Disertaciones
acerca del
Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Mateo 7
Llegamos ahora a una parte muy distinta del
discurso de nuestro Señor. No se trata tanto de establecer las correctas
relaciones de un alma con Dios nuestro Padre, — la vida interior oculta del
cristiano, — sino que ahora tenemos las relaciones mutuas de los discípulos
entre sí, la conducta de ellos hacia los hombres, los diferentes peligros que
deben temer y, sobre todas las cosas, la ruina segura para toda alma que nombra
el nombre de Cristo si oye y no hace Sus dichos. El hombre sabio oye y hace. Y
así finaliza el capítulo. Yo desearía detenerme un poco en estos diversos
puntos de enseñanza que nuestro Señor trae ante nosotros. Obviamente, no será
posible entrar en todos meticulosamente; porque, no necesito decirlo, los
dichos de nuestro Señor están peculiarmente cargados de profundidad de
pensamiento. No hay ninguna porción de la palabra de Dios donde se encuentre
una profundidad más característica que aquí.
El asunto con que el Señor Jesús comienza es
éste. Antes de esto Él había mostrado plenamente que nosotros debemos actuar en
gracia como hijos de nuestro Padre; pero eso era más particularmente con el
mundo, con nuestros enemigos, con las personas que nos agravian. Pero, por otra
parte, una dificultad seria y práctica podría surgir en otro lugar. Suponiendo
que entre los que hacen agravio hubiera
algunos que llevaran el nombre de Cristo, ¿qué ocurriría entonces? ¿Cómo
debemos sentirnos acerca de ello y cómo debemos tratar con ellos? No hay duda
de que hay una diferencia, y una muy decisiva. Sin embargo, hay una cosa de la
cual debemos ocuparnos antes de abordar el asunto de la conducta de otro; y
esto es, vigilar contra el espíritu de censura en nosotros mismos, el hábito o
la tendencia a imputar malos motivos en lo que no conocemos y que no salta a la
vista. Todos sabemos qué lazo es esto para el corazón del hombre, y que es más
particularmente el peligro de algunos, por el carácter natural y la falta de
vigilancia en cuanto al hábito permitido. Hay más discernimiento en algunos que
en otros, y éstos debiesen velar especialmente contra ello. No es que ellos deban
tener los ojos cerrados a lo que es malo; sino que no deben sospechar lo que no
es manifiesto, ni ir más allá de la evidencia que Dios presenta. Esto es una
salvaguarda práctica muy importante sin la cual es imposible andar juntos conforme
a Dios. Las personas pueden estar juntas como muchas unidades separadas, sin
ninguna empatía o poder reales para entrar en los pesares, dificultades,
pruebas, y ello puede ser el mal, de los demás. Sin embargo, todo eso tiene un
requerimiento en el corazón de un discípulo. Incluso lo que está mal requiere
el amor para averiguar la manera en que Dios lidia con lo que es contrario a
Dios. Porque la esencia del amor es que busca el bien del objeto que es amado,
y esto sin referencia a uno mismo. Uno puede tener la amargura de saber que uno
no es amado a cambio, como lo supo el apóstol Pablo, incluso en los primeros
tiempos, y con cristianos verdaderos, — sí, efectivamente, con personas
singularmente dotadas por el Espíritu de Dios. Dios se ha complacido en presentarnos
estas solemnes lecciones de lo que el corazón es, incluso en santos de Dios.
En cualquier circunstancia, esta gran verdad
es obligatoria para la conciencia: "No juzguéis, para que no seáis
juzgados". (Versículo 1). Por otra parte, el egoísmo del hombre puede
abusar fácilmente de este principio. Si una persona siguiera un curso perverso
y utilizara este pasaje para negar el derecho de los hermanos para juzgar su
conducta, es evidente que esta persona delata tener falta de conciencia y de
comprensión espiritual. Su ojo está cegado por el yo, y él está simplemente
convirtiendo las palabras del Señor en una excusa para pecar. El Señor no tuvo
la intención, de ninguna manera, de debilitar el santo juicio del mal; por el
contrario, Él, a su debido tiempo, impone esto solemnemente a Su pueblo: "¿No
juzgáis vosotros a los que están dentro?" (Véase 1ª Corintios 5:12). La falta
de los Corintios era que no juzgaban a los que estaban en medio de ellos. Por
lo tanto, es evidente que hay un sentido en el que yo debo juzgar, y otro en el
que no. Hay casos en los que yo ignoraría la santidad del Señor si no juzgara,
y hay casos en los que el Señor lo prohíbe, y me advierte que hacerlo es traer
juicio sobre mí mismo. Este es un asunto muy práctico para el cristiano, — a
saber, dónde juzgar y dónde no juzgar. Todo lo que sale a la luz claramente, — lo
que Dios presenta a los ojos de Su pueblo para que ellos lo conozcan por sí
mismos, o por un testimonio del que no puedan dudar, — ciertamente ellos están
obligados a juzgar. En una palabra, nosotros siempre somos responsables de
aborrecer lo que es ofensivo para Dios, ya sea conocido directa o
indirectamente; pues "Dios no puede ser burlado" (Gálatas 6: 7), y
los hijos de Dios no debiesen ser gobernados por meras formalidades, de las
cuales la astucia del enemigo puede aprovecharse fácilmente.
Pero, ¿qué quiere decir aquí nuestro Señor cuando
dice, "No juzguéis, para que no seáis juzgados"? Él no se refiere a
lo que es evidente, sino a lo que está oculto; a eso que, si existe, Dios aún
no ha puesto la evidencia ante los ojos de Su pueblo. Nosotros no somos
responsables de juzgar lo que no conocemos; por el contrario, estamos obligados
a velar contra el espíritu de conjeturar el mal o imputar motivos. Puede
ser que haya maldad, y del carácter más grave, como en el caso de Judas.
Nuestro Señor dijo de él: "Uno de vosotros es diablo" (Juan 6: 70), e
intencionalmente mantuvo a los discípulos en la oscuridad acerca de los
detalles. Por cierto, observen ustedes que ello sólo está en el Evangelio de
Juan, el cual nos muestra que el conocimiento que nuestro Señor tenía de Judas
Iscariote era el de una persona divina. Él lo dice mucho antes de que algo
saliera a relucir. En los otros Evangelios todo es reservado hasta la víspera
de su traición: pero Juan fue conducido por el Espíritu Santo a recordar la
manera en que el Señor les había dicho que era así desde el principio; y sin
embargo, aunque Él lo sabía, ellos sólo debían confiar en Su conocimiento de
ello; pues si el Señor lo sobrellevaba, ¿no debían ellos hacer lo mismo? Si Él no
les daba instrucciones acerca de cómo lidiar con el mal, ellos debían esperar.
Ese es siempre el recurso de la fe, que nunca se apresura, especialmente en un
caso tan solemne. "El que creyere no se apresurará". (Isaías 28: 16 -
VM).
Todo es público para Dios, todo está en Sus
manos, y paciencia es la palabra hasta que llegue Su momento de lidiar con lo
que Le es contrario. El Señor deja que Judas se manifieste completamente, y
entonces no fue una cuestión de sobrellevar al traidor. Si bien hay ciertos
casos de mal que nosotros debemos juzgar, hay asuntos que Él no le pide a la
Iglesia que ella resuelva.
Tenemos que tener cuidado de no adelantarnos
a Dios para que no nos encontremos en detalle, si es que no nos encontramos en
lo principal, en contra de Dios. No debemos quebrar lo que está cascado, gastado, viejo o en mal estado, cediendo a los
sentimientos personales o de grupo. Qué peligro es éste. El efecto inevitable
de un espíritu juzgador es que nosotros mismos quedamos juzgados. Un alma cuyo
hábito es censurador es universalmente denigrada. Leemos, "Con el juicio
con que juzgáis, seréis juzgados". Luego el Señor pone un caso particular:
"Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de
ver la viga que está en tu propio ojo?" (Versículo 3). Es decir, donde existe
esta propensión a juzgar, existe otro mal aún más grave, — un mal habitualmente
no juzgado en el espíritu que hace que la persona esté inquieta, y deseosa de
demostrar que los demás también están equivocados. "¿O cómo dirás a tu
hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?"
(Versículo 4). La paja, obviamente, no era más que poca cosa, pero se le daba
mucha importancia y la viga, una cosa enorme, no era tomada en cuenta. El Señor
está sacando a relucir de la manera más enfática el peligro de un espíritu
judicial suspicaz. Y Él muestra que la manera de lidiar correctamente, si
deseamos el bien de Su pueblo y su liberación del mal, es comenzar juzgándonos
a nosotros mismos, el juicio propio. Si realmente deseamos sacar la paja del
ojo de nuestro hermano, ¿cómo debe hacerse? Comencemos por las graves faltas
que tan poco conocemos, que ellas sean corregidas y confesadas en nosotros
mismos: esto es digno de Cristo. ¿Cuál es Su manera de tratar con ello? ¿Acaso
dice Él de la paja en el ojo de nuestro hermano, «Llévala a los jueces»?
No, en absoluto; tú mismo debes escrutarte. El alma debe empezar por ahí.
Cuando yo juzgo el mal que mi conciencia conoce, o que si mi conciencia no
conoce ahora ella puede enterarse en la presencia de Dios, — si yo comienzo por
esto, entonces veré claramente lo que concierne a los demás; tendré un corazón
apto para entrar en sus circunstancias, un ojo limpiado de lo que hace que el
corazón sea incapaz de sentir con Dios acerca de los demás. Leemos, "¡Hipócrita!
saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja
del ojo de tu hermano". (Versículo 5). Esto puede ser hallado en un
creyente, en principio; aunque cuando el Señor dice, "Hipócrita", Él alude
al mal en su forma completa; pero incluso en nosotros mismos lo conocemos en cierta
medida y, ¿qué puede ser más opuesto a la sencillez y a la sinceridad piadosas?
La hipocresía es el mal más aborrecible que se puede encontrar bajo el nombre
de Cristo, — es algo que incluso altera la conciencia natural y que dicha
conciencia rechaza. "¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y
entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano".
A menudo encontramos que cuando la viga ya no
está, la paja no es vista, habiendo ya desaparecido. Y donde el corazón está
puesto en el Señor, ¿lamentaríamos nosotros encontrar que estamos equivocados
acerca de nuestro hermano? ¿No debería yo regocijarme al encontrar la gracia
del Señor en mi hermano, si al juzgarme a mí mismo sólo descubro que yo estoy
equivocado? Esto puede ser doloroso para uno, pero el amor de Cristo en el
corazón del creyente es gratificado al saber que a Cristo se Le evita esta
mayor deshonra.
Este es, pues, el primer gran principio que
nuestro Señor impone aquí. El hábito de juzgar a los demás debe ser evitado
expresamente; y esto, también, porque trae amargura al espíritu que lo
consiente, e incapacita al alma para ser capaz de tener un trato correcto con
otro: porque nosotros hemos sido colocados en el cuerpo de Cristo, tal como
muestra el apóstol Pablo, con el propósito de ayudarnos los unos a los otros; y
todos somos miembros los unos de los otros. (Véase Romanos 12: 12, y versículos
sucesivos).
Pero hay otra cosa. Al velar contra el juicio
apresurado y duro podría estar el abuso de la gracia. Y el Señor asocia inmediatamente
esto con lo anterior diciendo, "No deis lo santo a los perros, ni echéis
vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y
os despedacen". Debemos recordar cuidadosamente que el Señor no está
hablando aquí acerca del evangelio siendo presentado a pecadores. Dios no
permita que no llevemos la gracia de Dios a todos los distritos bajo el cielo,
porque nada menos que esto debiese ser el deseo y el esfuerzo de cada santo de
Dios. Todos debiesen tener un espíritu de amor activo que vaya en pos de los
demás, deseos enérgicos por la salvación y la bendición de almas; porque sería
una triste deficiencia si ello no fuera más allá de almas siendo llevadas a
Cristo. Nuestra vocación es procurar crecer en Cristo y glorificarle en todas
las cosas, conocer y hacer la voluntad de Dios. En este versículo el Señor no
se ocupa del asunto del evangelio presentado indiscriminadamente; porque, si
hay alguna diferencia, el evangelio se adapta mejor a los llamados,
"perros", que para los judíos era una figura de todo aquello que es abominable.
Hablando de ladrones, borrachos, estafadores, etcétera, el apóstol dice: "Y
esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios". (1ª Corintios 6: 9-11).
Podría surgir la pregunta, «¿No
es la iniquidad de un hombre mayor que la de otro?»
En un escenario terrenal uno podría decir: «En gran medida, en
todos sentido; pero Dios, al salvar almas, no hace estas distinciones.»
Así que, hablando de creyentes de entre los judíos, el apóstol dice que ellos habían
sido, "hijos de ira, lo mismo que los demás". (Efesios 2: 3). Es
posible que entre ellos hubiera personajes muy morales. ¿Acaso esto los
disponía mejor hacia la gracia de Dios? Lamentablemente, nada puede ser más
peligroso que cuando el alma encuentra una justificación de sí misma en lo que ella
es. El propio apóstol había sido un ejemplo de esto mismo. Es algo difícil para
un hombre que ha estado edificando sobre su justicia someterse a la verdad de
que él sólo puede entrar en el cielo en el terreno de un publicano y un
pecador. Pero así debe ser si el alma va a recibir la salvación de Dios
mediante la fe en Jesús.
El Señor, entonces, no está cohibiendo de
ninguna manera que el evangelio salga a todas las partes del mundo; sino que Él
habla de las relaciones de Su pueblo con los impíos. El creyente no debe sacar a
relucir para éstos los tesoros especiales que son la porción cristiana. El
evangelio es la riqueza de la gracia de Dios para el mundo. Pero, además del
evangelio, tenemos los afectos especiales de Cristo hacia la Iglesia, Su
cuidado amoroso por Sus siervos, la esperanza de Su regreso, las gloriosas
perspectivas de la Iglesia como Su esposa, etcétera. Si ustedes van a hablar de
estas cosas que podemos llamar las perlas de los santos, con aquellos que están
fuera de Cristo, ustedes estarían en un terreno equivocado. Si ustedes
insistieran en los deberes de los fieles en compañía mundana, entonces ustedes estarían
dando lo que es santo a los perros. Hay una provisión bienaventurada para
"los perros", — a saber, las migajas que caen de la mesa del Maestro.
Y tal es la gran gracia de Dios hacia nosotros, que las migajas que caen en
nuestra porción, gentiles como éramos, son las mejores.
Con independencia de cuáles sean los
beneficios prometidos al judío, la gracia de Dios ha sacado a la luz en el
evangelio bendiciones más plenas que las que fueron alguna vez prometidas a
Israel. ¿Qué puede tener Israel para comparar con la poderosa liberación de
Dios que conocemos ahora? La conciencia de estar completamente limpios de todo
pecado; de tener la justicia de Dios como nuestra de una vez y para siempre en
Cristo; de tener acceso inmediato a Él como Padre a través de un velo rasgado;
y de ser hechos Su templo por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros.
Como el propio Señor dijo a la mujer de Samaria: "Si conocieras el don de
Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría
agua viva". Donde Cristo es recibido ahora, por quienquiera que sea, hay
esta plenitud de bendición y el pozo está dentro del creyente. "El
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna". (Juan 4: 7-14). Así podemos ver cuán amplia y perfecta es Su
gracia, mientras prohíbe que ciertas cosas sean arrojadas indiscriminadamente
entre los impíos. Cualquier hecho que implique comunión entre un creyente y un
incrédulo es falso. Tomen, por ejemplo, el asunto de la adoración, y la
costumbre de llamar a toda ronda de devociones, adoración. La adoración supone
comunión con el Padre y con el Hijo, y de los unos con los otros en ella. Pero
el sistema que fundamentado en un rito relajado que pretende regenerar a todos
une a creyentes e incrédulos en una forma común y lo llama adoración, ello es
echar lo que es santo a los perros. ¿Acaso no es ello un intento apenas encubierto
de colocar las ovejas y los perros en el mismo terreno? En vano. Ustedes no pueden
unir ante Dios a los enemigos de Cristo y a los que Le pertenecen. No pueden
mezclar como un solo pueblo a los que tienen vida y a los que no la tienen. El
intento de hacerlo es pecado y es una constante deshonra al Señor. Todo
esfuerzo por tener una adoración de este carácter mixto va en contra mismo del
sexto versículo.
Por otra parte, predicar el evangelio, cuando
ello es mantenido separado de la adoración, es correcto y bienaventurado.
Cuando el día del juicio venga sobre este mundo, ¿dónde caerá el peor golpe? No
sobre el mundo abiertamente profano, sino sobre Babilonia, porque Babilonia es
la confusión de lo que es de Cristo con el mal,— es decir, el intento de hacer
comunión entre la luz y las tinieblas. "Salid de ella, pueblo mío",
dice el Señor, "para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis
parte de sus plagas". (Apocalipsis 18: 3). Ser partícipes de sus pecados
es la grave controversia con Dios. Ello es la aceptación de un terreno común
sobre el cual la Iglesia y el mundo pueden unirse; cuando el objetivo mismo de
Dios, y aquello por lo que Cristo murió, fue que Él pudiera tener un pueblo
separado para Sí mismo, como para que dicho pueblo sea, por su misma
consagración a Dios, una luz en este mundo, — no un testimonio de soberbia,
diciendo: «Mantente al margen,
yo soy más santo que tú»,
sino como la carta de Cristo que le dice al mundo dónde ha de ser encontrada el
agua viva, y les ofrece que vengan, "El que quiera, tome del agua de la
vida gratuitamente". (Apocalipsis 22: 17).
Donde nosotros no confundimos la religión del
mundo con la adoración que sube a Dios de parte de Su pueblo, allí también
tendrán ustedes la verdadera línea de demarcación, —es decir, dónde debiésemos
juzgar y dónde no. Habrá allí un servicio activo hacia el mundo con el evangelio,
pero, al mismo tiempo, habrá una cuidadosa separación de la Iglesia del mundo.
Esto también es cierto a nivel individual. Sin embargo, las personas se aprovechan
de la palabra de Dios que dice: "Si algún incrédulo os invita, y queréis
ir", etcétera (1ª Corintios 10: 27); pero tengan ustedes cuidado de cómo
van ustedes y para qué van. Si ustedes van con confianza en ustedes mismos, no
harán más que deshonrar a Cristo; si es para complacerse a ustedes mismos, es
un mal terreno; si es para complacer a otras personas, poco mejor es.
Puede haber ocasiones en las que el amor de
Cristo constriña a un alma a ir a dar testimonio del amor del Señor en un grupo
de personas mundanas; sin embargo, si supiéramos cuán fácilmente pueden ser
dichas palabras y hacer cosas que implican una comunión con lo que es contrario
a Cristo, habría temor y temblor; pero, donde hay confianza en uno mismo nunca
puede estar el poder de Dios.
Pero ahora el Señor, habiendo finalizado el
tema del abuso del juicio y del abuso de la gracia, indica la necesidad de la
relación con Dios, y esto muy particularmente en conexión con lo que hemos
estado viendo. Leemos, "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad,
y se os abrirá". (Versículo 7). Tenemos aquí diferentes grados, medidas
crecientes de formalidad al suplicar a Dios: "Porque todo aquel que pide,
recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá". (Versículo
8). Y luego Él les presenta un argumento para animarlos en esto: "¿Qué
hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si
le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos,
sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está
en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?" (Versículos 9-11).
Hay una diferencia muy interesante en el pasaje que responde a esto en Lucas
11, donde en lugar de decir, "dará buenas cosas a los que le pidan",
se dice: "¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los
que se lo pidan?" (Lucas 11: 13). El Espíritu Santo no había sido dado aún.
No es que Él no actuaba en el mundo, sino que Él no había sido impartido aún personalmente
porque Jesús no había sido aún glorificado. La Escritura dice esto expresamente.
(Juan 7: 39). De este modo, hasta el momento en que Él fue derramado desde el
cielo, era muy correcto orar para que el Espíritu fuera dado; y siendo los
gentiles en particular personas que lo ignoraban, esto es mencionado expresamente
en el Evangelio de Lucas, el cual contempla especialmente a los gentiles.
Porque, ¿quién puede leer ese Evangelio sin tener la convicción de que hay una
mirada cuidadosa sobre los que tienen un origen gentil? Dicho evangelio fue
escrito por un gentil, y escrito a un gentil; y a lo largo de él traza al Señor
como Hijo del Hombre, un título que no está vinculado con la nación judía
propia y peculiarmente, sino con todos los hombres. Esta es la gran carencia
del hombre, — el Espíritu Santo, que estaba a punto de ser dado, y Él es el
gran poder de la oración, como se dice: "Orando en el Espíritu Santo".
(Judas 20). Lucas fue guiado a especificar aquel don especial que necesitarían
los que oran para darles energía en la oración.
Pero, volviendo a Mateo, tenemos todo el
pasaje concluido por esta palabra: "Así que, todas las cosas que queráis
que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos;
porque esto es la ley y los profetas". (Versículo 12). Esto no es, de
ninguna manera, tratar con los hombres según sus procederes, sino lo contrario.
Ello está diciendo, por así decirlo, «Vosotros
que
conocéis al Padre celestial, que sabéis cuál es Su gracia para con el malo,
sabéis lo que es decoroso a Sus ojos; actuad siempre según eso. Nunca actuéis simplemente
de acuerdo con lo que otro hace hacia vosotros, sino de acuerdo con lo que
quisierais que otro hiciera con vosotros. Si tenéis el más mínimo amor en vuestro
corazón, vosotros desearíais que ellos actuaran como hijos de vuestro Padre.»
Independientemente de lo que haga otra persona, lo que yo debo hacer es hacerles
lo que yo quisiera que ellos hicieran conmigo; es decir, actuar de manera apropiada
a un hijo de un Padre celestial. "Esto es la ley y los profetas". Él
les está presentando una abundante amplitud, extrayendo la esencia de todo lo
que era bienaventurado allí. Este era claramente el deseo benigno de un alma
que conocía a Dios, incluso bajo la ley; y nada menos que esto podía ser el
fundamento de acción ante Dios.
Pero llegamos ahora a los peligros. No sólo
hay hermanos que nos ponen a prueba, sino que ahora Él dice, "Entrad por
la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva
a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas,
pero por dentro son lobos rapaces". (Versículos 13-15). Hay una conexión
moral entre las dos cosas. Una característica principal de lo que es falso es
el intento de hacer que la puerta sea ancha y el camino espacioso; es decir, negar
la manera especial en que Dios llama a las almas al conocimiento de Él mismo. ¡De
qué manera interfieren con esto los regímenes religiosos, es decir, los
conjuntos de normas por las que se rige el mundo religioso! Tomemos, por
ejemplo, el fraccionamiento de aquellos que pertenecen a Dios en grupos, como
si ellos fueran ovejas del hombre, a quienes las personas no tienen escrúpulos
en llamar «nuestra iglesia» o «la
grey de tal persona». Los derechos de
Dios, Sus reivindicaciones, Su llamado a un alma a andar en responsabilidad para
con Él, todo esto es interferido por tales cosas. Nosotros nunca encontramos a
un apóstol diciendo: «Mi grey.»
Siempre es: "La grey de Dios", porque esto conlleva responsabilidad para
con Dios. Si ellos son Su rebaño, yo debo tener cuidado de no llevarlos por mal
camino. Al tener que ver con un cristiano, el objetivo de mi alma debe ser
llevar su alma a la conexión directa con Dios mismo, debo decir: «Esta
es una de las ovejas de Dios». ¡Qué cambio haría
esto en el tono y los procederes de los pastores si ellas fuesen vistas como la
grey de Dios! La ocupación del siervo verdadero es mantener estas ovejas en el
camino angosto en el que ellas han entrado.
Pero está también el mundo que va por el
camino espacioso, y los del mundo piensan que pueden pertenecer a Dios por la
profesión de Cristo y tratando de guardar los mandamientos. Se ha producido el
ensanchamiento de la puerta, el hacer espacioso el camino, en relación con lo
cual el Señor dice: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a
vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". Los
verdaderos maestros enviados por Dios padecen con los falsos si ellos se
mezclan con el mundo. Estando todos ligados por objetivos comunes, con
independencia que ellos pertenezcan a Dios o no, los que son realmente
verdaderos a menudo son arrastrados por el resto a lo que ellos saben que está
mal. Y recuerden ustedes otra cosa solemne. El diablo nunca podría llevar a
cabo ningún plan en la Cristiandad si él no consiguiera que las personas buenas
se unieran a los malos en dicho plan. La incredulidad utiliza constantemente
como excusa esto: «Ese hombre tan bueno
está aquí»; «El excelente caballero…
hace eso». Pero, ¿ha de ser la opinión y la conducta
de un
cristiano el criterio por el cual yo juzgo? Si es así, no hay nada en lo que yo
no pueda caer; pues, ¿qué cosa mala hay que no haya hecho un hombre, e incluso
un creyente? Ustedes ya conocen lo que David tuvo que confesar ante Jehová. Y
este es el proceder que asume el diablo para mantener a otras personas tranquilas
en el mal. El único estándar para el creyente es la palabra escrita de Dios; y
ésta es la seguridad especial en estos postreros días. Cuando Pablo estaba
dejando a los santos de Éfeso, él los encomendó "a Dios, y a la palabra de
su gracia". (Hechos 20: 32). Podrían entrar en medio de ellos lobos
rapaces que no perdonarían al rebaño; y podrían surgir hombres de ellos mismos hablando
cosas perversas; pero la única salvaguardia, como regla de fe y conducta para
los santos, es la Escritura santa de Dios.
El rito llamado «misa»
es el acto más perverso de la cosa más corrupta bajo el sol; pero si la gracia
de Dios pudiera entrar allí y obrar por medio de Su Espíritu, a pesar de la
hostia elevada, ¿quién pondrá límites? Pero, ¿es éste un motivo para ir a una
capilla católica romana, adorar la hostia u orar a la Virgen? Dios, en Su
gracia soberana, puede ir a cualquier parte; pero si yo deseo andar como
cristiano, ¿cómo he de hacerlo? Sólo hay un estándar, — a saber, la voluntad de
Dios; y la voluntad de Dios sólo puede ser aprendida a través de las
Escrituras. Yo no puedo razonar a partir de cualquier cantidad de bendición
allí, ni de cualquier debilidad aparente aquí. A las personas se les puede
permitir que parezcan muy débiles con el propósito expreso de mostrar que el
poder no está en ellas sino en Dios. Aunque los apóstoles eran hombres tan
poderosos, a menudo se les permitía parecer débiles a los ojos de los demás.
Esto fue lo que expuso a Pablo a no ser considerado un apóstol por los Corintios,
aunque ellos, de entre todos los hombres, debiesen haber sabido mejor. Todo
esto demuestra que yo no puedo razonar ni a partir de la bendición que la
gracia de Dios puede obrar, ni a partir de la debilidad de los hijos de Dios.
Lo que necesitamos es aquello que no tiene ninguna falta, y esto es, la palabra
de Dios. Yo la necesito para gobernarme a mí mismo como cristiano, y para andar
juntamente con todos los santos. Si nosotros actuamos según esa Palabra, y nada
más, encontraremos a Dios con nosotros. Ello será llamado fanatismo; pero esto
es parte del vituperio de Cristo. La fe siempre parecerá orgullosa para los que
no la tienen; pero se demostrará en el día del Señor que ella es la única
humildad, y que todo lo que no es fe es soberbia, o nada mejor. La fe admite
que quien la tiene es nada, — que él no tiene poder ni sabiduría propios, y
mira a Dios. ¡Que seamos fuertes en la fe, dando gloria a Él!
Pero, por lo demás, "Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así,
todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos". El
Señor no habla aquí simplemente de hombres conocidos por sus frutos, sino de
los falsos profetas. (Versículos 15-20). "Por sus frutos los
conoceréis". Allí donde la gracia es negada, la santidad es vana o, en el
mejor de los casos, legal. Dondequiera que se cuente realmente con la gracia y ella
sea predicada, ustedes encontrarán dos cosas, — a saber, un cuidado mucho mayor
en lo que concierne a Dios que allí donde ella no es igualmente conocida, y
también una mayor ternura, tolerancia y paciencia en lo que simplemente respecta
al hombre. Fingir con disimulo que el pecado no ha sido visto es una cosa, pero
la severidad que no está avalada por la Escritura está muy lejos de la justicia
divina, y puede coexistir con la concesión del yo en muchas formas. Hay ciertos pecados
que exigen una reprensión, pero es sólo en los casos más graves donde debiese haber
medidas extremas. A nosotros no se nos deja hacer leyes acerca del mal por nuestra
cuenta pues estamos bajo responsabilidad para con otro, para con nuestro Señor.
No debiésemos confiar en nosotros mismos sino aprender la sabiduría de Dios y
confiar en la perfección de Su palabra; y nuestra tarea es que se haga realidad
en nosotros lo que encontramos allí. Dejemos que la ayuda venga de donde venga,
ya que si así podemos seguir la palabra de Dios más plenamente, nosotros debiésemos
estar sumamente agradecidos.
Solemne, muy solemne, son las palabras que
siguen a continuación cuando el ojo del Señor escudriña el campo de la
profesión. Leemos, "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los
cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores
de maldad". (Versículos 21-23). El Señor muestra la estabilidad de Su
palabra para el corazón obediente a partir de la figura de un hombre que
edifica sobre una roca; y Él muestra
también, como nadie más que Él podría hacerlo, el fin de todo aquel que oye y
no hace Sus dichos. Pero yo no debo entrar en esto ahora.
Que el Señor nos conceda que nuestros
corazones estén dirigidos hacia Él. Nosotros podremos ayudarnos los unos a los otros
y seremos ayudados por Su gracia. Débiles como somos, se nos hará estar en pie.
Y si por falta de vigilancia hemos resbalado, el Señor nos pondrá de nuevo en
pie.
¡Que Él nos conceda sencillez de ojos!
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero
2022
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
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