Disertaciones
acerca del
Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960
(RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Mateo 9
Todo aquel que examina atentamente este
capítulo con el capítulo
que sigue, difícilmente puede dejar de ver que la pausa adecuada está al final
del versículo 35, formando propiamente los últimos tres versículos la
introducción al capítulo 10. Lo que tenemos en el capítulo 9, hasta donde yo he
entendido, es el efecto de la presencia de Jesús sobre los líderes religiosos
de Israel: y yo creo que éste es el gran tema. El capítulo 8 nos presentó el esbozo
de la presencia del Señor en Israel y sus resultados. Es decir, fue un retrato
general y, por tanto, nosotros vimos que el Espíritu Santo desatiende por
completo el mero orden histórico, juntando pasajes de la vida de Cristo que
estaban separados, de hecho, por meses o incluso un año. No hay aquí el menor
intento por parte del Espíritu de Dios de presentarlos tal como sucedieron;
sino que, por el contrario, el Espíritu Santo muestra incesante y vivo interés y
solicitud por seleccionar de diferentes tiempos y lugares ciertos hechos imponentes
que ilustran la presencia del Mesías en medio de Su pueblo, Su rechazo por
parte de Israel y cuáles serían los resultados de este rechazo. Lo que nosotros
vimos fue que, en primer lugar, se demostró que Él era Dios, el Dios de Israel,
— Jehová: — para quien la limpieza de la lepra era simplemente asunto de Su
voluntad; pues incluso el leproso no dudó de Su poder. "Si quieres, puedes
limpiarme". Nadie más que Dios podía hacer esto. Ahora bien, nadie tenía
un sentimiento tan fuerte acerca de este repugnante mal como un judío porque
Dios mismo había establecido tan cuidadosamente la naturaleza y la prueba de la
lepra en Su ley. Pues ello era un asunto de impureza sin remedio, — la solemne
lección enfática de lo horrible que es el pecado en sus efectos y en sí mismo.
Dios puede sanar y Dios puede limpiar: nadie más puede hacerlo. No se trató
exactamente de perdonar, sino de limpiar y quitar la contaminación. El Espíritu
de Dios reservó el asunto del perdón (que está relacionado con los derechos de
Dios y con Su carácter judicial, así como la limpieza de la lepra está más
particularmente relacionada con Su santidad) hasta el capítulo que vamos a considerar
ahora. En el primero de estos capítulos (Mateo 8) estuvo el amplio rasgo
distintivo de que el Mesías estaba allí, — Dios mismo en gracia, y no actuando
según la ley, la cual habría desterrado al leproso fuera de la morada y del
pueblo y de Su propia presencia. Es un hecho muy maravilloso darse cuenta en la
tierra y en Israel de que una persona estaba allí que era ¡tan claramente Dios
en Su poder como Dios en Su amor! La ley establecía meramente lo que era
correcto pero no podía dar ningún poder y sólo condenaba a los injustos. Ella
debía exponer los motivos por los que un pecador no tiene esperanza sólo porque
es la ley de Dios, pues la ley nunca puede mezclarse con el pecado. Pero aquí
estaba Uno que había dado la ley y sin embargo estaba por encima de la ley. De
hecho, es evidente que a menos que haya algún principio en Dios superior a la
ley, no puede haber rescate para el culpable. Pero ese principio es la gracia.
Y aquí estaba Uno que mostraba en Sus actos y palabras que Él no era en nada
más manifiestamente Dios que en la plenitud de Su gracia. É tocó al leproso y
le dijo: "Quiero; sé limpio". El estado de este hombre era justamente
el retrato de la verdadera condición de Israel; y lo que el Señor hizo por el
leproso solitario Él estaba igualmente dispuesto a hacerlo por toda la nación;
pero, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11).
¿Estaría entonces Dios confuso en Su amor? Si el judío Le rechazaba, entonces, ¿qué
acerca del gentil? Ellos debían oír; y por eso tenemos inmediatamente después
al centurión y a su siervo. Pero yo no repetiré los hechos del capítulo 8. En
el capítulo que está ante nosotros tenemos ahora, no el retrato general de la
presencia de Dios y sus resultados en Israel, sino Su incidencia especial sobre
los líderes religiosos del pueblo.
Comenzamos de nuevo con el Señor presentando un
caso notable de sanidad; no el caso obvio de la lepra, caso que debería haber
impactado a cualquier judío, sino otro igualmente ilustrativo. "Entonces,
entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad"
(versículo 1), — es decir, Capernaúm. Por tanto, nosotros estamos ahora en un
terreno más estrecho. Capernaúm era el lugar donde el Señor vivía y realizaba Sus
milagros más poderosos y que, por ese mismo motivo es después objeto del más
temible ¡Ay! que Él pudo pronunciar. Este es un principio muy solemne. Cuando
llegue el día del Señor el golpe más fuerte del juicio no caerá sobre las
partes oscuras de la tierra sino sobre las favorecidas, allí donde ha habido
más luz, pero, lamentablemente, más infidelidad. Por mi parte, no dudo que
nuestra propia tierra (Inglaterra) deba sufrir en una medida especial; pero,
sobre todo, Jerusalén, y también Roma, lugar este último al que fue escrita la
más notable de todas las epístolas, sentando las bases del cristianismo, pero
donde ha habido la desviación mayor. Ellos caerán bajo el juicio de Dios de la
manera más enfática, no sólo religiosa sino civilmente. Independientemente de
quién reine, gobierne, o de quién sea derrocado, este debe ser el caso donde, a
pesar de los favores especiales de Dios y la luz de Su palabra difundida, las
personas han permanecido infieles, e incluso se han vuelto más laxas y
supersticiosas o escépticas. El Señor quitará a los que son Suyos antes del
juicio, y el resto permanecerá para padecer Su justa retribución. "Como en
los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre". (Mateo 24: 37).
En esta escena el Señor muestra la necesidad
moral de un juicio tal. Y esa necesidad no era sólo en la tierra de los gadarenos
o en Nazaret. Pero tomen ustedes a las personas que debiesen haber conocido las
Escrituras más que los demás, cuya profesión misma era conocerlas y enseñarlas,
— ¿cómo estimaban ellos a Jesús? Esto es lo que sale a la luz en nuestro
capítulo. Leemos, "Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre
una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo", —
una palabra muy bienaventurada que respondía a todo el caso del hombre; una
palabra para tocar sus afectos y para alcanzar su conciencia. "Ten ánimo,
hijo; tus pecados te son perdonados". Hubo consuelo tanto para su corazón
como para su conciencia. Sus pecados debiesen haber pesado más sobre su corazón
que la parálisis sobre su cuerpo; pero esta palabra cubrió toda su necesidad.
"Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema".
(Versículo 3). En este capítulo no vemos al escriba en su vana confianza carnal
profesando honrar a Jesús; sino a los escribas juzgándole y condenándole. Ellos
opinan que Jesús estaba blasfemando cuando dijo: "Tus pecados te son
perdonados". Terrible engaño del malvado corazón del hombre. "¡Este
blasfema!" Y no eran personas ignorantes estas que decían en su interior, ¡"Este
blasfema"! "Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué
pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los
pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?" Y ahora Él saca a relucir
una palabra que debiese
haber tenido un efecto inmediato en los escribas, los cuales estaban familiarizados
con las Escrituras, donde se decía del Dios de Israel: "Él es quien
perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias", y de lo
cual ellos tenían ahora una ejemplificación ante sus ojos. (Salmo 103: 3).
Esta no es la experiencia de un santo ahora
aunque podemos asumirla de un sentido muy bienaventurado. Pero preguntamos,
¿podemos decir nosotros que, "Quien perdona todas tus iniquidades, El que
sana todas tus dolencias", es la manera en que el Señor trata ahora con
los cristianos? Allí donde Él perdona las iniquidades de una persona surge la
pregunta, ¿sana necesariamente todas sus dolencias? Mientras que aquí es
evidente que el Señor contempló la unión de la sanación de las dolencias
corporales con el perdón de los pecados en las mismas personas y al mismo
tiempo. ¿Cuándo será esto? Cuando Dios tome en Sus manos el gobierno del mundo.
Cuando Aquel que fue crucificado será glorificado, — no sólo en el cielo, sino
también aquí abajo; y cuando llegue aquel día, el mundo exterior, el cuerpo del
hombre, y particularmente Israel el pueblo de Dios, sentirán el efecto
inmediato. Si bien nosotros podemos tomar el espíritu de los Salmos, en la
medida en que ellos son aplicables a nuestra condición actual, no olvidemos que
hay mucho en los Salmos que no es aplicable a nosotros mismos.
El perdón de iniquidades y la sanación de dolencias
corporales fueron ambos prometidos a Israel y así el Señor cumple ambos aquí. Ello
muestra que en Su persona y por medio de Su ministerio ahora en medio de Israel
estaba el testimonio del poder para hacer ambas cosas. Para que ellos supieran que
el Hijo del Hombre tenía "potestad en la tierra para perdonar pecados
(dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces
él se levantó y se fue a su casa". Hubo allí una demostración de la
realidad del perdón en el hecho de que la dolencia fue sanada ante los ojos de
ellos. La unión de estas dos cosas debiese haber impactado fuertemente a un
escriba. En este milagro nosotros tenemos el testimonio más poderoso de lo que
era la gloria de Su persona.
Esta fue, entonces, la respuesta del Señor a
la blasfemia de los escribas que le acusaban de blasfemia. "Y la gente, al
verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los
hombres". (Versículo 8). Lamentablemente ellos no supieron que se trataba
del poder de Dios ejercido por Uno que
era Dios mismo. Ellos vieron que Él era el vaso del poder de Dios, y esto fue
todo. Un hombre podría ser esto y no ser Dios. Él podía complacerse en obrar
milagros incluso por medio de un hombre malo. De modo que mientras ellos daban
gloria a Dios que había dado tal poder a un hombre, no había una fe real en la
persona de Cristo. Pero el gran objetivo del milagro es sacar a la luz el
verdadero estado del corazón de los jefes eclesiásticos del pueblo. Un juicio
solemne para aplicar en cualquier momento comienza a clarear con este capítulo;
y antes de que hayamos terminado con él encontraremos que el caso está cerrado
en lo que a ellos respecta. Jehová-Jesús era intolerable para Israel; pero,
sobre todo, para aquellos que tenían la más alta reputación de aprendizaje y
santidad.
El Señor pasa de esta escena y ve a "un
hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y
le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió". Si nosotros comparamos los
Evangelios de Marcos y Lucas encontramos que tanto el caso del paralítico como el
llamamiento de Leví tuvieron lugar mucho antes de muchas de las circunstancias
que ya hemos tenido; pero ellas han sido reservadas para dos propósitos
especiales en el relato de Mateo. Son presentadas al comienzo de Marcos 2 tal
como sucedieron en orden de tiempo; pero el Espíritu de Dios, en Mateo, los coloca
fuera de ese orden con el propósito de presentar grandes retratos, según un
tipo dispensacional, de la presencia de nuestro Señor en la tierra y sus
consecuencias para Israel; y son agrupados todos los hechos que guardan
relación con la ceguera de ellos durante un tiempo y su futura restauración.
Nosotros vemos aquí el efecto de Su presencia
en los guías religiosos. El llamamiento de Mateo fue uno muy significativo. El
Espíritu de Dios le llevó a dar su nombre aquí, — el nombre por el que luego
fue conocido tanto en la tierra como en el cielo. Consecuentemente, Mateo
muestra la gracia del Señor a pesar de la animosidad de aquellos escribas
contra Él, y la forma que tomó Su gracia como consecuencia de la incredulidad
de ellos. Él sale y llama a Mateo cuando estaba sentado al banco de los
tributos públicos. Otras personas habían traído al paralítico, pero no parece
que Mateo haya manifestado fe ante la convocación de Jesús. No fue Mateo quien
buscó a Jesús, sino que fue Jesús quien llamó a Mateo que estaba ocupado por el
impuesto del que era recaudador autorizado. Los publicanos estaban siempre
clasificados con los pecadores y el Señor va y llama al publicano Mateo mientras
estaba en el desempeño de su oficio, sentado al banco de los tributos públicos.
Obediente al llamamiento del Mesías, Mateo no sólo Le sigue de inmediato sino
que invita a Jesús a sentarse a la mesa en la casa. Y "he aquí que muchos
publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con
Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los
discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?"
Ello era una clara subversión de todo decoro y orden a los ojos de un judío.
Sentarse a comer sin el menor sentimiento de desprecio hacia estos publicanos y
pecadores era realmente extraño a los ojos de los fariseos. ¿Qué estaba
haciendo el Señor? Él estaba exhibiendo cada vez más la gracia de Dios, — razón
de más para que se desatara la incredulidad de las personas meramente
religiosas exteriormente: pues las personas pueden tener pensamientos acerca de
Dios pero no fundamentados en Su palabra, y siempre pueden ser muy sinceras en sus
propios pensamiento y corazones pero sin tener ni fe ni luz de Dios. Por una
parte estos hombres demostraron su total incredulidad en Jesús y en Su gloria;
pero, por otra parte, Dios, en la persona de Jesús, fue más lejos en Su gracia
y más en contra de los pensamientos de estas personas religiosas de Israel. Él
llama a Mateo y come con estos publicanos y pecadores; y cuando los fariseos critican
a los discípulos, el Señor presenta inmediatamente esa bienaventurada palabra
del Antiguo Testamento, "Misericordia quiero, y no sacrificio" (Oseas
6: 6), — porque "no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al
arrepentimiento". (Mateo 9: 13). Él reivindica este llamamiento y lo
mantiene, no como un caso excepcional, sino como un principio.
Ello era lo que Dios había bajado a hacer realidad
en la tierra. Ahora no era la ley, sino la gracia. Esto da lugar a algo más y
aquí es traída ante nosotros una palabra muy instructiva del Señor. Los
discípulos fueron criticados porque no ayunaban como los discípulos de Juan y
los fariseos. Y el Señor presenta este motivo para ello y leemos, "¿Cómo
pueden los compañeros del novio tener luto mientras el esposo está con ellos?"
(Mateo 9: 15 - VM). Es decir, Él muestra lo absurdo del ayuno cuando la fuente
de todo el gozo de ellos estaba allí. ¡Cuán absolutamente contrario a la fe de
ellos en Él, el Mesías, someterse a esta señal de tristeza y humillación en
presencia del manantial de todo el gozo y alegría de ellos! Pero había que
aprender algo más profundo. No sólo estaba la presencia de Uno que los
discípulos entendían y que los demás no, sino que el Señor muestra que ustedes
no pueden mezclar las prescripciones que emanan de la ley con los principios y
el poder de la gracia divina (un principio muy importante y el principio mismo
que la cristiandad ha destruido de manera práctica). Pues preguntémonos, ¿qué
es lo que ha ocasionado el estado actual de la cristiandad? Cristianismo es el
sistema de gracia en Cristo mantenido en santidad por el Espíritu Santo entre aquellos
que creen. Cristiandad es la casa grande de la profesión donde hay vasos
inmundos mezclados con los que son para honra, donde abundan y reinan principios
que nunca procedieron de Cristo, y que son adoptados, algunos de ellos del
judaísmo, otros de la agudeza propia de las personas, sin respetar la Biblia.
Pero lo que el Señor muestra es que incluso si ustedes toman lo que Dios una
vez aprobó bajo la ley, ello no servirá ahora. El mismo Dios que probó a Israel
por medio de la ley ha enviado el evangelio; y es el evangelio lo que Él está
enviando ahora y no la ley. Es la gracia con lo que nosotros tenemos que ver. Es
con Cristo resucitado y en el cielo con quien yo estoy en relación y no con la
ley. Si soy un cristiano, yo estoy muerto a la ley. (Romanos 7: 4). La
cristiandad ha olvidado y se ha apartado de eso; y, argumentando desde la
premisa de que la ley es buena, y el evangelio también, ellos preguntan: «¿No
será mucho más seguro juntar las dos cosas?»
El resultado es que
lo que nuestro Señor dijo que no debía hacerse, los hombres han aspirado a ello
con la mayor diligencia. Han tratado de echar vino nuevo en odres viejos, es
decir, poner la gracia que produce gozo en los recipientes de principios
legales. El Señor ha introducido vino nuevo y Él quiere odres nuevos.
La virtud y el poder internos del
cristianismo deben vestirse con sus formas apropiadas. Los vestidos nuevos son
la debida manifestación del evangelio, el cual difiere totalmente de los modos
de obrar formulados conforme a la ley. El legalismo es el vestido viejo y meramente
remendar lo viejo es despreciar la benignidad de Dios. Y después de todo, ello nunca
tendrá éxito. El intento sólo empeorará lo viejo. Esto es lo que ha hecho la
cristiandad. Ha tratado de remendar el vestido viejo con remiendo de paño nuevo,
— ha intentado introducir una cierta medida de moral cristiana en el vestido viejo
como una especie de mejora del judaísmo. Surge la pregunta, ¿Y cuál ha sido el
resultado? Además, está el vertido de vino nuevo en odres viejos. Hay una
cierta medida de la predicación acerca de Cristo, ¡pero está muy relacionada
con odres viejos. Estos versículos abarcan tanto el desarrollo exterior como el
poder interior, y muestran que el cristianismo es algo completamente nuevo, y
que no puede ser mezclado con la ley. Si ustedes encuentran un hombre que
piensa que tiene alguna justicia propia, ustedes pueden ponerlo en su lugar por
medio de la ley. Este es el uso legítimo de la ley. Él es realmente impío y ustedes
usan la ley para demostrar que él lo es. Pero, en el cristiano tenemos a uno
que es piadoso; y la ley, como insiste expresamente Pablo, no es para él. No debo
poner el vino nuevo en odres viejos, ni lo viejo en lo nuevo. Esto lleva al
Señor a sacar a relucir toda la novedad de la conducta y de los principios que emanan
de Él mismo y de Su gracia. Y todo esto se oponía firmemente a los pensamientos
y prejuicios de los escribas y fariseos que vinieron después con sus preguntas acerca
de los ayunos. No es que el ayunar no sea un deber cristiano (ya consideramos
esto en el capítulo 6); pero, por otra parte, dicho ayuno debe ser según los
principios cristianos y no según los judíos.
Llegamos ahora a un incidente del más
profundo interés. Un hombre principal de la sinagoga manda llamar a nuestro
Señor para que sane a su hija, y luego él viene a adorarle, diciendo, "Mi
hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó
Jesús, y le siguió con sus discípulos". (Versículos 18, 19). Eso fue
exactamente una ilustración de la actitud del Señor hacia Israel. Él estaba
allí con la vida en Sí mismo. Israel era como la niña que Le necesitaba; ella no
tenía vida en sí misma: tal era la condición de Israel. Pero el Señor es movido
de inmediato a actuar y acude a la llamada del hombre principal. Él reconoce la
solicitud de la fe, por muy débil que ella sea. El centurión sabía que una
palabra sería suficiente; pero este gobernante judío, con el pensamiento
natural de un judío, quiere que el Señor vaya a su casa y ponga Su mano sobre
su hija para que ella pudiese vivir. Él relacionó la presencia personal del
Señor con la bendición que iba a ser conferida a su hija enferma; mientras que
nosotros, los gentiles, andamos por fe y no por vista. Creemos y amamos a Uno que
no vemos. Los judíos buscan a Uno que verán; y Le tendrán de esta manera. Como
Tomás, a quien después de ocho días se le permitió ver al Señor y se le pidió
que metiera la mano en Su costado, y viera en Sus manos la señal de los clavos,
así será con Israel. "Mirarán a mí, a quien traspasaron". (Zacarías
12: 10). Mientras que nosotros creemos en Aquel a quien no hemos mirado. De
modo que nuestra posición es totalmente diferente a la de Israel.
Ahora bien, en este caso el Señor oye la
llamada y va inmediatamente a resucitar a la hija muerta del hombre principal
judío. Pero mientras Él va, una mujer Le toca. Si bien la misión del Señor es a
Israel, — y así lo fue, y sólo queda aplazada, — mientras Él está, por así
decirlo, de paso, quienquiera que viene, quienquiera que toca, recibe la
bendición. Ninguna incredulidad de los escribas, ninguna justicia propia de los
fariseos, jamás obstaculizaría o podría obstaculizar al Señor en Su misión de
amor. Él estaba a punto de introducir nuevos principios que no se mezclarían
con la ley, — una gracia que saldría para todos, y que alcanzaría a lo peor; lo
cual es claramente expuesto por esta mujer que viene y Le toca. Pero, en primer
lugar, ustedes tienen el compromiso de la resurrección de Israel; pues tenemos
la garantía de la palabra de Dios para considerar la condición de Israel como
una condición de muerte. Vean, por ejemplo, en Ezequiel 37 donde Israel es
comparado con huesos secos. Leemos, "Hijo de hombre, todos estos huesos
son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y
pereció nuestra esperanza… He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os
haré subir de vuestras sepulturas… y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra
tierra". (Ezequiel 37: 11-14). Entonces, yo creo en este milagro. Ello no
sólo representa la conversión de los pecadores muertos, sino la resurrección de
Israel como nación. El Señor fue rechazado por el pueblo que tenía la más
profunda responsabilidad de recibirle; pero muy ciertamente que así como Él levantó
a esa joven mujer del lecho de muerte, ciertamente restaurará a Israel en un
día que está por llegar. Pero, mientras tanto, quienquiera que viene recibe la sanidad
y la bendición. Así fue con esta pobre mujer. El Señor no sólo le hace ser
consciente de que ha sido sanada, sino que le hace saber que Sus afectos
estaban completamente con ella. Él le dice, "Ten ánimo, hija; tu fe te ha
salvado". De inmediato hubo la palabra de seguridad. El Señor pone Su sello
sobre lo que la fe de ella había hecho, aunque ella lo había hecho
temblorosamente. [Véase nota 9]. Luego, a su debido tiempo, tenemos la
resurrección de Aquel que estaba muerto, en quien no fue una cuestión de fe,
sino del poder de Dios y de Su fidelidad a Su promesa.
[Nota 9]. Fijémonos en esta
confesión pública de Cristo para salvación. En Marcos 5: 30-34 y en Lucas 8:
45-48 vemos cómo el Señor atrae e insta al alma tímida a una confesión pública
de la gracia recibida mediante el toque de la fe. Luego siguen las bienaventuradas
palabras del Señor de seguridad y de relación: "Hija, ... vé en paz",
palabras que la confesión de ella hacen aflorar, para alegría y consuelo
duraderos de ella. [Nota del editor del escrito en Inglés].
Después de esto (en el versículo 27 de Mateo
9) encontramos que dos ciegos Le siguen: en otro lugar sólo uno de ellos es
mencionado; pero creo que aquí ambos son mencionados por el mismo motivo que cuando
tuvimos a los dos endemoniados. Ellos dan voces y Le dicen: "¡Ten
misericordia de nosotros, Hijo de David!". Es la confesión de Cristo como
estando relacionado con Israel. Ellos se dirigen a Él como Hijo de David. El
Señor les preguntó: "¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí,
Señor. Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea
hecho. Y los ojos de ellos fueron abiertos". (Versículos 28-30). Luego
vino el mudo poseído por un demonio: "Y echado fuera el demonio, el mudo
habló; y la gente se maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en
Israel". (Versículo 33). Yo creo que todo esto es reunido para el mismo
propósito. El Señor estaba presentando un tipo tras otro, y promesa tras promesa,
para que Israel no fuera olvidado, para que Israel fuera resucitado de la
muerte: aunque fueran tan ciegos, ellos verían; aunque fueran tan mudos, ellos
hablarían. Que los fariseos y los escribas sean totalmente incrédulos y
blasfemos, y que estén dispuestos a apartar a todos de Cristo, — que así fuera
ahora; pero la muerte sucumbiría, la ceguera sería quitada, el habla sería dada
a Israel, en un día que se avecinaba. La confesión misma de la gente fue que
nunca se había visto cosa semejante
en Israel.
Permitan ustedes que yo repita que al aplicar
así estos milagros de nuestro Señor no estoy negando en absoluto la bienaventuranza
de cualquier parte de estos para un alma ahora. Pero esto no es motivo para demostrar
que el Señor no tiene una visión ulterior que no debiésemos olvidar. "Pero
los fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios".
(Versículo 34). ¿Qué pudo ser peor que esto? ¿No fue ello, en cuanto a principio,
una blasfemia contra el Espíritu Santo? Tal es la forma que tomó ese pecado en
aquel entonces. Estaba allí el poder del Espíritu Santo que actuaba en Cristo y
a través de Él; y ellos atribuyeron este poder a Satanás. No pudo haber nada
más categórico que semejante hostilidad. Ellos No podían negar la justicia del
hombre, ni los hechos de la energía sobrehumana; pero podían atribuir el poder
que estaba enteramente por encima del hombre, no a Dios, sino al adversario; y
así lo hicieron. La ruina de ellos fue completa y definitiva. ¡Qué cosa había más
terrible! Nada podía convencer a un hombre donde todas estas evidencias y recursos
habían
sido prodigados sobre él; y el final de todo fue que no sólo los ignorantes
sino los sabios, los religiosos, los fariseos que se enorgullecían de la ley,
la parte más selecta a los ojos del hombre de la nación escogida, — incluso ellos
dijeron, " Por el príncipe de los demonios echa
fuera los demonios".
No se necesita nada más. El Señor podía
enviar un testimonio a través de otros; pero, en lo que concierne a Su ministerio,
este estaba prácticamente terminado. Inmediatamente después él envía a los
doce; pero todo se reduce a lo mismo. El Señor es totalmente rechazado, tal como
vemos en Mateo 11. Y luego Mateo 12 presenta el pronunciamiento final del
juicio sobre esa generación. Ese pecado del que habían sido culpables maduraría
hasta convertirse en blasfemia contra el Espíritu Santo, y no podía serles
perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. La consecuencia es que el Señor
se aparta de la raza incrédula e introduce el reino de los cielos, en conexión
con el cual nos presenta todas las parábolas en Mateo 13. Él asume el lugar de
un sembrador que ya no busca recoger fruto de Israel, y Él mismo aborda la
nueva obra en este mundo que estaba a punto de emprender, — obra que todavía
lleva a cabo hasta el momento actual, aunque ahora por medio de otros. De modo
que la hermosura de toda esta disposición del Evangelio de Mateo no puede ser
superada, aunque los otros Evangelios son, para sus propios objetivos,
igualmente perfectos. Cada uno de ellos presenta los hechos de la historia de
nuestro Señor como para dar una clara visión de la persona o del servicio de
Cristo, con los resultados de la exhibición de ellos; y nosotros debiésemos
entenderlos todos.
Que el Señor conceda que el efecto de considerar
estas cosas sea, no sólo que conozcamos las Escrituras, ¡sino que conozcamos
mejor a Jesús! Esto es lo que más tenemos que cultivar, — a saber, que podamos
entender los modos de obrar de Dios, los maravillosos procederes de Su amor,
todos ellos expresados en Jesús.
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2022
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta
traducción:
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B.
Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
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