COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 16 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 16

 

En el capítulo anterior, el cual introduce una nueva parte del tema en Mateo, vimos dos grandes retratos: en primer lugar, la desobediencia hipócrita de los que se jactaban de la ley, completamente expuesta por sus propios profetas, así como por el referente del propio Señor; y, en segundo lugar, la verdadera naturaleza de la gracia mostrada a alguien cuyas circunstancias no exigían otra cosa que la misericordia soberana si ella quería ser bendecida en absoluto. Al final, la paciente y perfecta gracia del Señor hacia Israel es manifestada, a pesar de la condición de los líderes judíos. Si Él tenía compasión por los gentiles, Su corazón anhelaba aún a Su pueblo, y Él lo demostró repitiendo el gran milagro de alimentar a miles de personas en la indigente condición de ellos; sin figura alguna de la retirada de la tierra, lo cual vimos en el capítulo 14, después del primer milagro de alimentar a la multitud, — que es tipo de la ocupación de nuestro Señor a la diestra de Dios.

 

Nosotros tenemos ahora otra imagen, muy distinta de la anterior, aunque similar a ella. No se trata de la desobediencia flagrante de la ley a través de la tradición humana, sino de la incredulidad, la cual es la fuente de toda desobediencia. Por eso, en el lenguaje empleado por el Espíritu Santo, hay solamente un matiz de diferencia entre las palabras incredulidad y desobediencia. La primera es la raíz de la cual la segunda es el fruto. Habiéndonos mostrado la flagrante violación sistemática de la ley de Dios, incluso por parte de aquellos que eran líderes religiosos en Israel, y habiéndolos condenado por ello, un principio más profundo es sacado ahora a la luz. Toda esa desobediencia hacia Dios emanaba de la incredulidad en Él mismo, y, por consiguiente, de la mala comprensión de Su propia condición moral. Estas dos cosas siempre van juntas. La ignorancia acerca del yo emana del hecho de ignorar a Dios; y la ignorancia tanto acerca de nosotros mismos como el hecho de ignorar a Dios son demostrados por medio de despreciar a Jesús. Y lo que es completamente cierto acerca del incrédulo, es parcialmente aplicable al cristiano que en cualquier medida desprecia la voluntad y la persona del Señor. Todas estas cosas no son más que el funcionamiento de ese corazón de incredulidad del que el apóstol advierte incluso a los creyentes. La grandiosa provisión contra esto, la operación del Espíritu Santo, en contraste con el funcionamiento de la mente natural del hombre, sale a relucir aquí claramente.

 

"Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo". Ellos comenzaron con la misma historia una vez más; pero ahora la fuente está más arriba, y por tanto, ello es peor en cuanto a principio, obviamente. Es una cosa horrible encontrar facciones opuestas con una única cosa que las une, — a saber, la aversión a Jesús; personas que podrían haberse despedazado unas a otras en otro momento, pero este es su punto de encuentro, — tentar a Jesús. "Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle", etcétera. No había conflicto alguno entre los escribas y los fariseos, pero un amplio abismo separaba a los saduceos de los fariseos. Aquellos eran los librepensadores de la época; éstos, los paladines que defendían las ordenanzas y la autoridad de la ley. Pero ambos se unieron para tentar a Jesús. Ellos deseaban una señal del cielo. La señal más significativa que Dios había dado alguna vez al hombre estaba ante ellos en la persona de Su Hijo, el cual eclipsaba todas las demás señales. Pero, la incredulidad es tal que puede ir a la presencia de la plena manifestación de Dios, puede contemplar una luz más resplandeciente que el sol al mediodía, y allí mismo pedir a Dios que le dé una vela que carece de resplandor.

 

Pero Jesús "respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!" (Versículos 2, 3). La condición moral de ellos era la señal y la demostración de que el juicio era inminente. Para los que podían ver, había buen tiempo, la Aurora de lo alto que los había visitado en Jesús. Ellos no lo vieron. Pero, ¡no era que ellos podían discernir el mal tiempo! Ellos estaban en presencia del Mesías y ¡estaban pidiendo una señal del cielo! El Dios que hizo el cielo y la tierra estaba allí, pero las tinieblas no lo comprendieron. " A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). Ellos estaban completamente ciegos. Podían discernir los cambios físicos pero no tenían ninguna percepción de las glorias morales y espirituales que realmente tenían ante ellos. Cuán verdaderamente, — "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue".

 

Los hombres se equivocan constantemente en cuanto al carácter de Jesús. Ellos imaginan que Él no podía usar un lenguaje fuerte ni sentir enojo; sin embargo, ello está allí en la Palabra, escrito en la luz. La incredulidad es siempre ciega, y más delata su ceguera contra Jesús. La misma incredulidad que no pudo discernir quién y qué era Jesús en aquel entonces, no ve ahora que Jesús viene, y no discierne las señales de su propia ruina inminente. Se trata de la condición moral de los hombres con independencia de dónde ellos están, sólo que se manifiesta más notablemente allí donde está la luz de Dios.

 

Nuestro Señor no duda en tratar el mal con mano implacable. Él era la manifestación perfecta del amor: pero que los hombres recuerden que Él fue Aquel que dijo: ¡"generación mala y adúltera", "generación de víboras", etcétera! Ello emana del verdadero amor. — si los hombres sólo se sometieran a la verdad que los declara culpables. Someterse a la palabra de Dios, a la verdad ahora, en este mundo, es salvarse; sólo ser declarado culpable de la verdad, en el otro mundo es estar perdido para siempre. Cristo fue el Testigo fiel y verdadero; Él trajo a Dios a estar cara a cara con el hombre, e hizo que Su luz perfecta resplandeciera sobre ellos. Jesús puede encontrarse con un alma en su ruina; puede comer con publicanos para mostrar que Él puede recibir a los pecadores, — sí, Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, y a perdonar los pecados hasta lo sumo; pero Él nunca dará señal alguna para satisfacer la incredulidad que Le rechaza. Estos fariseos y saduceos no quisieron oír Su voz de gracia, y tuvieron que oír la sentencia que sobre ellos pronunció el juez de toda la tierra, a saber, "La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás". Si Jesús no hubiera estado allí, pedir una señal no habría sido tan perverso; pero Su presencia convirtió esa petición en una audaz incredulidad y una espantosa hipocresía. ¿Y cuál fue esta señal? La señal de uno que desapareció de la tierra; que a través de la figura de la muerte dejó de estar entre el pueblo judío, y después de un tiempo les fue devuelto. Ello fue el símbolo de la muerte y de la resurrección, y nuestro Señor actuó inmediatamente en consecuencia. Él, "dejándolos, se fue". Él pasaría bajo el poder de la muerte; resucitaría, y el mensaje que Israel había despreciado, Él lo llevaría a los gentiles.

 

Pero hay otras formas de incredulidad; y la escena siguiente (versículos 5, 6) es con Sus discípulos: y tan cierto es ello que lo que ustedes encuentran en acción en su forma más burda en un inconverso puede ser rastreado, quizás de otra manera, en los creyentes. "Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos". Ellos No Le entendieron; discurrían entre ellos; y siempre que los cristianos comienzan a discurrir, ellos nunca entienden nada. Leemos, "Mas ellos discurrían entre sí, diciendo: Es porque no tomamos pan". (Mateo 16: 7 – VM).

 

Existe, obviamente, algo como la deducción sana y sólida. La diferencia es que  discurrir, es decir, pensar o imaginar algo erróneo, comienza siempre desde el hombre y trata de elevarse hasta Dios, mientras que el razonamiento correcto comienza desde Dios hacia el hombre. La mente natural sólo puede inferir a partir de la experiencia del hombre, y forma así las humanas ideas acerca de lo que Dios debe ser. Esta es la base de la especulación humana en las cosas divinas; mientras que Dios es la fuente, la fortaleza y la guía de los pensamientos de la fe. ¿Cómo conozco yo a Dios? En la Biblia, la cual es la revelación de Cristo desde el principio de Génesis hasta el final de Apocalipsis. Yo Le veo allí, la principal piedra del ángulo, el centro de todo lo que la Escritura habla; y a menos que sea vista la conexión de Cristo con todo, nada es bien entendido. Allí está la primera gran falacia, a saber, soslayar la revelación de Dios en Su Hijo. No es la luz detrás del velo como bajo el sistema judío, sino la bendición infinita ahora que Dios ha venido al hombre, y que el hombre es llevado a Dios. En la vida de Cristo yo veo a Dios acercándose al hombre, y en Su muerte el hombre ha sido hecho cercano a Dios. El velo se ha rasgado; todo es patente, todo lo del hombre por una parte, y por otra, todo lo de Dios, hasta donde Dios se complace en revelarse al hombre en este mundo. Todo queda al descubierto en la vida y la muerte de Cristo. Pero los discípulos tienden a ser muy tardos acerca de estas cosas ahora como siempre; y así, cuando Él les advirtió acerca de la levadura de los fariseos y de los saduceos, ellos pensaron que Él estaba simplemente hablando de algo para la vida diaria, — algo muy parecido a lo que vemos en el momento actual. Pero nuestro Señor "les dijo: ¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?" (Versículo 8). ¿Por qué no pensaron ellos en Cristo? ¿Se habrían ellos preocupado acerca de los panes si hubieran pensado correctamente en Él? ¡Imposible! ¡Ellos estaban ansiosos, o pensaban que Él lo estaba, acerca del pan! "¿No entendéis aún", dice el Señor, "ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos? Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos". (Versículos 9-12). Y esto es lo que los discípulos suelen malinterpretar, incluso ahora. No comprenden lo aborrecible que es la doctrina defectuosa. Ellos son conscientes de los males morales. Si una persona se emborracha o cae en cualquier otro escándalo grosero, ellos saben, obviamente, que ello es muy perverso; pero, si la levadura de la mala doctrina actúa, ellos no lo sienten. Y surge la pregunta, ¿por qué los discípulos se cuidan más de aquello que la mera conciencia natural puede juzgar que de la doctrina que destruye el fundamento de todo, tanto para este mundo como para el venidero? Que cosa tan grave es que los discípulos necesiten ser advertidos de esto por el Señor, ¡y aun así ellos no lo entiendan! Él tuvo que explicárselos. Estaba la oscura influencia de la incredulidad entre los discípulos que hacía que el cuerpo fuese el gran objeto, y que no viesen la importancia total de estas doctrinas corruptas que amenazaban a las almas que estaban a su alrededor en tantas formas insidiosas.

 

Pero, hay otra forma y otra escena en la que la incredulidad opera. Este capítulo es el escrutinio de la raíz de muchas formas de incredulidad. "Por fe entendemos", dice el apóstol a los Hebreos. (Hebreos 1: 3 – VM).  El hombre mundano trata de entender primero y luego creer; el cristiano comienza con tal vez el más débil entendimiento,  pero él cree a Dios: su confianza está en Uno por encima de él mismo; y así, de la piedra es levantado un hijo a Abraham. El Señor interroga ahora a los discípulos en cuanto a la verdadera esencia de todo el asunto, ya sea entre los fariseos, los saduceos o los propios discípulos. "Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Es la persona de Cristo lo que sale ahora a relucir; y esto, apenas necesito decirlo, es más profundo que toda otra doctrina. "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas". (Versículos 13, 14). Hay tantas opiniones entre los hombres, argumenta la incredulidad, que la certeza es imposible. Unos dicen una cosa y otros otra: usted habla acerca de la verdad y de la Escritura; pero, al fin y al cabo, es sólo su opinión. Pero, ¿qué dice la fe? La certeza, de parte de Dios, es nuestra porción en el momento que vemos quién es Jesús. Él es el único remedio que destierra la dificultad y la duda de la mente del hombre. "¿Quién decís que soy yo?" (Versículo 15). Esto fue con el propósito de sacar ahora a relucir lo que es el puntal de la bendición del hombre y de la gloria de Dios, y llega a ser el momento crucial del capítulo. Entre estos mismos discípulos vamos a tener una confesión bienaventurada de uno de ellos, — el poder de Dios obrando en un hombre que había sido reprendido por su falta de fe anteriormente, como en efecto lo fue poco después. Cuando nosotros estamos realmente quebrantados ante Dios acerca de nuestra poca fe, el Señor puede revelar una visión más profunda y más elevada de Él mismo que la que habíamos tenido antes. Los discípulos habían mencionado las diversas opiniones de los hombres: uno decía que Él era Elías; otro, Juan el Bautista, etcétera. "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". ¡Gloriosa confesión! En los Salmos se habla de Él como el Hijo de Dios pero de manera muy diferente. Él está allí lidiando con los reyes de la tierra, a quienes se les pide que tengan cuidado acerca de la manera en que ellos se comportan. (Véase Salmo 2). Pero el Espíritu Santo levanta ahora el velo para mostrar que el "Hijo del Dios viviente" implica profundidades que van más allá de un dominio terrenal, por muy glorioso que sea. Él es el Hijo de aquel Dios viviente que puede comunicar vida incluso a los muertos en pecado. "Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".

 

En primer lugar, el Padre está revelando; y en el momento que Cristo oye la confesión de Él como Hijo del Dios viviente, Él coloca también Su propio sello y honra a aquel que confiesa. Se trata de la afirmación de Uno que se eleva de inmediato hasta Su propia dignidad intrínseca: "Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella". Él da a Simón un nombre nuevo. Tal como Dios había dado a Abraham, a Sara, etcétera, a causa de alguna nueva manifestación de Sí mismo, así hace el Hijo de Dios. Ello había sido anunciado proféticamente anteriormente; pero ahora sale a relucir por primera vez el motivo por el cual dicho nombre nuevo le fue asignado. "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia". ¿Qué roca? La confesión que Pedro había hecho de que Jesús era el Hijo del Dios viviente. Sobre dicha roca, dicha afirmación, la Iglesia es edificada. Israel estaba gobernada por una ley; la Iglesia es levantada sobre un fundamento sólido, imperecedero y divino, — a saber, sobre la persona del Hijo del Dios viviente. Y cuando esta confesión más plena prorrumpe de los labios de Pedro, la respuesta llega: Tú eres Pedro, — «tú eres una piedra [Pétros]: eres un hombre que deriva su nombre de esta Roca [pétra] sobre la cual la Iglesia es edificada.»

 

En los primeros capítulos de los Hechos, Pedro habla siempre de Jesús como el santo Siervo de Dios. Habla de Él como un hombre que anduvo haciendo bienes; como el Mesías al cual dieron muerte las manos inicuas de los hombres, a quien Dios levantó de entre los muertos. (Véase Hechos 10: 34-43). Independientemente de lo que Pedro pudo saber acerca de quién es Jesús, aun así, cuando él predica a los judíos se los presenta simplemente como el Cristo, como el predicho Hijo de David, el cual había andado aquí abajo, a quien ellos habían crucificado y Dios había levantado. Luego, en el martirio de Esteban, un nuevo término es utilizado acerca del Señor. Aquel testigo bienaventurado mira hacia lo alto y dice: "He aquí, yo veo abiertos los cielos, y al Hijo del hombre, puesto en pie, a la diestra de Dios". (Hechos 7: 56 – VM). Ahora no es simplemente Jesús como el Mesías, sino, "el Hijo del Hombre", lo cual implica Su rechazo. Cuando Él fue rechazado como el Mesías, Esteban, al percatarse de que este testimonio era rechazado, es conducido por Dios a testificar acerca de Jesús como el exaltado Hijo del Hombre a la diestra de Dios. Cuando Pablo fue convertido, lo cual es presentado en el capítulo 9 de los Hechos, él inmediatamente predica "a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios". Él no se limitó a confesarle, sino que predicó de Él como tal. Y a Pablo le fue confiada la gran obra de sacar a la luz la verdad acerca de "la Iglesia de Dios".

 

De modo que aquí, ante la confesión de Pedro, el Señor dice: «Sobre esta roca edificaré Mi Iglesia. «Tú comprendes la gloria de Mi Persona; te mostraré la obra que voy a llevar a cabo.» Presten ustedes atención a la expresión. No es, «Yo he estado edificando» sino, edificaré Mi Iglesia.» Él no la había edificado todavía, ni había comenzado a edificarla: ella era del todo nueva. Yo no quiero dar a entender que no hubiese habido almas que creyeron en Él anteriormente, y regeneradas por el Espíritu; pero, es un error llamar «la Iglesia» al conjunto de santos desde el principio hasta el fin de los tiempos. Es una noción común que no tiene ni un fragmento de Escritura para ella. La expresión en Hechos 7: 38, "la congregación [lit. ekklesía] en el desierto", significa toda la congregación, — la masa de Israel, — la mayor parte de cuyos cuerpos cayeron en el desierto. (Hebreos 3: 17). Yo pregunto, ¿Pueden ustedes llamar eso como "la Iglesia de Dios"? No había más que unos pocos creyentes entre ellos. Las personas se engañan en esto por el sonido. La palabra, "congregación [ekklesía] en el desierto", significa sencillamente las personas allí reunidas. La misma palabra es aplicada a la confundida asamblea de Hechos 19, que habría despedazado a Pablo. Si en Hechos 19 dicha palabra se tradujera como es traducida en Hechos 7, se leería como, "«iglesia en el teatro» (véase Hechos 19: 29, 41), y el yerro es obvio. La palabra que está traducida allí como "congregación [ekklesía]" significa simplemente asamblea, concurrencia. Para averiguar cuál es la naturaleza de la asamblea nosotros debemos examinar el uso Escritural y el objetivo del Espíritu Santo. Porque ustedes pueden tener una asamblea buena o mala: una asamblea de judíos, de gentiles, o la asamblea de Dios distinta de cualquiera de ellas y contrastada con ambas, como puede ser visto fácil e innegablemente en 1ª Corintios 10: 32. Ahora bien, es a esta última a la que nos referimos, es decir, a la asamblea de Dios, cuando hablamos de "la Iglesia".

 

Volviendo a nuestro tema, ¿qué insinúa nuestro Señor cuando dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia"? Claramente algo que Él iba a erigir sobre la confesión de que Él era el Hijo del Dios viviente, a quien la muerte no pudo vencer sino sólo brindar la  ocasión al resplandor de Su gloria por la resurrección. "Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades", — el poder de la muerte,— "no prevalecerán contra ella". Esto último no significa el lugar de los perdidos sino la condición de los espíritus separados. "Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos".

 

La Iglesia y el reino de los cielos no son la misma cosa. Nunca se dice que Cristo dio las llaves de la Iglesia a Pedro. Si las llaves de la Iglesia, o del cielo, le hubieran sido dadas, no me extraña que las personas se hubieran imaginado un papa. Pero "el reino de los cielos" significa la nueva época que estaba a punto de comenzar en la tierra. Dios iba a abrir una nueva economía, libre para judíos y gentiles, cuyas llaves Él encomendó a Pedro. Una de estas llaves fue utilizada, si puede ser dicho así, en Pentecostés, cuando él predicó a los judíos (Hechos 2); y la otra, cuando predicó a los gentiles (Hechos 10). [Véase nota 13]. Se trató de la apertura del reino a las personas, ya fueran judíos o gentiles. "Te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos". (Versículo 19).

 

[Nota 13]. Se ha pensado que "bautizar" y "enseñar", tareas que el Señor resucitado ordenó al enviar a los discípulos a todas las naciones en Mateo 28: 18-20, son realmente las "llaves" del reino. - [Nota del Editor en Inglés].

 

El perdón eterno de los pecados tiene que ver sólo con Dios, aunque hay un sentido en que el perdón fue encomendado a Pedro y a los demás apóstoles, lo cual sigue siendo cierto ahora. Siempre que la Iglesia actúa en el nombre del Señor, y hace realmente Su voluntad, el sello de Dios está en lo que ella hace. "Mi Iglesia", edificada sobre esta roca, es Su cuerpo, — el templo de creyentes edificado sobre Él. Pero, "el reino de los cielos" abarca a todos los que confiesan el nombre de Cristo. Este reino fue comenzado mediante la predicación y el bautismo. Cuando una persona es bautizada, ella entra en el "reino de los cielos", aunque resulte ser una persona hipócrita. Un tal nunca estará en el cielo, obviamente, si es un incrédulo; pero él está en "el reino de los cielos". En el reino de los cielos él puede ser una cizaña o un trigo verdadero; un siervo malo o un siervo fiel; una virgen insensata o una prudente. El reino de los cielos abarca toda la escena de la profesión cristiana.

 

Pero, como hemos visto, cuando Cristo habla de, "Mi Iglesia", ello es otra cosa. Se trata de lo que es edificado sobre el reconocimiento y la confesión de Su persona, — "el Hijo del Dios viviente". Nosotros sabemos que "todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios". (1ª. Juan 5: 1)  Y, además, que aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios "vence al mundo". (1a. Juan 5: 5). Pero hay un poder más profundo del Espíritu Santo al reconocerle a Él como el Hijo de Dios; y mientras más elevado es el reconocimiento de Cristo, más energía espiritual para atravesar este mundo y vencerlo. Si un creyente es más espiritual que otro es porque conoce y valora mejor la persona de Cristo. Todo el poder para el andar y para el testimonio cristianos depende del reconocimiento de Cristo.

 

Presten ustedes atención también al orden de las palabras de nuestro Señor. En primer lugar, "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Cristo debe ser encontrado fuera de la Iglesia, y antes de ella; Cristo debe ser discernido primeramente por el alma individual; y antes y sobre todo, Cristo y lo que Él es debe ser revelado al corazón por el Padre. Él puede emplear a personas que pertenecen a la Iglesia como instrumentos, o puede utilizar directamente Su palabra. Pero, con independencia de cuál sea el medio empleado, es el Padre quien revela la gloria del Hijo a un pobre hombre pecador; y cuando esto ha sido resuelto con el individuo, Cristo dice, "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". La fe en Cristo es esencialmente el orden y el modo de obrar de Dios antes de que entre el asunto de la Iglesia. Esta es una gran controversia entre Dios y el misterio de la iniquidad que está ahora en acción en este mundo. El objetivo del Espíritu Santo es glorificar a Cristo; mientras que el de lo otro es glorificar al yo. El Espíritu Santo está prosiguiendo esta revelación bienaventurada que el Padre ha hecho del Hijo; y cuando el asunto individual ha sido resuelto, entonces viene el privilegio y la responsabilidad colectivos, — a saber, la Iglesia.

 

Si yo tengo a Cristo, ello es una bendición infinita. Pero yo también debiese creer que Él está edificando Su Iglesia. ¿Conozco yo mi lugar allí? ¿Me encuentro andando en la luz de Cristo, — como una piedra viva en aquello que Él está edificando, — en una acción saludable como miembro de Su cuerpo? La salvación fue forjada aquí en la tierra, y es aquí donde la Iglesia está siendo edificada sobre esta roca; y las puertas del hades, — el estado invisible, o condición separada, — no prevalecerán contra ella. La muerte puede entrar, pero las puertas del hades no prevalecerán contra ella. El Señor dice en Apocalipsis que Él tiene las llaves de la muerte y del hades. (Apocalipsis 1: 18). La muerte del cristiano está en las manos de Cristo. Por medio de la cruz Él ha anulado el poder de Satanás, y Él es Señor tanto de los muertos como de los vivos; la muerte no es Señor nuestro, sino Cristo. "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos". (Romanos 14: 8). El Señor tiene derecho absoluto sobre nosotros; y por lo tanto, la muerte es despojada de todo lo que la hace tan terrible. En Apocalipsis tenemos al Señor con las llaves de la muerte y del hades. Las llaves del reino de los cielos Él se las da a Pedro porque él era el que iba a predicar a judíos y gentiles. La puerta se abrió de par en par en el día de Pentecostés en primer lugar (Hechos 2), y después aún más ampliamente cuando los gentiles fueron introducidos. (Hechos 10).

 

La administración es confiada también a Pedro, tanto para atar como para desatar; y ello es la autoridad para actuar públicamente aquí abajo con la promesa de la ratificación en lo alto, y leemos, "Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos". Eso es dicho primero a Pedro; y sin duda, por lo que tenemos en Mateo 18: 18, a saber, "De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo", el atar y desatar es aplicable también a los demás discípulos; no sólo a los apóstoles, sino, creo yo, a los discípulos como tales. Comparen ustedes también el encargo de Juan 20: 19-23. Sobre este principio las personas son recibidas en la Iglesia cristiana, y sobre este principio los perversos son quitados hasta que el arrepentimiento justifica su restauración. Los apóstoles o los discípulos no perdonan pecados como un asunto de juicio eterno, obviamente, cosa que sólo Dios tiene el poder de hacer. Pero Dios requiere de nosotros que juzguemos el estado de una persona para recibirla o excluirla del círculo que confiesa el nombre de Cristo aquí abajo. En Hechos 5, Pedro ató el pecado de ellos sobre Ananías y Safira. Esto no es una demostración de que ellos estuvieran perdidos; sino que el pecado fue atado sobre ellos y trajo el juicio inmediato. Ni Pedro ni Pablo estaban en Corinto; y allí el propio Señor puso Su mano sobre los culpables: algunos estaban debilitados y enfermos, y otros se habían dormido. Esto no decide en contra de la salvación final de ellos, — sino realmente lo contrario. Cuando ellos fueron juzgados por el Señor, fueron castigados para que no fuesen condenados con el mundo (es decir, para que no se perdieran). Ellos podían ser quitados por medio de la muerte, y sin embargo ser salvos en el día del Señor. La Iglesia quita a una persona perversa. (Véase 1ª Corintios 11: 27-34). El hombre en Corinto al que se les dijo que ellos excomulgasen, era culpable de un pecado atroz, pero no estaba perdido. (Véase 1ª Corintios 5). Él Fue entregado a Satanás para la destrucción de la carne, a fin de que el espíritu pudiera ser "salvo en el día del Señor Jesús". En la epístola siguiente nosotros encontramos a esta persona tan abrumada por la tristeza a causa de su pecado que a ellos se les encargó que confirmaran su amor para con él. (Véase 2ª Corintios 2: 1-11). Verdaderamente sencillo es el atar y el desatar que las personas a menudo hacen que sean algo tan misterioso. Los únicos pecados que la Iglesia debiese juzgar son aquellos que salen a relucir de manera tan palpable que exigen un repudio público según la palabra de Dios. La Iglesia no debe ser un nimio tribunal de juicio para todo. Nosotros nunca debiésemos reclamar la intervención de la asamblea, excepto con respecto al mal que es tan evidente como para tener derecho a llevar consigo las conciencias de todos. Yo entiendo que este es el significado de atar y desatar.

 

"Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo". Un cambio notable se produce aquí. Pedro había confesado que Él era "el Cristo, el Hijo del Dios viviente": ahora el Señor les manda que a nadie dijesen que Él era el Cristo. Ello fue como decir: «Es demasiado tarde; Yo he sido rechazado como el Cristo, — el Mesías, el Ungido de Jehová.» Él es rechazado por Israel, y Él acepta el hecho. Pero presten ustedes atención a otra cosa: "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". (Mateo 16: 21). En Lucas 9: 20, se nos dice, "Él les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El Cristo de Dios". "El Hijo del Dios viviente" no es mencionado en Lucas: consecuentemente, nada se dice acerca de la edificación de la Iglesia. ¡Cuán perfecta es la Escritura! En Lucas el Señor continúa diciendo: "Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas", etcétera. Hay una gran diferencia entre "el Cristo" y "el Hijo del Hombre". Este último es Su título como rechazado, y después, como exaltado en el cielo.

 

Prohibir a los discípulos que digan que Él era el Cristo marca un antes y un después en el ministerio de Cristo. El significado es que Cristo abandona Su título judío, y habla de Su Iglesia. Antes de que ello suceda, Él dice: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". A partir de ese momento Él comenzó a mostrarles cómo es que "le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". Lucas añade que primero "es necesario que el Hijo del Hombre padezca", etcétera. Lucas 9: 22). Todo esto está relacionado con la edificación de la Iglesia, la cual comenzó a ser edificada después de que Cristo resucitó de entre los muertos y asumió Su lugar en el cielo. En Efesios sólo se habla de la Iglesia después de la resurrección de Cristo y Su asunción de un nuevo lugar en el cielo ha sido sacada a la luz. Nosotros tuvimos a Dios escogiendo a los santos en Cristo Jesús, pero, no a la Iglesia. La elección es una cosa individual. Él nos escogió, — a usted y a mí, y a todos los demás santos, — para que "fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor". (Efesios 1: 4 – JND, KJV, NC, RV1977). Pero, cuando Pablo ha introducido la muerte y resurrección de Cristo, él dice que Dios "lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". (Efesios 1: 22, 23).

 

Pero presten ustedes atención a un hecho solemne. Inmediatamente después de que Simón hubo hecho esta gloriosa confesión acerca del Señor Jesús, ¡él no es llamado Pedro sino Satanás! Él no había dicho una sola palabra impropia según el juicio humano. Ni siquiera se había apresurado como era su costumbre. El Señor nunca llamó "Satanás" a la mera excitación; pero Él llamó así a Pedro porque él procuró apartarle del padecimiento y de la muerte. El secreto fue éste, a saber, Pedro tenía su mente en un reino terrenal, y no sentía plenamente lo que el pecado era, ni lo que la gracia de Dios era. Él se interpuso en la senda del Señor hacia la cruz. ¿Acaso no era por Pedro que Él estaba yendo allí? Si Pedro hubiese pensado en esto, ¿habría dicho él, "Señor, ten compasión de ti"? Se trató del hombre interponiéndose a Cristo, y Él lo expone como Satanás. "Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". (Versículo 23). Pedro sintiendo y actuando así conecta con el misterio de la iniquidad; no con aquello que fue enseñado por el Padre.

 

Nuestro Señor se vuelve a los discípulos y les dice que Él no sólo va a ir a la cruz sino que ellos deben estar preparados para seguirle allí. Si yo voy a estar en la senda verdadera de Jesús, debo negarme a mí mismo y tomar la cruz y seguir, — no a los discípulos, — no a esta iglesia o aquella iglesia, sino, — a Jesús mismo. Debo alejarme de lo que complace a mi corazón de manera natural. Debo hacer frente a la vergüenza y al rechazo en este mundo malo. Si ello no es así, ténganlo ustedes sobre seguro, yo no estoy siguiendo a Jesús; y recuerden, es una cosa peligrosa creer en Jesús sin seguirle. Seguir a Jesús puede ser como perder la vida. En la actualidad, mucha confesión de Cristo es, comparativamente, un asunto fácil. Hay poca oposición o persecución. La gente se imagina que el mundo ha cambiado; ellos hablan de progreso e iluminación. La verdad es que los cristianos han cambiado. Preguntémonos si deseamos ser encontrados tomando nuestra cruz y siguiendo a Jesús. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará". (Versículos 24, 25).

 

Qué lecciones para nuestras almas! La carne se arroga fácilmente la superioridad sobre el espíritu; y la complacencia para con la senda de la facilidad entra (aunque de Satanás) bajo el engañoso pretexto del amor y la bondad. Preguntémonos, ¿Es la cruz de Cristo nuestra gloria? ¿Estamos dispuestos a padecer por hacer Su voluntad? ¡Qué engaño son la honra y el disfrute actuales!

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.

RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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