COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo - Capítulo 21 (William Kelly)

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Disertaciones acerca del Evangelio de Mateo

 

William Kelly

 

Obras Mayores Neotestamentarias

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Mateo 21

 

Jesús llega al Monte de los Olivos. Los judíos sabían muy bien lo que había sido profetizado respecto a este monte; ellos debiesen haber entrado en el espíritu de lo que el Señor estaba haciendo.

 

El hecho de enviar a buscar el pollino muestra al Señor como Jehová, el cual tiene perfecto derecho a todo. "El Señor (Jehová) los necesita". [Véase nota 18]. ¿Qué hay más profundo que Su conocimiento de las circunstancias en el seno del futuro? ¡Cuán evidente es Su control sobre la mente y los sentimientos del propietario! Manso como Él era, sentado sobre un asna, el Rey de Sión según el profeta, Él era en verdad tan ciertamente Jehová como el Mesías que venía en Su nombre, — y la expresión, "los necesita", es tan sorprendente como la gloria de Su persona.

 

[Nota 18]. Sólo Mateo menciona "una asna atada, y un pollino con ella", conforme a Zacarías 9: 9. "Trajeron el asna y el pollino; y pusieron sobre ellos sus vestidos, y él se sentó sobre éstos". (Versículos 2, 7 – VM). Los otros tres Evangelios sólo mencionan el pollino. Aquí en Mateo el antiguo Israel y la nación renovada están así conectados. La entrada del Señor en Jerusalén es "sobre un pollino hijo de asna" (Zacarías 9: 9), — ¡el nuevo Israel Le hará entrar con hosannas! La perspectiva dispensacional de Mateo es puesta así de nuevo ante nosotros. Según la ley el asno era "inmundo"; pero su pollino podía ser redimido. Véase Job 11: 12; Éxodo 13: 13; Éxodo 34: 20, etcétera. [Nota del Editor en Inglés].

 

El Señor avanza hacia Jerusalén. Y la multitud aclama, "¡Hosanna al Hijo de David!". Ellos aplican el Salmo 118 al Mesías y lo hicieron correctamente. Ellos pudieron haber sido muy poco inteligentes y quizás algunos pueden haberse unido después al temible clamor: "Su sangre sea sobre nosotros" (Mateo 27: 25); pero aquí el Señor guía la escena. Él llega a la ciudad pero Él es desconocido: los suyos no lo conocen. Ellos preguntan: "¿Quién es éste?" La multitud tenía tan poco entendimiento que ellos responden: "Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea". Pero aunque sólo ven a Jesús de Galilea Él se muestra como Rey y asume un lugar de autoridad y poder. Él entra en el templo y derriba las mesas de los cambistas, etcétera. Esto puede ser considerado ciertamente como un incidente milagroso pues fue sorprendente que Aquel a quien ellos conocían sólo como el profeta de Nazaret entrase tan audazmente en el templo de ellos y expulsara a todos los que lo estaban profanando. Pero ellos no se volvieron contra él. El poder del Dios del templo estaba allí y ellos huyeron; sin duda en sus conciencias repercutían las palabras del Señor acerca de que ellos habían hecho de Su casa una cueva de ladrones. Pero aquí no solamente vemos el testimonio de la multitud acerca de la realeza de Jesús sino la respuesta a ella, por así decirlo, en el acto de Jesús. Como si Él hubiera dicho: «Vosotros me aclamáis como Rey y yo demostraré que lo soy.» Consecuentemente Él reina, por así decirlo, en justicia, y limpia el templo contaminado. ¡En qué estado no habían caído los judíos! ¡"Mi casa, casa de oración… mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones"! (Versículo 13).

 

Hubo dos purificaciones, — una antes del ministerio público de nuestro Señor y otra al final del mismo. Juan registra la primera; Mateo la última.

 

En nuestro Evangelio es un acto de poder Mesiánico en el que Él purifica Su casa o al menos actúa para Dios como Su Rey. En Juan es más bien el celo por la honra herida de la casa de Su Padre pues leemos, "No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado". (Juan 2: 16). Un motivo colateral por el que Juan nos habla de la primera limpieza en el comienzo de su Evangelio es que él asume el rechazo de Israel de inmediato. Por eso el rechazo de Cristo por parte de ellos expuesto en este acto fue la consecuencia inevitable de Su rechazo por parte de ellos y este es el punto desde el que Juan empieza cuando él comienza con los modos de obrar del Señor antes de Su ministerio.

 

Pero ahora ciegos y cojos vienen a Él para ser sanados. Él perdonó todas sus iniquidades y sanó todas sus dolencias. (Salmo 103: 3). Ambas clases de personas eran las aborrecidas por el alma de David, — ello fue el efecto del escarnio sobre David (2º Samuel 5: 6-8). ¡Qué bienaventurado es el contraste en el Hijo de David! Él expulsa del templo a los religiosos egoístas y recibe allí a los pobres, ciegos, y cojos, y los sana, — justicia perfecta y gracia perfecta.

 

Por una parte están las voces de los muchachos aclamando: "Hosanna", etcétera, — la atribución de la alabanza a Él como Rey, el Hijo de David; por otra parte está el Señor actuando como Rey y haciendo aquello que los judíos bien sabían que había sido profetizado acerca de su Rey. Allí estaba el Rey confesado; pero no por los principales sacerdotes y los escribas los cuales se resintieron rechazándole deliberada e intencionalmente: "No queremos que éste reine sobre nosotros". (Lucas 19: 14). Por lo tanto, naturalmente ellos procuran hacer callar a los muchachos y Le piden a Jesús que los reprenda: "¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?" (Versículo 16). El poder de Jehová estaba allí y había una boca que lo reconocía aunque sólo en los infantes y en los que mamaban. Así que Él "dejándolos, salió fuera de la ciudad", — un acto significativo y solemne. Ellos Le rechazaron y Él los abandona dando la espalda a la ciudad amada.

 

Volviendo a Jerusalén al día siguiente el Señor tiene hambre y busca el fruto de la higuera pero no lo encuentra. Él pronuncia entonces una maldición sobre la higuera y en seguida ella se seca. La sentencia sobre la higuera fue una maldición emblemática sobre el pueblo, — Israel era la higuera. El Señor no encontró más que hojas y la palabra es que nunca jamás crecerá fruto alguno en ella. La nación no había logrado dar fruto a Dios cuando tenía todos los medios y oportunidades para glorificarle y servirle; y ahora son quitadas todas las ventajas y el viejo tronco es abandonado, — es un árbol muerto.

 

Marcos dice que aún no era tiempo de higos. (Marcos 11: 13). Muchos se han desconcertado ante esto como si el Señor buscara higos en un momento en que no podía haber ninguno. El significado es que el tiempo para la recolección de higos no había llegado, — no era tiempo de higos aún. Debiese haber habido una manifestación de frutos pero sólo había hojas, — había sólo una profesión externa. Ella era completamente estéril. Los discípulos se asombraron pero el Señor les dijo además: "Si a este monte (que simboliza el lugar de Israel entre las naciones como exaltada entre ellas) dijereis: Quítate y échate en el mar", etcétera. Esto ha sido hecho. No sólo ningún fruto es producido para Dios sino que Israel como nación ha sido arrojado al mar, — como perdido en la masa de gentes. — hollado y oprimido bajo los pies de los gentiles.

 

Los principales sacerdotes y los ancianos de Israel vienen ahora a atacar al Señor: ellos Le interrogan: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?", — a saber, la expulsión de los mercaderes del recinto del templo, — "¿y quién te dio esta autoridad? No Le fue dada por ellos, en efecto; y los ojos de ellos estaban cerrados en cuanto a Su gloria. Nuestro Señor responde preguntando cuál era el pensamiento de ellos acerca del bautismo de Juan. Él no apela a los milagros ni a las profecías sino a la conciencia. ¡Cuán evidente había sido el cumplimiento de los antiguos oráculos en Su persona, en Su vida y en Su ministerio! ¡Cuán pleno era el testimonio de señales y prodigios obrados por Él! Sin embargo la pregunta de ellos demostró cuán vano había sido todo así como la pregunta de Él demostró la deshonestidad o la ceguera de ellos. En cualquier caso, ¿quiénes eran ellos para juzgar? Poco pensaron en que al procurar escrutar al Señor de gloria en realidad ellos no hicieron más que desenmascarar su propia distancia y alejamiento de Dios. De hecho, siempre es así. Nuestro juicio acerca de lo que concierne a Cristo o nuestra negativa a juzgar lo que concierne a Cristo es un indicador infalible de nuestra propia condición. En este caso (versículos 23-27) la falta de conciencia fue evidente, — y en ningún lugar ello es tan fatal como en los guías religiosos. "Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta". Dios no estaba en sus pensamientos y por tanto todo era falso y erróneo. Y si Dios no es el objeto el ídolo es el yo. En realidad y en lo esencial estos principales sacerdotes no eran más que esclavos del pueblo sobre cuya fe, o superstición, ellos tenían dominio. "Tememos al pueblo". Al menos esto fue cierto. "Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos". A qué miserable subterfugio son ellos conducidos, — ¡ellos mismos reconocen que son ¡guías ciegos! A los tales el Señor declina dar cuenta alguna de Su autoridad. Una y otra vez ellos habían visto las obras de Su poder benigno y la pregunta de ellos proporcionó la prueba de que una respuesta era inútil. Aunque ellos  pudieran, no verían.

 

Pero nuestro Señor hace más. En la parábola de los dos hijos Él incrimina a estos líderes religiosos de estar más alejados de Dios que las clases más despreciadas del país. "De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis", etcétera. (Versículos 31, 32). Formas decentes de homenaje de labios - " Sí, señor, voy. Y no fue", — esa era la religión de los que estaban en lo más alto de la estimación del mundo de aquel día. La hipocresía estaba allí para cubrir la voluntad propia y la soberbia con el manto de la religiosidad, lo cual hacía que ellos fuesen más obstinados que las personas que desacreditaban las decencias de la sociedad en formas disolutas o de algunos modos de obrar despreciables. Ellos eran más accesibles a los emotivos llamamientos de Juan que estos fariseos. Sordos al llamamiento de la justicia ellos estaban igualmente endurecidos contra las operaciones de la gracia de Dios incluso donde ella era más conspicua. "Y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle". El arrepentimiento despierta el sentido de la relación con Dios como aquel contra quien se ha pecado. Las resoluciones de la naturaleza comienzan y terminan en, "Sí, señor, voy". El Espíritu de Dios produce la profunda convicción de pecado contra Él sin espacio ni deseo de excusa. Pero dicha convicción está perdida para la religión mundana la cual resistiendo por igual el testimonio de Dios y la evidencia de la conversión en otros se sumerge en oscuridad y hostilidad crecientes hacia Dios. Por lo tanto, el juez de todos declara que estos hombres soberbios y autocomplacientes son peores que aquellos a quienes ellos despreciaban. Ellos no eran ahora los jueces, — ellos eran los juzgados.

 

Además el Señor les pide que oigan otra parábola que no sólo expone de una doble forma la conducta de ellos hacia Dios sino el trato de Dios con ellos, a saber, en primer lugar en la perspectiva de la responsabilidad humana bajo la ley; y en segundo lugar en la perspectiva de la gracia de Dios bajo el reino de los cielos. Lo primero es desarrollado en la parábola del padre de familia (versículos 33-41); lo segundo en la fiesta de bodas del rey para su hijo (Mateo 22: 1-14). Consideremos lo primero.

 

"Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos". (Versículos 33, 34). Se trata de un retrato que está fundamentado en el esbozo de Isaías capítulo 5 y que lo completa, — es una imagen de los favores peculiares de Dios para con Israel. "¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?" (Isaías 5: 4). Él los había sacado de Egipto y los había establecido en una tierra hermosa con todas las ventajas proporcionadas por Su bondad y Su poder. Hubo un arreglo concreto, abundantes bendiciones, amplia protección. Entonces Él buscó fruto recordándoles Sus derechos por medio de los profetas. "Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon". (Versículo 35). Hubo también plena paciencia. "Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera". Preguntémonos, ¿Quedaba allí alguna posibilidad? ¿Una esperanza por más que fuera desesperada? "Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera de la viña, y le mataron". (Versículos 37-39). Ellos reconocieron entonces al Mesías pero ello sólo provocó la malicia y las codicias mundanas de ellos. "Matémosle, y apoderémonos de su heredad". No fue sólo la falta de fruto, el rechazo persistente de todas las justas reivindicaciones de Dios, y el hecho de privarle de toda debida devolución sino el más pleno estallido del aborrecimiento rebelde cuando fueron puestos a prueba mediante la presencia del Hijo de Dios en medio de ellos. El período de prueba ha terminado; la cuestión del estado del hombre y de los esfuerzos de Dios por obtener fruto de Su viña ha llegado a su fin. La muerte del Mesías rechazado ha finalizado este libro. El hombre, — el judío, — debiese haber dado una respuesta adecuada a Dios por los beneficios a él concedidos en profusión pero su respuesta fue, — la cruz. Es demasiado tarde para hablar de lo que los hombres deberían ser. Probados por Dios en las circunstancias más favorables traicionaron y derramaron la sangre inocente; mataron al Heredero para apoderarse de su heredad. Por eso es que el juicio es ahora la única porción que el hombre bajo la ley tiene que esperar. "Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?" Los pobres judíos, insensibles como estaban, no pudieron sino confesar la triste verdad: "A los malos destruirá sin misericordia ", etcétera. (Versículo 41). La iniquidad de los labradores no logró consumar su propio fin egoísta tan ciertamente como que nunca rindió frutos dignos de Aquel cuyo próvido cuidado dejó a los hombres sin excusa. Pero los derechos del padre de familia estaban intactos; y si todavía estaba "el señor de la viña", ¿era Él indiferente a la culpa acumulada de los siervos agraviados y de Su Hijo ultrajado? No podía ser. Siendo ellos mismos los testigos Él debía vengarse aún más rápidamente a causa de Su larga paciencia e incomparable amor tan vergonzosamente desdeñados y desafiados. Otros querrían que la viña les fuere dejada a ellos y ellos pagarle a Él el fruto a su tiempo.

 

De este modo la muerte de Cristo no es vista en esta parábola como en los consejos de Dios sino como el clímax del pecado del hombre y la escena final de su responsabilidad. Ya sea que la ley o los profetas o Cristo buscaran fruto para Dios todo fue vano, no porque la demanda de Dios no fuera justa sino porque el hombre, — en efecto, el hombre favorecido con toda concebible ayuda, — era irremediablemente malo. En este aspecto el rechazo del Mesías tuvo el significado más solemne porque demostró más allá de toda apelación que el hombre, el judío, no tenía amor por Dios, amor por quien él había sido bendecido. No sólo fue que él era malo e injusto sino que no pudo soportar el perfecto amor y la perfecta bondad en la persona de Cristo. Si hubiese habido una sola partícula de luz o de amor divino en el corazón de los hombres ellos habrían reverenciado al Hijo; pero ahora resalta la demostración completa de que el hombre natural es irremediablemente malo y que la presencia de una Persona divina que vino en amor y bondad, un Hombre entre los hombres, sólo brindó la oportunidad final de asestar el golpe más malicioso e insultante a Dios mismo. En una palabra, se mostró y se declaró ahora que el hombre  estaba PERDIDO. "Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre". (Juan 15: 22-24). La muerte de Cristo fue el gran momento decisivo en los modos de obrar de Dios; la historia moral del hombre, en el sentido más importante, termina allí.

 

"Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" (Versículo 42). Esta era la conducta de los que eran líderes en Israel revelada en sus propias Escrituras. ¡Maravilloso hecho por parte del Señor! — fue el manifiesto revés de los que se erigieron y fueron aceptados como actuando en Su nombre: algo aún a ser maravilloso a los ojos de Israel, cuando el ahora oculto pero exaltado Salvador Se muestre, el gozo de un pueblo convertido que en aquel entonces recibirá y bendecirá para siempre a su otrora rechazado Rey; pues verdaderamente para siempre es Su misericordia. Mientras tanto Sus labios pronuncian la sentencia de rechazo seguro del elevado estado de ellos: "Por tanto os digo, que el reino de Dios [no reino de los cielos pues ellos no lo tenían] será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él". (Versículo 43). Tampoco esto fue todo porque, "el que cayere sobre esta piedra" (Él mismo en humillación) "será quebrantado; y sobre quien ella cayere (es decir, posterior a Su exaltación), le desmenuzará". (Versículo 44). De este modo Él expone los tropiezos resultantes de la incredulidad y además la ejecución efectiva del juicio destructivo, ya sea individual o nacional, judío o gentil, en Su aparición en gloria. (Compárese con Daniel 2).

 

 

En todos los aspectos se trata de una escena notable y el Señor que se acerca ahora a la conclusión de Su testimonio habla con una decisión lacerante. De modo que espiritualmente impotentes y torpes como podían ser los principales sacerdotes y los fariseos, y por más que Sus palabras fuesen expresadas en forma de parábolas el sentido y la finalidad eran claramente percibidas. Y sin embargo con independencia de cuál era la homicida voluntad de ellos, ellos no pudieron hacer nada hasta que llegó Su hora porque el pueblo se sometió en cierta medida a Su palabra y Le tenían por profeta. Él trajo a Dios a la presencia de la conciencia de ellos y el temor de ellos respondió débilmente a Sus palabras acerca del infortunio venidero.

 

William Kelly

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Junio 2022

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
"Lectures on the Gospel of Matthew", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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