Disertaciones
acerca del
Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera revisada en 1960 (RV60).
Mateo 18
En Mateo 16 tuvimos dos temas relacionados
con la revelación de la persona del Señor a Simón Pedro: uno de ellos es la
Iglesia, algo enteramente nuevo o divulgado por primera vez; el otro es el tema
familiar del reino de los cielos. En el capítulo que está ante nosotros encontraremos
de nuevo estas dos cosas reunidas, — no confundidas ni identificadas. Nosotros
estamos llamados a ver el reino y la Iglesia en su relación práctica. Ya nos
hemos enterado de que el Señor iba a edificar la Iglesia. "Sobre esta roca"
(la confesión de Su persona) "edificaré mi Iglesia". Él prometió
después dar las llaves del reino de los cielos a Pedro. (Mateo 16: 18, 19).
Encontramos ahora (yo creo que relacionado con
el principio que Le motivaba) la conciencia de la gloria y del mando absoluto
de todo lo que Él había hecho. Él era el Señor de los cielos y de la tierra, — si
él pagó en gracia el impuesto del templo porque la gracia renuncia a sus
derechos, al menos ella no procura reivindicarlos y ejercerlos por el momento.
Y en la conciencia misma de la posesión de toda gloria Él puede someterse en
este mundo malo. Pero observen ustedes además cuidadosamente que el alma nunca
debe ceder los derechos de Dios sino los nuestros. Debemos ser tan inflexibles
como un pedernal dondequiera que Dios esté en cuestión. La gracia nunca abdica
de la santidad verdadera, de la reivindicación o de la voluntad de Dios pues de
hecho, ella es lo que fortalece al alma para valorarlas y andar en ellas. A
menudo hay una dificultad práctica que las personas no entienden. Aunque se nos
pide que andemos en la gracia es un uso inadecuado de la gracia suponer que ello
es un consentimiento del mal o una indiferencia para con él en nuestras
relaciones con Dios. Si bien la gracia nos encuentra en nuestra ruina, ella imparte
un poder que no teníamos antes porque ella revela a Cristo, fortalece el alma,
da una nueva vida, y actúa sobre esa vida para llevarnos adelante en la
obediencia a Cristo así como en el disfrute de Él. Nuestro Señor muestra que
esto debiese gobernar todo.
Pero tenemos en primer lugar el espíritu que
nos corresponde. "En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús,
diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un
niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". (Mateo
18: 1-3). Ahora bien, esto es lo que es obrado en un alma cuando ella se
convierte pues se le da una nueva vida y esa vida es Cristo. Por lo tanto, hay
mucho más que un cambio. Eso distaría mucho de la verdad en cuanto a un
cristiano. Por supuesto que el cristiano es un hombre cambiado pero además el
cambio se debe a algo aún más profundo. Un cristiano es un hombre nacido de
nuevo que posee una vida ahora que no poseía antes. Yo no quiero dar a entender
simplemente que él vive de una nueva manera sino que a él le ha sido dada una
nueva vida que no tenía antes. Es así como él se convierte en un niño. Luego
esta nueva vida tiene que ser cultivada y fortalecida. Nuestra vida natural
como hombres se desarrolla o puede ser refrenada y obstaculizada mediante
diversas circunstancias. Lo mismo ocurre con la vida espiritual.
Nuestro Señor muestra aquí cuál es el rasgo
moral característico que corresponde al reino de los cielos y esto en oposición
a los pensamientos judíos de grandeza. Ellos todavía pensaban acerca del reino
según ciertas delineaciones del Antiguo Testamento acerca de él. Cuando David llegó
al reino sus seguidores que habían sido fieles anteriormente fueron exaltados
según el valor anterior de ellos. Ustedes tienen a los tres principales y luego
a otros treinta guerreros y así sucesivamente; y todos ellos tenían su lugar
determinado por la manera en que se habían comportado en el día de la prueba.
Los discípulos vinieron con pensamientos similares a nuestro Señor llenos de lo
que ellos habían hecho y padecido. El mismo espíritu irrumpió en muchas
ocasiones incluso en la última cena. Nuestro Señor lo utiliza aquí para mostrar
que el espíritu que Él ama en sus discípulos es el de no ser nada, — el de no pensar
en uno mismo con un espíritu de humildad dependencia y confianza que no piensa
en sí mismo. Este es el sentimiento natural de un pequeño. En el niño
espiritual este olvido de sí mismo es exactamente el sentimiento correcto. El
niño es el testigo constante de la verdadera grandeza en el reino de los
cielos. En nuestro Señor mismo esto fue mostrado plenamente. La maravilla fue
que Él que lo sabía todo, que tenía todo el poder y la fuerza, pudo asumir el
lugar de un niño y sin embargo Él lo hizo. Y, de hecho, ustedes pueden estar
seguros de que la humildad de un niño no es en absoluto incompatible con una
persona profundamente instruida en las cosas de Dios. No se trata de una
humildad que se muestra en frases o formas sino de la realidad de la
mansedumbre que no confía en sí misma sino en el Dios viviente; y esto tiene el
respeto que Dios mismo ama que haya hacia los que están alrededor de ella. La
perfecta humildad fue una característica de nuestro Señor Jesús tanto como la
conciencia de Su gloria. Las dos cosas bien pueden ir juntas y ustedes no
pueden tener una humildad cristiana apropiada a menos que exista la conciencia
de la gloria. Comportarnos humildemente como hijos de Dios es la cosa hermosa
que el Señor coloca aquí ante nosotros.
"Cualquiera que se humille como este
niño, ése es el mayor en el reino de los cielos". (Versículo 4). No se
trata simplemente de llegar a ser como niños engendrados por Dios sino que hay
una humillación práctica de nosotros mismos. Y no sólo la humillación de
nosotros mismos sino la manera en que sentimos hacia los demás pues leemos, "Cualquiera
que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe". Sea cual
fuere la humildad del cristiano él debe ser visto con toda la gloria de Cristo
lo cual significa recibirle en el nombre de Cristo. Él es una persona que no
defiende sus derechos ni hace valer su propia gloria sino que está dispuesta a doblegarse
y dejar sitio a cualquiera mientras él es consciente de la gloria que reposa
sobre él. Puede haber lo opuesto mismo a esto, — "Cualquiera que haga
tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí". ¿Qué significa esto?
Significa cualquier cosa calculada para hacer vacilar la confianza de ellos en
Cristo, para poner un tropiezo en la senda de ellos. Ello no significa algo
dicho en amor fiel al alma de ellos. Las personas pueden ofenderse por esto
pero eso no es de lo que se habla aquí. De lo que se habla aquí es de lo que tiende
a sacudir la confianza del pequeño en Dios mismo. "Cualquiera que haga
tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo
profundo del mar". Estas cosas ocurren constantemente en el mundo. Por lo
tanto, el Señor dice, "¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es
necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el
tropiezo!" Entonces, ¿Qué es lo que hay que hacer? El Señor muestra en dos
formas la manera de protegerse contra estos tropiezos. La primera es ésta, — a
saber, yo debo comenzar conmigo mismo. Este es el medio más importante para no
hacer tropezar a otro. "Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de
caer, córtalo y échalo de ti". Ello puede ser en el servicio que uno lleva
a cabo o en el andar propio; pero si tu mano o tu pie se convierten en ocasión
de tropiezo (algo que el enemigo aprovecha contra Dios), trata resueltamente de
inmediato con la cosa mala. "Mejor te es entrar en la vida cojo o manco,
que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno". (Versículos
6-8).
El Señor coloca siempre todo el resultado del
mal ante el alma. Al hablar del reino de los cielos Él tiene en cuenta que
puede haber en él personas falsas así como también verdaderas. Por eso Él habla
de manera general. Él no se pronuncia sobre ellas pues algunas pueden ser
verdaderamente nacidas de Dios y otras no. El Señor expresa solemnemente ante
ellos que los que son indiferentes acerca del pecado no son de Dios. Es
imposible que un alma haya sido regenerada y sea habitualmente indiferente a
aquello que contrista al Espíritu Santo. Por lo tanto, Él coloca ante ellos la
certeza de los tales siendo arrojados al fuego eterno. De nadie que haya nacido
de Dios puede ser dicho esto. Pero, así como puede haber en el reino de los
cielos una profesión falsa como también una verdadera, el creyente debe
considerar bien esto para no permitir pecado en ninguno de sus miembros.
"Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es
entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el
infierno de fuego". Esto puede ser muy costoso pero Dios no es un Maestro
duro; nadie es tan tierno y tan amoroso. Y sin embargo es Dios presentándonos
su pensamiento por medio del Señor Jesús, mostrándonos que ésta es la única
manera de tratar con aquello que puede convertirse en ocasión de pecado. (Compárese
con Efesios 5: 5-6).
La primera gran fuente de tropiezo para los
demás y que debe ser eliminada en primer lugar es aquello que es un obstáculo
para nuestras propias almas. Debemos comenzar con el juicio propio. Pero
también está el menosprecio a los pequeños que pertenecen a Dios.
"Mirad", dice nuestro Señor, "que no menospreciéis a uno de
estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el
rostro de mi Padre que está en los cielos". [Véase nota 14). "Porque
el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido".
(Versículos 10, 11). Una hermosa palabra especialmente porque es declarada en
términos tan generales por nuestro Señor como para incluir literalmente a un
niño así como a los pequeños que creen en Él.
[Nota 14]. Lo que nuestro
Señor llama aquí, "sus ángeles", parecen ser los espíritus de los
niños que ahora están en el cielo, — representando el espíritu a la persona en
el estado actual hasta la resurrección. Compárese con Hechos 12: 15; Hebreos
12: 23 y Apocalipsis 1: 20, — esto último representando la asamblea. «Un ángel custodio, o ángel de la guarda»,
del que algunos hablan como siendo aquí el significado no parece dar un buen
motivo para la advertencia del Señor; ni ello es mencionado en ninguna parte de
las Escrituras. [Nota del Editor en Inglés].
Yo creo que este capítulo tuvo la intención
de dar ánimo respecto a los pequeños. El argumento sobre el cual nuestro Señor habla
no es que ellos fueran inocentes (que es la forma en que se habla tan a menudo
de ellos entre los hombres) sino que el Hijo del Hombre vino a salvar lo que se
había perdido. Ello supone la mancha del pecado pero que el Hijo del Hombre
vino a abordar, de modo que nosotros tenemos derecho a tener confianza en el
Señor no sólo para nuestras propias almas sino también para los pequeños.
Pero nuestro Señor va más allá. Leemos,
"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de
ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se
había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se
regocija más por aquélla, que por las noventa y nueve que no se descarriaron.
Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda
uno de estos pequeños". (Versículos 12-14). Es evidente que nosotros podemos
incluir a todos los que se salvan según el mismo principio. El Evangelio de Lucas
nos muestra (Lucas 15) esta misma parábola aplicada a cualquier pecador. Pero
aquí el Señor la ocupa en relación con lo anterior, a saber, los sentimientos
correctos para con uno que pertenece al reino de los cielos. Comenzando con un
niño que Él pone en medio Él lleva el pensamiento acerca del pequeño durante
toda esta parte de Su discurso. Y Él concluye ahora con la demostración en Su
propia misión del interés que el Padre tiene por estos pequeños.
Luego el Señor aplica esto a nuestra conducta
práctica. Suponiendo que tu hermano te ha perjudicado, — tal vez una mala
palabra, o una acción poco amable hecha contra ti — algo que tú sientes
profundamente como un verdadero perjuicio personal contra ti; ello es un
pecado, obviamente. Probablemente nadie se ha enterado de ello, sólo él y tú.
¿Qué debes hacer? En seguida este gran principio es aplicable, a saber, cuando tú
estabas arruinado y alejado de Dios, ¿qué ocurrió en tu caso? ¿Esperó Dios hasta
que tú desecharas tu pecado? Él envió a Su Hijo a buscarte, para salvarte.
"El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido".
Este es el principio sobre el cual tú debes actuar. Tú perteneces a Dios; eres
un hijo de Dios. ¿Tu hermano te ha hecho un perjuicio? Vé a él y trata de que
lo enmiende. Ello es la actividad de amor con la que el Señor Jesús apremia a
sus discípulos. Nosotros debemos procurar la liberación en el poder del amor
divino de aquellos que se han alejado de Dios. La carne siente y resiente el perjuicio
hecho contra ella misma. Pero la gracia no se envuelve en su propia dignidad
esperando que el ofensor venga y se humille y reconozca su error. El Hijo del
Hombre vino a buscar a los perdidos. Él dice, «Quiero que ustedes
anden según el mismo principio, que sean vasos del mismo amor, — que ustedes se
caractericen por la gracia yendo tras aquel que ha pecado contra Dios.»
Esto es una gran dificultad a menos que el alma tenga el frescor del amor de
Dios y disfrute de lo que Dios es para ella. ¿Cómo siente Dios acerca del hijo
que ha hecho el mal? Su deseo amoroso es que él rectifique. Cuando el hijo está
lo suficientemente cerca para conocer el corazón del Padre él sale a hacer la
voluntad del Padre. Puede ser que haya sido hecho un mal contra él pero él no
piensa en eso. Es su hermano el que se ha deslizado al mal y el deseo de
su corazón es hacer que el hermano que se ha extraviado se corrija, — no para
reivindicarse a sí mismo sino para que su alma sea restaurada al Señor.
"Por tanto, si tu hermano peca contra
ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano".
(Versículo 15). No se trata aquí de un pecado conocido por muchos sino de una transgresión
personal conocida sólo por ustedes dos. Vé y repréndele
estando tú y él solos.
"Si te oyere, has ganado a tu hermano". El amor se empeña en ganar al
hermano. Así es para aquel que entiende y siente con Cristo. El pensamiento ante
el corazón no es el ofensor sino, "tu hermano". "Has
ganado a tu hermano". [Véase nota 15].
[Nota 15]. El perdón se
basa necesariamente en el "oír", — "si te oyere", — lo cual
demuestra que el corazón no continúa en el mal. [Nota del Editor en Inglés].
"Mas si no te oyere, toma aún contigo a
uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra". Preguntémonos,
¿es posible que él resista a uno o dos que vienen a él los cuales son testigos
del amor de Cristo? Él ha rechazado a Cristo que arguye por medio de uno; ¿puede
él rechazar a Cristo ahora que Él arguye por medio de más personas? Lamentablemente
puede ser que él lo haga. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia".
La Iglesia significa la asamblea de Dios en el lugar al que todos estos
pertenecen. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a
la iglesia, tenle por gentil y publicano". (Versículo 17). Entonces la asamblea
es informada de la falta de la persona culpable. La cosa ha sido investigada y constatada.
La Iglesia advierte y suplica a este hombre pero él rehúsa oír y la
consecuencia es, — "tenle por gentil y publicano". ¡Un asunto de lo
más solemne! Un hombre que es llamado hermano en el versículo anterior es ahora
para mí como un gentil (pagano) y un publicano (recolector de impuestos). No
debemos suponer que el hombre es un borracho o un ladrón pero él muestra la dureza
de la voluntad propia y un espíritu de autojustificación. Ello puede surgir de
pequeñas circunstancias pero esta soberbia inflexible acerca de sí mismo y de
su propia falta es aquello por lo cual él puede ser considerado como un gentil
y un publicano según el Señor, — él ya no debe ser reconocido en su estado
impenitente. Y sin embargo ello puede surgir principalmente del espíritu de
justificarse a uno mismo. En el caso de pecado público o de iniquidad el deber
de la Iglesia es claro, a saber, la persona es apartada. Tampoco habría motivo
en un caso tal para actuar de uno a uno (versículo 15), y luego con uno o dos
más (versículo 16). Pero el Señor muestra aquí cómo el objetivo de esta
transgresión personal pudiese ser que la Iglesia tenga que oír acerca de ella finalmente,
— y eso puede conducir a algo más.
"De cierto os digo que todo lo que atéis
en la tierra, será atado en el cielo". Ello no es un mero asunto de ponerse
de acuerdo sino de lo que es hecho en el nombre del Señor. (Véase 1ª Corintios 5:
4). "Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos
de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que
pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
Ya sea para disciplina o para hacer peticiones a Dios el Señor establece este
gran principio de que donde dos o tres se hallan reunidos a Su nombre, Él está
en medio de ellos. Nada podría ser más dulce y alentador. Y yo estoy persuadido
de que el Señor tuvo en perspectiva la ruina actual de la Iglesia, cuando podría
haber muy pocos reunidos correctamente, reunidos en obediencia a la palabra de
Dios y llevándola a la práctica según la voluntad del Señor Jesucristo.
Pero una persona puede preguntar, ¿hay alguno
en este terreno? Yo sólo puedo decir que los cristianos que se apoyan en las
Escrituras y que reconocen la presencia fiel del Espíritu en la asamblea en la
tierra se están atrayendo una gran cantidad de problemas para un engaño si
ellos no lo están. Ellos son muy insensatos al actuar como lo hacen a menos que
estén seguros de que ello es conforme al pensamiento de Dios. ¿Debiesen ustedes
tener más dudas acerca de la manera en que los cristianos deben reunirse para partir
el pan o para la edificación mutua que acerca de cualesquiera otras
instrucciones en la palabra de Dios? Si nosotros no estamos restringidos por normas
humanas y si sólo la palabra de Dios es seguida hay completa libertad para
llevar a cabo sus instrucciones. Pero aunque confiadamente se habla así, por
otra parte preguntémonos, ¿no deberíamos ocupar nosotros un lugar muy bajo? Cuando
los miembros del cuerpo de Cristo están dispersos por aquí y por allá la
humillación es lo único que nos corresponde; no sólo por los modos de obrar de
los demás sino por los nuestros. Pues, ¿qué hemos sido nosotros para Cristo y
para la Iglesia? Sería algo muy erróneo que nosotros mismos nos denominásemos
la Iglesia; pero si fuéramos sólo dos o tres los que hemos sido reunidos al nombre
de Cristo tendríamos la misma aprobación y la misma presencia de Cristo que si
tuviéramos a los doce apóstoles con nosotros. Si a causa de la incredulidad y
la debilidad la Iglesia en general estuviera disgregada y dispersa, y si en
toda esta confusión sólo hubiera dos o tres que tuvieran fe para actuar conforme
a la voluntad del Señor, para ellos seguiría siendo verdadera la palabra,
"Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos". Es la presencia de Cristo y la obediencia a Él lo que da la
aprobación a los actos de ellos. Si la Iglesia ha caído en la ruina el deber de
aquellos que sienten esto es apartarse del mal conocido, — "Dejad de hacer
lo malo; aprended a hacer el bien". (Isaías 1: 16, 17). Siempre hay que
volver a los primeros principios cuando las cosas se desvían. Esta es la
obligación de un cristiano.
Entonces Pedro pregunta a nuestro Señor:
"¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta
siete?" (Versículo 21). Nosotros tuvimos instrucciones acerca de la manera
en que debíamos actuar en el caso de una transgresión personal. (Mateo 18:
15-20). Pero Pedro plantea otro asunto. Suponiendo que mi hermano peca contra
mí una y otra vez, ¿cuántas veces debo perdonarlo? La respuesta es: "No te
digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete". En el reino de los
cielos, — no bajo la ley sino bajo el gobierno del Cristo rechazado, — el
perdón es ilimitado. ¡Qué maravilloso, — la santidad más profunda revelada en
el cristianismo es al mismo tiempo aquella que siente con amor más profundo y sale
con él a los demás! Así que encontramos aquí, "No te digo hasta siete",
que era la idea que Pedro tenía acerca de la mayor gracia, "sino aun hasta
setenta veces siete". Nuestro Señor insiste en que para el perdón no había
realmente un final. El perdón debe estar siempre en el corazón del cristiano.
"Por lo cual el reino de los cielos es
semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos". (Versículo
23). Y entonces dos siervos son traídos ante nosotros. El rey perdona a uno de
ellos que había sido muy culpable (el cual le debía diez mil talentos, — prácticamente
una deuda que nunca podía ser pagada por un siervo). Ante su súplica el rey lo
perdona. El siervo sale entonces y se encuentra con un consiervo que le debe cien
denarios, — una suma muy pequeña en comparación con la que se le acaba de
perdonar. Sin embargo asiendo él a su consiervo y ahogándolo le dice:
"Págame lo que me debes". Y el rey al oír esto convoca al culpable
ante él. ¿Qué es enseñado con esto? Esto es una comparación del reino de los
cielos y se refiere a un estado de cosas establecido aquí abajo por la voluntad
de Dios. Aunque podemos, y debemos, asumir el principio para nosotros, aquí es
enseñado mucho más que esto. [Véase nota 16].
[Nota 16]. Aunque el tema
de esta parábola del reino es el perdón o la remisión de la culpa de manera
gubernamental, un espíritu despiadado e implacable mostraría un corazón insensible
a la misericordia de Dios con consecuencias eternas. — [Nota del Editor en
Inglés].
Tomado de manera amplia, el siervo que debe
los diez mil talentos representa al judío, peculiarmente favorecido por Dios y que
sin embargo había contraído la enorme deuda que nunca podría pagar. Cuando ellos
completaron esta deuda mediante la muerte de su Mesías se les envió un mensaje
de perdón: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros
pecados". Ellos sólo tenían que hacerlo y sus pecados serían borrados y
Dios enviaría de nuevo al Mesías y traería los tiempos de refrigerio. (Hechos
3: 19, 20). Respondiendo el Espíritu Santo a la oración de nuestro Señor en la
cruz se sirve de Pedro para decirles: "Mas ahora, hermanos, sé que por
ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes… Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados", así
como el Señor había dicho: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen". Por tanto, el siervo había oído el sonido del perdón para él pero
sin verdadero entendimiento de ello. Él sale y echa en la cárcel a un consiervo
por una deuda muy pequeña. Esta es la manera en que los judíos actuaban con los
gentiles. Y así toda la deuda que Dios les había perdonado quedó fija sobre
ellos. El amo dice al siervo: "Siervo malvado, toda aquella deuda te
perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu
consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le
entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía".
(Versículos 32-34).
Yo no dudo de que ustedes puedan aplicar esto
a un individuo que ha oído el evangelio y que no actúa de acuerdo con él. El
principio de esto es verdad ahora acerca de cualquiera que profesa el evangelio
en estos días y que actúa como un hombre mundano. Pero tomándolo en una escala
más amplia ustedes deben introducir los tratos de Dios con los judíos. El día
viene en que el Señor dirá que Jerusalén ha recibido de Su mano el doble por
todos sus pecados. (Isaías 40: 2). Él les aplicará la sangre de Cristo, la cual
puede sobrepasar los diez mil talentos, y más. Pero la generación incrédula de
Israel es echada en la cárcel y nunca saldrá, mas el remanente lo hará por la
gracia de Dios y el Señor hará del remanente una nación robusta.
Mientras tanto, lo que nosotros tenemos que
recordar es el gran principio del perdón. Tenemos que recordarlo especialmente a
nuestras almas en el caso de cualquier cosa que esté en contra de nosotros
mismos. ¡Que de inmediato consideremos resueltamente lo que nuestro Dios y
Padre ha hecho por nosotros! Si en presencia de tal gracia podemos ser duros
por alguna cosa insignificante hecha contra nosotros, acordémonos de la manera
en que el Señor juzga aquí.
¡Que el Señor nos conceda que Sus palabras no
sean en vano para nosotros, que procuremos recordar la grandísima gracia que ha
abundado hacia nuestras almas y lo que Dios espera de nosotros!
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2022.-