COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 5 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 5

 

Ya ha sido explicado, aunque brevemente, que uno de los motivos del Espíritu de Dios para sacar el sermón del monte de su lugar histórico en Mateo, si se puede decir así, y presentárnoslo antes de muchos de los acontecimientos que tuvieron lugar posteriormente, fue éste: a saber, que todo el Evangelio fue escrito sobre el principio de convencer a los judíos; en primer lugar, para mostrar quién era Jesús, — su Mesías (un hombre, pero Jehová), Jehová Dios de Israel; y luego, para presentar pruebas detalladas de lo que Él era realmente como Mesías de ellos, según la profecía, por medio de  milagros, principios morales y procederes, tanto en Su propia persona como en Su doctrina. [Véase nota 8]. En mi opinión, a fin de dar el mayor peso a Su doctrina, el Espíritu de Dios se ha complacido, en primer lugar, en dar un esquema general de los hechos de poder milagroso que despertaron la atención general. La fama se difundió por todas partes, de modo que no hubo motivo posible de excusa para que la incredulidad argumentara que no hubo suficiente difusión; que Dios no había hecho sonar la trompeta lo suficientemente fuerte como para que las tribus de Israel la oyeran. Lejos de eso: pues por toda Siria se había extendido Su fama, y le siguieron grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán. Todo esto es presentado aquí y está agrupado al final del capítulo 4.

 

[Nota 8]. Yo puedo agregar aquí un tercer punto, y es que fue de inmensa importancia hacer evidentes las consecuencias de Su rechazo por parte de los judíos, no sólo para ellos sino para los gentiles; es decir, el cambio de economía (administración) que se produjo a partir de ese hecho solemne.

 

Y así como existe esta agrupación de los milagros de Cristo, los cuales pudieron haber estado separados unos de otros por un largo espacio de tiempo, yo entiendo así que el sermón del monte no fue necesariamente un discurso continuo, no interrumpido por el tiempo o las circunstancias, sino que el Espíritu Santo ha considerado oportuno organizarlo para presentar toda la unidad moral de la doctrina de Cristo en cuanto al reino de los cielos, y especialmente para contrarrestar las perspectivas terrenales del pueblo de Israel.

 

Lucas, por el contrario, fue inspirado por el Espíritu Santo para presentar los asuntos que originaron ciertas porciones del discurso y las circunstancias que lo acompañaron; y, además, para retener ciertas partes de ese discurso conectándolas con hechos que ocurrieron de vez en cuando en el ministerio de nuestro Señor, estando así los incidentes reales entrelazados en correspondencia moral con cualquier doctrina particular de nuestro Señor. En algunos lugares de Lucas el Espíritu de Dios se toma la libertad, según Su soberana sabiduría, de retener ciertas porciones e introducir una parte aquí y otra allá, según el objetivo que Él tiene en perspectiva. Siendo su objetivo moral el gran rasgo del evangelio de Lucas, el cual lo recorre de principio a fin, nosotros podemos comprender perfectamente lo adecuado que fue que, si hubo circunstancias en la vida de Cristo que fueron una especie de comentario práctico acerca de Su discurso, allí ustedes deberían tener el discurso y los hechos puestos juntos.

 

Ahora bien, en cuanto al discurso mismo, el Señor habla aquí claramente como el Mesías, el Rey-Profeta de los judíos. Pero, además, a lo largo de todo el discurso ustedes encontrarán que él presupone el rechazo del Rey. Ello aún no ha sido sacado a relucir claramente, pero esto es lo que subyace en todo. El Rey es consciente del verdadero estado del pueblo, pueblo que no tenía corazón para Él. Por eso hay un cierto matiz de tristeza que lo recorre. Eso debe caracterizar siempre a la verdadera piedad en el mundo tal como es: una cosa extraña para Israel, y especialmente extraña en los labios del Rey, de Uno poseído de tal poder que, si hubiera sido un asunto acerca de usar Sus recursos, Él podría haber cambiado todo en un momento. Los milagros que acompañaron Sus pasos demostraron que no había nada que estuviera más allá de Su alcance, aunque sólo fuera un asunto acerca de Él mismo. Pero, ustedes encontrarán en todos los modos de obrar de Dios que, si bien Él siempre hace realidad Sus consejos, — de modo que si Él predice un reino y toma su control para establecerlo, ciertamente Él lo cumplirá, — sin embargo, primero presenta el pensamiento al hombre, a Israel, porque ellos eran Su raza escogida. Por lo tanto, el hombre tiene la responsabilidad de recibir o rechazar aquello que es el pensamiento de Dios, antes de que la gracia y el poder lo lleven a efecto. Pero el hombre siempre fracasa, no importa cuál sea el propósito de Dios. Su propósito es bueno, es santo, y verdadero; exalta a Dios pero humilla al pecador: esto es bastante para el hombre. El hombre siente que no es comprendido y rechaza todo lo que no gratifica su vanidad. El hombre se opone invariablemente a los pensamientos de Dios: y consecuentemente hay dolor y tristeza, — el rechazo de Dios mismo. Y lo maravilloso que la historia de este mundo exhibe es a Dios sometiéndose para ser rechazado e insultado; permitiendo que el pobre y débil hombre, un gusano, impugne Sus benignas propuestas y rechace Su bondad; que él convierta todo lo que Dios da y promete en la exhibición de sus propias soberbia y gloria contra la majestad y la voluntad de Dios. Todo esto es la verdad acerca del hombre, por lo que el matiz de ello es mostrado a través de este bienaventurado discurso de nuestro Señor. Y como ahora Él está sacando a relucir el carácter de las personas que serían aptas para el reino de los cielos (lo cual es la gran intención de la primera parte de este capítulo), Él proclama que el carácter de ellos iba a ser formado por el Suyo propio. Si había aversión y desprecio de los hombres por lo que era de Dios, Él muestra que los que realmente Le pertenecen deben tener un espíritu y unos procederes caracterizados por los Suyos y de acuerdo con ellos. Yo sólo digo aquí, "de acuerdo", porque en este discurso no se habla acerca de la verdad de una vida divina dada al creyente. No se hace mención de la redención ya que no es el tema del sermón del monte. Por lo tanto, si una persona quisiera saber cómo ser salva, ella no debiese buscar aquí pensando encontrar una respuesta. Dicha respuesta no podría ser encontrada a en este discurso porque el Señor está presentando el reino de los cielos y la clase de personas que son adecuadas para ese reino. Es evidente que Él está hablando de Sus discípulos y, por lo tanto, Él no está mostrando la forma en que una persona que está apartada de Dios podría ser liberada de tal posición. Él está hablando acerca de santos, no acerca de pecadores. Él podía establecer lo que está de acuerdo con Su corazón; pero no en absoluto el modo para que un alma conscientemente alejada de Dios sea llevada a estar cerca. El sermón del monte no trata acerca de la salvación, sino del carácter y de la conducta de los que pertenecen a Cristo, — el verdadero Rey, y sin embargo rechazado. Pero si nosotros examinamos detenidamente estas bienaventuranzas, encontraremos una sorprendente profundidad en ellas, y un hermoso orden también.

 

Entonces, la primera bienaventuranza está vinculada con un rasgo fundamental que es inseparable de toda alma llevada a Dios, y que conoce a Dios. "Bienaventurados los pobres en espíritu". ¡Nada es más contrario al hombre! Lo que la gente llama «un hombre de espíritu», es exactamente lo opuesto a ser pobre en espíritu. Un hombre de espíritu es aquel que, — como lo fue Caín, — está decidido a no ser derrotado; un alma que combatiría con Dios mismo. El que es «pobre en espíritu» es todo lo opuesto mismo a esto. Es una persona quebrantada, que siente que el polvo es su lugar correcto. Y toda alma que conoce a Dios debe, más o menos, estar allí. Ella puede salir de este lugar; pues aunque es algo solemne, aun así es bastante fácil volver a elevarse, olvidar nuestro lugar correcto ante Dios; pues ello es incluso un peligro para aquellos que han sido llevados a la libertad de Cristo. Cuando hay sinceridad de corazón, un hombre es propenso a estar deprimido, especialmente si él no está muy seguro de que todo está claro entre su alma y Dios. Pero cuando su espíritu recibe un alivio completo, cuando conoce la plenitud y la certeza de la redención en Cristo Jesús, si entonces aparta la vista de Jesús y asume su lugar entre los hombres, allí tendrán ustedes el viejo espíritu revivido, el espíritu del hombre en su peor forma, — así de terrible es el efecto de un alejamiento de Dios para mezclarse con los hombres. El Señor establece a los pobres en espíritu, primeros en el orden, como una especie de fundamento, como algo inseparable de un alma que es llevada a Dios, — y puede ser que dicha alma ni siquiera sepa lo que es la plena libertad, pero allí está este sello, nunca ausente donde el Espíritu Santo obra en el alma, — es decir, pobreza en espíritu. Dicha pobreza puede ser invadida por otras cosas, o puede desvanecerse a través de la influencia de falsa doctrina, o de pensamientos y prácticas mundanos, pero aun así estaba allí, y allí, en medio de toda la basura, ella está; y Dios sabe cómo volver a derribar a un hombre, si él ha olvidado su verdadero lugar. "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5: 3). Si Él está hablando acerca del reino, inmediatamente dice que estas son las personas a las que el reino pertenece. Mediante la expresión, "reino de los cielos", Él no se refiere al cielo: nunca dicha expresión  significa el cielo, sino que ella siempre se refiere a la tierra como estando bajo el dominio del cielo. Ustedes encontrarán que muchas personas tienen la costumbre de confundir estas cosas. Cuando leen, "De ellos es el reino de los cielos", estas personas creen que significa «el cielo es de ellos.» Mientras que el Señor no se refiere al cielo sino al gobierno de los cielos sobre una escena terrenal. Ello se refiere a la escena del Mesías que gobierna; pues los que son pobres en espíritu pertenecen a ese sistema del cual Él es la Cabeza. Él no habla aquí de la Iglesia. Podría haber existido el reino de los cielos y ninguna Iglesia en absoluto. No es sino hasta el capítulo 16 de este Evangelio que el tema de la Iglesia es abordado, y además, ella es una cosa prometida y expresamente diferenciada del reino de los cielos. En toda la Escritura no hay un solo pasaje en que el reino de los cielos es confundido con la Iglesia, o viceversa. "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Este es el fundamento primario, y el amplio rasgo característico de todos los que pertenecen a Jesús.

 

"Bienaventurados los que lloran", es la segunda cualidad. Hay más actividad de vida, más profundidad de sentimiento, más entrada en la condición de las cosas que los rodean. Ser «pobre en espíritu» sería cierto si no hubiera ni una sola otra alma en el mundo; él siente así por lo que es en sí mismo; es un asunto entre él y Dios lo que le hace ser pobre en espíritu. Pero, "Bienaventurados los que lloran" no es simplemente lo que encontramos en nuestra propia condición, sino la tristeza santa que un santo experimenta al encontrarse él mismo en un mundo como éste, y, ¡oh, qué poco capaz es él de mantener la gloria de Dios! Así que hay esta tristeza  santa en la segunda parte. La primera es el hijo de Dios que experimenta los primeros sentimientos de santidad en su alma; la segunda es el sentido de lo que tiene su origen en Dios, — un sentimiento que puede ser de gran debilidad, y aun así, de lo que se conforma a la honra de Dios, y lo poco que es defendida por él mismo y por los demás. "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación". (Mateo 5:  4). No hay un solo suspiro que suba a Dios que Él no atesore y responda; "Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos". (Romanos 8: 23). Aquí tenemos, entonces, la aflicción del alma piadosa.

 

 

Pero, en el tercer caso llegamos a lo que es mucho más profundo y mucho más castigado. Se trata de una condición del alma producida por un conocimiento más completo de Dios, y es especialmente la forma en que Dios describe en otra parte al propio Bendito. Él era "manso y humilde de corazón"; y esto fue lo que el Señor dijo después de haberse estremecido en espíritu, pues Él sabía lo que era tener un dolor más profundo del que hemos hablado, por la condición de los hombres y el rechazo de Dios que presenciaba aquí abajo. Él sólo pudo decir, "Ay", a aquellas ciudades en las que había hecho tantas obras poderosas; y entonces Capernaúm recibe la condenación más intensa porque las obras más poderosas de todas fueron hechas allí en vano. ¿Y qué podía hacer Jesús sino estremecerse en Su espíritu al pensar en tal desprecio total a Dios y en la indiferencia hacia Su propio amor? (Véase Mateo 11: 20 y versículos sucesivos). Pero, en el mismo momento nosotros encontramos que Él se regocija en espíritu, y dice: "Te alabo, Padre". Esa es la bienaventurada demostración de la incomparable mansedumbre en Jesús. La misma hora que ve la profundidad de Su dolor por el hombre, ve también Su perfecta sumisión a Dios, aunque a costa de todo para Él. Consciente de esto, Él dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". (Mateo 11: 28, 29).  Ahora, entonces, creo que puedo atreverme a decir que esta mansedumbre, que se encontraba en su absoluta perfección en Jesús, es también lo que el conocimiento gradualmente más profundo de los modos de obrar de Dios, incluso en la consciencia de la abundante iniquidad de este mundo y del fracaso de lo que lleva el nombre de Cristo, produce en el santo de Dios. Pues, en medio de todo lo que él ve a su alrededor, existe el discernimiento del propósito oculto de Dios que se está llevando a cabo a pesar de todo; de modo que el corazón, en lugar de inquietarse por el mal que presencia y que no puede poner a un lado, en lugar del menor sentimiento de envidia por la prosperidad de los inicuos, encuentra su recurso en Dios, — en el "Señor del cielo y de la tierra", — una expresión muy bienaventurada porque señala el control absoluto en el cual todo está en manos de Dios. Jesús es el manso, y los que pertenecen a Jesús también son capacitados para esta mansedumbre. Leemos, "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad". (Mateo 5: 5). La tierra, ¿y por qué no el cielo? La tierra es el escenario de todo este mal que causa tanto dolor y llanto. Pero ahora, habiendo aprendido mejor los modos de obrar de Dios, ellos pueden encomendar todo a Él. La mansedumbre no es simplemente ser conscientes de que nosotros somos nada, o estar llenos de tristeza por la oposición a Dios aquí abajo; sino que es más bien la calma que deja las cosas con Dios, y se inclina ante Dios, y acepta con gratitud la voluntad de Dios, incluso donde de manera natural puede ser más duro para nosotros.

 

La cuarta bienaventuranza es mucho más activa. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados". (Versículo 6). Ellos tendrán la perfecta satisfacción del alma. Cualquiera que sea la forma del sentimiento espiritual del corazón, siempre hay una respuesta perfecta a él por parte de Dios. Si había dolor, ellos serán consolados; si había mansedumbre, ellos heredarán la tierra, el lugar mismo de la prueba de ellos aquí. Ahora bien, hay una actividad de sentimiento espiritual, el hecho de salir a relucir según lo que era conforme a Dios, y lo que mantenía la voluntad de Dios, especialmente como se le dio a conocer a un judío en el Antiguo Testamento. Por eso esto es llamado "hambre y sed de justicia". En el Nuevo Testamento nos enteramos de principios aún más profundos que tuvieron que ser sacados a la luz cuando los discípulos fueron capaces de sobrellevarlos.

 

Esto pone término a lo que podemos llamar la primera sección de las bienaventuranzas. Ustedes encontrarán que ellas están divididas en cuatro y tres, tal como suele ocurrir con las series de la Escritura. Hemos tenido cuatro clases de personas declaradas "bienaventuradas". Todos los rasgos debiesen ser encontrados en un individuo, pero algunos de esos rasgos serán más prominentes en uno que en otro. Por ejemplo, podemos ver una gran actividad en uno, y una asombrosa mansedumbre en otro. El principio de todas estas bienaventuranzas está en cada alma que ha nacido de Dios. En el versículo 7 empezamos con una clase bastante diferente: y se encontrará que las tres últimas tienen un carácter común, tal como lo tienen las cuatro primeras.

 

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (Mateo 5: 7). Así como la justicia es la idea fundamental de las cuatro primeras, la gracia es lo que está en la raíz de las tres últimas de esta serie; y, por lo tanto, la primera de ellas demuestra no solamente que ellos son justos y que sienten lo que tiene su origen en Dios, sino que aprecian el amor de Dios, y lo mantienen en medio del mal circundante. En efecto, y hay algo aún más bienaventurado: ¿y qué es eso? "Bienaventurados los misericordiosos". No hay nada en lo que Dios adopte más Su postura (como principio activo de Su ser en un mundo de pecado) que Su misericordia. La única posibilidad de salvación para una sola alma es que hay misericordia en Dios; que Él es rico en misericordia; que no hay límites para Su misericordia; que no hay nada en el hombre, si sólo Él se doblega ante Su Hijo, que pueda impedir Su constante manantial del que emana misericordia. Entonces, "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". No se trata sólo del perdón de sus pecados, sino de misericordia en todo. Es una cosa bienaventurada saludar el más pequeño signo de misericordia en los santos, tomar lo poco, y buscar mucho más. "Bienaventurados los misericordiosos". Ellos no descubrirán que no hay dificultad y prueba, sino que, aunque conocerán el costo de ello, conocerán la dulzura de lo mismo; ellos probarán de nuevo lo que es la misericordia de Dios hacia sus propias almas, en el ejercicio de la misericordia hacia los demás. Este es el rasgo característico de la nueva clase de bendición; y así como la pobreza en espíritu fue la introducción a las primeras bendiciones, la misericordia lo es a éstas.

 

Lo que sigue a continuación es consecuencia de esto, como en la clase anterior. Si un hombre tiene baja estima de sí mismo los hombres se aprovecharán de él. Si un hombre es audaz y jactancioso y se exalta a sí mismo, incluso los santos pueden experimentarlo. (2ª Corintios 11). Si él se hace el bien a sí mismo, los hombres lo alabarán. (Salmo 49). Pero lo contrario de todo esto es lo que Dios obra en el santo. Independientemente de lo que él sea, él es quebrantado ante Dios: se entera de la vanidad de lo que es el hombre; y se satisface con ser nada. Y el resultado es que él padece. A la pobreza en espíritu le seguirá el duelo. Luego está la mansedumbre a medida que se profundiza en el conocimiento de Dios, y también el tener hambre y sed de justicia.

 

Pero ahora se trata de misericordia; y el efecto de la misericordia no es transar en cuanto a la santidad de Dios, sino un estándar mayor y más profundo de ella. Cuanto más completo sea el asimiento de ustedes de la gracia, más elevado será el mantenimiento de la santidad por parte de ustedes. Si ustedes, como un miserable ser egoísta, sólo consideran la gracia para encontrar una excusa para el pecado, sin duda ella será pervertida. Y así habla Él de inmediato acerca del simple efecto normal de probar este manantial de misericordia. Ellos son, "de limpio corazón". Esta es la siguiente clase, y yo creo que es la consecuencia de lo primero: del hecho de ser misericordioso. "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios". Ello es exactamente lo que es propio de Dios; pues sólo Él es absolutamente limpio, puro. Así también Él se reflejó perfectamente en Su amado Hijo. Porque ni un solo pensamiento o sentimiento manchó jamás la perfección divina en el corazón de Jesús. En este caso Él sólo está diciendo lo que Él mismo era. ¿Cómo no iba a colocar Él Sus propios rasgos ante los que Le pertenecían? Porque, en realidad, Él es la vida de ellos. Es Cristo en nosotros el que produce lo que es conforme a Dios por el Espíritu Santo, — Aquel bendito cuya misma venida al mundo fue el testimonio de la gracia y misericordia perfectas de parte de Dios; pues nosotros sabemos que Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito por él. Y allí estaba Él, un hombre, — el testigo fiel de la misericordia y de la pureza de Dios. Él, cuando vino con Su corazón lleno de misericordia hacia los más viles, era, sin embargo, la plenitud y el modelo de la pureza de Dios en su perfección. Él pudo decir,  "El que me envió, conmigo está;… porque yo hago siempre lo que le agrada". (Juan 8: 29). La única manera de hacer algo para agradar a Dios es mediante la preciada conciencia de estar en la presencia de Dios; y no hay posibilidad de esto, excepto cuando yo soy atraído allí en la libertad de la gracia y como conociendo el amor de Dios para conmigo, como traído a Él en Cristo. Pero esto no es revelado aquí; porque el Señor está desplegando más bien las cualidades morales de aquellos que Le pertenecen.

 

La tercera y última forma de estas bienaventuranzas es: " Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". (Versículo 9). Tenemos aquí de nuevo el lado activo, del cual vimos una analogía al final de las cuatro primeras. Éstos salen pacificando, si hay alguna posibilidad de que la paz de Dios sea traída a la escena; y si ello no puede ser, ellos se contentan con esperar en Dios, y seguir Su ejemplo, para que Él haga esta paz en Su propio tiempo. Y como esta pacificación sólo puede pertenecer a Dios mismo, así estos santos que están enriquecidos con estas cualidades bienaventuradas de la gracia de Dios, así como con Su justicia, con Su misericordia activa, y sus resultados, se los encuentra igualmente caracterizados ahora como pacificadores. "Serán llamados hijos de Dios". Oh, este es un dulce título, — ¡hijos de Dios! ¿Acaso no es porque ello era el reflejo de Su propia naturaleza, — es decir, de lo que Dios mismo es? El sello de Dios está sobre ellos. No hay nada que indique más a Dios manifestado en Sus hijos que hacer la paz. Esto era lo que Dios estaba haciendo, la intención de Su corazón. Aquí son hallados hombres en la tierra que serán llamados "hijos de Dios", — un título nuevo de parte de Dios mismo.

 

Luego siguen dos bienaventuranzas de enorme interés. Ellas añaden mucho a la hermosura de la escena y completan el cuadro de la manera más sorprendente. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (versículo 10). Evidentemente, esto es volver a empezar. La primera bienaventuranza fue: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos"; y las tres siguientes estuvieron todas marcadas por la justicia. Ella es lo primero que Dios produce en un alma nacida de nuevo. Aquel que es despertado se ocupa en la causa de Dios contra sí mismo. Él es, al menos en medida, quebrantado, pobre en espíritu; y Dios espera que él crezca en pobreza en espíritu hasta el final. Pero aquí no es tanto lo que ellos son, como lo es la porción que ellos reciben de parte de los demás. Las dos últimas bienaventuranzas hablan de la porción de ellos en el mundo de manos de otras personas. Las cuatro primeras están caracterizadas por la justicia intrínseca, — las tres últimas por la gracia intrínseca. Entonces, estas dos responden, una a las cuatro primeras, y la otra a las tres últimas. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". Esto no va más allá del bienaventurado estado de cosas que el poder de Dios traerá sobre la tierra en relación con el Mesías. Siendo rechazado, el reino de los cielos es de Él con un derecho más poderoso y profundo, por así decirlo, — ciertamente con los medios de bendición por gracia para los perdidos. Un Mesías sufriente y despreciado sigue siendo más amado para el corazón de Dios que si Él recibía todo de una vez. Y si Él no pierde el reino porque fue perseguido, tampoco lo pierden ellos. "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". Perseguidos, no sólo por los gentiles o los judíos, sino por causa de la justicia. No consideren ustedes a las personas que los persiguen, sino el motivo por el cual ustedes son perseguidos. Si ello es porque ustedes quieren ser hallados en obediencia a la voluntad de Dios, ustedes son bienaventurados. ¿Temen ustedes pecar? ¿Padecen ustedes por ello? Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: ellos tendrán su porción con el propio Mesías.

 

Pero ahora tenemos, por último, otra bienaventuranza. Y presten ustedes atención al cambio. Leemos, "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo". (Mateo 5: 11). Este cambio a, "sois", es sumamente precioso. Esta bienaventuranza no es expresada simplemente de una manera abstracta, — "Bienaventurados los…"; sino que es algo personal. Él considera a los discípulos que estaban allí, sabe lo que ellos iban a pasar por Su causa, y Él les da el lugar más elevado y cercano en Su amor. "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan".  No es ahora "por causa de la justicia", sino "por mi causa". Hay algo aún más precioso que la justicia, y eso es Cristo. Y cuando ustedes tienen a Cristo, no se puede tener nada más superior. Verdaderamente bienaventurado es ser perseguido por causa de Él. La diferencia es justamente esta: a saber, cuando un hombre padece por causa de la justicia, presupone que algún mal se le ha presentado que él rechaza. Tal vez él tendría que suscribir algo en contra de su conciencia, y él no puede ni se atrevería a hacerlo. Se le ofrece un señuelo tentador, pero ello implica aquello que él sabe que es contrario a Dios. Todo es en vano: el objetivo del tentador es visto. La justicia prevalece, y él padece. Él no sólo pierde lo que se le ofrece, sino que también él es vilipendiado. ¡Bienaventurados los que padecen así por causa de la justicia! Pero, por causa de Cristo es una cosa muy diferente. Allí el enemigo intenta una gran técnica. Él tienta al alma con preguntas como éstas: «¿Hay algún motivo para defender a Jesús y el Evangelio? No hay necesidad de ser tan celoso por la verdad. ¿Por qué desviarse tanto de tu camino por esta persona o por aquella cosa?» Ahora bien, en estos casos no se trata de un pecado, público o encubierto. Porque, en el caso de padecer por causa de Cristo se trata de la actividad de la gracia que sale hacia los demás. Ello responde a las tres últimas de las siete bienaventuranzas. Un alma que está llena del sentido de la misericordia no puede refrenar sus labios. Aquel que sabe lo que Dios es y no podría callar sólo debido a lo que piensan o hacen los hombres. ¡Bienaventurado los que así padecen por el nombre de Cristo! El poder de la gracia prevalece allí. Lamentablemente, demasiado a menudo intervienen motivos de prudencia: las personas temen ofender a los demás, temen perder la influencia para sí mismas, temen estropear el futuro de los hijos, etcétera. Pero, la energía de la gracia, considerando todo esto, sigue diciendo que Cristo vale infinitamente más; Cristo manda a mi alma. — yo debo seguirle. Al padecer por causa de la justicia un alma evita el mal con tesón y de manera perentoria, comprometiéndose ella misma a toda costa con lo que es correcto; pero, en lo otro ella discierne la senda de Cristo, — a saber, aquello a lo que el evangelio, la adoración, o la voluntad del Señor llama. Y de inmediato ella se vuelca con todo su corazón al lado del Señor. Entonces llega el consuelo de esa dulce palabra: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan". El Señor no pudo abstenerse de la expresión del deleite de Su alma en Sus santos: "Bienaventurados sois… Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos". Observen ustedes que ahora no es en el reino de los cielos, sino "en los cielos". Él identifica a estos bienaventurados con un lugar totalmente superior. No se trata sólo del poder de Dios sobre la tierra, y de que Él les dé una porción aquí, sino que Él los saca de la escena terrenal para estar con Él arriba. Leemos, "Porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros". ¡Qué honor es seguir en el rechazo y la burla terrenal a los que nos precedieron en especial comunión con Dios, — los heraldos de Aquel por quien ahora padecemos! Entonces, nosotros podemos considerar claramente que estas dos bienaventuranzas finales, a saber, las persecuciones por causa de la justicia y por causa de Cristo, responden respectivamente a las cuatro primeras bienaventuranzas y a las tres últimas.

 

En Lucas, donde tenemos estas bienaventuradas traídas ante nosotros, no tenemos ninguna por causa de la justicia, — sólo por causa de Su nombre. Por eso es que en todos los casos es: "Bienaventurados (sois)". (Lucas 6: 20-22).  Para algunos puede parecer un matiz delicado, pero la diferencia es característica de los dos Evangelios. Mateo adopta el punto de vista más amplio, y especialmente esa perspectiva de los principios del reino de los cielos que era adecuada para el entendimiento de un judío, para sacarlo de su mero judaísmo, o para mostrarle principios más elevados. Lucas, con independencia de cuáles son los principios, las presenta a todas bajo la forma de gracia, y las trata como los discursos directos de nuestro Señor a los discípulos que tenía ante Él: "Bienaventurados (sois)". Incluso si aborda el tema de los pobres, Él abandona la forma abstracta de Mateo y hace que todo sea personal. Todo está relacionado con el propio Señor y no simplemente con la justicia. Esto es sumamente hermoso. Y si proseguimos con los siguientes versículos que no presentan tanto las características de las personas sino la actitud general de ellas en el mundo, — el lugar en el cual son puestas en la tierra por Dios, — lo tenemos en muy pocas palabras, y confirmando firmemente la diferencia que ha sido mostrada entre la justicia y el nombre de Cristo. Además, si la 1ª epístola de Pedro es examinada, se encontrará esto notablemente corroborado también allí.

 

"Vosotros sois la sal de la tierra". La sal es la única cosa que no puede ser salada porque ella es el principio conservador en sí misma; pero si éste desaparece, no puede ser reemplazado. "Pero si la sal hubiere perdido su sabor, ¿con qué será ella misma  salada?" (Mateo 5: 13 – VM). La sal de la tierra es aquí la relación de los discípulos con lo que ya tenía el testimonio de Dios, y de ahí la expresión, "la tierra", que era en aquel entonces especialmente cierto para la tierra judía. Si ustedes hablan ahora acerca de la tierra, ella es la Cristiandad, — es decir, el lugar que disfruta, real o de manera profesada, la luz de la verdad de Dios. Esto es lo que puede ser llamado "la tierra". Y este es el lugar que será finalmente el escenario de la mayor apostasía; porque tal mal sólo es posible donde la luz ha sido disfrutada y donde hay alejamiento de ella. En Apocalipsis, donde son presentados los resultados finales de la edad, la tierra aparece de la manera más solemne; y entonces tenemos los pueblos, y las muchedumbres, y las naciones, y las lenguas, — lo que deberíamos llamar tierras paganas. (Apocalipsis 17). Pero la tierra significa el escenario que una vez fue favorecido por el cristianismo profesante, donde las energías de la mente de los hombres han estado en acción, la escena donde el testimonio de Dios había derramado una vez su luz; luego, lamentablemente, abandonado a la apostasía total.

 

"Vosotros sois la sal de la tierra", — ellos, Sus discípulos, eran el verdadero principio conservador allí: todos los demás, insinúa el Señor, no servían más para nada. Pero, observemos, Él presenta una solemne advertencia de que existe el peligro de que la sal pierda su sabor. Él no está hablando ahora de la cuestión de si acaso un santo puede apostatar o no. Las personas van con sus propias preguntas a la Escritura, y pervierten la palabra de Dios para adaptarla a sus pensamientos precedentes. El Señor no está planteando el asunto de si acaso la vida se pierde alguna vez; sino que él está hablando de ciertas personas que se encuentran en una posición determinada; y entre ellas puede haber personas que toman dicha posición irreflexivamente, o incluso falsamente, y luego sucede que se desvanece todo lo que una vez ellas habían poseído. Él anuncia Su sentencia, — una sentencia muy despectiva, — que será dictada sobre aquello que ocupó un lugar tan elevado pero sin realidad.

 

"Vosotros sois la luz del mundo". Esto es otra cosa. Teniendo en cuenta la distinción explicada en la serie de las bienaventuranzas y de las persecuciones, nosotros tenemos la explicación de estos dos versículos. La sal de la tierra representa el principio de la justicia. Evidentemente, esto implica aferrarse a los derechos eternos de Dios, y al mantenimiento ante el mundo de lo que obedece a Su carácter; pero ello desaparece cuando aquello que lleva el nombre de Dios cae por debajo de lo que incluso los hombres consideran apropiado, y ellos se burlan de lo que es llamado religión. Todo el respeto se desvanece y los hombres piensan que la condición de los cristianos es un buen tema de burla. Pero ahora, en el versículo 14, no sólo tenemos el principio de la justicia, sino el de la gracia, — el efluvio y la fortaleza de la gracia. Y nosotros encontramos aquí un nuevo título dado a los discípulos, como siendo descriptivo de su testimonio público, — a saber, "La luz del mundo". La luz es, evidentemente, aquello que se difunde de sí, es decir, de manera natural, sin sugestión ni ayuda ajena. La sal es lo que debiese ser interno, pero la luz es lo que de sí se esparce por fuera. "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder". Debía haber una difusión de su testimonio alrededor. El hombre no enciende una luz para ponerla debajo de un almud, sino sobre un candelero, "y alumbra a todos los que están en casa ". Así resplandezca vuestra luz ante los hombres, "para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5: 16 – VM).  Presten una buena atención a esto.

 

Hemos examinado estos dos sorprendentes esbozos del testimonio de los creyentes aquí abajo como sal de la tierra, la energía conservadora en medio de la profesión; y como la luz del mundo que sale en las actividades del amor hacia el pobre mundo; y el peligro de que la sal pierda su sabor, y de que la luz sea puesta debajo de un almud. Ahora bien, nosotros encontramos el gran objetivo de Dios en este doble testimonio. No se trata simplemente de la bendición de las almas, pues no hay una palabra acerca de la evangelización o la salvación de los pecadores, sino del andar de los santos. Hay un asunto serio que Dios plantea acerca de Sus santos, y es el de los propios modos de obrar de ellos al margen de lo que hagan otras personas. Los llamamientos a los inconversos los encontramos abundantemente en otros lugares, y nadie puede exagerar su importancia para el mundo; pero, el sermón del monte es el llamamiento de Dios a los convertidos. Se trata del carácter de ellos, de su posición, de su testimonio, de manera muy personal; y si se piensa en otros en todo momento, no se trata tanto de ganarlos, como de que los santos reflejen lo que viene desde arriba. Esta luz es lo que viene de Cristo. No se dice, « que vuestras buenas obras resplandezcan ante los hombres.» Cuando las personas hablan acerca de este versículo pensando en sus propias obras, generalmente no son buenas obras en absoluto; pero aunque lo fueran, las obras no son la luz. La luz es lo que viene de Dios, sin mezcla humana añadida. Las buenas obras son el fruto de la acción de esa luz sobre el alma; pero es la luz la que ha de resplandecer ante los hombres. El asunto ante Dios es confesar a Cristo. No se trata simplemente de que hay que hacer ciertas cosas. La luz que resplandece es el gran objeto aquí, aunque hacer lo bueno debiese emanar de ella. Si hago que hacer lo bueno sea todo, ellos es un pensamiento inferior al que está ante la mente de Dios. Un incrédulo puede sentir que un hombre que tirita necesita un abrigo o una manta. El hombre natural puede ser plenamente consciente de las necesidades de los demás; pero si yo simplemente tomo estas obras y las convierto en el objetivo prominente, realmente no hago nada más de lo que podría hacer un incrédulo. En el momento que ustedes hacen que las buenas obras sean el objetivo, y el resplandor de ellas ante los hombres, ustedes mismos se encuentran en un terreno común con judíos y paganos. El pueblo de Dios es propenso a destruir así su testimonio. ¿Qué hay de tan malo en el modo de hacer una cosa hecha de manera profesada para Dios, como una obra que deja fuera a Cristo, y que muestra que un hombre que ama a Cristo está en términos confortables con aquellos que Le aborrecen? Esto es aquello contra lo cual el Señor advierte a los santos. Ellos no deben pensar acerca de sus obras, sino acerca de que la luz de Dios resplandezca. Las obras seguirán a continuación, y mucho mejores obras que cuando una persona está siempre ocupada en ellas. "Así resplandezca vuestra luz delante de los hombres; de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mateo 5: 16 – VM). Que la confesión que ustedes hacen de lo que Dios es en Su naturaleza, y de lo que Cristo es en Su propia persona y en Sus modos de obrar, — que el reconocimiento de Él por parte de ustedes sea aquello que sea sentido por los hombres y llevado ante ellos; y entonces, cuando ellos vean las buenas obras por ustedes hechas, glorificarán "a vuestro Padre que está en los cielos". En lugar de decir: «Qué buen hombre es éste», ellos glorificarán a Dios por causa de él, relacionando lo que ustedes hacen con la confesión de Cristo que ustedes profesan.

 

Que conceda el Señor que esto, puesto que es la palabra y la voluntad de Cristo, sea aquello a lo que nos entreguemos y que deseemos sobre todas las cosas para nuestras propias almas y para los que nos son amados; y si vemos el olvido de ello en cualquier santo de Dios, que nos acordemos de él en oración, y procuremos ayudarle con el testimonio de Su verdad, la cual, si no lleva consigo el corazón, puede al menos alcanzar la conciencia y producir fruto más tarde.

 

Nosotros hemos visto la declaración de nuestro Señor acerca del carácter, y también de la posición apropiados de los herederos del reino de los cielos. Le hemos encontrado declarando "bienaventurados" a quienes el hombre no habría considerado así. Pero, nuestro Señor era el modelo perfecto de todo esto. ¿Y qué podría haber sonado más irracional, especialmente para un judío, que oírle llamar deliberada y enfáticamente bienaventurados y felices a quienes eran despreciados, burlados, aborrecidos, perseguidos, sí, en efecto, aquellos de los cuales se tenía mala opinión y eran tratados como malhechores? Sin duda ello era expresamente por causa de la justicia y de Cristo. Pero, para el judío la venida del Mesías era esperada como la corona de su gozo, — como ese acontecimiento tan auspicioso sobre el que toda la atención iba a estar dirigida a Israel, tanto en lo que se refiere al cumplimiento de las promesas de Dios hechas a los padres, como al cumplimiento de las magníficas predicciones que implican la destrucción de sus enemigos, la humillación de los gentiles y la gloria de Israel. Por lo tanto, suponer que la recepción de Aquel que era el Mesías conllevaría ahora una vergüenza y un padecimiento inevitables en el mundo era, en efecto, una enorme conmoción para las más preciadas expectativas de ellos. Pero nuestro Señor insiste en ello, declarando que sólo los tales son bienaventurados, — bienaventurados con un nuevo tipo de bienaventuranza, mucho más allá de lo que un judío podía concebir. Y esto es parte de los privilegios a los que nosotros también somos llevados por medio de la fe en Cristo. La enseñanza de nuestro Señor en el sermón del monte sólo se manifiesta en formas más sólidas ahora que Él ha asumido Su lugar en el cielo. La enemistad del hombre ha salido a relucir también en su máxima expresión. El mundo se ha unido a los judíos en la enemistad hacia los hijos de Dios. Y por eso el último libro del Nuevo Testamento muestra que los que asumen el nombre de judíos, sin ninguna realidad, siguen siendo hasta el final los más hostiles a todo verdadero testimonio de Cristo en la tierra.

 

En la porción que sigue a continuación nosotros entramos en un tema muy importante. Si había esta nueva clase de bienaventuranza, tan ajena a los pensamientos de Israel según la carne, ¿cuál era la relación de la ley con la doctrina de Cristo y con el nuevo estado de cosas que estaba a punto de ser introducido? ¿Acaso no vino la ley de Dios por medio de Moisés? Si Cristo introdujo eso que era tan inesperado, incluso para los discípulos, ¿cuál sería la relación de esta verdad con lo que habían recibido previamente a través de los siervos inspirados de Dios, y para lo cual tenían Su propia autoridad? Debiliten la autoridad de la ley, y es evidente que ustedes destruyen el fundamento sobre el cual reposa el evangelio; porque la ley era de Dios tan ciertamente como el evangelio lo es. Por eso surgió una pregunta de suma importancia, especialmente para un israelita: ¿qué relación tenía la doctrina de Cristo, respecto al reino de los cielos, con los preceptos de la ley? El Señor comienza este tema (Mateo 5: 17-48) con estas palabras: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas". Ellos podrían haber pensado eso por el hecho de haber introducido Él algo que no es mencionado ni en la ley ni en los profetas; pero Él dice, "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir". Yo tomo esta palabra, "cumplir", en su sentido más amplio. En Su propia persona, el Señor cumplió la ley y los profetas, en Sus modos de obrar, en justa sujeción y justa obediencia. Su vida aquí abajo exhibió su belleza por primera vez sin defectos. Su muerte fue la ratificación más solemne que jamás pudo recibir la ley, porque la maldición que ésta pronunciaba sobre el culpable, el Salvador la tomó sobre Sí mismo. No hubo nada a lo cual el Salvador no se sometiese, antes de que Dios fuera deshonrado. Pero yo pienso que las palabras de nuestro Señor justifican una aplicación adicional. Hay una expansión de la ley, o δικαωμα (demanda justa), dando a su elemento moral el mayor alcance, de modo que todo lo que honraba a Dios en ella debía ser puesto de manifiesto en sus más plenos poder y extensión. La luz del cielo era proyectada ahora sobre la ley, y la ley no era interpretada por hombres débiles y fracasados, sino por Uno que no tenía ningún motivo para eludir "ni una jota" de sus exigencias; Uno cuyo corazón, lleno de amor pensaba sólo en la honra y la voluntad de Dios; Uno cuyo celo por la casa de Su Padre Le consumía, y que pagó lo que no robó. (Salmo 69: 4). ¿Quién sino Él podía exponer así la ley, — no como los escribas, sino a la luz del cielo? Porque el mandamiento de Dios es sumamente amplio, ya sea que consideremos que pone fin a toda perfección en el hombre, o que la suma de él está en Cristo.

 

Lejos de anular la ley, el Señor, por el contrario, la ilustró más brillantemente que nunca, y le dio una aplicación espiritual para la que el hombre no estaba preparado en absoluto antes de que Él viniese. Y esto es lo que el Señor procede a hacer en el maravilloso discurso que sigue a continuación. Después de haber dicho: "Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido", Él añade: "De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 5: 18-20). Nuestro Señor va a ampliar los grandes principios morales de la ley en mandamientos que emanan de Él mismo, y no sólo de Moisés, y Él muestra que esto sería lo sumo por lo cual las personas serían probadas. Ya no se trataría simplemente del decálogo pronunciado en Sinaí, sino que, reconociendo su pleno valor, Él  estaba a punto de manifestar el pensamiento de Dios de una manera mucho más profunda de la que se había pensado antes, a saber, que en lo sucesivo, esto iba a ser la gran prueba.

 

Por eso, al referirse al uso práctico de estos mandamientos Suyos, Él dice, "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos", — siendo esta una expresión que no tiene la más mínima referencia a la justificación, sino a la apreciación práctica y al andar práctico en las relaciones correctas del creyente hacia Dios y hacia los hombres. La justicia de la que se habla aquí es totalmente de tipo práctico. Tal vez esto puede impactar a muchas personas con dureza. Ellas pueden estar un poco perplejas como para comprender la manera en que se hace que la justicia práctica sea el medio para entrar en el reino de los cielos. Pero, permitan ustedes que yo repita, el sermón del monte nunca nos muestra la manera en que un pecador ha de ser salvo. Si hubiera la más mínima alusión a la justicia práctica en lo que se refiere a la justificación de un pecador, habría motivos para sobresaltarse; pero no puede haber ningún motivo en absoluto para el santo que entiende y se somete a la voluntad de Dios. Dios insiste en la piedad de Su pueblo. «Sin santidad nadie verá al Señor"». (Hebreos 12: 14). No puede haber duda acerca de que el Señor muestra en Juan 15 que las ramas infructíferas deben ser cortadas, y que tal como los pámpanos secos de la vid natural son arrojados al fuego para ser quemados, así los profesantes del nombre de Cristo sin fruto no pueden esperar una mejor porción.

 

Llevar fruto es la prueba de vida. Estas cosas son afirmadas en los términos más firmes a través de la Escritura. En el evangelio según Juan, capítulo 5: 28-29, se dice: "Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación",  o "de juicio". No se puede disfrazar la solemne verdad de que Dios tendrá y debe tener lo que es bueno y santo y justo en Su pueblo. No son en absoluto pueblo de Dios los que no se caracterizan por ser hacedores de lo que es aceptable a Sus ojos. Si esto fuese puesto ante un pecador como un medio de reconciliación con Dios, o de tener los pecados borrados ante Él, ello sería la negación de Cristo y de Su redención. Pero, sólo manténganse ustedes firmes en que todos los medios para acercarse a Dios se encuentran en Cristo, — que la única manera por la cual un pecador es conectado con la bendición de Cristo es por medio de la fe, sin las obras de la ley, — sólo mantengan esto, y no hay la menor inconsistencia ni dificultad en entender que el mismo Dios que concede a un alma que crea en Cristo, obra en esa alma por medio del Espíritu Santo para producir lo que es conforme a Él mismo de manera práctica. ¿Con qué propósito le da Dios a esa alma la vida de Cristo y el Espíritu Santo si sólo fuera necesaria la remisión de los pecados? Pero Dios no se satisface con esto. Él imparte la vida de Cristo a un alma y le da a esa alma el Espíritu Santo para que more en ella; y como el Espíritu no es fuente de debilidad o de temor "sino de poder, de amor y de dominio propio", Dios busca modos de obrar y ejercicio de sabiduría y juicio espirituales al pasar a través de la dificultosa escena actual.

 

Mientras ellos admiraban con ojos ignorantes la justicia de los escribas y fariseos, nuestro Señor declara que esa clase de justicia no servirá. La justicia que sube al templo todos los días, que se enorgullece de largas oraciones, de grandes limosnas y de amplias filacterias, no se mantendrá firme a la vista de Dios. Debe haber algo mucho más profundo y más acorde con la naturaleza santa y amorosa de Dios. Porque con toda esa apariencia de religión exterior podría haber siempre, como generalmente sucedía, ninguna conciencia de pecado, ni de la gracia de Dios. Esto demuestra la suma importancia de estar en lo cierto, en primer lugar, en nuestros pensamientos acerca de Dios; y sólo podemos estarlo recibiendo el testimonio de Dios acerca de su Hijo. En el caso de los fariseos tenemos al hombre pecador negando su pecado, y oscureciendo y negando completamente el verdadero carácter de Dios como el Dios de la gracia. Estas enseñanzas de nuestro Señor fueron rechazadas por las personas externamente religiosas, y la rectitud de ellos era tal como se podía esperar de personas que eran ignorantes de sí mismas y de Dios. Ellos ganaban reputación para sí mismos, pero ahí terminaba todo; ellos buscaban su recompensa en aquel momento, y la tenían. Pero, nuestro Señor dice a los discípulos: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Mateo 5: 20).

 

Permitan ustedes que yo pregunte aquí, ¿Cómo es que Dios logra esto con respecto a un alma que cree ahora? Hay un gran secreto que no sale a la luz en este sermón. En primer lugar, hay una carga de injusticia sobre el pecador. Entonces, ¿cómo debe ser tratado eso, y cómo hacer que el pecador sea apto para el reino de los cielos y que sea introducido en él? La respuesta es que por medio de la fe él nace de nuevo; adquiere una nueva naturaleza, una vida que emana tanto de la gracia de Dios como del hecho de que sus pecados fueron cargados sobre Cristo en la cruz. (Véase Isaías 53). En eso está el fundamento de la justicia práctica. El verdadero comienzo de todo lo moralmente bueno en un pecador, — como ha sido dicho y como merece ser repetido a menudo, — es el sentido y la confesión de su falta de dicha justicia, es más, de su maldad. Nunca hay nada correcto para con Dios en un hombre hasta que él se entrega a sí mismo como siendo todo malo. Cuando él es abatido a esto, él es llevado a poner toda su confianza en Dios, y Dios revela a Cristo como Su don para el pobre pecador. Él está moralmente quebrantado, sintiendo y reconociendo que está perdido, a menos que Dios se apersone a él; y él recibe a Cristo, ¿y entonces qué? 'El que cree, tiene vida eterna'. ¿Cuál es la naturaleza de esa vida? En su carácter, perfectamente justa y santa. Entonces, el hombre de inmediato es hecho apto para el reino de Dios. "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios". Pero cuando él nace de nuevo, él entra allí. "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Los escribas y los fariseos sólo trabajaban en la carne y por la carne; ellos no creían que estaban muertos a los ojos de Dios; tampoco lo hacen los hombres ahora. Pero, aquello con lo que el creyente comienza es con que él es un hombre muerto que requiere una nueva vida, y que la nueva vida que recibe en Cristo es adecuada para el reino de los cielos. Es sobre esta nueva naturaleza que Dios actúa y obra, por medio del Espíritu, esta justicia práctica; de modo que sigue siendo cierto en todo sentido: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos".

 

Pero el Señor no explica aquí cómo sería esto. Él sólo declara que lo que era adecuado a la naturaleza de Dios no iba a ser hallado en la justicia judía humana, y que ello debía ser para el reino.

 

Él continúa ahora con la ley en sus diversas partes, al menos lo que tiene que ver con los hombres. Él no entra aquí en lo que atañe directamente a Dios, sino que en primer lugar se ocupa de lo que emana de la violencia humana, y después de esto, del gran ejemplo flagrante de la corrupción humana; porque la violencia y la corrupción son las dos formas sobresalientes de la iniquidad humana. Incluso antes del diluvio esa era la condición de los hombres: pues leemos, "Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia". (Génesis 6: 11).  Aquí, en el versículo 21 de Mateo 5, nosotros tenemos la luz del reino iluminando el mandamiento: "No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio". La ley tomaba en consideración esta forma extrema de violencia; pero nuestro Señor le da longitud, anchura, altura y profundidad, y Él dice: "Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". (Mateo 5: 22). Es decir, nuestro Señor trata, como siendo incluidos ahora como homicidio, ante los ojos de Dios, toda clase de violencia, y todo tipo de sentimiento y expresión; todo lo que sea desprecio y aborrecimiento, cualquier cosa que exprese la hostilidad del corazón; cualquier hecho de ningunear a otro, la voluntad de aniquilar a los demás en lo que respecta a su carácter o influencia: pues todo esto no es mejor que el homicidio ante los ojos escrutadores de Dios. Él está expandiendo la ley; está mostrando ahora a Uno que considera y juzga el sentimiento del corazón. Por lo tanto, no se trata en absoluto de las meras consecuencias de la violencia para con un hombre, ya que podría no haber ningún efecto muy malo producido por estas palabras de ira, sino que dichas palabras demostraban el estado del corazón; y esto es lo que el Señor está tratando aquí. "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda". (Mateo 5: 23, 24). Él no está manifestando al cristiano en su total separación del sistema judío. Y aunque el principio es aplicable al cristiano, estas palabras muestran claramente una conexión con Israel, porque el altar no tiene referencia alguna a la mesa del Señor.

 

"Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante". (Mateo 5: 25, 26). Yo creo que Israel era culpable de esa misma locura, — Israel como un pueblo, — culpable de no ponerse de acuerdo con el adversario pronto. Allí estaba el Mesías, y ellos, siendo adversarios de Él, Le trataron como adversario de ellos y obligaron a Dios a estar contra ellos por su incredulidad. Moralmente, la posición de Israel a los ojos de Dios era muy parecida a lo que nos es mostrado aquí. Había un sentimiento homicida en el corazón de ellos contra Jesús. Herodes fue la expresión de ello en el momento de Su nacimiento, y ello se prolongó durante todo el ministerio de Cristo, puesto que la cruz demostró cuán absolutamente existía ese odio implacable en el corazón de los judíos contra su propio Mesías. Ellos no se pusieron de acuerdo pronto con su adversario, y el juez sólo pudo entregarlos al alguacil para ser echados en la cárcel; y allí permanecen hasta el día de hoy. La nación judía, a causa de su rechazo del Mesías, ha sido excluida de todas las promesas de Dios; como nación ha sido encarcelada, y debe permanecer allí hasta que el último cuadrante sea pagado. En Isaías tenemos al Señor hablando con soltura a Jerusalén: "Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados". (Isaías 40: 2).  Así, mientras nosotros entramos ahora en Su favor, mientras por la gracia de Dios recibimos ahora la plenitud de la bendición por medio de Cristo Jesús, aun así no puede haber duda de que ricas bendiciones están reservadas para Jerusalén. Porque Dios, en Su misericordia, le dirá un día: «Yo perdono ahora tu iniquidad; ya no te haré testigo de Mi venganza en la tierra.» Y ante la pregunta, ¿y por qué no se le permite a Israel, hasta el día de hoy, amalgamarse con las naciones? Ellos permanecen allí, apartados por Dios de todos los demás pueblos. Pero Dios les tiene reservada Su insigne misericordia. "Hablad al corazón de Jerusalén… que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados". Esta figura la encontramos en otra parte bellamente expuesta en el caso del hombre culpable de sangre que huía a la ciudad de refugio provista por Dios. Y el libro de Números enseña que allí permanecía el hombre, fuera de la tierra de su posesión, hasta la muerte, no del homicida, sino del sumo sacerdote ungido con aceite. (Véase Números 35: 9-28). Allí se hace referencia al sacerdocio de nuestro Señor. Cuando el Señor haya completado Su pueblo celestial y los haya reunido donde ellos no necesitan la actividad de Su intercesión; cuando nosotros estemos en el pleno resultado de todo lo que Cristo ha obrado por nosotros, el Sumo Sacerdote ocupará entonces Su lugar en Su propio trono. Entonces será la finalización de Su actual sacerdocio celestial, y el Israel culpable de la sangre regresará a la tierra de su posesión. Yo no tengo ninguna duda de que ésta es la justa aplicación de ese hermoso tipo. No puedo entender cuál interpretación apropiada podría haber de la muerte del sumo sacerdote ungido con aceite si ustedes la asignan ahora a un cristiano; pero aplíquenla ustedes al judío, y nada es más evidente. Cristo pondrá término a ese carácter de sacerdocio que Él está ejerciendo para nosotros ahora, y entrará en una nueva forma de bendición para Israel.

 

Pero hay otra cosa además de la violencia: y es que está el elemento corrupto en el corazón del hombre, — el corazón que codicia lo que no tiene. La siguiente palabra de nuestro Señor se ocupa de ello, "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno". (Mateo 5: 27-30). Es decir, todo lo que en nuestro andar, o en nuestros procederes, o en nuestro servicio, todo lo que pueda exponer a un alma al peligro de ceder a estos sentimientos impíos, nunca debe ser consentido, sino que hay que apartarse de ello a cualquier costo. Debe haber la extirpación de todo lo que es dañino para el alma; y los miembros del cuerpo, tales como el ojo que desea y la mano que quiere tomar, son utilizados para mostrar las diversas formas en que el corazón puede verse envuelto. Cortar estos miembros muestra un corazón completamente ejercitado en el juicio propio; un corazón no motivado a excusarse diciendo que no ha cometido realmente el pecado, sino que se debe renunciar a todo aquello a lo que él está expuesto.

 

Luego el Señor denuncia la fácil disolución del vínculo matrimonial, leemos, "También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio". (Mateo 5: 31, 32). Nuestro Señor muestra así que, aunque pueda haber graves dificultades, esta relación humana recibe la enérgica confirmación de la ordenanza de Dios. Aunque se trata de una relación terrenal, la luz del cielo es proyectada sobre ella, la santidad del matrimonio es mantenida, y la posibilidad de permitir que algo interfiera con su santidad es totalmente desestimada por Cristo, excepto solamente cuando había algo que la interrumpía a los ojos de Dios, en cuyo caso el acto de separación sería sólo una declaración de que el vínculo ya está realmente roto.

 

El siguiente caso (versículos 33-37) nos lleva a un orden de cosas diferente: se trata del uso del nombre del Señor. La referencia no es aquí a un juramento judicial, es decir, un juramento administrado por un magistrado. En algunos países esto podría tener características de paganismo o papismo, y ningún cristiano debiese prestar tal juramento. Pero, si la declaración es simplemente en cuanto la autoridad de Dios, introducida por el magistrado para declarar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, yo no veo que el Señor libere de ninguna manera al cristiano de la obligación a esto. Pero el asunto se refiere aquí a la comunicación entre hombre y hombre. Leemos, "No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello". Se trataba sencillamente  de las confirmaciones de la vida común entre los judíos. Si nuestro Señor hubiese tenido la intención de prohibir al cristiano prestar juramentos judiciales, ¿no habría Él presentado como ejemplo el juramento que era habitual en los tribunales de aquellos días? Pero los juramentos que Él trae ante nosotros eran aquellos que los judíos tenían la costumbre de utilizar cuando la palabra de ellos era cuestionada por sus semejantes, no lo que era empleado ante el magistrado. Por lo tanto, lejos de pensar que un cristiano hace lo correcto al rechazar un juramento judicial, yo creo que él hace lo incorrecto al no prestar dicho juramento cuando el magistrado requiere su testimonio, cuando no hay nada que ofenda la conciencia en la forma del juramento. Si el magistrado no reconoce a Dios en el juramento, aun así el cristiano está obligado a reconocer a Dios en el magistrado, el cual es, para el cristiano, un siervo de Dios en las cosas externas de este mundo. Incluso el Asirio fue la vara de Dios, todo el tiempo en que él pensaba sólo en llevar a cabo sus propios propósitos contra Israel. (Isaías 10: 24). Mucho más el magistrado, sea quien sea o lo que sea, él representa la verdad de la autoridad externa de Dios en el mundo, y el cristiano debiese respetar esto con creces, más que los hombres del mundo; y por lo tanto, el juramento que exige sencillamente la verdad sobre la base de esa autoridad, es algo santo y no debe ser rechazado. El cristiano, indudablemente, no tiene derecho a procesar a otro. Por el contrario, él le debe a Cristo y a Su gracia dejar que el mundo, si el mundo quiere, abuse de él, — él puede protestar de palabra en contra de ello, y luego dejarlo en manos del Señor. Cuando nuestro Señor mismo fue tratado injustamente, Él redarguye a la persona por ello, y ahí termina, como el hombre pensaría, para siempre. No hay tal cosa como tratar de obtener una reparación inmediata de Sus agravios. Así debe ser con los cristianos. Puede haber la convicción moral de los que hacen el mal, pero tomarlo pacientemente es aceptable para con Dios.

 

No hay manera en que el cristiano muestre cuánto está él por encima del mundo como cuando él no busca la vindicación del mundo en nada. Si nosotros pertenecemos al mundo, todos debiésemos ser voluntarios. Si el mundo es nuestro hogar, el hombre está llamado a batallar por él. Pero, para el cristiano este mundo no es el escenario de sus intereses, y la pregunta es, ¿por qué luchar por lo que no le pertenece? Si un cristiano lucha en y con el mundo (excepto su propia guerra espiritual), él está fuera de su lugar. El deber de los hombres, como tales, es repeler el mal; y si el Señor se sirve del mundo para sofocar la revolución y hacer la paz, el cristiano puede mirar hacia arriba y dar gracias. Ello es una gran misericordia. Pero la verdad que el creyente tiene que tener firmemente asentada en su propia alma, es que ellos "no son del mundo". Y surge la pregunta, ¿en qué medida ellos no son del mundo? Y la respuesta es, "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". En Juan 17, donde nuestro Señor repite esta maravillosa palabra, Él habla en la perspectiva de ir al cielo, como si Él ya no estuviera en la tierra. Por lo tanto, en el espíritu de uno que está lejos del mundo, Él dice: "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". Poco antes Él había dicho: "Ya no estoy en el mundo". Su subida al cielo es lo que da al cristiano  y a la iglesia su carácter. Un cristiano no es simplemente un creyente, sino un creyente llamado a disfrutar de Cristo mientras Él está en el cielo. Y así como Cristo, nuestra Cabeza, está fuera del mundo, así el cristiano es elevado en espíritu por encima del mundo, y debe mostrar la fortaleza de su fe como estando por encima de su mero sentimiento natural. Nada hace que un hombre parezca tan necio como no tener parte en este mundo. A los cristianos no les gusta ser nulidades; ellos son propensos, de una manera u otra, a desear que su influencia se haga sentir. Pero el Señor nos libra de esto.

 

Entonces, el hecho de que nos permitamos hacer afirmaciones más allá de las simples declaraciones de la verdad está por debajo de nuestro llamamiento. "Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede". (Mateo 5: 37). Es digna de mención, como demostración práctica de la distinción aquí trazada, la manera en que nuestro Señor actuó  cuando estuvo ante el sumo sacerdote. Él permaneció en silencio hasta que el sumo sacerdote Le impuso juramento (Mateo 26: 63); entonces Él respondió de inmediato. ¿Quién puede dudar de que Él nos muestra el modelo correcto allí?

 

Nuestro Señor pasa a continuación al caso de cualquier daño práctico que se nos pueda hacer. No es que esté mal que un hombre castigue de acuerdo con el daño que se ha infligido a otro. "Ojo por ojo, y diente por diente" es perfectamente justo; pero nuestro Señor insinúa que debiésemos ser mucho más que justos, debiésemos ser misericordiosos; y Él insiste acerca de esto como punto culminante de esta parte del discurso. En primer lugar, Él había reforzado la justicia de la ley, había ampliado sus profundidades y había dejado de lado su consentimiento; ahora Él va más allá. Él muestra que hay un principio en Sus propios procederes y vida, principio que enseña al cristiano que no debe buscar represalias. Leemos, "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". Es evidente que el Señor no se refiere aquí a lo que tienen que hacer los gobiernos. El Nuevo Testamento está escrito para cristianos, para aquello que tiene una existencia separada y un llamamiento peculiar en medio de los sistemas y pueblos terrenales. El Nuevo Testamento pertenece a aquellos que son celestiales mientras andan en la tierra. Nosotros llegamos a ser tales por la recepción de Cristo, y a los tales el Señor les dice: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". La referencia es aquí al daño personal. El mal hecho puede ser más que nunca inmerecido, pero tiene que ser vencido con el bien. Ello demuestra que ustedes están dispuestos a recibir aún más por causa de Cristo. "Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa". Allí la ley es evocada: es decir, un hombre pone a pleito, tal vez falsamente, una parte de tu vestimenta, y si te pone a "a pleito" y te quita "la túnica, déjale también la capa". Aquí no se trata exactamente de un hombre poniendo a pleito (llevando  a juicio), sino de los propios servidores públicos. "Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos". El gran principio que nuestro Señor distingue en esto, — ya sea la violencia humana, o la ley siempre tan poco aplicada o aplicada mal, — es que, aunque según la ley, ustedes podían dar un paso, según el evangelio ustedes darían dos. La gracia hace dos veces más que la ley, cualquiera que sea el asunto en cuestión. Nunca se tuvo, de ninguna manera, la intención de suplantar las obligaciones o rebajar las responsabilidades, sino, por el contrario, la intención fue dar poder y fuerza a todo lo que es justo a los ojos de Dios. La ley podía decir: "Ojo por ojo, y diente por diente"; pero aquí no sólo está el hecho de aguantar lo que es positivamente malo, sino que está la gracia que da más de lo que se pide. "La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". (Juan 1: 17).  Y esta es una manera de mostrar de manera práctica hasta qué punto nosotros valoramos la gracia. No se trata de la mera letra de las palabras de nuestro Señor. Si ustedes limitaran esto a un mero golpe en el rostro ello sería algo muy pobre; pero la palabra de Cristo es la que me expresa el espíritu que agrada a Dios, y me presenta la realidad de la gracia. Y la gracia no es la reivindicación de uno mismo ni el castigo de un mal, sino el hecho de aguantar el mal y el triunfo del bien sobre él. Cristo está hablando de lo que el cristiano tiene que soportar de parte del mundo a través del cual él pasa. Él ha de recibir tribulación como la disciplina que Dios considera adecuada para su alma; el gran espectáculo ante hombres y ángeles (1ª. Corintios 4; 9), — que hay hombres en esta tierra a los que se les permite padecer por Cristo y se regocijan por ello, porque han aprendido a renunciar a su propia voluntad, a sacrificar sus propios derechos y a padecer injustamente, esperando el día en que el Señor reconocerá todo lo que ha sido el dolor de ellos por Su causa, y cuando todo el mal será juzgado muy solemnemente en Su aparición y en Su reino.

 

Nuestro Señor dice, en el versículo 42, "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses". Ello es un ejemplo de un gran principio general acerca del cual el Señor está insistiendo; pues así como Él había puesto al descubierto el carácter de la violencia, aquí Él lo hace de otra cosa. — a saber, la solicitación que se dirige a sí misma a la bondad de corazón de un cristiano. "Al que te pida, dale". Ciertamente, esto es una cosa hermosa y amable; pero es perfectamente evidente que el Señor no está instando a Su pueblo para que la cosa se haga irreflexivamente, ni como una mera gratificación de sus sentimientos, sino con una conciencia hacia Dios. Supongamos que una persona viene a pedirle algo, y usted tiene motivos para pensar que esta persona lo gastaría indebidamente, usted debe poner un límite. Él podría decirle, «¿Por qué no? ¿Acaso no te ha ordenado el Señor que des al que te pida?». Ciertamente; pero el Señor ha dado otras palabras por las que yo juzgo en cuanto la conveniencia de dar en cada caso particular. El que pide puede ir a hacer lo que yo estoy seguro que sería absurdo o incorrecto; y me pregunto, ¿aun así debo dar, o acaso no es introducido otro principio, a saber, el necesario buen criterio? Tal vez el que pide tiene planes propios que yo creo que son mundanos: entonces, ¿debo yo gratificar su mundanalidad? Lo que el Señor tiene en perspectiva es la necesidad real; y como solía haber una gran indiferencia hacia esto entre los judíos, como de hecho suele haberla en todas partes, el Señor no se limita a insistir al cristiano a que ayude a su hermano, sino que toma el terreno más amplio para instar a dar generosamente; no, obviamente, por nada que podamos obtener con ello, sino por amor conforme a Dios.

 

"Al que te pida, dale". Todos sabemos que existen aquellos que abusarían. Esto acalla y a menudo obstaculiza la piedad; y muy a menudo ello puede ser una excusa para no mostrar piedad. El Señor nos previene contra esta trampa, y nos muestra el gran valor moral, para nuestras propias almas y para la gloria de Dios, de la benignidad habitual, considerada y generosa hacia los afligidos en este mundo. No es que yo debo dar siempre lo que una persona pide, pues ella puede buscar algo insensato; pero aun así, "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses". ¿Lleva usted la cuenta de cuántas veces ha sido usted engañado? Aun así, ¿por qué estar dolido? Usted tiene derecho, por palabra de Jesús, a hacerlo como haciéndolo para su Padre. El receptor de su generosidad puede aplicarlo a un mal uso: y eso es responsabilidad de él. Yo estoy obligado a cultivar una generosidad insospechada, y esto es bastante independiente de la mera amistad. Incluso los publicanos y los pecadores son amables con aquellos que son amables con ellos; pero, ¿qué debiese ser un cristiano? Cristo determina la posición, la conducta y el espíritu del cristiano. Tal como Él fue un sufriente, ellos no deben resistir el mal. Si había necesidad, el corazón del Señor se ocupaba de  ella en compasión. Ellos podrían volver Su amor contra Él mismo, y utilizar los dones de Su gracia para sus propios fines, como el hombre que fue sanado, haciendo ellos caso omiso a la advertencia del Señor y al sentido de Sus beneficios. Pero el Señor, conociendo perfectamente todo ello, sigue firmemente en Su senda de hacer el bien, no en el mero y vago pensamiento de benevolencia hacia el hombre, sino en el santo servicio a Su Padre.

 

Pero digamos ahora una palabra acerca de lo que sigue a continuación. Se trata del núcleo y la esencia de lo que concierne a nuestra relación con los demás aquí abajo; el gran principio activo del cual emana toda conducta recta. Ello es el asunto del verdadero carácter y los límites del amor. "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo". (Versículo 43). Esta era la expresión que los judíos extraían del contenido literal de la ley. Dios había autorizado el exterminio de sus enemigos, y de allí extrajeron el principio, "Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Aquí había una cosa que la ley nunca pudo enseñar, — es la gracia. En mil casos prácticos, la pregunta no es si acaso la cosa es correcta. A menudo oímos a cristianos preguntar: «¿Está mal tal cosa?» Pero ésta no es la única pregunta para el cristiano. Supongamos que se le hace un mal; ¿cuál va a ser su sentimiento entonces? Si hay enemistad hacia él en otro, ¿qué ha de albergar en su propio corazón? "Amad a vuestros enemigos,… haced bien a los que os aborrecen,… para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos"; así ellos demuestran en procederes prácticos que pertenecen a tal paternidad, "hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos…. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". (Mateo 5: 44-48).

 

En esto no se hace ninguna referencia al asunto de si acaso hay pecado en nuestra naturaleza o no. Siempre existe el principio del mal en un hombre mientras él vive aquí abajo. Pero, en lo que el Señor insiste es en esto, a saber, que nuestro Padre es el modelo perfecto en Sus procederes con Sus enemigos ahora, y nos llama a ser exhaustivos en esa misma gracia y amor en la cual nuestro Padre trata. Esto está en contraste directo con el judío, o con cualquier cosa que hubiese sido ordenada antes. Abraham no fue llamado a andar de esta manera. Yo creo que él fue justificado al armar a sus siervos para recuperar a Lot, al igual que los israelitas al tomar la espada contra los cananeos. Pero, nosotros estamos llamados (como norma de la vida cristiana, como aquello que gobierna nuestros pensamientos, sentimientos y procederes) a andar en el principio de la clemente paciencia. Nosotros estamos en medio de los enemigos de Cristo, de nuestros enemigos también debido a Él.

 

Puede que no salga a relucir de inmediato, ni nunca. La persecución puede pasar de moda, pero la enemistad siempre está allí; y si Dios sólo quitara ciertas restricciones, el antiguo odio estallaría como siempre. Sin embargo, sólo hay un rumbo abierto para el cristiano que desea andar como Cristo anduvo: "Amad a vuestros enemigos"; y esto realmente no por una mera exhibición de formas o palabras lisonjeras. Nosotros sabemos que, en ciertos casos, ir a hablar con una persona enfadada sólo haría salir la amargura de la ira, y allí el rumbo correcto sería mantenerse alejado; pero en todas las circunstancias debe haber toda la buena disposición para procurar la bendición de nuestro adversario. Hacer una verdadera bondad a uno que me ha herido, incluso si ello nunca es conocido por una criatura en la tierra, es la única cosa digna de un cristiano. El Señor nos da así oportunidades de mostrar amor a los que nos aborrecen. Cuando se produce la provocación, nosotros debemos tener asentado en nuestras almas que el cristiano está aquí con el propósito de expresar a Cristo; pues en verdad somos Su carta, conocida y leída por todos los hombres. (2ª Corintios 3: 2, 3). Debemos desear reflejar lo que Cristo habría hecho en las mismas circunstancias.

 

Que el Señor nos conceda que esto sea cierto en nuestras propias almas, en primer lugar, en secreto sentimiento con Él, y luego, como humildad y desinterés  manifiestos hacia los demás. Recordemos que no hay Victoria para nosotros excepto la que es un reflejo externo de la victoria secreta sobre el yo con el Señor. Empiecen ustedes por ahí, y ciertamente dicha victoria será obtenida en presencia de los hombres, aunque podamos tener que esperar por ello.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Enero 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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