Disertaciones
acerca del
Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Mateo 6
Mateo 6 comienza con lo que es incluso más
elevado que lo que hemos tenido. Las diversas exhortaciones del capítulo 5
sacaron a la luz el principio cristiano en contraposición a lo que era exigido
y permitido bajo la ley. Ahora la ley es omitida : ya no hay ninguna alusión
expresa a ella en el discurso de nuestro Señor. El primer principio de toda piedad
sale a relucir ahora en su forma más dulce, a saber, el tener que ver con
nuestro Padre en secreto; el cual nos entiende, ve todo lo que está pasando
dentro y alrededor de nosotros, nos escucha y nos aconseja, ya que, de hecho,
Él tiene el más profundo interés en nosotros. Lo que sale a la luz en este
capítulo es la relación interior y divina del santo: es decir, nuestros
vínculos espirituales con Dios, nuestro Padre, y la conducta que debiese emanar
de ellos. Por lo tanto, dice nuestro Señor, "Guardaos de hacer vuestra
justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos". La versión de
la Biblia en Inglés (KJV) en el versículo 1 traduce "limosna" en vez
de "justicia", y yo me tomo la libertad de sugerir que una mejor
traducción es "justicia" en lugar de "limosna", lo cual
apoyan algunas de las mejores fuentes. Existen aquellos que difieren aquí como
en otras partes, pero, al mismo tiempo, los motivos internos y espirituales
confirman los fundamentos externos. Así, si la palabra "limosna" es
usada en el primer versículo, ¿acaso no
hay una mera repetición en el siguiente? Por otra parte, tomen ustedes la
palabra como "justicia" (así lo dice el margen), y todo es claro. El
contexto lo apoya. Porque se observará que en los siguientes versículos nuestro
Señor divide la justicia en tres porciones distintas: en primer lugar, la
limosna; después, la oración; en tercer lugar, el ayuno. Es evidente que estas
son las tres partes de los procederes justos del santo, tal como los ve nuestro
Señor en este discurso.
1) Con respecto a la limosna, que era algo
muy práctico, el principio de la misericordia entra, como no podría serlo en
todos los casos de dar. Ello es una cosa que es hecha seria y solemnemente, y sale del corazón. Ello es hecho a la vista de Dios. La
amonestación general es ésta: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante
de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa
de vuestro Padre que está en los cielos". Por lo tanto, (a base de esta
exhortación), "Cuando, pues, des limosna", lo cual era una rama de
esta justicia, "no hagas tocar trompeta delante de ti", aludiendo a
ciertas formas de notoriedad y autoelogio adoptados en aquel entonces por los
judíos, — el espíritu que pertenece a los hombres en todas las épocas. Hay
pocas cosas en que la vanidad humana se delata a sí misma de manera más
evidente que por medio del deseo de ser conocido por medio de dar limosna. ¿Y
qué es lo que trae la verdadera liberación de este lazo de la naturaleza?
"Cuando, pues, des limosna,
(observen ustedes que Él hace que esto sea ahora enteramente individual)
"no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las
sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo
que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo
que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en
lo secreto te recompensará en público". Es decir, no se trata simplemente
de que uno no proclame públicamente lo que ha sido hecho, sino que ni siquiera
uno lo haga a uno mismo. No sólo la mano izquierda de otro no debe saber lo que
hace tu mano derecha, sino que tu propia mano izquierda no debiese
saberlo. Cortantes son las palabras del Señor para todo lo que se parece a
autocomplacencia. El gran argumento es éste: que todo sea hecho para nuestro
Padre. No es simplemente un asunto de deber; sino que el amor de nuestro Padre
ha salido a relucir, y esta es Su voluntad con respecto a nosotros. Él sabe lo
que es mejor, y nosotros lo ignoramos. Podríamos pensar en proporcionar la
mayor felicidad rodeándonos de lo que más nos gusta; pero el hecho de soltar
los medios de disfrute personal nos abrirá nuevas fuentes de bendición. Además,
lo que debiésemos desear es que la limosna sea "en secreto; y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público". Nosotros encontraremos esto
repetido en cada punto de lo que aquí es llamado nuestra "justicia".
Siempre se hace espacio a la carne donde no existe el hábito cultivado de que
lo que se hace queda entre nuestro Padre y nosotros. No, es más, nuestro Señor
quiere que desestimemos el pensamiento mismo en el seno del Padre, el cual no
lo olvidará.
2) Lo mismo ocurre en cuanto a la oración.
La alusión parecería ser a la
práctica de que todos los días, cuando llegaba una hora específica, se
encontraba a las personas orando en público en lugar de perderse el momento. Es
evidente que todo esto era, en el mejor de los casos, de lo más legal, y abría
la puerta a la exhibición y a la hipocresía. Ello pasa por alto totalmente la gran
verdad que el cristianismo saca a la luz de forma tan completa, a saber, que es
totalmente erróneo hacer las cosas como muestra, o como una ley, o de cualquier
forma para que otros las vean, o para que nosotros mismos pensemos en ellas.
Nosotros tenemos que ver con nuestro Padre, y con nuestro Padre en lo secreto.
Por eso nuestro Señor dice: "Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada
la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto
te recompensará en público". (Versículo 6). Esto no es, en absoluto, negar
la conveniencia de la oración pública; pero aquí no se hace referencia a la
súplica unida.
En cuanto a la Oración del Señor (que
comienza con las palabras, "Padre nuestro"), ella era para aquellos
discípulos individualmente, los cuales requerían ser enseñados en los primeros
principios mismos del cristianismo. Pues esto es parte de lo que el apóstol
llama, "la palabra inicial de Cristo", cuando él dice: "Por lo
cual, dejando ya la palabra inicial de Cristo, avancemos a lo que pertenece al crecimiento pleno, no
echando de nuevo un fundamento de arrepentimiento de obras muertas y de fe en
Dios, de doctrina de lavamientos, y de imposición de manos, y de resurrección
de muertos, y de juicio eterno; y esto haremos si lo permite Dios".
(Hebreos 6: 1-3 – JND). El apóstol admite que todas estas eran verdades muy
importantes; ellas son verdades que los judíos piadosos debiesen haber conocido
antes de que la redención fuera llevada a cabo, pero éstas no aportaban todo el
poder del cristianismo. Ellas eran muy ciertas, y seguirán siéndolo siempre.
Nunca puede haber algo que debilite la importancia del arrepentimiento de obras
muertas y de la fe en Dios. Pero ni siquiera se dice, la fe en Cristo. Sin
duda, la fe en Dios permanece siempre; pero aun así, hasta que Cristo murió y
resucitó, había una gran cantidad de verdad que ni siquiera los discípulos eran
capaces de sobrellevar. Nuestro Señor mismo lo dice. (Véase Juan 16: 12-15).
Por eso el apóstol les dice: "Dejando ya la palabra inicial de Cristo” (lo
que Cristo sacó a la luz aquí abajo, y que se adaptaba perfectamente al estado
de los discípulos de aquel entonces), "avancemos a lo que pertenece al
crecimiento pleno". No hay pensamiento alguno acerca de renunciar a eso,
pero, asumiendo eso como una verdad fija, avancemos a la comprensión de Cristo
tal como Él es ahora, lo cual es el significado aquí de la expresión,
"crecimiento pleno". No se trata de un mejor estado de nuestra propia
carne; tampoco se refiere a algo que vayamos a ser en una vida futura; sino a
la doctrina completa de Cristo tal como Él es ahora, y glorificado en el cielo,
— como es sacado a relucir en esta epístola. Cristo está en el cielo; allí está
Su sacerdocio; Él entró en el poder de Su propia sangre, habiendo obtenido eterna
redención. Es Cristo como está ahora en lo alto; allí tienen ustedes este
conocimiento pleno. En la misma epístola él habla de Cristo como habiendo sido
perfeccionado por medio de aflicciones. (Hebreos 2: 9, 10). Él siempre fue
perfecto como persona, — nunca pudo ser otra cosa. Si hubiese habido algún
defecto en Cristo en la tierra, Él debió haber sido, tal como la ofrenda que
tenía un defecto, incapaz de ser ofrecido por nosotros, en nuestro lugar. En
los sacrificios judíos, si el animal moría por sí mismo, ni siquiera podía ser
comido. De este modo, en cuanto a nuestro Señor, si hubiera existido el
principio de la muerte en Él, si Él no fuera Aquel que vive en todo sentido,
sin la más mínima tendencia a la muerte, Él nunca podría ser el fundamento de
Dios, ni el nuestro. Él en verdad padeció la muerte, la víctima voluntaria en
la cruz; pero esto fue sólo porque la muerte no tenía ningún dominio sobre Él.
Todo hijo de Adán tiene la mortalidad actuando en él. El Segundo Hombre incluso
pudo decir aquí abajo: "Yo soy la resurrección y la vida". (Juan 11:
25). Esa es la verdad en cuanto a Cristo mismo. Si bien es perfectamente cierto
que Cristo fue siempre moralmente perfecto, — perfecto también no sólo en Su
naturaleza divina, sino en Su humanidad, — absolutamente inmaculado y aceptable
para Dios; sin embargo, había, no obstante, una montaña de pecado que
necesitaba ser quitada de nosotros, y una nueva condición en la que debíamos
entrar, en la que Él podía asociarnos con Él mismo. Aunque absolutamente sin pecado
en Él mismo, él fue perfeccionado a través de aflicciones; Él pasó a través de
este curso de aflicciones a la bendición en la que Él está ahora como nuestro
Sumo Sacerdote ante Dios.
Acerca del tema de la Oración del Señor sólo
haré algunos comentarios ahora. Pero, una vez más, me gustaría señalar que ella
es totalmente individual. Muchos podrían unirse para decir "Padre
nuestro"; pero un alma estando sola en su aposento todavía diría
"Padre nuestro", porque piensa en otros, en discípulos, en otro
lugar. Sin embargo, es evidente que el Señor no prevé el uso de esta oración,
sino en el aposento y para la condición en que se encontraban los discípulos.
No tenemos ningún indicio de que ella fuera empleada formalmente después del
día de Pentecostés. Hubo otras necesidades y deseos, otras expresiones de
afecto hacia Dios, sacadas a relucir entonces, a las que el Espíritu Santo
conduciría a los que habían salido de la condición de minoría de edad, o de
inmadurez, por haberle recibido a Él en sus corazones, por lo cual podían
clamar: "¡Abba, Padre!". Esa es la clave del cambio, y el Nuevo
Testamento es perfectamente claro al respecto. (Compárese con Gálatas 3: 23-26;
Gálatas 4: 1-7).
Sin embargo, consideremos la oración misma;
porque nada puede ser más bienaventurado, y toda la verdad de ella permanece
para nosotros. "Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los
gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería". (Versículo
7 – LBA). Ahora bien, es evidente que nuestro Señor no prohíbe la repetición,
sino la repetición sin sentido, vana. Nosotros encontramos a nuestro Señor
mismo, cuando Él estaba en agonía en el huerto, repitiendo tres veces las
mismas palabras. Pero Él prohíbe tajantemente la repetición sin sentido, vana y
formal, ya sea que se trate de palabras leídas en un libro, o de frases construidas
por la mente. Además, permitan que yo insista en el hecho evidente de que
nuestro Señor no está proveyendo aquí para las necesidades públicas de la
Iglesia; ni tampoco oímos que ello haya sido entendido así. No existe el más
mínimo pensamiento de tal cosa después del don del Espíritu Santo, cuando la
Iglesia fue formada y estuvo en funciones en este mundo. De modo que, si bien
la Oración del Señor fue presentada como el modelo más perfecto de oración, y
puede haber sido usada tal cual por los discípulos antes de la muerte de
nuestro Señor y del don del Espíritu Santo, aun así, parece ser evidente que
después no fue así. El Nuevo Testamento es, obviamente, la única prueba de
esto. Cuando llegamos a la tradición, encontraremos toda clase de dificultades acerca
de esto así como acerca de otros temas, pero la palabra de Dios no es oscura. De
ninguna manera nos deja con la incertidumbre en cuanto a cuál es el pensamiento
de Dios: de lo contrario, el propósito mismo de una revelación se vería
frustrado. ¿Cuál es, entonces, la utilidad permanente de la oración? ¿Por qué ella
es presentada en la Escritura? El principio permanece siempre verdadero. Yo
creo que no hay una cláusula de esa oración que uno no podría proferir ahora,
incluso, "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores". Porque es un error suponer que ello coloca al pecador
en el terreno de la oración para adquirir el perdón de sus pecados. Nuestro
Señor habla del creyente, — del hijo de Dios. Nosotros necesitamos desplegar nuestras
faltas y defectos diarios ante nuestro Dios y Padre, tal como Él nos anima a
hacer día a día. Se trata de Su gobierno que, sin acepción de personas, juzga
según la obra de cada uno; y por eso Él no aceptará la petición de uno que
abriga una disposición implacable hacia los demás, incluso si ellos nos han hecho
un mal muy grave.
El hábito de examinarse uno mismo y de
confesar a nuestro Padre es muy importante en la experiencia cristiana; de modo
que yo creo que esta cláusula es tan verdadera y aplicable en la actualidad
como lo fue para los discípulos de aquel entonces. Cuando el pobre publicano
dijo: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18: 9-13), nosotros tenemos
otra cosa tan apropiada en su caso como lo fue para el hijo de Dios al decir,
"Padre nuestro". Por otra parte, cuando el Espíritu Santo fue dado, y
el hijo pudo acercarse al Padre en el nombre de Cristo, tenemos, sin embargo, algo
diferente. La Oración del Señor no reviste al creyente con el nombre de Cristo.
¿Qué significa pedir al Padre en ese nombre? La pregunta es, ¿Puede ser
simplemente decir, "en Su nombre", al final de una oración? Cuando
Cristo murió y resucitó, Él dio al creyente Su propia posición delante de Dios;
y entonces, pedir al Padre en el nombre de Cristo es pedir en la conciencia de
que mi Padre me ama como ama a Cristo; que mi Padre me ha dado la aceptación de
Cristo mismo ante Él, habiendo borrado completamente todo mi mal, como para ser
hecho justicia de Dios en Cristo. (2ª Corintios 5: 21). Pedir en Su nombre es orar
en el valor de esto. (Compárese con Juan 16). Cuando el alma se acerca, cuando
es conscientemente acercada a Dios, puede decirse que ella pide en Su nombre.
No hay un alma que use el Padre Nuestro como una forma, que tenga una verdadera
comprensión de lo que es pedir al Padre en el nombre de Cristo. Ellos nunca han
entrado en esa gran verdad. De ahí que, tal vez en su próxima petición, ellos
asuman el lugar de miserables pecadores, menospreciando la ira de Dios, y estando
todavía bajo la ley. Surge la pregunta, ¿es posible que un alma que sabe lo que
es estar ante Dios como Cristo, esté así sistemáticamente en la duda y la
incertidumbre? Este era el caso del judío; pero como cristiano, mi lugar está
en Cristo, y no hay condenación: de lo contrario, no puede haber el espíritu de
adopción, ni la desempeñada función de sacerdotes para Dios. Nosotros somos
hechos sacerdotes para Dios en virtud de esta posición bienaventurada, — aquí
en la tierra, y necesitamos desempeñar dicha función. La conciencia es llevada
a esto, — ustedes no pueden caminar con Cristo y con el mundo. Y el cristiano
es propiamente un hombre que entra en pensamientos y relaciones celestiales
mientras camina a través del mundo. Esta es la vocación con la que hemos sido
llamados. (Efesios 4: 1). Con independencia de que los cristianos lo sepan y lo
hagan o no lo hagan, nada menos busca Cristo de ellos. "No son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo". (Juan 17: 16). Esto es cierto desde el
momento en que recibimos a Cristo. Desde ese momento, si queremos ser verdaderos
soldados Suyos, nuestro deber para con Cristo es asumir nuestro lugar como
aquellos que no son del mundo, así como Él no lo es.
Esto bastará para mostrar que, si bien la
Oración del Señor sigue siendo siempre inestimablemente preciosa, aun así, ella
fue dada para satisfacer las necesidades individuales de los discípulos, y que
la ulterior revelación de la verdad divina modificó la condición de ellos y
conduciría así a otra clase de deseos, a los que, de hecho, no se dio expresión
en aquel entonces. Me parece una feliz reflexión pensar que es nuestro mismo
Señor quien nos dice esto. "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre".
¿Qué deduzco yo de esto? Que uno puede usar la Oración del Señor ("Padre
nuestro") todos los días, y nunca haber pedido nada en el nombre de
Cristo. "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis,
para que vuestro gozo sea cumplido". (Juan 16: 24). "En aquel día
pediréis en mi nombre". (Juan 16: 26). ¿A qué día se refiere Él? ¿Un
tiempo aún futuro? No, sino el día actual; el día que el Espíritu Santo introdujo
cuando Él descendió del cielo. Esto es lo que está conectado con esa plena
revelación de la verdad que es tan esencial para el gozo y la bienaventuranza
cristianos, y para el andar ajeno al mundo y celestial de los hijos de Dios; y
donde no se entra en lo uno, no se puede estar en lo otro. Puede haber vigor de
fe y amor personal a Cristo, pero pese a todo, un alma seguirá llevando el
sabor del mundo en espíritu y posición
religiosos hasta que haya entrado en este lugar bienaventurado que el Espíritu
Santo nos da ahora de acercarnos a Dios en el nombre de Cristo.
Yo debo pasar ahora a una de las más
importantes exhortaciones prácticas que nuestro Salvador nos presenta en
relación con la oración, — a saber, el espíritu de perdón. Poco ha sabido de la
oración quien no conoce los obstáculos que la austeridad o severidad de
espíritu trae consigo. Esta era una de las cosas que nuestro Señor tenía
especialmente en perspectiva. "Porque si perdonáis a los hombres sus
ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no
perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas". (Versículos 14, 15). Él no quiere decir que a los
discípulos no se les perdonarían los pecados en el día del juicio, sino que Él habla
de perdonar las ofensas como un asunto de cuidado y entrenamiento diario de
Dios. Yo puedo tener un hijo culpable de algo que está mal, pero ¿pierde por
ello Él su relación? Sigue siendo mi hijo, pero yo no le hablo de la misma
manera que lo haría si él hubiese estado andando en obediencia. El padre espera
hasta que el hijo sienta su pecado. En el caso de los padres terrenales, a
veces no ponemos suficiente atención en lo que está mal, y otras veces lidiamos
con las cosas sólo en la medida en que nos afectan a nosotros mismos. Nosotros
podemos corregir, como se dice en Hebreos, «como a nosotros nos
parece», pero Dios lo hace para lo que nos es
provechoso. (Hebreos
12: 9, 10). Nuestro Padre tiene siempre
a la vista lo que es más bienaventurado para nosotros, pero por este mismo
motivo a veces nos castiga. "¿Qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina?" (Hebreos 12: 7). Si nosotros no fuéramos hijos, tal vez nos
libraríamos; pero, tan ciertamente como lo somos, la vara del Padre viene sobre
nosotros por nuestros yerros, aunque nos parezcan poco; pero aunque es doloroso
por el momento, si ello es Su voluntad, podemos estar seguros de que Él hará
que las cosas que puedan parecer estar más en contra de nosotros, estén incuestionablemente
a nuestro favor. Mantener el espíritu de amor, y especialmente de amor hacia
los que nos hacen agravio, cuesta algo; pero la bienaventuranza será nuestra al
final, y ciertamente también por el camino.
3) Llegamos ahora al tema del ayuno. Yo creo
que hay un real valor en el ayuno que pocos conocen. Si en ocasiones
particulares que requieren especial oración individual uno uniera el ayuno a
ella, no tengo duda de que se sentiría la bendición de lo mismo. En ello es
expresada la humillación de espíritu. Hay oraciones que son acompañadas más
adecuadamente estando de pie, otras, estando de rodillas. El ayuno es una de
esas cosas en las que el cuerpo muestra su empatía con aquello a través de lo cual
el espíritu está pasando; ello es un medio de expresar nuestro deseo de estar
abatidos delante de Dios, y en actitud de humillación. Pero, para que la carne
no se aproveche incluso de lo que es para la mortificación del cuerpo, el Señor
manda que se tomen los medios para que los hombres no sepan que uno ayuna, más
que para permitir cualquier exhibición de ello. Porque aunque un cristiano verdadero
se abstenga de vestirse de falsas apariencias, el diablo lo engañaría para que
lo haga, a menos que sea muy celoso en la vigilancia de sí mismo delante de Dios.
"Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar
a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público". (Versículos 17, 18).
Siguen después las exhortaciones con respecto
a las cosas de esta vida. Y, en primer lugar, en cuanto a la acumulación de
tesoros en la tierra. El Señor introduce un principio, no de interés natural,
sino de sabiduría espiritual y de libertad de inquietudes, de lo cual disfruta el
alma que no quiere nada aquí abajo. Suponiendo que hay algo que uno valora
mucho en la tierra, hay un temor proporcional a que el ladrón o alguna cosa que
corroa estropee nuestro tesoro. Muy diferente es lo que el Señor nos manda procurar:
"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,
y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la
polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón". (Versículos
19-21). Nosotros podemos detectar dónde estamos por aquello que determina principalmente
nuestros pensamientos. Si dichos pensamientos son hacia el cielo, somos
bienaventurados; pero si son hacia la tierra, descubriremos que esas mismas
cosas en las que está puesto nuestro corazón demostrarán que son un pesar un
día u otro. El Señor atribuye todo esto a una gran raíz, — no se puede servir a
dos amos. Ustedes no tienen dos corazones sino uno; y ese corazón estará con lo
que ustedes más valoran. Todo es seguido así hasta su origen: Dios por un lado
y Mamón por el otro. Mamón es lo que resume las codicias del corazón del hombre
en cuanto a todas las cosas que están aquí. Puede manifestarse en diferentes
formas, pero esta es la raíz: la avaricia. "No podéis servir a Dios y a
Mamón. Por
tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis, o qué beberéis; ni
por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis". (Versículos 24, 25 – RVSBT). La
gran idea es la indiferencia a las cosas
presentes, o más bien, una pacífica confianza acerca de ellas; no debido a que
no valoramos las misericordias de Dios, sino porque tenemos confianza en el
amor y en el cuidado de nuestro Padre acerca de nosotros. El apóstol Pablo nos
muestra la expresión más hermosa de esto cuando dice, "He aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación". (Filipenses 4: 11). Él había
conocido cambios de circunstancias, —
lo que era no tener nada, y lo que era tener abundancia; pero el gran argumento
era su completo contentamiento con la porción de Dios para él. Esto no fue algo
por lo que él pasó a la ligera, sino que él lo había aprendido. Ello fue un
asunto de logro, — de juzgar las cosas a la luz de la presencia y el amor de
Dios. La bendición es mirar hacia adelante con este pensamiento: a saber, nuestro
Padre trata con nosotros ahora en la perspectiva de la gloria; tal como añade
el apóstol: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus
riquezas en gloria en Cristo Jesús". (Filipenses 4: 19). ¡Qué dulce es
eso! "Mi Dios", — el Dios que yo he comprobado, cuyo afecto he
experimentado. Yo puedo contar con Él tanto para ustedes como para mí; y Él
"suplirá todo lo que os falta", no sólo según las riquezas de Su
gracia, sino según Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Él los ha
tomado a ustedes de este mundo como Sus hijos: Él va a tenerlos a ustedes como
compañeros de su Hijo en lo alto; y él trata con ustedes ahora de acuerdo al
lugar y a la posición de ustedes en aquel entonces. Todo lo que convenga a este
gran plan de Su gloria y de Su amor, el Señor nos lo dará para demostrar la
consecuencia de eso.
Que el Señor nos fortalezca para que
aceptemos esto con corazones agradecidos, sabiendo que ¡nosotros no somos
nuestros propios amos! El Señor nos preservará de los peligros, de los lazos y
de los pesares que conlleva nuestra prisa o nuestra intencionalidad de dejarle a
Él fuera de estas cosas externas que dicha prisa y dicha intencionalidad traen
consigo. En este capítulo Él nos muestra el extremo desatino de ello, incluso
en lo que respecta al cuerpo. Él toma ejemplos del mundo exterior para mostrar
la manera en que se puede confiar en Dios para que Él lleve a cabo mejor Sus
propios propósitos. Y más que eso, Él nos recuerda que estas cosas externas, en
las que estamos tentados a poner tanto énfasis, son sólo los objetos que los
gentiles buscan. Gentil era un término usado al hablar de un hombre sin Dios,
en contraste con un judío que tenía a Dios de manera externa en este mundo. Un
cristiano es un hombre que tiene a Dios en el cielo como su Padre. "Vuestro
Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas".
(Versículo 32). Por lo tanto, como nuestro Padre sabe esto, ¿por qué deberíamos
dudar de Él? Nosotros no desconfiamos de nuestro padre terrenal; mucho menos
entonces deberíamos dudar de nuestro Padre celestial.
"Mas buscad primeramente el reino de
Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". No es que
debamos buscar primero el reino de Dios y después estas cosas; sino busquen
ustedes primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás vendrá.
"Así que, no os afanéis por el día de
mañana, porque el día de mañana traerá su afán". Es decir, nuestro Señor
nos prepara para esto, a saber, que la ansiedad que teme algo malo al día
siguiente no es más que incredulidad. Cuando llegue el día siguiente, el mal
puede no estar allí; pero si llega, Dios estará allí. Él puede permitirnos experimentar
lo que es consentir nuestras propias voluntades; pero si nuestras almas están sometidas
a Él, cuán a menudo el mal que es temido no aparece nunca. Cuando el corazón se
somete a la voluntad de Dios acerca de algún pesar que nosotros tememos, cuán a
menudo ese pesar es quitado, y el Señor nos sale al encuentro con una
amabilidad y una benignidad inesperadas. Él puede hacer que incluso el pesar
sea toda una bendición. Sea cual sea Su voluntad, ella es buena. " Basta a cada día su
propio mal". (Versículo 34).
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero
2022
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
JND
= Una traducción
del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson
Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
KJV
= King James 1769
(conocida también como la "Authorized Version en inglés").
LBA
= La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
RVSBT = Reina Valera
1909 Revisión Sociedad Bíblica Trinitaria.
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
Versión Inglesa |
|
Ir a Índice de DISERTACIONES ACERCA DEL EVANGELIO DE MATEO (William Kelly)
|