido enfáticamente como el
Hijo de Dios por Su Padre; en segundo lugar, que Él es ungido como hombre por
el Espíritu Santo. Ahora bien, algo similar ocurre con el creyente, — pero de
manera inferior, obviamente. Aun así, el creyente es reconocido como un hijo de
Dios y el Espíritu de Dios Le es dado antes de que él, como tal, sea el objeto de
las tentaciones del enemigo. Y esta es una diferencia importante a tener en
cuenta. Estrictamente hablando, la relación que el pecador tiene con el enemigo
no es en el carácter de un individuo a ser tentado. Él es un cautivo; él es conducido
por el diablo a su voluntad. Esto es algo muy diferente de la tentación; porque
supone a una persona completamente bajo el poder de Satanás. Nosotros somos tentados cuando estamos fuera del
poder del enemigo y debido a que somos hijos de Dios. Ustedes ven así que todos
los hombres tienen que ver con Satanás de un modo u otro. La masa de la
humanidad está compuesta por sus esclavos; pero los libertados por el poder de
Dios, los que por gracia son hijos de Dios, se convierten en los objetos de su
ataque a manera de tentación. No es tanto su poder lo que los tales tienen que
temer; porque cuando el alma ha recibido a Jesús el poder de Satanás es
realmente nulo; está completamente roto para el creyente. Y por eso se nos
advierte más bien contra sus asechanzas. En ciertos casos puede haber el padecimiento
de sus dardos de fuego; pero incluso esto no es su poder, poder que no es nada
para el creyente mientras él fija su vista en Cristo; él sólo tiene que
resistir, y el diablo huirá de él. Si Satanás tuviera realmente poder es evidente
que él no huiría. Pero, él ha perdido dicho poder en cuanto al alma que ha
recibido a Cristo. Pero, además, si bien para la fe el poder de Satanás es una
cosa destruida en la cruz de Jesús, sus asechanzas son un asunto muy serio y nosotros
no debiésemos ignorar sus maquinaciones. Ahora bien, Dios se ha complacido en presentarnos
su manera en que él trata con nuestro bendito Señor. Que esto está destinado para
nuestro uso, y que es el gran modelo y
principio de las tentaciones de Satanás en cualquier momento, es evidente por
muchas consideraciones obvias y poderosas.
Además, sabemos, de la lectura del Evangelio de Lucas, que en el caso de
nuestro Señor hubo una tentación muy prolongada de Satanás, de la que no
tenemos detalles. Sólo se nos dice que Jesús fue tentado por el diablo durante
cuarenta días. Pero las grandes tentaciones que el Espíritu Santo se ha
complacido en registrar para nosotros son las que tuvieron lugar al final de
los cuarenta días. ¿Acaso no podemos deducir de ello que en la tentación de
nuestro Señor hubo dos partes: en primer lugar, la que no es común al hombre pero
peculiar a nuestro Señor? Pues nosotros no estamos sujetos a circunstancias
como la de ser conducidos al desierto durante cuarenta días. Pero, en segundo
lugar, nosotros estamos expuestos a las que nos son presentadas al final. El
Señor parece tender un velo sobre la primera, y revela cuidadosamente aquello
en que, en cuanto a principio, todo hijo de Dios puede ser tentado en algún
momento u otro. Veremos que estas tres tentaciones, presentadas por Mateo y
Lucas en un orden diferente, nos presentan una percepción sorprendente de los modos
de obrar de Satanás cuando ataca así a los hijos de Dios. Pero, es sobremanera
dulce ver que antes de que se le permita a Satanás tentar del todo, la bienaventuranza
del reconocimiento del Hijo por parte del Padre es sacada a relucir muy
plenamente. Y, en efecto, es algo parecido lo que hace que cualquiera sea detestable
para el odio de Satanás. El enemigo sabe muy bien cuando Dios convierte y
vivifica a un alma hasta entonces muerta en delitos y pecados; y enseguida se
prepara con sus tentaciones. No es necesario que las tentaciones vengan en el
mismo orden de las de nuestro Señor, obviamente; pero ellas parecen ser, más o
menos, de un carácter similar a las reveladas aquí.
Es evidente que la primera tentación surgió de las circunstancias reales
de nuestro Señor. Él había estado todo ese tiempo en el desierto sin comida, y
al final de los cuarenta días Él tuvo hambre. Cuando Moisés estuvo sin comida
en el monte durante el mismo tiempo, él estuvo con Dios y fue mantenido
milagrosamente. Pero lo maravilloso aquí es que el tiempo trascurrió con el
enemigo. Nadie había estado así jamás, ni lo volverá a estar. Estar todo ese
tiempo en presencia de Satanás, dependiendo de Dios, fue la mayor honra moral,
aunque fue la prueba más severa por la que el hombre había pasado jamás. En
todo momento el Señor es visto como Hijo del Hombre, aunque también como Hijo
de Dios.
La nota introductoria nos muestra que la tentación continuó durante todo
el tiempo que nuestro Señor estuvo en el desierto. Leemos, "Entonces Jesús
fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y
después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a
él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí
que estas piedras se conviertan en pan". Con independencia de cuál pueda ser
el objetivo de Satanás, ésta es una parte principal de su táctica, — él insinúa
una duda, una duda acerca de nuestra propia relación con Dios. Él dice, "Si eres Hijo de Dios". Ahora bien, escudriñen
ustedes la palabra de Dios como puedan y nunca encontrarán a Su Espíritu llevando
un alma a dudar. Nada puede haber más opuesto a Su modo de obrar que aprobar la
desconfianza en Dios. Y ello muestra la extrema sutileza de Satanás que en
realidad ha hecho que los propios hijos de Dios sean sus instrumentos, no sólo
permitiendo dudas en ellos mismos, sino ayudando a suscitarlas en otros, a
menudo con el pretexto erróneo de que no confiar en Dios ¡es una indicación de
humildad, y de un deseo de ser humilde! Pero la fe dice: "
Así que vivimos confiados siempre". (2ª
Corintios 5: 6). No es que debamos esquivar examinarnos a nosotros mismos, ya
que en la Escritura encontramos que se insiste en ello. Así, en 1ª Corintios
11, los creyentes son evidentemente
exhortados a examinarse a sí mismos, pero no con alguna idea en cuanto a
producir dudas. Por el contrario, "Examínese a sí mismo cada uno, y así
coma" (1ª Corintios 11: 28 – VM); porque el asunto era acerca de la Cena
del Señor. Con la fuerza de Su gracia, el creyente debe examinarse a sí mismo al
pensar en ir a la mesa del Señor. No se trata de si acaso él debe ir o si debe
permanecer alejado: no encontramos esto en la Escritura. Por otra parte, yo tampoco
encuentro que por ser yo un cristiano no importa el estado en que me puedo
encontrar espiritualmente. Pero, un hombre debe examinarse a sí mismo, y así
comer. Él está seguro de que encontrará aquello que requiere humillación. Es
importante que un alma se acerque a Dios, y que Su luz se proyecte sobre todo
lo que hay allí. Esto dará motivo para que uno mismo se humille, y no para que
uno mismo se mantenga alejado. Esto es lo que el Espíritu de Dios establece
como regla general para la Cena del Señor. Obviamente, yo no estoy hablando
ahora de casos de pecado público donde se requiere la vindicación de la gloria
del Señor. Estos pecados suponen que un hombre practica el pecado y no se
examina a sí mismo. Pero yo estoy hablando ahora del andar del hijo de Dios, y
lo que leemos allí es una cuidadosa indagación en cuanto a lo que él encuentra
dentro de sí mismo; pero que él "así coma".
"Si eres Hijo de Dios". Nuestro Señor no lo parecía. No
había nada exteriormente que llevara la demostración de ello. Si hubiera sido
así, no habría quedado espacio para la fe en absoluto. Satanás se aprovecha de
la humildad de nuestro Señor en el lugar que Él asumió como hombre. Y, en
efecto, nada podría ser más excepcional que el hecho de que Él fuera hallado en
el desierto y, como leemos en Marcos, con las fieras. Si realmente Él era el
Hijo de Dios, Hacedor del cielo y de la tierra, ¡qué lugar era aquel para estar
en él, y llevado por el Espíritu después de que el Padre había hablado desde el
cielo y Lo había reconocido como Su Hijo amado! Pero así fue. Y así es ahora,
en un sentido inferior, con respecto a los hijos de Dios. Pues sin importar cuán
bendecidos sean ellos por Dios, o cuán
verdaderamente reconocidos como Sus hijos, y que tengan Su Espíritu morando en
ellos, ellos también, en su medida, tienen su desierto. Orando al Padre el
Señor dijo, "Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo".
(Juan 17: 18). No a un lugar agradable donde no hay espacio para la prueba,
sino todo lo contrario. Debido a que nosotros pertenecemos a Dios y al cielo, debido
a que tenemos el Espíritu Santo sellándonos hasta el día de la redención, nosotros
tenemos que encontrarnos con Satanás, pero con la certeza de que su poder está roto,
y que sus asechanzas es lo que tenemos que resistir. Este hecho de cuestionar la
relación de Cristo con Dios muestra cuán verdaderamente Satanás estaba en
acción. Pero el Señor no lo declara como Satanás hasta que la abierta rebelión
es manifestada contra Dios. Cuando se trata de mera sutileza, Él no lo llama
Satanás. Hay dos formas en que el enemigo es descrito en las Escrituras. Él es llamado
Satanás y diablo. Este último es el término que implica su carácter acusador y
sus asechanzas; el primero se refiere a su poder como adversario.
Nosotros debemos esperar, incluso cuando sospechamos que es el poder del
mal el que actúa, antes de declararlo absolutamente como mal. Porque si existe
el hecho de que el diablo tienta, Dios también pone a prueba a un alma, y esto
puede ser muy agudo. Además, incluso Dios mismo no actúa hasta que una cosa es
manifiesta. Él muestra una paciencia maravillosa muy contraria a la prisa del
hombre. Él desciende para ver si el mal es tan grande, como en el caso de Adán,
sí, y el de Sodoma y Gomorra. Pero siempre es cierto que, con independencia de
lo que Dios es en otras cosas, por muy rápido que Él es para oír el clamor de
los Suyos en dolor, Él es sobremanera lento para juzgar; y no hay nada que
caracterice más el hecho de conocer a Cristo de manera práctica, y el resultado
de esto en nuestras propias almas, que cuando lo mismo se hace realidad en
nosotros. Prisa por juzgar es el modo de obrar del hombre en proporción a su carencia
de gracia; y la paciencia no es un asunto de conocimiento sino de amor que persevera
sobre otra persona, sin querer pronunciarse hasta que toda esperanza desaparece.
La rebelión en la carne, que parecía tan amenazante podría resultar estar,
después de todo, sólo en la superficie, y no profundamente arraigada. Así que
aquí vemos la paciencia incluso en el trato de nuestro Señor con el adversario.
Es solamente cuando él manifiesta plenamente lo que él es, — sólo cuando exige
la adoración debida sólo a Dios,— que nuestro Señor dice: "Vete, Satanás".
Entonces el adversario huye al instante. Pero, el Señor le permite primero darse
a conocer por completo. Esto es divinamente sabio. Porque, aunque el Señor
sabía todo el tiempo que él era Satanás, ¿qué modelo sería esto para nosotros?
El Señor es aquí el hombre bienaventurado en presencia de Satanás, mostrándonos
la manera en que tenemos que comportarnos en las tentaciones que llegan sobre
nosotros como santos de Dios.
Y permitan que
yo diga otra palabra con respecto a la tentación. En el sentido que le damos
aquí, ella es completamente desde afuera. Nuestro Señor nunca supo lo que era
ser tentado desde dentro. Él "fue tentado en todo según nuestra semejanza".
Pero el Espíritu Santo matiza esto añadiendo: "pero sin pecado".
(Hebreos 4: 15). [Véase nota 7].
[Nota
7]. La traducción
exacta de la expresión griega es: "El cual fue en todas las cosas tentado
de igual manera, apartado del pecado". [Nota del editor del escrito en
Inglés].
No es que simplemente Él no cedió al pecado,
sino que nunca tuvo el principio de él, — nunca hubo el más mínimo movimiento
de un pensamiento o de un deseo contrario a Dios. Él nunca conoció pecado.
(2ª Corintios 5: 21). Es en esto en lo que nos diferenciamos tanto de Él. A
veces tenemos motivos para una profunda humillación debido a que además de
tener que ver con el diablo desde fuera, nosotros tenemos una mala naturaleza en
nuestro interior, — a saber, lo que la Escritura llama "la carne", es
decir, el yo, el cual es la fuente de insubordinación y de enemistad contra
Dios. El yo es la fuente de los deseos carentes de amor, voluntariosos e impíos
en nosotros, que nunca busca la voluntad de Dios de manera natural, excepto
sólo en un espíritu de temor; nunca la busca como aquello que es amado, — nunca
la hacemos hasta que nacemos de Dios. Incluso después, el mismo principio inicuo
todavía está allí; pero tenemos una nueva vida implantada por Dios en nuestras
almas, la cual se deleita en Su voluntad.
Pero, aunque las tentaciones de nuestro Señor
que tenemos aquí vinieron desde el exterior, aun así Satanás las adaptó a las
circunstancias en las que nuestro Señor se encontraba en aquel entonces. Él había
estado cuarenta días sin comer y la primera palabra del tentador fue: "Si
eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y
dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios". ( Mateo 4: 3, 4).
Nuestro Señor menciona el libro de Deuteronomio, aludiendo al maná, el alimento
diario de Israel que implicaba la dependencia de Dios y mostraba que Israel no
necesitaba que los recursos del mundo los sustentaran. Ellos no necesitaron que
algún país rico los abasteciera con su abundante cosecha; tampoco dependieron
del oro y la plata. Israel, antes de tener una tierra que cultivar y los medios
para cosechar de ella, fue enseñado a solas con Dios. En el desierto, adonde Él
los había sacado como a Su hijo primogénito, Él los pone a prueba; y la manera
de hacerlo fue con respecto a si acaso ellos estaban satisfechos con Dios y con
el alimento que Dios les proporcionaba día a día. Lamentablemente, ¡ellos no lo
estaban!
Aquí la escena cambia por completo. Se trata
de un hombre en el desierto; y Satanás está allí, — no Dios. En espíritu,
Él siempre habitó con Su Padre; pues incluso cuando estaba en la tierra Él era
"el Hijo del Hombre, que está en el cielo". (Juan 3: 13). Él combinó así
dos cosas en Su propia persona. Día a día era el hombre que dependía de Dios
para todo. Y ésta fue la primera gran tentación del diablo, — a saber, la
apelación a Sus necesidades naturales terrenales. Tener hambre no fue pecado;
pero habría sido pecado desconfiar de Dios a causa del lugar desierto. ¿Acaso no
sabía Dios que allí no había pan?, ¿y no era Su Espíritu el que Le había llevado
allí? ¿Le había dicho Dios que abandonara el desierto, o que convirtiera las
piedras en pan? Él no usaría Su propio poder de manera independiente de la palabra
de Dios. Y el distintivo constante del modo de obrar del Espíritu Santo en los
hijos de Dios es que ellos no usan el poder milagroso para sí mismos o para sus
amigos. Si lo consideramos en el Nuevo Testamento encontramos a Pablo haciendo
milagros y usando el poder de Dios para sanar a los enfermos de alrededor. Pero,
¿lo utilizó él alguna vez para su propio círculo? Por el contrario, Pablo deja
a Trófimo enfermo en Mileto y muestra en torno a él toda la ansiedad de quien
podría no haber tenido nunca poder para sanar el cuerpo. Cuando Epafrodito estuvo
enfermo vemos el ejercicio de una fe que sabía que la voluntad de Dios, consintiendo
a ella, valía más que mil milagros. Los milagros no tenían en sí mismos el
carácter elevado de ejercitar el alma en dependencia de Dios. Obedecer a Dios,
someterse a Él, tener confianza en Él, es aquello de lo cual el hombre natural
es incapaz. El poder por sí solo nunca llega tan alto. Por lo tanto, en el caso
de nuestro Señor mismo nunca encontramos que Él pone Sus obras de poder en un
nivel junto con la obediencia. No, Es más, incluso Él habla de Sus discípulos
como aquellos que deberían hacer obras más grandes que las que Él mismo había
hecho. Pero, la obediencia fue lo que caracterizó a Cristo: y esto nunca fue hallado
en un simple hijo de Adán.
Aquí, frente a Satanás, nuestro Señor
encuentra Su fortaleza; y ello no es en hacer milagros, ni en ninguna provisión
que pudiera haber hecho para Sí mismo, sino en la palabra de Dios. El hambre
podía tener necesidades legítimas pero aquí estaba Él, probado por Satanás, y él
no saldrá de la prueba hasta que ella termine; no cambiará Sus circunstancias
ni moverá un dedo por Sí mismo: Él espera en Dios. "No sólo de pan vivirá
el hombre", Él responde, "sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios". La palabra de Dios le había
llevado allí pues el Espíritu Santo actúa por medio de la Palabra, y él no saldría
del desierto hasta que la palabra de Dios Le llevara fuera. Esto desechó completamente
las tentaciones de Satanás. Pero aún más: ello sacó a relucir el verdadero
secreto de vivir día a día en dependencia de Dios, pues el alimento de la nueva
vida es la palabra de Dios. De qué inmensa importancia es la Palabra escrita y
el hecho de tenerla como nuestro pan hogareño de cada día; y no meramente
leerla como una tarea o un deber formal, sino como ella lo es en realidad, ¡como
la provisión divinamente adecuada para el hijo de Dios! Es bueno que todos la
estudien porque es, en todo sentido, para el bien del alma leerla día a día
inteligentemente, de corazón, como quien la recibe de Dios mismo. Y Dios no da
lo que el corazón del hombre no puede asimilar, sino lo que es adaptado a
nuestras necesidades diarias, "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios".
Esta es, entonces, la respuesta de nuestro
Señor a la primera tentación. ¿Por qué iba Él a convertir las piedras en pan? Su
Padre no Le había dicho que lo hiciera; Él dependió de la palabra de Dios. Así
debería ser siempre con respecto a nosotros. Cuando no tenemos una expresión
clara del pensamiento de Dios, nuestro lugar es esperar hasta que la tengamos.
Algunas veces el hecho de que no conozcamos el pensamiento de Dios puede
mostrar nuestra debilidad, y esto es desagradable para nosotros. A la inquietud
le agradaría ir a alguna parte, o hacer algo, pero esto no es fe. La fe es
demostrada en esperar que Dios manifieste Su voluntad.
La siguiente tentación no fue personal sino
que estuvo relacionada con la religión, así como la primera lo había estado con
respecto a las necesidades corporales. Encontraremos que el orden es diferente
en Lucas. Pero aquí, en la segunda tentación mencionada, está lo que yo puedo
llamar la tentación religiosa. El Señor había dicho que el hombre debería vivir
"de toda palabra que sale de la boca de
Dios". Luego el diablo Lo lleva a la ciudad santa, Lo sitúa sobre el pináculo
del templo y fundamenta su tentación en ese punto mismo de la respuesta de
nuestro Señor, a saber, la palabra de Dios. El diablo dice, por así decirlo, «Aquí
hay una palabra de Dios para ti: "A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En
sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra"».
Muy cierto. Era la palabra de Dios, y evidentemente hablaba del Mesías. Pero, ¿para
qué la estaba usando Satanás? Él dice: "Si eres Hijo de Dios, échate
abajo; porque escrito está:" etcétera. Esto era hacer un movimiento sin
Dios, — era hacer algo por iniciativa propia. La Escritura no decía: «Échate
abajo, porque Dios ha mandado a Sus ángeles acerca de ti, para que no tropiece
tu pie en piedra.» El Señor no se
apartaría de la Escritura porque Satanás la había utilizado mal. Él nos muestra
de la manera más instructiva que nosotros no debemos ser movidos de nuestro
baluarte porque ella pueda ser vuelta contra nosotros. Nuestro Señor no entra
en amables distinciones, ni analiza lo que Satanás había dicho, sino que Él nos
ha presentado aquello que debiese ser, si se me permite decirlo, el modo
estándar de lidiar para todo hombre cristiano. Existen quienes podrían tener
discernimiento espiritual para ver que Satanás estuviese pervirtiendo la Escritura
que él citara; pero muchos no podrían. El Señor asume un terreno amplio al lidiar
con el adversario. Él Se posiciona en lo que cada cristiano debe saber y
sentir, y esto es: "Escrito está también: No tentarás al Señor tu
Dios". Él cita una clara palabra positiva de Dios que Satanás estaba
destruyendo mediante el uso que hacía del Salmo 91. Ahora bien, ese es el
baluarte de un creyente que puede tener que ver con uno que discurre sutilmente
a partir de la Escritura, a saber, "Escrito está también". Él puede
apelar a lo que es palpable y claro. Se encontrará que allí donde una persona
aplica sistemáticamente mal la Escritura ella destruye algún principio
fundamental de la palabra de Dios. Todo lo que es falso es contrario a algún
pasaje claro de la Escritura. Ahora bien, esto es una gran misericordia. El
creyente mantiene firme lo que es claro; él no renunciará a lo que entiende por
algo que no entiende. Él puede estar perplejo por lo que el adversario está presentando
y sólo puede tener una creciente sospecha de que está equivocado. Pero él puede
decirse a sí mismo: «Yo nunca podré
renunciar a lo que está fuera de toda duda por algo que no conozco.»
En otras palabras, él sostiene la luz y rechaza las tinieblas.
Me parece que es así como nuestro Señor lidia
con Satanás. Él podía haberlo desechado de inmediato en el terreno del razonamiento
y haber mostrado el objetivo pervertido con el que Satanás estaba aplicando la
Escritura; pero, Él lidia con él más bien en el terreno moral, terreno que todo
cristiano es capaz de juzgar. Pregunto: ¿Encuentro yo una Escritura utilizada
con el propósito de hacerme desconfiar de Dios? Yo asumo enseguida mi posición
en "No tentarás al Señor tu Dios". ¿Qué es lo que se quiere decir con
esto? Se quiere decir que yo nunca debo dudar de que el Señor estará a mi favor.
Si hago algo para probarlo a Él, para ver si Él estará a favor mío, esto es, a
la vez, incredulidad y desobediencia. Lo que leemos aquí es una alusión a la
historia de Israel nuevamente, y otra cita del libro de Deuteronomio. De hecho,
nuestro Señor cita cada respuesta a las tentaciones, como ha sido destacado hace
tiempo, del libro de Deuteronomio. Ustedes encontrarán en Éxodo capítulo 17 que
los israelitas tentaron al Señor preguntando: «¿Está Él entre
nosotros o no?» Esto no significa
que ellos Le provocaran mediante idolatría o por la negativa a hacer Su
voluntad. No se trata de un pecado deliberado sino de incredulidad en cuanto a
Su bondad y a Su presencia, — en pocas palabras, incredulidad en cuanto a que
Dios está a nuestro favor. Esto es exactamente lo que nuestro Señor propugna. «YO
me echo abajo para descubrir que la Escritura es verdadera y que ¡los ángeles Me
sostendrán! Yo no necesito hacer tal cosa; ya que Yo estoy muy seguro de que si
Yo fuese echado abajo, los ángeles estarían allí para sostenerme.»
Si ustedes tienen una persona de la que sospechan que es deshonesta en sus
recintos, tal vez ustedes estén dispuestos a ponerla a prueba de una u otra manera.
Pero, ¿a quién se le ocurriría poner a prueba a alguien en quien uno tuviera
plena confianza? Pues bien, ese es exactamente el significado de la respuesta
de nuestro Señor: "No tentarás al Señor tu Dios". Su alma resentía la
idea de probar a Dios para ver si Él sostendría a Su Hijo. Dios podía probarlo
a Él; Satanás podía ponerle a prueba; pero, en cuanto a que Él tentara al
Señor, como si el Señor Su Dios requiriera ser puesto a prueba para ver si Él sería
fiel a Su palabra, — ¡Fuera con ese pensamiento! Él no quiso oír acerca de ello
ni por un momento.
La tentación que es la segunda en Mateo,
Lucas la presenta como la tercera. ¿A qué se debe esto? Ciertamente nosotros no
debiésemos leer las Escrituras como si tales diferencias no tuvieran la intención
de sugerir una indagación. Tenemos que tener cuidado de no malinterpretar la
Escritura; pero la Escritura está destinada a ser entendida. Acerca de estos
diferentes órdenes en que las tentaciones son puestas, yo digo que ambos órdenes
son correctos, ambos son inspirados por Dios. Si la intención de ellos hubiese
sido informar de la tentación exactamente como tuvo lugar, está claro que ellos
no están en lo correcto; pero Dios tuvo un objetivo mucho más elevado. Dios
escribió para nuestra enseñanza, y Dios se ha complacido, en los diferentes
Evangelios, en colocar los hechos de la manera más instructiva. Mateo presenta simplemente
la tentación históricamente, tal como ella tuvo lugar. Por lo tanto, en Mateo
tenemos menciones de tiempo: "Entonces el diablo le llevó",
etcétera. En Lucas no hay tal pensamiento; allí es simplemente: "Y le
llevó el diablo", etcétera. (Lucas 4: 5). Esta palabra nos prepara de
inmediato para ella. Es evidente que estas diferentes tentaciones existieron,
pero Lucas las coloca como para no decirnos el orden en que ocurrieron.
Estas últimas palabras es un comentario
general válido para todo el Evangelio de Lucas, el cual se aparta habitualmente
del sencillo orden de los hechos para presentar una disposición adecuada al designio
que él tenía en perspectiva. En su conjunto, el Evangelio de Lucas se
caracteriza por poner los hechos de la vida de nuestro Señor en un orden que se
ajusta a la doctrina que Él estaba enseñando. Así, ustedes encontrarán en Lucas
que incluso la genealogía de nuestro Señor no es presentada en su lugar
habitual; hay un alejamiento de la mera serie natural; y hay, en cambio, un
orden moral. Tomen ustedes el caso de la oración del Señor: Lucas la coloca en
un lugar totalmente diferente al de Mateo, el cual lo presenta en el
maravilloso discurso comúnmente llamado el Sermón del monte; y como la oración
formaba una parte muy importante de los nuevos principios que el Señor estaba
sacando a la luz, ella también formaba uno de los temas principales del
discurso del Señor. Lucas reserva esa oración hasta llegar a Lucas 11, porque
nuestro Señor está señalando allí el gran recurso de la vida espiritual, el
modo en que dicha vida ha de ser mantenida y sustentada en el alma. Y Lucas nos
muestra esto a partir de la historia de Marta y María. (Lucas 10). La pregunta
surge, ¿Por qué Jesús aprobó la senda y el andar de María más que los de Marta?
No es que Él no las amaba a todas, ni que Marta no tuviera un verdadero amor
personal por el Salvador y que su corazón no fuera fiel a Él. Pero había una
inmensa diferencia entre ellas. ¿Cuál era esta diferencia y por qué ello era
así? Lucas nos presenta la diferencia moral. Mientras Marta se ocupaba en lo
que podía hacer por el Señor para mostrarle su amor, María estaba ocupada en el
propio Señor, — sentada a Sus pies, escuchando Su palabra. La una estaba llena
de lo que ella podía hacer por Cristo; la otra, estaba llena de Cristo
mismo; y nada de lo que ella podía hacer tenía la menor importancia a sus
ojos, comparado con Cristo mismo. Nosotros encontramos así, en otro caso, a
María rompiendo el frasco de alabastro para ungir los pies de Jesús, — una acción
poco considerada por los demás; y sin embargo, lo que ella había hecho debía
ser recordado a través de todo el mundo. (Véase Marcos 14: 3-9). Nuestro Señor saca
a relucir en Lucas este gran asunto, — a saber, la palabra de Dios, esperar en
Jesús, siendo esto el primer gran recurso para fortalecer la vida nueva y
espiritual; y, por lo tanto, inmediatamente después de este relato acerca de
estas hermanas, nosotros tenemos la petición de los discípulos pidiendo ser
enseñados a orar. En realidad, ello tuvo lugar mucho antes; pero Lucas coloca estos
dos sucesos juntos de esa forma especial para señalar la conexión de la palabra
de Dios con la oración.
Así, en la tentación, Lucas se aparta del
orden de los hechos y nos presenta la secuencia moral. Mateo se limita a
nombrar los hechos tal cual sucedieron. Lucas los coloca en el orden de magnitud,
y se desplaza desde la prueba natural a la mundana, y después a la tentación
religiosa. Porque está perfectamente claro que la tentación por medio de la
palabra de Dios era mucho más dura para Uno que valoraba Su palabra por encima
de todo aquello que consistía una apelación a las necesidades naturales o a la
ambición mundana. Por eso Lucas reserva esta tentación hasta el final. En Mateo
no es así, pero tenemos, en tercer lugar, la tentación mediante el mundo. Leemos,
"Le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del
mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me
adorares". ( Mateo 4: 8, 9). Aquí el diablo se manifestó de inmediato. La
idea misma de presentar cualquier objeto de reverencia y adoración entre el
alma y Dios fue para detectar de inmediato que se trataba del propio diablo o de
un instrumento del diablo. Por lo tanto, el Señor lo denomina de inmediato como
"Satanás". "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque
escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás". (Versículo
10). Si se hubiera tratado de un apóstol, habría sido exactamente lo mismo. Si
uno de ellos se hubiera desviado tanto como para insinuar tal cosa, el Señor
habría dicho igualmente, "Satanás". ¿Acaso no es esto muy solemne
para nosotros cuando tratamos con cristianos que se han convertido en
instrumentos de Satanás por un momento? El Señor no titubeó en una ocasión en
decir, "Satanás", al propio Pedro; y eso que él era el principal de
los doce, — el primero en dignidad entre los apóstoles del Cordero. Y, sin
embargo, nuestro Señor mismo, después que Él hubo colocado una señal de honra sobre
Pedro y le hubo dado un nuevo nombre, no duda en decir "Satanás" a
Pedro como al enemigo mismo. Todo esto saca a la luz un importante principio
para nuestros propios modos de obrar al tener que ver incluso con un hijo de
Dios.
Al responder a la tercera y última tentación
nuestro Señor aún se limita al libro de Deuteronomio. ¿Por qué? Porque
Deuteronomio (o Segunda Ley) es el libro que considera a Israel después de que
ellos habían fracasado completamente bajo la ley, y cuando Dios introduce el
nuevo principio de la gracia y muestra, no la mera justicia por la ley, sino la
que es por la fe. El apóstol Pablo también cita de Deuteronomio con el mismo
propósito. Deuteronomio es el libro que indica el lugar de la obediencia cuando
ella ya no es una mera cuestión de observancia bajo la ley. El Señor Jesús asume
aquí ese mismo lugar. Él no está dando testimonio de lo que Él podría haber
hecho como persona divina. Como tal, Él habría asumido un terreno en el que
nosotros no podríamos seguirle. Pero a través de esta tentación Él asume la
postura que se ajusta a nosotros y a todos los que desean seguirle. Lo único
correcto y lo que conviene a un hombre piadoso al enfrentar las tentaciones es
el terreno de la obediencia a la fe: pues uno se mantiene así en la confianza
de lo que Dios es en Su bondad. El Señor no se desviaría en ningún caso de lo
que era el lugar debido y apropiado para un siervo de Dios en Israel. Si una
persona era piadosa, su lugar era confesar y ser bautizada con el bautismo de
arrepentimiento. Nuestro Señor se encuentra de inmediato con los tales, aunque
en Su caso fue cumplimiento de justicia, mientras que con nosotros es reconocimiento
de pecado. Él, que era el
único que podía asumir Su posición por encima de la justicia legal, la asume
como vindicando a Dios en todo sentido, no sobre la mera justicia del hombre.
Satanás puede colocar la tentación frente a Él en todas sus formas, pero ello es
inútil. Su única preocupación es vindicar a Dios, y nunca arrogarse nada. El
enemigo fue frustrado, para gloria de Dios, por un hombre obediente y
dependiente.
Creo que los principios traídos ante nosotros
en este capítulo son de la mayor importancia práctica para los hijos de Dios. Los
pocos comentarios que yo he hecho pueden ayudar a dirigir las almas al valor
práctico de estas tentaciones de nuestro Señor para guiarnos en nuestra propia
senda. Por lo tanto, recomiendo todo el tema a la atención del lector como un
tema que, aunque pudo haber sido presentado muchas veces ante nosotros, y que podemos
haber meditado a menudo sobre su valor práctico, todavía puede requerir nuestro
pensamiento, ya que seguramente ello recompensará nuestro estudio llevado a
cabo con oración.
Puede ser instructivo comparar las diferentes
maneras en que el Espíritu Santo introduce el ministerio de nuestro Señor en
los Evangelios. Y cuando hablo de Su ministerio, ustedes entenderán que me
refiero a Su servicio público, pues hubo muchas cosas relacionadas con el Señor,
— milagros realizados y discursos notables pronunciados, — antes de que Él
emprendiera formalmente Su curso ministerial. Lo que yo deseo mencionar ahora
es la sabiduría con la que Él nos ha presentado una visión distinta de nuestro
Señor en cada uno de estos diferentes relatos inspirados. Nosotros podemos
seguir con reverencia a Aquel que se ha complacido en proporcionarlos de manera
tan variada, — omitiendo ciertas declaraciones en algunos, y presentándolas en
otros; alterando de vez en cuando el orden de la narración de los
acontecimientos para lograr así Su propósito más perfectamente. Al comparar
estos relatos podemos ver que el Espíritu Santo siempre conserva el gran designio
de cada Evangelio, y ésta es la base de toda interpretación correcta. Si nosotros
tenemos en cuenta aquello que Él se propone, encontraremos en esto el principio
sobre el cual los Evangelios fueron escritos y, en consecuencia, encontraremos lo
único que nos permitirá entenderlos correctamente.
Ya he mostrado, para comenzar con el
Evangelio de Mateo, que a lo largo del mismo el Espíritu Santo nos está
presentando al Mesías con las pruebas más completas de Su misión de parte de Dios,
pero, lamentablemente, como un Sufriente y un Rechazado, y esto especialmente
por parte de Su propio pueblo; y, entre ellos, rechazado sobre todo por
aquellos que, humanamente hablando, tenían más motivos para recibirle. ¿Había
algunos que destacaran peculiarmente por su justicia en la estimación de la
nación? Si los fariseos lo eran, ¿quiénes fueron los que estaban tan resentidos
contra Él? ¿Había alguno que fuera celebrado por su conocimiento de las
Escrituras? Los escribas fueron los que se combinaron con los fariseos contra
Él. Los sacerdotes, celosos de su propia posición se opondrían de manera
natural a alguien que sacaba a relucir la realidad de un poder divino
administrado por el Hijo del hombre en la tierra en el perdón de pecados. Ahora
bien, todas estas cosas salen a relucir con una fuerza y claridad sorprendentes
en el Evangelio de Mateo. Pero, aunque todavía no hemos llegado a estos
detalles, el designio principal mismo del Espíritu Santo se hace patente en la
forma en que nuestro Señor es presentado al iniciar Su ministerio público en la
porción que tenemos ante nosotros.
En primer lugar, en Mateo no se menciona todo
lo que ocurrió en Jerusalén. Humanamente hablando, es tan probable que Mateo haya
inquirido las tempranas circunstancias de nuestro Señor, y en particular Su
relación con esa ciudad, tal como el amado discípulo Juan. Sin embargo, de una
gran cantidad de cosas presentadas en Juan ni una sola palabra aparece en
Mateo. En el cuarto Evangelio tenemos una delegación de Jerusalén para ver
primero a Juan el Bautista, y luego nuestro Señor es reconocido como Cordero de
Dios y como Aquel que bautiza con el Espíritu Santo. Luego tenemos a nuestro
Señor dándose a conocer a varias personas; entre ellas, a Simón Pedro, después
de que Andrés, su hermano ya había estado en compañía del maravilloso Forastero.
Luego Felipe es llamado, el cual encuentra a Natanael; y así la obra del Señor
se extiende de un alma a otra, ya sea por el Señor atrayendo a Él mismo directamente,
o por la intervención de
los que ya habían sido llamados. Todo esto es omitido por completo aquí en
Mateo. Además, en Juan capítulo 2 es presentado el primer milagro o señal, en
el que Cristo manifestó Su gloria, — la conversión de agua en vino; después de
lo cual nuestro Señor sube a Jerusalén y ejecuta el juicio sobre la codicia que
entonces reinaba incluso en la ciudad que se jactaba de santidad. Tenemos
también una pequeña visión secundaria de lo que nuestro Señor estuvo haciendo
durante este tiempo en Jerusalén. Él estuvo haciendo señales milagrosas allí, y
muchos creyeron en Él, aunque de una manera natural. Se dice que Jesús "no
se fiaba de ellos, porque conocía a todos" (Juan 2: 24); pero Él revela la
gran doctrina del nuevo nacimiento, y saca a relucir la cruz, — para ser hecho
Él mismo así pecado, como la serpiente había sido levantada por Moisés en el
desierto, para que todo el que cree en Él "no se pierda, mas tenga vida
eterna". (Juan 3: 16). Todo esto tuvo lugar antes de las circunstancias
registradas por Mateo. Cuando esto es visto, ello debe sorprender a cualquier atento
lector de la palabra de Dios. No pudo ser que esas cosas fuesen desconocidas
para Mateo: ellas no podían dejar de ser nombradas y meditadas si, aparte de la
inspiración, ustedes le consideran como un mero discípulo. Andrés, Pedro y
Juan, y los demás, habrían conversado una y otra vez acerca del primer contacto
de ellos con el Salvador. Sin embargo, Mateo no dice una palabra acerca de ello;
tampoco lo hacen Marcos o Lucas, — sólo Juan. Ahora bien, cuando nosotros examinamos
los propios Evangelios encontramos la solución verdadera. No es la ignorancia
de un evangelista ni el conocimiento de otro lo que explica las omisiones o las
inserciones. Dios presenta un relato tal de Jesús que inculcaría perfectamente
la lección que Él estaba enseñando en cada Evangelio.
¿Por qué todo lo que hemos mencionado aparece
convenientemente en Juan? Evidentemente porque ello coincide con la verdad que es
allí enseñada. En Juan tenemos, desde el principio, la ruina total del hombre, —
la ruina del mundo. El primer capítulo nos muestra la evidencia práctica de lo
que era el judaísmo, — el Señor no es recibido por los Suyos, no obstante
viniendo debidamente, y llamando así a Sus propias ovejas por nombre, y
sacándolas de allí. Debido a que el testimonio de Juan Bautista no tuvo ningún
efecto duradero sobre la masa; podía pasar de boca en boca, pero caía
desatendido en los oídos de los que no tenían fe: "No sois de mis ovejas,
como os he dicho". (Juan 10: 26). Ahora bien, tenemos a las ovejas
llamadas individualmente por su nombre, y a una de ellas recibiendo un nuevo
nombre totalmente acorde con el carácter del Evangelio de Juan. En Mateo no
tenemos ninguno de estos llamativos incidentes porque en él el Espíritu Santo
nos presenta a Jehová-Jesús, el Mesías, obrando milagros, cumpliendo la
profecía, exponiendo el reino de los cielos, — pero en necesidad, despreciado y
compañero de esos en Galilea; pues Él no es visto aquí como el Hijo de Dios, ya
sea desde la eternidad o como nacido en el mundo; sino que Él mismo asume un
lugar en separación, para hacer realidad la gran predicción que el profeta
Isaías había sido inspirado por Dios para que la revelara cientos de años
antes. Porque observarán ustedes que el hecho de que nuestro Señor dejara
Nazaret y viniera a habitar en Capernaúm es introducido aquí como el
cumplimiento de aquello de lo cual el profeta Isaías había hablado diciendo: "Tierra
de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea
de los gentiles". (Mateo 4: 15; Isaías 9: 1). Ello estaba fuera de la
ubicación habitual de Israel, en esa parte de ella que aún ha de pertenecer a
Israel, de la que algunas de las tribus habían tomado posesión, aunque,
estrictamente hablando, estaba más allá de los límites apropiados de la tierra
prometida. El Señor atraviesa la Galilea de los gentiles, y en todo lo que
hacía Él cumplía la profecía. Los judíos debieron haberlo sabido con toda
seguridad. De este modo, el pueblo asentado en tinieblas "vio gran luz; Y
a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció".
(Mateo 4: 16; Isaías 9: 2).
Ahora bien, si nosotros acudimos al profeta
Isaías encontraremos algo más de la importancia de esta cita. Ella es parte de
un solemne estilo profético, parte en la que Jehová pone de manifiesto la superlativa
rebeldía de Israel y los juicios que caen sobre Su pueblo porque no prestaban
atención a Su voz. Su mano se extendió contra ellos: "A pesar de todo
esto, no ha cesado su furor, y su mano todavía está extendida". (Isaías 5:
25 – RVA). En medio de estos tratos de Dios tenemos la gloria de Jehová
revelada. (Isaías 6). Ahora sabemos, como declara Juan capítulo 12, que esta
gloria está en la persona de Cristo. Consecuentemente, en Isaías 7 se anuncia que
iba a haber un nacimiento totalmente sobrenatural. Ya no se trataba de Uno
sentado en un trono alto, apartado de los hombres, aunque los hombres recibieran
un mensaje de misericordia de parte de Él en medio del juicio, sino que el
capítulo 7 de Isaías revela el gran hecho de la encarnación. El Rey de gloria,
Jehová de los ejércitos, llegaría a ser un niño, nacido de una virgen. El
capítulo siguiente revela otro hecho. A Israel no le importó más el glorioso
Niño de la virgen que las anteriores advertencias de Dios. Por el contrario, Lo
despreciaron y Lo rechazaron. En consecuencia, el capítulo 8 presupone un
remanente piadoso cada vez más aislado en medio de un temible estado de cosas
en Israel, quienes, uniéndose a los gentiles, dirán: "Es conspiración".
Leemos, "No digáis: "Es conspiración", a todo lo que este pueblo
llama conspiración, ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis".
(Isaías 8: 12 – LBA). Israel asume entonces el lugar de la incredulidad
total. Los judíos serán líderes en esta rebelión contra Dios. Pero, en medio de
todo ello, ¿qué está haciendo Él? Leemos, "Ata el testimonio, sella la ley
entre mis discípulos. Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de
la casa de Jacob, y en él confiaré. He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová
somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos,
que mora en el monte de Sión". (Isaías 8: 16-18). Es decir, hay una declaración
clara de que
Dios se complacerá en tener un pequeño remanente en medio de Israel; y mientras
Israel rechaza al Mesías, aparece un remanente separado y la bendición vendría
al fin en toda la plenitud de la gracia. Sin embargo, al principio ello sería
algo pequeño y despreciado; y esta es exactamente la circunstancia que nuestro
Señor estaba poniendo en evidencia ahora. "Y si os dijeren: Preguntad a
los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No
consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la
ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha
amanecido". (Isaías 8: 19, 20). En consecuencia, la profecía continúa:
"Sin embargo, no tendrá oscuridad la que estaba en angustia. En tiempos
anteriores él humilló la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en
tiempos posteriores traerá gloria a Galilea de los gentiles, camino del mar y
el otro lado del Jordán. El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz [el
Mesías]. A los que habitaban en la tierra de sombra de muerte, la luz les
resplandeció". (Isaías 9: 1, 2 – RVA). Él muestra después en esta profecía
que (si bien la aflicción gentil infligida a la nación sería más pesada que
nunca, y la opresión romana superaría con creces la caldea de antaño, aun así)
el Mesías estaría allí, despreciado y rechazado por los hombres, no, es más, rechazado
por los judíos, y eso en este mismo momento cuando era despreciado así por el
pueblo que debiese haber conocido Su gloria, una gran luz, surgiría en el lugar
más despreciado, en la Galilea de los gentiles, entre los más pobres de Israel,
donde los gentiles se habían mezclado con ellos, — personas que ni siquiera
podían hablar correctamente su propio idioma. Allí debía brotar esta luz resplandeciente
y celestial; el Mesías sería reconocido y recibido allí. De este modo nosotros podemos
ver cuán plenamente esta profecía se ajusta al Evangelio que estamos
considerando. Porque tenemos aquí a Uno que es Jehová-Mesías, un rey divino, — no
un simple hombre, sino Uno menospreciado por la nación y despreciado por los
dirigentes, dándose Él a conocer en gracia a los que eran más despreciados en
las afueras como cuando salen ustedes hacia los gentiles. Aquello que los reyes
habían esperado en vano, lo que los profetas habían deseado ver, fue lo que los
ojos de ellos vieron. El Señor comienza a separar un remanente en Israel
en Galilea de los gentiles. Esto mantiene y confirma el objetivo de Mateo desde
el principio.
Pero hay más que esto. "Desde entonces
comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos
se ha acercado". (Mateo 4: 17). Es evidente que esto da comienzo a Su
predicación pública. El discurso a Nicodemo fue totalmente diferente. Y, ¿Por
qué no tenemos nada parecido a la mujer samaritana en Mateo? ¿Cómo concuerda
ello con el Evangelio de Juan? En Mateo el tema es el cumplimiento de las
profecías acerca del Mesías, y Dios mostrando que no hubo por Su parte ningún malogro
en el testimonio hasta que la obra del Bautista finaliza. Jesús espera esto en
Mateo. En Juan Él no espera nada. Él presenta allí el testimonio más grandioso
posible acerca del reino de Dios; la necesidad de una vida que el hombre no
tiene de manera natural, una vida que sólo Dios puede dar; y la necesidad de la
cruz como expresión del juicio de Dios sobre el pecado en gracia hacia los
pecadores, — hacia el mundo. De modo que el discurso en Juan capítulo 3 consta
de estas dos partes: — una vida dada por Dios que es perfectamente santa; y
Jesús muriendo en expiación por los pecados de la vida antigua que nunca pudo
entrar a la presencia de Dios. Porque aunque los creyentes deben tener la vida
nueva, esto no puede borrar el pecado. La muerte es necesaria tanto como la
vida, y el Salvador proporciona ambas. Él es la fuente de la vida como Hijo de
Dios, y Él muere como Hijo del hombre. Y esto es lo que Él saca a relucir de
manera sorprendente en el comienzo del Evangelio de Juan.
En Mateo, como ya he dicho, tenemos a Jesús
esperando hasta que finaliza el testimonio de Juan el Bautista, y entonces Él emprende
Su ministerio público. Estas cosas son perfectamente armoniosas. Si se hubiera
dicho que nuestro Señor predicó el reino de los cielos a Nicodemo ello podría
haber parecido una contradicción; pero Él no lo hizo. A Nicodemo Él mostró la
necesidad de un nuevo nacimiento para que alguien viera el reino de Dios. Pero
en Mateo Él está considerando lo que concierne a la tierra, — a saber, el reino
de los cielos conforme a la profecía de Daniel. Por lo tanto, Él espera hasta
que Su precursor terrenal hubo terminado su tarea. Por eso Mateo omite toda
alusión a algo público acerca de Cristo antes de que Juan es encarcelado. Él presenta
a los judíos el reino de los cielos como aquello que era conforme a sus
profetas.
Veamos en el Evangelio de Lucas de qué manera
comienza el ministerio de nuestro Señor.
El capítulo 4 será suficiente para mi propósito. El Señor vuelve en el poder
del Espíritu a Galilea: "Y se difundió su fama por toda la tierra de
alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos.
Vino a Nazaret, donde se había criado". (Lucas 4: 14-16). Esta es una
escena anterior; Él no está todavía en Capernaúm. Mateo lo omite todo. Esto es aún
más sorprendente porque Lucas no fue uno de los que estuvo personalmente con
nuestro Señor, mientras que Mateo sí lo estuvo. Pero, a menos que ustedes crean
que es Dios quien ha guiado la mano de cada escritor, y ha puesto Su propio
sello en ello, ustedes son incapaces de entender la Escritura; ustedes añadirán
sus propios pensamientos en lugar de someterse al pensamiento de Dios. Lo que necesitamos
es confiar en Dios, el cual está derramando sobre nosotros Su propia luz bienaventurada
e infinita. ¿Por qué Dios nos presenta este incidente en Nazaret en Lucas y en
ningún otro lugar? ¿Se trata del Mesías? No; ese no es el objetivo de Lucas.
Tampoco se trata de Su ministerio en el orden en que ocurrió: ustedes
encontrarán esto en Marcos. Pero Lucas, al igual que Mateo, cambia el orden de
los acontecimientos con el propósito de sacar a relucir el objetivo moral de
cada Evangelio. Lucas nos presenta esta circunstancia en la sinagoga; Mateo no
lo hace. Si alguien ha leído el Evangelio de Lucas con inteligencia espiritual,
¿cuál es la impresión uniforme comunicada a la mente? Allí está el Hombre
bienaventurado, ungido por el Espíritu Santo, que va haciendo el bien. De
hecho, esta es precisamente la forma en que Pedro resume la vida de Jesús en el
libro de los Hechos cuando predica acerca de Él a Cornelio, — pues leemos, "Cómo
éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo,
porque Dios estaba con él". (Hechos 10: 38). Y luego él presenta un relato
acerca de Su maravillosa obra en Su
muerte y resurrección, y de los frutos de esa obra para el creyente.
Entonces, al comenzar el Evangelio de Lucas,
¿cuál es el primer incidente del ministerio de nuestro Señor que está
registrado allí? En Nazaret, la aldea más despreciada en Galilea, el lugar
donde de seguro nuestro Señor iba a ser escarnecido, — en su propia tierra,
donde Él había estado viviendo todos los días de Su vida privada de bienaventurada
obediencia prestada al hombre y de dependencia de Dios, — en este lugar mismo
Él entró en la sinagoga en el día de reposo y se levantó a leer del profeta
Isaías, donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, Por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar
a los quebrantados de corazón… A predicar el año agradable del Señor. Y
enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó". (Lucas 4: 18-20). Él
se detuvo en medio mismo de una frase. ¿Por qué? Por el motivo más precioso. Él
vino aquí como heraldo de la gracia, ministro de la benignidad divina para con los
hombres pobres y miserables. En la profecía de Isaías había juicio mezclado con
misericordia. El Evangelio de Mateo puntualiza juicio sobre los judíos y
misericordia para la despreciada Galilea. Pero aquí se trata de algo más
amplio. En Lucas no hay ni una palabra acerca de juicio; no aparece nada más
que la plenitud de la gracia que estaba en Cristo. Él había venido con todo el
poder y la voluntad de bendecir: el Espíritu de Jehová estaba sobre Él para ese
propósito. Él fue enviado a predicar el año agradable del Señor, — y allí mismo
enrolló el libro. No quiso añadir las palabras siguientes que anunciaban "el
día de venganza del Dios nuestro". (Véase Isaías 61: 1, 2). Él, de manera
muy significativa, se detiene antes de decir una palabra acerca de aquel día. En
cuanto a la misión real con la que Jesús vino del cielo, ella no fue para
ejecutar venganza: esto sólo fue lo que el hombre, al rechazar la gracia, Lo
obligaría a hacer más tarde. Pero Él vino a mostrar el amor divino emanando en
una corriente perfecta e incesante desde Su corazón. Esto fue lo que nuestro
Señor puso aquí al descubierto. ¿Dónde encaja una escena como ésta? Exactamente
en el lugar donde ella se encuentra, — sólo en el Evangelio de Lucas. Ustedes
no podrían trasplantarla a Mateo, ni siquiera a Juan. Hay un carácter acerca de
ella que pertenece a este Evangelio y a ningún otro. Algunas de las
circunstancias del ministerio de nuestro Señor son presentadas en todos los
Evangelios, pero ésta no: y el motivo es que ella discurre en la corriente de
Lucas, se encuentra allí, y sólo allí.
Esto ayudará a ilustrar las diferencias
características y divinamente dispuestas de los Evangelios. Armonizar es el
intento de comprimir en un único molde cosas que no son lo mismo. Por tanto, si
se me permite añadir unas palabras en cuanto al relato de Lucas, nosotros tenemos
más para corroborar. Mientras ellos estaban pendientes de lo que él iba a decir
para oír las palabras de gracia, como las caracteriza el Espíritu Santo, todos
los ojos se fijaron en Él. Leemos, "Entonces comenzó a decirles: —Hoy se
ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos… y [ellos] decían: —¿No es éste el
hijo de José?" (Lucas 4: 21, 22 – RVA). Tal era la ceguera del corazón de
ellos. Él fue despreciado y rechazado por los hombres; no sólo por los hombres soberbios
de Jerusalén, sino incluso en Nazaret. Este es el objetivo de Lucas que demuestra
el pensamiento aún más profundo, — a saber, que no eran sólo los hombres los
que podían ensoberbecerse en la ley, sino que el corazón de los hombres estaba
contra Él dondequiera que Él estuviera. Que ello sea en Nazaret, y que Él pronuncie
las palabras de más gracia que jamás hubieran salido de los labios del hombre,
aun así Le seguía el escarnio. "Y les dijo: Seguramente me diréis este
proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; todo lo que hemos oído hacer en
Capernaúm, hazlo también aquí en tu tierra". (Lucas 4: 23). Nosotros nos enteramos
aquí que el Señor había
hecho muchas cosas en otro lugar, y de cosas que habían tenido lugar antes de
esto; pero el Espíritu de Dios registra esto primero en detalle. Por
consiguiente, el Señor introduce otra cosa a la que debo referirme. Él toma
ejemplos de la historia judía para ilustrar la incredulidad de los judíos y la
bondad de Dios para con los gentiles: "Y en verdad os digo que muchas
viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado… pero
a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta",
etcétera. (Lucas 4: 25, 26). Es decir, Él muestra que en la incredulidad de
Israel Dios se dirige a los gentiles, y que éstos deben oír. En el Evangelio de
Lucas se encuentra este gran argumento, — no sólo la exhibición de la plenitud
de la gracia que estaba en Jesús, sino Dios saliendo a los gentiles, y en
misericordia para ellos. El primer discurso registrado de nuestro Señor en
Lucas saca a relucir el objetivo mismo del Evangelio. Consecuentemente, cuando
el Señor pronunció estas palabras, ellos "se llenaron de ira; y
levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del
monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas
él pasó por en medio de ellos, y se fue. Descendió Jesús a Capernaúm".
(Lucas 4: 28-31). Y luego tenemos al Señor tratando con un hombre que estaba poseído
por un demonio. Este es el primer milagro que es detallado aquí; y es sólo en
el capítulo siguiente donde encontramos a nuestro Señor llamando a Simón Pedro,
a Andrés y a los demás, a seguirle a Él; todo lo cual es presentado con el
mayor cuidado posible. De inmediato nos sorprende la diferencia.
Pues cuando volvemos a Mateo no hay ni una
palabra acerca de Nazaret, ni acerca de la expulsión de un demonio de un hombre
poseído; sino que simplemente nuestro Señor, cuando comenzó a predicar, andaba
junto al mar de Galilea, y "vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y
Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les
dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". (Mateo 4: 18,
19). El relato es presentado de manera muy sucinta. Los detalles no se
encuentran; pero sí los tenemos en Lucas, y yo presumo que por este motivo, a
saber, que el suyo es especialmente el Evangelio donde vemos el análisis moral
del corazón humano. Hay dos cosas que son sacadas a relucir especialmente en
Lucas, — a saber, cuál es el corazón de Dios hacia el hombre, y cuál es, por
naturaleza, el corazón del hombre hacia Dios; y, además de esto, qué llega él a
ser por la gracia de Dios. Tomen ustedes la parábola del pródigo como ejemplo. ¿Acaso
no tienen ustedes allí la gracia de Dios y la iniquidad del corazón del hombre puestas
plenamente de manifiesto?, ¿y luego el hecho de que él vuelve en sí y de haberse
él perdido en la bondad de Dios hacia él? Esto es justamente el Evangelio de
Lucas, la suma y la sustancia de todo el libro. Ello es uno de los motivos por
los que ustedes tienen la experiencia de Pedro cuando fue llamado por primera
vez al servicio; la manera en que el Señor enfrentó sus temores, y lo hizo apto
para convertirse en un pescador de hombres. Y Pedro es hecho allí una persona
prominente: pero tal experiencia no tiene valor excepto cuando es en un
individuo. La experiencia debe ser algo entre el alma y Cristo; y en el momento
que ella se convierte en algo vago, o en un asunto de notoriedad pública, todo
desaparece; y entonces dicha experiencia se convierte más bien en una trampa
para la conciencia. Existe el peligro de repetir lo que hemos oído de otros, o
de retener lo que es malo en cuanto a nuestras propias almas. Ello debe ser un
asunto de conciencia individual con el Señor. Por eso Lucas nos presenta un
individuo especificado, y el relato minucioso de aquello a través de lo cual él
atraviesa con el Señor.
Este no es el argumento de Mateo. Allí está
el Mesías rechazado ahora que Su precursor está preso, el cual pronto
descubrirá por sí mismo que le está reservado algo peor que una prisión. Pero, a
pesar de todo ello el Señor cumplirá las profecías. Él está en el lugar más
despreciado cumpliendo la profecía de Isaías que predijo la ley sellada entre Sus
discípulos en el momento mismo en que el Señor estaba escondiendo Su rostro de
Israel. (Véase Isaías 8: 16, 17). Él
quiere contar ahora con personas idóneas que sean aptas para representar a este
remanente piadoso en Israel. Por eso Él llama primero a dos hermanos, a Simón
llamado Pedro, y a Andrés su hermano. Sería un error suponer que éste fue el
primer encuentro de nuestro Señor con ellos. Ellos conocían al Señor desde
mucho antes. ¿Cómo sabemos esto? Juan nos lo dice. Si examinamos el asunto, nosotros
encontraremos que todos los incidentes de los cuatro primeros capítulos del
Evangelio de Juan ocurrieron antes de esta escena. Incluso las circunstancias
registradas de nuestro Señor en Jerusalén, en Galilea, y con la mujer de
Samaria, todas ellas tuvieron lugar antes de que Simón y Andrés fueran llamados
de su labor. Para requerir una línea especial de servicio, es necesaria una
segunda obra de Cristo.
Una cosa es que Cristo mismo se revele a un
alma, y otra es que Él haga de esa alma un pescador de hombres. Es necesaria
una fe especial para que actué sobre las almas de los demás. La sencilla fe
salvadora que se apropia de Cristo para la propia alma de uno no es en absoluto
la misma cosa que entender el llamamiento de Cristo que le convoca a uno lejos
de todos los objetos naturales de esta vida para hacer Su obra. Esto sale a
relucir aquí. El Señor, en Su rechazo, llama, y
hace que Su voz sea oída por estos cuatro hombres, y por otros también. Ellos
ya habían creído en Él, y tenían la vida eterna; pero incluso con la vida
eterna un hombre puede estar siguiendo mucho del mundo y, estando ocupado con
lo que contribuye a su propia comodidad aquí abajo, puede seguir siendo un
miembro de la sociedad de los hombres. Muchos que son piadosos siguen mezclados
con el mundo; pero, para que el Señor los haga compañeros de Su propio
servicio, y los capacite para llevar a cabo Sus propios objetivos, Él debe convocarlos.
Pero ellos tienen un padre: entonces, ¿qué hay que hacer? No importa; el
llamamiento de Cristo es superior a cualquier otro aserto. Ellos estaban
echando la red en el mar; y Él les dice: " Venid en pos de mí". Pero ellos podrían
haber capturado muchos peces: ¿y qué en cuanto a eso? Leemos, "Ellos
entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a
otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con
Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó". (Mateo 4: 20,
21). Sin duda se trató de un conflicto. Ellos estaban remendando sus redes con su
padre cuando el Señor los llamó; pero inmediatamente dejaron sus redes y a su
padre, y ellos Le siguieron. Y fue por este motivo: ellos sabían quién era
Cristo; que era el Mesías, el objeto bienaventurado de esperanza que Dios había
prometido desde el principio a los padres; y ahora los hijos lo tenían. Él los
llamó. ¿Acaso no podían ellos confiar todo lo que tenían en Sus manos, y
confiar en Su cuidado para con el padre de ellos? Seguro que podían. La misma
fe que los llevó a seguir a Jesús, no sólo como dador de vida eterna, sino como
a Uno a quien ahora pertenecían como siervos, podía capacitarlos para confiar a
Su cuidado todo lo que ellos tenían que les pertenecía en este mundo. Ciertamente,
si el Señor los llamó, Su llamamiento debía ser superior a sus obligaciones
naturales. Este fue un caso extraordinario. Nosotros no encontramos que las
personas en general sean llamadas a una obra tal como ésta; pero, puede ser que
haya ocasiones en las que el Señor tiene a quienes convoca para que Le sirvan de
esta manera especial. ¿Cómo podría uno ser útil a las almas de los demás si no
ha conocido algo de esta prueba para su propia alma? El Señor es presentado
aquí como formando este remanente piadoso para Sí mismo desde el principio.
"He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios
en Israel". (Véase Isaías 8: 18). Esto era lo que el Señor estaba haciendo
ahora; pero ello no es todo. Leemos, "Y recorrió Jesús toda Galilea,
enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y
sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por
toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por
diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y
los sanó". (Mateo 4: 23, 24).
Ahora bien, presten ustedes atención, en
ninguna parte hay, excepto en Mateo, tal serie de obras y enseñanzas del Señor
condensadas en un par de versículos. En Mateo ellas están aglomeradas en una
agrupación antes de que tengamos la enseñanza comúnmente llamada «el
sermón del monte.» Surge la pregunta,
¿Por
qué aquí el curso habitual del ministerio del Señor es traído ante nosotros en
esta forma tan integral? Porque la intención es mostrar, después de que el
Señor hubo llamado a estos discípulos, la atención universal que era atraída a
Su doctrina. El Señor había estado dando un testimonio íntegro por toda
Galilea, y Su fama se había extendido por toda Siria; habían sido atraídas personas
de todas partes; y entonces el Espíritu Santo nos presenta el esquema del reino
de los cielos en sus objetivos y carácter. Las circunstancias están dispuestas
por el Espíritu Santo de tal manera que muestran la atención universal dirigida
a Él. Cuando todos tienen ansias de oírle, entonces el Señor despliega el carácter
del reino de los cielos. Mateo sabía perfectamente que el sermón del monte fue
pronunciado realmente mucho tiempo después. Él mismo lo escuchó. Sin embargo, el
propio llamamiento de Mateo no es presentado hasta el capítulo 9. Fue posterior
al llamamiento de los doce discípulos que nuestro Señor tomó Su lugar en el
monte; pero Mateo lo registra mucho antes. El objetivo es señalar, no el
momento en que nuestro Señor pronunció este discurso, sino el cambio
anunciado. Primero se produjeron todos estos hechos poderosos que atestiguaron
que Él era el verdadero Mesías; y luego Su doctrina fue sacada a la luz perfectamente.
El sermón del monte no tiene por qué ser considerado, históricamente, como un único
discurso continuo, sino que puede haber estado dividido en diferentes partes. En
ninguna parte se dice que todo el sermón
fue pronunciado en estricta secuencia. Nosotros sólo tenemos el hecho general
de que entonces Él habló así en el monte, y de que allí Él enseñó a las
personas. Es posible que el sermón haya sido presentado en varios discursos, estando
omitidas en Mateo las circunstancias que dieron lugar a esta o aquella parte.
La mente humana compara estas cosas juntas, y al encontrar que en Lucas son
presentadas diferentes porciones de él en una conexión diferente, mientras que
en Mateo son presentadas todas juntas, en lugar de confiar en la certeza de que
Dios tiene razón, dicha mente humana llega de inmediato la conclusión de que en
estas Escrituras hay confusión. En realidad hay perfección. Es el Espíritu
Santo dando forma a todo conforme al objetivo que Él tiene ante Sí.
Yo espero, si es la voluntad del Señor, considerar
cuidadosamente este muy bienaventurado discurso de nuestro Señor para
evidenciar su gran importancia en sí mismo, y su idoneidad en Mateo, único
lugar donde lo tenemos tan plenamente. En Marcos y Juan no es presentado en
absoluto; en Lucas sólo en fragmentos separados; en Mateo como un todo. Pero
ahora me limito a recomendarles el tema que hemos estado considerando, confiando
en que las observaciones generales que ya han sido hechas puedan demostrar ser
un incentivo para un examen más profundo y en oración. Que las insinuaciones
que han sido ofrecidas ayuden a algunos a una lectura más provechosa de la
palabra de Dios, y a una consideración más inteligente de Su pensamiento,
además de dar una llave para las aparentes dificultades de los Evangelios.
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Enero 2022
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
LBA
= La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
RVA
= Versión
Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).