COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 17 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 17

 

Nuestro capítulo anterior nos ha mostrado a Jesús rechazado como Cristo o Mesías, confesado como Hijo del Dios viviente, y a punto de regresar en gloria como Hijo del Hombre. Pero, junto con la gloria en la que Él ha de venir y recompensar a cada uno según sus obras tenemos Su padecimiento: no meramente el rechazo sino que Le tenemos a Él dándosele muerte, — resucitado realmente al tercer día pero aún como Hijo del Hombre sufriente y que va a regresar en gloria. Reiterando el tema de la gloria de Su Padre en la que Él declara que ha de venir con Sus ángeles y a juzgar en Su reino, tenemos ahora un retrato presentado en el monte santo, — un retrato sorprendente desde un doble punto de vista. Tal como vimos, la gloria del reino depende de que Él es el Hijo del Hombre, el Hombre exaltado que antes había padecido y en cuyas manos toda la gloria es confiada, — el cual había recuperado a toda costa la honra de Dios y que va a hacer efectiva la bendición del hombre; quien en virtud de Su padecimiento ya ha invalidado el poder de Satanás para los que creen, y finalmente cuando llegue el reino va a expulsar a Satanás por completo y va a introducir lo que Dios ha estado esperando, — un reino preparado desde la fundación del mundo. Consecuentemente, "Seis días después" (un tipo del plazo ordinario de trabajo aquí abajo), "Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto". (Versículo 1). Es decir, Él toma testigos escogidos porque ello era simplemente un testimonio del reino, — es decir, era la muestra de aquello a lo que Él se había referido cuando dijo: "Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". (Mateo 16: 28).

 

El asunto es allí la venida del Hijo del Hombre más que el reino mismo; y lo que sigue a continuación en nuestro capítulo es sólo una ilustración parcial de la gloria del rechazado Hijo del Hombre. Aunque dicha ilustración sea parcial nada podría ser más bienaventurado excepto el reino mismo; y la fe nos lleva a una comprensión presente muy real de aquello que va a ser. Se trata de "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". (Hebreos 11: 1). El reino del que hablaba nuestro Señor no ha llegado todavía, obviamente. Cuando Él dice: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3: 5, él habla de un reino en el que nosotros sí entramos ahora. Porque Juan no presenta el reino como una cosa de mera manifestación exterior sino que él presenta una revelación más profunda del reino, verdadero ahora, en el que entra todo aquel que nace de Dios y que incluso será exhibido en su poder celestial y terrenal. Pero Mateo, el cual se ocupa de la parte judía o de las predicciones del Antiguo Testamento acerca del reino nos bosqueja la presentación del Hijo del Hombre viniendo en Su reino.

 

Consecuentemente, el Señor toma a estos discípulos y los lleva "aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz". El sol es la imagen de la gloria suprema como aquello que rige el día. "Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él", — Moisés, por medio de quien la ley fue dada, y Elías, la gran muestra de los profetas, el cual recordaba al pueblo la ley de Jehová. Por tanto, ellos eran los pilares del sistema judío a quienes todo verdadero israelita recordaba con los más profundos sentimientos de reverencia: uno de ellos destacado como el único judío llevado al cielo sin pasar por la muerte (véase 2º Reyes 2: 1-11); el otro, para que él no se convirtiese en un objeto de adoración después de su muerte, teniendo él la singular honra de ser enterrado por Jehová. (Véase Deuteronomio 34: 1-6). Estos dos aparecen en presencia de nuestro Señor. Se supo que ellos eran Moisés y Elías pues parece que no hubo dificultad en reconocerlos. Así, en el estado de resurrección la distinción de las personas será mantenida completamente. No habrá tal cosa como esa clase de semejanza que borra las peculiaridades de cada uno. Aunque las relaciones terrenales habrán fenecido y en el cielo no sobrevivirán los vínculos terrenales peculiares que conectaban a unos con otros en la tierra, aun así cada uno conservará su propia individualidad, — con la poderosa diferencia, obviamente, de que todos los santos llevarán la imagen del Celestial; pues aunque en el cuerpo todos nos parecemos ahora al Adán caído, sin embargo, nosotros no estamos en absoluto perdidos en una común muchedumbre indistinguible. Cada uno de nosotros tiene su propio carácter y su peculiar conformación del cuerpo. De modo que en la gloria cada uno será conocido por lo que él es. Moisés y Elías son vistos como glorificados pero aún como Moisés y Elías y el Señor se transfigura en medio de ellos. "Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd". (Versículos 4, 5).

 

Yo entiendo que aquí radica la profundidad de todo el pasaje. Pedro, con la intención de honrar a su Maestro pero de una manera humana, — saboreando aún en cierta medida las cosas de los hombres y no lo de Dios, — propone colocar a su Maestro en un terreno común con los principales de la ley y de los profetas. Pero ello no debía ser. Con independencia de cuál pudo ser la honra de Moisés, independientemente de cuál fue el cargo especial de Elías, la pregunta es, ¿quiénes, y qué eran ellos en la presencia del Hijo de Dios? El Hijo puede anonadarse a Sí mismo (Filipense 2: 7); pero el Padre ama al Hijo. Pedro Le pondría al nivel de los más honrados de la humanidad pero el propósito del Padre es que toda rodilla se doble ante Él, — que todos los hombres honren al Hijo así como honran al Padre. El hombre nunca hace esto, viendo simplemente al hombre en el Hijo, no honrándole de manera adecuada con divino homenaje. La fe sí lo hace porque ve a Dios en el Hijo, oye a Dios en Él, y también Le encuentra en la relación peculiarmente bienaventurada con el Padre. Porque si se concibiera que Jesús es simplemente Dios y no el Hijo ello sería una revelación incomparablemente menos bienaventurada que la que en realidad tenemos. En cuanto a nosotros mismos, si tuviéramos una naturaleza divina sin la bienaventurada relación de filiación delante del Padre, nosotros perderíamos la parte más dulce misma de nuestra bendición. Y no es sólo la deidad de Jesús lo que hay que reconocer (aunque esto está en el fondo de toda verdad), sino la relación eterna del Hijo con el Padre. No solamente Él fue Hijo en este mundo y es muy peligroso limitar así la Filiación de Cristo pues ella es desde toda la eternidad. Las personas discurren que como a Él se le llama Hijo Él debe tener un comienzo en el tiempo de manera posterior al Padre. Toda esa argumentación debiese ser desterrada del alma de un cristiano. La doctrina Escritural no tiene referencia alguna a la prioridad de tiempo. Él es llamado Hijo en lo que se refiere a afecto y cercanía íntima de relación. Es el modelo del lugar bienaventurado al que la gracia nos lleva mediante la unión con el Señor Jesucristo. Aunque en Él hay además, obviamente, alturas y profundidades inefables. Pero si nosotros somos sencillos acerca de ello obtenemos de ello el gozo más profundo que se ha de hallar en el conocimiento del Dios verdadero, — y eso, en Su Hijo.

 

Entonces, el Padre interrumpe la palabra de Pedro y Él mismo responde. Pedro sabía que la nube de luz que los cubría era la nube de la presencia de Jehová: y el Padre añade: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". No es, «Este es vuestro Mesías», — Él era eso, obviamente, pero Él saca a la luz la gran revelación del Nuevo Testamento acerca de Jesús. Él Le revela como Su Hijo amado y revela Su incondicional deleite en Él. "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd", — esta última es también una declaración de suma importancia. ¿Qué era Moisés, y qué era Elías ahora? Ellos son enteramente excluidos aquí por el Padre. No necesito decir que todo aquel que conoce a Jesús como el Hijo de Dios estaría muy lejos de despreciar a Moisés y a Elías. Aquellos que comprenden la gracia tienen un respeto mucho más profundo por la ley que el hombre que mezcla gracia y ley. La única manera plena de valorar todo lo que es de Dios es en la comprensión de Su gracia. Yo no me comprendo a mí mismo ni a Dios hasta que conozco Su gracia y no puedo conocer Su gracia a menos que la vea revelada en Su Hijo. "La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". (Juan 1: 17). Él estaba lleno de gracia y de verdad. (Juan 1: 14).

 

"A él oíd" es el requerimiento del Padre. Ya no es: «Oíd a Moisés« ni «Oíd a Elías», sino, "A él oíd". ¿Pudo haber algo más inesperado para un judío? Todos deben dar paso al Hijo. La dignidad de los otros no es negada ni desairada la debida posición de ellos. Aseverar la gloria del sol en los cielos de ninguna manera es despreciar las estrellas. Dios colocó a Moisés en su lugar y a Elías en otro según Él lo consideró adecuado; pero, ¿qué eran ellos comparados con Su Hijo? ¡Cuán insustancial y triste es que los hombres sigan haciendo dos tabernáculos: uno para Moisés (si no para Elías), y uno para el Señor Jesús! Ellos dicen que Dios es el Dios inmutable pero Aquel que ordenó la noche hizo el día y tan ciertamente como Él una vez pronunció la ley Él ha enviado ahora el evangelio. Yo veo aquí la exhibición de la gloria de Dios mostrando ahora una parte de Su carácter y ahora, otra.

 

Esto no cambia. Dios nos permite ver Sus diferentes atributos y Su variada sabiduría y Su infinita gloria; pero yo debo ver cada una de estas cosas en su propia esfera y entender la intención por la que Dios ha presentado cada una de ellas. Moisés y Elías eran, por así decirlo, los dos grandes puntos cardinales del sistema judío; pero ahora hay Uno que eclipsa todo ese sistema, — a saber, Jesús, el Hijo de Dios; — y en presencia de Él ni siquiera los representantes de la ley o de los profetas han de ser oídos. Hay una plenitud de verdad que sale a relucir en el Hijo de Dios y si quiero entender el pensamiento de Dios en lo que tiene que ver ahora conmigo yo debo oírle a Él, a Su Hijo amado. Para un judío era muy difícil entrar en esto porque su religión estaba basada en la ley. Ahora el amado Hijo de Dios, en quien el Padre mismo expresa Su perfecta satisfacción, es situado delante de todos: "A él oíd".

 

Así como Jesús es el objeto del infinito amor del Padre, así Él es el medio de aquel mismo amor que llega incluso a nosotros. Si yo veo que Él es el Hijo amado del Padre mi alma descansa en Él y entra en comunión con el Padre. "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo". (1ª. Juan 1: 3). ¿Qué es comunión? Comunión es que tenemos un gozo común en un objeto común que compartimos unos con otros. Nosotros compartimos en el gozo del Padre y del Hijo. El Padre me dice que oiga al Hijo y el Hijo revela al Padre. Nosotros tenemos comunión con el Padre el cual señala a nuestros corazones a Aquel en quien Él mismo se deleitaba; y tenemos comunión con el Hijo puesto que Él nos da a conocer el Padre. Y me pregunto, ¿Cómo conoceré yo al Padre? — ¿Cómo conocer Sus sentimientos? De una sola manera: Yo miro a Su Hijo, y veo al Padre. El Hijo habla y yo oigo la voz del Padre. Yo conozco la manera en que el Padre actúa; conozco Su amor, — un amor que puede descender hasta el más vil de los viles. Así era Cristo y ahora estoy seguro de que así es también el Padre. Yo conozco lo que Dios el Padre es cuando sigo al Hijo y oigo al Hijo. Es al Padre a quien Él revela, no a Sí mismo; el Hijo vino a dar a conocer lo que el Padre es en un mundo que no Le conoció a Él. Incluso los que tenían fe, ¿qué pensamientos tenían acerca del Padre? Sólo tenemos que considerar a los discípulos para ver esa escasa respuesta al corazón del Padre. Aunque ellos habían nacido de Dios, hasta ese momento no sabían que el Padre se estaba revelando en Jesús. Felipe dijo: "Señor, muéstranos el Padre, y nos basta". (Juan 14: 8). No es que él no conocía divinamente a Jesús como el Mesías sino que él no había entrado en la bienaventuranza de lo que Él era como el Hijo que revela al Padre. Fue solamente después de que descendió el Espíritu Santo tras la partida del Hijo al cielo que ellos adquirieron la conciencia de la gracia en la que se encontraban. De modo que, aún más, el apóstol Pablo dice: "Aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así". (2ª Corintios 5: 16). Conocer a Cristo a la diestra de Dios, — apreciar lo que Él es allí es conocerle mucho mejor que si hubiésemos oído cada discurso y visto cada milagro Suyo en la tierra. El Espíritu Santo saca esto a relucir más plenamente a través de Su palabra. Yo no estoy diciendo ahora hasta qué punto nosotros entramos en lo que el Espíritu Santo está enseñando de manera práctica porque, después de todo, esto debe depender, y con razón, de la medida de nuestra espiritualidad. Pero el Espíritu Santo está aquí para tomar las cosas de Cristo y dárnoslas a conocer, — para dar a conocer Su gloria y Sus padecimientos ya que es el deleite del Padre que Él sea conocido. Pero había muchas cosas que ellos no podían sobrellevar en aquel entonces. Cuando el Espíritu Santo viniese Él los guiaría a toda la verdad.

 

Ese es el objetivo del Padre. Él aprovecha la ocasión de la gloria de Jesús manifestada como Hijo del Hombre para mostrar que una gloria aún más profunda es asignada a Él. El reino de Cristo no agota en absoluto la gloria de Su persona y es como relacionada con Su gloria más profunda que la existencia de la Iglesia es sacada a relucir. Fue la confesión de Su filiación lo que motivó la palabra: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". (Mateo 16: 13-18). Ello es la esencia de la revelación del Nuevo Testamento, — pues es el Padre revelando a Su Hijo y el Espíritu permitiéndonos recibir lo que el Hijo es tanto como imagen del Dios invisible como introduciéndonos a la comunión con el Padre. No es Dios simplemente conocido como tal sino el Padre en el Hijo dado a conocer por el Espíritu Santo. Por eso es que en un Evangelio especialmente escrito para creyentes judíos el Espíritu Santo lo destaca de manera especial. (Compárese con el final de Mateo 11).

 

Los discípulos, confundidos por lo que oyeron, se postran sobre sus rostros y tienen un gran temor. No había comunión con ello aún. Por el momento ellos entran en ello sólo someramente aunque después les fue recordado por el Espíritu de Dios. "Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo". (Versículos 7, 8). La visión celestial se había extinguido por un tiempo: ellos estaban en el monte a solas con Jesús. ¡Qué gozo! — Si ella se desvanece, ¡Él permanece!

 

Mencionemos brevemente el relato de esta escena tal como es presentada en los otros evangelios. En Marcos las palabras, "en quien tengo complacencia" son omitidas.  La idea decisiva, en ninguna parte olvidada, es que Él era el Hijo, — en Marcos, así como en Mateo (no solamente un Siervo, aunque verdaderamente tal), — el cual debe ser oído. Pero Mateo añade, "En quien tengo complacencia". La satisfacción del Padre en el Hijo es presentada como el motivo por el cual Él debe ser oído como la expresión plena de Su pensamiento. En Lucas tenemos otra cosa: "Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías". (Lucas 9: 30). Ellos son llamados aquí "varones" de una manera distintiva, — habiendo sido escrito este Evangelio más particularmente teniendo en perspectiva a los hombres en general. Estos varones "aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén". (Lucas 9: 31). Ello es el tema de la conversación de ellos, — del más profundo interés para todos nosotros. La muerte y los padecimientos de Jesús son el gran tema sobre el cual los hombres en la gloria conversan con Jesús, el Hijo de Dios. Y Jerusalén, — ¡Jerusalén! — sería el lugar de Su muerte, ¡en vez de recibirle para que reinase! Pero nosotros encontramos aquí los tristes rasgos de la debilidad humana pues Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño. Encontramos nuevamente aquí el afecto del Padre por Su Hijo. Las más elevadas glorias  del judaísmo menguan, — el Hijo debe ser oído. Los rasgos morales son prominentes en todo momento.

 

Pero, observemos, Juan omite del todo la transfiguración porque su labor apropiada no fue detenerse en la manifestación externa de Cristo al mundo como Hijo del Hombre en Su reino sino en Su gloria eterna como Hijo unigénito de Dios; o como él mismo dice, "Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre". (Juan 1: 14).

 

En 2ª Pedro 1: 16-18 tenemos una alusión a esta escena. Allí se dice, "Él recibió de Dios Padre honra y gloria" (confirmando la observación de que esta escena no nos muestra tanto Su gloria esencial como aquella que recibió de Dios Padre), — cuando "le fue enviada desde la magnífica gloria una voz" (o la nube, que era el conocido símbolo externo de la majestad de Jehová), "que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Pedro omite, "a él oíd", porque habiendo salido la revelación de Jesús a relucir el asunto que queda es el deleite del Padre en Jesús. Yo no pretendo decir hasta qué punto los escritores inspirados conocían todo el pensamiento de Dios en una cosa tal: ellos escribieron movidos por el Espíritu Santo.

 

Cuando los discípulos descendieron del monte el Señor les hace un encargo diciendo, "No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos". (Versículo 9). Ya no se trataba de testificar acerca del reino de Cristo. Esto fue rechazado. La visión fue para los discípulos, para fortalecer la fe de ellos en Jesús. El propio Señor se ocupaba de las almas de los creyentes, no se ocupaba del mundo. Siempre hay un período en que el testimonio de tipo externo puede llegar a su fin. Ustedes pueden recordar el momento en que Pablo separa a los discípulos que estaban en Éfeso de la multitud y los conduce a lo que les concernía más particularmente. (Véase Hechos 19: 8. 9). Por el momento y hasta que el Espíritu Santo fuese dado, hasta que el Señor resucitase de entre los muertos y el poder viniese desde lo alto para hacer de estas cosas un nuevo punto de partida, hablar más acerca de ellas era inútil.

 

Luego tenemos, "Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero? Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron". (Versículos 10-12). Él Muestra que para la fe Elías había venido. Si la nación hubiese recibido la palabra predicada por Juan la misión de Elías se habría cumplido según la profecía en Malaquías; pero, rechazando la nación a Jesús así como a Su precursor sólo la fe podía reconocer el testimonio de Juan el Bautista como siendo virtualmente el de Elías. Esto concuerda con la declaración que tuvimos en Mateo 11: "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir"; mostrando que no se trataba de Elías real y literalmente sino del espíritu y del poder de Elías en la persona de Juan el Bautista. En breve el Mesías vendrá en gloria y Elías vendrá también. Pero el Mesías había venido ahora en debilidad y humillación y a Su precursor le habían dado muerte. Fue Elías quien vino en la persona del sufriente Juan el Bautista y su testimonio fue despreciado. Los discípulos son conducidos al secreto de esto: "Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista". (Versículos 12, 13).

 

Pero al pie de ese mismo monte donde el Señor exhibió la gloria del reino, Satanás también exhibió su poder. Todavía no había sido deshecho. El reino era sólo un asunto de testimonio. Los discípulos no lograron hacer uso de los recursos de Cristo para someter el poder del enemigo. Viene al Señor un hombre que se arrodilla ante él diciendo: "Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua", — los procesos más opuestos fueron así reunidos. "Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora". (Versículos 15-18). Los discípulos querían saber cómo fue que ellos no pudieron echarlo fuera, y Él les dice: "Por vuestra incredulidad". (Mateo 17: 20 – JND, KJV, RV1865, RVSBT). Es tan triste como maravilloso que la incredulidad esté en la raíz de las dificultades que Satanás impone pues él ha perdido su poder sobre los que tienen fe. Este muchacho es un lunático y está fuera de juicio pero la incredulidad es incapaz de utilizar el poder de Dios que debiese haber estado a las órdenes de los discípulos. "Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará". La más pequeña obra de la fe en el alma está disponible hasta ahora para las dificultades actuales. El poder del mundo, el poder establecido de cualquier cosa aquí, que es lo que la montaña expone, desaparecería completamente ante la fe. "Pero este género no sale sino con oración y ayuno". (Versículos 20, 21). Debe haber dependencia en Dios en el conflicto con el poder del mal. Se trataba de la gloria moral de Cristo y el secreto de la fuerza. Asumir el poder debido a la asociación con Jesús simplemente fracasa y se convierte en vergüenza. Debe haber también abnegación y el hecho de negarse uno mismo para que Dios pueda actuar. Cuando Jesús desciende todo el poder de Satanás es deshecho y se desvanece.

 

Luego viene otra declaración de Sus padecimientos pero no me detendré en esto ahora más allá de recalcar que así como en Mateo 16: 21 tuvimos Sus padecimientos por medio de los judíos (ancianos, principales sacerdotes y escribas), aquí es más bien el rechazo gentil, pues leemos, "El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres". Esto sigue a continuación de la manifestación de Su gloria como Hijo del Hombre mientras que lo otro siguió a continuación de la confesión de Su aún más profunda gloria como Hijo de Dios. Mateo 16: 16).

 

Para concluir consideremos la hermosa lección del dinero exigido para el sostenimiento del templo. Pedro responde allí rápidamente según su habitual carácter vehemente. Cuando vinieron los cobradores del impuesto los cuales estaban relacionados con el templo y la paga habitual fue exigida, Pedro respondió muy apresuradamente que ciertamente su Maestro pagaría el impuesto. Su mente no fue más allá de la posición judía de ellos. No se trataba de que algún rey de la tierra les exigiera ahora un impuesto pues esto era para el templo de Jehová. Y nuestro Señor se anticipa a Pedro cuando entran en casa y le dice, "¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?" Pedro responde muy francamente: "De los extraños". Entonces Jesús le dice: "Luego los hijos están exentos". Nada puede ser más hermoso que la verdad que nos es enseñada aquí: a saber, sea cual sea la gloria del reino venidero, sea cual sea el poder de Satanás que desaparece ante la palabra de Jesús, sea cual sea la fe que puede remover montañas, nada puede quitar al Hijo de Dios del lugar de la gracia. Él es el Rey y Pedro es uno de los "hijos" los cuales están exentos, y sin embargo fue a ellos a quienes les fue hecho este requerimiento. "Sin embargo, para no ofenderles", dice el Señor, "vé al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti". (Versículo 27).

 

Este es el gran prodigio de Cristo y el prodigio práctico del cristianismo, a saber, que aunque somos conscientes de la gloria y debiésemos pasar a través del mundo como hijos de gloria así como hijos de Dios, por este mismo motivo el Señor nos llama a ser los más humildes y los más mansos sin asumir ningún lugar en la tierra, — y yo no quiero decir que no debiésemos reivindicar ningún lugar para Cristo, obviamente. Nuestro deber es vivir para Cristo y para la verdad: pero, cuando se trata de nosotros mismos debemos estar dispuestos a ser pisoteados y considerados como la escoria del mundo. La carne y la sangre están contra ello pero es el poder del Espíritu de Dios el que nos eleva por encima de la naturaleza.

 

El Señor provee para todos los requerimientos. Él indica a Pedro cómo encontrar el estatero y le dice: "Tómalo, y dáselo por mí y por ti". ¡Qué gozo es que Jesús nos asocie consigo mismo  y provea para todo! — ¡que Jesús mismo, el cual demuestra en esta cosa misma que Él es Dios el Creador con conocimiento divino que tiene el mando del inquieto mar haciendo que un pez proporcione el dinero necesario para pagar el impuesto del templo, nos dé así un lugar con Él mismo y se encargue de toda nuestra necesidad! Nada puede mostrarnos de forma más hermosa la manera en que, conscientes de la gloria, nuestro lugar debe ser siempre el del sometimiento y la humildad de Cristo. ¡Cuán bienaventuradamente el Hijo se rebajó para ser el siervo y conduce a los hijos por la misma senda de gracia!

 

Que el Señor nos conceda saber conciliar estas dos cosas. Sólo podemos hacerlo en la medida que nuestra mirada esté puesta en Cristo.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

RV1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

RVSBT = REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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