Disertaciones
acerca del
Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Mateo 19
Nosotros hemos tenido el anuncio del reino de
los cielos y luego el de la Iglesia. Los hemos visto como cosas distintas
aunque relacionadas en Mateo 16; y luego en Mateo 18 vimos los modos de obrar
prácticos que se ajustan a ellos. Fue necesario también sacar a la luz la
relación del reino con el orden de Dios en la naturaleza. Las relaciones que
Dios ha establecido en la naturaleza son totalmente aparte de la nueva creación
y continúan cuando un alma entra en la nueva creación. El creyente sigue siendo
un hombre aquí abajo aunque como cristiano está llamado a no actuar según
principios humanos sino a hacer la voluntad de Dios. Por lo tanto, era muy
importante saber si las cosas nuevas afectan al reconocimiento de aquello que
ya había sido establecido en la naturaleza. Consecuentemente, este capítulo
revela en gran medida las relaciones mutuas de lo que es de la gracia y lo que
está en la naturaleza. Obviamente, yo estoy usando la palabra
"naturaleza" no en el sentido de "la carne" lo cual expresa
el principio y el ejercicio de la voluntad propia sino de lo que Dios ordenó en
este mundo antes de que entrara el pecado y que subsiste después de la ruina. Solamente
el hombre que entiende la gracia es
aquel que puede empezar a tener conocimiento del orden natural exterior en el
mundo y reconocerlo perfectamente. La gracia nunca conduce a una persona a
despreciar algo que Dios ha introducido con independencia de lo que ello
pudiese ser. Tomen por ejemplo la ley, ¡qué profundo error es suponer que el
evangelio debilita o anula la ley de Dios! Por el contrario, pues el apóstol
Pablo enseña en Romanos 3 donde él dice que por la fe nosotros "confirmamos
la ley". Si yo estoy en terreno legal hay terror, ansiedad, oscuridad, y el
temor de encontrarme con Dios como juez pues la ley mantiene todos estos
pensamientos mientras estoy aquí, y muy debidamente. Por lo tanto, sólo el
hombre que sabe que él es salvo por gracia, elevado por encima del ámbito al
que la ley aplica su golpe de muerte, es el que puede considerarla y reconocer
seriamente su poder pero en paz porque él está en Cristo y por encima de toda
condenación. Un creyente puede hacerlo sencillamente porque él no está bajo la
ley; porque "todos los que dependen de las obras de la ley están bajo
maldición". (Gálatas 3: 10). Si él estuviera bajo la ley incluso en cuanto
a su propio andar y a su comunión y no en cuanto a su posición ante Dios, él debe
ser miserable; tanto más en la medida en que él sea honesto con respecto a la
ley. El intento de ser feliz bajo la ley es una lucha muy dolorosa con el
peligro también de engañarnos a nosotros mismos y a los demás. La gracia libera
el alma de todo esto situándola en un terreno nuevo. Pero el creyente puede
mirar con deleite y ver la sabiduría y la santidad de Dios que resplandecen en
todas Sus disposiciones y en todo Su gobierno moral. La ley verdaderamente es
un testimonio de lo que Dios prohíbe o desea pero no la revelación de lo que Él
es. Ustedes no pueden encontrar esto fuera de Cristo. Sin embargo, la ley
sostiene el estándar de lo que Dios requiere del hombre. Él muestra su
intolerancia hacia el mal y enjuicia a los que lo practican. Pero seríamos vana
y desesperadamente miserables si esto fuera todo, y sólo cuando el alma ha
echado mano de la gracia de Dios ella puede complacerse en Sus modos de obrar.
Entonces, este capítulo examina las
relaciones de la naturaleza a la luz del reino. La primera relación y las más
fundamental es la del matrimonio. "Entonces vinieron a él los fariseos,
tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier
causa?". (Versículo 3). Allí tienen ustedes la conducta de los que están
en terreno legal. No hay realmente respeto por Dios ni consideración genuina
por Su ley. El Señor reivindica de inmediato desde las Escrituras la
institución y la santidad del matrimonio, "¿No habéis leído que el que los
hizo al principio, varón y hembra los hizo". (Versículo 4). Es decir, Él muestra
que no se trata sólo
de lo que entró por la ley sino que Él va a las fuentes. Dios lo había
establecido primero y lejos de disolver el vínculo como los hombres concretan
Él hizo una sola pareja, y por lo tanto, sólo para ser el uno para el otro.
Todas las demás relaciones eran livianas en comparación con este vínculo tan
estrecho, — a saber, la unión. Por esto el hombre dejará padre y madre, y se
unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Junto a la relación de
matrimonio está el vínculo de un hijo con sus padres. Es imposible exagerar la
importancia del matrimonio como institución natural. ¿Quién hablaría de un hijo
dejando a su padre y a su madre por cualquier causa? Incluso los fariseos no
pensarían en tal cosa. "Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el
hombre". Ellos tenían su respuesta preparada: "¿Por qué, pues, mandó
Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?" (versículo 7). En realidad no
había un mandamiento tal: pues sencillamente un divorcio estaba
permitido.
Nuestro Señor declara la diferencia
perfectamente. Moisés permitió ciertas cosas que no estaban de acuerdo
con la intención arquetípica original de Dios. Esto no debería ser motivo de
asombro pues la ley no perfeccionaba nada. Ella era buena en sí misma pero no
podía impartir la bondad. La ley podía ser perfecta para su propio objetivo
pero no perfeccionaba nada ni era la intención de Dios que ella lo hiciera.
Pero, más que esto, había ciertas concesiones contenidas en la ley que no
expresaban en absoluto el pensamiento divino porque Dios trataba en ella con un
pueblo según la carne. La ley no contempla al hombre como nacido de Dios, el
cristianismo sí. Los hombres de fe durante la ley eran, obviamente, nacidos de
Dios. Pero la ley misma no trazaba ninguna línea divisoria entre regenerados y
no regenerados pues ella contemplaba a todo Israel y no sólo a los creyentes; y
por eso ella permitía ciertas cosas en vista de la dureza de sus corazones. De
modo que aunque nuestro Señor insinúa una cierta consideración de la condición
de Israel en la carne, Él reivindicó al mismo tiempo la ley de Dios de las
deducciones corruptas de estos fariseos egoístas. "Al principio no fue
así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de
fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada,
adultera". (Versículos 8, 9).
Nuestro Señor añade aquí lo que no estaba en la ley y saca a la luz el pleno
pensamiento de Dios acerca de esta relación. Sólo hay una causa justa por la
que esta relación puede ser disuelta; o mejor dicho, el matrimonio debe ser disuelto
moralmente para que termine de hecho. En caso de fornicación el vínculo
desaparece por completo ante Dios y el repudio (divorcio) no hace más que
proclamar ante el hombre lo que ya ha tenido lugar ante los ojos de Dios. Todo es
hecho perfectamente claro. La justicia de la ley queda establecida hasta donde ella
llegaba pero no llegaba a la perfección al admitir en ciertos casos un mal
menor para evitar uno mayor. Nuestro Señor proporciona la verdad necesaria, —
yendo hasta el principio mismo y también hasta el final.
De este modo es que sólo Cristo, la luz verdadera,
presenta siempre el perfecto pensamiento de Dios suministrando para todas las
deficiencias y haciendo todo perfecto. Este es el objetivo, la obra y el efecto
de la gracia. No obstante, "Le dijeron sus discípulos: Si así es la
condición del hombre con su mujer, no conviene casarse". (Versículo 10). ¡Lamentable!
el egoísmo del corazón incluso en los discípulos. Era tan habitual en aquel entonces
desechar a la esposa debido a una pequeña aversión, etcétera, que a ellos les impactó
oír al Señor insistir acerca de la indisolubilidad del vínculo matrimonial.
Pero, dice el Señor, "No todos pueden
aceptar este precepto, sino sólo aquellos a quienes les ha sido
dado. Porque hay eunucos que así nacieron desde el seno de su madre, y hay
eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres, y también hay eunucos que a
sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que pueda
aceptar esto, que lo acepte". (Versículos
11, 12 – LBA). Yo entiendo que aunque mantiene allí la institución del
matrimonio de forma natural, el Señor muestra que hay un poder de Dios que
puede elevar a las personas por encima de ello. El apóstol Pablo actuaba en el
espíritu de este versículo cuando nos presenta su propio discernimiento "como
quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser fiel". (Véase 1ª Corintios
7). No hay duda alguna en cuanto a que él fue llamado a un trabajo notable que
habría hecho muy difícil la debida atención a la relación familiar. Su ocupación
se extendía y le llevaba a todas partes. Dondequiera que hubiera congregaciones
que atender, donde las almas clamaran: «Ven y ayúdanos», — y mucho
más allá de las llamadas de los santos o de los hombres, el
Espíritu Santo lo depositó en su consagrado corazón. Con esposa o familia que
cuidar la obra del Señor no podría haber sido hecha tan exhaustivamente. De ahí
el sabio y bondadoso discernimiento del apóstol, no dado como mandamiento sino
que es dejado para ser sopesado por la mente espiritual. La última de las tres
clases de personas del versículo está expresada en sentido figurado y significa
claramente vivir solteros para la gloria de Dios. Pero presten ustedes atención
pues ello es un don no una ley y mucho menos una casta. Este precepto lo aceptan
solamente "aquellos a quienes les ha sido dado". (Mateo 19: 11 –
LBA). Ello es expresado como un
privilegio. Como el apóstol insiste en la honorabilidad del matrimonio él era el
último en poner la menor difamación acerca de un vínculo tal; pero él también
conocía un amor más elevado y del todo absorbente, una entrada, en una medida,
en los afectos de Cristo por la Iglesia. Aun así no se trata de una obligación
impuesta sino de un llamamiento especial y un don de la gracia en el que él se
regocijaba para glorificar a su Amo. La apreciación del amor de Cristo para con
la Iglesia le había formado en su propio modelo. Observen ustedes que aquí ello
es, "a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos",
— ese orden de cosas que depende de Cristo ahora en el cielo. Y por eso,
fuertes en la gracia que resplandece en Él a la diestra de Dios son aquellos a
quienes les es dado andar por encima de los lazos naturales de la vida, — no
despreciándolos sino honrándolos, mientras se entregan individualmente a esa piadosa
porción que no les será quitada.
Y ahora Le trajeron algunos niños, — pequeños
propensos a ser despreciados. ¿Qué hay en este mundo tan indefenso y
dependiente como un infante? "Entonces le fueron presentados unos niños,
para que pusiese las manos sobre ellos, y orase". (Versículo 13). Los
discípulos pensaron que ello era una molestia o una abusiva libertad y "los
reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños
venir a mí, y no se lo impidáis;
porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos
las manos, se fue de allí". (Versículos 13-15). Tan completamente fueron
satisfechas las demandas del amor incluso cuando el deseo pareció tan extemporáneo.
Pues podemos preguntar, ¿por qué el Señor del cielo y de la tierra habría de
ocuparse en poner Sus manos sobre pequeños? Pero la razón humana no limita el
amor y los pensamientos indignos de los discípulos fueron desechados ya que ellos
pensaban que los niños eran indignos de Su atención. Ah, qué poco Le conocían a
pesar del tiempo que ellos habían estado con Él. ¿No era digno de Él bendecir
así a lo más pequeño a los ojos de los hombres? ¿Cuán importante es esta
lección para nuestras almas? No es necesario que ello esté relacionado con
nosotros mismos; puede ser el hijo de otro. ¿Reclamamos al Señor por ello?
¿Cuál es Su sentimiento? Él es grande, Él es poderoso; pero Él no desprecia a
nadie.
Delante de Su gloria no hay tanta diferencia
entre un mundo y un gusano. El mundo es sencillamente nada si Dios lo mide por medio
de Él mismo. Pero además el más débil puede ser el objeto de Sus más profundos
amor y cuidado. ¡Oh, con qué interés nuestro Señor consideró a estos infantes!.
Ellos son los objetos del amor del Padre por quienes Él dio a su Hijo y a
quienes el Hijo vino a salvar. Cada uno de ellos tenía un alma y, ¿cuál era su
valor? ¿Qué es ser un vaso de la gracia en este mundo, y de gloria en el resplandeciente
día eterno? Los discípulos no entraron en estos pensamientos y cuán poco entran
dichos pensamientos en nuestras almas. Jesús no sólo bendijo a los niños sino
que reprendió a los discípulos que Le habían tergiversado y Él dice: "Dejad
a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de
los cielos". Una palabra devastadora para la soberbia. ¿Eran los
discípulos, "de los tales", en aquel momento, o al menos en ese acto?
Y ahora vino un joven "y le dijo:
Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" Evidentemente él
era un encantador personaje natural; uno que combinaba en su persona toda
cualidad que era estimable; uno que no sólo tenía todo lo que los hombres
consideran que produce felicidad en este mundo sino que era aparentemente
sincero en su deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios. Y además él se
sintió atraído por Jesús y vino a Él. En otro Evangelio (Marcos 10: 21) leemos
que Jesús "le amó", no porque él creyera y siguiera a Jesús pues, ¡lamentablemente!
nosotros sabemos que él no lo hacía. Pero hay variadas formas de amor divino
además del que nos abraza como pródigos retornados. Aunque tenemos un amor
especial por los hijos de Dios y en las cosas de Dios debemos valorar sólo lo
que es del Espíritu Santo, no se deduce de ello que no debamos admirar una
mente fina o un carácter naturalmente hermoso. Si no lo hacemos ello sólo
demuestra que no entendemos el pensamiento de Dios como es manifestado aquí en
Jesús. Incluso en cuanto a la creación, ¿debo yo considerar con frialdad o no considerar
en absoluto los ríos o las montañas, el mar, el cielo, los valles, los bosques,
los árboles, las flores, que Dios ha hecho? Es un error total que la
espiritualidad deslustre Sus obras externas. Pero, ¿debo yo fijar mi mente en
estas vistas? ¿Debemos nosotros viajar por doquier con el propósito de visitar
lo que todo el mundo considera digno de ser visto? Si en mi senda de servir a
Cristo pasa ante mí una perspectiva grandiosa o hermosa yo no creo que Aquel de
quien cuya obra de Sus manos ella es me llame a cerrar los ojos o mi mente. El propio
Señor llama a prestar atención sobre los lirios del campo más resplandecientes
que Salomón con toda su gloria. (Mateo 6: 28, 29). El hombre admira aquello que
le permite satisfacer su amor propio y su ambición en este mundo. Eso es meramente
la carne. Pero en cuanto a lo moralmente bello o bello en naturaleza, la gracia,
en lugar de despreciar valora todo lo que es bueno en su propia esfera y rinde
homenaje al Dios que exhibió así Su sabiduría y poder. La gracia no desprecia
lo que hay en la creación ni lo que hay en el hombre. A este joven el Señor
"le amó" cuando ciertamente aún no había fe en absoluto. Él se alejó
de Jesús triste. Pero, ¿qué creyente lo hizo alguna vez desde el comienzo del
mundo? Su tristeza se debió a que él no estaba preparado para la senda de la
fe. Jesús deseó que él Le siguiera pero no como un hombre rico. Él hubiese
estado encantado de hacer "alguna gran cosa"; pero el Señor puso al
descubierto el yo en su corazón. Él sabía que (a pesar de todo lo que de manera
natural e incluso según la ley era hermoso en él), en el fondo había suficiencia,
— convirtiendo la carne estas mismas ventajas en un motivo para no seguir a
Jesús. Pero, como si nada en absoluto él debía seguir a Jesús. "Maestro
bueno", dijo él, "¿qué bien haré para tener la vida eterna?" Él
no había aprendido la primera lección que un cristiano conoce, lo que un
pecador convicto aprende, — a saber, que él está perdido. El joven mostró que
nunca había sentido su propia ruina. Él asumió que era capaz de hacer el bien
pero el pecador es como el leproso en Levítico 13 el cual no podía llevar una
ofrenda a Dios sino sólo quedarse fuera gritando: "¡Inmundo! ¡Inmundo!"
El joven no tenía conciencia del pecado. Él consideraba la vida eterna como el
resultado de que un hombre hiciera el bien. Él había estado haciendo lo que la
ley decía y hasta donde él sabía nunca la había quebrantado.
Nuestro Señor le dice: "¿Por qué me
llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la
vida, guarda los mandamientos". Él puede aceptarlo en ese terreno. Este varón
no tenía idea de que aquel a quien él estaba hablando era Dios mismo.
Simplemente vino a Él como un hombre bueno. En esta situación el Señor no
permitiría que se Le llamara bueno. Sólo Dios lo es. Al principio el Señor se
limita a tratar con él en su propio terreno. "Si quieres entrar en la
vida, guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No
adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu
madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo". (Versículos 17-19). El Señor
cita los mandamientos que se
relacionan con los deberes humanos, — la segunda tabla de la ley, como es
llamada. "Todo esto, — dice el joven, "lo he guardado desde mi
juventud. ¿Qué más me falta?" Pero el Señor dice: "Si quieres ser
perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en
el cielo; y ven y sígueme". ¿Y entonces qué? "Oyendo el joven esta
palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones". Él amó más sus
posesiones que a Jesús. Esto brindó a
nuestro Señor la oportunidad de revelar otra verdad, una verdad muy
sorprendente para un judío que consideraba la riqueza como un signo de la
bendición de Dios. Ello fue con un espíritu similar al que actuaron también los
amigos de Job aunque ellos eran gentiles, porque en verdad se trata del juicio
de la justicia carnal. Ellos pensaban que Dios debía estar en contra de Job
porque él se había visto envuelto en una prueba inaudita. El Señor saca a
relucir, con la perspectiva del reino de los cielos, la verdad solemne de que
las ventajas de la carne son auténticos estorbos para el Espíritu.
"Entonces
Jesús dijo a sus discípulos: De cierto
os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos" (es
decir, entrará con dificultad; no es que no pueda entrar, sino que
"entrará difícilmente"). Él lo reitera enfáticamente: "Otra vez
os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja" (más
allá de la naturaleza, obviamente) "que entrar un rico en el reino de Dios".
Cuando sus discípulos lo oyeron se asombraron en gran manera diciendo: ¿"¿Quién,
pues, podrá ser salvo?" El Señor se enfrenta a la objeción de ellos:
"Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas
para Dios todo es posible". (Versículos 24-26). Si ello se tratase de un
hombre haciendo cualquier cosa para entrar en el reino las riquezas no son más
que un estorbo. Y es así con todo lo demás que es considerado deseable. Con
independencia de lo que yo puedo tener y de aquello en lo que confío, sean
formas morales, posición o lo que sea, — estas cosas no son más que
impedimentos en lo que respecta al reino y hacen que entrar en dicho reino sea imposible
para el hombre. Pero para Dios (y podemos bendecirle por ello) todo es posible
sin que importe la dificultad. Por eso es que Dios escoge en Su gracia llamar a
toda clase y condición de personas. Nosotros leemos acerca de una persona
llamada de la corte de Herodes; leemos acerca de santos en la casa de César.
Una gran compañía de sacerdotes creyó; también Bernabé el levita con sus casas
y tierras; y, sobre todo, Saulo de Tarso, instruido a los pies de Gamaliel.
Todas estas dificultades sólo brindaron a Dios la oportunidad de vencer todos
los obstáculos mediante Su poder y Su gracia.
Cuando Pedro
oyó cuán difícil era para los ricos
salvarse pensó que era el momento para que él hablase acerca de lo que ellos habían
dejado por el Señor y de enterarse acerca de lo que ellos iban obtener por
ello. "He aquí,
nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?"
¡Qué dolorosamente natural fue esto! "Y Jesús les dijo: De cierto os digo
que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su
gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos,
para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o
hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi
nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna".
(Versículos 28, 29). No hay nada que el
creyente haga o padezca que no será recordado en el reino. Si bien esto es muy
bienaventurado también es un pensamiento muy solemne. Aunque nuestros modos de
obrar ahora no tienen nada que ver con la remisión de nuestros pecados, ellos tienen
suma importancia como testimonio de Cristo y repercutirán de manera muy
decisiva sobre nuestro futuro lugar en el reino. No debemos utilizar la
doctrina de la gracia para negar la de las recompensas; pero aun así, Cristo es
el único motivo para el santo. Nosotros recibiremos según lo que hayamos hecho mientras
estábamos en el cuerpo, sea bueno o sea malo, tal como el Señor muestra
claramente aquí. Los doce habían seguido al Señor rechazado aunque Su gracia
les había dado el poder. No fueron ellos los que Le habían elegido a Él sino
que Él los había elegido a ellos. (Juan 15: 16). Ellos son alentados ahora por
la seguridad de que en el momento bienaventurado de la regeneración cuando el
Señor obrará una gran transformación en este mundo (pues así como Él regenera a
un pecador así Él regenerará al mundo), el trabajo y el padecimiento por Su nombre
no serán olvidados por Él.
Recuerden
ustedes que de lo que aquí se habla no se
refiere al cielo: hay un trabajo aun mejor en el cielo que juzgar a las doce
tribus de Israel. Sin embargo, ello es un destino glorioso reservado a los doce
apóstoles durante el reinado de Cristo sobre la tierra. Una gloria similar está
destinada para otros santos de Dios tal como leemos en 1ª Corintios 6: 2:
"¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?" Esto es usado
allí para mostrar la incongruencia de que un santo busque el juicio del mundo
en un asunto entre él y otro cristiano porque la porción y la bendición del
cristiano están completamente aparte del mundo y él debe ser fiel a los objetivos
para los que Cristo lo ha llamado.
En cuanto
a todas las relaciones y ventajas naturales
de esta vida, si ellas se pierden por causa de Su nombre los perdedores
recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna. El Evangelio de Juan habla
acerca de la vida eterna como algo que poseemos ahora: los demás evangelios hablan
de ella como algo futuro. De hecho, nosotros la tenemos ahora morando en
nosotros; en aquel entonces nosotros entraremos en su morada y tendremos su
plenitud en la gloria en breve. "Pero muchos primeros serán postreros, y
postreros, primeros". ¡Qué insinuación para Pedro, — y para todos
nosotros! Una pretensión de justicia propia es una trampa fácil y pronto
encuentra su nivel. Si el abandono de todo es valorado ha perdido todo su
valor. Por lo tanto, muchos de los que comenzaron a correr bien la carrera se
apartaron de la gracia para ir a la ley y el propio Pedro fue culpado por el
último (pero primero) de los apóstoles, como sabemos por la epístola a los
Gálatas. (Véase Gálatas 2: 11-14).
Que el
Señor haga que Su gracia sea la fortaleza de
nuestros corazones; y si hemos padecido la pérdida de alguna o de todas las
cosas, ¡que las consideremos todavía como basura para ganarle a Él! (Filipenses
3: 8).
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2022
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBA = La Biblia
de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
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