Disertaciones
acerca del Evangelio de Mateo
William Kelly
Obras Mayores Neotestamentarias
Todas las citas bíblicas se
encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además
de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que podrán ser consultadas al final de cada capítulo..
Prefacio
«El autor
confía que el volumen pueda demostrar ser de ayuda a los que aceptan las
Escrituras como la Palabra de Dios y tienen confianza en la guía benigna del
Espíritu Santo, el cual es enviado desde el cielo a glorificar a nuestro Señor
Jesús. Aquí se ha hablado sobriamente de los asuntos críticos: en otro lugar se
puede entrar en ellos con más detalle; porque la verdad no tiene nada que temer
y mucho que ganar de la criba más minuciosa, si esta es competente y sincera.
Sin embargo, en la presente ocasión la interpretación directa ha sido el
objetivo, y el provecho práctico de las almas.»
Guernsey, Febrero de 1868.
INTRODUCCIÓN
El hecho de que el Espíritu de Dios, al inspirar a Mateo, tuvo en
perspectiva las aspiraciones y necesidades de los judíos, la evidencia del
Mesianismo de Jesús y las consecuencias de Su rechazo tanto para ellos como
para los gentiles, es una verdad que se ha impuesto a sí misma sobre la mayoría
de los cristianos que han examinado los Evangelios con algún cuidado
discernidor. Las pruebas internas de tal designio son tan amplias y variadas
que lo único que sorprende es cómo una mente inteligente podría poner en duda
los hechos o la inferencia. Sin embargo, se nos dice que si un objetivo judío
hubiese sido mantenido constantemente ante el evangelista, la visita de los
magos gentiles no podría haber sido relatada exclusivamente por Mateo, del
mismo modo que la circuncisión de Jesús y Sus frecuentes asistencias a las
pascuas en Jerusalén podrían haber sido relatadas exclusivamente por Lucas si
él hubiera escrito para los gentiles. La objeción no tiene fuerza alguna cuando
se ve que el Espíritu tuvo la
intención, por medio de Mateo, de hacer
el seguimiento de la desafección de los Judíos para con un Mesías semejante tal
como sus propias Escrituras retratan, no sólo exteriormente glorioso, sino
primeramente como una Persona divina, aunque un hombre, insinuando en Su nombre
mismo que Él era Jehová, que venía a salvar a Su pueblo de sus pecados, y no
meramente de sus enemigos. (Mateo 1). ¡Qué retrato sigue a continuación en el
capítulo 2! ¡Jerusalén turbada ante las noticias de Su nacimiento, y distantes
magos Gentiles del Oriente que venían a rendirle homenaje! ¿Es esta la
refutación del especial designio de Mateo? ¿Qué ilustración más hermosa de ello
puede ser buscada? Y si Lucas nos presenta las más encantadoras visiones del
remanente piadoso de Israel, y del Señor Jesús presentado primeramente en medio
de ellos con la más exacta atención a cada requisito de la ley, ¿de qué manera
deja esto de lado el testimonio de un Evangelio que abunda con evidencia de que
Dios nos presenta allí a Cristo, remontándose en Su origen hasta "Adán,
que era hijo de Dios" (Lucas 3: 38), y no desde Abraham y David, que eran
el depositario de la promesa y del linaje del reino en Israel respectivamente?
¿Olvidaron los objetores que el gran apóstol de los Gentiles puso por obra
regularmente el principio sobre el cual él insiste —"al judío
primeramente, y también al griego"? (Romanos 1: 16; Romanos 2: 10). Los
escritores inspirados reflejaron la riqueza de los modos de obrar de la gracia
de Dios, no de la tecnicidad de la rutina humana.
Es evidente,
asimismo, que las aparentes discrepancias en los relatos sincrónicos de los
Evangelios sinópticos deben surgir, o bien de la debilidad de los instrumentos
humanos, o de la sabiduría de gran alcance del Espíritu el cual imprimió sobre
cada uno de ellos un designio especial, y así insertó, suprimió, o presentó
variadamente el mismo hecho o verdad sustancial para la prosecución de aquel
designio, no presentando jamás nada más que la verdad y, no obstante,
presentando así la verdad completa. ¿Por qué la incredulidad afirma que una
diferencia tal de designio es una teoría a
priori? [Nota 1]
[Nota 1] A
priori = locución adverbial. Antes de examinar el asunto de que se trata.
(Fuente: DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA -
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA).
El testimonio habitual de cada Evangelio debe decidir este asunto. ¿Qué
puede ser más manifiestamente a priori que el hecho de imputar, sobre un
terreno como este, «inexactitudes históricas demostrables» a los historiadores
inspirados, de los asuntos de más peso dados alguna vez al hombre para que él
los registrase? Si el único método de escribir una vida fuese el de una simple
secuencia, podría haber una apariencia de razón; pero, algunas de las
biografías más famosas entre los hombres se alejan, en general o en parte, del
mero orden de ocurrencia. ¿Qué se pensaría acerca del hecho de atacar el crédito
de ellas por un motivo como
este? La falta radica en aquellos que objetan, no en la Escritura.
Yo tengo la certeza de que Mateo y Lucas fueron guiados a seguir un
orden exacto, uno de ellos el orden dispensacional, el otro el orden moral; y
de que ellos son mucho más profundamente instructivos que si uno u otro, o
ambos, hubiesen adherido a la misma manera básica de un analista; y que es un
mero grave error el hecho de caracterizar cualquier diferencia o arreglo
resultante (tal como Mateo 8: 28, etcétera, comparado con Marcos 5: 1,
etcétera, y Lucas 8: 26, etcétera) como una discrepancia real. Que tales
defensores de la fe hagan lo peor que pueden hacer, pero el Cristiano no tiene
nada que temer, sino sólo creer, y él verá la gloria del Señor y la belleza de
la verdad. Indudablemente, una disposición diferente consiste en, y supone, el
mismo incidente situado de diversas maneras, y está pensado, con deliberado
designio, como para sacar a la luz más plenamente la verdad; pero, ¿de qué
manera demuestra esto ser una discrepancia 'real'?
En todas partes se acepta que el Señor puede haber repetido la misma
verdad, tal como Él repitió a menudo milagros similares. Pero, una diferencia
de designio, por sí sola, es la explicación de todo el fenómeno de los
Evangelios, y esto no es para deshonra de los escritores, sino para alabanza de
su verdadero y divino Autor. El testimonio presencial y el apostolado no logran
satisfacer el caso, porque dos de los cuatro Evangelistas no fueron ni lo uno,
ni lo otro. El fundamento del nuevo edificio consiste de profetas así como
también de apóstoles; y aunque Dios proporcionó testigos presenciales, Él
demostró Su supremacía proporcionando los detalles más gráficos del ministerio
de nuestro Señor mediante los mismos dos que no habían visto lo que ellos
describen con detalles más gráficos que los detalles que son encontrados en los
relatos de los dos que describen lo que ellos vieron. Tan falso es este
criterio, incluso en cuanto a los dos apóstoles, que sólo Juan no
presenta la escena de la agonía, ni la de la transfiguración, y sin embargo,
solamente él de entre los evangelistas estuvo entre los más cercanos a ambos
acontecimientos. Sólo él presenta la caída a tierra de la banda armada (Juan
18: 6), aunque Mateo la contempló al igual que él. Y Mateo presenta con la
mayor plenitud el discurso profético en el monte de los Olivos (Mateo capítulos
24 y 25); mientras que Juan no lo presenta en absoluto, aunque es el único
Evangelista que estuvo presente para oírlo.
El propósito del Espíritu es la verdadera y única clave en cada caso.
Así, en cuanto a la inscripción en la cruz, nada es más sencillo que la
perfección de cada informe para cada Evangelio; mientras que puede ser que el
verdadero escrito contuviera el informe de Juan con la adición de las palabras
iniciales de Mateo, adecuando el Espíritu Santo cada forma a Su objetivo en los
Evangelios respectivos. La inspiración plenaria no excluye en absoluto sino que
acentúa el designio especial. La verdadera pregunta es: ¿Debemos atribuir sus
diferencias de forma a la sabiduría de Dios o a la debilidad del hombre? Por
otra parte, la diferencia de lectura es un asunto de copias humanas, no del
original inspirado. Por último, el apóstol no insiste meramente en que los
hombres fueron inspirados, sino en que el Libro, — sí, toda Escritura- es
divinamente inspirada.
Existe la evidencia más sólida para demostrar que el Griego de Mateo es
el original y no una versión, aunque el Evangelista, posiblemente, pueda
haberlo escrito también en Hebreo para la Iglesia temprana en Judea. Esto podía
caducar, y lo que se necesitaba permanentemente perduraría.
Mateo 1
He pensado que sería provechoso ocuparse en uno de los Evangelios, y
trazar, tan sencillamente como el Señor me capacite, el esquema general de la
verdad revelada allí. Es mi deseo señalar el objetivo y el designio especiales
del Espíritu Santo, a fin de proporcionar a aquellos que valoran la Palabra de
Dios, indicios tales que puedan tender a
responder algunas de las dificultades que surgen en las mentes de
muchos, y también a expresar de manera más clara grandes verdades que son
susceptibles de ser pasadas por alto livianamente. Puedo asumir que el Espíritu
de Dios no nos ha presentado aquí estos relatos acerca de nuestro Señor susceptibles
a los errores de los hombres, sino que, por el contrario, Él mantuvo Su inerrante
mano poderosa sobre aquellos que, en sí mismos, eran hombres sujetos a pasiones
semejantes a las nuestras. En una palabra, el Espíritu Santo ha inspirado estos
relatos para que podamos tener plena certeza de que Él es el autor de ellos, y ellos
llevan así el sello de Su propia perfección. Así como Él se ha complacido en
presentarnos varias narraciones, Él ha tenido igualmente un motivo divino para
cada una de ellas. En resumen, Dios ha procurado Su propia gloria en esto, y la
ha asegurado.
Ahora bien, no puede caber duda alguna, para cualquiera que lee los
Evangelios con el más pequeño de los discernimientos, que el primero de ellos está
muy notablemente adaptado para satisfacer la necesidad de los Judíos, y que
saca a la luz las profecías del Antiguo Testamento y otras Escrituras que
encuentran su cumplimiento en Jesús. Por consiguiente, hay más citas
Escriturales que son aplicadas a la vida y muerte de nuestro Señor en este
Evangelio que en todos los demás en su conjunto. Todo esto no fue algo que fue
dejado a la discreción de Mateo. Es evidente el hecho de que el Espíritu Santo
usó la mente del hombre para sacar a la luz Su propio designio; pero, cuando yo
digo que Dios inspiró a Mateo para el propósito, lo que quiero dar a entender es
que el Espíritu Santo se complació en guardarle y guiarle perfectamente en lo
que él iba a divulgar.
Además de presentar a nuestro Señor de forma tal que abordara los
pensamientos y sentimientos correctos o errados de un Judío; además de
proporcionar las pruebas más particularmente deseadas para satisfacer su mente,
es evidente, a partir del carácter de los discursos y parábolas, que el rechazo
del Mesías por parte de Israel, y las consecuencias de ello para los Gentiles,
son aquí los grandes pensamientos prominentes en la mente del Espíritu Santo.
Por eso es que la ascensión no está en Mateo. El Judío, si había comprendido
las profecías del Antiguo Testamento, habría esperado que viniese un Mesías,
sufriera, muriera, y resucitase, "conforme a las Escrituras". (1ª
Corintios 15: 3, 4). En Mateo nosotros tenemos Su muerte y resurrección, pero Él
es dejado allí; y no sabríamos, a partir de los hechos relatados sólo por él,
que Cristo ascendió al cielo en absoluto. Nosotros debemos saber que ello
estuvo implícito en algunas de las palabras pronunciadas por Cristo; pero, en
efecto, Mateo nos deja con Cristo mismo aún en la tierra. El último capítulo no
describe la ascensión de Cristo, tampoco Su sesión a la diestra de Dios [Véase
nota 2], sino que Lo describe a Él hablando a los discípulos aquí abajo. Una
presentación tal de Cristo fue, peculiarmente, la que necesitaban conocer los
Judíos. fue más adecuada para ellos que para cualquier otro pueblo en la
tierra.
[Nota 2] Sesión
= acción y efecto de sentarse (Fuente:
DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - REAL
ACADEMIA ESPAÑOLA).
¿Y quién fue el agente empleado, y con qué idoneidad? — Pues
fue uno de los doce que acompañó al
Señor desde el principio de Su ministerio hasta que Él fue llevado de entre
ellos al cielo. (Hechos 1: 11 – NC). En aquel entonces él fue un testigo evidentemente
competente para el Judío y mucho más idóneo de lo que habrían sido Marcos y
Lucas, los cuales no fueron, hasta donde sabemos, compañeros personales del
Señor. Pero hubo esta peculiaridad, — que
Mateo era un publicano, o recolector de impuesto, de profesión. Aunque era
Judío él trabajaba para los Gentiles, posición que le haría especialmente
aborrecible a sus compatriotas. Ellos le consideraban con aún más sospecha que
a un extranjero. Esto haría que parezca, a primera vista, más extraordinario
que el Espíritu Santo emplease a un tal para informar de Jesús como el Mesías. Pero,
recordemos que hay otro objetivo a lo largo de todo el Evangelio de Mateo; y este
es que no se trata sólo del registro de Jesús como el verdadero Mesías para
Israel, sino que este evangelio nos muestra Su rechazo por parte de
Israel y las consecuencias de la funesta incredulidad de ellos, — a saber, que
todas las barreras que habían existido hasta aquel momento entre Judío y Gentil
fueron derribadas, — emanando la misericordia de Dios hacia aquellos que eran
despreciados y bendiciendo al Gentil de tan buen grado y tan plenamente como al
Judío. De este modo, la admirable pertinencia de emplear a Mateo el publicano,
y su consistencia con el alcance de su tarea, son evidentes.
Estas pocas observaciones pueden ayudar a evidenciar que hubo la mayor
idoneidad en el empleo del primero de los cuatro Evangelistas para hacer la
obra designada para él. Si nuestro objetivo fuera examinar a los demás
evangelistas se podría fácilmente poner de manifiesto que cada uno tuvo
exactamente la obra correcta que él debía hacer. A medida que procedamos a
través de este Evangelio ustedes se sorprenderán, no dudo, por la sabiduría que
escogió a un tal para presentar el relato del Mesías rechazado, despreciado por
Sus culpables hermanos según la carne.
Pero, yo me limitaré, por ahora, a mostrar con qué sabiduría Mateo
introduce tal relato del Mesías. Pues muchos deben haber quedado más o menos
sorprendidos por el registro de nombres preliminar, y pueden haberse preguntado
quizás, «¿Qué beneficio ha de ser
obtenido de una lista como esta?» Pero, nunca pasemos
por alto nada en la
Escritura como siendo un asunto liviano o dudoso. Hay una profundidad de bienaventurado
significado en la narración que Mateo nos presenta acerca de la genealogía del
Señor. Por lo tanto, yo debo ahondar un poco acerca de la manera perfectamente
hermosa en que el Espíritu de Dios ha trazado aquí Su linaje, y dirigir la
atención, brevemente, al modo en que ello armoniza con el relato divino acerca
de Jesús para el Judío, el cual estaría planteando constantemente la pregunta de
si acaso Jesús era realmente el Mesías.
Se observará que la genealogía difiere aquí totalmente de la que tenemos
en Lucas, donde no es presentada al principio sino al final del capítulo 3.
Así, en el Evangelio de Lucas aprendemos mucho acerca del Señor antes de que
aparezca Su genealogía. ¿Por qué fue esto? Lucas estaba escribiendo a los
Gentiles, acerca de los cuales no se podía suponer que estaban igualmente o del
mismo modo interesados en Sus relaciones mesiánicas. Pero, cuando ellos se
hubiesen enterado, en algún grado, acerca de quién era Jesús, sería muy
interesante ver cuál era Su linaje como hombre, y retroceder en su ascendencia
hasta Adán, el padre de toda la familia humana. ¿Y qué más adecuado sería
vincularle a Él con la cabeza de la raza, si el objetivo era mostrar la gracia
que saldría a la luz hacia toda la humanidad, la gracia de Dios portadora de
salvación manifestada a todos los hombres? Uno podría colocar esa palabra que
está en Tito 2: 11 como un frontispicio al Evangelio de Lucas. Leemos, "Porque
la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres". Es
la gracia de Dios en la persona de Su Hijo, el cual se hizo hombre, relacionado
en cuanto a humanidad con toda la familia del hombre, aunque la naturaleza en
Él fue siempre única, y totalmente santa.
Pero aquí en Mateo nos encontramos sobre un terreno más estrecho
circunscrito a una determinada familia, la simiente real de una determinada
nación, el pueblo escogido de Dios. Abraham y David son mencionados en el
primer versículo mismo. "Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abraham". ¿Por qué estos dos nombres son seleccionados así;
y por qué aquí son puestos juntos en este breve resumen? Son puestos juntos debido
a que todas las esperanzas de Israel estaban estrechamente ligadas con aquello que
fue revelado a estas dos personas, pues David fue la gran cabeza del reino,
aquel en quien se fundamentaba la verdadera línea del trono del Mesías. Saúl
fue meramente el rey carnal que el propio Israel buscó transitoriamente por voluntad
propia de ellos. David fue el rey que Dios escogió y es mencionado aquí como el
antepasado del Ungido de Jehová, — el "Hijo de David". Por otra
parte, Abraham fue el único de quien se dijo que todas las naciones serían
bendecidas en él. (Génesis 22: 18, etcétera). De este modo, las palabras
iniciales nos preparan para todo el Evangelio. Cristo vino con toda la realidad
del reino prometido al Hijo de David. Pero si Él era rechazado como Hijo de
David, aun así, como Hijo de Abraham, no sólo había bendición para el Judío,
sino para el Gentil. Él es verdaderamente el Mesías; pero si Israel no lo
aceptará, Dios traerá a las naciones, durante la incredulidad de ellos, a
experimentar Su misericordia.
Habiéndonos presentado esta visión general, llegamos a los detalles.
Comenzamos con Abraham, no retrocediendo en la ascendencia de Jesús hasta él,
sino ascendiendo desde él. Todo Judío comenzaría con Abraham, y estaría
interesado en seguir las etapas de la línea desde aquel al cual todos ellos estaban
subordinados. [Nota 3].
[Nota 3] Tengan
ustedes en cuenta que sería una imposibilidad que algún Judío presentase ahora
su genealogía desde Abraham o David, como debe serlo para autenticar la
reclamación Mesiánica. Esto nos es presentado tanto en el aspecto legal, o
aspecto de José, como del natural,
o aspecto de María, en Mateo y en Lucas.
Una vez que el Mesías vino y, habiendo sido rechazado por los Judíos, se
permitió a los Romanos venir y destruir el templo, la ciudad, y la nación de
ellos; y sus registros genealógicos bien pudieron llegar a su fin, tal como sucedió.
(Nota del Editor del escrito en Inglés)
"Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus
hermanos". (Mateo 1: 2). Me parece que esta amplia mención, "Judá y a
sus hermanos", es de importancia, y en más de un sentido. Ella no es
consistente con la noción de que nuestro Evangelista, en esta parte del
capítulo, sencillamente copia los registros guardados por los Judíos. Nosotros podemos
estar seguros que los hombres jamás registran de esta manera. No obstante, ello
está, evidentemente, en la más estricta armonía con este Evangelio ya que da
prominencia a la tribu real de la cual fue el Mesías (Génesis 49: 10), a la vez
que recuerda a los más favorecidos que otros, ocultos por demasiado tiempo, que
no fueron olvidados por Dios ahora que Él está presentando la genealogía de Su
Mesías.
"Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara". (Versículo 3).
¿Cuál es el motivo para introducir una mujer, para mencionar aquí a Tamar? Hubo
mujeres de gran notabilidad en el linaje del Mesías, — personas a las cuales los
Judíos respetaban como siendo ellas santas y honorables. ¿Qué corazón Judío no
fulguraría con fuertes sentimientos de respeto al oír acerca de Sara y Rebeca,
y de las demás mujeres santas y bien conocidas registradas en la historia veterotestamentaria?
Pero, no hay aquí mención alguna de ellas sino que Tamar es mencionada. ¿Por
qué es así? La gracia se encuentra debajo de esto que es muy reprensor para la
carne, pero muy precioso a su manera. Hay cuatro mujeres, y sólo cuatro, que
aparecen en la línea, y sobre cada una de ellas había una mancha. No es que
todas las fuentes de vituperio o vergüenza eran del mismo tipo. Pero para un
Judío orgulloso, con todas estas mujeres estaba relacionado lo que era
humillante, — algo que él habría mantenido en la oscuridad. ¡Oh maravillosos
modos de obrar de Dios! ¿Qué es lo que Él no puede hacer? ¡Qué sorprendente es
que el Espíritu Santo no atraiga aquí la atención a aquellas que habrían traído
honra ante los ojos de Israel, — no, qué asombroso es que Él destaque a estas mujeres
que un Israelita carnal habría despreciado! El Mesías iba a brotar de una línea
en la que había existido pecado funesto. Y donde todo lo que está en el hombre
trataría de ocultar esto y mantenerlo alejado, el Espíritu de Dios lo saca a la
luz claramente, de modo que no sólo estará en los registros eternos de la
historia veterotestamentaria, sino que ello es recordado aquí. Estas mujeres, sobre
las cuales había tales manchas soeces a juicio de los hombres, son las únicas
mujeres que son traídas específicamente ante nosotros. ¿Qué es el hombre? y,
¿qué es Dios? ¿Qué es el hombre para que estas cosas hubieran alguna vez
sucedido? Y, ¡qué es Dios que, en lugar de cubrirlo, Él haya sacado la historia
de la oscuridad y la haya colocado en plena luz revelada, estampada, si puedo
decirlo así, en la genealogía de Su propio Hijo! No ha sido, de ninguna manera,
como si el pecado no fuese sobremanera pecaminoso; tampoco como si Dios pensó
livianamente acerca de los privilegios de Su pueblo, — aún menos acerca de la
gloria de Su Hijo, o lo que le era debido a Él. Sino que Dios, sintiendo que el
pecado de Su pueblo es el peor pecado de todos los pecados, aun habiendo presentado
en este Mesías mismo al Único que podía salvar a Su pueblo de sus pecados, no
duda en llevar el pecado de ellos a la presencia de la gracia que podía
quitarlo, y lo quitaría, en su totalidad. ¿Pensó el Judío que esto era un
escándalo o una deshonra hecha al Mesías? El Mesías debía brotar de ese mismo
linaje y de ninguna otra línea. Este linaje estaba limitado a la casa de David
y a la línea de Salomón, y estas mujeres estaban en la línea directa de Fares
hijo de Judá. Ningún Judío se podía salir de la dificultad. ¡Qué no nos enseña
esto! Si el Mesías se digna vincularse Él mismo con una familia semejante, —
si Dios se complace en ordenar así las cosas
para que de ese linaje, como con respecto a la carne, iba a nacer Su propio
Hijo, el Santo de Israel, — ciertamente no podía existir nadie tan malo como
para no ser recibido por Él. Él vino a salvar "a su pueblo de sus
pecados" (Mateo 1: 21, no a encontrar a un pueblo que no tuviese pecado. Él
vino con toda autoridad para salvar: Él mostró gracia mediante la familia misma
de la cual Él se complació de ser un — o más bien, el, "Renuevo". Dios
nunca se confunde; y tampoco se confunde, por medio de la gracia, aquel que
cree debido a que él descansa en lo que Dios es para él. Nosotros nunca
podremos ser algo para Dios hasta que sepamos que Dios lo es todo para nosotros
y por nosotros. Pero, cuando conocemos a un Dios y Padre como el que Jesús nos Lo
revela, por una parte lleno de bondad, y por la otra sin ninguna tinieblas en
Él en absoluto, ¿qué no podemos esperar nosotros de Él? ¿Quién no podría nacer
ahora de Dios? ¿A quién podría rechazar un Dios así? Tal indicio en Mateo 1
abre el camino para las maravillas de la gracia que aparecen después. En un
sentido, ningún hombre tiene una posición tal de antiguos privilegios como el
Judío; sin embargo, incluso en lo que respecta al Mesías, este es el relato que
el Espíritu Santo presenta de Su linaje. Nadie se jactará en la presencia del
Señor. (1ª Corintios 1: 29).
Pero eso no es todo. Leemos, "Fares engendró a Esrom,… Salmón
engendró, de Rahab, a Booz". (Mateo 1: 3-5 – VM). ¿Y quién, y qué era
ella? Una Gentil, ¡y una vez ramera! Pero Rahab es sacada de todas sus
pertenencias, — es separada de todo lo que era su porción por naturaleza. Y
aquí está ella, en este evangelio de Jesús escrito para el Judío, — para la
misma gente que Le despreciaba a Él y Le aborrecía porque tomaba en
consideración a una Gentil. Rahab ya fue nombrada para el cielo, y ningún Judío
podía negarlo. Fue visitada por Dios; fue liberada exterior e interiormente por
Su gracia poderosa, fue introducida y convertida en parte de Israel en la
tierra, — sí, por gracia soberana, fue convertida en parte de la línea real de
la que debía salir el Mesías, y de la cual, de hecho, nació Jesús, el cual es "Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos". (Romanos 9: 5). ¡Oh, qué
maravillas de la gracia alborean sobre nosotros mientras ahondamos incluso en la
mera lista de nombres que la incredulidad menospreciaría como un apéndice seco,
si no incorrecto, de la palabra de Dios. Pero la fe dice: «no puedo prescindir de la
sabiduría de Dios.» Ciertamente Su sabiduría resplandece en todo
lo que Él ha escrito aquí. "El que se gloría, gloríese en el Señor".
¿Se podría pensar que Rahab fue llamada en alguna época lejana? Pero no.
Pues leemos, "Salmón engendró de Rahab a Booz; y Booz engendró de Rut a
Obed; y Obed engendró a Isaí; e Isaí engendró al rey David". (Mateo 1: 5,
6 – VM). Rut, afectiva como ella era, para un Judío ella era de una fuente
peculiarmente odiosa. Ella era una moabita y por lo tanto la ley le prohibía
entrar en la congregación de Jehová hasta la décima generación. Incluso el edomita
o el egipcio eran considerados menos aborrecidos y sus hijos podían entrar en
la tercera generación- (Deuteronomio 23: 3-8). Fue presentado así un testimonio
aún más profundo de que la gracia saldría a relucir y bendeciría a lo peor de
los Gentiles. Les guste o no a los Judíos, Dios hizo entrar a Rahab, la Gentil
otrora inmoral, y a Rut, la hija mansa de Moab, no sólo en la nación, sino en
la línea directa de la cual iba a surgir el Mesías.
"E Isaí engendró al rey David. Y David engendró a Salomón de
aquella que había sido mujer de Urías". Mateo 1: 6 – VM). Con sólo unas
pocas
generaciones de por medio nosotros tenemos a estas tres mujeres que, por uno u
otro motivo, moral o ceremonial, habrían sido totalmente despreciadas y
excluidas por el mismo espíritu que rechazó a Jesús y la gracia de Dios. Entonces,
no se trató de un pensamiento nuevo: era la misericordia divina que se extendía
para recoger a los parias de los Gentiles, que tenía en consideración a los
viles para liberarlos y hacerlos santos. Se trató de los modos en que Dios
obraba desde antaño. Ellos no podían leer el relato que Él hace de la estirpe
del propio Mesías de ellos sin ver que ello era así. Y ningún Judío podía negar
que éste era el canal divinamente prescrito. Todos debían admitir que el Mesías
no había de venir por otra línea que la de Salomón. ¡Oh, la gracia para con nosotros
que sabemos lo que hemos sido como pobres pecadores de los Gentiles, qué
desdicha era la nuestra, y esto debido a la culpa y al pecado! Leemos, "Y
esto erais algunos de vosotros: mas habéis sido lavados, mas habéis sido
santificados, mas habéis sido justificados, en el nombre del Señor Jesucristo,
y por el Espíritu de nuestro Dios". (1ª. Corintios 6: 11 – VM).
Por lo tanto, las primeras palabras que presentan al Mesías presentan la
misma verdad bienaventurada, si había un oído para oír, o un ojo para ver, lo
que Dios tenía reservado y estaba ahora haciendo notar en ellos. En el último
caso mencionado hubo algo más humillante que en cualquier otro. Porque aunque
desde antaño la historia de Tamar había sido desdichada, aun así había otros
rasgos, falsos y lujuriosos y violentos, que coincidían en el caso de la que
había pertenecido a Urías. Y esto era tanto más funesto debido a que la culpa
principal recaía en aquel hombre a quien Dios se había complacido en honrar, a
saber, el "rey David". ¿Quién no sabe que ello ha extraído la
confesión personal de pecado más profunda y conmovedora jamás inspirada por el
Espíritu de Dios? (Salmo 51). Sin embargo, aquí también encontramos que aquel
que tuvo que ver con esta historia de horrores, y que pronunció este salmo de
dolorida confesión, fue el antepasado directo del Mesías. De modo que, si el
Judío consideraba a aquellos de quienes había surgido el Mesías, así debía ser
Él según Sus antepasados terrenales. Pero Dios registra la exhibición
bienaventurada de Sus modos de obrar, tanto para ganar a los más duros, a los
más soberbios y a los más pecadores, como para el indefectible consuelo y refrigerio
de aquellos que Le aman.
No necesito explayarme particularmente en los nombres que siguen.
Podríamos ver pecado sobre pecado, mancha sobre mancha, entretejidos en sus
diversas historias. Se trató de una serie
continua de sucesos de aquello que haría sonrojar a un Judío, — de lo que un
hombre nunca se hubiera atrevido a sacar a relucir acerca de un rey al que él honrase.
Dios, en su infinita bondad no permitió que estas cosas permanecieran
aletargadas. No se dice ni una palabra acerca de las mujeres que vinieron
después de que terminara el registro de las Escrituras; pero, ¿qué Judío podría
refutar las palabras de vida encomendadas a ellas? Dejar afuera aquello de lo
cual un Judío se jactaba, e introducir lo que él hubiese ocultado por
vergüenza, y todo en tierna misericordia hacia Israel, hacia los pecadores, fue
ciertamente divino. Podemos ver de esto que la mención de estas cuatro mujeres
es particularmente instructiva.
El hombre no podría haber originado esto: y nuestro lugar es aprender y
adorar. Cada mujer que es nombrada es una mujer que la naturaleza habría
excluido deliberadamente del registro; pero, la gracia las hizo más prominentes
en él. Por lo tanto, la verdad que es enseñada de este modo no debe ser
olvidada jamás, y el Judío que quisiera conocer las afirmaciones de Jesús acerca
de que Él es el Mesías podría enterarse aquí de lo que prepararía su corazón y
su conciencia para un Mesías como lo es Jesús. Él es un Mesías que viene en
busca de pecadores, que no desprecia a ningún necesitado, — ni siquiera a un
pobre publicano o a una ramera. El Mesías reflejó tan completamente lo que Dios
es en Su amor santo, fue tan fiel a todos los propósitos de Dios, fue una expresión
tan perfecta de la gracia que hay en Dios, que nunca hubo un pensamiento, o un sentimiento,
o una palabra de gracia en Su palabra, excepto acerca de lo que el Mesías venía
ahora a hacer realidad en Su trato con las pobres almas y, en primer lugar, con
un Judío.
Esta es, entonces, la genealogía de Cristo tal como nos es presentada aquí.
Hay ciertas omisiones en la lista, y personas de cierta erudición han sido igualmente
débiles y osadas como para imputar al apóstol Mateo un error que ningún alumno de
escuela dominical inteligente habría cometido. Porque un niño copiaría lo que
estuviera claramente escrito ante él; y
ciertamente Mateo podría haber tomado fácilmente el Antiguo Testamento y haber
reproducido la lista de nombres y generaciones que nos presentan los libros de
las Crónicas y otros lugares. Pero hubo un motivo divino para omitir los
nombres particulares de Ocozías, Joás y Amasías del versículo 8: tres
generaciones. Se nos puede permitir inquirir, ¿«Por qué motivo el apóstol Mateo suprime, obviamente
por inspiración, algunos de los eslabones de la cadena?» El Espíritu de Dios se complació en organizar
la ascendencia de nuestro Señor en tres divisiones de catorce generaciones cada
una. Ahora bien, como en realidad hubo más de catorce generaciones entre David
y el cautiverio, fue un asunto necesario que algunos fuesen descartados para
igualar la serie, y por lo tanto sólo son registradas catorce. De hecho, si ustedes
examinan las Escrituras del Antiguo Testamento se encontrarán con que no es poco
común que en las genealogías sean descartados algunos de los eslabones de la
cadena. Más del doble que en nuestro versículo son omitidos en un solo lugar.
(Esdras 7: 3). Ahora bien, fue el propio Esdras quien escribió ese libro y,
obviamente, él conocía su propia ascendencia mucho más familiarmente que
nosotros. Y si cualquiera de nosotros, mediante una comparación con otras
partes, puede encontrar los eslabones perdidos, mucho más podía él. Y sin
embargo, al presentar su propia genealogía (Esdras 7), el Espíritu de Dios se
complace en omitir no menos de siete generaciones. Esto es aún más destacable
ya que nadie podía ejercer sus derechos como sacerdote a menos que pudiera remontar
su línea hasta Aarón sin ninguna duda en cuanto a la sucesión. No me cabe duda de
que no hubo menos motivos especiales para la omisión en otros lugares que en
nuestro Evangelio; pero los motivos para ello son un asunto muy diferente. Yo he
nombrado uno de ellos. Hubo más de dos veces catorce generaciones en al menos
la segunda división; y este puede haber sido un motivo para que el escritor
omitiera varias de ellas. Pero, ¿por qué éstas en particular? Atalía, la hija
de Acab, rey de Israel, y esposa de Joram, había entrado mediante matrimonio en
la casa real de David; y fue una hora dolorosa para Judá. Pues Atalía,
enfurecida por el prematuro fin de su hijo, el rey Ocozías, fue culpable de un
intento demasiado exitoso de destruir el linaje real. Pero ello no pudo ser
completado; porque esa familia fue seleccionada, de entre todas las familias
del pueblo de Dios, para no extinguirse nunca del todo hasta que viniera Siloh.
(Génesis 49: 10). No había más que un
solo descendiente joven, a quien Josaba (o Josabet) salvó ocultándolo en la
casa del Señor. (2º Reyes 11: 1-3; 2º Crónicas 22: 10-12). La luz fue cubierta
con un almud durante un tiempo, pero no fue apagada. El que era en aquel
entonces hijo de David apareció. Se trató de una época en que Judá había caído
en un mal múltiple y cada vez más profundo. Pero, tan ciertamente como aquel
joven Joás fue sacado de sus tinieblas, — tan ciertamente como el sacerdote estuvo
allí para ungir al rey y la unión de las dos cosas cumplió el gran propósito de
Dios, así será cuando los años de la rebelión del hombre contra Dios se cumplan.
Saldrá Aquel que ha estado oculto y olvidado durante mucho tiempo, y todos los
enemigos serán hollados; y entonces Judá florecerá realmente bajo el Rey, el
verdadero Hijo de David. Porque todo esto fue un tipo de la reaparición del
verdadero Mesías en breve. Pero mi intención no es explayarme ahora en eso tanto
como lo es indagar
y sugerir brevemente el motivo por el cual estos pocos reyes son omitidos. La
respuesta parece ser que ellos surgieron de Atalía. Por lo tanto, ellos fueron
completamente pasados por alto. Nosotros encontramos a Dios indicando así Su disgusto
ante la introducción de esa estirpe malvada e idólatra de la casa de Acab. Los
descendientes de Atalía no son mencionados ni siquiera hasta la tercera
generación. Este parece ser el motivo moral por el cual encontramos tres
personas excluidas en este punto en particular. Luego, en el versículo 11
leemos: "Y Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la
deportación a Babilonia". Es evidente que el método es sumario, pues
Joacaz, a quien el pueblo hizo rey, y que reinó sólo tres meses no es
especificado, y Joacim a menudo es llamado por el mismo nombre que su hijo
Jeconías.
Pero, no ahondaré en los rasgos más minuciosos de la genealogía. La
palabra de Dios es infinita; y, con independencia de lo que nosotros podamos
haber aprendido, ello sólo nos coloca en situación de descubrir nuestra
ignorancia. Cuando las personas están totalmente en la oscuridad, ellas creen que
saben todo lo que hay que saber. Pero, a medida que de verdad avanzamos nosotros
adquirimos un sentido más profundo de lo poco que sabemos y, al mismo tiempo,
más paciencia con otros que pueden saber un poco menos y, muy posiblemente,
algo más. La inteligencia o entendimiento espiritual, en lugar de envanecer el
corazón que ama produce un sentimiento cada vez mayor de nuestra propia
pequeñez. Cuando ello no es así, tenemos razones para temer que la mente sobrepase
a la conciencia y que ambas estén lejos de estar sujetas al Espíritu Santo.
Las generaciones están divididas en tres diferentes secciones. La
primera es desde Abraham hasta David, el amanecer de la gloria para los Judíos.
Cuando David "el rey" estuvo allí, él fue el mediodía en Israel, — un
mediodía tristemente lleno de altibajos,
es cierto, y entenebrecido por el pecado; pero, aun así se trató del mediodía
del día del hombre en Israel. La segunda división es desde allí hasta el
traslado a Babilonia. La tercera es desde aquel cautiverio hasta Cristo. Esta
última división fue claramente la historia del atardecer del pasado de Israel.
Pero ese atardecer no es el final de dicha historia. Ella finaliza con la luz
más resplandeciente de todas, — un tipo del día en que al atardecer habrá luz.
Así como el profeta Hageo habla de que la casa de Dios, tal como era entonces,
no era nada en comparación con su gloria primera, y dice: "La gloria
postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los
ejércitos" (Hageo 2: 9), así también, "Uno mayor que Salomón"
estaba aquí. (Mateo 12: 42 – VM). Aunque el esplendor de Israel había decaído,
e Israel estaba ahora quebrantado y sometido a los Gentiles, la decadencia
registrada finaliza en el nacimiento del verdadero Mesías. A lo largo del
prolongado cautiverio ninguna persecución pudo destruir esa familia escogida; porque
Jesús, el Mesías de Dios, iba a nacer de ella. En el momento que Jesús concluye
Su carrera aquí abajo, la cadena puede parecer rota para siempre en lo que se
refiere a la tierra, pero ello es sólo para ser, por así decirlo, roblonada al
trono de Dios en el cielo. Jesús está allí, vivo de nuevo para siempre. Y Jesús
vendrá de nuevo y los Judíos verán y llorarán, incluso los que están escritos
en el libro; y Jehová, Rey de ellos, a saber, Jesús, segará con regocijo lo que
Él sembró con lágrimas y con Su propia sangre.
Pero, consideremos un rato el resto de la perspectiva presentada a
nosotros de nuestro Señor Jesús en este capítulo. A José le es dada mucha
prominencia. La genealogía es, en sí misma, la de José, no la de María. Por otra
parte, María es la figura principal de ellos dos en Lucas, y yo creo que allí
la genealogía es la de ella. ¿A qué se debe esto? Para un Judío era
necesario que Jesús fuese el heredero de José. El motivo es que José era el
descendiente directo de la rama real de la casa de David. Hubo dos líneas que
llegaron ininterrumpidamente hasta aquellos días, — a saber, la casa de Salomón
y la casa de Natán. María era la representante de la familia de Natán, así como
José lo era de la de Salomón. Si María hubiese sido mencionada sin su conexión
con su marido, no habría existido un derecho legal al trono de David. Era
necesario que el Mesías naciera, no simplemente de una virgen, ni de una hija
virgen de David, sino de una virgen unida legalmente a José, es decir, que ante
los ojos de la ley ella fuese realmente su esposa. Esto está registrado
cuidadosamente aquí para enseñanza especial de Israel; porque un Judío
inteligente habría formulado inmediatamente esa pregunta, y todo debía ser vallado
con celos santos. Que las personas calumnien como puedan, María debía estar
desposada con José; de lo contrario, el Señor Jesús no tendría un título
apropiado para el trono de David, y, por lo tanto, el énfasis aquí no es puesto
sobre María sino sobre José, porque la ley siempre habría mantenido el derecho
de José. Por otra parte, si José hubiera sido el padre verdadero, no hubiese podido
haber ningún Salvador en absoluto. Tal como ello es, la maravilla de la
sabiduría divina resplandece de manera muy conspicua haciendo que Él sea
legalmente el hijo de José, realmente el hijo de María, el cual en la verdad de
Su naturaleza es el Hijo de Dios. Y estas tres cosas se encontraron y
fusionaron en la persona de Jesús de Nazaret. Él debía ser el heredero
indiscutible de José según la ley, y José estaba desposado con María. El niño
debía nacer antes de que José viviera con María como esposa, y esto nos es
mostrado aquí cuidadosamente.
Leemos ahora, "Y el nacimiento de Jesucristo [véase nota 4] fue
como sigue. Estando su madre María desposada con José, antes de que se
consumara el matrimonio, se halló que había concebido por obra del Espíritu
Santo. Y José su marido, siendo un hombre justo y no queriendo difamarla, quiso
abandonarla en secreto. Pero mientras pensaba en esto, he aquí que se le
apareció en sueños un ángel del Señor", etcétera. (Mateo 1: 18-20 - LBA). Aquí
el ángel se le aparece a José en sueños. En Lucas el ángel se le aparece
a María. En Mateo es así porque José era la persona importante ante los ojos de
la ley; y sin embargo, el Mesías no debía ser, en realidad, hijo de José. Todo
el ingenio del hombre no podría haber entendido de antemano estos modos de
obrar; todo su poder no podría haber organizado las circunstancias. Si la ley
exigía que Jesús fuera el heredero de José, el profeta exigía que Él no fuera
hijo de José, sino de una virgen. Dios humillándose a Sí mismo era la
necesidad del hombre; el hombre exaltado era el consejo de Dios. ¿Cómo se iba a
unir y reconciliar esto, y mucho más, en una sola persona? Jehová-Jesús es la
respuesta. Leemos, "Un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella
es engendrado, del Espíritu Santo es". (Mateo 1: 20).
[Nota 4].
Muchas versiones antiguas sólo tienen, "Cristo", o, "el
Cristo", en este versículo.
Dios responde a los escrúpulos del israelita piadoso y da a conocer esa
muy distinguida honra que Él había puesto sobre María bajo una apariencia que
durante un tiempo la había confundido y angustiado. Ella era la virgen misma
que Dios había predicho cientos de años antes (véase Isaías 7: 14), — y leemos:
"Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS". También aquí José
iba a ser el que actuara públicamente, mientras que en Lucas (Lucas 1: 31)
María es la que nombra. La diferencia surge del punto de vista que el Espíritu
Santo nos presenta de la persona de nuestro Señor en los dos Evangelios. En
Lucas Él estaba demostrando que Jesús, aunque divino, era muy hombre, — un participante
de humanidad pero sin pecado. En nuestro caso se trata de una naturaleza humana
pecaminosa; en el caso de Él, era santa. Por eso, al hablar de Él simplemente
como hombre, en Lucas se dice: "Por lo cual también lo santo que va
a nacer será llamado Hijo de Dios". (Lucas 1: 35 – RV1977; RV1865). Así
pues, Él fue verdadera y propiamente un hombre, — el hijo de Su madre virgen; y
como tal, Él también es llamado el Hijo de Dios. En el Evangelio de Lucas demostrar
Su santa cualidad de hombre fue un gran asunto; mostrar cuán plena y
adecuadamente Él podía ser un Salvador de los hombres y asumir las aflicciones y
la miseria, y en la cruz padecer por la pecaminosidad de los demás, — Él mismo,
el Santo. Él era el Hijo de Dios, el cual había tomado realmente naturaleza
humana en Su propia persona, el cual era perfecta y realmente un hombre tanto como
cualquiera de nosotros; pero un hombre sin pecado, pero santo, y no meramente
inocente. Adán era inocente; Jesús fue santo. La santidad no significa mera
ausencia de mal sino poder interior según Dios y, por lo tanto, poder para
resistir el mal. Cuando Adán fue tentado, él cayó. Jesús fue probado por todas
las tentaciones y Satanás agotó sus asechanzas en vano. Sin embargo, todo esto es
muy adecuado para el Evangelio de Lucas donde se muestra por ello que la
humanidad propiamente dicha de Jesús emanó de Su nacimiento (es decir, de Su
madre). Su derecho legal al trono de David emanó de José, y en consecuencia, José
es el personaje prominente en el Evangelio de Mateo.
Pero Él tenía un título mayor que cualquiera que José podía transmitir
incluso desde David o Abraham; y esto debía ser atestiguado en Su nombre, Su
humilde nombre de Jesús, Jehová, el Salvador. "Llamarás su nombre JESÚS,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados". El pueblo de Jehová era Su
pueblo; y Él debía salvarlos, no sólo de sus enemigos, sino de sus pecados.
¡Qué testimonio rendido a Él y para ellos! Bienaventurado es que
cualquier alma pecadora lo oiga; ¡cuán especialmente necesario para un pueblo
entonces hinchado con desmesuradas esperanzas de engrandecimiento terrenal en
su esperado Mesías!
Asimismo aquí, y sólo aquí y no en cualquiera de los Evangelios, es
donde nosotros oímos hablar de Jesús como "Emanuel". Esto es
igualmente instructivo y hermoso, porque el Judío era propenso a olvidarlo.
¿Buscaba el Judío un Mesías divino, uno que fuera tanto Dios como hombre? Ni
mucho menos. Comparativamente, pocos Judíos esperaban algo tan asombroso como
esto. Ellos deseaban con vehemencia y esperaban un rey poderoso y conquistador,
pero aun así, un simple hombre. Pero aquí encontramos que el Espíritu Santo,
por medio de Isaías, un profeta propio de ellos, además de hablar de Él como
hombre, se encarga de mostrar que Él era mucho más que hombre, que Él era Dios.
(Mateo 1: 22, 23, compárese con Isaías 7: 14). Sólo Mateo saca a relucir este
claro testimonio del gran profeta evangélico, — a saber, "Dios con
nosotros". Tan perfectamente proveyó Dios para estos pobres Judíos, y
desarrolló los descuidados gérmenes de sus profecías, y reflejó luz en las
partes oscuras de la ley de ellos; de modo que si un Judío rechazaba al Mesías,
él lo hacía para su propia ruina eterna. Entonces, además de ser el hijo de
David y Abraham, Él era "Dios con nosotros". Tal era el
verdadero Mesías, y tal el testimonio presentado a Israel. ¿Podían ellos rechazar
la historia de Mateo si recibían la profecía de Isaías? En vano honraban ellos
a Dios, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. (Mateo 15: 9).
"Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le
había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a
su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS". (Mateo 1: 24, 25). Algunos
de los mejores manuscritos (el Códice Sinaítico, el Códice Vaticano, etcétera)
omiten, "su hijo primogénito", y presentan sencillamente, "un
hijo". Pero no hay duda que estas palabras son genuinas en Lucas 2: 7, de
donde pueden haber sido introducidas aquí. La forma más corta me parece
suficiente para el propósito de nuestro evangelista.
Nosotros hemos estado verificando lo que habría sido de peculiar interés
para un Judío; pero que nosotros podamos encontrar también la bienaventuranza
de estas verdades para nuestras propias almas. Todo lo que exalta a Jesús, todo
lo que exhibe la gracia de Dios y derriba la soberbia del hombre está colmado
de bendiciones para nosotros. Mediante la bendición de Dios, siguiendo estas
lecciones
aún más lejos, nosotros encontraremos de qué manera la sabiduría de cada una de
Sus palabras queda justificada mientras atendemos a este testimonio tan ilustre
de Jesús el Mesías, de Su rechazo por parte de Israel, y de las bendiciones que
de allí emanan para nosotros, una vez pobres Gentiles.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
NC
= Biblia
Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y
Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
RV1977
=
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
RV
1865 =
Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024,
Lansing, MI 48909 USA).
VM = Versión Moderna, traducción
de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
Mateo 2
Creo que en el capítulo que tenemos ante nosotros encontraremos
abundante confirmación del relato que ya he presentado acerca del designio
especial del Espíritu Santo por medio de Mateo. Es decir, nosotros veremos pruebas
de que hay una presentación muy cuidadosa de Jesús como el verdadero Mesías de
Dios, y de Su rechazo como tal por parte de los judíos; y que Dios, al mismo
tiempo, aprovecha la caída de Israel para llevar a cabo propósitos más amplios
y profundos.
El primer incidente mismo del capítulo lo ilustra. Jesús nació. No nos
encontramos con los mismos hechos interesantes de los primeros días de la
infancia de nuestro Señor que nos son presentados en Lucas: todo es pasado por
alto aquí, excepto que tenemos presentados: a Cristo como nacido en Belén de
Judea, la adoración de los Magos de Oriente, y la huida a Egipto. El primer
hecho que el Espíritu Santo nos presenta aquí es el hecho lamentable de que no
había corazón para el Mesías en Israel. Y esto fue demostrado por las
circunstancias más significativas. "Cuando Jesús nació en Belén de Judea
en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:
¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto
en el oriente, y venimos a adorarle (o tributarle homenaje)". No se nos
dice cuán pronto fue esto después de Su nacimiento. Sin duda había transcurrido
un tiempo considerable. Las personas a menudo se engañan en cuanto a esto al
considerar la escena a través de las nociones de la infancia de ellas. Todos
hemos visto las imágenes del Niño en el pesebre, y «tres reyes»
entrando para adorarle. Pero, la verdad es que el Señor no había nacido recién
cuando los Magos llegaron, tal como tales asociaciones de ideas podrían transmitir.
Para conocer Su condición más temprana en este mundo debemos consultar el
evangelio de Lucas, no el de Mateo.
Es cierto que algunos podrían obtener una impresión errónea al leer el
versículo 1 en nuestra común versión Reina-Valera 1960, a saber, "Cuando
Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes". Esto no insinúa
que la visita se produjo inmediatamente después del nacimiento de nuestro
Salvador, sino que deja espacio para un tiempo más o menos considerable
después. Lo leído significa simplemente que, después de Su nacimiento, vinieron
estos orientales: pues podrían haber transcurrido muchos meses o más de un año.
Lo que confirma esto es que los magos habían visto por primera vez la estrella
en el oriente y muy probablemente en el momento del nacimiento de nuestro
Señor. Después de ver la estrella es algo obvio que ellos tuvieron que hacer
muchos preparativos antes de poder partir, y luego tuvieron que recorrer un
largo camino; y viajar en aquellos días era un asunto duro y tedioso en las
partes orientales del mundo. Incluso, cuando ellos llegan a Judea, suben
primero a Jerusalén para indagar allí. Todo esto supone necesariamente un lapso
de no poco tiempo. Sus preguntas son respondidas por los escribas. Herodes, al
enterarse, se turba, y toda Jerusalén con él. Él convoca a todos los
principales sacerdotes y a los escribas del pueblo, y les pregunta dónde había
de nacer el Cristo. Ellos le dicen que en Belén de Judea, tras lo cual llama a
los magos y los envía allí. Todo esto ocurrió antes de la escena en la cual
ellos adoran.
"Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que
habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo
sobre donde estaba el niño". (Mateo 2: 9). Nosotros no debemos imaginar,
según las nociones tradicionales, que la estrella los había conducido por el
camino hasta Jerusalén. Ellos la vieron en el oriente, y relacionaron la visión
con el Mesías prometido; porque en aquel tiempo las profecías sobre Su pronta
aparición habían sido difundidas por una parte considerable del mundo entonces
conocido. Muchos gentiles Le esperaban, especialmente en el oriente. Y los más
importantes y más opuestos en occidente estaban al tanto de tales esperanzas.
El último hombre que fue conocido en el oriente como profeta, antes que los
gentiles fueran quebrantados en presencia de Israel, fue Balaam. Sin duda él
fue un hombre inicuo; pero Dios aprovechó su persona para pronunciar las más
notables predicciones de la gloria venidera de Israel. Y esa profecía misma
había concluido con una referencia a la Estrella que saldría de Jacob. (Véase
Números, capítulos 22 a 24). Y ahora, después de haber transcurrido muchos
cientos de años, los vestigios de esta profecía aún perduraban entre los hijos
del oriente. También es improbable que las profecías de Daniel en Babilonia,
especialmente la de las setenta semanas, etcétera, pudieran ser desconocidas,
considerando la posición de él y los extraordinarios acontecimientos de su
época. Nosotros podemos entender que estas profecías no sólo serían atesoradas
por los hijos de Israel, sino que el conocimiento de las mismas podría
difundirse, especialmente en aquellas tierras. Gran parte de sus profecías
podrían no haber sido comprendidas claramente. Sin embargo, ellos esperaban que
surgiera un personaje maravilloso, — que saliera una estrella de Jacob, y se
levantara un cetro de Israel.
Así pues, cuando estos forasteros vieron la estrella, ellos se
dirigieron a Su ciudad capital tradicional, a saber, Jerusalén. Está claro que
la estrella fue una especie de meteoro. Cuando ella resplandeció en el oriente,
ellos pusieron el hecho de este notable fenómeno junto con las expectativas del
rey venidero. Y esto más aún porque los orientales eran grandes observadores de
los cielos y, por lo tanto, estaban más atentos a cualquier aparición poco
común. Es posible que ella haya traído a la memoria la profecía de Balaam. Es
cierto que ellos partieron pronto hacia Jerusalén, lugar donde el informe
universal entre los gentiles sostenía que el gran Rey iba a reinar. Habiendo
ellos llegado allí, Dios les sale al encuentro; y es notable cómo Él lo hace.
Es por medio de Su palabra, y Su palabra interpretada por aquellos que no
tenían el más mínimo interés de corazón en el Mesías. La interpretación de
ellos fue muy correcta; sabían dónde había de nacer el Mesías. Los Magos
probablemente pensaron que Jerusalén iba a ser el lugar; pero los escribas les
dijeron que Belén era el lugar de nacimiento predicho. Es lamentable que los
mismos hombres que pudieron responder tan pertinentemente mostraron el hecho no
menos solemne, porque es un hecho común, de que es posible tener una medida de
conocimiento claro de las Escrituras ¡y al mismo tiempo no tener amor por Aquel
de quien todo da testimonio! En cuanto a los Magos, por muy ignorantes que
ellos fueran, y aunque estuvieran en la oscuridad en cuanto a otras cosas, el
deseo de ellos fue verdadero, y Dios prevaleció sobre todo. En efecto, mediante
estos gentiles Él envió un testimonio a Jerusalén en cuanto al nacimiento del
Mesías. Dios sabía cómo llevar a cabo esto y reprender, a través del testimonio
de ellos, a aquellos que debiesen, sobre todo, haber velado por su propio
Mesías y debiesen haberle aclamado. Si hubo una reina que vino de las partes distantes
de la tierra para ver al rey Salomón y oír su sabiduría, el cual fue un tipo de
Cristo, así fue en este caso. El Espíritu Santo obró en y para estos peregrinos
de un país lejano para traerlos a la presencia del verdadero Rey. Los escribas
pudieron responder las preguntas pero el Mesías no les importaba, y fue por Él
por Quien vinieron estos magos. Esto determina de inmediato el terrible estado
en que se encontraba Jerusalén. El efecto de las noticias de que el Rey de Dios
había nacido es que, en lugar de buscar al Prometido, en lugar de llenarse
ellos de gozo al oír hablar de Uno a quien no habían buscado, todos se
turbaron, desde el rey hacia abajo. Más particularmente, como nos enteramos
aquí, los principales sacerdotes y los escribas son aquellos cuyo estado
demuestra la absoluta impasibilidad de la nación. Ellos tenían suficiente
conocimiento religioso, tenían la llave en su mano, pero no tuvieron corazón
para entrar.
"Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos
diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella". (Mateo 2: 7). Yo
llamo a prestar atención a eso, lo cual confirma lo que dije anteriormente. Fue
después de la diligente indagación del rey a los sabios que él estableció en su
propia mente en qué momento debió haber nacido el Niño. Cuando ellos,
advertidos por Dios, se retiraron en lugar de regresar a Herodes, éste envió la
cruel orden de matar a los niños que había en Belén y en todos sus alrededores
"menores de dos años", — pues él dedujo de manera natural que
había existido un lapso considerable de tiempo entre el nacimiento de Cristo y
la emisión de su inicua orden.
Si pasamos al Evangelio de Lucas veremos la importancia de esto. Tenemos
allí a nuestro Señor nacido, como muestra Mateo, en la ciudad de David; pero
aquí en Lucas se nos dicen las circunstancias que explican esto, pues Belén no
era el lugar donde María y José vivían habitualmente. Belén era una aldea a la
que ellos acudieron debido a la orden del emperador romano que había promulgado
un decreto para que todo el mundo fuera censado, o inscrito. Ellos, siendo de
la familia real de los judíos, van a Belén, que era la ciudad de David. De este
modo, Dios hizo que se llevara a cabo el cumplimiento de la profecía de Miqueas
mediante el decreto de César Augusto. Nada estuvo más lejos del pensamiento del
Romano que el resultado que su decreto iba a favorecer, — a saber, el
nacimiento del Mesías en el lugar mismo donde la profecía lo intimaba. Parece
que el censo no se llevó a cabo en aquel entonces sino que sólo se inició, y
luego se detuvo durante algún tiempo. Porque en Lucas 2:2 se dice, "Este
empadronamiento primero fue hecho siendo Cirenio gobernador de
Siria". (Lucas 2: 2 – BJS, RV1602P, RV1865, VM), lo cual ocurrió varios
años después. Las personas, al no entender esto, llegaron a la conclusión de
que hubo un error en Lucas. Ellos sabían que el gobierno de Cirenio en Siria
fue posterior a la natividad de Cristo, y dedujeron demasiado apresuradamente
que nuestro evangelista trabajó bajo la impresión de que la subida de José y
María a Belén tuvo lugar en su época. Pero, yo creo que son ellos los que se
equivocan. El decreto de César Augusto no entró en plena vigencia o en pleno
efecto hasta entonces. Cuando fue dada la orden de empadronamiento, sólo fue
suficientemente llevada a cabo para inducir a José y María a subir a la ciudad
de su linaje; y eso fue suficiente. El objetivo de Dios se cumplió. José y
María fueron allí y mientras estaban allí se cumplieron sus días de
alumbramiento y dio a luz a su Hijo primogénito, y "lo envolvió en
pañales, y lo acostó en un pesebre". (Lucas 2: 6, 7). Tenemos aquí una
escena totalmente diferente de lo que tuvimos en Mateo, aunque esto también fue
en Belén. Con toda probabilidad, ellos hicieron más de una visita al lugar.
Belén no estaba lejos de Jerusalén y sabemos que ellos iban allí todos los años
a la fiesta de la Pascua. Yo no veo ningún motivo para dudar que la visita de
los Magos tuvo lugar en otra visita de los padres a Belén.
Presten ustedes atención a la manera en que las circunstancias
registradas en Mateo difieren de las de Lucas.
En Mateo, Jerusalén está toda turbada por las noticias del nacimiento
del Mesías, mientras los forasteros venidos desde lejos suben a rendir homenaje
al Rey de los judíos. Ellos habían visto Su estrella; sabían que se trataba del
Rey prometido, y ahora vienen a adorarle. Ellos llegan a Jerusalén y cuando
salen de ella, yendo ellos camino de Belén, vuelven a ser animados por Dios. La
estrella que habían visto antes en el oriente volvió a aparecer y fue delante
de ellos hasta que llegó y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño, —
siendo esto una clara evidencia de que la estrella no los había acompañado
durante todo el camino. Y nosotros encontraremos que es verdad en nuestra
propia experiencia que donde actuamos en sencilla obediencia encontramos todo
lo que es necesario. Dios siempre tiene especial cuidado de aquellos que son
fieles a la luz, aunque sea muy poca; mientras que nada es más aborrecible para
Él que las grandes pretensiones de tener luz sin ningún corazón para la luz
verdadera, la cual es Cristo.
Podemos observar que, de los considerados como padres, José es siempre
la persona prominente aquí, tal como en el capítulo 1. La visión del versículo
13 fue para José. Sin embargo, los Magos, "al entrar en la casa, vieron al
niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron", no la adoraron a
ella. El homenaje de ellos fue para Él. "Y abriendo sus tesoros, le
ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra". Ellos Le reconocieron, como
pobres forasteros cuya mayor honra era ser reconocidos por Él. Jerusalén está
fuera de todo esto. Un usurpador estaba allí; un edomita gobernaba. Y así como
cuando Cristo regrese de nuevo a la tierra habrá un falso rey en Jerusalén bajo
la influencia de los poderes occidentales, y en combinación con los jefes
religiosos de Israel, así fue en Su primera venida. Todo se opuso por completo
al reconocimiento de Jesús.
En Lucas nosotros tenemos otro orden de cosas. No se trata tanto de uno
reconocido como rey , aunque Él lo era, sino que a Él se Le ve allí en la
condición más humilde posible. Las personas que Le reconocen son pastores
judíos, a quienes se les dio a conocer la noticia desde el cielo. Las huestes
celestiales cantan, — los corazones de los pastores se deleitan en los modos de
obrar de Dios, en el Salvador, — pues Él les había sido anunciado como tal:
"Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el
Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales,
acostado en un pesebre". (Lucas 2: 11, 12). Este fue el comienzo mismo de la
vida de
nuestro bendito Señor aquí abajo, lo cual de manera evidente tuvo lugar
inmediatamente después de Su nacimiento. El episodio del homenaje rendido por
los Magos fue muy posterior. No existe el más mínimo motivo para confundir las
dos ocasiones. Cada Evangelio es fiel a su propósito especial. En Mateo se
trata de Sus derechos reales sobre Israel y sobre los gentiles; en Lucas
tenemos la humildad perfecta desde Su nacimiento mismo, el Salvador-Hijo del
Hombre; el interés del cielo en el nacimiento del Cristo Señor despreciado en
la tierra, y esos pobres del rebaño cuyos corazones son despertados para
recibir a este Bendito, — la expresión, el medio y la sustancia de la gracia
divina. "He aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el
pueblo", y esto se refiere a los judíos. Después aparece un círculo mucho
más amplio, pero todavía no va más allá de los judíos. Al judío primeramente,
fue el orden divino.
¡De qué manera tan hermosa armonizan estos diversos relatos con los
Evangelios en los que se encuentran! En el primero, el Rey, nacido algún tiempo
antes, es visto en Belén, pero nadie le da la bienvenida, salvo los forasteros
de Oriente. De la lectura de Mateo nosotros no debiésemos estar enterados, en
lo más mínimo, del reconocimiento del Salvador hasta el momento de la llegada
de ellos. Por el contrario, cuando el primer soplo de estas noticias llega a
Jerusalén, la consternación fue el resultado en todos. El rey, los sacerdotes,
los escribas, todos están en estado de agitación. No había corazón para
Jesús. Pero Dios siempre tendrá un testimonio. Si los judíos no Le aceptan,
vienen los gentiles; y la gracia es lo que efectúa esto. Los judíos incrédulos
dicen a los Magos dónde debía nacer el Rey. Ellos de inmediato actúan en
consecuencia y el Señor, encontrándose con ellos en el camino, los pone en
presencia del verdadero Rey, a quien ellos presentan sus presentes. Se trata
del Mesías de Israel, pero rechazado por Israel desde Su mismo nacimiento.
Jerusalén está con el falso rey y no tienen interés por recibirle. Los que eran
despreciados como perros, a quienes los propios judíos tuvieron que enseñar las
primeras lecciones de la profecía, tienen la gloria de ser los verdaderos
reconocedores de las reivindicaciones del Mesías. ¡Cuán humillante! Se trata
del Mesías venido y reconocido por los confines de la tierra; pero despreciado
y rechazado por Su propia nación. "A lo suyo vino, y los suyos no le
recibieron". (Juan 1: 11). Fue importante que Israel Lo supiera. Aquí, a
través de los primeros de los Evangelistas, que los de Israel se enteren que
ello no surge por ninguna falta de evidencia por parte de Dios. ¿Cómo lo
supieron estos gentiles? ¿Y dónde estaban los judíos todo este tiempo, que no
habían reconocido a su propio Mesías? Fue una terrible historia, pues la verdad
era la más extraña de todas las cosas en sus oídos. Así es el modo de obrar de
Dios: Él da testimonio, pero al hombre le desagrada porque dicho testimonio es
de Dios. La dificultad fue reconocer la persona de Cristo. Ver en las
Escrituras que el Rey de ellos había de nacer en Belén de Judá, era cosa fácil;
ello no ponía a prueba la conciencia, ni el corazón. Pero, admitir que Aquel
ignorado y despreciado, el hijo de María y el heredero de José, era el Mesías,
era ciertamente difícil para la carne. Para los que habían visto la señal de
ello en los cielos, que la habían buscado en medio de una gran oscuridad pero
que tenían sus ojos puestos hacia ella, todo fue sencillo, y se apresuraron a
brindarle honra. Ahora que Él había nacido, ellos se regocijaron y vinieron de
lejos para tener el gozo de verle y ofrecer sus presentes a Sus pies.
"Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a
Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Después que partieron ellos,
he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma
al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga;
porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo". (Mateo 2: 12,
13). A la incredulidad que rechazaba la palabra de Dios se le permite ahora
mostrar cuán completamente estaba bajo el poder de Satanás, el cual demuestra
ser él mismo, como desde el principio, primero un mentiroso y luego un
homicida. Pero Dios reveló el propósito de Herodes; y José, en obediencia a Su
palabra, "tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo
allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por
medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo". (Mateo
2: 14, 15).
Yo tengo que decir algo acerca de esta profecía, y de la aplicación de
la misma a nuestro Señor. Nosotros tendremos que tener en cuenta muchas
profecías citadas en Mateo, pero la presente cita tiene, evidentemente, un
carácter admirable unido a ella. En Egipto había sido dicho que Israel era el
hijo de Dios, el primogénito de Dios. (Éxodo 4: 22). A ellos les correspondía
la adopción. (Romanos 9: 4). El profeta Oseas, setecientos años después de la
salida de ellos de Egipto, aplica de nuevo esta palabra a Israel (Oseas 11: 1);
y ahora es usada acerca de Cristo como aquello que la intención del Espíritu
inspirador incluía plenamente. Pregunta: ¿Cómo es que el hecho de que Dios
sacara a Israel de la tierra de Egipto sea ilustrado así en la historia de
Cristo? Respuesta: Porque Cristo es el objeto del Espíritu Santo en la
Escritura. Con independencia de cuál sea el lugar de Su pueblo: en todas sus
tribulaciones o liberaciones, Cristo debe entrar en todo. No hay ningún tipo de
tentación (excepto, obviamente, la del mal interior) que Él no haya conocido;
ni de bendición de parte de Dios que Él no haya probado. Cristo atraviesa la
historia de Su pueblo y sobre ese principio es que Escrituras como éstas son
aplicadas a Él. Cristo mismo es llevado al lugar mismo que había sido el horno
de Israel. Él encuentra allí Su refugio del falso rey de Judea. ¡Qué retrato! A
causa del antirey que entonces reinaba en Jerusalén, el verdadero Rey debe
huir, y huir a Egipto. Cristo era el Israel verdadero. Compárese con
Isaías capítulo 49.
Al leer esto nosotros vemos que ningún poder milagroso es ejercido para
preservar a Emanuel. Ello estaba cumpliendo las profecías, colmando el perfil
de desolación moral y nacional que el Espíritu Santo había bosquejado muchos
años antes. Dios estaba mostrando cuán precioso era para Él cada pisada de Su
Hijo. Podría parecer una circunstancia insignificante en sí misma que el Señor
fuera llevado a Egipto y saliera de allí otro día. Pero, con independencia de
cuál era el lugar de Cristo, — y Su lugar era dondequiera que Su pueblo
estuviera en el dolor de ellos, Él no permitirá que ellos sientan una aflicción
sin que Él la comparta. Él sabe lo que es ser llevado a Egipto, y eso también
de una manera mucho más dolorosa que la que Israel había experimentado. Pues la
tribulación más amarga de Cristo provino de Su propio pueblo; el golpe más
mortífero dirigido contra Él fue el del rey que en aquel entonces estaba
sentado en el trono en medio de ellos. Al no conseguirlo, él envía y mata a
todos los niños "menores de dos años que había en Belén y en todos sus
alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos. Entonces se
cumplió lo que fue dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Voz fue oída en
Ramá, Grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, Y no
quiso ser consolada, porque perecieron". (Mateo 2: 16-18). Cuán claramente
encontramos que el Espíritu Santo está proporcionando aquí al judío la prueba de
que ellos eran preciosos a Sus ojos, y que si Cristo entraba en Sus aflicciones
ellos no debían preguntarse si Su presencia traerá sobre ellos el más amargo
padecimiento por el rechazo a Él por parte de ellos. Si Cristo tiene la más
mínima conexión con Israel, ellos se convierten en el objeto de la animosidad
de Satanás. Es Herodes, guiado por Satanás, quien dio la orden de matar a sus
pequeños; pero el Mesías es alejado del escenario de su ira. En Israel hay
lloro y grande lamentación. Tales fueron algunos de los problemas que Israel
trajo sobre sí mismo; y esto no es más que un retrato pequeño de lo que les
sucederá en el día postrero.
"Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor
apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su
madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la
muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a
tierra de Israel". (Mateo 2: 19-21). Es dulce encontrar que aparece aquí
la "tierra de Israel". No se trataba simplemente del país,
como es conocido entre los hombres, donde los pobres judíos vivían con permiso
de sus señores gentiles. ¡Cuán pocos la consideran ahora como "tierra de
Israel"! Pero los pensamientos de Dios son hacia Su pueblo en conexión con
la gloria de Su Hijo. Si Jesús tenía su vínculo terrenal allí, si Emanuel nació
ahora de la virgen, ¿por qué la tierra no habría de llamarse tierra de Israel?
El propósito divino era expulsar por completo el pie del gentil que ahora la hollaba.
Si solamente el pueblo se sometía y lo recibía para tomar Él Su lugar como Rey
de ellos, ¡qué bienaventurada sería la suerte de ellos! Pero, ¿recibiría Israel
a Jehová-Jesús ahora que regresaba de Egipto? — Todavía no había una buena
disposición para Él. Un Herodes murió; otro le siguió. Por eso, cuando el niño
fue llevado de regreso a la tierra de Israel, y José se enteró que
"Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir
allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y
vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que
fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno". (Mateo 2:
22, 23).
El método de citación es digno de mención aquí. Noten ustedes que no se
trata de un profeta en particular, sino de, "los profetas". Y por
ello no debemos deducir que algún escritor inspirado haya dicho estas palabras,
sino que es el espíritu de los profetas
que habla de Él. Cuando nosotros leemos en un profeta, "Con vara
herirán en la mejilla al juez de Israel" (Miqueas 5: 1); en otro:
"Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto" (Isaías 53: 3; y además, leemos acerca de lo
que ellos Le darían para comer, y en Su sed para beber, y cómo Él sería
escarnecido hasta el final, podemos entender esta aplicación de los profetas.
Se trató del lenguaje bien entendido que expresaba desprecio en aquel tiempo.
En otras palabras, Él había de ser llamado nazareno. Nazaret era el más despreciado
de los lugares. No sólo los hombres de Judea propiamente dichos menospreciaban
Nazaret, sino que los propios galileos la despreciaban, aunque formaba parte de
su propio distrito. Más adelante leemos acerca de un israelita sin escrúpulos
que, al enterarse de que Jesús estaba allí, exclamó: "¿De Nazaret puede
salir algo de bueno?" (Juan 1: 46). De este modo, si un lugar de
Palestina, más que otro, concordaba con el rechazo que era la porción de
Cristo, ese lugar era Nazaret. Un retrato sorprendente, ciertamente, de Uno
que, siendo el verdadero Rey, aun así fue rechazado por Su propio pueblo. Los
gentiles podrían haberle reverenciado, pero Su propia nación era indiferente.
¡Qué poco fruto había para responder al cultivo que Dios les había otorgado!
Pero aquí estaba Aquel bendito que prosigue Su senda de obediencia hasta la
muerte, el cual no quiso mostrar Su gloria protegiéndose a Sí mismo. Su pueblo
descendió a Egipto: Él también descendió allí. Él iba a ser llamado a salir de
Egipto: esa fue Su porción. Él no se protegería de las aflicciones de Su
pueblo: las compartiría todas. Cuando Él se presenta, Israel aún no está
preparado para Él. Sus padres se dirigen a Nazaret una vez más, ya que José ha
sido instruido divinamente en un sueño. Esta es la última mención que tenemos
de él en Mateo. Lucas nos presenta circunstancias posteriores; pero José
desaparece por completo antes que nuestro Señor emprendiera Su ministerio.
Cuando Él es llamado a salir de Egipto, no puede ir a Jerusalén, ni
tampoco a Belén. Él iba a ser despreciado y rechazado: los profetas lo habían
dicho: sus palabras debían cumplirse. Arquelao reinaba en Judea: un usurpador
estaba aún allí. José, ante la advertencia de Dios, se desvía hacia Nazaret, y
Jesús vivió con ellos; para que la palabra de los profetas se cumpliera en
nuestro Señor demostrando plenamente lo que era ser el más despreciado de los
hombres. Él lo supo de manera preeminente en la cruz; pero ello fue Suyo en
todo momento. Y esta es la forma en que Dios habla del Mesías a Israel. Él
muestra lo que la dureza de corazón y la incredulidad de ellos acarrearía, —
aunque ello fuese para el propio Mesías. ¡Qué retrato del hombre, y
especialmente de Israel, cuando semejante porción debe ser la Suya! Él
viene y llama, pero no recibe respuesta. La incredulidad del hombre impide la
bendición de Dios. Fue el pecado de Israel lo que complicó la historia temprana
del Rey. Pero los capítulos futuros mostrarán que Dios convertiría la misma
incredulidad de Israel en el medio de bendición para los despreciados gentiles,
y que si los judíos rechazaban el consejo de Dios, para su propia perdición,
los gentiles oirían y recibirían toda la bendición en Aquel bendito.
Así encontramos desde el principio de este maravilloso libro los
gérmenes de todo lo que mostrará el final. Encontramos a Uno que es realmente
el Mesías, dispuesto a cumplir las promesas y a ocupar el trono, pero el pueblo
no está en absoluto preparado para El. Israel estaba sumido en el pecado; ellos
no tenían corazón para Él. Estaban llenos de sus propias ceremonias, de su
propia luz y de la soberbia de sus privilegios. Todo estaba orientado a la
autoexaltación. Por eso Jesús es rechazado desde el primer momento. Esta es la
historia del hombre. Los capítulos siguientes nos mostrarán las gloriosas
consecuencias que Dios, en Su gracia, hace que emanen incluso del rechazo de Su
propio Hijo. Acerca de ese tema más feliz podemos ahondar en otras ocasiones.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
BJS
=
Biblia del Jubileo - Martin Stendal.
RV
1602 P =
Versión Reina-Valera 1602 Purificada.
RV1865
=
Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024,
Lansing, MI 48909 USA).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 3
Somos trasladados ahora desde el regreso de
nuestro Señor a la Tierra Santa hasta los días en que Juan el Bautista vino
insistiendo en la gran y esencial verdad del arrepentimiento. Y el ministerio
de Juan es visto aquí enteramente en conexión con la relación del Señor con
Israel. Es interesante comparar las diferentes maneras en que los Evangelios
presentan al propio Juan, como ilustración de la forma en que el Espíritu Santo
utiliza Su derecho divino para dar forma y agrupar los materiales de la
historia de nuestro Señor de acuerdo con el objetivo exacto en perspectiva. Un
lector casual apenas podría reconocer que Juan el Bautista en el Evangelio de
Juan fuese el Bautista de Mateo. La manera en que ellos son vistos y los
discursos que han sido registrados, toman su forma del libro particular en que
el Espíritu Santo los ha presentado. Esto, en lugar de ser una imperfección, es
parte de ese admirable método en que Dios imprime el designio que Él tiene en
perspectiva y que se adapta al lugar que cada porción de la Escritura tiene que
ocupar. Y qué puede ser de más profundo interés, o más fortalecedor para la fe
que encontrar que los mismos pasajes en los que la incredulidad identifica como
sus supuestas pruebas de la imperfección de la Escritura (variedades de
afirmaciones insuperables para la mente del hombre), por el contrario, cuando dichos
pasajes son vistos como parte del plan de Dios para encomiar a Su amado Hijo,
todos se ordenan en sus propios lugares en este gran esquema, lo cual es para
la gloria de Cristo. Esta es la verdadera clave para toda la Escritura; y si
esa clave es de gran valor desde Génesis hasta Apocalipsis, no hay lugar,
quizás, donde su valor sea tan conspicuo como en los Evangelios. Al encontrar
cuatro relatos diferentes acerca de nuestro Señor, cada uno de los cuales
presenta las cosas de una manera diferente, el primer pensamiento del corazón
del hombre es que cada Evangelio sucesivo debe añadir o corregir algunos hechos
anteriores. Pero tales pensamientos sólo demuestran que la
verdad nunca fue conocida, o que ha sido olvidada. ¿Se tiene debidamente en
cuenta que Dios es el autor de los Evangelios? Una vez admitida esa sencilla
verdad sería evidentemente blasfemo suponer que Él comete errores. Consideren
ustedes la cosa más insignificante que Dios ha hecho, el insecto más diminuto
que el microscopio puede descubrir en la más pequeña brizna de hierba, — ¿qué
es aquello que no llena el lugar particular para el que Dios lo creó? Yo no
niego que el pecado ha traído toda clase de desarreglos tanto en el mundo
natural como en el moral. Admito que las debilidades del hombre pueden aparecer
incluso en la palabra de Dios: en primer lugar, al no mantener el sagrado
depósito libre de toda corrupción; y luego, al interpretar esa Palabra a través
de algún débil medio propio; y así, de una manera u otra, obstaculizar la luz
pura de Dios revelada.
He
hecho estas pocas observaciones porque es posible que todos los lectores no
estén igualmente familiarizados con la gran verdad de la diferencia de designio
en los Evangelios y, por lo tanto, yo no vacilo en llamar a prestar atención a
la inmensa ayuda que ello proporciona a la comprensión de la Escritura, y
especialmente a la comprensión de sus aparentes discrepancias.
En
el capítulo que tenemos ante nosotros, Juan el Bautista es presentado como
cumpliendo él la profecía de Isaías. Él vino "predicando en el desierto de
Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas".
(Mateo 3: 1-3). En Lucas ustedes encontrarán que la profecía es llevada más
allá. Allí se nos presenta más que las palabras que tenemos aquí. Leemos,
"Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos
torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la salvación de Dios". (Lucas 3:
5, 6). El alcance de Lucas es más amplio. "Todo valle se
rellenará", etcétera. "Y verá toda carne", etcétera. Yo
pregunto: ¿Por qué esa cita es continuada más allá? Ello es muy notable porque
normalmente Lucas no cita mucho del Antiguo Testamento en comparación con
Mateo. ¿Cómo es que Lucas se aparta en este caso particular de su costumbre? El
motivo es obvio. Su tarea era mostrar la gracia de Dios que trae salvación, y
que ha aparecido para todos los hombres. Por lo tanto, el Espíritu Santo lo
lleva a valerse de aquellas palabras que exhiben el alcance universal de la
bondad de Dios para con el hombre.
Pero,
hay otra expresión en la que debo detenerme
un poco, — y ella es, "El reino de los cielos". Todos estamos
familiarizados con ella como una frase usada a menudo en las Escrituras; pero,
posiblemente, no muchos están igualmente familiarizados con su fuerza. De
hecho, la mayoría de los cristianos la entienden muy vagamente. Para muchos
ella transmite la idea de la Iglesia, — a veces la visible y a veces la
invisible. Para otros se supone que ella significa algo equivalente al
evangelio, o al cielo mismo al final. La expresión tiene su origen en el
Antiguo Testamento, y ese es el motivo por el cual ella aparece solamente en
Mateo. Como ya hemos visto, nuestro evangelista escribe teniendo a Israel en
perspectiva y, por tanto, se vale de una frase sugerida por el Antiguo
Testamento y tomada de la profecía de Daniel, la cual habla de los días
venideros en que los cielos gobernarán. Antes de eso (véase Daniel capítulo 2),
oímos que el Dios del cielo va a establecer un reino que nunca será destruido,
— el reino de los cielos. Y además, en Daniel capítulo 7, se nos habla de la venida
del Hijo del Hombre y de un reino universal que es dado a Él. El capítulo 2 de
Daniel no nos presenta la persona, sino la cosa en sí misma: de modo que podría
haber habido aún un reino sin la revelación de la persona en cuyas manos dicho
reino estaría. Pero el capítulo 7 del mismo libro completa el círculo y nos
muestra que no se trata simplemente de los cielos gobernando en la distancia,
ni de un reino que comienza con juicio sobre la tierra; sino que, además de
eso, hay un Hombre glorioso a quien Le será
confiado el gobierno del cielo. El Hijo del Hombre no se limitará a
destruir lo que se opone a Dios, sino que introducirá un reino universal.
Juan
el Bautista vino anunciando este reino. Yo no
creo que él era consciente en absoluto de la forma concreta que dicho reino iba
a adoptar primero. Él sencillamente predicó que el reino de los cielos se había
acercado, siendo él mismo el precursor público e inmediato del Pastor de
Israel, con los pensamientos de un judío piadoso, y un testimonio especial de
que el Mesías estaba allí, — que Él estaba a punto de ser manifestado, el cual
ejecutaría juicio sobre el mal, e introduciría el bien con el poder de Dios, y
traería la gloria prometida a los padres; y que todo esto estaba a punto de ser
inaugurado y establecido en la persona de Cristo aquí abajo. Yo creo que este
fue el pensamiento general. Y veremos posteriormente que para el rechazo de
Jesús por parte de los judíos Juan no estaba en absoluto preparado. Esto
también fue lo que condujo a la doble forma adoptada por el reino de los
cielos. Si bien la visión antigua o judía de un reino establecido con poder y
gloria como una soberanía visible sobre la tierra es pospuesta, el rechazo de
Jesús en la tierra y Su ascensión a la diestra de Dios conducen a la
introducción del reino de los cielos en una forma misteriosa; lo cual, de
hecho, está sucediendo ahora. Por lo tanto, ello tiene dos aspectos. El reino
de los cielos comenzó cuando Cristo subió al cielo y ocupó Su lugar como
rechazado aquí, pero glorificado allí.
Esta es una visión del
reino que no encontramos en el Antiguo Testamento. A ella pertenecen los
misterios del reino de los cielos, que sólo fueron desvelados cuando el Señor
fue manifiestamente rechazado por Israel. Nosotros vemos así en Mateo 11 que
Juan envía a dos de sus discípulos a preguntar si Jesús era realmente el Mesías
o si debían esperar a otro. Poco importa si fue él mismo quien titubeó, o sus
discípulos, o si ambos lo hicieron, — el resultado fue ese. Da la impresión de
que se trató de una pregunta incrédula formulada al Señor. Bien pudo él
asombrarse de que Jesús no libertara a los judíos y trajera la gloria que los
patriarcas habían esperado y que los profetas habían predicho. Es extraño que,
en lugar de esto, Su mensajero estuviera en prisión; ¡siendo Él mismo y Sus
discípulos despreciados! Nuestro Señor se refirió de inmediato a aquellos
hechos de poder y gracia que evidenciaban la presencia de Dios actuando de una
manera nueva e introduciendo un poder evidentemente en gracia, — trayendo
pensamientos totalmente nuevos, por encima de las costumbres o esperanzas del
judío más piadoso. De estos hechos ellos debían informar a Juan. Pero Él va más
allá, y dice: "Y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí".
Esto expresa aparentemente una reprimenda a Juan, y da a entender que él había
más o menos vacilado. Sin embargo, es hermoso ver cómo de inmediato, después de
la partida de los mensajeros, nuestro Señor reivindica al Bautista ante la
multitud. Pero, después de declarar que Juan era el más bienaventurado entre
los nacidos de mujer, Él introduce de pronto una verdad muy sorprendente, a
saber, que por muy grande que fuera Juan, el más pequeño en el reino de los
cielos era mayor que él. Esto no se refiere al reino viniendo en poder y
gloria, porque cuando llegue ese día los santos del Antiguo y del Nuevo
Testamento deben ser todos resucitados o transformados para tener su parte en
él; como se dice de aquellos que están siendo llamados ahora en cuanto a que
ellos se sentarán "con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los
cielos". (Mateo 8: 11). Entonces, ¿qué quiere decir nuestro Señor? ¿No se
refiere Él a alguna forma de dicho reino de la que Juan no había hablado? ¿Y
cuál era ésta? Él va más allá y dice: "Desde los días de Juan Bautista
hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo
arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). ¡Qué extraordinaria declaración debió haber
parecido ser esta a los que la oyeron en aquel entonces! El Señor está
contrastando el reino de los cielos, en forma pública y manifiesta, con ese
reino como abierto a la fe, — sólo que más bienaventurado al ser conocido más
para la fe que para la vista. Como el Señor dijo después a Tomás: "Porque
me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y
creyeron". (Juan 20: 29). Esto es válido en todo trato con Dios. Abraham
fue más bendecido cuando a pesar de estar en la tierra de Canaán él no la
poseía que si toda ella hubiera sido realmente suya. Él obtuvo un mejor lugar
en las sendas de Dios por el hecho mismo de no tener un centímetro de la tierra
en posesión. Lo mismo ocurrió con David. Su reinado fue moralmente mucho más
glorioso que el de Salomón. Su heredero tenía el lugar del poder; pero David
tenía lo que no se veía, pero estaba más cerca de Dios. Nosotros nunca
encontramos que Salomón entra en lo que era enseñado mediante el arca, mientras
que ella fue siempre la gran atracción para el corazón de David. Salomón se
encontró ante el gran altar que todo el mundo podía ver. El arca estaba dentro
del Lugar Santísimo, donde Dios se sentaba. Ella era el trono de Su majestad en
medio de Israel. Hacia ella se volvió siempre el corazón de David. La bendición
de la fe es siempre mejor que la bendición de la vista aquí abajo, por muy
grande que ésta sea.
No ha existido una época en
las sendas de Dios tan bendecida para un alma como las sendas de Dios ahora.
Nacer en el Milenio no es comparable con ella en absoluto. Es cierto que en
aquel entonces todo estará sometido a Cristo, y el corazón podría decir: «¡Ojalá pudiéramos nacer
entonces!» Pero, incluso los
creyentes que se encuentren en ese día en la tierra no sabrán lo que es entrar
dentro del velo, o ser participantes de los padecimientos de Cristo. (1ª Pedro
4: 13). Tampoco conocerán en el sentido pleno el gozo del Espíritu Santo con el
privilegio de ser echados fuera y despreciados por el mundo por causa de
Cristo. De modo que, tanto en lo que se refiere a padecer, el disfrute de
aquello por lo cual Cristo ha pasado en nuestro lugar, como a Su gloria actual
en el cielo, nuestro lugar actual está muy por encima de los privilegios
mileniales. Para los que padecen ahora será lo mejor de las bendiciones
celestiales en aquel entonces. La peculiaridad del momento actual es esta, a
saber, que si bien estamos en la tierra, somos conscientemente habitantes en el
cielo. No somos del mundo, como Cristo no es del mundo. Nuestra vida no
pertenece al mundo; nuestra bendición no brota de él; toda nuestra porción está
fuera de este mundo. Y esto nos es manifestado claramente mientras estamos en
el mundo para elevarnos por encima del mundo. No se trata de ir al desierto,
como en el caso de Juan, — una expresión muy oportuna y hermosa de lo que Dios
pensaba acerca de la ciudad de la santidad, Jerusalén, donde los propios
sacerdotes ministraban. Juan se retira de todo ello. Él está fuera de ella en
compasión: el acto mismo declaró que el desierto es mejor que la ciudad, a
pesar de que el templo de Dios esté en ella. Pero, ¡qué solemne declaración de
la ruina, no sólo del mundo, sino del pueblo favorecido que era el gran vínculo
entre Dios y los hombres en general!
He aquí, en esta escena de
Mateo 3: 13 y versículos sucesivos, otra cosa totalmente diferente. No se trata
del hombre siendo bendecido, y de la bendición de la tierra llevada a la
bienaventuranza bajo el reinado personal de Cristo, sino que aquí los cielos
fueron abiertos sobre el Señor Jesús. Nunca antes los cielos habían sido
abiertos sobre nadie en la tierra, excepto como señal del juicio de Dios.
(Véase Ezequiel capítulo 1). Pero aquí, en primer lugar, el ojo del Cielo, del
Padre que está en los cielos, se dirige sobre el Amado. Él asume más tarde Su
lugar en el cielo como el Hombre que había padecido por los pecados y había
traído la justicia revelada de Dios.
El reino de los cielos
comenzó en aquel entonces. Desde el momento en que Jesús sube al cielo hasta
que Él regrese, la perspectiva del Nuevo Testamento acerca del reino de los
cielos continúa; y en ese sentido, el privilegio de la más débil de las almas
llevada al conocimiento de Cristo ahora trasciende cualquier cosa que haya
entrado en el corazón o la mente de los hombres, o incluso de los santos, antes
de que el Señor muriese y resucitase. Ustedes pueden insistir en el andar
bienaventurado de Enoc y en la fe
resplandeciente de Abraham; pero aun así esto sigue siendo cierto, a saber,
"Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el
Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos,
mayor es que él". (Mateo 11: 11).
No hay ninguna escapatoria honesta de la conclusión que se ha sacado de
ello. Si las personas argumentan: «¿Es
un niño pequeño que cree en Jesús ahora más santo y justo que los santos
bienaventurados de la antigüedad?»
Yo respondo: «Eso es un asunto totalmente
distinto. Él debiese serlo.»
Pero eso no es lo que se dice. El Señor establece que, "el más pequeño en
el reino de los cielos, mayor es que él (refiriéndose a Juan el
Bautista)". En una palabra, no se trata de lo que los hombres son, sino de
que Dios está glorificando a Cristo. Dios está colocando la honra sobre Él, y
por eso da tales privilegios al más pequeño que cree en Él. Desde Su muerte y
resurrección, los adoradores una vez purificados no tienen más conciencia de
los pecados. ¡Piensen ustedes en lo que tal cosa habría sido para un santo del
Antiguo Testamento! Ellos podían esperarlo, pero no podían decir que era un
hecho consumado. Ello habría sido contrario a la santidad de Dios, y una
presunción positiva para el hombre habría sido el hecho de sostener esto hasta
que Cristo viniese y realizara la obra que borró los pecados completamente.
[Véase nota 5].
[Nota
5] En Génesis 7: 1; Génesis 15: 6, y Salmo 32: 1, 2, 5, etcétera, nosotros
vemos que algunos santos de la antigüedad, como enseñados por Dios, pueden
haber anticipado la bendición más allá de la dispensación en que vivían. [Nota
del editor del escrito en Inglés].
Ahora bien, es una
presunción no aceptar con confianza lo que Cristo ha hecho; pues Él ha ordenado
que sea predicado el perdón de pecados en Su nombre. Cuando nosotros entramos
en la posición en que somos colocados por la obra de Cristo, no es que sólo tenemos
perdón: sino que somos hechos justicia de Dios en Cristo: es decir, estamos en
la relación de hijos de Dios, y Cristo mismo nos ha dado el derecho de decir
que Su Dios es nuestro Dios, Su Padre es nuestro Padre. Tenemos derecho a saber
que somos uno con Cristo, y que la gloria que Dios ha dado a Su amado Hijo, Él
la comparte con nosotros. Yo digo: La gloria dada; porque, obviamente,
está Su gloria divina esencial en la que nadie puede participar. Dios nunca le
dio a Cristo ser Dios. La deidad era Su derecho propio desde toda la eternidad.
La Deidad no podía ser dada a Él. Pero Cristo se hizo hombre, y como hombre era
el Hijo de Dios; y no lo era simplemente como Dios. Él era el Hijo de Dios
nacido en este mundo, y como tal ha sido levantado de entre los muertos; en
virtud de lo cual nos lleva al mismo lugar ante Dios que Él mismo ha adquirido.
Él nos ha libertado por completo del lugar en el cual Él entró en nuestro
lugar, soportando la ira y el juicio de Dios. Él nos lleva al lugar al que no
sólo Él mismo tiene derecho, sino que ha adquirido un derecho para nosotros.
Pero Juan no tenía ninguna
concepción de un alcance tal de bendición. Los judíos consideraban el reino
como el estado cuando Israel sería bendecido por Dios como nación; e incluso
aquellos que pueden haber comprendido más plenamente seguían esperando que todo
el poder del reino fuera introducido, totalmente independiente de cualquier
cosa de parte de ellos. Pero, "El reino de los cielos es tomado a viva
fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). El Señor
muestra que ahora se necesita una acción de fe; es decir, que el reino de los
cielos presentado aquí exige la ruptura de los vínculos naturales y la renuncia
a las asociaciones anteriores. En el sentido de poder y gloria introducidos por
un Mesías personal sobre la tierra, Juan ya había insistido sobre las
conciencias que ello no era algo de mera ordenanza o privilegio por nacimiento.
— es decir, que Dios no se satisfaría excepto con realidades morales. Y permitan que yo diga que es algo muy solemne
pretender privilegios de la gracia para aquello que es contrario a la
naturaleza de Dios. No estoy hablando ahora del perdido encontrado por la
gracia, a quien Dios le da una nueva vida hecha por Él. Pero, el resultado de
que un alma reciba vida en la persona de Cristo es que son producidos
sentimientos, pensamientos, criterios y modos de obrar aceptables para Dios y
afines a Su naturaleza. Si una persona es un hijo de Dios, él es como su Padre;
tiene una naturaleza adecuada a Dios, una vida a la que le disgusta el pecado y
que seguramente se duele por lo que es inicuo en los demás, pero más
particularmente en él mismo. Muchos hombres malos son fuertes contra el mal en
los demás, pero son débiles donde el mal podría tocarlos a ellos mismos. Pero,
un cristiano siempre empieza juzgándose a sí mismo. Ese es el motivo por el
cual ahora que debía haber una preparación moral para el Mesías, Juan predica:
"Arrepentíos". El arrepentimiento es el juicio moral del alma de sí
misma bajo la mirada de Dios; la aceptación por parte del alma del juicio de Él
acerca de su estado ante Él, y la sumisión a ello. Juan les ordena arrepentirse
porque el reino de los cielos se había acercado. "Pues éste es aquel de
quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, Enderezad sus sendas". (Mateo 3: 2, 3). Esto
implicaba claramente dos cosas, — a saber, que él era sólo una voz que no
pretendía nada, y que la obra sería realizada por otro. Sólo que la voz era de
su parte; pero el Otro, cuyo camino él estaba preparando, era el Señor, Jehová
mismo. "Preparad camino a Jehová". (Isaías 40: 3).
Después tenemos
el relato acerca de Juan el Bautista mismo. "Y Juan estaba vestido de pelo
de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era
langostas y miel silvestre", — todo ello perfectamente adecuado a este
llamado al arrepentimiento. La gracia no es introducida aún; pues esto
pertenece al reino de los cielos, cuando ella sea introducida plenamente. Pero
Juan no lo sabía así. Él sabía que venía el Mesías, un Mesías que introduciría
el poder de Dios y libertaría a su pueblo. Pero el extenso despliegue de la
gracia, la poderosa victoria que un Mesías sufriente lograría para el alma, y
la forma en que Dios sería magnificado sobre todo por quitar de en medio el
pecado mediante la muerte de Su Hijo, eran pensamientos que debían esperar otra
temporada, — no para ser más o menos manifestados, sino para un entendimiento
adecuado. El arca del Señor debe detenerse primero en las aguas del Jordán. Ni
un pie puede pasar indemne por aquella vía hasta que el arca haya entrado. Por
lo tanto, de manera muy apropiada Juan no saca a relucir la plenitud de la
gracia divina, sino el llamado moral al arrepentimiento.
Consecuentemente,
Juan es encontrado fuera de la
religión del hombre, así como fuera de la profanidad de ella. Él no estaba en
Roma, pero también estaba lejos de Jerusalén; y esto, en el predicho mensajero
de Jehová, fue una característica muy solemne. Leemos, "Y salía a él
Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran
bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de
los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mateo 3: 5-7). Hay
aquí una parte de esa verdad que es sumamente sorprendente cuando reflexionamos
acerca de ella. Los fariseos eran, religiosamente, los más influyentes en
Israel. Los saduceos eran la clase menos rígida, secular y autoindulgente; pero
los fariseos eran los que se mantenían muy firmes en lo que ellos consideraban
ser la verdad. Sin embargo, cuando Juan ve que ambos acuden a su bautismo,
dice, "¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento", — frutos de carácter afín.
Juan sostiene que el día de los ceremoniales, o de los derechos de nacimiento,
había pasado completamente. El fariseo podía descansar en su religión; el
saduceo, en el hecho de ser un hijo de Abraham. El deseo de escapar de la ira y
de tener parte en el reino podía no ser más que la naturaleza. Las almas
humilladas son aptas para el reino. La descendencia de los padres, la ley,
incluso las promesas, pueden convertirse en un derecho contra Dios, lo cual Él
no lo permitirá, y Él de las piedras puede levantar hijos a Abraham. Pero debe
haber, si ellos quieren acercarse a Dios, modos de obrar de una naturaleza
moralmente adecuada a Dios. "Haced, pues", Él dice, "frutos
dignos de arrepentimiento". Él no está explicando aquí de qué manera ha de
salvarse un pecador, o de qué forma Dios perdona pecados; sino que si las
personas adoptan la posición de tener que ver con Dios, debe haber lo que
conviene a Su presencia. Así dice el apóstol a los Hebreos, "Seguid la paz
con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". (Hebreos 12:
14). Él no está hablando de lo que es atribuido, sino de la santidad como algo
práctico. Esto está escrito para cristianos y el Espíritu Santo no duda en
insistir en ello. Es tan fuerte la tendencia a la reacción en la naturaleza
humana que los mismos judíos bautizados, que habían estado abogando por la ley,
podían caer en el extremo opuesto y pensar que el pecado es compatible con la
salvación que Dios da por medio de la gracia. Pero Dios nunca permite que Su
naturaleza pueda coexistir con la iniquidad aprobada.
Entonces, aquí se trató
evidentemente de una severa reprimenda para los dirigentes judíos. Pero, más
que eso, Juan añade: "Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los
árboles", es decir, el juicio se acercaba (versículo 10), — "por
tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Yo a la
verdad os bautizo en agua para arrepentimiento", — y él no va más allá de
esto. El perdón de pecados del que él habla parece haber sido más un asunto
acerca del gobierno de Dios que de esa completa eliminación del pecado que fue
el fruto de la gracia cuando la obra de expiación fue llevada a cabo. Pero aun
así, ello fue en la perspectiva del advenimiento del Mesías.
"Yo
a la verdad os bautizo en agua para
arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de
llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y
fuego". (Mateo 3: 11). Él junta aquí
las dos grandes características de la primera y de la segunda venida de
Cristo. Él no sabía pero ambas seguirían juntas. Todo lo que podía estar entre
las dos estaba oculto a sus ojos. Las Escrituras del Antiguo Testamento
presentaban el primer y el segundo advenimiento del Mesías, pero no de tal
manera que comunicasen el pensamiento de dos épocas distintas. Incluso después
de la muerte y resurrección del Señor los discípulos no entendieron esto. Así
que Juan une estas dos cosas, — a saber, el bautismo en el Espíritu Santo y el
bautismo en fuego. Nosotros sabemos que el bautismo en el Espíritu Santo es el
poder de la bendición de Dios en el reino de los cielos tal como dicho reino es
ahora. El bautismo en fuego es el que acompañará al reino de los cielos tal
como el reino será cuando Cristo venga de nuevo. No hay tal cosa en la palabra
de Dios como el bautismo en fuego para designar lo que tuvo lugar en
Pentecostés. Bautismo en fuego es la aplicación del juicio de Dios al tratar
con los hombres; mientras que el día de Pentecostés se trató del derramamiento
de la gracia de Dios, y la dación del Espíritu Santo para que habite en los
santos de Dios, lo cual se refería al poder del Espíritu Santo saliendo para
dar un testimonio tal que no soportaría ni una sola cosa mala en el corazón de
los hombres, incluso mientras ello mostraba la gracia de Dios. Esto es el
cristianismo, — el perfecto amor de Dios mostrado a un hombre que no tiene
ningún derecho a él: ¡toda su maldad condenada por la gracia de Dios en la
muerte de Cristo! Y así es como el hombre es hecho honesto a los ojos de Dios y
de los hombres. Él puede permitirse ser inocente consigo mismo porque sabe que
Dios nada le imputa. Cuando nosotros leemos en el día de Pentecostés acerca de
las lenguas de fuegos siendo repartidas, ello fue para mostrar la salida del
testimonio de Dios tanto a gentiles como a judíos. Pero, cuando Mateo capítulo
3 habla acerca de nuestro Señor bautizando en fuego, la alusión no es a estas
lenguas de fuego en Pentecostés sino a la ejecución del justo juicio cuando Cristo
regrese. Esto aparece aún más claramente en lo que sigue a continuación donde
leemos, "Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su
trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará". (Versículo
12). No se trata en absoluto de lo
que Él hace al salvar un alma sino todo lo contrario. Ello se refiere al
momento en que, habiendo los hombres rechazado el evangelio, no queda más que
el derramamiento de la venganza sobre ellos.
"Entonces
Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán,
para ser bautizado por él". (Versículo 13). ¡Qué conjunto de prodigios!
Jesús viniendo a ser bautizado por Juan, el cual estaba predicando públicamente
el arrepentimiento y el perdón de pecados. ¿Qué pudo llevar al Señor Jesús allí
porque Él nunca confesó pecados, y no tuvo ninguno que confesar? Él desafía
incluso a Sus enemigos a que Le redarguyan de pecado. (Juan 8: 46). Un hombre
sin pecado, — sin la menor partícula de ego en cualquier forma o grado, — el
más humilde y el más bendito de los hombres, Aquel que todo lo juzgaba según
Dios; ¡y sin embargo viene para ser bautizado! Juan lo sintió de inmediato, —
¡Jesús viniendo a ser bautizado por él! Para ser bautizado resuelta y
terminantemente, pero, sobre todo, por aquel cuyo bautismo ¡era el bautismo de
arrepentimiento! ¿Cuál es la explicación de esto? Es la gracia, — la
fuente y el canal de todo en Jesús. No fue el juicio de Dios lo que Lo puso
allí; no fue ninguna necesidad en Sí mismo lo que Lo llevó allí; nada que Él
tuviera que reconocer o confesar; sino
que fue la gracia. Pues, ¿sobre quiénes en Israel se posaban los ojos de Dios
con compasión? Sobre los que confesaban sus pecados. Sobre ellos Él siempre
posa Su mirada. Porque la siguiente mejor opción para no ser un pecador en
absoluto es confesar nuestros pecados. Nosotros encontramos que éste es el
primer gran movimiento producido por el Espíritu Santo en el alma de un
pecador, — a saber, el sentimiento de su verdadero lugar ante los ojos de Dios.
Aquí estaba aquel Bendito; y aunque de manera natural ninguna cosa podía
reclamar Su presencia, sin embargo, la gracia Lo llevó allí. Y cuando Juan
trató ¿fervientemente de impedírselo diciendo: "Yo necesito ser bautizado
por ti, ¿y tú vienes a mí?" ¡qué gracia y verdad bienaventuradas revela la
respuesta de nuestro Señor! "Deja ahora, porque así conviene que cumplamos
toda justicia". Es toda justicia lo que iba a cumplirse ahora, y no
meramente el cumplimiento de la ley. Ahora era la justicia de reconocer el
verdadero estado en que se encontraba incluso la mejor parte de Israel. Porque
si hubo alguno en Israel que mostró un sentimiento por Dios fueron aquellos que
eran bautizados por Juan, — los que se arrepintieron en la perspectiva del
reino de los cielos. Ellos deseaban las promesas de Dios y querían estar
preparados para el Rey. Y el corazón del Señor estuvo allí de inmediato; las
compasiones de Su alma estuvieron con aquellos que se humillaron en el sentido
del pecado personal ante Dios. [Véase nota 6].
[Nota 6]. Podemos decir que
el Señor, al ser bautizado en el Jordán, se estaba identificando con los de
corazón sincero de Israel que venían confesando sus pecados. La gracia lo llevó
a Él adonde el pecado los había llevado a ellos, y a todos nosotros. El Buen
Pastor "entra por la puerta" (Juan 10: 2) y asume Su lugar con las
ovejas que Él había venido a salvar mediante el sacrificio de Sí mismo. Su
bautismo señaló esto. [Nota del editor del escrito en Inglés].
El
mismo principio es aplicable a nosotros en la
medida en que el Espíritu de Cristo no sea contristado en nuestras almas.
Incluso, si se trata de reconocer algo al hombre, ¿quién es la persona a la que
más ustedes pueden abrir su corazón? El hombre espiritual, — el que anda muy
por encima del pecado, — pues de él es el pecho al que ustedes pueden descubrir
sus pecados más plenamente que a otro. "Si alguno fuere sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu
de mansedumbre". (Gálatas 6: 1). Fue precisamente la perfección de la
santidad de Cristo lo que Le permitió actuar así: otra persona podría haber
temido las apariencias. Si Cristo hubiera sido simplemente inocente en lugar de
santo, pregunto, ¿Le habríamos encontrado allí? No, nunca. Santidad implica
poder divino contra el pecado; la inocencia es meramente la ausencia de pecado.
Encontramos así a nuestro Señor en la plena conciencia de Su propia santidad
perfecta viniendo al bautismo de Juan, y asumiendo Su lugar con aquellos en
Israel que estaban dispuestos hacia Dios.
"Y
Jesús, después que fue bautizado, subió
luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de
Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos,
que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". (Mateo 3: 16, 17). ¿Acaso no parece que este
maravilloso testimonio de Dios Padre fue la consecuencia de que Cristo cumplió
toda justicia en las aguas del Jordán? Se trató de la respuesta de Dios al
lugar que Cristo, en Su gracia, había asumido. Fue Dios, guardador de la gloria
de Su Hijo quien no permitió que ni una sospecha recayera sobre este acto tan
hermoso y humilde. Y por lo tanto, para que la gracia plena de ello no dejase
de ser sentida, ¡qué rápido se apresura Dios Padre a decir: ¡"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia"!
«No pienses que
Él tiene pecado. Pero si tú estás allí, Él está contigo»: si las ovejas
están en las aguas, el propio pastor debe entrar también en ellas. El Padre
reivindica enseguida a Su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". No es que él se haya complacido simplemente con ese acto,
sino que ello es la expresión retrospectiva de la complacencia de Dios. Ella
refuta todo lo que la pobre mente del hombre podía haber, — y que en realidad
ha deducido de esta operación. Siempre es así en la palabra de Dios. Si hay,
por así decirlo, una puerta cerrada, la llave está siempre al costado de ella.
Si hay un corazón que cuenta con Dios y conoce la perfección de Su carácter, y
es guardador de la honra de Su amado Hijo, Dios está siempre con él. El hombre
ha intentado aprovecharse de la gracia del Señor visto asumiendo así Su lugar
con los piadosos de Israel, para rebajar Su persona y Su posición incluso en
relación con Dios mismo. Pero, cuando nosotros leemos con espíritus afligidos,
¿qué es lo que oímos? "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". Encontraremos más adelante la importancia de esto en
relación con lo que sigue; pero dejo el tema por el momento. No hay nada en
todo el ámbito de la palabra de Dios que esté tan lleno de bendiciones para el
creyente como la persona de Cristo y Sus modos de obrar; pero ello requiere una
gran vigilancia sobre el yo, y la guía especial del Espíritu Santo; pues,
"Para estas cosas, ¿quién es suficiente?"
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta sección:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 4
Hay dos cosas que podemos mencionar antes de
que nuestro Señor es tentado por el diablo. La primera es que Él es reconocido
enfáticamente como el Hijo de Dios por Su Padre; en segundo lugar, que Él es
ungido como hombre por el Espíritu Santo. Ahora bien, algo similar ocurre con
el creyente, — pero de manera inferior, obviamente. Aun así, el creyente es
reconocido como un hijo de Dios y el Espíritu de Dios Le es dado antes de que
él, como tal, sea el objeto de las tentaciones del enemigo. Y esta es una
diferencia importante a tener en cuenta. Estrictamente hablando, la relación
que el pecador tiene con el enemigo no es en el carácter de un individuo a ser
tentado. Él es un cautivo; él es conducido por el diablo a su voluntad. Esto es
algo muy diferente de la tentación; porque supone a una persona completamente
bajo el poder de Satanás. Nosotros
somos
tentados cuando estamos fuera del poder del enemigo y debido a que somos hijos
de Dios. Ustedes ven así que todos los hombres tienen que ver con Satanás de un
modo u otro. La masa de la humanidad está compuesta por sus esclavos; pero los
libertados por el poder de Dios, los que por gracia son hijos de Dios, se
convierten en los objetos de su ataque a manera de tentación. No es tanto su
poder lo que los tales tienen que temer; porque cuando el alma ha recibido a
Jesús el poder de Satanás es realmente nulo; está completamente roto para el
creyente. Y por eso se nos advierte más bien contra sus asechanzas. En ciertos
casos puede haber el padecimiento de sus dardos de fuego; pero incluso esto no
es su poder, poder que no es nada para el creyente mientras él fija su vista en
Cristo; él sólo tiene que resistir, y el diablo huirá de él. Si Satanás tuviera
realmente poder es evidente que él no huiría. Pero, él ha perdido dicho poder
en cuanto al alma que ha recibido a Cristo. Pero, además, si bien para la fe el
poder de Satanás es una cosa destruida en la cruz de Jesús, sus asechanzas son
un asunto muy serio y nosotros no debiésemos ignorar sus maquinaciones. Ahora
bien, Dios se ha complacido en presentarnos su manera en que él trata con
nuestro bendito Señor. Que esto está destinado
para nuestro uso, y que es el gran modelo y principio de las tentaciones
de Satanás en cualquier momento, es evidente por muchas consideraciones obvias
y poderosas.
Además, sabemos, de la lectura del Evangelio de
Lucas, que en el caso de nuestro Señor hubo una tentación muy prolongada de
Satanás, de la que no tenemos detalles. Sólo se nos dice que Jesús fue tentado
por el diablo durante cuarenta días. Pero las grandes tentaciones que el
Espíritu Santo se ha complacido en registrar para nosotros son las que tuvieron
lugar al final de los cuarenta días. ¿Acaso no podemos deducir de ello que en
la tentación de nuestro Señor hubo dos partes: en primer lugar, la que no es común
al hombre pero peculiar a nuestro Señor? Pues nosotros no estamos sujetos a
circunstancias como la de ser conducidos al desierto durante cuarenta días.
Pero, en segundo lugar, nosotros estamos expuestos a las que nos son
presentadas al final. El Señor parece tender un velo sobre la primera, y revela
cuidadosamente aquello en que, en cuanto a principio, todo hijo de Dios puede
ser tentado en algún momento u otro. Veremos que estas tres tentaciones,
presentadas por Mateo y Lucas en un orden diferente, nos presentan una
percepción sorprendente de los modos de obrar de Satanás cuando ataca así a los
hijos de Dios. Pero, es sobremanera dulce ver que antes de que se le permita a
Satanás tentar del todo, la bienaventuranza del reconocimiento del Hijo por parte
del Padre es sacada a relucir muy plenamente. Y, en efecto, es algo parecido lo
que hace que cualquiera sea detestable para el odio de Satanás. El enemigo sabe
muy bien cuando Dios convierte y vivifica a un alma hasta entonces muerta en
delitos y pecados; y enseguida se prepara con sus tentaciones. No es necesario
que las tentaciones vengan en el mismo orden de las de nuestro Señor,
obviamente; pero ellas parecen ser, más o menos, de un carácter similar a las
reveladas aquí.
Es evidente que la primera tentación surgió de
las circunstancias reales de nuestro Señor. Él había estado todo ese tiempo en
el desierto sin comida, y al final de los cuarenta días Él tuvo hambre. Cuando
Moisés estuvo sin comida en el monte durante el mismo tiempo, él estuvo con Dios
y fue mantenido milagrosamente. Pero lo maravilloso aquí es que el tiempo
trascurrió con el enemigo. Nadie había estado así jamás, ni lo volverá a estar.
Estar todo ese tiempo en presencia de Satanás, dependiendo de Dios, fue la
mayor honra moral, aunque fue la prueba más severa por la que el hombre había
pasado jamás. En todo momento el Señor es visto como Hijo del Hombre, aunque
también como Hijo de Dios.
La nota introductoria nos muestra que la
tentación continuó durante todo el tiempo que nuestro Señor estuvo en el
desierto. Leemos, "Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto,
para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y
cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se
conviertan en pan". Con independencia de cuál pueda ser el objetivo de
Satanás, ésta es una parte principal de su táctica, — él insinúa una duda, una
duda acerca de nuestra propia relación con Dios. Él dice, "Si eres Hijo de Dios". Ahora bien, escudriñen
ustedes la palabra de Dios como puedan y nunca encontrarán a Su Espíritu
llevando un alma a dudar. Nada puede haber más opuesto a Su modo de obrar que
aprobar la desconfianza en Dios. Y ello muestra la extrema sutileza de Satanás
que en realidad ha hecho que los propios hijos de Dios sean sus instrumentos,
no sólo permitiendo dudas en ellos mismos, sino ayudando a suscitarlas en
otros, a menudo con el pretexto erróneo de que no confiar en Dios ¡es una
indicación de humildad, y de un deseo de ser humilde! Pero la fe dice: "
Así que vivimos confiados siempre".
(2ª Corintios 5: 6). No es que debamos esquivar examinarnos a nosotros mismos,
ya que en la Escritura encontramos que se insiste en ello. Así, en 1ª Corintios
11, los creyentes son evidentemente
exhortados a examinarse a sí mismos, pero no con alguna idea en cuanto a
producir dudas. Por el contrario, "Examínese a sí mismo cada uno, y así
coma" (1ª Corintios 11: 28 – VM); porque el asunto era acerca de la Cena
del Señor. Con la fuerza de Su gracia, el creyente debe examinarse a sí mismo
al pensar en ir a la mesa del Señor. No se trata de si acaso él debe ir o si
debe permanecer alejado: no encontramos esto en la Escritura. Por otra parte,
yo tampoco encuentro que por ser yo un cristiano no importa el estado en que me
puedo encontrar espiritualmente. Pero, un hombre debe examinarse a sí mismo, y
así comer. Él está seguro de que encontrará aquello que requiere humillación.
Es importante que un alma se acerque a Dios, y que Su luz se proyecte sobre
todo lo que hay allí. Esto dará motivo para que uno mismo se humille, y no para
que uno mismo se mantenga alejado. Esto es lo que el Espíritu de Dios establece
como regla general para la Cena del Señor. Obviamente, yo no estoy hablando
ahora de casos de pecado público donde se requiere la vindicación de la gloria
del Señor. Estos pecados suponen que un hombre practica el pecado y no se
examina a sí mismo. Pero yo estoy hablando ahora del andar del hijo de Dios, y
lo que leemos allí es una cuidadosa indagación en cuanto a lo que él encuentra
dentro de sí mismo; pero que él "así coma".
"Si eres Hijo de Dios".
Nuestro Señor no lo parecía. No había nada exteriormente que llevara la
demostración de ello. Si hubiera sido así, no habría quedado espacio para la fe
en absoluto. Satanás se aprovecha de la humildad de nuestro Señor en el lugar
que Él asumió como hombre. Y, en efecto, nada podría ser más excepcional que el
hecho de que Él fuera hallado en el desierto y, como leemos en Marcos, con las
fieras. Si realmente Él era el Hijo de Dios, Hacedor del cielo y de la tierra,
¡qué lugar era aquel para estar en él, y llevado por el Espíritu después de que
el Padre había hablado desde el cielo y Lo había reconocido como Su Hijo amado!
Pero así fue. Y así es ahora, en un sentido inferior, con respecto a los hijos
de Dios. Pues sin importar cuán bendecidos sean ellos por Dios, o cuán verdaderamente
reconocidos
como Sus hijos, y que tengan Su Espíritu morando en ellos, ellos también, en su
medida, tienen su desierto. Orando al Padre el Señor dijo, "Como tú me
enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo". (Juan 17: 18). No a un
lugar agradable donde no hay espacio para la prueba, sino todo lo contrario.
Debido a que nosotros pertenecemos a Dios y al cielo, debido a que tenemos el
Espíritu Santo sellándonos hasta el día de la redención, nosotros tenemos que
encontrarnos con Satanás, pero con la certeza de que su poder está roto, y que
sus asechanzas es lo que tenemos que resistir. Este hecho de cuestionar la relación
de Cristo con Dios muestra cuán verdaderamente Satanás estaba en acción. Pero
el Señor no lo declara como Satanás hasta que la abierta rebelión es
manifestada contra Dios. Cuando se trata de mera sutileza, Él no lo llama
Satanás. Hay dos formas en que el enemigo es descrito en las Escrituras. Él es
llamado Satanás y diablo. Este último es el término que implica su carácter
acusador y sus asechanzas; el primero se refiere a su poder como adversario.
Nosotros debemos esperar, incluso cuando
sospechamos que es el poder del mal el que actúa, antes de declararlo
absolutamente como mal. Porque si existe el hecho de que el diablo tienta, Dios
también pone a prueba a un alma, y esto puede ser muy agudo. Además, incluso
Dios mismo no actúa hasta que una cosa es manifiesta. Él muestra una paciencia
maravillosa muy contraria a la prisa del hombre. Él desciende para ver si el
mal es tan grande, como en el caso de Adán, sí, y el de Sodoma y Gomorra. Pero
siempre es cierto que, con independencia de lo que Dios es en otras cosas, por
muy rápido que Él es para oír el clamor de los Suyos en dolor, Él es
sobremanera lento para juzgar; y no hay nada que caracterice más el hecho de
conocer a Cristo de manera práctica, y el resultado de esto en nuestras propias
almas, que cuando lo mismo se hace realidad en nosotros. Prisa por juzgar es el
modo de obrar del hombre en proporción a su carencia de gracia; y la paciencia
no es un asunto de conocimiento sino de amor que persevera sobre otra persona,
sin querer pronunciarse hasta que toda esperanza desaparece. La rebelión en la
carne, que parecía tan amenazante podría resultar estar, después de todo, sólo
en la superficie, y no profundamente arraigada. Así que aquí vemos la paciencia
incluso en el trato de nuestro Señor con el adversario. Es solamente cuando él
manifiesta plenamente lo que él es, — sólo cuando exige la adoración debida
sólo a Dios,— que nuestro Señor dice: "Vete, Satanás". Entonces el
adversario huye al instante. Pero, el Señor le permite primero darse a conocer
por completo. Esto es divinamente sabio. Porque, aunque el Señor sabía todo el
tiempo que él era Satanás, ¿qué modelo sería esto para nosotros? El Señor es
aquí el hombre bienaventurado en presencia de Satanás, mostrándonos la manera
en que tenemos que comportarnos en las tentaciones que llegan sobre nosotros
como santos de Dios.
Y permitan que yo diga otra palabra con respecto a
la tentación. En el sentido que le damos aquí, ella es completamente desde
afuera. Nuestro Señor nunca supo lo que era ser tentado desde dentro. Él
"fue tentado en todo según nuestra semejanza". Pero el Espíritu Santo
matiza esto añadiendo: "pero sin pecado". (Hebreos 4: 15). [Véase
nota 7].
[Nota 7]. La traducción
exacta de la expresión griega es: "El cual fue en todas las cosas tentado
de igual manera, apartado del pecado". [Nota del editor del escrito en
Inglés].
No es que
simplemente Él no cedió al pecado, sino que nunca tuvo el principio de él, —
nunca hubo el más mínimo movimiento de un pensamiento o de un deseo contrario a
Dios. Él nunca conoció pecado. (2ª Corintios 5: 21). Es en esto en lo
que nos diferenciamos tanto de Él. A veces tenemos motivos para una profunda
humillación debido a que además de tener que ver con el diablo desde fuera,
nosotros tenemos una mala naturaleza en nuestro interior, — a saber, lo que la
Escritura llama "la carne", es decir, el yo, el cual es la fuente de
insubordinación y de enemistad contra Dios. El yo es la fuente de los deseos
carentes de amor, voluntariosos e impíos en nosotros, que nunca busca la
voluntad de Dios de manera natural, excepto sólo en un espíritu de temor; nunca
la busca como aquello que es amado, — nunca la hacemos hasta que nacemos de
Dios. Incluso después, el mismo principio inicuo todavía está allí; pero
tenemos una nueva vida implantada por Dios en nuestras almas, la cual se
deleita en Su voluntad.
Pero, aunque las
tentaciones de nuestro Señor que tenemos aquí vinieron desde el exterior, aun
así Satanás las adaptó a las circunstancias en las que nuestro Señor se
encontraba en aquel entonces. Él había estado cuarenta días sin comer y la
primera palabra del tentador fue: "Si eres Hijo de Dios, dí que estas
piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan
vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de
la boca de Dios". ( Mateo 4: 3, 4). Nuestro Señor menciona el libro de
Deuteronomio, aludiendo al maná, el alimento diario de Israel que implicaba la
dependencia de Dios y mostraba que Israel no necesitaba que los recursos del
mundo los sustentaran. Ellos no necesitaron que algún país rico los abasteciera
con su abundante cosecha; tampoco dependieron del oro y la plata. Israel, antes
de tener una tierra que cultivar y los medios para cosechar de ella, fue
enseñado a solas con Dios. En el desierto, adonde Él los había sacado como a Su
hijo primogénito, Él los pone a prueba; y la manera de hacerlo fue con respecto
a si acaso ellos estaban satisfechos con Dios y con el alimento que Dios les
proporcionaba día a día. Lamentablemente, ¡ellos no lo estaban!
Aquí la escena
cambia por completo. Se trata de un hombre en el desierto; y Satanás está
allí, — no Dios. En espíritu, Él siempre habitó con Su Padre; pues incluso
cuando estaba en la tierra Él era "el Hijo del Hombre, que está en el
cielo". (Juan 3: 13). Él combinó así dos cosas en Su propia persona. Día a
día era el hombre que dependía de Dios para todo. Y ésta fue la primera gran
tentación del diablo, — a saber, la apelación a Sus necesidades naturales
terrenales. Tener hambre no fue pecado; pero habría sido pecado desconfiar de
Dios a causa del lugar desierto. ¿Acaso no sabía Dios que allí no había pan?,
¿y no era Su Espíritu el que Le había llevado allí? ¿Le había dicho Dios que
abandonara el desierto, o que convirtiera las piedras en pan? Él no usaría Su
propio poder de manera independiente de la palabra de Dios. Y el distintivo constante
del modo de obrar del Espíritu Santo en los hijos de Dios es que ellos no usan
el poder milagroso para sí mismos o para sus amigos. Si lo consideramos en el
Nuevo Testamento encontramos a Pablo haciendo milagros y usando el poder de
Dios para sanar a los enfermos de alrededor. Pero, ¿lo utilizó él alguna vez
para su propio círculo? Por el contrario, Pablo deja a Trófimo enfermo en
Mileto y muestra en torno a él toda la ansiedad de quien podría no haber tenido
nunca poder para sanar el cuerpo. Cuando Epafrodito estuvo enfermo vemos el
ejercicio de una fe que sabía que la voluntad de Dios, consintiendo a ella,
valía más que mil milagros. Los milagros no tenían en sí mismos el carácter
elevado de ejercitar el alma en dependencia de Dios. Obedecer a Dios, someterse
a Él, tener confianza en Él, es aquello de lo cual el hombre natural es
incapaz. El poder por sí solo nunca llega tan alto. Por lo tanto, en el caso de
nuestro Señor mismo nunca encontramos que Él pone Sus obras de poder en un
nivel junto con la obediencia. No, Es más, incluso Él habla de Sus discípulos
como aquellos que deberían hacer obras más grandes que las que Él mismo había
hecho. Pero, la obediencia fue lo que caracterizó a Cristo: y esto nunca fue
hallado en un simple hijo de Adán.
Aquí, frente a
Satanás, nuestro Señor encuentra Su fortaleza; y ello no es en hacer milagros,
ni en ninguna provisión que pudiera haber hecho para Sí mismo, sino en la
palabra de Dios. El hambre podía tener necesidades legítimas pero aquí estaba
Él, probado por Satanás, y él no saldrá de la prueba hasta que ella termine; no
cambiará Sus circunstancias ni moverá un dedo por Sí mismo: Él espera en Dios.
"No sólo de pan vivirá el hombre", Él responde, "sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios". La
palabra de Dios le había llevado allí pues el Espíritu Santo actúa por medio de
la Palabra, y él no saldría del desierto hasta que la palabra de Dios Le
llevara fuera. Esto desechó completamente las tentaciones de Satanás. Pero aún
más: ello sacó a relucir el verdadero secreto de vivir día a día en dependencia
de Dios, pues el alimento de la nueva vida es la palabra de Dios. De qué
inmensa importancia es la Palabra escrita y el hecho de tenerla como nuestro
pan hogareño de cada día; y no meramente leerla como una tarea o un deber
formal, sino como ella lo es en realidad, ¡como la provisión divinamente
adecuada para el hijo de Dios! Es bueno que todos la estudien porque es, en
todo sentido, para el bien del alma leerla día a día inteligentemente, de
corazón, como quien la recibe de Dios mismo. Y Dios no da lo que el corazón del
hombre no puede asimilar, sino lo que es adaptado a nuestras necesidades
diarias, "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de
la boca de Dios".
Esta es, entonces,
la respuesta de nuestro Señor a la primera tentación. ¿Por qué iba Él a
convertir las piedras en pan? Su Padre no Le había dicho que lo hiciera; Él
dependió de la palabra de Dios. Así debería ser siempre con respecto a
nosotros. Cuando no tenemos una expresión clara del pensamiento de Dios,
nuestro lugar es esperar hasta que la tengamos. Algunas veces el hecho de que
no conozcamos el pensamiento de Dios puede mostrar nuestra debilidad, y esto es
desagradable para nosotros. A la inquietud le agradaría ir a alguna parte, o
hacer algo, pero esto no es fe. La fe es demostrada en esperar que Dios
manifieste Su voluntad.
La siguiente
tentación no fue personal sino que estuvo relacionada con la religión, así como
la primera lo había estado con respecto a las necesidades corporales.
Encontraremos que el orden es diferente en Lucas. Pero aquí, en la segunda
tentación mencionada, está lo que yo puedo llamar la tentación religiosa. El
Señor había dicho que el hombre debería vivir "de toda palabra que sale de
la boca de Dios". Luego el diablo Lo lleva a
la ciudad santa, Lo sitúa sobre el pináculo del templo y fundamenta su
tentación en ese punto mismo de la respuesta de nuestro Señor, a saber, la
palabra de Dios. El diablo dice, por así decirlo, «Aquí
hay una palabra de Dios para ti: "A sus ángeles mandará acerca de ti, y,
En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra"».
Muy cierto. Era la palabra de Dios, y evidentemente hablaba del Mesías. Pero,
¿para qué la estaba usando Satanás? Él dice: "Si eres Hijo de Dios, échate
abajo; porque escrito está:" etcétera. Esto era hacer un movimiento sin
Dios, — era hacer algo por iniciativa propia. La Escritura no decía: «Échate
abajo, porque Dios ha mandado a Sus ángeles acerca de ti, para que no tropiece
tu pie en piedra.» El Señor no se
apartaría de la Escritura porque Satanás la había utilizado mal. Él nos muestra
de la manera más instructiva que nosotros no debemos ser movidos de nuestro
baluarte porque ella pueda ser vuelta contra nosotros. Nuestro Señor no entra en
amables distinciones, ni analiza lo que Satanás había dicho, sino que Él nos ha
presentado aquello que debiese ser, si se me permite decirlo, el modo estándar
de lidiar para todo hombre cristiano. Existen quienes podrían tener
discernimiento espiritual para ver que Satanás estuviese pervirtiendo la
Escritura que él citara; pero muchos no podrían. El Señor asume un terreno
amplio al lidiar con el adversario. Él Se posiciona en lo que cada cristiano
debe saber y sentir, y esto es: "Escrito está también: No tentarás
al Señor tu Dios". Él cita una clara palabra positiva de Dios que Satanás
estaba destruyendo mediante el uso que hacía del Salmo 91. Ahora bien, ese es
el baluarte de un creyente que puede tener que ver con uno que discurre
sutilmente a partir de la Escritura, a saber, "Escrito está también".
Él puede apelar a lo que es palpable y claro. Se encontrará que allí donde una
persona aplica sistemáticamente mal la Escritura ella destruye algún principio
fundamental de la palabra de Dios. Todo lo que es falso es contrario a algún
pasaje claro de la Escritura. Ahora bien, esto es una gran misericordia. El
creyente mantiene firme lo que es claro; él no renunciará a lo que entiende por
algo que no entiende. Él puede estar perplejo por lo que el adversario está
presentando y sólo puede tener una creciente sospecha de que está equivocado.
Pero él puede decirse a sí mismo: «Yo
nunca podré
renunciar a lo que está fuera de toda duda por algo que no conozco.»
En otras palabras, él sostiene la luz y rechaza las tinieblas.
Me parece que es así
como nuestro Señor lidia con Satanás. Él podía haberlo desechado de inmediato
en el terreno del razonamiento y haber mostrado el objetivo pervertido con el
que Satanás estaba aplicando la Escritura; pero, Él lidia con él más bien en el
terreno moral, terreno que todo cristiano es capaz de juzgar. Pregunto:
¿Encuentro yo una Escritura utilizada con el propósito de hacerme desconfiar de
Dios? Yo asumo enseguida mi posición en "No tentarás al Señor tu
Dios". ¿Qué es lo que se quiere decir con esto? Se quiere decir que yo
nunca debo dudar de que el Señor estará a mi favor. Si hago algo para probarlo
a Él, para ver si Él estará a favor mío, esto es, a la vez, incredulidad y
desobediencia. Lo que leemos aquí es una alusión a la historia de Israel
nuevamente, y otra cita del libro de Deuteronomio. De hecho, nuestro Señor cita
cada respuesta a las tentaciones, como ha sido destacado hace tiempo, del libro
de Deuteronomio. Ustedes encontrarán en Éxodo capítulo 17 que los israelitas
tentaron al Señor preguntando: «¿Está
Él entre
nosotros o no?» Esto no significa
que ellos Le provocaran mediante idolatría o por la negativa a hacer Su
voluntad. No se trata de un pecado deliberado sino de incredulidad en cuanto a
Su bondad y a Su presencia, — en pocas palabras, incredulidad en cuanto a que
Dios está a nuestro favor. Esto es exactamente lo que nuestro Señor propugna. «YO
me echo abajo para descubrir que la Escritura es verdadera y que ¡los ángeles
Me sostendrán! Yo no necesito hacer tal cosa; ya que Yo estoy muy seguro de que
si Yo fuese echado abajo, los ángeles estarían allí para sostenerme.»
Si ustedes tienen una persona de la que sospechan que es deshonesta en sus
recintos, tal vez ustedes estén dispuestos a ponerla a prueba de una u otra
manera. Pero, ¿a quién se le ocurriría poner a prueba a alguien en quien uno
tuviera plena confianza? Pues bien, ese es exactamente el significado de la
respuesta de nuestro Señor: "No tentarás al Señor tu Dios". Su alma
resentía la idea de probar a Dios para ver si Él sostendría a Su Hijo. Dios
podía probarlo a Él; Satanás podía ponerle a prueba; pero, en cuanto a que Él
tentara al Señor, como si el Señor Su Dios requiriera ser puesto a prueba para
ver si Él sería fiel a Su palabra, — ¡Fuera con ese pensamiento! Él no quiso
oír acerca de ello ni por un momento.
La tentación que es
la segunda en Mateo, Lucas la presenta como la tercera. ¿A qué se debe esto?
Ciertamente nosotros no debiésemos leer las Escrituras como si tales
diferencias no tuvieran la intención de sugerir una indagación. Tenemos que
tener cuidado de no malinterpretar la Escritura; pero la Escritura está
destinada a ser entendida. Acerca de estos diferentes órdenes en que las
tentaciones son puestas, yo digo que ambos órdenes son correctos, ambos son inspirados
por Dios. Si la intención de ellos hubiese sido informar de la tentación
exactamente como tuvo lugar, está claro que ellos no están en lo correcto; pero
Dios tuvo un objetivo mucho más elevado. Dios escribió para nuestra enseñanza,
y Dios se ha complacido, en los diferentes Evangelios, en colocar los hechos de
la manera más instructiva. Mateo presenta simplemente la tentación
históricamente, tal como ella tuvo lugar. Por lo tanto, en Mateo tenemos
menciones de tiempo: "Entonces el diablo le llevó", etcétera.
En Lucas no hay tal pensamiento; allí es simplemente: "Y le llevó el
diablo", etcétera. (Lucas 4: 5). Esta palabra nos prepara de inmediato
para ella. Es evidente que estas diferentes tentaciones existieron, pero Lucas
las coloca como para no decirnos el orden en que ocurrieron.
Estas últimas
palabras es un comentario general válido para todo el Evangelio de Lucas, el
cual se aparta habitualmente del sencillo orden de los hechos para presentar
una disposición adecuada al designio que él tenía en perspectiva. En su
conjunto, el Evangelio de Lucas se caracteriza por poner los hechos de la vida
de nuestro Señor en un orden que se ajusta a la doctrina que Él estaba
enseñando. Así, ustedes encontrarán en Lucas que incluso la genealogía de
nuestro Señor no es presentada en su lugar habitual; hay un alejamiento de la
mera serie natural; y hay, en cambio, un orden moral. Tomen ustedes el caso de
la oración del Señor: Lucas la coloca en un lugar totalmente diferente al de
Mateo, el cual lo presenta en el maravilloso discurso comúnmente llamado el
Sermón del monte; y como la oración formaba una parte muy importante de los
nuevos principios que el Señor estaba sacando a la luz, ella también formaba
uno de los temas principales del discurso del Señor. Lucas reserva esa oración
hasta llegar a Lucas 11, porque nuestro Señor está señalando allí el gran
recurso de la vida espiritual, el modo en que dicha vida ha de ser mantenida y
sustentada en el alma. Y Lucas nos muestra esto a partir de la historia de
Marta y María. (Lucas 10). La pregunta surge, ¿Por qué Jesús aprobó la senda y
el andar de María más que los de Marta? No es que Él no las amaba a todas, ni
que Marta no tuviera un verdadero amor personal por el Salvador y que su
corazón no fuera fiel a Él. Pero había una inmensa diferencia entre ellas.
¿Cuál era esta diferencia y por qué ello era así? Lucas nos presenta la
diferencia moral. Mientras Marta se ocupaba en lo que podía hacer por el Señor
para mostrarle su amor, María estaba ocupada en el propio Señor, — sentada a
Sus pies, escuchando Su palabra. La una estaba llena de lo que ella podía
hacer por Cristo; la otra, estaba llena de Cristo mismo; y nada de
lo que ella podía hacer tenía la menor importancia a sus ojos, comparado con
Cristo mismo. Nosotros encontramos así, en otro caso, a María rompiendo el
frasco de alabastro para ungir los pies de Jesús, — una acción poco considerada
por los demás; y sin embargo, lo que ella había hecho debía ser recordado a
través de todo el mundo. (Véase Marcos 14: 3-9). Nuestro Señor saca a relucir
en Lucas este gran asunto, — a saber, la palabra de Dios, esperar en Jesús,
siendo esto el primer gran recurso para fortalecer la vida nueva y espiritual;
y, por lo tanto, inmediatamente después de este relato acerca de estas hermanas,
nosotros tenemos la petición de los discípulos pidiendo ser enseñados a orar.
En realidad, ello tuvo lugar mucho antes; pero Lucas coloca estos dos sucesos
juntos de esa forma especial para señalar la conexión de la palabra de Dios con
la oración.
Así, en la
tentación, Lucas se aparta del orden de los hechos y nos presenta la secuencia
moral. Mateo se limita a nombrar los hechos tal cual sucedieron. Lucas los
coloca en el orden de magnitud, y se desplaza desde la prueba natural a la
mundana, y después a la tentación religiosa. Porque está perfectamente claro
que la tentación por medio de la palabra de Dios era mucho más dura para Uno
que valoraba Su palabra por encima de todo aquello que consistía una apelación
a las necesidades naturales o a la ambición mundana. Por eso Lucas reserva esta
tentación hasta el final. En Mateo no es así, pero tenemos, en tercer lugar, la
tentación mediante el mundo. Leemos, "Le llevó el diablo a un monte muy
alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:
Todo esto te daré, si postrado me adorares". ( Mateo 4: 8, 9). Aquí el
diablo se manifestó de inmediato. La idea misma de presentar cualquier objeto
de reverencia y adoración entre el alma y Dios fue para detectar de inmediato
que se trataba del propio diablo o de un instrumento del diablo. Por lo tanto,
el Señor lo denomina de inmediato como "Satanás". "Entonces
Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y
a él sólo servirás". (Versículo 10). Si se hubiera tratado de un apóstol,
habría sido exactamente lo mismo. Si uno de ellos se hubiera desviado tanto
como para insinuar tal cosa, el Señor habría dicho igualmente,
"Satanás". ¿Acaso no es esto muy solemne para nosotros cuando
tratamos con cristianos que se han convertido en instrumentos de Satanás por un
momento? El Señor no titubeó en una ocasión en decir, "Satanás", al
propio Pedro; y eso que él era el principal de los doce, — el primero en
dignidad entre los apóstoles del Cordero. Y, sin embargo, nuestro Señor mismo,
después que Él hubo colocado una señal de honra sobre Pedro y le hubo dado un
nuevo nombre, no duda en decir "Satanás" a Pedro como al enemigo
mismo. Todo esto saca a la luz un importante principio para nuestros propios
modos de obrar al tener que ver incluso con un hijo de Dios.
Al responder a la
tercera y última tentación nuestro Señor aún se limita al libro de
Deuteronomio. ¿Por qué? Porque Deuteronomio (o Segunda Ley) es el libro que
considera a Israel después de que ellos habían fracasado completamente bajo la
ley, y cuando Dios introduce el nuevo principio de la gracia y muestra, no la
mera justicia por la ley, sino la que es por la fe. El apóstol Pablo también
cita de Deuteronomio con el mismo propósito. Deuteronomio es el libro que indica
el lugar de la obediencia cuando ella ya no es una mera cuestión de observancia
bajo la ley. El Señor Jesús asume aquí ese mismo lugar. Él no está dando
testimonio de lo que Él podría haber hecho como persona divina. Como tal, Él
habría asumido un terreno en el que nosotros no podríamos seguirle. Pero a
través de esta tentación Él asume la postura que se ajusta a nosotros y a todos
los que desean seguirle. Lo único correcto y lo que conviene a un hombre
piadoso al enfrentar las tentaciones es el terreno de la obediencia a la fe:
pues uno se mantiene así en la confianza de lo que Dios es en Su bondad. El
Señor no se desviaría en ningún caso de lo que era el lugar debido y apropiado
para un siervo de Dios en Israel. Si una persona era piadosa, su lugar era confesar
y ser bautizada con el bautismo de arrepentimiento. Nuestro Señor se encuentra
de inmediato con los tales, aunque en Su caso fue cumplimiento de justicia,
mientras que con nosotros es
reconocimiento de pecado. Él, que era el único que podía asumir Su
posición por encima de la justicia legal, la asume como vindicando a Dios en
todo sentido, no sobre la mera justicia del hombre. Satanás puede colocar la
tentación frente a Él en todas sus formas, pero ello es inútil. Su única
preocupación es vindicar a Dios, y nunca arrogarse nada. El enemigo fue
frustrado, para gloria de Dios, por un hombre obediente y dependiente.
Creo que los
principios traídos ante nosotros en este capítulo son de la mayor importancia
práctica para los hijos de Dios. Los pocos comentarios que yo he hecho pueden
ayudar a dirigir las almas al valor práctico de estas tentaciones de nuestro
Señor para guiarnos en nuestra propia senda. Por lo tanto, recomiendo todo el
tema a la atención del lector como un tema que, aunque pudo haber sido presentado
muchas veces ante nosotros, y que podemos haber meditado a menudo sobre su
valor práctico, todavía puede requerir nuestro pensamiento, ya que seguramente
ello recompensará nuestro estudio llevado a cabo con oración.
Puede ser
instructivo comparar las diferentes maneras en que el Espíritu Santo introduce
el ministerio de nuestro Señor en los Evangelios. Y cuando hablo de Su
ministerio, ustedes entenderán que me refiero a Su servicio público, pues hubo
muchas cosas relacionadas con el Señor, — milagros realizados y discursos
notables pronunciados, — antes de que Él emprendiera formalmente Su curso
ministerial. Lo que yo deseo mencionar ahora es la sabiduría con la que Él nos
ha presentado una visión distinta de nuestro Señor en cada uno de estos diferentes
relatos inspirados. Nosotros podemos seguir con reverencia a Aquel que se ha
complacido en proporcionarlos de manera tan variada, — omitiendo ciertas
declaraciones en algunos, y presentándolas en otros; alterando de vez en cuando
el orden de la narración de los acontecimientos para lograr así Su propósito
más perfectamente. Al comparar estos relatos podemos ver que el Espíritu Santo
siempre conserva el gran designio de cada Evangelio, y ésta es la base de toda
interpretación correcta. Si nosotros tenemos en cuenta aquello que Él se
propone, encontraremos en esto el principio sobre el cual los Evangelios fueron
escritos y, en consecuencia, encontraremos lo único que nos permitirá
entenderlos correctamente.
Ya he mostrado, para
comenzar con el Evangelio de Mateo, que a lo largo del mismo el Espíritu Santo
nos está presentando al Mesías con las pruebas más completas de Su misión de
parte de Dios, pero, lamentablemente, como un Sufriente y un Rechazado, y esto
especialmente por parte de Su propio pueblo; y, entre ellos, rechazado sobre
todo por aquellos que, humanamente hablando, tenían más motivos para recibirle.
¿Había algunos que destacaran peculiarmente por su justicia en la estimación de
la nación? Si los fariseos lo eran, ¿quiénes fueron los que estaban tan
resentidos contra Él? ¿Había alguno que fuera celebrado por su conocimiento de
las Escrituras? Los escribas fueron los que se combinaron con los fariseos
contra Él. Los sacerdotes, celosos de su propia posición se opondrían de manera
natural a alguien que sacaba a relucir la realidad de un poder divino
administrado por el Hijo del hombre en la tierra en el perdón de pecados. Ahora
bien, todas estas cosas salen a relucir con una fuerza y claridad sorprendentes
en el Evangelio de Mateo. Pero, aunque todavía no hemos llegado a estos
detalles, el designio principal mismo del Espíritu Santo se hace patente en la
forma en que nuestro Señor es presentado al iniciar Su ministerio público en la
porción que tenemos ante nosotros.
En primer lugar, en
Mateo no se menciona todo lo que ocurrió en Jerusalén. Humanamente hablando, es
tan probable que Mateo haya inquirido las tempranas circunstancias de nuestro
Señor, y en particular Su relación con esa ciudad, tal como el amado discípulo
Juan. Sin embargo, de una gran cantidad de cosas presentadas en Juan ni una
sola palabra aparece en Mateo. En el cuarto Evangelio tenemos una delegación de
Jerusalén para ver primero a Juan el Bautista, y luego nuestro Señor es
reconocido como Cordero de Dios y como Aquel que bautiza con el Espíritu Santo.
Luego tenemos a nuestro Señor dándose a conocer a varias personas; entre ellas,
a Simón Pedro, después de que Andrés, su hermano ya había estado en compañía
del maravilloso Forastero. Luego Felipe es llamado, el cual encuentra a Natanael;
y así la obra del Señor se extiende de un alma a otra, ya sea por el Señor
atrayendo a Él mismo directamente, o por
la intervención de los que ya habían sido llamados. Todo esto es omitido por
completo aquí en Mateo. Además, en Juan capítulo 2 es presentado el primer
milagro o señal, en el que Cristo manifestó Su gloria, — la conversión de agua
en vino; después de lo cual nuestro Señor sube a Jerusalén y ejecuta el juicio
sobre la codicia que entonces reinaba incluso en la ciudad que se jactaba de
santidad. Tenemos también una pequeña visión secundaria de lo que nuestro Señor
estuvo haciendo durante este tiempo en Jerusalén. Él estuvo haciendo señales
milagrosas allí, y muchos creyeron en Él, aunque de una manera natural. Se dice
que Jesús "no se fiaba de ellos, porque conocía a todos" (Juan 2:
24); pero Él revela la gran doctrina del nuevo nacimiento, y saca a relucir la
cruz, — para ser hecho Él mismo así pecado, como la serpiente había sido
levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que cree en Él "no
se pierda, mas tenga vida eterna". (Juan 3: 16). Todo esto tuvo lugar
antes de las circunstancias registradas por Mateo. Cuando esto es visto, ello
debe sorprender a cualquier atento lector de la palabra de Dios. No pudo ser que
esas cosas fuesen desconocidas para Mateo: ellas no podían dejar de ser
nombradas y meditadas si, aparte de la inspiración, ustedes le consideran como
un mero discípulo. Andrés, Pedro y Juan, y los demás, habrían conversado una y
otra vez acerca del primer contacto de ellos con el Salvador. Sin embargo,
Mateo no dice una palabra acerca de ello; tampoco lo hacen Marcos o Lucas, —
sólo Juan. Ahora bien, cuando nosotros examinamos los propios Evangelios
encontramos la solución verdadera. No es la ignorancia de un evangelista ni el
conocimiento de otro lo que explica las omisiones o las inserciones. Dios
presenta un relato tal de Jesús que inculcaría perfectamente la lección que Él
estaba enseñando en cada Evangelio.
¿Por qué todo lo que
hemos mencionado aparece convenientemente en Juan? Evidentemente porque ello
coincide con la verdad que es allí enseñada. En Juan tenemos, desde el
principio, la ruina total del hombre, — la ruina del mundo. El primer capítulo
nos muestra la evidencia práctica de lo que era el judaísmo, — el Señor no es
recibido por los Suyos, no obstante viniendo debidamente, y llamando así a Sus
propias ovejas por nombre, y sacándolas de allí. Debido a que el testimonio de
Juan Bautista no tuvo ningún efecto duradero sobre la masa; podía pasar de boca
en boca, pero caía desatendido en los oídos de los que no tenían fe: "No
sois de mis ovejas, como os he dicho". (Juan 10: 26). Ahora bien, tenemos
a las ovejas llamadas individualmente por su nombre, y a una de ellas
recibiendo un nuevo nombre totalmente acorde con el carácter del Evangelio de
Juan. En Mateo no tenemos ninguno de estos llamativos incidentes porque en él
el Espíritu Santo nos presenta a Jehová-Jesús, el Mesías, obrando milagros,
cumpliendo la profecía, exponiendo el reino de los cielos, — pero en necesidad,
despreciado y compañero de esos en Galilea; pues Él no es visto aquí como el
Hijo de Dios, ya sea desde la eternidad o como nacido en el mundo; sino que Él
mismo asume un lugar en separación, para hacer realidad la gran predicción que
el profeta Isaías había sido inspirado por Dios para que la revelara cientos de
años antes. Porque observarán ustedes que el hecho de que nuestro Señor dejara
Nazaret y viniera a habitar en Capernaúm es introducido aquí como el
cumplimiento de aquello de lo cual el profeta Isaías había hablado diciendo:
"Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, Camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles". (Mateo 4: 15; Isaías 9: 1). Ello estaba
fuera de la ubicación habitual de Israel, en esa parte de ella que aún ha de
pertenecer a Israel, de la que algunas de las tribus habían tomado posesión,
aunque, estrictamente hablando, estaba más allá de los límites apropiados de la
tierra prometida. El Señor atraviesa la Galilea de los gentiles, y en todo lo
que hacía Él cumplía la profecía. Los judíos debieron haberlo sabido con toda
seguridad. De este modo, el pueblo asentado en tinieblas "vio gran luz; Y
a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció".
(Mateo 4: 16; Isaías 9: 2).
Ahora bien, si
nosotros acudimos al profeta Isaías encontraremos algo más de la importancia de
esta cita. Ella es parte de un solemne estilo profético, parte en la que Jehová
pone de manifiesto la superlativa rebeldía de Israel y los juicios que caen sobre
Su pueblo porque no prestaban atención a Su voz. Su mano se extendió contra
ellos: "A pesar de todo esto, no ha cesado su furor, y su mano todavía
está extendida". (Isaías 5: 25 – RVA). En medio de estos tratos de Dios
tenemos la gloria de Jehová revelada. (Isaías 6). Ahora sabemos, como declara
Juan capítulo 12, que esta gloria está en la persona de Cristo.
Consecuentemente, en Isaías 7 se anuncia que iba a haber un nacimiento
totalmente sobrenatural. Ya no se trataba de Uno sentado en un trono alto, apartado
de los hombres, aunque los hombres recibieran un mensaje de misericordia de
parte de Él en medio del juicio, sino que el capítulo 7 de Isaías revela el
gran hecho de la encarnación. El Rey de gloria, Jehová de los ejércitos,
llegaría a ser un niño, nacido de una virgen. El capítulo siguiente revela otro
hecho. A Israel no le importó más el glorioso Niño de la virgen que las
anteriores advertencias de Dios. Por el contrario, Lo despreciaron y Lo
rechazaron. En consecuencia, el capítulo 8 presupone un remanente piadoso cada
vez más aislado en medio de un temible estado de cosas en Israel, quienes,
uniéndose a los gentiles, dirán: "Es conspiración". Leemos, "No
digáis: "Es conspiración", a todo lo que este pueblo llama conspiración,
ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis". (Isaías 8: 12 –
LBA). Israel asume entonces el lugar de la incredulidad total. Los judíos
serán líderes en esta rebelión contra Dios. Pero, en medio de todo ello, ¿qué
está haciendo Él? Leemos, "Ata el testimonio, sella la ley entre mis
discípulos. Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de
Jacob, y en él confiaré. He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por
señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos, que mora en
el monte de Sión". (Isaías 8: 16-18).
Es decir, hay una declaración clara de que Dios se complacerá en tener
un pequeño remanente en medio de Israel; y mientras Israel rechaza al Mesías,
aparece un remanente separado y la bendición vendría al fin en toda la plenitud
de la gracia. Sin embargo, al principio ello sería algo pequeño y despreciado;
y esta es exactamente la circunstancia que nuestro Señor estaba poniendo en
evidencia ahora. "Y si os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los
adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios?
¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio! Si no
dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido". (Isaías 8: 19,
20). En consecuencia, la profecía continúa: "Sin embargo, no tendrá
oscuridad la que estaba en angustia. En tiempos anteriores él humilló la tierra
de Zabulón y la tierra de Neftalí; pero en tiempos posteriores traerá gloria a
Galilea de los gentiles, camino del mar y el otro lado del Jordán. El pueblo
que andaba en tinieblas vio una gran luz [el Mesías]. A los que habitaban en la
tierra de sombra de muerte, la luz les resplandeció". (Isaías 9: 1, 2 –
RVA). Él muestra después en esta profecía que (si bien la aflicción gentil
infligida a la nación sería más pesada que nunca, y la opresión romana
superaría con creces la caldea de antaño, aun así) el Mesías estaría allí,
despreciado y rechazado por los hombres, no, es más, rechazado por los judíos,
y eso en este mismo momento cuando era despreciado así por el pueblo que
debiese haber conocido Su gloria, una gran luz, surgiría en el lugar más
despreciado, en la Galilea de los gentiles, entre los más pobres de Israel,
donde los gentiles se habían mezclado con ellos, — personas que ni siquiera
podían hablar correctamente su propio idioma. Allí debía brotar esta luz
resplandeciente y celestial; el Mesías sería reconocido y recibido allí. De
este modo nosotros podemos ver cuán plenamente esta profecía se ajusta al
Evangelio que estamos considerando. Porque tenemos aquí a Uno que es
Jehová-Mesías, un rey divino, — no un simple hombre, sino Uno menospreciado por
la nación y despreciado por los dirigentes, dándose Él a conocer en gracia a
los que eran más despreciados en las afueras como cuando salen ustedes hacia
los gentiles. Aquello que los reyes habían esperado en vano, lo que los
profetas habían deseado ver, fue lo que los ojos de ellos vieron. El
Señor comienza a separar un remanente en Israel en Galilea de los gentiles.
Esto mantiene y confirma el objetivo de Mateo desde el principio.
Pero hay más que
esto. "Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado". (Mateo 4: 17). Es evidente
que esto da comienzo a Su predicación pública. El discurso a Nicodemo fue totalmente
diferente. Y, ¿Por qué no tenemos nada parecido a la mujer samaritana en Mateo?
¿Cómo concuerda ello con el Evangelio de Juan? En Mateo el tema es el
cumplimiento de las profecías acerca del Mesías, y Dios mostrando que no hubo
por Su parte ningún malogro en el testimonio hasta que la obra del Bautista
finaliza. Jesús espera esto en Mateo. En Juan Él no espera nada. Él presenta
allí el testimonio más grandioso posible acerca del reino de Dios; la necesidad
de una vida que el hombre no tiene de manera natural, una vida que sólo Dios
puede dar; y la necesidad de la cruz como expresión del juicio de Dios sobre el
pecado en gracia hacia los pecadores, — hacia el mundo. De modo que el discurso
en Juan capítulo 3 consta de estas dos partes: — una vida dada por Dios que es
perfectamente santa; y Jesús muriendo en expiación por los pecados de la vida
antigua que nunca pudo entrar a la presencia de Dios. Porque aunque los
creyentes deben tener la vida nueva, esto no puede borrar el pecado. La muerte
es necesaria tanto como la vida, y el Salvador proporciona ambas. Él es la
fuente de la vida como Hijo de Dios, y Él muere como Hijo del hombre. Y esto es
lo que Él saca a relucir de manera sorprendente en el comienzo del Evangelio de
Juan.
En Mateo, como ya he
dicho, tenemos a Jesús esperando hasta que finaliza el testimonio de Juan el
Bautista, y entonces Él emprende Su ministerio público. Estas cosas son
perfectamente armoniosas. Si se hubiera dicho que nuestro Señor predicó el
reino de los cielos a Nicodemo ello podría haber parecido una contradicción;
pero Él no lo hizo. A Nicodemo Él mostró la necesidad de un nuevo nacimiento
para que alguien viera el reino de Dios. Pero en Mateo Él está considerando lo
que concierne a la tierra, — a saber, el reino de los cielos conforme a la
profecía de Daniel. Por lo tanto, Él espera hasta que Su precursor terrenal
hubo terminado su tarea. Por eso Mateo omite toda alusión a algo público acerca
de Cristo antes de que Juan es encarcelado. Él presenta a los judíos el reino de
los cielos como aquello que era conforme a sus profetas.
Veamos en el
Evangelio de Lucas de qué manera comienza
el ministerio de nuestro Señor. El capítulo 4 será suficiente para mi
propósito. El Señor vuelve en el poder del Espíritu a Galilea: "Y se difundió
su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos,
y era glorificado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado".
(Lucas 4: 14-16). Esta es una escena anterior; Él no está todavía en Capernaúm.
Mateo lo omite todo. Esto es aún más sorprendente porque Lucas no fue uno de
los que estuvo personalmente con nuestro Señor, mientras que Mateo sí lo
estuvo. Pero, a menos que ustedes crean que es Dios quien ha guiado la mano de
cada escritor, y ha puesto Su propio sello en ello, ustedes son incapaces de
entender la Escritura; ustedes añadirán sus propios pensamientos en lugar de
someterse al pensamiento de Dios. Lo que necesitamos es confiar en Dios, el
cual está derramando sobre nosotros Su propia luz bienaventurada e infinita.
¿Por qué Dios nos presenta este incidente en Nazaret en Lucas y en ningún otro
lugar? ¿Se trata del Mesías? No; ese no es el objetivo de Lucas. Tampoco se
trata de Su ministerio en el orden en que ocurrió: ustedes encontrarán esto en
Marcos. Pero Lucas, al igual que Mateo, cambia el orden de los acontecimientos
con el propósito de sacar a relucir el objetivo moral de cada Evangelio. Lucas
nos presenta esta circunstancia en la sinagoga; Mateo no lo hace. Si alguien ha
leído el Evangelio de Lucas con inteligencia espiritual, ¿cuál es la impresión
uniforme comunicada a la mente? Allí está el Hombre bienaventurado, ungido por
el Espíritu Santo, que va haciendo el bien. De hecho, esta es precisamente la
forma en que Pedro resume la vida de Jesús en el libro de los Hechos cuando
predica acerca de Él a Cornelio, — pues leemos, "Cómo éste anduvo haciendo
bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con
él". (Hechos 10: 38). Y luego él presenta un relato acerca de Su maravillosa
obra en Su muerte y
resurrección, y de los frutos de esa obra para el creyente.
Entonces, al
comenzar el Evangelio de Lucas, ¿cuál es el primer incidente del ministerio de
nuestro Señor que está registrado allí? En Nazaret, la aldea más despreciada en
Galilea, el lugar donde de seguro nuestro Señor iba a ser escarnecido, — en su
propia tierra, donde Él había estado viviendo todos los días de Su vida privada
de bienaventurada obediencia prestada al hombre y de dependencia de Dios, — en
este lugar mismo Él entró en la sinagoga en el día de reposo y se levantó a
leer del profeta Isaías, donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha
enviado a sanar a los quebrantados de corazón… A predicar el año agradable del
Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó". (Lucas 4:
18-20). Él se detuvo en medio mismo de una frase. ¿Por qué? Por el motivo más
precioso. Él vino aquí como heraldo de la gracia, ministro de la benignidad
divina para con los hombres pobres y miserables. En la profecía de Isaías había
juicio mezclado con misericordia. El Evangelio de Mateo puntualiza juicio sobre
los judíos y misericordia para la despreciada Galilea. Pero aquí se trata de
algo más amplio. En Lucas no hay ni una palabra acerca de juicio; no aparece
nada más que la plenitud de la gracia que estaba en Cristo. Él había venido con
todo el poder y la voluntad de bendecir: el Espíritu de Jehová estaba sobre Él
para ese propósito. Él fue enviado a predicar el año agradable del Señor, — y
allí mismo enrolló el libro. No quiso añadir las palabras siguientes que
anunciaban "el día de venganza del Dios nuestro". (Véase Isaías 61:
1, 2). Él, de manera muy significativa, se detiene antes de decir una palabra
acerca de aquel día. En cuanto a la misión real con la que Jesús vino del
cielo, ella no fue para ejecutar venganza: esto sólo fue lo que el hombre, al
rechazar la gracia, Lo obligaría a hacer más tarde. Pero Él vino a mostrar el
amor divino emanando en una corriente perfecta e incesante desde Su corazón.
Esto fue lo que nuestro Señor puso aquí al descubierto. ¿Dónde encaja una
escena como ésta? Exactamente en el lugar donde ella se encuentra, — sólo en el
Evangelio de Lucas. Ustedes no podrían trasplantarla a Mateo, ni siquiera a
Juan. Hay un carácter acerca de ella que pertenece a este Evangelio y a ningún
otro. Algunas de las circunstancias del ministerio de nuestro Señor son
presentadas en todos los Evangelios, pero ésta no: y el motivo es que ella
discurre en la corriente de Lucas, se encuentra allí, y sólo allí.
Esto ayudará a
ilustrar las diferencias características y divinamente dispuestas de los
Evangelios. Armonizar es el intento de comprimir en un único molde cosas que no
son lo mismo. Por tanto, si se me permite añadir unas palabras en cuanto al
relato de Lucas, nosotros tenemos más para corroborar. Mientras ellos estaban
pendientes de lo que él iba a decir para oír las palabras de gracia, como las
caracteriza el Espíritu Santo, todos los ojos se fijaron en Él. Leemos,
"Entonces comenzó a decirles: —Hoy se ha cumplido esta Escritura en
vuestros oídos… y [ellos] decían: —¿No es éste el hijo de José?" (Lucas 4:
21, 22 – RVA). Tal era la ceguera del corazón de ellos. Él fue despreciado y
rechazado por los hombres; no sólo por los hombres soberbios de Jerusalén, sino
incluso en Nazaret. Este es el objetivo de Lucas que demuestra el pensamiento
aún más profundo, — a saber, que no eran sólo los hombres los que podían
ensoberbecerse en la ley, sino que el corazón de los hombres estaba contra Él
dondequiera que Él estuviera. Que ello sea en Nazaret, y que Él pronuncie las
palabras de más gracia que jamás hubieran salido de los labios del hombre, aun
así Le seguía el escarnio. "Y les dijo: Seguramente me diréis este
proverbio: Médico, cúrate a ti mismo; todo lo que hemos oído hacer en
Capernaúm, hazlo también aquí en tu tierra". (Lucas 4: 23). Nosotros nos enteramos
aquí que el Señor
había hecho muchas cosas en otro lugar, y de cosas que habían tenido lugar antes
de esto; pero el Espíritu de Dios registra esto primero en detalle. Por
consiguiente, el Señor introduce otra cosa a la que debo referirme. Él toma
ejemplos de la historia judía para ilustrar la incredulidad de los judíos y la
bondad de Dios para con los gentiles: "Y en verdad os digo que muchas
viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado… pero
a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta",
etcétera. (Lucas 4: 25, 26). Es decir, Él muestra que en la incredulidad de
Israel Dios se dirige a los gentiles, y que éstos deben oír. En el Evangelio de
Lucas se encuentra este gran argumento, — no sólo la exhibición de la plenitud
de la gracia que estaba en Jesús, sino Dios saliendo a los gentiles, y en misericordia
para ellos. El primer discurso registrado de nuestro Señor en Lucas saca a
relucir el objetivo mismo del Evangelio. Consecuentemente, cuando el Señor
pronunció estas palabras, ellos "se llenaron de ira; y levantándose, le
echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el
cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en
medio de ellos, y se fue. Descendió Jesús a Capernaúm". (Lucas 4: 28-31).
Y luego tenemos al Señor tratando con un hombre que estaba poseído por un
demonio. Este es el primer milagro que es detallado aquí; y es sólo en el
capítulo siguiente donde encontramos a nuestro Señor llamando a Simón Pedro, a
Andrés y a los demás, a seguirle a Él; todo lo cual es presentado con el mayor
cuidado posible. De inmediato nos sorprende la diferencia.
Pues cuando volvemos
a Mateo no hay ni una palabra acerca de Nazaret, ni acerca de la expulsión de
un demonio de un hombre poseído; sino que simplemente nuestro Señor, cuando
comenzó a predicar, andaba junto al mar de Galilea, y "vio a dos hermanos,
Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque
eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de
hombres". (Mateo 4: 18, 19). El relato es presentado de manera muy
sucinta. Los detalles no se encuentran; pero sí los tenemos en Lucas, y yo
presumo que por este motivo, a saber, que el suyo es especialmente el Evangelio
donde vemos el análisis moral del corazón humano. Hay dos cosas que son sacadas
a relucir especialmente en Lucas, — a saber, cuál es el corazón de Dios hacia
el hombre, y cuál es, por naturaleza, el corazón del hombre hacia Dios; y,
además de esto, qué llega él a ser por la gracia de Dios. Tomen ustedes la
parábola del pródigo como ejemplo. ¿Acaso no tienen ustedes allí la gracia de
Dios y la iniquidad del corazón del hombre puestas plenamente de manifiesto?,
¿y luego el hecho de que él vuelve en sí y de haberse él perdido en la bondad
de Dios hacia él? Esto es justamente el Evangelio de Lucas, la suma y la
sustancia de todo el libro. Ello es uno de los motivos por los que ustedes
tienen la experiencia de Pedro cuando fue llamado por primera vez al servicio;
la manera en que el Señor enfrentó sus temores, y lo hizo apto para convertirse
en un pescador de hombres. Y Pedro es hecho allí una persona prominente: pero
tal experiencia no tiene valor excepto cuando es en un individuo. La
experiencia debe ser algo entre el alma y Cristo; y en el momento que ella se
convierte en algo vago, o en un asunto de notoriedad pública, todo desaparece;
y entonces dicha experiencia se convierte más bien en una trampa para la
conciencia. Existe el peligro de repetir lo que hemos oído de otros, o de
retener lo que es malo en cuanto a nuestras propias almas. Ello debe ser un
asunto de conciencia individual con el Señor. Por eso Lucas nos presenta un
individuo especificado, y el relato minucioso de aquello a través de lo cual él
atraviesa con el Señor.
Este no es el
argumento de Mateo. Allí está el Mesías rechazado ahora que Su precursor está
preso, el cual pronto descubrirá por sí mismo que le está reservado algo peor
que una prisión. Pero, a pesar de todo ello el Señor cumplirá las profecías. Él
está en el lugar más despreciado cumpliendo la profecía de Isaías que predijo
la ley sellada entre Sus discípulos en el momento mismo en que el Señor estaba
escondiendo Su rostro de Israel. (Véase Isaías 8: 16, 17). Él quiere contar
ahora con personas idóneas
que sean aptas para representar a este remanente piadoso en Israel. Por eso Él
llama primero a dos hermanos, a Simón llamado Pedro, y a Andrés su hermano.
Sería un error suponer que éste fue el primer encuentro de nuestro Señor con
ellos. Ellos conocían al Señor desde mucho antes. ¿Cómo sabemos esto? Juan nos
lo dice. Si examinamos el asunto, nosotros encontraremos que todos los
incidentes de los cuatro primeros capítulos del Evangelio de Juan ocurrieron
antes de esta escena. Incluso las circunstancias registradas de nuestro Señor
en Jerusalén, en Galilea, y con la mujer de Samaria, todas ellas tuvieron lugar
antes de que Simón y Andrés fueran llamados de su labor. Para requerir una
línea especial de servicio, es necesaria una segunda obra de Cristo.
Una cosa es que
Cristo mismo se revele a un alma, y otra es que Él haga de esa alma un pescador
de hombres. Es necesaria una fe especial para que actué sobre las almas de los
demás. La sencilla fe salvadora que se apropia de Cristo para la propia alma de
uno no es en absoluto la misma cosa que entender el llamamiento de Cristo que
le convoca a uno lejos de todos los objetos naturales de esta vida para hacer
Su obra. Esto sale a relucir aquí. El Señor, en
Su rechazo, llama, y hace que Su voz sea oída por estos cuatro hombres, y por
otros también. Ellos ya habían creído en Él, y tenían la vida eterna; pero
incluso con la vida eterna un hombre puede estar siguiendo mucho del mundo y,
estando ocupado con lo que contribuye a su propia comodidad aquí abajo, puede
seguir siendo un miembro de la sociedad de los hombres. Muchos que son piadosos
siguen mezclados con el mundo; pero, para que el Señor los haga compañeros de
Su propio servicio, y los capacite para llevar a cabo Sus propios objetivos, Él
debe convocarlos. Pero ellos tienen un padre: entonces, ¿qué hay que hacer? No
importa; el llamamiento de Cristo es superior a cualquier otro aserto. Ellos
estaban echando la red en el mar; y Él les dice: " Venid en pos de
mí". Pero ellos podrían haber capturado muchos peces: ¿y qué en cuanto a
eso? Leemos, "Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su
hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los
llamó". (Mateo 4: 20, 21). Sin duda se trató de un conflicto. Ellos estaban
remendando sus redes con su padre cuando el Señor los llamó; pero
inmediatamente dejaron sus redes y a su padre, y ellos Le siguieron. Y fue por
este motivo: ellos sabían quién era Cristo; que era el Mesías, el objeto
bienaventurado de esperanza que Dios había prometido desde el principio a los
padres; y ahora los hijos lo tenían. Él los llamó. ¿Acaso no podían ellos
confiar todo lo que tenían en Sus manos, y confiar en Su cuidado para con el
padre de ellos? Seguro que podían. La misma fe que los llevó a seguir a Jesús,
no sólo como dador de vida eterna, sino como a Uno a quien ahora pertenecían
como siervos, podía capacitarlos para confiar a Su cuidado todo lo que ellos
tenían que les pertenecía en este mundo. Ciertamente, si el Señor los llamó, Su
llamamiento debía ser superior a sus obligaciones naturales. Este fue un caso
extraordinario. Nosotros no encontramos que las personas en general sean
llamadas a una obra tal como ésta; pero, puede ser que haya ocasiones en las
que el Señor tiene a quienes convoca para que Le sirvan de esta manera
especial. ¿Cómo podría uno ser útil a las almas de los demás si no ha conocido
algo de esta prueba para su propia alma? El Señor es presentado aquí como
formando este remanente piadoso para Sí mismo desde el principio. "He aquí,
yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel".
(Véase Isaías 8: 18). Esto era lo que el Señor estaba haciendo ahora; pero ello
no es todo. Leemos, "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las
sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda
enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria;
y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas
enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los
sanó". (Mateo 4: 23, 24).
Ahora bien, presten
ustedes atención, en ninguna parte hay, excepto en Mateo, tal serie de obras y
enseñanzas del Señor condensadas en un par de versículos. En Mateo ellas están
aglomeradas en una agrupación antes de que tengamos la enseñanza comúnmente
llamada «el sermón del monte.» Surge la pregunta,
¿Por qué aquí el curso habitual del ministerio del Señor es traído ante
nosotros en esta forma tan integral? Porque la intención es mostrar, después de
que el Señor hubo llamado a estos discípulos, la atención universal que era
atraída a Su doctrina. El Señor había estado dando un testimonio íntegro por
toda Galilea, y Su fama se había extendido por toda Siria; habían sido atraídas
personas de todas partes; y entonces el Espíritu Santo nos presenta el esquema
del reino de los cielos en sus objetivos y carácter. Las circunstancias están
dispuestas por el Espíritu Santo de tal manera que muestran la atención
universal dirigida a Él. Cuando todos tienen ansias de oírle, entonces el Señor
despliega el carácter del reino de los cielos. Mateo sabía perfectamente que el
sermón del monte fue pronunciado realmente mucho tiempo después. Él mismo lo
escuchó. Sin embargo, el propio llamamiento de Mateo no es presentado hasta el
capítulo 9. Fue posterior al llamamiento de los doce discípulos que nuestro
Señor tomó Su lugar en el monte; pero Mateo lo registra mucho antes. El
objetivo es señalar, no el momento en que nuestro Señor pronunció este
discurso, sino el cambio anunciado. Primero se produjeron todos estos
hechos poderosos que atestiguaron que Él era el verdadero Mesías; y luego Su
doctrina fue sacada a la luz perfectamente. El sermón del monte no tiene por
qué ser considerado, históricamente, como un único discurso continuo, sino que
puede haber estado dividido en diferentes partes. En ninguna parte se dice que
todo el sermón fue pronunciado en
estricta secuencia. Nosotros sólo tenemos el hecho general de que entonces Él
habló así en el monte, y de que allí Él enseñó a las personas. Es posible que
el sermón haya sido presentado en varios discursos, estando omitidas en Mateo
las circunstancias que dieron lugar a esta o aquella parte. La mente humana
compara estas cosas juntas, y al encontrar que en Lucas son presentadas
diferentes porciones de él en una conexión diferente, mientras que en Mateo son
presentadas todas juntas, en lugar de confiar en la certeza de que Dios tiene
razón, dicha mente humana llega de inmediato la conclusión de que en estas
Escrituras hay confusión. En realidad hay perfección. Es el Espíritu Santo
dando forma a todo conforme al objetivo que Él tiene ante Sí.
Yo espero, si es la
voluntad del Señor, considerar cuidadosamente este muy bienaventurado discurso
de nuestro Señor para evidenciar su gran importancia en sí mismo, y su
idoneidad en Mateo, único lugar donde lo tenemos tan plenamente. En Marcos y
Juan no es presentado en absoluto; en Lucas sólo en fragmentos separados; en
Mateo como un todo. Pero ahora me limito a recomendarles el tema que hemos
estado considerando, confiando en que las observaciones generales que ya han
sido hechas puedan demostrar ser un incentivo para un examen más profundo y en
oración. Que las insinuaciones que han sido ofrecidas ayuden a algunos a una
lectura más provechosa de la palabra de Dios, y a una consideración más
inteligente de Su pensamiento, además de dar una llave para las aparentes
dificultades de los Evangelios.
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
LBA
= La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
RVA
= Versión
Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B.
Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 5
Ya ha sido explicado, aunque brevemente, que
uno de los motivos del Espíritu de Dios para sacar el sermón del monte de su
lugar histórico en Mateo, si se puede decir así, y presentárnoslo antes de
muchos de los acontecimientos que tuvieron lugar posteriormente, fue éste: a
saber, que todo el Evangelio fue escrito sobre el principio de convencer a los
judíos; en primer lugar, para mostrar quién era Jesús, — su Mesías (un hombre,
pero Jehová), Jehová Dios de Israel; y luego, para presentar pruebas detalladas
de lo que Él era realmente como Mesías de ellos, según la profecía, por medio
de milagros, principios morales y
procederes, tanto en Su propia persona como en Su doctrina. [Véase nota 8]. En
mi opinión, a fin de dar el mayor peso a Su doctrina, el Espíritu de Dios se ha
complacido, en primer lugar, en dar un esquema general de los hechos de poder
milagroso que despertaron la atención general. La fama se difundió por todas
partes, de modo que no hubo motivo posible de excusa para que la incredulidad
argumentara que no hubo suficiente difusión; que Dios no había hecho sonar la
trompeta lo suficientemente fuerte como para que las tribus de Israel la
oyeran. Lejos de eso: pues por toda Siria se había extendido Su fama, y le
siguieron grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del
otro lado del Jordán. Todo esto es presentado aquí y está agrupado al
final del capítulo 4.
[Nota 8].
Yo puedo agregar aquí un tercer punto, y es que fue de inmensa importancia
hacer evidentes las consecuencias de Su rechazo por parte de los judíos, no
sólo para ellos sino para los gentiles; es decir, el cambio de economía
(administración) que se produjo a partir de ese hecho solemne.
Y así como existe esta agrupación de los
milagros de Cristo, los cuales pudieron haber estado separados unos de otros
por un largo espacio de tiempo, yo entiendo así que el sermón del monte no fue
necesariamente un discurso continuo, no interrumpido por el tiempo o las
circunstancias, sino que el Espíritu Santo ha considerado oportuno organizarlo
para presentar toda la unidad moral de la doctrina de Cristo en cuanto al reino
de los cielos, y especialmente para contrarrestar las perspectivas terrenales
del pueblo de Israel.
Lucas, por el contrario, fue inspirado por
el Espíritu Santo para presentar los asuntos que originaron ciertas porciones
del discurso y las circunstancias que lo acompañaron; y, además, para retener
ciertas partes de ese discurso conectándolas con hechos que ocurrieron de vez
en cuando en el ministerio de nuestro Señor, estando así los incidentes reales
entrelazados en correspondencia moral con cualquier doctrina particular de
nuestro Señor. En algunos lugares de Lucas el Espíritu de Dios se toma la
libertad, según Su soberana sabiduría, de retener ciertas porciones e
introducir una parte aquí y otra allá, según el objetivo que Él tiene en
perspectiva. Siendo su objetivo moral el gran rasgo del evangelio de Lucas, el
cual lo recorre de principio a fin, nosotros podemos comprender perfectamente
lo adecuado que fue que, si hubo circunstancias en la vida de Cristo que fueron
una especie de comentario práctico acerca de Su discurso, allí ustedes deberían
tener el discurso y los hechos puestos juntos.
Ahora bien, en cuanto al discurso mismo, el
Señor habla aquí claramente como el Mesías, el Rey-Profeta de los judíos. Pero,
además, a lo largo de todo el discurso ustedes encontrarán que él presupone el
rechazo del Rey. Ello aún no ha sido sacado a relucir claramente, pero esto es
lo que subyace en todo. El Rey es consciente del verdadero estado del pueblo,
pueblo que no tenía corazón para Él. Por eso hay un cierto matiz de tristeza
que lo recorre. Eso debe caracterizar siempre a la verdadera piedad en el mundo
tal como es: una cosa extraña para Israel, y especialmente extraña en los
labios del Rey, de Uno poseído de tal poder que, si hubiera sido un asunto
acerca de usar Sus recursos, Él podría haber cambiado todo en un momento. Los
milagros que acompañaron Sus pasos demostraron que no había nada que estuviera
más allá de Su alcance, aunque sólo fuera un asunto acerca de Él mismo. Pero,
ustedes encontrarán en todos los modos de obrar de Dios que, si bien Él siempre
hace realidad Sus consejos, — de modo que si Él predice un reino y toma su
control para establecerlo, ciertamente Él lo cumplirá, — sin embargo, primero
presenta el pensamiento al hombre, a Israel, porque ellos eran Su raza
escogida. Por lo tanto, el hombre tiene la responsabilidad de recibir o
rechazar aquello que es el pensamiento de Dios, antes de que la gracia y el
poder lo lleven a efecto. Pero el hombre siempre fracasa, no importa cuál sea
el propósito de Dios. Su propósito es bueno, es santo, y verdadero; exalta a
Dios pero humilla al pecador: esto es bastante para el hombre. El hombre siente
que no es comprendido y rechaza todo lo que no gratifica su vanidad. El hombre
se opone invariablemente a los pensamientos de Dios: y consecuentemente hay dolor
y tristeza, — el rechazo de Dios mismo. Y lo maravilloso que la historia de
este mundo exhibe es a Dios sometiéndose para ser rechazado e insultado;
permitiendo que el pobre y débil hombre, un gusano, impugne Sus benignas
propuestas y rechace Su bondad; que él convierta todo lo que Dios da y promete
en la exhibición de sus propias soberbia y gloria contra la majestad y la
voluntad de Dios. Todo esto es la verdad acerca del hombre, por lo que el matiz
de ello es mostrado a través de este bienaventurado discurso de nuestro Señor.
Y como ahora Él está sacando a relucir el carácter de las personas que serían
aptas para el reino de los cielos (lo cual es la gran intención de la primera
parte de este capítulo), Él proclama que el carácter de ellos iba a ser formado
por el Suyo propio. Si había aversión y desprecio de los hombres por lo que era
de Dios, Él muestra que los que realmente Le pertenecen deben tener un espíritu
y unos procederes caracterizados por los Suyos y de acuerdo con ellos. Yo sólo
digo aquí, "de acuerdo", porque en este discurso no se habla acerca
de la verdad de una vida divina dada al creyente. No se hace mención de la
redención ya que no es el tema del sermón del monte. Por lo tanto, si una
persona quisiera saber cómo ser salva, ella no debiese buscar aquí pensando
encontrar una respuesta. Dicha respuesta no podría ser encontrada a en este
discurso porque el Señor está presentando el reino de los cielos y la clase de
personas que son adecuadas para ese reino. Es evidente que Él está hablando de
Sus discípulos y, por lo tanto, Él no está mostrando la forma en que una
persona que está apartada de Dios podría ser liberada de tal posición. Él está
hablando acerca de santos, no acerca de pecadores. Él podía establecer lo que
está de acuerdo con Su corazón; pero no en absoluto el modo para que un alma
conscientemente alejada de Dios sea llevada a estar cerca. El sermón del monte
no trata acerca de la salvación, sino del carácter y de la conducta de los que
pertenecen a Cristo, — el verdadero Rey, y sin embargo rechazado. Pero si
nosotros examinamos detenidamente estas bienaventuranzas, encontraremos una
sorprendente profundidad en ellas, y un hermoso orden también.
Entonces, la primera bienaventuranza está
vinculada con un rasgo fundamental que es inseparable de toda alma llevada a
Dios, y que conoce a Dios. "Bienaventurados los pobres en espíritu".
¡Nada es más contrario al hombre! Lo que la gente llama «un hombre de
espíritu», es exactamente lo opuesto a ser pobre en espíritu. Un hombre de
espíritu es aquel que, — como lo fue Caín, — está decidido a no ser derrotado;
un alma que combatiría con Dios mismo. El que es «pobre en espíritu» es todo lo
opuesto mismo a esto. Es una persona quebrantada, que siente que el polvo es su
lugar correcto. Y toda alma que conoce a Dios debe, más o menos, estar allí.
Ella puede salir de este lugar; pues aunque es algo solemne, aun así es
bastante fácil volver a elevarse, olvidar nuestro lugar correcto ante Dios;
pues ello es incluso un peligro para aquellos que han sido llevados a la
libertad de Cristo. Cuando hay sinceridad de corazón, un hombre es propenso a
estar deprimido, especialmente si él no está muy seguro de que todo está claro
entre su alma y Dios. Pero cuando su espíritu recibe un alivio completo, cuando
conoce la plenitud y la certeza de la redención en Cristo Jesús, si entonces
aparta la vista de Jesús y asume su lugar entre los hombres, allí tendrán
ustedes el viejo espíritu revivido, el espíritu del hombre en su peor forma, —
así de terrible es el efecto de un alejamiento de Dios para mezclarse con los
hombres. El Señor establece a los pobres en espíritu, primeros en el orden,
como una especie de fundamento, como algo inseparable de un alma que es llevada
a Dios, — y puede ser que dicha alma ni siquiera sepa lo que es la plena
libertad, pero allí está este sello, nunca ausente donde el Espíritu Santo obra
en el alma, — es decir, pobreza en espíritu. Dicha pobreza puede ser invadida
por otras cosas, o puede desvanecerse a través de la influencia de falsa doctrina,
o de pensamientos y prácticas mundanos, pero aun así estaba allí, y allí, en
medio de toda la basura, ella está; y Dios sabe cómo volver a derribar a un
hombre, si él ha olvidado su verdadero lugar. "Bienaventurados los pobres
en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mateo 5: 3). Si
Él está hablando acerca del reino, inmediatamente dice que estas son las
personas a las que el reino pertenece. Mediante la expresión, "reino de
los cielos", Él no se refiere al cielo: nunca dicha expresión significa el cielo,
sino que ella siempre se
refiere a la tierra como estando bajo el dominio del cielo. Ustedes encontrarán
que muchas personas tienen la costumbre de confundir estas cosas. Cuando leen,
"De ellos es el reino de los cielos", estas personas creen que
significa «el cielo es de ellos.» Mientras que el Señor no se refiere al cielo
sino al gobierno de los cielos sobre una escena terrenal. Ello se refiere a la
escena del Mesías que gobierna; pues los que son pobres en espíritu pertenecen a
ese sistema del cual Él es la Cabeza. Él no habla aquí de la Iglesia. Podría
haber existido el reino de los cielos y ninguna Iglesia en absoluto. No es sino
hasta el capítulo 16 de este Evangelio que el tema de la Iglesia es abordado, y
además, ella es una cosa prometida y expresamente diferenciada del reino de los
cielos. En toda la Escritura no hay un solo pasaje en que el reino de los
cielos es confundido con la Iglesia, o viceversa. "Bienaventurados los
pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Este es el
fundamento primario, y el amplio rasgo característico de todos los que
pertenecen a Jesús.
"Bienaventurados los que lloran",
es la segunda cualidad. Hay más actividad de vida, más profundidad de
sentimiento, más entrada en la condición de las cosas que los rodean. Ser
«pobre en espíritu» sería cierto si no hubiera ni una sola otra alma en el
mundo; él siente así por lo que es en sí mismo; es un asunto entre él y Dios lo
que le hace ser pobre en espíritu. Pero, "Bienaventurados los que
lloran" no es simplemente lo que encontramos en nuestra propia condición,
sino la tristeza santa que un santo experimenta al encontrarse él mismo en un
mundo como éste, y, ¡oh, qué poco capaz es él de mantener la gloria de Dios!
Así que hay esta tristeza santa en la
segunda parte. La primera es el hijo de Dios que experimenta los primeros
sentimientos de santidad en su alma; la segunda es el sentido de lo que tiene
su origen en Dios, — un sentimiento que puede ser de gran debilidad, y aun así,
de lo que se conforma a la honra de Dios, y lo poco que es defendida por él
mismo y por los demás. "Bienaventurados los que lloran, porque ellos
recibirán consolación". (Mateo 5:
4). No hay un solo suspiro que suba a Dios que Él no atesore y responda;
"Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también
gemimos dentro de nosotros mismos". (Romanos 8: 23). Aquí tenemos,
entonces, la aflicción del alma piadosa.
Pero, en el tercer caso llegamos a lo que es
mucho más profundo y mucho más castigado. Se trata de una condición del alma
producida por un conocimiento más completo de Dios, y es especialmente la forma
en que Dios describe en otra parte al propio Bendito. Él era "manso y
humilde de corazón"; y esto fue lo que el Señor dijo después de haberse
estremecido en espíritu, pues Él sabía lo que era tener un dolor más profundo
del que hemos hablado, por la condición de los hombres y el rechazo de Dios que
presenciaba aquí abajo. Él sólo pudo decir, "Ay", a aquellas ciudades
en las que había hecho tantas obras poderosas; y entonces Capernaúm recibe la
condenación más intensa porque las obras más poderosas de todas fueron hechas
allí en vano. ¿Y qué podía hacer Jesús sino estremecerse en Su espíritu al
pensar en tal desprecio total a Dios y en la indiferencia hacia Su propio amor?
(Véase Mateo 11: 20 y versículos sucesivos). Pero, en el mismo momento nosotros
encontramos que Él se regocija en espíritu, y dice: "Te alabo,
Padre". Esa es la bienaventurada demostración de la incomparable mansedumbre
en Jesús. La misma hora que ve la profundidad de Su dolor por el hombre, ve
también Su perfecta sumisión a Dios, aunque a costa de todo para Él. Consciente
de esto, Él dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados,
y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas".
(Mateo 11: 28, 29). Ahora, entonces,
creo que puedo atreverme a decir que esta mansedumbre, que se encontraba en su
absoluta perfección en Jesús, es también lo que el conocimiento gradualmente
más profundo de los modos de obrar de Dios, incluso en la consciencia de la
abundante iniquidad de este mundo y del fracaso de lo que lleva el nombre de
Cristo, produce en el santo de Dios. Pues, en medio de todo lo que él ve a su
alrededor, existe el discernimiento del propósito oculto de Dios que se está
llevando a cabo a pesar de todo; de modo que el corazón, en lugar de
inquietarse por el mal que presencia y que no puede poner a un lado, en lugar
del menor sentimiento de envidia por la prosperidad de los inicuos, encuentra
su recurso en Dios, — en el "Señor del cielo y de la tierra", — una
expresión muy bienaventurada porque señala el control absoluto en el cual todo
está en manos de Dios. Jesús es el manso, y los que pertenecen a Jesús también
son capacitados para esta mansedumbre. Leemos, "Bienaventurados los
mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad". (Mateo 5: 5). La
tierra, ¿y por qué no el cielo? La tierra es el escenario de todo este mal que
causa tanto dolor y llanto. Pero ahora, habiendo aprendido mejor los modos de
obrar de Dios, ellos pueden encomendar todo a Él. La mansedumbre no es
simplemente ser conscientes de que nosotros somos nada, o estar llenos de
tristeza por la oposición a Dios aquí abajo; sino que es más bien la calma que
deja las cosas con Dios, y se inclina ante Dios, y acepta con gratitud la
voluntad de Dios, incluso donde de manera natural puede ser más duro para
nosotros.
La cuarta bienaventuranza es mucho más
activa. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán saciados". (Versículo 6). Ellos tendrán la perfecta
satisfacción del alma. Cualquiera que sea la forma del sentimiento espiritual
del corazón, siempre hay una respuesta perfecta a él por parte de Dios. Si
había dolor, ellos serán consolados; si había mansedumbre, ellos heredarán la
tierra, el lugar mismo de la prueba de ellos aquí. Ahora bien, hay una
actividad de sentimiento espiritual, el hecho de salir a relucir según lo que
era conforme a Dios, y lo que mantenía la voluntad de Dios, especialmente como
se le dio a conocer a un judío en el Antiguo Testamento. Por eso esto es
llamado "hambre y sed de justicia". En el Nuevo Testamento nos
enteramos de principios aún más profundos que tuvieron que ser sacados a la luz
cuando los discípulos fueron capaces de sobrellevarlos.
Esto pone término a lo que podemos llamar la
primera sección de las bienaventuranzas. Ustedes encontrarán que ellas están
divididas en cuatro y tres, tal como suele ocurrir con las series de la
Escritura. Hemos tenido cuatro clases de personas declaradas
"bienaventuradas". Todos los rasgos debiesen ser encontrados en un
individuo, pero algunos de esos rasgos serán más prominentes en uno que en
otro. Por ejemplo, podemos ver una gran actividad en uno, y una asombrosa
mansedumbre en otro. El principio de todas estas bienaventuranzas está en cada
alma que ha nacido de Dios. En el versículo 7 empezamos con una clase bastante
diferente: y se encontrará que las tres últimas tienen un carácter común, tal
como lo tienen las cuatro primeras.
"Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia". (Mateo 5: 7). Así como la justicia
es la idea fundamental de las cuatro primeras, la gracia es lo que está en la
raíz de las tres últimas de esta serie; y, por lo tanto, la primera de ellas
demuestra no solamente que ellos son justos y que sienten lo que tiene su
origen en Dios, sino que aprecian el amor de Dios, y lo mantienen en medio del
mal circundante. En efecto, y hay algo aún más bienaventurado: ¿y qué es eso?
"Bienaventurados los misericordiosos". No hay nada en lo que Dios
adopte más Su postura (como principio activo de Su ser en un mundo de pecado)
que Su misericordia. La única posibilidad de salvación para una sola alma es
que hay misericordia en Dios; que Él es rico en misericordia; que no hay
límites para Su misericordia; que no hay nada en el hombre, si sólo Él se
doblega ante Su Hijo, que pueda impedir Su constante manantial del que emana misericordia.
Entonces, "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia". No se trata sólo del perdón de sus pecados, sino de
misericordia en todo. Es una cosa bienaventurada saludar el más pequeño signo
de misericordia en los santos, tomar lo poco, y buscar mucho más.
"Bienaventurados los misericordiosos". Ellos no descubrirán que no
hay dificultad y prueba, sino que, aunque conocerán el costo de ello, conocerán
la dulzura de lo mismo; ellos probarán de nuevo lo que es la misericordia de
Dios hacia sus propias almas, en el ejercicio de la misericordia hacia los
demás. Este es el rasgo característico de la nueva clase de bendición; y así
como la pobreza en espíritu fue la introducción a las primeras bendiciones, la
misericordia lo es a éstas.
Lo que sigue a continuación es consecuencia
de esto, como en la clase anterior. Si un hombre tiene baja estima de sí mismo
los hombres se aprovecharán de él. Si un hombre es audaz y jactancioso y se
exalta a sí mismo, incluso los santos pueden experimentarlo. (2ª Corintios 11).
Si él se hace el bien a sí mismo, los hombres lo alabarán. (Salmo 49). Pero lo
contrario de todo esto es lo que Dios obra en el santo. Independientemente de
lo que él sea, él es quebrantado ante Dios: se entera de la vanidad de lo que
es el hombre; y se satisface con ser nada. Y el resultado es que él padece. A
la pobreza en espíritu le seguirá el duelo. Luego está la mansedumbre a medida
que se profundiza en el conocimiento de Dios, y también el tener hambre y sed
de justicia.
Pero ahora se trata de misericordia; y el
efecto de la misericordia no es transar en cuanto a la santidad de Dios, sino
un estándar mayor y más profundo de ella. Cuanto más completo sea el asimiento
de ustedes de la gracia, más elevado será el mantenimiento de la santidad por
parte de ustedes. Si ustedes, como un miserable ser egoísta, sólo consideran la
gracia para encontrar una excusa para el pecado, sin duda ella será pervertida.
Y así habla Él de inmediato acerca del simple efecto normal de probar este
manantial de misericordia. Ellos son, "de limpio corazón". Esta es la
siguiente clase, y yo creo que es la consecuencia de lo primero: del hecho de
ser misericordioso. "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos
verán a Dios". Ello es exactamente lo que es propio de Dios; pues sólo Él
es absolutamente limpio, puro. Así también Él se reflejó perfectamente en Su
amado Hijo. Porque ni un solo pensamiento o sentimiento manchó jamás la
perfección divina en el corazón de Jesús. En este caso Él sólo está diciendo lo
que Él mismo era. ¿Cómo no iba a colocar Él Sus propios rasgos ante los que Le
pertenecían? Porque, en realidad, Él es la vida de ellos. Es Cristo en nosotros
el que produce lo que es conforme a Dios por el Espíritu Santo, — Aquel bendito
cuya misma venida al mundo fue el testimonio de la gracia y misericordia
perfectas de parte de Dios; pues nosotros sabemos que Dios amó tanto al mundo
que dio a su Hijo unigénito por él. Y allí estaba Él, un hombre, — el testigo
fiel de la misericordia y de la pureza de Dios. Él, cuando vino con Su corazón
lleno de misericordia hacia los más viles, era, sin embargo, la plenitud y el
modelo de la pureza de Dios en su perfección. Él pudo decir, "El que me envió,
conmigo está;… porque
yo hago siempre lo que le agrada". (Juan 8: 29). La única manera de hacer
algo para agradar a Dios es mediante la preciada conciencia de estar en la
presencia de Dios; y no hay posibilidad de esto, excepto cuando yo soy atraído
allí en la libertad de la gracia y como conociendo el amor de Dios para
conmigo, como traído a Él en Cristo. Pero esto no es revelado aquí; porque el
Señor está desplegando más bien las cualidades morales de aquellos que Le
pertenecen.
La tercera y última forma de estas
bienaventuranzas es: " Bienaventurados los pacificadores, porque ellos
serán llamados hijos de Dios". (Versículo 9). Tenemos aquí de nuevo el
lado activo, del cual vimos una analogía al final de las cuatro primeras. Éstos
salen pacificando, si hay alguna posibilidad de que la paz de Dios sea traída a
la escena; y si ello no puede ser, ellos se contentan con esperar en Dios, y
seguir Su ejemplo, para que Él haga esta paz en Su propio tiempo. Y como esta
pacificación sólo puede pertenecer a Dios mismo, así estos santos que están
enriquecidos con estas cualidades bienaventuradas de la gracia de Dios, así
como con Su justicia, con Su misericordia activa, y sus resultados, se los
encuentra igualmente caracterizados ahora como pacificadores. "Serán
llamados hijos de Dios". Oh, este es un dulce título, — ¡hijos de Dios!
¿Acaso no es porque ello era el reflejo de Su propia naturaleza, — es decir, de
lo que Dios mismo es? El sello de Dios está sobre ellos. No hay nada que
indique más a Dios manifestado en Sus hijos que hacer la paz. Esto era lo que Dios
estaba haciendo, la intención de Su corazón. Aquí son hallados hombres en la
tierra que serán llamados "hijos de Dios", — un título nuevo de parte
de Dios mismo.
Luego siguen dos bienaventuranzas de enorme
interés. Ellas añaden mucho a la hermosura de la escena y completan el cuadro
de la manera más sorprendente. "Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos". (versículo 10). Evidentemente, esto es volver a empezar. La
primera bienaventuranza fue: "Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos"; y las tres siguientes
estuvieron todas marcadas por la justicia. Ella es lo primero que Dios produce
en un alma nacida de nuevo. Aquel que es despertado se ocupa en la causa de
Dios contra sí mismo. Él es, al menos en medida, quebrantado, pobre en
espíritu; y Dios espera que él crezca en pobreza en espíritu hasta el final. Pero
aquí no es tanto lo que ellos son, como lo es la porción que ellos reciben de
parte de los demás. Las dos últimas bienaventuranzas hablan de la porción de
ellos en el mundo de manos de otras personas. Las cuatro primeras están
caracterizadas por la justicia intrínseca, — las tres últimas por la gracia
intrínseca. Entonces, estas dos responden, una a las cuatro primeras, y la otra
a las tres últimas. "Bienaventurados los que
padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de
los cielos". Esto no va más allá del bienaventurado estado de cosas
que el poder de Dios traerá sobre la tierra en relación con el Mesías. Siendo
rechazado, el reino de los cielos es de Él con un derecho más poderoso y
profundo, por así decirlo, — ciertamente con los medios de bendición por gracia
para los perdidos. Un Mesías sufriente y despreciado sigue siendo más amado
para el corazón de Dios que si Él recibía todo de una vez. Y si Él no
pierde el reino porque fue perseguido, tampoco lo pierden ellos. "Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos". Perseguidos, no sólo por los gentiles o los judíos,
sino por causa de la justicia. No consideren ustedes a las personas que los
persiguen, sino el motivo por el cual ustedes son perseguidos. Si ello es
porque ustedes quieren ser hallados en obediencia a la voluntad de Dios,
ustedes son bienaventurados. ¿Temen ustedes pecar? ¿Padecen ustedes por ello?
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia: ellos
tendrán su porción con el propio Mesías.
Pero ahora tenemos, por último, otra
bienaventuranza. Y presten ustedes atención al cambio. Leemos,
"Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y
digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo". (Mateo 5: 11). Este
cambio a, "sois", es sumamente precioso. Esta bienaventuranza
no es expresada simplemente de una manera abstracta, — "Bienaventurados
los…"; sino que es algo personal. Él considera a los discípulos que
estaban allí, sabe lo que ellos iban a pasar por Su causa, y Él les da el lugar
más elevado y cercano en Su amor. "Bienaventurados sois cuando por mi
causa os vituperen y os persigan".
No es ahora "por causa de la justicia", sino "por mi
causa". Hay algo aún más precioso que la justicia, y eso es Cristo. Y
cuando ustedes tienen a Cristo, no se puede tener nada más superior.
Verdaderamente bienaventurado es ser perseguido por causa de Él. La diferencia
es justamente esta: a saber, cuando un hombre padece por causa de la justicia,
presupone que algún mal se le ha presentado que él rechaza. Tal vez él tendría
que suscribir algo en contra de su conciencia, y él no puede ni se atrevería a
hacerlo. Se le ofrece un señuelo tentador, pero ello implica aquello que él
sabe que es contrario a Dios. Todo es en vano: el objetivo del tentador es
visto. La justicia prevalece, y él padece. Él no sólo pierde lo que se le
ofrece, sino que también él es vilipendiado. ¡Bienaventurados los que padecen
así por causa de la justicia! Pero, por causa de Cristo es una cosa muy
diferente. Allí el enemigo intenta una gran técnica. Él tienta al alma con
preguntas como éstas: «¿Hay algún motivo para defender a Jesús y el Evangelio?
No hay necesidad de ser tan celoso por la verdad. ¿Por qué desviarse tanto de
tu camino por esta persona o por aquella cosa?» Ahora bien, en estos casos no
se trata de un pecado, público o encubierto. Porque, en el caso de padecer por
causa de Cristo se trata de la actividad de la gracia que sale hacia los demás.
Ello responde a las tres últimas de las siete bienaventuranzas. Un alma que
está llena del sentido de la misericordia no puede refrenar sus labios. Aquel
que sabe lo que Dios es y no podría callar sólo debido a lo que piensan o hacen
los hombres. ¡Bienaventurado los que así padecen por el nombre de Cristo! El
poder de la gracia prevalece allí. Lamentablemente, demasiado a menudo
intervienen motivos de prudencia: las personas temen ofender a los demás, temen
perder la influencia para sí mismas, temen estropear el futuro de los hijos,
etcétera. Pero, la energía de la gracia, considerando todo esto, sigue diciendo
que Cristo vale infinitamente más; Cristo manda a mi alma. — yo debo seguirle.
Al padecer por causa de la justicia un alma evita el mal con tesón y de manera
perentoria, comprometiéndose ella misma a toda costa con lo que es correcto;
pero, en lo otro ella discierne la senda de Cristo, — a saber, aquello a lo que
el evangelio, la adoración, o la voluntad del Señor llama. Y de inmediato ella
se vuelca con todo su corazón al lado del Señor. Entonces llega el consuelo de
esa dulce palabra: "Bienaventurados sois cuando por mi causa os
vituperen y os persigan". El Señor no pudo abstenerse de la expresión del
deleite de Su alma en Sus santos: "Bienaventurados sois… Gozaos y
alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos". Observen
ustedes que ahora no es en el reino de los cielos, sino "en los
cielos". Él identifica a estos bienaventurados con un lugar totalmente
superior. No se trata sólo del poder de Dios sobre la tierra, y de que Él les
dé una porción aquí, sino que Él los saca de la escena terrenal para estar con
Él arriba. Leemos, "Porque así persiguieron a los profetas que fueron
antes de vosotros". ¡Qué honor es seguir en el rechazo y la burla terrenal
a los que nos precedieron en especial comunión con Dios, — los heraldos de
Aquel por quien ahora padecemos! Entonces, nosotros podemos considerar
claramente que estas dos bienaventuranzas finales, a saber, las persecuciones
por causa de la justicia y por causa de Cristo, responden respectivamente a las
cuatro primeras bienaventuranzas y a las tres últimas.
En Lucas, donde tenemos estas
bienaventuradas traídas ante nosotros, no tenemos ninguna por causa de la
justicia, — sólo por causa de Su nombre. Por eso es que en todos los casos es:
"Bienaventurados (sois)". (Lucas 6: 20-22). Para algunos puede parecer un matiz
delicado,
pero la diferencia es característica de los dos Evangelios. Mateo adopta el
punto de vista más amplio, y especialmente esa perspectiva de los principios
del reino de los cielos que era adecuada para el entendimiento de un judío,
para sacarlo de su mero judaísmo, o para mostrarle principios más elevados.
Lucas, con independencia de cuáles son los principios, las presenta a todas
bajo la forma de gracia, y las trata como los discursos directos de nuestro
Señor a los discípulos que tenía ante Él: "Bienaventurados (sois)".
Incluso si aborda el tema de los pobres, Él abandona la forma abstracta de
Mateo y hace que todo sea personal. Todo está relacionado con el propio Señor y
no simplemente con la justicia. Esto es sumamente hermoso. Y si proseguimos con
los siguientes versículos que no presentan tanto las características de las
personas sino la actitud general de ellas en el mundo, — el lugar en el cual
son puestas en la tierra por Dios, — lo tenemos en muy pocas palabras, y
confirmando firmemente la diferencia que ha sido mostrada entre la justicia y
el nombre de Cristo. Además, si la 1ª epístola de Pedro es examinada, se encontrará
esto notablemente corroborado también allí.
"Vosotros sois la sal de la
tierra". La sal es la única cosa que no puede ser salada porque ella es el
principio conservador en sí misma; pero si éste desaparece, no puede ser
reemplazado. "Pero si la sal hubiere perdido su sabor, ¿con qué será ella
misma salada?" (Mateo 5: 13 – VM). La sal de la tierra es aquí la
relación de los discípulos con lo que ya tenía el testimonio de Dios, y de ahí
la expresión, "la tierra", que era en aquel entonces especialmente
cierto para la tierra judía. Si ustedes hablan ahora acerca de la tierra, ella
es la Cristiandad, — es decir, el lugar que disfruta, real o de manera
profesada, la luz de la verdad de Dios. Esto es lo que puede ser llamado
"la tierra". Y este es el lugar que será finalmente el escenario de
la mayor apostasía; porque tal mal sólo es posible donde la luz ha sido
disfrutada y donde hay alejamiento de ella. En Apocalipsis, donde son
presentados los resultados finales de la edad, la tierra aparece de la manera
más solemne; y entonces tenemos los pueblos, y las muchedumbres, y las
naciones, y las lenguas, — lo que deberíamos llamar tierras paganas.
(Apocalipsis 17). Pero la tierra significa el escenario que una vez fue
favorecido por el cristianismo profesante, donde las energías de la mente de
los hombres han estado en acción, la escena donde el testimonio de Dios había
derramado una vez su luz; luego, lamentablemente, abandonado a la apostasía
total.
"Vosotros sois la sal de la
tierra", — ellos, Sus discípulos, eran el verdadero principio conservador
allí: todos los demás, insinúa el Señor, no servían más para nada. Pero,
observemos, Él presenta una solemne advertencia de que existe el peligro de que
la sal pierda su sabor. Él no está hablando ahora de la cuestión de si acaso un
santo puede apostatar o no. Las personas van con sus propias preguntas a la
Escritura, y pervierten la palabra de Dios para adaptarla a sus pensamientos
precedentes. El Señor no está planteando el asunto de si acaso la vida se
pierde alguna vez; sino que él está hablando de ciertas personas que se
encuentran en una posición determinada; y entre ellas puede haber personas que
toman dicha posición irreflexivamente, o incluso falsamente, y luego sucede que
se desvanece todo lo que una vez ellas habían poseído. Él anuncia Su sentencia,
— una sentencia muy despectiva, — que será dictada sobre aquello que ocupó un
lugar tan elevado pero sin realidad.
"Vosotros sois la luz del mundo".
Esto es otra cosa. Teniendo en cuenta la distinción explicada en la serie de
las bienaventuranzas y de las persecuciones, nosotros tenemos la explicación de
estos dos versículos. La sal de la tierra representa el principio de la
justicia. Evidentemente, esto implica aferrarse a los derechos eternos de Dios,
y al mantenimiento ante el mundo de lo que obedece a Su carácter; pero ello
desaparece cuando aquello que lleva el nombre de Dios cae por debajo de lo que
incluso los hombres consideran apropiado, y ellos se burlan de lo que es
llamado religión. Todo el respeto se desvanece y los hombres piensan que la
condición de los cristianos es un buen tema de burla. Pero ahora, en el
versículo 14, no sólo tenemos el principio de la justicia, sino el de la
gracia, — el efluvio y la fortaleza de la gracia. Y nosotros encontramos aquí
un nuevo título dado a los discípulos, como siendo descriptivo de su testimonio
público, — a saber, "La luz del mundo". La luz es,
evidentemente, aquello que se difunde de sí, es decir, de manera natural, sin
sugestión ni ayuda ajena. La sal es lo que debiese ser interno, pero la
luz es lo que de sí se esparce por fuera. "Una ciudad asentada sobre un
monte no se puede esconder". Debía haber una difusión de su testimonio
alrededor. El hombre no enciende una luz para ponerla debajo de un almud, sino
sobre un candelero, "y alumbra a todos los que están en casa ". Así
resplandezca vuestra luz ante los hombres, "para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo 5: 16 –
VM). Presten una buena atención a esto.
Hemos examinado estos dos sorprendentes
esbozos del testimonio de los creyentes aquí abajo como sal de la tierra, la
energía conservadora en medio de la profesión; y como la luz del mundo que sale
en las actividades del amor hacia el pobre mundo; y el peligro de que la sal
pierda su sabor, y de que la luz sea puesta debajo de un almud. Ahora bien,
nosotros encontramos el gran objetivo de Dios en este doble testimonio. No se
trata simplemente de la bendición de las almas, pues no hay una palabra acerca
de la evangelización o la salvación de los pecadores, sino del andar de los
santos. Hay un asunto serio que Dios plantea acerca de Sus santos, y es el de
los propios modos de obrar de ellos al margen de lo que hagan otras personas.
Los llamamientos a los inconversos los encontramos abundantemente en otros
lugares, y nadie puede exagerar su importancia para el mundo; pero, el sermón
del monte es el llamamiento de Dios a los convertidos. Se trata del carácter de
ellos, de su posición, de su testimonio, de manera muy personal; y si se piensa
en otros en todo momento, no se trata tanto de ganarlos, como de que los santos
reflejen lo que viene desde arriba. Esta luz es lo que viene de Cristo. No se
dice, « que vuestras buenas obras resplandezcan ante los hombres.» Cuando
las personas hablan acerca de este versículo pensando en sus propias obras,
generalmente no son buenas obras en absoluto; pero aunque lo fueran, las obras
no son la luz. La luz es lo que viene de Dios, sin mezcla humana añadida. Las
buenas obras son el fruto de la acción de esa luz sobre el alma; pero es la
luz la que ha de resplandecer ante los hombres. El asunto ante Dios es
confesar a Cristo. No se trata simplemente de que hay que hacer ciertas
cosas. La luz que resplandece es el gran objeto aquí, aunque hacer lo bueno
debiese emanar de ella. Si hago que hacer lo bueno sea todo, ellos es un
pensamiento inferior al que está ante la mente de Dios. Un incrédulo puede
sentir que un hombre que tirita necesita un abrigo o una manta. El hombre
natural puede ser plenamente consciente de las necesidades de los demás; pero
si yo simplemente tomo estas obras y las convierto en el objetivo prominente,
realmente no hago nada más de lo que podría hacer un incrédulo. En el momento
que ustedes hacen que las buenas obras sean el objetivo, y el resplandor de
ellas ante los hombres, ustedes mismos se encuentran en un terreno común con
judíos y paganos. El pueblo de Dios es propenso a destruir así su testimonio.
¿Qué hay de tan malo en el modo de hacer una cosa hecha de manera profesada
para Dios, como una obra que deja fuera a Cristo, y que muestra que un hombre
que ama a Cristo está en términos confortables con aquellos que Le aborrecen?
Esto es aquello contra lo cual el Señor advierte a los santos. Ellos no deben
pensar acerca de sus obras, sino acerca de que la luz de Dios resplandezca. Las
obras seguirán a continuación, y mucho mejores obras que cuando una persona
está siempre ocupada en ellas. "Así resplandezca vuestra luz delante de
los hombres; de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mateo 5:
16 – VM). Que la confesión que ustedes hacen de lo que Dios es en Su
naturaleza, y de lo que Cristo es en Su propia persona y en Sus modos de obrar,
— que el reconocimiento de Él por parte de ustedes sea aquello que sea
sentido por los hombres y llevado ante ellos; y entonces, cuando ellos vean las
buenas obras por ustedes hechas, glorificarán "a vuestro Padre que está en
los cielos". En lugar de decir: «Qué buen hombre es éste», ellos
glorificarán a Dios por causa de él, relacionando lo que ustedes hacen con la
confesión de Cristo que ustedes profesan.
Que conceda el Señor que esto, puesto que es
la palabra y la voluntad de Cristo, sea aquello a lo que nos entreguemos y que
deseemos sobre todas las cosas para nuestras propias almas y para los que nos
son amados; y si vemos el olvido de ello en cualquier santo de Dios, que nos
acordemos de él en oración, y procuremos ayudarle con el testimonio de Su
verdad, la cual, si no lleva consigo el corazón, puede al menos alcanzar la
conciencia y producir fruto más tarde.
Nosotros hemos visto la declaración de
nuestro Señor acerca del carácter, y también de la posición apropiados de los
herederos del reino de los cielos. Le hemos encontrado declarando
"bienaventurados" a quienes el hombre no habría considerado así.
Pero, nuestro Señor era el modelo perfecto de todo esto. ¿Y qué podría haber
sonado más irracional, especialmente para un judío, que oírle llamar deliberada
y enfáticamente bienaventurados y felices a quienes eran despreciados,
burlados, aborrecidos, perseguidos, sí, en efecto, aquellos de los cuales se
tenía mala opinión y eran tratados como malhechores? Sin duda ello era
expresamente por causa de la justicia y de Cristo. Pero, para el judío la
venida del Mesías era esperada como la corona de su gozo, — como ese
acontecimiento tan auspicioso sobre el que toda la atención iba a estar
dirigida a Israel, tanto en lo que se refiere al cumplimiento de las promesas
de Dios hechas a los padres, como al cumplimiento de las magníficas
predicciones que implican la destrucción de sus enemigos, la humillación de los
gentiles y la gloria de Israel. Por lo tanto, suponer que la recepción de Aquel
que era el Mesías conllevaría ahora una vergüenza y un padecimiento inevitables
en el mundo era, en efecto, una enorme conmoción para las más preciadas
expectativas de ellos. Pero nuestro Señor insiste en ello, declarando que sólo
los tales son bienaventurados, — bienaventurados con un nuevo tipo de
bienaventuranza, mucho más allá de lo que un judío podía concebir. Y esto es
parte de los privilegios a los que nosotros también somos llevados por medio de
la fe en Cristo. La enseñanza de nuestro Señor en el sermón del monte sólo se
manifiesta en formas más sólidas ahora que Él ha asumido Su lugar en el cielo.
La enemistad del hombre ha salido a relucir también en su máxima expresión. El
mundo se ha unido a los judíos en la enemistad hacia los hijos de Dios. Y por
eso el último libro del Nuevo Testamento muestra que los que asumen el nombre
de judíos, sin ninguna realidad, siguen siendo hasta el final los más hostiles
a todo verdadero testimonio de Cristo en la tierra.
En la porción que sigue a continuación
nosotros entramos en un tema muy importante. Si había esta nueva clase de
bienaventuranza, tan ajena a los pensamientos de Israel según la carne, ¿cuál
era la relación de la ley con la doctrina de Cristo y con el nuevo estado de
cosas que estaba a punto de ser introducido? ¿Acaso no vino la ley de Dios por
medio de Moisés? Si Cristo introdujo eso que era tan inesperado, incluso para
los discípulos, ¿cuál sería la relación de esta verdad con lo que habían
recibido previamente a través de los siervos inspirados de Dios, y para lo cual
tenían Su propia autoridad? Debiliten la autoridad de la ley, y es evidente que
ustedes destruyen el fundamento sobre el cual reposa el evangelio; porque la
ley era de Dios tan ciertamente como el evangelio lo es. Por eso surgió una
pregunta de suma importancia, especialmente para un israelita: ¿qué relación
tenía la doctrina de Cristo, respecto al reino de los cielos, con los preceptos
de la ley? El Señor comienza este tema (Mateo 5: 17-48) con estas palabras:
"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas". Ellos
podrían haber pensado eso por el hecho de haber introducido Él algo que no es
mencionado ni en la ley ni en los profetas; pero Él dice, "No penséis que
he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino
para cumplir". Yo tomo esta palabra, "cumplir", en su sentido
más amplio. En Su propia persona, el Señor cumplió la ley y los profetas, en
Sus modos de obrar, en justa sujeción y justa obediencia. Su vida aquí abajo
exhibió su belleza por primera vez sin defectos. Su muerte fue la ratificación
más solemne que jamás pudo recibir la ley, porque la maldición que ésta
pronunciaba sobre el culpable, el Salvador la tomó sobre Sí mismo. No hubo nada
a lo cual el Salvador no se sometiese, antes de que Dios fuera deshonrado. Pero
yo pienso que las palabras de nuestro Señor justifican una aplicación
adicional. Hay una expansión de la ley, o δικαίωμα (demanda justa), dando a su
elemento moral el mayor alcance, de modo que todo lo que honraba a Dios en ella
debía ser puesto de manifiesto en sus más plenos poder y extensión. La luz del
cielo era proyectada ahora sobre la ley, y la ley no era interpretada por
hombres débiles y fracasados, sino por Uno que no tenía ningún motivo para
eludir "ni una jota" de sus exigencias; Uno cuyo corazón, lleno de
amor pensaba sólo en la honra y la voluntad de Dios; Uno cuyo celo por la casa
de Su Padre Le consumía, y que pagó lo que no robó. (Salmo 69: 4). ¿Quién sino
Él podía exponer así la ley, — no como los escribas, sino a la luz del cielo?
Porque el mandamiento de Dios es sumamente amplio, ya sea que consideremos que
pone fin a toda perfección en el hombre, o que la suma de él está en Cristo.
Lejos de anular la ley, el Señor, por el
contrario, la ilustró más brillantemente que nunca, y le dio una aplicación
espiritual para la que el hombre no estaba preparado en absoluto antes de que
Él viniese. Y esto es lo que el Señor procede a hacer en el maravilloso
discurso que sigue a continuación. Después de haber dicho: "Hasta que
pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta
que todo se haya cumplido", Él añade: "De manera que cualquiera que quebrante
uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño
será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los
enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que
si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 5: 18-20). Nuestro Señor va a
ampliar los grandes principios morales de la ley en mandamientos que emanan de
Él mismo, y no sólo de Moisés, y Él muestra que esto sería lo sumo por lo cual
las personas serían probadas. Ya no se trataría simplemente del decálogo
pronunciado en Sinaí, sino que, reconociendo su pleno valor, Él estaba a punto
de manifestar el pensamiento
de Dios de una manera mucho más profunda de la que se había pensado antes, a
saber, que en lo sucesivo, esto iba a ser la gran prueba.
Por eso, al referirse al uso práctico de
estos mandamientos Suyos, Él dice, "Si vuestra justicia no fuere mayor que
la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos", —
siendo esta una expresión que no tiene la más mínima referencia a la
justificación, sino a la apreciación práctica y al andar práctico en las
relaciones correctas del creyente hacia Dios y hacia los hombres. La justicia
de la que se habla aquí es totalmente de tipo práctico. Tal vez esto puede
impactar a muchas personas con dureza. Ellas pueden estar un poco perplejas
como para comprender la manera en que se hace que la justicia práctica sea el
medio para entrar en el reino de los cielos. Pero, permitan ustedes que yo
repita, el sermón del monte nunca nos muestra la manera en que un pecador ha de
ser salvo. Si hubiera la más mínima alusión a la justicia práctica en lo que se
refiere a la justificación de un pecador, habría motivos para sobresaltarse;
pero no puede haber ningún motivo en absoluto para el santo que entiende y se
somete a la voluntad de Dios. Dios insiste en la piedad de Su pueblo. «Sin
santidad nadie verá al Señor"». (Hebreos 12: 14). No puede haber duda acerca
de que el Señor muestra en Juan 15 que las ramas infructíferas deben ser
cortadas, y que tal como los pámpanos secos de la vid natural son arrojados al
fuego para ser quemados, así los profesantes del nombre de Cristo sin fruto no
pueden esperar una mejor porción.
Llevar fruto es la prueba de vida. Estas
cosas son afirmadas en los términos más firmes a través de la Escritura. En el
evangelio según Juan, capítulo 5: 28-29, se dice: "Vendrá hora cuando
todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno,
saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de
condenación", o "de
juicio". No se puede disfrazar la solemne verdad de que Dios tendrá y debe
tener lo que es bueno y santo y justo en Su pueblo. No son en absoluto pueblo
de Dios los que no se caracterizan por ser hacedores de lo que es aceptable a
Sus ojos. Si esto fuese puesto ante un pecador como un medio de reconciliación
con Dios, o de tener los pecados borrados ante Él, ello sería la negación de Cristo
y de Su redención. Pero, sólo manténganse ustedes firmes en que todos los
medios para acercarse a Dios se encuentran en Cristo, — que la única manera por
la cual un pecador es conectado con la bendición de Cristo es por medio de la
fe, sin las obras de la ley, — sólo mantengan esto, y no hay la menor
inconsistencia ni dificultad en entender que el mismo Dios que concede a un
alma que crea en Cristo, obra en esa alma por medio del Espíritu Santo para
producir lo que es conforme a Él mismo de manera práctica. ¿Con qué propósito
le da Dios a esa alma la vida de Cristo y el Espíritu Santo si sólo fuera
necesaria la remisión de los pecados? Pero Dios no se satisface con esto. Él
imparte la vida de Cristo a un alma y le da a esa alma el Espíritu Santo para que
more en ella; y como el Espíritu no es fuente de debilidad o de temor
"sino de poder, de amor y de dominio propio", Dios busca modos de
obrar y ejercicio de sabiduría y juicio espirituales al pasar a través de la
dificultosa escena actual.
Mientras ellos admiraban con ojos ignorantes
la justicia de los escribas y fariseos, nuestro Señor declara que esa clase de
justicia no servirá. La justicia que sube al templo todos los días, que se
enorgullece de largas oraciones, de grandes limosnas y de amplias filacterias,
no se mantendrá firme a la vista de Dios. Debe haber algo mucho más profundo y
más acorde con la naturaleza santa y amorosa de Dios. Porque con toda esa
apariencia de religión exterior podría haber siempre, como generalmente
sucedía, ninguna conciencia de pecado, ni de la gracia de Dios. Esto demuestra
la suma importancia de estar en lo cierto, en primer lugar, en nuestros
pensamientos acerca de Dios; y sólo podemos estarlo recibiendo el testimonio de
Dios acerca de su Hijo. En el caso de los fariseos tenemos al hombre pecador
negando su pecado, y oscureciendo y negando completamente el verdadero carácter
de Dios como el Dios de la gracia. Estas enseñanzas de nuestro Señor fueron
rechazadas por las personas externamente religiosas, y la rectitud de ellos era
tal como se podía esperar de personas que eran ignorantes de sí mismas y de
Dios. Ellos ganaban reputación para sí mismos, pero ahí terminaba todo; ellos
buscaban su recompensa en aquel momento, y la tenían. Pero, nuestro Señor dice
a los discípulos: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos". Mateo 5:
20).
Permitan ustedes que yo pregunte aquí, ¿Cómo
es que Dios logra esto con respecto a un alma que cree ahora? Hay un gran
secreto que no sale a la luz en este sermón. En primer lugar, hay una carga de
injusticia sobre el pecador. Entonces, ¿cómo debe ser tratado eso, y cómo hacer
que el pecador sea apto para el reino de los cielos y que sea introducido en
él? La respuesta es que por medio de la fe él nace de nuevo; adquiere una nueva
naturaleza, una vida que emana tanto de la gracia de Dios como del hecho de que
sus pecados fueron cargados sobre Cristo en la cruz. (Véase Isaías 53). En eso
está el fundamento de la justicia práctica. El verdadero comienzo de todo lo
moralmente bueno en un pecador, — como ha sido dicho y como merece ser repetido
a menudo, — es el sentido y la confesión de su falta de dicha justicia, es
más, de su maldad. Nunca hay nada correcto para con Dios en un hombre hasta
que él se entrega a sí mismo como siendo todo malo. Cuando él es abatido a
esto, él es llevado a poner toda su confianza en Dios, y Dios revela a Cristo
como Su don para el pobre pecador. Él está moralmente quebrantado, sintiendo y
reconociendo que está perdido, a menos que Dios se apersone a él; y él recibe a
Cristo, ¿y entonces qué? 'El que cree, tiene vida eterna'. ¿Cuál es la
naturaleza de esa vida? En su carácter, perfectamente justa y santa. Entonces,
el hombre de inmediato es hecho apto para el reino de Dios. "El que no
naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios". Pero cuando él nace de
nuevo, él entra allí. "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es". Los escribas y los fariseos sólo
trabajaban en la carne y por la carne; ellos no creían que estaban muertos a
los ojos de Dios; tampoco lo hacen los hombres ahora. Pero, aquello con lo que
el creyente comienza es con que él es un hombre muerto que requiere una nueva
vida, y que la nueva vida que recibe en Cristo es adecuada para el reino de los
cielos. Es sobre esta nueva naturaleza que Dios actúa y obra, por medio del
Espíritu, esta justicia práctica; de modo que sigue siendo cierto en todo
sentido: "Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos".
Pero el Señor no explica aquí cómo sería
esto. Él sólo declara que lo que era adecuado a la naturaleza de Dios no iba
a ser hallado en la justicia judía humana, y que ello debía ser para el reino.
Él continúa ahora con la ley en sus diversas
partes, al menos lo que tiene que ver con los hombres. Él no entra aquí en lo
que atañe directamente a Dios, sino que en primer lugar se ocupa de lo que
emana de la violencia humana, y después de esto, del gran ejemplo flagrante de
la corrupción humana; porque la violencia y la corrupción son las dos formas
sobresalientes de la iniquidad humana. Incluso antes del diluvio esa era la
condición de los hombres: pues leemos, "Y se corrompió la tierra delante
de Dios, y estaba la tierra llena de violencia". (Génesis 6: 11). Aquí, en el
versículo 21 de Mateo 5, nosotros
tenemos la luz del reino iluminando el mandamiento: "No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio". La ley tomaba en
consideración esta forma extrema de violencia; pero nuestro Señor le da
longitud, anchura, altura y profundidad, y Él dice: "Pero yo os digo que cualquiera
que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga:
Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego". (Mateo 5: 22). Es decir,
nuestro Señor trata, como siendo incluidos ahora como homicidio, ante los ojos
de Dios, toda clase de violencia, y todo tipo de sentimiento y expresión; todo
lo que sea desprecio y aborrecimiento, cualquier cosa que exprese la hostilidad
del corazón; cualquier hecho de ningunear a otro, la voluntad de aniquilar a
los demás en lo que respecta a su carácter o influencia: pues todo esto no es
mejor que el homicidio ante los ojos escrutadores de Dios. Él está expandiendo
la ley; está mostrando ahora a Uno que considera y juzga el sentimiento del
corazón. Por lo tanto, no se trata en absoluto de las meras consecuencias
de la violencia para con un hombre, ya que podría no haber ningún efecto muy
malo producido por estas palabras de ira, sino que dichas palabras demostraban
el estado del corazón; y esto es lo que el Señor está tratando aquí. "Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda". (Mateo 5:
23, 24). Él no está manifestando al cristiano en su total separación del
sistema judío. Y aunque el principio es aplicable al cristiano, estas palabras
muestran claramente una conexión con Israel, porque el altar no tiene
referencia alguna a la mesa del Señor.
"Ponte de acuerdo con tu adversario
pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te
entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto
te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante".
(Mateo 5: 25, 26). Yo creo que Israel era culpable de esa misma locura, —
Israel como un pueblo, — culpable de no ponerse de acuerdo con el adversario
pronto. Allí estaba el Mesías, y ellos, siendo adversarios de Él, Le trataron
como adversario de ellos y obligaron a Dios a estar contra ellos por su
incredulidad. Moralmente, la posición de Israel a los ojos de Dios era muy
parecida a lo que nos es mostrado aquí. Había un sentimiento homicida en el corazón
de ellos contra Jesús. Herodes fue la expresión de ello en el momento de Su
nacimiento, y ello se prolongó durante todo el ministerio de Cristo, puesto que
la cruz demostró cuán absolutamente existía ese odio implacable en el corazón
de los judíos contra su propio Mesías. Ellos no se pusieron de acuerdo pronto
con su adversario, y el juez sólo pudo entregarlos al alguacil para ser echados
en la cárcel; y allí permanecen hasta el día de hoy. La nación judía, a causa
de su rechazo del Mesías, ha sido excluida de todas las promesas de Dios; como
nación ha sido encarcelada, y debe permanecer allí hasta que el último
cuadrante sea pagado. En Isaías tenemos al Señor hablando con soltura a
Jerusalén: "Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo
es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de
Jehová por todos sus pecados". (Isaías 40: 2). Así, mientras nosotros entramos
ahora en Su
favor, mientras por la gracia de Dios recibimos ahora la plenitud de la bendición
por medio de Cristo Jesús, aun así no puede haber duda de que ricas bendiciones
están reservadas para Jerusalén. Porque Dios, en Su misericordia, le dirá un
día: «Yo perdono ahora tu iniquidad; ya no te haré testigo de Mi venganza en la
tierra.» Y ante la pregunta, ¿y por qué no se le permite a Israel, hasta el día
de hoy, amalgamarse con las naciones? Ellos permanecen allí, apartados por Dios
de todos los demás pueblos. Pero Dios les tiene reservada Su insigne
misericordia. "Hablad al corazón de Jerusalén… que doble ha recibido de la
mano de Jehová por todos sus pecados". Esta figura la encontramos en otra
parte bellamente expuesta en el caso del hombre culpable de sangre que huía a
la ciudad de refugio provista por Dios. Y el libro de Números enseña que allí
permanecía el hombre, fuera de la tierra de su posesión, hasta la muerte, no
del homicida, sino del sumo sacerdote ungido con aceite. (Véase Números 35:
9-28). Allí se hace referencia al sacerdocio de nuestro Señor. Cuando el Señor
haya completado Su pueblo celestial y los haya reunido donde ellos no necesitan
la actividad de Su intercesión; cuando nosotros estemos en el pleno resultado
de todo lo que Cristo ha obrado por nosotros, el Sumo Sacerdote ocupará
entonces Su lugar en Su propio trono. Entonces será la finalización de Su
actual sacerdocio celestial, y el Israel culpable de la sangre regresará a la
tierra de su posesión. Yo no tengo ninguna duda de que ésta es la justa
aplicación de ese hermoso tipo. No puedo entender cuál interpretación apropiada
podría haber de la muerte del sumo sacerdote ungido con aceite si ustedes la
asignan ahora a un cristiano; pero aplíquenla ustedes al judío, y nada es más
evidente. Cristo pondrá término a ese carácter de sacerdocio que Él está
ejerciendo para nosotros ahora, y entrará en una nueva forma de bendición para
Israel.
Pero hay otra cosa además de la violencia: y
es que está el elemento corrupto en el corazón del hombre, — el corazón que
codicia lo que no tiene. La siguiente palabra de nuestro Señor se ocupa de
ello, "Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su
corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo
de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu
cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer,
córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea echado al infierno". (Mateo 5: 27-30). Es decir,
todo lo que en nuestro andar, o en nuestros procederes, o en nuestro servicio,
todo lo que pueda exponer a un alma al peligro de ceder a estos sentimientos
impíos, nunca debe ser consentido, sino que hay que apartarse de ello a cualquier
costo. Debe haber la extirpación de todo lo que es dañino para el alma; y los
miembros del cuerpo, tales como el ojo que desea y la mano que quiere tomar,
son utilizados para mostrar las diversas formas en que el corazón puede verse
envuelto. Cortar estos miembros muestra un corazón completamente ejercitado en
el juicio propio; un corazón no motivado a excusarse diciendo que no ha
cometido realmente el pecado, sino que se debe renunciar a todo aquello a lo
que él está expuesto.
Luego el Señor denuncia la fácil disolución
del vínculo matrimonial, leemos, "También fue dicho: Cualquiera que
repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia
a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que
se casa con la repudiada, comete adulterio". (Mateo 5: 31, 32). Nuestro
Señor muestra así que, aunque pueda haber graves dificultades, esta relación
humana recibe la enérgica confirmación de la ordenanza de Dios. Aunque se trata
de una relación terrenal, la luz del cielo es proyectada sobre ella, la
santidad del matrimonio es mantenida, y la posibilidad de permitir que algo
interfiera con su santidad es totalmente desestimada por Cristo, excepto
solamente cuando había algo que la interrumpía a los ojos de Dios, en cuyo caso
el acto de separación sería sólo una declaración de que el vínculo ya está
realmente roto.
El siguiente caso (versículos 33-37) nos
lleva a un orden de cosas diferente: se trata del uso del nombre del Señor. La
referencia no es aquí a un juramento judicial, es decir, un juramento
administrado por un magistrado. En algunos países esto podría tener
características de paganismo o papismo, y ningún cristiano debiese prestar tal
juramento. Pero, si la declaración es simplemente en cuanto la autoridad de
Dios, introducida por el magistrado para declarar la verdad, toda la verdad y
nada más que la verdad, yo no veo que el Señor libere de ninguna manera al
cristiano de la obligación a esto. Pero el asunto se refiere aquí a la
comunicación entre hombre y hombre. Leemos, "No juréis en ninguna manera;
ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el
estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por
tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello".
Se trataba sencillamente de las
confirmaciones de la vida común entre los judíos. Si nuestro Señor hubiese
tenido la intención de prohibir al cristiano prestar juramentos judiciales, ¿no
habría Él presentado como ejemplo el juramento que era habitual en los
tribunales de aquellos días? Pero los juramentos que Él trae ante nosotros eran
aquellos que los judíos tenían la costumbre de utilizar cuando la palabra de
ellos era cuestionada por sus semejantes, no lo que era empleado ante el magistrado.
Por lo tanto, lejos de pensar que un cristiano hace lo correcto al rechazar un
juramento judicial, yo creo que él hace lo incorrecto al no prestar dicho
juramento cuando el magistrado requiere su testimonio, cuando no hay nada que
ofenda la conciencia en la forma del juramento. Si el magistrado no reconoce a
Dios en el juramento, aun así el cristiano está obligado a reconocer a Dios en
el magistrado, el cual es, para el cristiano, un siervo de Dios en las cosas
externas de este mundo. Incluso el Asirio fue la vara de Dios, todo el tiempo
en que él pensaba sólo en llevar a cabo sus propios propósitos contra Israel.
(Isaías 10: 24). Mucho más el magistrado, sea quien sea o lo que sea, él
representa la verdad de la autoridad externa de Dios en el mundo, y el
cristiano debiese respetar esto con creces, más que los hombres del mundo; y
por lo tanto, el juramento que exige sencillamente la verdad sobre la base de
esa autoridad, es algo santo y no debe ser rechazado. El cristiano,
indudablemente, no tiene derecho a procesar a otro. Por el contrario, él le
debe a Cristo y a Su gracia dejar que el mundo, si el mundo quiere, abuse de
él, — él puede protestar de palabra en contra de ello, y luego dejarlo en manos
del Señor. Cuando nuestro Señor mismo fue tratado injustamente, Él redarguye a
la persona por ello, y ahí termina, como el hombre pensaría, para siempre. No
hay tal cosa como tratar de obtener una reparación inmediata de Sus agravios.
Así debe ser con los cristianos. Puede haber la convicción moral de los que
hacen el mal, pero tomarlo pacientemente es aceptable para con Dios.
No hay manera en que el cristiano muestre
cuánto está él por encima del mundo como cuando él no busca la vindicación del
mundo en nada. Si nosotros pertenecemos al mundo, todos debiésemos ser
voluntarios. Si el mundo es nuestro hogar, el hombre está llamado a batallar
por él. Pero, para el cristiano este mundo no es el escenario de sus intereses,
y la pregunta es, ¿por qué luchar por lo que no le pertenece? Si un cristiano
lucha en y con el mundo (excepto su propia guerra espiritual), él está fuera de
su lugar. El deber de los hombres, como tales, es repeler el mal; y si
el Señor se sirve del mundo para sofocar la revolución y hacer la paz, el
cristiano puede mirar hacia arriba y dar gracias. Ello es una gran
misericordia. Pero la verdad que el creyente tiene que tener firmemente
asentada en su propia alma, es que ellos "no son del mundo". Y surge
la pregunta, ¿en qué medida ellos no son del mundo? Y la respuesta es, "No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". En Juan 17, donde nuestro
Señor repite esta maravillosa palabra, Él habla en la perspectiva de ir al
cielo, como si Él ya no estuviera en la tierra. Por lo tanto, en el espíritu de
uno que está lejos del mundo, Él dice: "No son del mundo, como tampoco yo
soy del mundo". Poco antes Él había dicho: "Ya no estoy en el
mundo". Su subida al cielo es lo que da al cristiano y a la iglesia su carácter.
Un cristiano no es
simplemente un creyente, sino un creyente llamado a disfrutar de Cristo mientras
Él está en el cielo. Y así como Cristo, nuestra Cabeza, está fuera del
mundo, así el cristiano es elevado en espíritu por encima del mundo, y debe
mostrar la fortaleza de su fe como estando por encima de su mero sentimiento
natural. Nada hace que un hombre parezca tan necio como no tener parte en este
mundo. A los cristianos no les gusta ser nulidades; ellos son propensos, de una
manera u otra, a desear que su influencia se haga sentir. Pero el Señor nos
libra de esto.
Entonces, el hecho de que nos permitamos
hacer afirmaciones más allá de las simples declaraciones de la verdad está por
debajo de nuestro llamamiento. "Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no;
porque lo que es más de esto, de mal procede". (Mateo 5: 37). Es digna de
mención, como demostración práctica de la distinción aquí trazada, la manera en
que nuestro Señor actuó cuando estuvo
ante el sumo sacerdote. Él permaneció en silencio hasta que el sumo sacerdote
Le impuso juramento (Mateo 26: 63); entonces Él respondió de inmediato. ¿Quién
puede dudar de que Él nos muestra el modelo correcto allí?
Nuestro Señor pasa a continuación al caso de
cualquier daño práctico que se nos pueda hacer. No es que esté mal que un
hombre castigue de acuerdo con el daño que se ha infligido a otro. "Ojo
por ojo, y diente por diente" es perfectamente justo; pero nuestro Señor
insinúa que debiésemos ser mucho más que justos, debiésemos ser
misericordiosos; y Él insiste acerca de esto como punto culminante de esta
parte del discurso. En primer lugar, Él había reforzado la justicia de la ley,
había ampliado sus profundidades y había dejado de lado su consentimiento;
ahora Él va más allá. Él muestra que hay un principio en Sus propios procederes
y vida, principio que enseña al cristiano que no debe buscar represalias.
Leemos, "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera
que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". Es evidente
que el Señor no se refiere aquí a lo que tienen que hacer los gobiernos. El
Nuevo Testamento está escrito para cristianos, para aquello que tiene una
existencia separada y un llamamiento peculiar en medio de los sistemas y
pueblos terrenales. El Nuevo Testamento pertenece a aquellos que son
celestiales mientras andan en la tierra. Nosotros llegamos a ser tales por la
recepción de Cristo, y a los tales el Señor les dice: "No resistáis al que
es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele
también la otra". La referencia es aquí al daño personal. El mal hecho
puede ser más que nunca inmerecido, pero tiene que ser vencido con el bien.
Ello demuestra que ustedes están dispuestos a recibir aún más por causa de
Cristo. "Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale
también la capa". Allí la ley es evocada: es decir, un hombre pone a
pleito, tal vez falsamente, una parte de tu vestimenta, y si te pone a "a
pleito" y te quita "la túnica, déjale también la capa". Aquí no
se trata exactamente de un hombre poniendo a pleito (llevando a juicio), sino
de los propios servidores
públicos. "Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé
con él dos". El gran principio que nuestro Señor distingue en esto, — ya
sea la violencia humana, o la ley siempre tan poco aplicada o aplicada mal, —
es que, aunque según la ley, ustedes podían dar un paso, según el evangelio
ustedes darían dos. La gracia hace dos veces más que la ley, cualquiera que sea
el asunto en cuestión. Nunca se tuvo, de ninguna manera, la intención de
suplantar las obligaciones o rebajar las responsabilidades, sino, por el
contrario, la intención fue dar poder y fuerza a todo lo que es justo a los
ojos de Dios. La ley podía decir: "Ojo por ojo, y diente por diente";
pero aquí no sólo está el hecho de aguantar lo que es positivamente malo, sino
que está la gracia que da más de lo que se pide. "La ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo". (Juan 1: 17). Y esta
es una manera de mostrar de manera práctica hasta qué punto nosotros valoramos
la gracia. No se trata de la mera letra de las palabras de nuestro Señor. Si
ustedes limitaran esto a un mero golpe en el rostro ello sería algo muy pobre;
pero la palabra de Cristo es la que me expresa el espíritu que agrada a Dios, y
me presenta la realidad de la gracia. Y la gracia no es la reivindicación de
uno mismo ni el castigo de un mal, sino el hecho de aguantar el mal y el
triunfo del bien sobre él. Cristo está hablando de lo que el cristiano tiene
que soportar de parte del mundo a través del cual él pasa. Él ha de recibir
tribulación como la disciplina que Dios considera adecuada para su alma; el
gran espectáculo ante hombres y ángeles (1ª. Corintios 4; 9), — que hay hombres
en esta tierra a los que se les permite padecer por Cristo y se regocijan por ello,
porque han aprendido a renunciar a su propia voluntad, a sacrificar sus propios
derechos y a padecer injustamente, esperando el día en que el Señor reconocerá
todo lo que ha sido el dolor de ellos por Su causa, y cuando todo el mal será
juzgado muy solemnemente en Su aparición y en Su reino.
Nuestro Señor dice, en el versículo 42,
"Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de
ti prestado, no se lo rehúses". Ello es un ejemplo de un gran principio
general acerca del cual el Señor está insistiendo; pues así como Él había
puesto al descubierto el carácter de la violencia, aquí Él lo hace de otra
cosa. — a saber, la solicitación que se dirige a sí misma a la bondad de
corazón de un cristiano. "Al que te pida, dale". Ciertamente, esto es
una cosa hermosa y amable; pero es perfectamente evidente que el Señor no está
instando a Su pueblo para que la cosa se haga irreflexivamente, ni como una
mera gratificación de sus sentimientos, sino con una conciencia hacia Dios.
Supongamos que una persona viene a pedirle algo, y usted tiene motivos para
pensar que esta persona lo gastaría indebidamente, usted debe poner un límite.
Él podría decirle, «¿Por qué no? ¿Acaso no te ha ordenado el Señor que des al
que te pida?». Ciertamente; pero el Señor ha dado otras palabras por las que yo
juzgo en cuanto la conveniencia de dar en cada caso particular. El que pide
puede ir a hacer lo que yo estoy seguro que sería absurdo o incorrecto; y me
pregunto, ¿aun así debo dar, o acaso no es introducido otro principio, a saber,
el necesario buen criterio? Tal vez el que pide tiene planes propios que yo
creo que son mundanos: entonces, ¿debo yo gratificar su mundanalidad? Lo que el
Señor tiene en perspectiva es la necesidad real; y como solía haber una gran
indiferencia hacia esto entre los judíos, como de hecho suele haberla en todas
partes, el Señor no se limita a insistir al cristiano a que ayude a su hermano,
sino que toma el terreno más amplio para instar a dar generosamente; no,
obviamente, por nada que podamos obtener con ello, sino por amor conforme a
Dios.
"Al que te pida, dale". Todos
sabemos que existen aquellos que abusarían. Esto acalla y a menudo obstaculiza
la piedad; y muy a menudo ello puede ser una excusa para no mostrar piedad. El
Señor nos previene contra esta trampa, y nos muestra el gran valor moral, para
nuestras propias almas y para la gloria de Dios, de la benignidad habitual,
considerada y generosa hacia los afligidos en este mundo. No es que yo debo dar
siempre lo que una persona pide, pues ella puede buscar algo insensato;
pero aun así, "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado,
no se lo rehúses". ¿Lleva usted la cuenta de cuántas veces ha sido usted
engañado? Aun así, ¿por qué estar dolido? Usted tiene derecho, por palabra de
Jesús, a hacerlo como haciéndolo para su Padre. El receptor de su generosidad
puede aplicarlo a un mal uso: y eso es responsabilidad de él. Yo estoy
obligado a cultivar una generosidad insospechada, y esto es bastante
independiente de la mera amistad. Incluso los publicanos y los pecadores son
amables con aquellos que son amables con ellos; pero, ¿qué debiese ser un
cristiano? Cristo determina la posición, la conducta y el espíritu del
cristiano. Tal como Él fue un sufriente, ellos no deben resistir el mal. Si
había necesidad, el corazón del Señor se ocupaba de ella en compasión. Ellos
podrían volver Su
amor contra Él mismo, y utilizar los dones de Su gracia para sus propios fines,
como el hombre que fue sanado, haciendo ellos caso omiso a la advertencia del
Señor y al sentido de Sus beneficios. Pero el Señor, conociendo perfectamente
todo ello, sigue firmemente en Su senda de hacer el bien, no en el mero y vago
pensamiento de benevolencia hacia el hombre, sino en el santo servicio a Su
Padre.
Pero digamos ahora
una palabra acerca de lo que sigue a continuación. Se trata del núcleo y la
esencia de lo que concierne a nuestra relación con los demás aquí abajo; el
gran principio activo del cual emana toda conducta recta. Ello es el asunto del
verdadero carácter y los límites del amor. "Oísteis que fue dicho: Amarás
a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo". (Versículo 43). Esta era la
expresión que los judíos extraían del contenido literal de la ley. Dios había
autorizado el exterminio de sus enemigos, y de allí extrajeron el principio,
"Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". Aquí había una
cosa que la ley nunca pudo enseñar, — es la gracia. En mil casos prácticos, la
pregunta no es si acaso la cosa es correcta. A menudo oímos a cristianos
preguntar: «¿Está mal tal cosa?» Pero ésta no es la única pregunta para el
cristiano. Supongamos que se le hace un mal; ¿cuál va a ser su sentimiento
entonces? Si hay enemistad hacia él en otro, ¿qué ha de albergar en su propio
corazón? "Amad a vuestros enemigos,… haced bien a los que os aborrecen,…
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los
cielos"; así ellos demuestran en procederes prácticos que pertenecen a
tal paternidad, "hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace
salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos….
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto". (Mateo 5: 44-48).
En esto no se hace
ninguna referencia al asunto de si acaso hay pecado en nuestra naturaleza o no.
Siempre existe el principio del mal en un hombre mientras él vive aquí abajo.
Pero, en lo que el Señor insiste es en esto, a saber, que nuestro Padre es el
modelo perfecto en Sus procederes con Sus enemigos ahora, y nos llama a ser
exhaustivos en esa misma gracia y amor en la cual nuestro Padre trata. Esto
está en contraste directo con el judío, o con cualquier cosa que hubiese sido
ordenada antes. Abraham no fue llamado a andar de esta manera. Yo creo que él
fue justificado al armar a sus siervos para recuperar a Lot, al igual que los
israelitas al tomar la espada contra los cananeos. Pero, nosotros estamos
llamados (como norma de la vida cristiana, como aquello que gobierna nuestros
pensamientos, sentimientos y procederes) a andar en el principio de la clemente
paciencia. Nosotros estamos en medio de los enemigos de Cristo, de nuestros
enemigos también debido a Él.
Puede que no salga a
relucir de inmediato, ni nunca. La persecución puede pasar de moda, pero la
enemistad siempre está allí; y si Dios sólo quitara ciertas restricciones, el
antiguo odio estallaría como siempre. Sin embargo, sólo hay un rumbo abierto para
el cristiano que desea andar como Cristo anduvo: "Amad a vuestros
enemigos"; y esto realmente no por una mera exhibición de formas o
palabras lisonjeras. Nosotros sabemos que, en ciertos casos, ir a hablar con
una persona enfadada sólo haría salir la amargura de la ira, y allí el rumbo
correcto sería mantenerse alejado; pero en todas las circunstancias debe haber
toda la buena disposición para procurar la bendición de nuestro adversario.
Hacer una verdadera bondad a uno que me ha herido, incluso si ello nunca es
conocido por una criatura en la tierra, es la única cosa digna de un cristiano.
El Señor nos da así oportunidades de mostrar amor a los que nos aborrecen.
Cuando se produce la provocación, nosotros debemos tener asentado en nuestras
almas que el cristiano está aquí con el propósito de expresar a Cristo; pues en
verdad somos Su carta, conocida y leída por todos los hombres. (2ª Corintios 3:
2, 3). Debemos desear reflejar lo que Cristo habría hecho en las mismas
circunstancias.
Que el Señor nos
conceda que esto sea cierto en nuestras propias almas, en primer lugar, en
secreto sentimiento con Él, y luego, como humildad y desinterés manifiestos
hacia los demás. Recordemos que
no hay Victoria para nosotros excepto la que es un reflejo externo de la victoria
secreta sobre el yo con el Señor. Empiecen ustedes por ahí, y ciertamente dicha
victoria será obtenida en presencia de los hombres, aunque podamos tener que
esperar por ello.
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas
- 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 6
Mateo 6 comienza con lo que es incluso más elevado que lo que hemos
tenido. Las diversas exhortaciones del capítulo 5 sacaron a la luz el principio
cristiano en contraposición a lo que era exigido y permitido bajo la ley. Ahora
la ley es omitida : ya no hay ninguna alusión expresa a ella en el discurso de
nuestro Señor. El primer principio de toda piedad sale a relucir ahora en su
forma más dulce, a saber, el tener que ver con nuestro Padre en secreto; el
cual nos entiende, ve todo lo que está pasando dentro y alrededor de nosotros,
nos escucha y nos aconseja, ya que, de hecho, Él tiene el más profundo interés
en nosotros. Lo que sale a la luz en este capítulo es la relación interior y
divina del santo: es decir, nuestros vínculos espirituales con Dios, nuestro
Padre, y la conducta que debiese emanar de ellos. Por lo tanto, dice nuestro
Señor, "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para
ser vistos de ellos". La versión de la Biblia en Inglés (KJV) en el
versículo 1 traduce "limosna" en vez de "justicia", y yo me
tomo la libertad de sugerir que una mejor traducción es "justicia" en
lugar de "limosna", lo cual apoyan algunas de las mejores fuentes.
Existen aquellos que difieren aquí como en otras partes, pero, al mismo tiempo,
los motivos internos y espirituales confirman los fundamentos externos. Así, si
la palabra "limosna" es usada
en el primer versículo, ¿acaso no hay una mera repetición en el
siguiente? Por otra parte, tomen ustedes la palabra como "justicia"
(así lo dice el margen), y todo es claro. El contexto lo apoya. Porque se
observará que en los siguientes versículos nuestro Señor divide la justicia en
tres porciones distintas: en primer lugar, la limosna; después, la oración; en
tercer lugar, el ayuno. Es evidente que estas son las tres partes de los
procederes justos del santo, tal como los ve nuestro Señor en este discurso.
1) Con respecto a la limosna, que era algo muy práctico, el principio de
la misericordia entra, como no podría serlo en todos los casos de dar. Ello es
una cosa que es hecha seria y solemnemente, y sale del
corazón. Ello es hecho a la vista de Dios. La amonestación general es ésta:
"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser
vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que
está en los cielos". Por lo tanto, (a base de esta exhortación),
"Cuando, pues, des limosna", lo cual era una rama de esta justicia,
"no hagas tocar trompeta delante de ti", aludiendo a ciertas formas
de notoriedad y autoelogio adoptados en aquel entonces por los judíos, — el
espíritu que pertenece a los hombres en todas las épocas. Hay pocas cosas en
que la vanidad humana se delata a sí misma de manera más evidente que por medio
del deseo de ser conocido por medio de dar limosna. ¿Y qué es lo que trae la
verdadera liberación de este lazo de la naturaleza? "Cuando, pues, des
limosna, (observen ustedes que Él hace
que esto sea ahora enteramente individual) "no hagas tocar trompeta
delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para
ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para
que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará
en público". Es decir, no se trata simplemente de que uno no proclame
públicamente lo que ha sido hecho, sino que ni siquiera uno lo haga a uno
mismo. No sólo la mano izquierda de otro no debe saber lo que hace tu mano
derecha, sino que tu propia mano izquierda no debiese saberlo. Cortantes
son las palabras del Señor para todo lo que se parece a autocomplacencia. El
gran argumento es éste: que todo sea hecho para nuestro Padre. No es
simplemente un asunto de deber; sino que el amor de nuestro Padre ha salido a relucir,
y esta es Su voluntad con respecto a nosotros. Él sabe lo que es mejor, y
nosotros lo ignoramos. Podríamos pensar en proporcionar la mayor felicidad
rodeándonos de lo que más nos gusta; pero el hecho de soltar los medios de
disfrute personal nos abrirá nuevas fuentes de bendición. Además, lo que
debiésemos desear es que la limosna sea "en secreto; y tu Padre que ve en
lo secreto te recompensará en público". Nosotros encontraremos esto
repetido en cada punto de lo que aquí es llamado nuestra "justicia".
Siempre se hace espacio a la carne donde no existe el hábito cultivado de que
lo que se hace queda entre nuestro Padre y nosotros. No, es más, nuestro Señor
quiere que desestimemos el pensamiento mismo en el seno del Padre, el cual no
lo olvidará.
2) Lo mismo ocurre en cuanto a la
oración. La alusión parecería ser a la práctica de que todos los días, cuando
llegaba una hora específica, se encontraba a las personas orando en público en
lugar de perderse el momento. Es evidente que todo esto era, en el mejor de los
casos, de lo más legal, y abría la puerta a la exhibición y a la hipocresía.
Ello pasa por alto totalmente la gran verdad que el cristianismo saca a la luz
de forma tan completa, a saber, que es totalmente erróneo hacer las cosas como
muestra, o como una ley, o de cualquier forma para que otros las vean, o para
que nosotros mismos pensemos en ellas. Nosotros tenemos que ver con nuestro
Padre, y con nuestro Padre en lo secreto. Por eso nuestro Señor dice:
"Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre
que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público". (Versículo 6). Esto no es, en absoluto, negar la conveniencia de
la oración pública; pero aquí no se hace referencia a la súplica unida.
En cuanto a la Oración del Señor (que comienza con las palabras,
"Padre nuestro"), ella era para aquellos discípulos individualmente,
los cuales requerían ser enseñados en los primeros principios mismos del
cristianismo. Pues esto es parte de lo que el apóstol llama, "la palabra
inicial de Cristo", cuando él dice: "Por lo cual, dejando ya la palabra inicial de Cristo, avancemos a lo que pertenece al crecimiento pleno, no
echando de nuevo un fundamento de arrepentimiento de obras muertas y de fe en
Dios, de doctrina de lavamientos, y de imposición de manos, y de resurrección
de muertos, y de juicio eterno; y esto haremos si lo permite Dios".
(Hebreos 6: 1-3 – JND). El apóstol admite que todas estas eran verdades muy
importantes; ellas son verdades que los judíos piadosos debiesen haber conocido
antes de que la redención fuera llevada a cabo, pero éstas no aportaban todo el
poder del cristianismo. Ellas eran muy ciertas, y seguirán siéndolo siempre.
Nunca puede haber algo que debilite la importancia del arrepentimiento de obras
muertas y de la fe en Dios. Pero ni siquiera se dice, la fe en Cristo. Sin
duda, la fe en Dios permanece siempre; pero aun así, hasta que Cristo murió y
resucitó, había una gran cantidad de verdad que ni siquiera los discípulos eran
capaces de sobrellevar. Nuestro Señor mismo lo dice. (Véase Juan 16: 12-15).
Por eso el apóstol les dice: "Dejando ya la palabra inicial de Cristo” (lo
que Cristo sacó a la luz aquí abajo, y que se adaptaba perfectamente al estado
de los discípulos de aquel entonces), "avancemos a lo que pertenece al
crecimiento pleno". No hay pensamiento alguno acerca de renunciar a eso,
pero, asumiendo eso como una verdad fija, avancemos a la comprensión de Cristo
tal como Él es ahora, lo cual es el significado aquí de la expresión,
"crecimiento pleno". No se trata de un mejor estado de nuestra propia
carne; tampoco se refiere a algo que vayamos a ser en una vida futura; sino a
la doctrina completa de Cristo tal como Él es ahora, y glorificado en el cielo,
— como es sacado a relucir en esta epístola. Cristo está en el cielo; allí está
Su sacerdocio; Él entró en el poder de Su propia sangre, habiendo obtenido
eterna redención. Es Cristo como está ahora en lo alto; allí tienen ustedes
este conocimiento pleno. En la misma epístola él habla de Cristo como habiendo
sido perfeccionado por medio de aflicciones. (Hebreos 2: 9, 10). Él siempre fue
perfecto como persona, — nunca pudo ser otra cosa. Si hubiese habido algún
defecto en Cristo en la tierra, Él debió haber sido, tal como la ofrenda que
tenía un defecto, incapaz de ser ofrecido por nosotros, en nuestro lugar. En
los sacrificios judíos, si el animal moría por sí mismo, ni siquiera podía ser
comido. De este modo, en cuanto a nuestro Señor, si hubiera existido el
principio de la muerte en Él, si Él no fuera Aquel que vive en todo sentido,
sin la más mínima tendencia a la muerte, Él nunca podría ser el fundamento de
Dios, ni el nuestro. Él en verdad padeció la muerte, la víctima voluntaria en
la cruz; pero esto fue sólo porque la muerte no tenía ningún dominio sobre Él.
Todo hijo de Adán tiene la mortalidad actuando en él. El Segundo Hombre incluso
pudo decir aquí abajo: "Yo soy la resurrección y la vida". (Juan 11:
25). Esa es la verdad en cuanto a Cristo mismo. Si bien es perfectamente cierto
que Cristo fue siempre moralmente perfecto, — perfecto también no sólo en Su
naturaleza divina, sino en Su humanidad, — absolutamente inmaculado y aceptable
para Dios; sin embargo, había, no obstante, una montaña de pecado que
necesitaba ser quitada de nosotros, y una nueva condición en la que debíamos
entrar, en la que Él podía asociarnos con Él mismo. Aunque absolutamente sin
pecado en Él mismo, él fue perfeccionado a través de aflicciones; Él pasó a
través de este curso de aflicciones a la bendición en la que Él está ahora como
nuestro Sumo Sacerdote ante Dios.
Acerca del tema de la Oración del Señor sólo haré algunos comentarios
ahora. Pero, una vez más, me gustaría señalar que ella es totalmente
individual. Muchos podrían unirse para decir "Padre nuestro"; pero un
alma estando sola en su aposento todavía diría "Padre nuestro",
porque piensa en otros, en discípulos, en otro lugar. Sin embargo, es evidente
que el Señor no prevé el uso de esta oración, sino en el aposento y para la condición
en que se encontraban los discípulos. No tenemos ningún indicio de que ella
fuera empleada formalmente después del día de Pentecostés. Hubo otras
necesidades y deseos, otras expresiones de afecto hacia Dios, sacadas a relucir
entonces, a las que el Espíritu Santo conduciría a los que habían salido de la
condición de minoría de edad, o de inmadurez, por haberle recibido a Él en sus
corazones, por lo cual podían clamar: "¡Abba, Padre!". Esa es la
clave del cambio, y el Nuevo Testamento es perfectamente claro al respecto.
(Compárese con Gálatas 3: 23-26; Gálatas 4: 1-7).
Sin embargo, consideremos la oración misma; porque nada puede ser más
bienaventurado, y toda la verdad de ella permanece para nosotros. "Y al
orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se
imaginan que serán oídos por su palabrería". (Versículo 7 – LBA). Ahora
bien, es evidente que nuestro Señor no prohíbe la repetición, sino la
repetición sin sentido, vana. Nosotros encontramos a nuestro Señor mismo,
cuando Él estaba en agonía en el huerto, repitiendo tres veces las mismas
palabras. Pero Él prohíbe tajantemente la repetición sin sentido, vana y
formal, ya sea que se trate de palabras leídas en un libro, o de frases
construidas por la mente. Además, permitan que yo insista en el hecho evidente
de que nuestro Señor no está proveyendo aquí para las necesidades públicas de
la Iglesia; ni tampoco oímos que ello haya sido entendido así. No existe el más
mínimo pensamiento de tal cosa después del don del Espíritu Santo, cuando la Iglesia
fue formada y estuvo en funciones en este mundo. De modo que, si bien la
Oración del Señor fue presentada como el modelo más perfecto de oración, y
puede haber sido usada tal cual por los discípulos antes de la muerte de
nuestro Señor y del don del Espíritu Santo, aun así, parece ser evidente que
después no fue así. El Nuevo Testamento es, obviamente, la única prueba de
esto. Cuando llegamos a la tradición, encontraremos toda clase de dificultades
acerca de esto así como acerca de otros temas, pero la palabra de Dios no es
oscura. De ninguna manera nos deja con la incertidumbre en cuanto a cuál es el
pensamiento de Dios: de lo contrario, el propósito mismo de una revelación se
vería frustrado. ¿Cuál es, entonces, la utilidad permanente de la oración? ¿Por
qué ella es presentada en la Escritura? El principio permanece siempre
verdadero. Yo creo que no hay una cláusula de esa oración que uno no podría
proferir ahora, incluso, "Y perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores". Porque es un error suponer que
ello coloca al pecador en el terreno de la oración para adquirir el perdón de
sus pecados. Nuestro Señor habla del creyente, — del hijo de Dios. Nosotros
necesitamos desplegar nuestras faltas y defectos diarios ante nuestro Dios y
Padre, tal como Él nos anima a hacer día a día. Se trata de Su gobierno que,
sin acepción de personas, juzga según la obra de cada uno; y por eso Él no
aceptará la petición de uno que abriga una disposición implacable hacia los
demás, incluso si ellos nos han hecho un mal muy grave.
El hábito de examinarse uno mismo y de confesar a nuestro Padre es muy
importante en la experiencia cristiana; de modo que yo creo que esta cláusula
es tan verdadera y aplicable en la actualidad como lo fue para los discípulos
de aquel entonces. Cuando el pobre publicano dijo: "Dios, sé propicio a
mí, pecador" (Lucas 18: 9-13), nosotros tenemos otra cosa tan apropiada en
su caso como lo fue para el hijo de Dios al decir, "Padre nuestro".
Por otra parte, cuando el Espíritu Santo fue dado, y el hijo pudo acercarse al
Padre en el nombre de Cristo, tenemos, sin embargo, algo diferente. La Oración
del Señor no reviste al creyente con el nombre de Cristo. ¿Qué significa pedir
al Padre en ese nombre? La pregunta es, ¿Puede ser simplemente decir, "en
Su nombre", al final de una oración? Cuando Cristo murió y resucitó, Él
dio al creyente Su propia posición delante de Dios; y entonces, pedir al Padre
en el nombre de Cristo es pedir en la conciencia de que mi Padre me ama como ama
a Cristo; que mi Padre me ha dado la aceptación de Cristo mismo ante Él,
habiendo borrado completamente todo mi mal, como para ser hecho justicia de
Dios en Cristo. (2ª Corintios 5: 21). Pedir en Su nombre es orar en el valor de
esto. (Compárese con Juan 16). Cuando el alma se acerca, cuando es
conscientemente acercada a Dios, puede decirse que ella pide en Su nombre. No
hay un alma que use el Padre Nuestro como una forma, que tenga una verdadera
comprensión de lo que es pedir al Padre en el nombre de Cristo. Ellos nunca han
entrado en esa gran verdad. De ahí que, tal vez en su próxima petición, ellos
asuman el lugar de miserables pecadores, menospreciando la ira de Dios, y
estando todavía bajo la ley. Surge la pregunta, ¿es posible que un alma que
sabe lo que es estar ante Dios como Cristo, esté así sistemáticamente en la
duda y la incertidumbre? Este era el caso del judío; pero como cristiano, mi
lugar está en Cristo, y no hay condenación: de lo contrario, no puede haber el
espíritu de adopción, ni la desempeñada función de sacerdotes para Dios.
Nosotros somos hechos sacerdotes para Dios en virtud de esta posición
bienaventurada, — aquí en la tierra, y necesitamos desempeñar dicha función. La
conciencia es llevada a esto, — ustedes no pueden caminar con Cristo y con el
mundo. Y el cristiano es propiamente un hombre que entra en pensamientos y
relaciones celestiales mientras camina a través del mundo. Esta es la vocación
con la que hemos sido llamados. (Efesios 4: 1). Con independencia de que los
cristianos lo sepan y lo hagan o no lo hagan, nada menos busca Cristo de ellos.
"No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". (Juan 17: 16).
Esto es cierto desde el momento en que recibimos a Cristo. Desde ese momento,
si queremos ser verdaderos soldados Suyos, nuestro deber para con Cristo es
asumir nuestro lugar como aquellos que no son del mundo, así como Él no lo es.
Esto bastará para mostrar que, si bien la Oración del Señor sigue siendo
siempre inestimablemente preciosa, aun así, ella fue dada para satisfacer las
necesidades individuales de los discípulos, y que la ulterior revelación de la
verdad divina modificó la condición de ellos y conduciría así a otra clase de
deseos, a los que, de hecho, no se dio expresión en aquel entonces. Me parece
una feliz reflexión pensar que es nuestro mismo Señor quien nos dice esto.
"Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre". ¿Qué deduzco yo de
esto? Que uno puede usar la Oración del Señor ("Padre nuestro") todos
los días, y nunca haber pedido nada en el nombre de Cristo. "Hasta ahora
nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea
cumplido". (Juan 16: 24). "En aquel día pediréis en mi nombre".
(Juan 16: 26). ¿A qué día se refiere Él? ¿Un tiempo aún futuro? No, sino el día
actual; el día que el Espíritu Santo introdujo cuando Él descendió del cielo.
Esto es lo que está conectado con esa plena revelación de la verdad que es tan
esencial para el gozo y la bienaventuranza cristianos, y para el andar ajeno al
mundo y celestial de los hijos de Dios; y donde no se entra en lo uno, no se
puede estar en lo otro. Puede haber vigor de fe y amor personal a Cristo, pero
pese a todo, un alma seguirá llevando el sabor del mundo en espíritu y posición
religiosos hasta
que haya entrado en este lugar bienaventurado que el Espíritu Santo nos da
ahora de acercarnos a Dios en el nombre de Cristo.
Yo debo pasar ahora a una de las más importantes exhortaciones prácticas
que nuestro Salvador nos presenta en relación con la oración, — a saber, el
espíritu de perdón. Poco ha sabido de la oración quien no conoce los obstáculos
que la austeridad o severidad de espíritu trae consigo. Esta era una de las
cosas que nuestro Señor tenía especialmente en perspectiva. "Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas". (Versículos 14, 15). Él no quiere
decir que a los discípulos no se les perdonarían los pecados en el día del
juicio, sino que Él habla de perdonar las ofensas como un asunto de cuidado y
entrenamiento diario de Dios. Yo puedo tener un hijo culpable de algo que está
mal, pero ¿pierde por ello Él su relación? Sigue siendo mi hijo, pero yo no le
hablo de la misma manera que lo haría si él hubiese estado andando en
obediencia. El padre espera hasta que el hijo sienta su pecado. En el caso de
los padres terrenales, a veces no ponemos suficiente atención en lo que está
mal, y otras veces lidiamos con las cosas sólo en la medida en que nos afectan
a nosotros mismos. Nosotros podemos corregir, como se dice en Hebreos, «como a nosotros
nos parece», pero Dios lo hace para lo que nos es
provechoso. (Hebreos 12: 9, 10). Nuestro
Padre tiene siempre a la vista lo que es más bienaventurado para nosotros, pero
por este mismo motivo a veces nos castiga. "¿Qué hijo es aquel a quien el
padre no disciplina?" (Hebreos 12: 7). Si nosotros no fuéramos hijos, tal
vez nos libraríamos; pero, tan ciertamente como lo somos, la vara del Padre
viene sobre nosotros por nuestros yerros, aunque nos parezcan poco; pero aunque
es doloroso por el momento, si ello es Su voluntad, podemos estar seguros de
que Él hará que las cosas que puedan parecer estar más en contra de nosotros,
estén incuestionablemente a nuestro favor. Mantener el espíritu de amor, y
especialmente de amor hacia los que nos hacen agravio, cuesta algo; pero la
bienaventuranza será nuestra al final, y ciertamente también por el camino.
3) Llegamos ahora al tema del ayuno. Yo creo que hay un real valor en el
ayuno que pocos conocen. Si en ocasiones particulares que requieren especial
oración individual uno uniera el ayuno a ella, no tengo duda de que se sentiría
la bendición de lo mismo. En ello es expresada la humillación de espíritu. Hay
oraciones que son acompañadas más adecuadamente estando de pie, otras, estando
de rodillas. El ayuno es una de esas cosas en las que el cuerpo muestra su
empatía con aquello a través de lo cual el espíritu está pasando; ello es un
medio de expresar nuestro deseo de estar abatidos delante de Dios, y en actitud
de humillación. Pero, para que la carne no se aproveche incluso de lo que es
para la mortificación del cuerpo, el Señor manda que se tomen los medios para
que los hombres no sepan que uno ayuna, más que para permitir cualquier
exhibición de ello. Porque aunque un cristiano verdadero se abstenga de
vestirse de falsas apariencias, el diablo lo engañaría para que lo haga, a
menos que sea muy celoso en la vigilancia de sí mismo delante de Dios.
"Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar
a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público". (Versículos 17, 18).
Siguen después las exhortaciones con respecto a las cosas de esta vida.
Y, en primer lugar, en cuanto a la acumulación de tesoros en la tierra. El
Señor introduce un principio, no de interés natural, sino de sabiduría
espiritual y de libertad de inquietudes, de lo cual disfruta el alma que no
quiere nada aquí abajo. Suponiendo que hay algo que uno valora mucho en la
tierra, hay un temor proporcional a que el ladrón o alguna cosa que corroa
estropee nuestro tesoro. Muy diferente es lo que el Señor nos manda procurar:
"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,
y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la
polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón". (Versículos
19-21). Nosotros podemos detectar dónde estamos por aquello que determina
principalmente nuestros pensamientos. Si dichos pensamientos son hacia el
cielo, somos bienaventurados; pero si son hacia la tierra, descubriremos que
esas mismas cosas en las que está puesto nuestro corazón demostrarán que son un
pesar un día u otro. El Señor atribuye todo esto a una gran raíz, — no se puede
servir a dos amos. Ustedes no tienen dos corazones sino uno; y ese corazón
estará con lo que ustedes más valoran. Todo es seguido así hasta su origen:
Dios por un lado y Mamón por el otro. Mamón es lo que resume las codicias del
corazón del hombre en cuanto a todas las cosas que están aquí. Puede
manifestarse en diferentes formas, pero esta es la raíz: la avaricia. "No
podéis servir a Dios y a Mamón.
Por tanto os digo: No os afanéis
por vuestra vida, qué comeréis, o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con qué
os vestiréis". (Versículos 24, 25 – RVSBT). La gran idea es la indiferencia
a las cosas
presentes, o más bien, una pacífica confianza acerca de ellas; no debido a que
no valoramos las misericordias de Dios, sino porque tenemos confianza en el
amor y en el cuidado de nuestro Padre acerca de nosotros. El apóstol Pablo nos
muestra la expresión más hermosa de esto cuando dice, "He aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación". (Filipenses 4: 11). Él había
conocido cambios de circunstancias,
— lo que era no tener nada, y lo que era tener abundancia; pero el gran
argumento era su completo contentamiento con la porción de Dios para él. Esto
no fue algo por lo que él pasó a la ligera, sino que él lo había aprendido.
Ello fue un asunto de logro, — de juzgar las cosas a la luz de la presencia y
el amor de Dios. La bendición es mirar hacia adelante con este pensamiento: a
saber, nuestro Padre trata con nosotros ahora en la perspectiva de la gloria;
tal como añade el apóstol: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta
conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús". (Filipenses 4: 19).
¡Qué dulce es eso! "Mi Dios", — el Dios que yo he comprobado,
cuyo afecto he experimentado. Yo puedo contar con Él tanto para ustedes como
para mí; y Él "suplirá todo lo que os falta", no sólo según las
riquezas de Su gracia, sino según Sus riquezas en gloria en Cristo
Jesús. Él los ha tomado a ustedes de este mundo como Sus hijos: Él va a
tenerlos a ustedes como compañeros de su Hijo en lo alto; y él trata con
ustedes ahora de acuerdo al lugar y a la posición de ustedes en aquel entonces.
Todo lo que convenga a este gran plan de Su gloria y de Su amor, el Señor nos
lo dará para demostrar la consecuencia de eso.
Que el Señor nos fortalezca para que aceptemos esto con corazones
agradecidos, sabiendo que ¡nosotros no somos nuestros propios amos! El Señor
nos preservará de los peligros, de los lazos y de los pesares que conlleva
nuestra prisa o nuestra intencionalidad de dejarle a Él fuera de estas cosas
externas que dicha prisa y dicha intencionalidad traen consigo. En este
capítulo Él nos muestra el extremo desatino de ello, incluso en lo que respecta
al cuerpo. Él toma ejemplos del mundo exterior para mostrar la manera en que se
puede confiar en Dios para que Él lleve a cabo mejor Sus propios propósitos. Y
más que eso, Él nos recuerda que estas cosas externas, en las que estamos
tentados a poner tanto énfasis, son sólo los objetos que los gentiles buscan.
Gentil era un término usado al hablar de un hombre sin Dios, en contraste con
un judío que tenía a Dios de manera externa en este mundo. Un cristiano es un
hombre que tiene a Dios en el cielo como su Padre. "Vuestro Padre
celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas". (Versículo 32).
Por lo tanto, como nuestro Padre sabe esto, ¿por qué deberíamos dudar de Él? Nosotros
no desconfiamos de nuestro padre terrenal; mucho menos entonces deberíamos
dudar de nuestro Padre celestial.
"Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas os serán añadidas". No es que debamos buscar primero el reino
de Dios y después estas cosas; sino busquen ustedes primeramente el reino de
Dios y Su justicia, y todo lo demás vendrá.
"Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán". Es decir, nuestro Señor nos prepara para esto, a
saber, que la ansiedad que teme algo malo al día siguiente no es más que
incredulidad. Cuando llegue el día siguiente, el mal puede no estar allí; pero
si llega, Dios estará allí. Él puede permitirnos experimentar lo que es
consentir nuestras propias voluntades; pero si nuestras almas están sometidas a
Él, cuán a menudo el mal que es temido no aparece nunca. Cuando el corazón se
somete a la voluntad de Dios acerca de algún pesar que nosotros tememos, cuán a
menudo ese pesar es quitado, y el Señor nos sale al encuentro con una
amabilidad y una benignidad inesperadas. Él puede hacer que incluso el pesar
sea toda una bendición. Sea cual sea Su voluntad, ella es buena. " Basta a cada día su propio mal". (Versículo 34).
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
JND
= Una traducción
del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson
Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
KJV
= King James 1769
(conocida también como la "Authorized Version en inglés").
LBA
= La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
RVSBT
= Reina Valera
1909 Revisión Sociedad Bíblica Trinitaria.
Mateo 7
Llegamos ahora a una parte muy distinta del discurso de nuestro Señor.
No se trata tanto de establecer las correctas relaciones de un alma con Dios
nuestro Padre, — la vida interior oculta del cristiano, — sino que ahora
tenemos las relaciones mutuas de los discípulos entre sí, la conducta de ellos
hacia los hombres, los diferentes peligros que deben temer y, sobre todas las
cosas, la ruina segura para toda alma que nombra el nombre de Cristo si oye y
no hace Sus dichos. El hombre sabio oye y hace. Y así finaliza el capítulo. Yo
desearía detenerme un poco en estos diversos puntos de enseñanza que nuestro
Señor trae ante nosotros. Obviamente, no será posible entrar en todos
meticulosamente; porque, no necesito decirlo, los dichos de nuestro Señor están
peculiarmente cargados de profundidad de pensamiento. No hay ninguna porción de
la palabra de Dios donde se encuentre una profundidad más característica que
aquí.
El asunto con que el Señor Jesús comienza es éste. Antes de esto Él
había mostrado plenamente que nosotros debemos actuar en gracia como hijos de
nuestro Padre; pero eso era más particularmente con el mundo, con nuestros
enemigos, con las personas que nos agravian. Pero, por otra parte, una
dificultad seria y práctica podría surgir en otro lugar. Suponiendo que entre
los que hacen agravio hubiera algunos
que llevaran el nombre de Cristo, ¿qué ocurriría entonces? ¿Cómo debemos
sentirnos acerca de ello y cómo debemos tratar con ellos? No hay duda de que
hay una diferencia, y una muy decisiva. Sin embargo, hay una cosa de la cual
debemos ocuparnos antes de abordar el asunto de la conducta de otro; y esto es,
vigilar contra el espíritu de censura en nosotros mismos, el hábito o la
tendencia a imputar malos motivos en lo que no conocemos y que no salta a la
vista. Todos sabemos qué lazo es esto para el corazón del hombre, y que es más
particularmente el peligro de algunos, por el carácter natural y la falta de
vigilancia en cuanto al hábito permitido. Hay más discernimiento en algunos que
en otros, y éstos debiesen velar especialmente contra ello. No es que ellos
deban tener los ojos cerrados a lo que es malo; sino que no deben sospechar lo
que no es manifiesto, ni ir más allá de la evidencia que Dios presenta. Esto es
una salvaguarda práctica muy importante sin la cual es imposible andar juntos conforme
a Dios. Las personas pueden estar juntas como muchas unidades separadas, sin
ninguna empatía o poder reales para entrar en los pesares, dificultades,
pruebas, y ello puede ser el mal, de los demás. Sin embargo, todo eso tiene un
requerimiento en el corazón de un discípulo. Incluso lo que está mal requiere
el amor para averiguar la manera en que Dios lidia con lo que es contrario a
Dios. Porque la esencia del amor es que busca el bien del objeto que es amado,
y esto sin referencia a uno mismo. Uno puede tener la amargura de saber que uno
no es amado a cambio, como lo supo el apóstol Pablo, incluso en los primeros
tiempos, y con cristianos verdaderos, — sí, efectivamente, con personas
singularmente dotadas por el Espíritu de Dios. Dios se ha complacido en
presentarnos estas solemnes lecciones de lo que el corazón es, incluso en
santos de Dios.
En cualquier circunstancia, esta gran verdad es obligatoria para la
conciencia: "No juzguéis, para que no seáis juzgados". (Versículo 1).
Por otra parte, el egoísmo del hombre puede abusar fácilmente de este
principio. Si una persona siguiera un curso perverso y utilizara este pasaje
para negar el derecho de los hermanos para juzgar su conducta, es evidente que
esta persona delata tener falta de conciencia y de comprensión espiritual. Su
ojo está cegado por el yo, y él está simplemente convirtiendo las palabras del
Señor en una excusa para pecar. El Señor no tuvo la intención, de ninguna
manera, de debilitar el santo juicio del mal; por el contrario, Él, a su debido
tiempo, impone esto solemnemente a Su pueblo: "¿No juzgáis vosotros a los
que están dentro?" (Véase 1ª Corintios 5:12). La falta de los Corintios
era que no juzgaban a los que estaban en medio de ellos. Por lo tanto, es
evidente que hay un sentido en el que yo debo juzgar, y otro en el que no. Hay
casos en los que yo ignoraría la santidad del Señor si no juzgara, y hay casos
en los que el Señor lo prohíbe, y me advierte que hacerlo es traer juicio sobre
mí mismo. Este es un asunto muy práctico para el cristiano, — a saber, dónde
juzgar y dónde no juzgar. Todo lo que sale a la luz claramente, — lo que Dios
presenta a los ojos de Su pueblo para que ellos lo conozcan por sí mismos, o
por un testimonio del que no puedan dudar, — ciertamente ellos están obligados
a juzgar. En una palabra, nosotros siempre somos responsables de aborrecer lo
que es ofensivo para Dios, ya sea conocido directa o indirectamente; pues
"Dios no puede ser burlado" (Gálatas 6: 7), y los hijos de Dios no
debiesen ser gobernados por meras formalidades, de las cuales la astucia del
enemigo puede aprovecharse fácilmente.
Pero, ¿qué quiere decir aquí nuestro Señor cuando dice, "No
juzguéis, para que no seáis juzgados"? Él no se refiere a lo que es
evidente, sino a lo que está oculto; a eso que, si existe, Dios aún no ha
puesto la evidencia ante los ojos de Su pueblo. Nosotros no somos responsables
de juzgar lo que no conocemos; por el contrario, estamos obligados a velar
contra el espíritu de conjeturar el mal o imputar motivos. Puede ser que
haya maldad, y del carácter más grave, como en el caso de Judas. Nuestro Señor
dijo de él: "Uno de vosotros es diablo" (Juan 6: 70), e
intencionalmente mantuvo a los discípulos en la oscuridad acerca de los
detalles. Por cierto, observen ustedes que ello sólo está en el Evangelio de
Juan, el cual nos muestra que el conocimiento que nuestro Señor tenía de Judas
Iscariote era el de una persona divina. Él lo dice mucho antes de que algo
saliera a relucir. En los otros Evangelios todo es reservado hasta la víspera
de su traición: pero Juan fue conducido por el Espíritu Santo a recordar la
manera en que el Señor les había dicho que era así desde el principio; y sin
embargo, aunque Él lo sabía, ellos sólo debían confiar en Su conocimiento de
ello; pues si el Señor lo sobrellevaba, ¿no debían ellos hacer lo mismo? Si Él
no les daba instrucciones acerca de cómo lidiar con el mal, ellos debían
esperar. Ese es siempre el recurso de la fe, que nunca se apresura,
especialmente en un caso tan solemne. "El que creyere no se
apresurará". (Isaías 28: 16 - VM).
Todo es público para Dios, todo está en Sus manos, y paciencia es la
palabra hasta que llegue Su momento de lidiar con lo que Le es contrario. El
Señor deja que Judas se manifieste completamente, y entonces no fue una cuestión
de sobrellevar al traidor. Si bien hay ciertos casos de mal que nosotros
debemos juzgar, hay asuntos que Él no le pide a la Iglesia que ella resuelva.
Tenemos que tener cuidado de no adelantarnos a Dios para que no nos
encontremos en detalle, si es que no nos encontramos en lo principal, en contra
de Dios. No debemos quebrar lo que está cascado, gastado, viejo o en mal estado, cediendo a los sentimientos
personales o de
grupo. Qué peligro es éste. El efecto inevitable de un espíritu juzgador es que
nosotros mismos quedamos juzgados. Un alma cuyo hábito es censurador es
universalmente denigrada. Leemos, "Con el juicio con que juzgáis, seréis
juzgados". Luego el Señor pone un caso particular: "Y por qué miras
la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en
tu propio ojo?" (Versículo 3). Es decir, donde existe esta propensión a
juzgar, existe otro mal aún más grave, — un mal habitualmente no juzgado en el
espíritu que hace que la persona esté inquieta, y deseosa de demostrar que los
demás también están equivocados. "¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar
la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?" (Versículo 4). La
paja, obviamente, no era más que poca cosa, pero se le daba mucha importancia y
la viga, una cosa enorme, no era tomada en cuenta. El Señor está sacando a
relucir de la manera más enfática el peligro de un espíritu judicial suspicaz.
Y Él muestra que la manera de lidiar correctamente, si deseamos el bien de Su
pueblo y su liberación del mal, es comenzar juzgándonos a nosotros mismos, el
juicio propio. Si realmente deseamos sacar la paja del ojo de nuestro hermano,
¿cómo debe hacerse? Comencemos por las graves faltas que tan poco conocemos,
que ellas sean corregidas y confesadas en nosotros mismos: esto es digno de
Cristo. ¿Cuál es Su manera de tratar con ello? ¿Acaso dice Él de la paja en el
ojo de nuestro hermano, «Llévala
a los jueces»? No, en absoluto; tú
mismo debes escrutarte. El alma debe empezar por ahí. Cuando yo juzgo el mal
que mi conciencia conoce, o que si mi conciencia no conoce ahora ella puede
enterarse en la presencia de Dios, — si yo comienzo por esto, entonces veré
claramente lo que concierne a los demás; tendré un corazón apto para entrar en
sus circunstancias, un ojo limpiado de lo que hace que el corazón sea incapaz
de sentir con Dios acerca de los demás. Leemos, "¡Hipócrita! saca primero
la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de
tu hermano". (Versículo 5). Esto puede ser hallado en un creyente, en principio;
aunque cuando el Señor dice, "Hipócrita", Él alude al mal en su forma
completa; pero incluso en nosotros mismos lo conocemos en cierta medida y, ¿qué
puede ser más opuesto a la sencillez y a la sinceridad piadosas? La hipocresía
es el mal más aborrecible que se puede encontrar bajo el nombre de Cristo, — es
algo que incluso altera la conciencia natural y que dicha conciencia rechaza.
"¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien
para sacar la paja del ojo de tu hermano".
A menudo encontramos que cuando la viga ya no está, la paja no es vista,
habiendo ya desaparecido. Y donde el corazón está puesto en el Señor,
¿lamentaríamos nosotros encontrar que estamos equivocados acerca de nuestro
hermano? ¿No debería yo regocijarme al encontrar la gracia del Señor en mi
hermano, si al juzgarme a mí mismo sólo descubro que yo estoy equivocado? Esto
puede ser doloroso para uno, pero el amor de Cristo en el corazón del creyente
es gratificado al saber que a Cristo se Le evita esta mayor deshonra.
Este es, pues, el primer gran principio que nuestro Señor impone aquí.
El hábito de juzgar a los demás debe ser evitado expresamente; y esto, también,
porque trae amargura al espíritu que lo consiente, e incapacita al alma para
ser capaz de tener un trato correcto con otro: porque nosotros hemos sido
colocados en el cuerpo de Cristo, tal como muestra el apóstol Pablo, con el
propósito de ayudarnos los unos a los otros; y todos somos miembros los unos de
los otros. (Véase Romanos 12: 12, y versículos sucesivos).
Pero hay otra cosa. Al velar contra el juicio apresurado y duro podría
estar el abuso de la gracia. Y el Señor asocia inmediatamente esto con lo
anterior diciendo, "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras
perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os
despedacen". Debemos recordar cuidadosamente que el Señor no está hablando
aquí acerca del evangelio siendo presentado a pecadores. Dios no permita que no
llevemos la gracia de Dios a todos los distritos bajo el cielo, porque nada
menos que esto debiese ser el deseo y el esfuerzo de cada santo de Dios. Todos
debiesen tener un espíritu de amor activo que vaya en pos de los demás, deseos
enérgicos por la salvación y la bendición de almas; porque sería una triste
deficiencia si ello no fuera más allá de almas siendo llevadas a Cristo.
Nuestra vocación es procurar crecer en Cristo y glorificarle en todas las
cosas, conocer y hacer la voluntad de Dios. En este versículo el Señor no se
ocupa del asunto del evangelio presentado indiscriminadamente; porque, si hay
alguna diferencia, el evangelio se adapta mejor a los llamados,
"perros", que para los judíos era una figura de todo aquello que es
abominable. Hablando de ladrones, borrachos, estafadores, etcétera, el apóstol
dice: "Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido
santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por
el Espíritu de nuestro Dios". (1ª Corintios 6: 9-11).
Podría surgir la pregunta, «¿No es la
iniquidad de un hombre mayor que la de otro?» En un escenario terrenal uno podría decir: «En gran medida, en todos sentido; pero Dios, al
salvar almas, no hace estas distinciones.» Así
que, hablando de creyentes de entre los judíos, el apóstol dice que ellos
habían sido, "hijos de ira, lo mismo que los demás". (Efesios 2: 3).
Es posible que entre ellos hubiera personajes muy morales. ¿Acaso esto los
disponía mejor hacia la gracia de Dios? Lamentablemente, nada puede ser más
peligroso que cuando el alma encuentra una justificación de sí misma en lo que
ella es. El propio apóstol había sido un ejemplo de esto mismo. Es algo difícil
para un hombre que ha estado edificando sobre su justicia someterse a la verdad
de que él sólo puede entrar en el cielo en el terreno de un publicano y un
pecador. Pero así debe ser si el alma va a recibir la salvación de Dios
mediante la fe en Jesús.
El Señor, entonces, no está cohibiendo de ninguna manera que el
evangelio salga a todas las partes del mundo; sino que Él habla de las
relaciones de Su pueblo con los impíos. El creyente no debe sacar a relucir
para éstos los tesoros especiales que son la porción cristiana. El evangelio es
la riqueza de la gracia de Dios para el mundo. Pero, además del evangelio,
tenemos los afectos especiales de Cristo hacia la Iglesia, Su cuidado amoroso
por Sus siervos, la esperanza de Su regreso, las gloriosas perspectivas de la
Iglesia como Su esposa, etcétera. Si ustedes van a hablar de estas cosas que
podemos llamar las perlas de los santos, con aquellos que están fuera de
Cristo, ustedes estarían en un terreno equivocado. Si ustedes insistieran en
los deberes de los fieles en compañía mundana, entonces ustedes estarían dando
lo que es santo a los perros. Hay una provisión bienaventurada para "los
perros", — a saber, las migajas que caen de la mesa del Maestro. Y tal es
la gran gracia de Dios hacia nosotros, que las migajas que caen en nuestra
porción, gentiles como éramos, son las mejores.
Con independencia de cuáles sean los beneficios prometidos al judío, la
gracia de Dios ha sacado a la luz en el evangelio bendiciones más plenas que
las que fueron alguna vez prometidas a Israel. ¿Qué puede tener Israel para
comparar con la poderosa liberación de Dios que conocemos ahora? La conciencia
de estar completamente limpios de todo pecado; de tener la justicia de Dios
como nuestra de una vez y para siempre en Cristo; de tener acceso inmediato a
Él como Padre a través de un velo rasgado; y de ser hechos Su templo por medio
del Espíritu Santo que mora en nosotros. Como el propio Señor dijo a la mujer
de Samaria: "Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva". Donde Cristo es
recibido ahora, por quienquiera que sea, hay esta plenitud de bendición y el
pozo está dentro del creyente. "El agua que yo le daré
será en él una fuente de agua que salte para vida eterna". (Juan 4: 7-14).
Así podemos ver cuán amplia y perfecta es Su gracia, mientras prohíbe que
ciertas cosas sean arrojadas indiscriminadamente entre los impíos. Cualquier
hecho que implique comunión entre un creyente y un incrédulo es falso. Tomen,
por ejemplo, el asunto de la adoración, y la costumbre de llamar a toda ronda
de devociones, adoración. La adoración supone comunión con el Padre y con el
Hijo, y de los unos con los otros en ella. Pero el sistema que fundamentado en
un rito relajado que pretende regenerar a todos une a creyentes e incrédulos en
una forma común y lo llama adoración, ello es echar lo que es santo a los
perros. ¿Acaso no es ello un intento apenas encubierto de colocar las ovejas y
los perros en el mismo terreno? En vano. Ustedes no pueden unir ante Dios a los
enemigos de Cristo y a los que Le pertenecen. No pueden mezclar como un solo
pueblo a los que tienen vida y a los que no la tienen. El intento de hacerlo es
pecado y es una constante deshonra al Señor. Todo esfuerzo por tener una
adoración de este carácter mixto va en contra mismo del sexto versículo.
Por otra parte, predicar el evangelio, cuando ello es mantenido separado
de la adoración, es correcto y bienaventurado. Cuando el día del juicio venga
sobre este mundo, ¿dónde caerá el peor golpe? No sobre el mundo abiertamente
profano, sino sobre Babilonia, porque Babilonia es la confusión de lo que es de
Cristo con el mal,— es decir, el intento de hacer comunión entre la luz y las
tinieblas. "Salid de ella, pueblo mío", dice el Señor, "para que
no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas".
(Apocalipsis 18: 3). Ser partícipes de sus pecados es la grave controversia con
Dios. Ello es la aceptación de un terreno común sobre el cual la Iglesia y el
mundo pueden unirse; cuando el objetivo mismo de Dios, y aquello por lo que
Cristo murió, fue que Él pudiera tener un pueblo separado para Sí mismo, como
para que dicho pueblo sea, por su misma consagración a Dios, una luz en este
mundo, — no un testimonio de soberbia, diciendo: «Mantente al margen, yo soy más santo que tú», sino como la carta de Cristo que le dice al
mundo dónde ha de ser encontrada el agua viva, y les ofrece que vengan,
"El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". (Apocalipsis
22: 17).
Donde nosotros no confundimos la religión del mundo con la adoración que
sube a Dios de parte de Su pueblo, allí también tendrán ustedes la verdadera
línea de demarcación, —es decir, dónde debiésemos juzgar y dónde no. Habrá allí
un servicio activo hacia el mundo con el evangelio, pero, al mismo tiempo,
habrá una cuidadosa separación de la Iglesia del mundo. Esto también es cierto
a nivel individual. Sin embargo, las personas se aprovechan de la palabra de
Dios que dice: "Si algún incrédulo os invita, y queréis ir", etcétera
(1ª Corintios 10: 27); pero tengan ustedes cuidado de cómo van ustedes y para
qué van. Si ustedes van con confianza en ustedes mismos, no harán más que
deshonrar a Cristo; si es para complacerse a ustedes mismos, es un mal terreno;
si es para complacer a otras personas, poco mejor es.
Puede haber ocasiones en las que el amor de Cristo constriña a un alma a
ir a dar testimonio del amor del Señor en un grupo de personas mundanas; sin
embargo, si supiéramos cuán fácilmente pueden ser dichas palabras y hacer cosas
que implican una comunión con lo que es contrario a Cristo, habría temor y
temblor; pero, donde hay confianza en uno mismo nunca puede estar el poder de
Dios.
Pero ahora el Señor, habiendo finalizado el tema del abuso del juicio y
del abuso de la gracia, indica la necesidad de la relación con Dios, y esto muy
particularmente en conexión con lo que hemos estado viendo. Leemos,
"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá".
(Versículo 7). Tenemos aquí diferentes grados, medidas crecientes de formalidad
al suplicar a Dios: "Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá". (Versículo 8). Y luego Él les
presenta un argumento para animarlos en esto: "¿Qué hombre hay de
vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un
pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar
buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los
cielos dará buenas cosas a los que le pidan?" (Versículos 9-11). Hay una
diferencia muy interesante en el pasaje que responde a esto en Lucas 11, donde
en lugar de decir, "dará buenas cosas a los que le pidan", se dice:
"¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan?" (Lucas 11: 13). El Espíritu Santo no había sido dado aún. No es
que Él no actuaba en el mundo, sino que Él no había sido impartido aún
personalmente porque Jesús no había sido aún glorificado. La Escritura dice
esto expresamente. (Juan 7: 39). De este modo, hasta el momento en que Él fue
derramado desde el cielo, era muy correcto orar para que el Espíritu fuera
dado; y siendo los gentiles en particular personas que lo ignoraban, esto es
mencionado expresamente en el Evangelio de Lucas, el cual contempla
especialmente a los gentiles. Porque, ¿quién puede leer ese Evangelio sin tener
la convicción de que hay una mirada cuidadosa sobre los que tienen un origen
gentil? Dicho evangelio fue escrito por un gentil, y escrito a un gentil; y a
lo largo de él traza al Señor como Hijo del Hombre, un título que no está
vinculado con la nación judía propia y peculiarmente, sino con todos los hombres.
Esta es la gran carencia del hombre, — el Espíritu Santo, que estaba a punto de
ser dado, y Él es el gran poder de la oración, como se dice: "Orando en el
Espíritu Santo". (Judas 20). Lucas fue guiado a especificar aquel don
especial que necesitarían los que oran para darles energía en la oración.
Pero, volviendo a Mateo, tenemos todo el pasaje concluido por esta
palabra: "Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los
profetas". (Versículo 12). Esto no es, de ninguna manera, tratar con los
hombres según sus procederes, sino lo contrario. Ello está diciendo, por así
decirlo, «Vosotros que conocéis al
Padre celestial, que sabéis cuál es Su gracia para con el malo, sabéis lo que
es decoroso a Sus ojos; actuad siempre según eso. Nunca actuéis simplemente de
acuerdo con lo que otro hace hacia vosotros, sino de acuerdo con lo que
quisierais que otro hiciera con vosotros. Si tenéis el más mínimo amor en
vuestro corazón, vosotros desearíais que ellos actuaran como hijos de vuestro
Padre.» Independientemente de lo
que haga otra persona, lo que yo debo hacer es hacerles lo que yo quisiera que
ellos hicieran conmigo; es decir, actuar de manera apropiada a un hijo de un
Padre celestial. "Esto es la ley y los profetas". Él les está presentando
una abundante amplitud, extrayendo la esencia de todo lo que era bienaventurado
allí. Este era claramente el deseo benigno de un alma que conocía a Dios,
incluso bajo la ley; y nada menos que esto podía ser el fundamento de acción
ante Dios.
Pero llegamos ahora a los peligros. No sólo hay hermanos que nos ponen a
prueba, sino que ahora Él dice, "Entrad por la puerta estrecha; porque
ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos
son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino
que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces". (Versículos 13-15). Hay una conexión moral entre las dos cosas.
Una característica principal de lo que es falso es el intento de hacer que la
puerta sea ancha y el camino espacioso; es decir, negar la manera especial en
que Dios llama a las almas al conocimiento de Él mismo. ¡De qué manera
interfieren con esto los regímenes religiosos, es decir, los conjuntos de
normas por las que se rige el mundo religioso! Tomemos, por ejemplo, el
fraccionamiento de aquellos que pertenecen a Dios en grupos, como si ellos
fueran ovejas del hombre, a quienes las personas no tienen escrúpulos en llamar
«nuestra iglesia» o «la grey
de tal persona». Los
derechos de Dios, Sus reivindicaciones, Su llamado a un alma a andar en
responsabilidad para con Él, todo esto es interferido por tales cosas. Nosotros
nunca encontramos a un apóstol diciendo: «Mi grey.»
Siempre es: "La grey de Dios",
porque esto conlleva responsabilidad para con Dios. Si ellos son Su rebaño, yo
debo tener cuidado de no llevarlos por mal camino. Al tener que ver con un
cristiano, el objetivo de mi alma debe ser llevar su alma a la conexión directa
con Dios mismo, debo decir: «Esta es
una de las ovejas de Dios». ¡Qué
cambio haría esto en el tono y los procederes de los pastores si ellas fuesen
vistas como la grey de Dios! La ocupación del siervo verdadero es mantener estas
ovejas en el camino angosto en el que ellas han entrado.
Pero está también el mundo que va por el camino espacioso, y los del
mundo piensan que pueden pertenecer a Dios por la profesión de Cristo y
tratando de guardar los mandamientos. Se ha producido el ensanchamiento de la
puerta, el hacer espacioso el camino, en relación con lo cual el Señor dice:
"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de
ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". Los verdaderos maestros enviados
por Dios padecen con los falsos si ellos se mezclan con el mundo. Estando todos
ligados por objetivos comunes, con independencia que ellos pertenezcan a Dios o
no, los que son realmente verdaderos a menudo son arrastrados por el resto a lo
que ellos saben que está mal. Y recuerden ustedes otra cosa solemne. El diablo
nunca podría llevar a cabo ningún plan en la Cristiandad si él no consiguiera
que las personas buenas se unieran a los malos en dicho plan. La incredulidad
utiliza constantemente como excusa esto: «Ese
hombre tan bueno está aquí»; «El excelente caballero…
hace eso». Pero, ¿ha de ser la opinión y la conducta de
un cristiano el criterio por el cual yo juzgo? Si es así, no hay nada en lo que
yo no pueda caer; pues, ¿qué cosa mala hay que no haya hecho un hombre, e
incluso un creyente? Ustedes ya conocen lo que David tuvo que confesar ante
Jehová. Y este es el proceder que asume el diablo para mantener a otras
personas tranquilas en el mal. El único estándar para el creyente es la palabra
escrita de Dios; y ésta es la seguridad especial en estos postreros días.
Cuando Pablo estaba dejando a los santos de Éfeso, él los encomendó "a
Dios, y a la palabra de su gracia". (Hechos 20: 32). Podrían entrar en
medio de ellos lobos rapaces que no perdonarían al rebaño; y podrían surgir
hombres de ellos mismos hablando cosas perversas; pero la única salvaguardia,
como regla de fe y conducta para los santos, es la Escritura santa de Dios.
El rito llamado «misa» es el acto más perverso de
la cosa más
corrupta bajo el sol; pero si la gracia de Dios pudiera entrar allí y obrar por
medio de Su Espíritu, a pesar de la hostia elevada, ¿quién pondrá límites?
Pero, ¿es éste un motivo para ir a una capilla católica romana, adorar la
hostia u orar a la Virgen? Dios, en Su gracia soberana, puede ir a cualquier
parte; pero si yo deseo andar como cristiano, ¿cómo he de hacerlo? Sólo hay un
estándar, — a saber, la voluntad de Dios; y la voluntad de Dios sólo puede ser
aprendida a través de las Escrituras. Yo no puedo razonar a partir de cualquier
cantidad de bendición allí, ni de cualquier debilidad aparente aquí. A las
personas se les puede permitir que parezcan muy débiles con el propósito
expreso de mostrar que el poder no está en ellas sino en Dios. Aunque los
apóstoles eran hombres tan poderosos, a menudo se les permitía parecer débiles
a los ojos de los demás. Esto fue lo que expuso a Pablo a no ser considerado un
apóstol por los Corintios, aunque ellos, de entre todos los hombres, debiesen
haber sabido mejor. Todo esto demuestra que yo no puedo razonar ni a partir de
la bendición que la gracia de Dios puede obrar, ni a partir de la debilidad de
los hijos de Dios. Lo que necesitamos es aquello que no tiene ninguna falta, y
esto es, la palabra de Dios. Yo la necesito para gobernarme a mí mismo como
cristiano, y para andar juntamente con todos los santos. Si nosotros actuamos
según esa Palabra, y nada más, encontraremos a Dios con nosotros. Ello será
llamado fanatismo; pero esto es parte del vituperio de Cristo. La fe siempre
parecerá orgullosa para los que no la tienen; pero se demostrará en el día del
Señor que ella es la única humildad, y que todo lo que no es fe es soberbia, o
nada mejor. La fe admite que quien la tiene es nada, — que él no tiene poder ni
sabiduría propios, y mira a Dios. ¡Que seamos fuertes en la fe, dando gloria a
Él!
Pero, por lo demás, "Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se
recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da
buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos". El Señor no habla aquí
simplemente de hombres conocidos por sus frutos, sino de los falsos profetas.
(Versículos 15-20). "Por sus frutos los conoceréis". Allí donde la
gracia es negada, la santidad es vana o, en el mejor de los casos, legal.
Dondequiera que se cuente realmente con la gracia y ella sea predicada, ustedes
encontrarán dos cosas, — a saber, un cuidado mucho mayor en lo que concierne a
Dios que allí donde ella no es igualmente conocida, y también una mayor
ternura, tolerancia y paciencia en lo que simplemente respecta al hombre.
Fingir con disimulo que el pecado no ha sido visto es una cosa, pero la
severidad que no está avalada por la Escritura está muy lejos de la justicia
divina, y puede coexistir con la concesión del yo en muchas formas. Hay ciertos pecados que exigen una reprensión, pero es sólo en los casos
más graves donde debiese haber medidas extremas. A nosotros no se nos deja
hacer leyes acerca del mal por nuestra cuenta pues estamos bajo responsabilidad
para con otro, para con nuestro Señor. No debiésemos confiar en nosotros mismos
sino aprender la sabiduría de Dios y confiar en la perfección de Su palabra; y
nuestra tarea es que se haga realidad en nosotros lo que encontramos allí.
Dejemos que la ayuda venga de donde venga, ya que si así podemos seguir la
palabra de Dios más plenamente, nosotros
debiésemos estar sumamente
agradecidos.
Solemne, muy solemne, son las palabras que siguen a continuación cuando
el ojo del Señor escudriña el campo de la profesión. Leemos, "No todo el
que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día:
Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé:
Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". (Versículos 21-23).
El Señor muestra la estabilidad de Su palabra para el corazón obediente a
partir de la figura de un hombre que edifica sobre una roca; y Él muestra también,
como nadie más que Él podría
hacerlo, el fin de todo aquel que oye y no hace Sus dichos. Pero yo no debo
entrar en esto ahora.
Que el Señor nos conceda que nuestros corazones estén dirigidos hacia
Él. Nosotros podremos ayudarnos los unos a los otros y seremos ayudados por Su
gracia. Débiles como somos, se nos hará estar en pie. Y si por falta de
vigilancia hemos resbalado, el Señor nos pondrá de nuevo en pie.
¡Que Él nos conceda sencillez de ojos!
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
VM
= Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 8
Yo puedo entender bien a un hombre que ha recibido y ha venerado la
Biblia como la palabra del Dios vivo y que se encuentra desconcertado cuando
examina detenidamente los Evangelios, los cuales relatan el ministerio del
Señor. Un lector casual podría no encontrar ninguna dificultad; pero al
principio, nada sería más probable que quien comparase cuidadosamente los
diferentes relatos se quedara perplejo, — no diré que ha tropezado porque él
tiene demasiada confianza en la palabra de Dios. Al comparar los Evangelios él
encuentra que ellos difieren muy considerablemente en la forma en que los
mismos hechos han sido registrados en diferentes Evangelios. Él encuentra una
disposición en Mateo, otra en Marcos, y una tercera en Lucas; y aun así, él
está seguro de que todas ellas son correctas. Pero no puede entender cómo, si
el Espíritu de Dios realmente inspiró a los diferentes evangelistas para
presentar una historia perfecta de Cristo, debería haber al mismo tiempo estas
aparentes discrepancias. Él se ve obligado a dirigirse a Dios y a preguntar si
acaso no hay algún principio que pueda explicar estos cambios de posición, y el
modo diferente en que las mismas circunstancias son mostradas. En el momento
que él se acerca así a estos Evangelios la luz dará claridad a su alma. Él
comienza a ver que el Espíritu Santo no estaba presentando meramente el
testimonio de tantos testigos, sino que, aunque en el fondo ellos coinciden
plenamente, el Espíritu Santo había asignado un cargo especial a cada uno de
ellos, de modo que sus escritos presentan al Señor en actitudes diversas y
distintivas. Queda por preguntar cuáles son estos diversos puntos de vista, y
cómo pueden dar lugar y explicar la variedad de afirmaciones que indudablemente
se encuentran en ellos.
Ya he mostrado que en el Evangelio de Mateo el Espíritu Santo ha estado
describiendo a Jesús en Su relación con Israel, y que esto explica la
genealogía presentada a nosotros en el capítulo 1, la cual difiere bastante de
la que tenemos en el Evangelio de Lucas. Es especialmente Su genealogía como Mesías,
lo cual es, obviamente, importante e interesante para Israel, quienes esperaban
un gobernante del linaje de David. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo tuvo
especial cuidado en corregir los estrechos pensamientos mundanos de los judíos,
y muestra que si bien Él era, según la carne, de la decendencia de Israel, Él
también era Dios el Señor; y si era Emanuel y Jehová, Su obra especial como
persona divina era salvar a Su pueblo de sus pecados. Él podía salir mucho más
allá de ese pueblo y bendecir a los gentiles no menos que a los judíos; pero
salvar de pecados era claramente una expectativa de Cristo que debía haber sido
deducida de los profetas. Los judíos esperaban que cuando el Mesías viniera, Él
sería la Cabeza exaltada sobre ellos como nación; y que, consecuentemente,
ellos llegarían a ser cabeza, y los gentiles, cola. (Véase Deuteronomio 28:
13). Todo esto ellos lo habían inferido correctamente de la palabra profética;
pero había mucho más que ellos no habían discernido. El Mesías está resuelto en
cuanto a la bendición espiritual de ellos así como a la natural; y todas las
esperanzas inmediatas deben desvanecerse ante el asunto del pecado; sí, los
pecados de ellos. Jesús acepta Su rechazo de parte de ellos, y efectúa
en la cruz para ellos esa redención misma en la que ellos pensaban tan poco.
También, cuán plenamente concuerda perfectamente con el Evangelio de
Mateo el hecho de que nosotros tengamos un largo discurso como el del sermón
del monte sin interrupción; todo nos es presentado como una palabra continua de
nuestro Señor. Todas las interrupciones, si es que hubo algunas, son excluidas
cuidadosamente a fin de presentarle a Él en el monte en una directa antítesis
de Moisés, mediante el cual Dios estaba introduciendo un reino terrenal; pero
ahora es porque Él manifiesta al Rey celestial, en contra de todo lo que los
judíos estaban esperando.
El Espíritu Santo procede en este Evangelio a presentarnos los hechos de
la vida de nuestro Señor todavía en conexión con este gran pensamiento. El
Evangelio de Mateo es la presentación a Israel de Jesús como su Mesías divino,
Su rechazo por parte de ellos en ese carácter, y lo que Dios haría en
consecuencia. Nosotros veremos si los hechos que nos son presentados incluso en
este capítulo no guardan relación con este aspecto especial de nuestro Señor.
De la lectura del Evangelio de Marcos sería imposible percibirlo de la misma
manera. En Mateo el
simple orden de la historia es desatendido aquí, y son reunidos hechos que
tuvieron lugar con meses de diferencia. El objetivo del Espíritu Santo por
medio de Mateo, o incluso por medio de Lucas, no es, en absoluto, presentar los
hechos en el orden en que sucedieron, cosa que Marcos hace. Aquellos que
examinen el Evangelio de Marcos con cuidado encontrarán notas de tiempo, expresiones
como "luego", "inmediatamente", etcétera, donde las cosas se dejan imprecisas
en los otros Evangelios. Las frases de transición rápida, o de secuencia
instantánea, unen, obviamente, los diferentes sucesos llevados así a estar en
yuxtaposición. En Mateo esto es descartado por completo; y de todos los
capítulos de este Evangelio quizás no hay ninguno que desestime tanto la mera
sucesión de fechas como el que tenemos ante nosotros. Pero si esto es así, ¿a
qué debemos atribuirlo? Podemos preguntar reverentemente, ¿Por qué el Espíritu
Santo en Mateo ignora el orden en que se sucedieron las cosas? ¿Fue que Mateo
no conocía el momento en que ellas ocurrieron? Si hubiera sido sólo un hombre
el que escribía una historia para su propio placer, ¿no podría él haber
determinado con tolerable certeza cuándo fue que ocurrió cada hecho? Y cuando
publicó por primera vez su declaración, ¿habría sido más fácil que los otros
evangelistas le siguieran y dieran sus relatos de acuerdo con el suyo?
Pero ocurre lo contrario. Marcos adopta un carácter diferente de las
cosas, y Lucas otro, mientras que Juan tiene un carácter propio. A simple
vista, nosotros nos vemos impulsados a una de dos suposiciones. O bien los
evangelistas fueron hombres tan descuidados de cualquier manera que escribieron
relatos de su Maestro presentando diferentes relatos como para confundir al
lector, o bien fue el Espíritu Santo quien presentó los hechos de diversas
maneras como para ilustrar la gloria de Cristo mucho más de lo que hubiera
logrado la mera repetición. Esto último es ciertamente la verdad. Cualquier
otra suposición es tanto irracional como irreverente. Porque, aun suponiendo
que los apóstoles hubieran escrito relatos diferentes y hubiesen cometido
errores, ellos podrían haber corregido muy fácilmente los errores de unos y
otros; pero el motivo por el cual no aparece tal corrección no fue por un error
o un defecto humano, sino por la perfección divina. Fue el Espíritu Santo quien
se complació en configurar estos Evangelios de la forma particular más
calculada para sacar a relucir la persona, la misión o las diversas relaciones
de Cristo. El Evangelio de Marcos demuestra que la curación del leproso tuvo
lugar en un momento diferente al que se podría haber deducido de la lectura de
este capítulo, — de hecho, mucho antes del sermón del monte. En el capítulo 1
tenemos al Señor descrito como predicando en las sinagogas de ellos por toda
Galilea y echando fuera demonios, leemos, "Vino a él un leproso, rogándole
… Si quieres, puedes limpiarme. (Marcos 1: 40-45). Ahora bien, no podemos dudar
de que esta es la misma historia que está en Mateo 8. Pero, si leemos el
capítulo siguiente de Marcos, ¿qué es lo primero que es mencionado después de
esto? "Entró Jesús otra vez en Capernaúm después de algunos días; y se oyó
que estaba en casa… Entonces vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era
cargado por cuatro". Claramente
nosotros tenemos aquí un hecho, la curación del paralítico que Mateo no nos
presenta hasta Mateo 9, después de una tormenta que Marcos describe en Marcos
4, y después del caso del endemoniado, caso que sólo aparece en Marcos 5; de
modo que está perfectamente claro que uno de los dos evangelistas debe haberse
apartado del orden de la historia; y como Marcos, mediante sus estrictas notas
de tiempo evidencia que él no lo hace, debe concluirse que Mateo lo hizo. En
Marcos 3 tenemos a nuestro Señor subiendo al monte y llamando a los discípulos
a estar junto a Él; y allí está el lugar en conformidad con este Evangelio,
donde el sermón del monte, si es insertado en absoluto, entra. Por lo tanto,
fue considerablemente después de lo que tuvo lugar en Mateo 8: 2-4, que el
sermón del monte fue pronunciado: pero Marcos no nos presenta ese sermón porque
su gran objetivo era el ministerio evangélico y las obras características de
Cristo; y por lo tanto, las exposiciones doctrinales de nuestro Señor son
omitidas. Allí donde breves palabras de nuestro Señor acompañan lo que Él
hacía, ellas son presentadas; pero nada más.
Lo que he dicho puede quedar aún más claro si observamos además, en
Marcos 1, el orden real. Simón y Andrés son llamados en el versículo 16; Jacobo
y Juan en el versículo 19; y en seguida, habiendo ido a Capernaúm, Él entró en
la sinagoga el día de reposo y enseñaba. Nosotros tenemos allí al hombre con el
espíritu inmundo: el hecho tuvo lugar un poco después del llamamiento
perentorio hecho a Andrés y Simón, a Jacobo y a Juan. El espíritu inmundo fue
echado fuera; "Y muy pronto se difundió su fama por toda la
provincia alrededor de Galilea. Al salir de la sinagoga, vinieron a casa de
Simón y Andrés, con Jacobo y Juan. Y la suegra de Simón estaba acostada con
fiebre; y en seguida le hablaron de ella", etcétera. (Marcos 1: 28-30).
Por lo tanto, tenemos la certeza positiva, por medio de la propia palabra de
Dios, de que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar poco tiempo después
del llamamiento de Pedro y Andrés, y considerablemente antes de la curación del
leproso. Llevando esto de regreso a nuestro capítulo de Mateo, vemos su importancia;
pues aquí la sanación de la suegra de Pedro aparece sólo a mitad del capítulo.
Primero es relatada la curación del leproso, luego la del criado del centurión,
y después la sanación de la suegra de Pedro; mientras que por medio de Marcos
sabemos con certeza que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes de
que tuviese lugar la curación del leproso.
Considerando nuevamente a Marcos nosotros encontramos que en la tarde
del mismo día de reposo, después de haber sanado a la suegra de Pedro, "le
trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la
ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas
enfermedades, y echó fuera muchos demonios … Levantándose muy de mañana, siendo
aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba", que es
claramente la misma escena a la que se alude en Mateo 8, y que entraría después
del versículo 17. El hecho de que Él va al lugar desierto y ora no es
mencionado aquí; pero tuvo lugar al mismo tiempo. Luego, en Marcos, tenemos Su
ida a Galilea, predicando en las sinagogas de ellos y echando fuera demonios; y
después de eso Él cura al leproso. Lo que yo infiero de esto es que ya que
Marcos nos dice el día mismo en que sucedieron estas cosas, nosotros debemos
tomarlo a él como testigo del orden de dichas cosas en cuanto al tiempo. Cuando
vuelvo a Mateo, ¿encuentro yo alguna insinuación acerca del momento en que
tuvieron lugar todos estos acontecimientos? No, ni una palabra. Simplemente se
dice: "Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente"
(Mateo 8: 1), y luego tenemos la curación del leproso. No hay nada que
demuestre que el leproso vino en ese momento en particular. Todo lo que se dice
es: "Y he aquí vino un leproso", etcétera, — siendo "he
aquí" una forma de expresión veterotestamentaria. No se nos dice aquí
si la curación del leproso tuvo lugar antes de que Él bajara o después. De la
lectura de Marcos inferimos que el sermón del monte fue pronunciado mucho
después, y que la sanación de la suegra de Pedro tuvo lugar antes que la
curación del leproso.
Preguntemos, ¿por qué no habría sido adecuado a este Evangelio de Mateo
colocar primero la sanación de la suegra de Pedro, luego la del leproso y por
último la del centurión?, — pues ustedes encontrarán que en el orden de tiempo
esta fue realmente la sucesión de los hechos. El centurión vino a Él después de
que el sermón hubo finalizado, y Cristo estaba en Capernaúm; el leproso había
sido curado en un momento considerablemente anterior, y la suegra de Simón aún
antes.
Pero, ¿cuál es la gran verdad que enseñan estos hechos tal y como están
dispuestos en el Evangelio de Mateo? El Señor se encuentra con un leproso.
Ustedes saben qué cosa repugnante era la lepra. De manera notoria, la lepra no
sólo era agraviante, sino que no tenía remedio, en lo que respecta al hombre.
Es cierto que en Levítico tenemos ceremonias para la limpieza de un leproso,
pero, ¿quién podría dar una ceremonia para la curación de un leproso?
¿Quién puede quitar esa enfermedad una vez que ha infectado a un hombre? Lucas,
el médico amado, nos da la noticia de que dicho hombre estaba "lleno de
lepra" (Lucas 5: 12); los otros evangelistas no afirman nada más que el
simple hecho de que él era un leproso. Esto era suficiente. Porque para los
judíos el asunto era si había lepra en absoluto: si era así, ellos no pudieron
tener nada que decirle hasta que él fue curado y limpiado. El Espíritu de Dios
utiliza la lepra como tipo del pecado, en toda la repugnancia que produce. El
paralítico saca a relucir el pensamiento de impotencia. Ambas cosas son ciertas
acerca del pecador. Él no tiene fuerza y es inmundo en la presencia de Dios.
Jesús sana al leproso. Esto ilustra al instante el poder de Jehová-Jesús en la
tierra, y más que eso; porque ello no fue simplemente un asunto acerca de Su
poder sino de Su gracia, Su amor, Su voluntad de extender todo Su poder a favor
de Su pueblo. Porque todo el pueblo de Israel era como ese leproso. El profeta Isaías
lo había dicho mucho antes; y ellos no estaban mejor ahora. El Señor repite la
frase de Isaías 6: 10, "Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus
oídos", etcétera, y este leproso era un tipo de la condición moral de
Israel en presencia del Mesías. Pero, sean ellos pocos o muchos, basta con que
ellos se presenten en toda su vileza ante el Mesías y, ¿cómo los trataría el
Mesías? El Mesías está allí. Él tiene el poder, pero el leproso no está seguro
acerca de Su voluntad. Él leproso dice, "Señor, si quieres, puedes
limpiarme". (Mateo 8: 2). Nosotros podemos recordar la angustia del rey de
Israel en los días de Eliseo cuando el rey de Siria le envió a Naamán para que
él pudiese ser curado de su lepra: podemos recordar de qué manera, cuando el
rey de Israel leyó la carta, "rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios,
que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su
lepra?". (2º Reyes 5: 7). Sólo Dios podía hacerlo: todo judío sabía esto;
y esto es lo que el Espíritu Santo desea mostrar. Nosotros hemos tenido el
testimonio de que Jesús era un hombre, y aun así Él era Jehová, — Aquel que
puede salvar a Su pueblo de sus pecados. Pero aquí sale a la luz Su
presentación a Israel en casos particulares, en los que el Espíritu Santo, en lugar
de dar un mero esquema general e histórico como en el capítulo 4, selecciona
casos especiales con el propósito de ilustrar la relación del Señor con Israel,
y los efectos manifiestos de ello. El leproso es el primer caso en el que
tenemos, por así decirlo, el microscopio aplicado por el Espíritu de Dios para
que podamos ver claramente la manera en que el Señor se comportó para con
Israel; cuál debiese haber sido el lugar de Israel; y cuál fue la verdadera
conducta de ellos. Al instante, cuando el leproso reconoce Su poder y confiesa
Su persona: "Señor, si quieres, puedes limpiarme"; cuando se trató
simplemente de un asunto acerca de Su voluntad y de Sus afectos, inmediatamente
llega la respuesta del amor divino, así como el poder: "Quiero; sé limpio.
Y al instante su lepra desapareció". Él extendió su mano y lo tocó. No
sólo Él era Dios, sino Dios manifestado en carne, — Uno que entró de lleno en
la ansiedad del pobre leproso, y que sin embargo demostró ser superior a la
ley. Su toque, — era el de Jehová. ¡El toque de Dios! La ley sólo podía poner
al leproso a distancia; pero si Dios da una ley, Él es superior en gracia a la
ley que Él da. El corazón de este leproso temblaba, temeroso de que el bendito
Señor no quisiera bendecirlo; pero Él extiende Su mano, lo toca: ningún otro lo
haría. El toque del Señor, en lugar de contraer Él mismo la contaminación,
relega la contaminación del leproso. Inmediatamente él queda limpio. Jesús le
dice entonces: "Mira, no lo digas a nadie, sino vé, muéstrate al sacerdote,
y presenta la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4
– VM). No hubo ningún deseo de que él publicara lo que Jesús era: Dios podría
contar Sus obras. Él dice, "Mira, no lo digas a nadie; sino vé, muéstrate
al sacerdote", etcétera. Nada podía ser más bienaventurado. Aún no era
momento de dejar de lado la ley. Jesús espera. La cruz debía entrar antes de
que la ley pudiera ser dejada de lado de alguna forma. Nosotros somos
libertados de la ley por la muerte y resurrección de Jesús. Esta es la gran
doctrina de la epístola a los Romanos, — a saber, que nosotros estamos muertos
a la ley, obviamente en Su muerte, para que seamos "de otro, del que
resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios". (Romanos
7: 4). Hasta la resurrección de Cristo de los muertos existe el más cuidadoso
hecho de guardar la ley. Después de la resurrección los santos pasaron a otra
relación con Aquel que fue resucitado de los muertos. Nosotros encontramos aquí
que hubo un esmerado mantenimiento de las demandas de la ley de Dios; y ello
fue siempre así hasta la cruz. Por eso Él dice: "Vé, muéstrate al
sacerdote". Asimismo, si el hombre hubiera ido a contárselo a todos en vez
de al sacerdote, el gran enemigo podría haber encontrado medios para tergiversar
la obra, para negar el milagro, para intentar y dejar entrever que él no era el
hombre que había sido leproso. ¡Vaya! ¿acaso era el deseo del corazón del
hombre demostrar que Jesús no había realizado un milagro tal? Pero Jesús dice:
"Vé, muéstrate al sacerdote". ¿Por qué? Porque el propio sacerdote
sería el auténtico testigo de que Jesús era Jehová. El sacerdote que sabía que
el hombre era leproso anteriormente, que lo había declarado inmundo, que lo
había puesto fuera, vería ahora que el hombre estaba curado. ¿Quién lo había
hecho? Nadie más que Dios podía curar al leproso. Entonces, Jesús era Dios;
Jesús era Jehová; el Dios de Israel estaba en la tierra. La boca del sacerdote
se vería obligada a confesar la gloria de la persona de Cristo. "Presenta
la ofrenda que mandó Moisés, para que les conste". (Mateo 8: 4 – VM).
Preguntemos, ¿Cuándo había sido ofrecida esa ofrenda? Ellos no tenían poder
para curar al leproso y, por tanto, no podían ofrecer la ofrenda. De modo que
Jesús se había sometido a las obligaciones de la ley, y aun así Él había hecho
lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por causa de la
carne. Pero aquí estaba Uno que era Dios, — habiendo Dios enviado a Su Hijo
"en semejanza de carne de pecado". (Romanos 8: 3). Dios mismo, y el propio
Hijo de Dios también, estaba aquí realizando esta poderosa obra que demostraba
Su dignidad, y Él hizo que el propio sacerdote fuera testigo de ello.
Pero ahora vamos a oír una historia diferente; Jesús entra en Capernaúm.
No se nos dice cuándo. Ello no tenía ninguna relación con la historia del
leproso; pero el Espíritu Santo las reúne porque Él introduce a los gentiles.
Nosotros hemos tenido al judío presentado en la historia del leproso y la
ofrenda que Moisés ordenó dar como testimonio a Israel. Pero ahora hay un
centurión que viene y habla acerca de su siervo; y esto introduce una forma del
todo nueva de confesar al Señor. Aquí no hay toque, — ninguna conexión con
Cristo según la carne. De ahí que ello sea más bien la forma en que el gentil
conoce a Cristo. El judío esperaba un Cristo que extendiera Su mano,— un
Salvador presente entre ellos de manera personal, — introduciendo este poder
divino y sanándolos: tal como la Escritura había dicho: "Yo soy Jehová tu
sanador". (Éxodo 15: 26). Y aquí estaba Él; pero ellos no Le conocieron
así. Y el siguiente testigo que lo tenemos reunido en Mateo pero en ninguna
otra parte, es el centurión; porque Dios mostraría que los hijos naturales de
Abraham, Isaac y Jacob iban a ser cortados. Ellos no Le adorarían como lo hizo
el pobre leproso. El testimonio del sacerdote sería ignorado. Ellos se oponen
cada vez más a Sus reivindicaciones. Dios dice, por así decirlo, «Si ustedes
los judíos no quieren recibir a mi Hijo, Yo enviaré un testimonio a los
gentiles, y los gentiles oirán». Tras el rechazo de Jesús por parte de los
judíos, tras el rechazo de Israel a Aquel que había demostrado ser Jehová-Dios
al perdonar todas sus iniquidades y sanar todas sus enfermedades, ¿qué sigue
entonces? La puerta de la fe es abierta a los gentiles.
Tenemos así la historia del centurión, historia que está sacada de su
lugar y colocada aquí a propósito. E incluso en los detalles de la historia hay
diferencias muy perceptibles. Ustedes no tienen a los ancianos de los judíos en
conexión con el centurión. Esto es omitido en Mateo, pero es insertado en
Lucas. (Lucas 7: 1-10). De este modo, mientras el Evangelio de Mateo presenta
todo lo que podría ser calculado para atender la conciencia de Israel, dicho
evangelio se abstiene de presentar aquello de lo que ellos podrían
haberse enorgullecido. Estuvo bien que los gentiles se enteraran acerca
de los enviados de este buen hombre. Él era como si el gentil pusiera su mano
sobre el manto del que era judío, ocupando su lugar detrás de Israel. Pero su
fe trasciende esto; pues encontramos que él viene y suplica al Señor y saca a
relucir su propia fe personal de la manera más bienaventurada. Cuando Jesús le
dice: "Yo iré y le sanaré", enseguida se manifiesta su corazón. Él
responde: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo". Porque
así como Él, el centurión podía decir a uno: "Vé, y va; y al otro: Ven, y
viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace", ¿cuánto más podía el Señor
decir solamente "la palabra, y mi criado sanará"? Jesús tenía, en
efecto, autoridad sobre todas las enfermedades; pero, ¿se trató simplemente de
un asunto acerca de poner Él Su mano sobre el leproso? En absoluto. Él sólo
tenía que pronunciar la palabra, y se hacía. El centurión asume la imponente
verdad de que Jesús era Dios (no sólo Mesías), y por lo tanto con plena
capacidad para sanar. En resumen, él Le considera de una manera aún más
superior, no como alguien cuya presencia debía estar conectada con el ejercicio
del poder, sino como alguien que sólo tenía que pronunciar la palabra, y se hacía.
Esto introduce el carácter de la palabra de Dios, y la ausencia de Jesús de
aquellos que ahora se benefician por medio de Su gracia.
Esa es nuestra posición. Jesús está lejos y Él no es visto.
Nosotros oímos Su palabra, nos aferramos a ella y somos salvos. Esta es la
hermosa manera en que nos es presentado aquí el talante diferente del Señor
para con el judío y para con el gentil; pero nosotros nos enteramos, además,
que la bendición sería rechazada por Israel, y que los gentiles se convertirían
en los objetos de misericordia, tal como se dice aquí: "De cierto os digo,
que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del
oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino
de los cielos" (versículos 10, 11), es decir, vendrán muchos gentiles.
Pero esto no es todo: "Mas los hijos del reino", — los hijos
naturales que eran el linaje, pero no los verdaderos hijos según la fe de
Abraham, éstos deben ser "echados a las tinieblas de afuera; allí será el
lloro y el crujir de dientes". Rechazando a su Mesías los judíos iban a
ser rechazados como nación. Sólo habría una línea de creyentes; pero la masa de
Israel habría de ser rechazada hasta que la plenitud de los gentiles haya
entrado.
Por tanto, nosotros tenemos aquí una maravillosa perspectiva de nuestro
Señor de acuerdo con el tenor general del Evangelio de Mateo. Tenemos al propio
Jesús demostrando que Él es Jehová-Jesús, dispuesto a sanar dondequiera que
hubiera fe, — pero, ¿dónde la había? El leproso podría representar el remanente
piadoso; pero en cuanto a la masa de Israel nosotros tenemos la condena de
ellos pronunciada aquí, y en el incidente mismo que demuestra que la gracia de
Dios que Israel rechazó se encauzaría más entre los gentiles, los cuales participarían
de las misericordias que los judíos rechazaron. Esto es justamente lo que aquí
es unido en estos dos relatos. Jesús da pruebas a Israel de que Él era un
Mesías divino. Si ellos Le despreciaban, los gentiles lo escucharían. Pero, por
otra parte, hay otra cosa de gran importancia y que muestra el motivo por el
cual la sanación de la suegra de Pedro es reservada en este Evangelio hasta
después de estos acontecimientos, aunque Marcos la presenta antes. Marcos
proporciona la historia del ministerio de Cristo tal como ocurrió. Surge la
pregunta, ¿Por qué Mateo no hace lo mismo? La respuesta es que la sabiduría
divina está impresa en esto, como en todo en la palabra de Dios. Yo creo que
ello es reservado por Mateo para este lugar debido a que Israel podría tener la
idea de que cuando la misericordia de Dios fluyera hacia los gentiles, Su
corazón podría apartarse de ellos. La niña no estaba muerta, sino dormida: este
es el estado de Israel ahora. Y tan ciertamente como el Señor la resucitó, así
también Él despertará en un día futuro a la dormida hija de Sión. (Véase Mateo
9: 18-26). Nosotros tenemos una mejor bendición y una mayor gloria ahora. Pero
para la palabra de Dios es necesario que Israel también sea bendecido; porque
si Dios pudiera quebrantar Su palabra a Israel, ¿podríamos nosotros mismos
confiar en ella? Ahora bien, Dios prometió positivamente la eventual gloria
final de Israel en la tierra. Lo único que es necesario es que no confundamos
estas cosas; que no seamos ignorantes ni en cuanto a la Escritura ni en cuanto
al poder de Dios.
En este caso tenemos un incidente traído ante nosotros que demuestra que
Su corazón no podía sino quedarse con Israel (aunque el Señor conocía la
incredulidad de Israel y la predijo; y aunque Él también sabía que los gentiles
iban a entrar ahora por medio de la fe). Por lo tanto, como yo creo, el
Espíritu Santo, para ilustrar esto, introduce aquí la sanación de la suegra de
Pedro. Entonces, de este tercer incidente, la sanación de la suegra de Pedro,
creo que podemos inferir que fue a causa de Pedro, cualesquiera que puedan
haber sido los otros motivos. Se trata de una relación natural, y ustedes
encontrarán que el gran escenario para esto es Israel. Pedro fue el apóstol de
la circuncisión; de modo que no me cabe duda de que uno de los motivos por los
que este acontecimiento está presentado aquí es para mostrar que la
incredulidad de Israel no alejaría finalmente el corazón del Señor. Allí estaba
Él, todavía sanando todas sus enfermedades, como lo atestiguaba incluso la multitud
alrededor de la puerta, "para que se cumpliese lo dicho por el profeta
Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras
dolencias". (Véase Isaías 53). Cuando el Señor realizaba un milagro, Él
entraba en espíritu en las circunstancias de aquel a quien Él aliviaba. Si el
milagro sacaba a relucir Su divino poder, también estaba la divina compasión
que entraba en la profundidad de la necesidad que Él aliviaba.
Después de esto tenemos al Señor preparándose para ir a la otra orilla
del mar de Galilea. Pero esto brinda la ocasión para que ciertas personas sean
sacadas a relucir en sus verdaderos caracteres y modos de obrar, y para que el
Señor manifieste el Suyo. Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto? Esto saca a relucir
un rasgo muy peculiar del Evangelio de Mateo, y muestra cuán completamente el
Espíritu Santo estaba por encima de la mera rutina de fechas. Consideren
ustedes el Evangelio de Lucas y encontrarán que la conversación con estos
hombres, que está registrada aquí, tuvo lugar después de la transfiguración. En
Lucas 9 se nos dice que después de la transfiguración el Señor se propuso ir a
Jerusalén; y luego, en el versículo 57 del mismo capítulo se dice: "Yendo
ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le
dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el
Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él
le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre". (Lucas 9:
57-62). Ahora bien, ¿soy yo muy osado al pensar que este fue el mismo incidente
que tenemos registrado en Mateo? No es probable que nuestro Señor hiciera
repetir las mismas cosas en momentos diferentes; ni tampoco podríamos concebir
que dos personas distintas se copiaran la una a la otra con tanta exactitud.
Pero, si ello es así, presten ustedes atención a su importancia. Ello tuvo
lugar mucho tiempo después y sin embargo Mateo lo sitúa aquí. ¿Por qué? Porque
ilustra esto, — a saber, que mientras el Señor tenía todo este amor en Su
corazón hacia Israel, a pesar de la incredulidad de ellos, no había ningún
corazón en Israel hacia Él. ¿Cuál era Su condición ahora? Él no tenía ni
siquiera dónde recostar Su cabeza. Qué cosa fue para el Mesías de Israel tener
que decir, cuando un hombre se ofreció a seguirle, "Las zorras tienen
guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde
recostar la cabeza".
Esta es la primera vez que Él utiliza la expresión, "Hijo del
Hombre". Ya no es más, "Hijo de David". "Hijo del
Hombre" es el título de Cristo como rechazado o glorificado. No hay duda
de cuál de los dos era aquí. Incluso Su propio pueblo no Le recibirá. Y Él se
marcha a la otra orilla, — Él debe dejarlos. Él lo ha hecho ahora, como
sabemos. Pero este hombre propone
seguirle. El Señor sabía todo lo que había en su corazón, — a saber, un simple
judío carnal que pensaba que siguiendo a Jesús conseguiría un buen lugar con el
Mesías. El Señor le dice que no tenía ningún lugar para darle. No había ni
siquiera un nido para el Mesías. ¿Qué iba la carne a encontrar allí
ofreciéndose a seguir a Cristo? El Señor desvela el corazón del hombre, muestra
su propio engaño al buscar algo para sí mismo mientras que Él mismo no tenía ni
siquiera un lugar que pudiera poseer la criatura más inferior y más traviesa
que Él había hecho. ¿No tenían las zorras sus guaridas, y las aves del cielo
sus nidos? Pero el Hijo del Hombre no tenía ni siquiera dónde recostar Su
cabeza. ¿Cómo podría la carne pretender seguir a nuestro Señor? A un discípulo
que dijo: "Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre",
el Señor pudo decir: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus
muertos". (Versículos 21, 22). Presten ustedes atención a la diferencia.
Allí donde está el llamamiento de Cristo puede haber gran renuencia, se puede
experimentar prueba y lucha por parte de
la naturaleza; y aun así la palabra es: "Sígueme". Cuando ustedes
tienen a un hombre completamente carnal en presencia del evangelio, no hay esta
reticencia, — nada de esta prueba. Él piensa que todo es hermoso pero el
evangelio no toma posesión de su alma; y muy pronto ocurren circunstancias que
apartan su corazón hacia otras cosas y al final el hombre se hunde de nuevo a
su propio nivel. Pero donde el Señor dice: "Sígueme", cuán a menudo
el alma, antes o en ese momento, dice: "Señor, permíteme que vaya primero
y entierre a mi padre". La relación natural tenía una reivindicación muy
seria. Su padre yacía muerto: él debía ir a enterrarlo. La gente podría decir: «Un hombre debe hacer que el entierro de su
padre sea tan
urgente que todo debe dar paso a ello». «No, de ningún modo»,
dice el Señor, la reivindicación de
Cristo debiese ser aún más fuerte. Si el llamamiento de Cristo es oído, incluso
cuando el padre yace muerto, esperando la sepultura, nosotros debemos renunciar
incluso a esto. El mundo puede decir: «Hay un hombre que habla de Cristo y sin
embargo no ama a su padre». Pero nosotros debemos estar preparados para esto: y
si no lo estamos es porque aún no comprendemos el valor supremo de nuestro
Cristo. Ustedes encontrarán que los lazos naturales y los deberes en este mundo
son siempre propensos a interponerse como un obstáculo entre Cristo y el alma.
Las reivindicaciones de la naturaleza insisten continuamente sobre uno. Pero no
importa si se trata del padre o la madre, o del hermano o la hermana, o del
hijo o la hija, cuando el llamamiento de Cristo es claro, asegúrense ustedes de
no decir: «Permíteme que primero yo haga tal o cual cosa». La palabra de
Jesús es: "Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos".
Entonces el Señor se marcha. Le encontramos entrando en una barca y a
sus discípulos siguiéndole. E inmediatamente después sigue la historia de la
tempestad, y del milagro que Jesús realizó al calmar los vientos y el mar.
Ahora bien, ¿cuándo ocurrió esto realmente? Ocurrió al atardecer del día en que
fueron pronunciadas las siete parábolas de Mateo 13, antes de la
transfiguración, pero mucho después de los demás acontecimientos mencionados en
este capítulo. Marcos nos permite saber esto positivamente en el capítulo que
registra las parábolas (Marcos 4), — las mismas que son presentadas a nosotros
en Mateo 13, con esta adición, "Y con muchas semejantes parábolas les
hablaba la palabra, conforme la podían oír; mas sin parábola no les hablaba: y
en privado (cuando entraron en la casa, como nos es presentado en Mateo 13), lo
explicaba todo a sus propios discípulos. Y aquel mismo día, a la caída
de la tarde, les dice: Pasemos a la orilla opuesta". (Marcos 4: 33-35 –
VM). Sigue a continuación la misma historia que tenemos aquí en Mateo 8; y
después de que ellos llegan a la otra orilla está el hombre con la legión de
demonios. No es necesario que haya duda alguna de que se trata de la misma
escena, pero sacada a relucir en una conexión totalmente diferente, y que sólo
ocurrió un tiempo considerable después de su mención aquí en Mateo.
¿Qué se deduce de esto? Se deduce que en Mateo, el Espíritu Santo sólo
nos presenta el orden histórico cuando ello coincide con el objetivo especial
del Evangelio. Todo esto denota la perfecta sabiduría de Dios: y nadie más que
Dios habría pensado en algo semejante. Pero, cuán pocos piensan en ello, o
incluso lo entienden ahora. ¿Acaso no muestra esto la lentitud de nuestros
corazones para asimilar el significado pleno de la palabra de Dios? ¿Qué está
enseñando el Señor en estas dos escenas? Le vemos aquí a solas con Sus
discípulos. La parte piadosa de Israel está ahora separada con Él y expuesta a
todo lo que los enemigos de Dios podrían hacer contra ellos. Pero ello sólo
sirve para disponer el poder del Señor para ellos. Todo se somete a Su mandato.
Así es en nuestra propia experiencia. Nunca hay una dificultad, una prueba o
una circunstancia dolorosa en la que parezcamos estar completamente abrumados
por el poder de Satanás en este mundo, sino que, si nuestra mirada está puesta
en Cristo, y acudimos a él, nosotros conoceremos Su poder más verdaderamente
ejercido a nuestro favor. Cuando ellos se dan cuenta de a quién tenían en la
misma barca con ellos y claman diciendo: "¡Señor, sálvanos, que
perecemos!", Él se levanta y reprende al viento y al mar, "Y se hizo
grande bonanza". De modo que los mismos hombres de mar "se
maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le
obedecen?" Los discípulos lo sabían de una manera aún más profunda, pero
los demás estaban asombrados.
Pero esto no es todo. Ello podría evidenciar lo que es Cristo para los piadosos
que estaban con Él. Pero había dos hombres, ciertamente lejos del Mesías pues
estaban entre los sepulcros, poseídos por demonios, en extremo violentos, de
manera que nadie podía pasar por aquel camino, — justamente el retrato del
poder más desaforado de Satanás en el mundo. Uno de ellos, como se nos dice en
otra parte, llevaba el nombre de Legión, porque en él habían entrado muchos
demonios. (Marcos 5: 9). Ustedes no podrían tener algo peor que esto. El poder
de Satanás era más fuerte que todos los grillos de los hombres. (Marcos 5: 4).
Pero, el Señor está allí. Los demonios creen, y tiemblan. (Santiago 3:
19). Ellos sintieron Su presencia. Pero aún no había llegado el día para que
Satanás fuera despojado de su derecho sobre el mundo. (Véase Lucas 4: 5, 6).
Hasta aquel momento, ello fue sólo la demostración del poder para hacerlo: pero
el pleno ejercicio de aquel poder estaba reservado para otro día. Yo no dudo de
que nuestro evangelista presenta la expulsión de los demonios como testimonio
del poder de Cristo para liberar al remanente judío; y por eso el Espíritu
Santo nombra solamente aquí a los dos hombres; tal como, por otra parte, el
hato de cerdos poseídos parece representar la destrucción de la masa impura de
Israel en el día postrero.
La historia también saca a la luz esto, — a saber, que Satanás tiene un
poder doble, no sólo en los horrendos excesos de aquellos que están
completamente bajo su influencia, sino en la tranquila enemistad del corazón
que podría llevar a otros a ir a Jesús para suplicarle que se fuera de sus
contornos. Qué cosa tan solemne es saber que la influencia secreta de Satanás
sobre el corazón, influencia que crea el deseo de librarse de Jesús, es aún más
fatal, de manera personal, que cuando Satanás hace que un hombre sea testigo de
su terrible poder. Pero así fue en aquel entonces, y así es que los hombres
perecen ahora.
Esa es la historia de los hombres que desean que Jesús se aleje de
ellos. Que el Señor nos conceda ese feliz conocimiento de Él, esa entrada en lo
que Él es para nosotros ahora, que brindan al alma la calma y el descanso en Su
amor, y la certeza de Su presencia con los que pertenecen a Él: "He aquí
que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo". (Mateo
28: 2 – VM). Que nosotros sepamos lo que es aceptar que Jesús cuide de
nosotros, y produzca una gran calma, cualquiera que sea el efecto de la
agitación del poder de Satanás contra nosotros. Que el Señor nos conceda mirar
a Jesús. Si ello es desde nuestro primer conocimiento del pecado hasta nuestra
última prueba en este mundo, todo es un asunto acerca de si yo confío en mí
mismo o en el Señor.
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
VM
= Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 9
Todo aquel que examina
atentamente este capítulo con el capítulo que sigue, difícilmente puede dejar
de ver que la pausa adecuada está al final del versículo 35, formando
propiamente los últimos tres versículos la introducción al capítulo 10. Lo que
tenemos en el capítulo 9, hasta donde yo he entendido, es el efecto de la
presencia de Jesús sobre los líderes religiosos de Israel: y yo creo que éste
es el gran tema. El capítulo 8 nos presentó el esbozo de la presencia del Señor
en Israel y sus resultados. Es decir, fue un retrato general y, por tanto,
nosotros vimos que el Espíritu Santo desatiende por completo el mero orden
histórico, juntando pasajes de la vida de Cristo que estaban separados, de
hecho, por meses o incluso un año. No hay aquí el menor intento por parte del
Espíritu de Dios de presentarlos tal como sucedieron; sino que, por el
contrario, el Espíritu Santo muestra incesante y vivo interés y solicitud por
seleccionar de diferentes tiempos y lugares ciertos hechos imponentes que
ilustran la presencia del Mesías en medio de Su pueblo, Su rechazo por parte de
Israel y cuáles serían los resultados de este rechazo. Lo que nosotros vimos
fue que, en primer lugar, se demostró que Él era Dios, el Dios de Israel, —
Jehová: — para quien la limpieza de la lepra era simplemente asunto de Su
voluntad; pues incluso el leproso no dudó de Su poder. "Si quieres, puedes
limpiarme". Nadie más que Dios podía hacer esto. Ahora bien, nadie tenía
un sentimiento tan fuerte acerca de este repugnante mal como un judío porque
Dios mismo había establecido tan cuidadosamente la naturaleza y la prueba de la
lepra en Su ley. Pues ello era un asunto de impureza sin remedio, — la solemne
lección enfática de lo horrible que es el pecado en sus efectos y en sí mismo.
Dios puede sanar y Dios puede limpiar: nadie más puede hacerlo. No se trató
exactamente de perdonar, sino de limpiar y quitar la contaminación. El Espíritu
de Dios reservó el asunto del perdón (que está relacionado con los derechos de
Dios y con Su carácter judicial, así como la limpieza de la lepra está más
particularmente relacionada con Su santidad) hasta el capítulo que vamos a
considerar ahora. En el primero de estos capítulos (Mateo 8) estuvo el amplio
rasgo distintivo de que el Mesías estaba allí, — Dios mismo en gracia, y no
actuando según la ley, la cual habría desterrado al leproso fuera de la morada
y del pueblo y de Su propia presencia. Es un hecho muy maravilloso darse cuenta
en la tierra y en Israel de que una persona estaba allí que era ¡tan claramente
Dios en Su poder como Dios en Su amor! La ley establecía meramente lo que era
correcto pero no podía dar ningún poder y sólo condenaba a los injustos. Ella
debía exponer los motivos por los que un pecador no tiene esperanza sólo porque
es la ley de Dios, pues la ley nunca puede mezclarse con el pecado. Pero aquí
estaba Uno que había dado la ley y sin embargo estaba por encima de la ley. De
hecho, es evidente que a menos que haya algún principio en Dios superior a la
ley, no puede haber rescate para el culpable. Pero ese principio es la gracia.
Y aquí estaba Uno que mostraba en Sus actos y palabras que Él no era en nada
más manifiestamente Dios que en la plenitud de Su gracia. É tocó al leproso y
le dijo: "Quiero; sé limpio". El estado de este hombre era justamente
el retrato de la verdadera condición de Israel; y lo que el Señor hizo por el
leproso solitario Él estaba igualmente dispuesto a hacerlo por toda la nación;
pero, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11).
¿Estaría entonces Dios confuso en Su amor? Si el judío Le rechazaba, entonces,
¿qué acerca del gentil? Ellos debían oír; y por eso tenemos inmediatamente
después al centurión y a su siervo. Pero yo no repetiré los hechos del capítulo
8. En el capítulo que está ante nosotros tenemos ahora, no el retrato general
de la presencia de Dios y sus resultados en Israel, sino Su incidencia especial
sobre los líderes religiosos del pueblo.
Comenzamos de nuevo con el Señor presentando un caso notable de sanidad;
no el caso obvio de la lepra, caso que debería haber impactado a cualquier
judío, sino otro igualmente ilustrativo. "Entonces, entrando Jesús en la
barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad" (versículo 1), — es decir,
Capernaúm. Por tanto, nosotros estamos ahora en un terreno más estrecho.
Capernaúm era el lugar donde el Señor vivía y realizaba Sus milagros más
poderosos y que, por ese mismo motivo es después objeto del más temible ¡Ay!
que Él pudo pronunciar. Este es un principio muy solemne. Cuando llegue el día
del Señor el golpe más fuerte del juicio no caerá sobre las partes oscuras de
la tierra sino sobre las favorecidas, allí donde ha habido más luz, pero,
lamentablemente, más infidelidad. Por mi parte, no dudo que nuestra propia
tierra (Inglaterra) deba sufrir en una medida especial; pero, sobre todo,
Jerusalén, y también Roma, lugar este último al que fue escrita la más notable
de todas las epístolas, sentando las bases del cristianismo, pero donde ha
habido la desviación mayor. Ellos caerán bajo el juicio de Dios de la manera más
enfática, no sólo religiosa sino civilmente. Independientemente de quién reine,
gobierne, o de quién sea derrocado, este debe ser el caso donde, a pesar de los
favores especiales de Dios y la luz de Su palabra difundida, las personas han
permanecido infieles, e incluso se han vuelto más laxas y supersticiosas o
escépticas. El Señor quitará a los que son Suyos antes del juicio, y el resto
permanecerá para padecer Su justa retribución. "Como en los días de Noé,
así será la venida del Hijo del Hombre". (Mateo 24: 37).
En esta escena el Señor muestra la necesidad moral de un juicio tal. Y
esa necesidad no era sólo en la tierra de los gadarenos o en Nazaret. Pero
tomen ustedes a las personas que debiesen haber conocido las Escrituras más que
los demás, cuya profesión misma era conocerlas y enseñarlas, — ¿cómo estimaban
ellos a Jesús? Esto es lo que sale a la luz en nuestro capítulo. Leemos,
"Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver
Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo", — una palabra muy
bienaventurada que respondía a todo el caso del hombre; una palabra para tocar
sus afectos y para alcanzar su conciencia. "Ten ánimo, hijo; tus pecados
te son perdonados". Hubo consuelo tanto para su corazón como para su
conciencia. Sus pecados debiesen haber pesado más sobre su corazón que la
parálisis sobre su cuerpo; pero esta palabra cubrió toda su necesidad.
"Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este
blasfema". (Versículo 3). En este capítulo no vemos al escriba en su vana
confianza carnal profesando honrar a Jesús; sino a los escribas juzgándole y
condenándole. Ellos opinan que Jesús estaba blasfemando cuando dijo: "Tus
pecados te son perdonados". Terrible engaño del malvado corazón del
hombre. "¡Este blasfema!" Y no eran personas ignorantes estas que
decían en su interior, ¡"Este blasfema"! "Y conociendo Jesús los
pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate
y anda?" Y ahora Él saca a relucir
una palabra que debiese haber tenido un efecto inmediato en los escribas, los
cuales estaban familiarizados con las Escrituras, donde se decía del Dios de
Israel: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus
dolencias", y de lo cual ellos tenían ahora una ejemplificación ante sus
ojos. (Salmo 103: 3).
Esta no es la experiencia de un santo ahora aunque podemos asumirla de
un sentido muy bienaventurado. Pero preguntamos, ¿podemos decir nosotros que,
"Quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus
dolencias", es la manera en que el Señor trata ahora con los cristianos?
Allí donde Él perdona las iniquidades de una persona surge la pregunta, ¿sana
necesariamente todas sus dolencias? Mientras que aquí es evidente que el Señor
contempló la unión de la sanación de las dolencias corporales con el perdón de
los pecados en las mismas personas y al mismo tiempo. ¿Cuándo será esto? Cuando
Dios tome en Sus manos el gobierno del mundo. Cuando Aquel que fue crucificado
será glorificado, — no sólo en el cielo, sino también aquí abajo; y cuando
llegue aquel día, el mundo exterior, el cuerpo del hombre, y particularmente
Israel el pueblo de Dios, sentirán el efecto inmediato. Si bien nosotros
podemos tomar el espíritu de los Salmos, en la medida en que ellos son
aplicables a nuestra condición actual, no olvidemos que hay mucho en los Salmos
que no es aplicable a nosotros mismos.
El perdón de iniquidades y la sanación de dolencias corporales fueron
ambos prometidos a Israel y así el Señor cumple ambos aquí. Ello muestra que en
Su persona y por medio de Su ministerio ahora en medio de Israel estaba el
testimonio del poder para hacer ambas cosas. Para que ellos supieran que el
Hijo del Hombre tenía "potestad en la tierra para perdonar pecados (dice
entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él
se levantó y se fue a su casa". Hubo allí una demostración de la realidad
del perdón en el hecho de que la dolencia fue sanada ante los ojos de ellos. La
unión de estas dos cosas debiese haber impactado fuertemente a un escriba. En
este milagro nosotros tenemos el testimonio más poderoso de lo que era la
gloria de Su persona.
Esta fue, entonces, la respuesta del Señor a la blasfemia de los
escribas que le acusaban de blasfemia. "Y la gente, al verlo, se maravilló
y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres". (Versículo
8). Lamentablemente ellos no supieron que se trataba del poder de Dios ejercido
por Uno que era Dios
mismo. Ellos vieron que Él era el vaso del poder de Dios, y esto fue todo. Un
hombre podría ser esto y no ser Dios. Él podía complacerse en obrar milagros
incluso por medio de un hombre malo. De modo que mientras ellos daban gloria a
Dios que había dado tal poder a un hombre, no había una fe real en la persona
de Cristo. Pero el gran objetivo del milagro es sacar a la luz el verdadero
estado del corazón de los jefes eclesiásticos del pueblo. Un juicio solemne
para aplicar en cualquier momento comienza a clarear con este capítulo; y antes
de que hayamos terminado con él encontraremos que el caso está cerrado en lo
que a ellos respecta. Jehová-Jesús era intolerable para Israel; pero, sobre
todo, para aquellos que tenían la más alta reputación de aprendizaje y
santidad.
El Señor pasa de esta escena y ve a "un hombre llamado Mateo, que
estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se
levantó y le siguió". Si nosotros comparamos los Evangelios de Marcos y
Lucas encontramos que tanto el caso del paralítico como el llamamiento de Leví
tuvieron lugar mucho antes de muchas de las circunstancias que ya hemos tenido;
pero ellas han sido reservadas para dos propósitos especiales en el relato de
Mateo. Son presentadas al comienzo de Marcos 2 tal como sucedieron en orden de
tiempo; pero el Espíritu de Dios, en Mateo, los coloca fuera de ese orden con
el propósito de presentar grandes retratos, según un tipo dispensacional, de la
presencia de nuestro Señor en la tierra y sus consecuencias para Israel; y son
agrupados todos los hechos que guardan relación con la ceguera de ellos durante
un tiempo y su futura restauración.
Nosotros vemos aquí el efecto de Su presencia en los guías religiosos.
El llamamiento de Mateo fue uno muy significativo. El Espíritu de Dios le llevó
a dar su nombre aquí, — el nombre por el que luego fue conocido tanto en la
tierra como en el cielo. Consecuentemente, Mateo muestra la gracia del Señor a
pesar de la animosidad de aquellos escribas contra Él, y la forma que tomó Su gracia
como consecuencia de la incredulidad de ellos. Él sale y llama a Mateo cuando
estaba sentado al banco de los tributos públicos. Otras personas habían traído
al paralítico, pero no parece que Mateo haya manifestado fe ante la convocación
de Jesús. No fue Mateo quien buscó a Jesús, sino que fue Jesús quien llamó a
Mateo que estaba ocupado por el impuesto del que era recaudador autorizado. Los
publicanos estaban siempre clasificados con los pecadores y el Señor va y llama
al publicano Mateo mientras estaba en el desempeño de su oficio, sentado al
banco de los tributos públicos. Obediente al llamamiento del Mesías, Mateo no
sólo Le sigue de inmediato sino que invita a Jesús a sentarse a la mesa en la
casa. Y "he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se
sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto
los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los
publicanos y pecadores?" Ello era una clara subversión de todo decoro y
orden a los ojos de un judío. Sentarse a comer sin el menor sentimiento de
desprecio hacia estos publicanos y pecadores era realmente extraño a los ojos
de los fariseos. ¿Qué estaba haciendo el Señor? Él estaba exhibiendo cada vez
más la gracia de Dios, — razón de más para que se desatara la incredulidad de
las personas meramente religiosas exteriormente: pues las personas pueden tener
pensamientos acerca de Dios pero no fundamentados en Su palabra, y siempre
pueden ser muy sinceras en sus propios pensamiento y corazones pero sin tener
ni fe ni luz de Dios. Por una parte estos hombres demostraron su total
incredulidad en Jesús y en Su gloria; pero, por otra parte, Dios, en la persona
de Jesús, fue más lejos en Su gracia y más en contra de los pensamientos de
estas personas religiosas de Israel. Él llama a Mateo y come con estos
publicanos y pecadores; y cuando los fariseos critican a los discípulos, el
Señor presenta inmediatamente esa bienaventurada palabra del Antiguo
Testamento, "Misericordia quiero, y no sacrificio" (Oseas 6: 6), —
porque "no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al
arrepentimiento". (Mateo 9: 13). Él reivindica este llamamiento y lo
mantiene, no como un caso excepcional, sino como un principio.
Ello era lo que Dios había bajado a hacer realidad en la tierra. Ahora
no era la ley, sino la gracia. Esto da lugar a algo más y aquí es traída ante
nosotros una palabra muy instructiva del Señor. Los discípulos fueron
criticados porque no ayunaban como los discípulos de Juan y los fariseos. Y el
Señor presenta este motivo para ello y leemos, "¿Cómo pueden los
compañeros del novio tener luto mientras el esposo está con ellos?" (Mateo
9: 15 - VM). Es decir, Él muestra lo absurdo del ayuno cuando la fuente de todo
el gozo de ellos estaba allí. ¡Cuán absolutamente contrario a la fe de ellos en
Él, el Mesías, someterse a esta señal de tristeza y humillación en presencia
del manantial de todo el gozo y alegría de ellos! Pero había que aprender algo
más profundo. No sólo estaba la presencia de Uno que los discípulos entendían y
que los demás no, sino que el Señor muestra que ustedes no pueden mezclar las
prescripciones que emanan de la ley con los principios y el poder de la gracia
divina (un principio muy importante y el principio mismo que la cristiandad ha
destruido de manera práctica). Pues preguntémonos, ¿qué es lo que ha ocasionado
el estado actual de la cristiandad? Cristianismo es el sistema de gracia en
Cristo mantenido en santidad por el Espíritu Santo entre aquellos que creen.
Cristiandad es la casa grande de la profesión donde hay vasos inmundos
mezclados con los que son para honra, donde abundan y reinan principios que
nunca procedieron de Cristo, y que son adoptados, algunos de ellos del
judaísmo, otros de la agudeza propia de las personas, sin respetar la Biblia.
Pero lo que el Señor muestra es que incluso si ustedes toman lo que Dios una
vez aprobó bajo la ley, ello no servirá ahora. El mismo Dios que probó a Israel
por medio de la ley ha enviado el evangelio; y es el evangelio lo que Él está
enviando ahora y no la ley. Es la gracia con lo que nosotros tenemos que ver.
Es con Cristo resucitado y en el cielo con quien yo estoy en relación y no con
la ley. Si soy un cristiano, yo estoy muerto a la ley. (Romanos 7: 4). La
cristiandad ha olvidado y se ha apartado de eso; y, argumentando desde la
premisa de que la ley es buena, y el evangelio también, ellos preguntan: «¿No será mucho
más seguro juntar las dos cosas?» El resultado es que lo que nuestro Señor dijo
que no debía hacerse, los hombres han aspirado a ello con la mayor diligencia.
Han tratado de echar vino nuevo en odres viejos, es decir, poner la gracia que
produce gozo en los recipientes de principios legales. El Señor ha introducido
vino nuevo y Él quiere odres nuevos.
La virtud y el poder internos del cristianismo deben vestirse con sus
formas apropiadas. Los vestidos nuevos son la debida manifestación del
evangelio, el cual difiere totalmente de los modos de obrar formulados conforme
a la ley. El legalismo es el vestido viejo y meramente remendar lo viejo es
despreciar la benignidad de Dios. Y después de todo, ello nunca tendrá éxito.
El intento sólo empeorará lo viejo. Esto es lo que ha hecho la cristiandad. Ha
tratado de remendar el vestido viejo con remiendo de paño nuevo, — ha intentado
introducir una cierta medida de moral cristiana en el vestido viejo como una
especie de mejora del judaísmo. Surge la pregunta, ¿Y cuál ha sido el
resultado? Además, está el vertido de vino nuevo en odres viejos. Hay una
cierta medida de la predicación acerca de Cristo, ¡pero está muy relacionada
con odres viejos. Estos versículos abarcan tanto el desarrollo exterior como el
poder interior, y muestran que el cristianismo es algo completamente nuevo, y
que no puede ser mezclado con la ley. Si ustedes encuentran un hombre que
piensa que tiene alguna justicia propia, ustedes pueden ponerlo en su lugar por
medio de la ley. Este es el uso legítimo de la ley. Él es realmente impío y
ustedes usan la ley para demostrar que él lo es. Pero, en el cristiano tenemos
a uno que es piadoso; y la ley, como insiste expresamente Pablo, no es para él.
No debo poner el vino nuevo en odres viejos, ni lo viejo en lo nuevo. Esto
lleva al Señor a sacar a relucir toda la novedad de la conducta y de los
principios que emanan de Él mismo y de Su gracia. Y todo esto se oponía
firmemente a los pensamientos y prejuicios de los escribas y fariseos que
vinieron después con sus preguntas acerca de los ayunos. No es que el ayunar no
sea un deber cristiano (ya consideramos esto en el capítulo 6); pero, por otra
parte, dicho ayuno debe ser según los principios cristianos y no según los
judíos.
Llegamos ahora a un incidente del más profundo interés. Un hombre
principal de la sinagoga manda llamar a nuestro Señor para que sane a su hija,
y luego él viene a adorarle, diciendo, "Mi hija acaba de morir; mas ven y
pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó Jesús, y le siguió con sus
discípulos". (Versículos 18, 19). Eso fue exactamente una ilustración de
la actitud del Señor hacia Israel. Él estaba allí con la vida en Sí mismo.
Israel era como la niña que Le necesitaba; ella no tenía vida en sí misma: tal
era la condición de Israel. Pero el Señor es movido de inmediato a actuar y
acude a la llamada del hombre principal. Él reconoce la solicitud de la fe, por
muy débil que ella sea. El centurión sabía que una palabra sería suficiente;
pero este gobernante judío, con el pensamiento natural de un judío, quiere que
el Señor vaya a su casa y ponga Su mano sobre su hija para que ella pudiese
vivir. Él relacionó la presencia personal del Señor con la bendición que iba a
ser conferida a su hija enferma; mientras que nosotros, los gentiles, andamos
por fe y no por vista. Creemos y amamos a Uno que no vemos. Los judíos buscan a
Uno que verán; y Le tendrán de esta manera. Como Tomás, a quien después de ocho
días se le permitió ver al Señor y se le pidió que metiera la mano en Su
costado, y viera en Sus manos la señal de los clavos, así será con Israel.
"Mirarán a mí, a quien traspasaron". (Zacarías 12: 10). Mientras que
nosotros creemos en Aquel a quien no hemos mirado. De modo que nuestra posición
es totalmente diferente a la de Israel.
Ahora bien, en este caso el Señor oye la llamada y va inmediatamente a
resucitar a la hija muerta del hombre principal judío. Pero mientras Él va, una
mujer Le toca. Si bien la misión del Señor es a Israel, — y así lo fue, y sólo
queda aplazada, — mientras Él está, por así decirlo, de paso, quienquiera que
viene, quienquiera que toca, recibe la bendición. Ninguna incredulidad de los
escribas, ninguna justicia propia de los fariseos, jamás obstaculizaría o
podría obstaculizar al Señor en Su misión de amor. Él estaba a punto de
introducir nuevos principios que no se mezclarían con la ley, — una gracia que
saldría para todos, y que alcanzaría a lo peor; lo cual es claramente expuesto
por esta mujer que viene y Le toca. Pero, en primer lugar, ustedes tienen el
compromiso de la resurrección de Israel; pues tenemos la garantía de la palabra
de Dios para considerar la condición de Israel como una condición de muerte.
Vean, por ejemplo, en Ezequiel 37 donde Israel es comparado con huesos secos.
Leemos, "Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He
aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza… He
aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras
sepulturas… y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra". (Ezequiel
37: 11-14). Entonces, yo creo en este milagro. Ello no sólo representa la
conversión de los pecadores muertos, sino la resurrección de Israel como
nación. El Señor fue rechazado por el pueblo que tenía la más profunda
responsabilidad de recibirle; pero muy ciertamente que así como Él levantó a
esa joven mujer del lecho de muerte, ciertamente restaurará a Israel en un día
que está por llegar. Pero, mientras tanto, quienquiera que viene recibe la
sanidad y la bendición. Así fue con esta pobre mujer. El Señor no sólo le hace
ser consciente de que ha sido sanada, sino que le hace saber que Sus afectos
estaban completamente con ella. Él le dice, "Ten ánimo, hija; tu fe te ha
salvado". De inmediato hubo la palabra de seguridad. El Señor pone Su
sello sobre lo que la fe de ella había hecho, aunque ella lo había hecho
temblorosamente. [Véase nota 9]. Luego, a su debido tiempo, tenemos la
resurrección de Aquel que estaba muerto, en quien no fue una cuestión de fe,
sino del poder de Dios y de Su fidelidad a Su promesa.
[Nota 9].
Fijémonos en esta confesión pública de Cristo para salvación. En Marcos 5:
30-34 y en Lucas 8: 45-48 vemos cómo el Señor atrae e insta al alma tímida a
una confesión pública de la gracia recibida mediante el toque de la fe. Luego
siguen las bienaventuradas palabras del Señor de seguridad y de relación: "Hija,
... vé en paz", palabras que la confesión de ella hacen aflorar, para
alegría y consuelo duraderos de ella. [Nota del editor del escrito en Inglés].
Después de esto (en el versículo 27 de Mateo 9) encontramos que dos
ciegos Le siguen: en otro lugar sólo uno de ellos es mencionado; pero creo que
aquí ambos son mencionados por el mismo motivo que cuando tuvimos a los dos
endemoniados. Ellos dan voces y Le dicen: "¡Ten misericordia de nosotros,
Hijo de David!". Es la confesión de Cristo como estando relacionado con
Israel. Ellos se dirigen a Él como Hijo de David. El Señor les preguntó:
"¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Entonces les tocó
los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho. Y los ojos de ellos
fueron abiertos". (Versículos 28-30). Luego vino el mudo poseído por un
demonio: "Y echado fuera el demonio, el mudo habló; y la gente se
maravillaba, y decía: Nunca se ha visto cosa semejante en Israel".
(Versículo 33). Yo creo que todo esto es reunido para el mismo propósito. El
Señor estaba presentando un tipo tras otro, y promesa tras promesa, para que
Israel no fuera olvidado, para que Israel fuera resucitado de la muerte: aunque
fueran tan ciegos, ellos verían; aunque fueran tan mudos, ellos hablarían. Que
los fariseos y los escribas sean totalmente incrédulos y blasfemos, y que estén
dispuestos a apartar a todos de Cristo, — que así fuera ahora; pero la muerte
sucumbiría, la ceguera sería quitada, el habla sería dada a Israel, en un día
que se avecinaba. La confesión misma de la gente fue que nunca se había visto cosa semejante en Israel.
Permitan ustedes que yo repita que al aplicar así estos milagros de
nuestro Señor no estoy negando en absoluto la bienaventuranza de cualquier
parte de estos para un alma ahora. Pero esto no es motivo para demostrar que el
Señor no tiene una visión ulterior que no debiésemos olvidar. "Pero los
fariseos decían: Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios".
(Versículo 34). ¿Qué pudo ser peor que esto? ¿No fue ello, en cuanto a
principio, una blasfemia contra el Espíritu Santo? Tal es la forma que tomó ese
pecado en aquel entonces. Estaba allí el poder del Espíritu Santo que actuaba
en Cristo y a través de Él; y ellos atribuyeron este poder a Satanás. No pudo
haber nada más categórico que semejante hostilidad. Ellos No podían negar la
justicia del hombre, ni los hechos de la energía sobrehumana; pero podían
atribuir el poder que estaba enteramente por encima del hombre, no a Dios, sino
al adversario; y así lo hicieron. La ruina de ellos fue completa y definitiva.
¡Qué cosa había más terrible! Nada podía convencer a un hombre donde todas estas
evidencias y recursos
habían sido prodigados sobre él; y el final de todo fue que no sólo los ignorantes
sino los sabios, los religiosos, los fariseos que se enorgullecían de la ley,
la parte más selecta a los ojos del hombre de la nación escogida, — incluso
ellos dijeron, " Por el
príncipe de los demonios echa fuera los
demonios".
No se necesita nada más. El Señor podía enviar un testimonio a través de
otros; pero, en lo que concierne a Su ministerio, este estaba prácticamente
terminado. Inmediatamente después él envía a los doce; pero todo se reduce a lo
mismo. El Señor es totalmente rechazado, tal como vemos en Mateo 11. Y luego
Mateo 12 presenta el pronunciamiento final del juicio sobre esa generación. Ese
pecado del que habían sido culpables maduraría hasta convertirse en blasfemia
contra el Espíritu Santo, y no podía serles perdonado, ni en este siglo ni en
el venidero. La consecuencia es que el Señor se aparta de la raza incrédula e
introduce el reino de los cielos, en conexión con el cual nos presenta todas
las parábolas en Mateo 13. Él asume el lugar de un sembrador que ya no busca
recoger fruto de Israel, y Él mismo aborda la nueva obra en este mundo que
estaba a punto de emprender, — obra que todavía lleva a cabo hasta el momento
actual, aunque ahora por medio de otros. De modo que la hermosura de toda esta
disposición del Evangelio de Mateo no puede ser superada, aunque los otros Evangelios
son, para sus propios objetivos, igualmente perfectos. Cada uno de ellos
presenta los hechos de la historia de nuestro Señor como para dar una clara
visión de la persona o del servicio de Cristo, con los resultados de la
exhibición de ellos; y nosotros debiésemos entenderlos todos.
Que el Señor conceda que el efecto de considerar estas cosas sea, no
sólo que conozcamos las Escrituras, ¡sino que conozcamos mejor a Jesús! Esto es
lo que más tenemos que cultivar, — a saber, que podamos entender los modos de
obrar de Dios, los maravillosos procederes de Su amor, todos ellos expresados
en Jesús.
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta sección:
VM = Versión Moderna, traducción
de 1893 de H. B.
Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 10
Al final del capítulo anterior nuestro Señor, al ver las ovejas perdidas
de la casa de Israel, habla de ellas con profunda compasión como ovejas sin pastor.
Había salido a relucir lo que los fariseos eran realmente: nada más de lo que
Él conocía antes; pero las circunstancias del completo rechazo por parte de
ellos a Él mismo, y el aborrecimiento de ellos, saliendo a la luz cada vez más
decididamente, sacaron a relucir ante Su espíritu aquello a lo que estaban
expuestas las ovejas de Dios. Si el espíritu de ellos era implacable contra
Aquel en quien no había pecado, Aquel que era el propio Hijo de Dios, el Pastor
de Israel, ¡cuál no debía ser la triste porción de aquellos que tenían
debilidades y fracasos que los exponían a la malicia de aquellos que no se
preocupaban por ellas aduciendo el nombre de Dios, de los que tendrían el ojo
más agudo y suspicaz para todo lo débil y necio acerca de ellas! Recordemos
siempre la gracia del Señor, recordemos que incluso aquello que es humillante
en nosotros atrae nada más que Su compasión. Yo no estoy hablando ahora del
pecado sino de lo que es débil; porque debilidades y pecados son dos cosas
diferentes. No queremos la compasión del Señor con el mal. El Señor padeció y
murió por nuestro pecado. Pero queremos compasión para con nosotros en nuestra
ignorancia, debilidad, temblor, propensión a las ansiedades, preocupaciones,
tribulaciones: queremos compasión en todas estas cosas que nos hacen padecer
aquí; y el Señor la tiene plenamente con nosotros. Este fue también el caso con
Israel. Inconscientes como ellos eran de su miserable condición, Jesús insta a
los discípulos, en el amor de Su propio corazón, que rueguen al Señor de la
mies para que envíe obreros a Su mies. Era Su mies y sólo Sus obreros podían
recogerla. Pero, inmediatamente después, — y esto es notable, — Él muestra que Él
mismo es el Señor de la mies; y Él envía obreros. El capítulo que sigue a
continuación ilustra esto y pone de manifiesto el ámbito de Mateo, el cual Le
retrata como Aquel que va a salvar a Su pueblo de sus pecados, — Emanuel, Dios
con nosotros. Presten ustedes atención a las circunstancias. Esto tiene lugar
tras Su rechazo por parte de Israel. Su propio ministerio, lleno de gracia y de
poder, ya lo hemos visto plenamente exhibido y terminando con la total
indiferencia de Israel y el aborrecimiento de los líderes religiosos. Mateo 8
nos presenta el pueblo, y Mateo 9 sus guías, manifestándose ellos mismos así
por separado.
Ahora bien, el capítulo 10 muestra que Jesús, como Señor de la mies,
envía obreros, y esto también con plena autoridad y poder dados a ellos. Pero,
observen ustedes que ello es aún en conexión especial con Israel; y el Señor es
consciente desde el principio del rechazo por parte de Israel. Mientras tanto
es una misión judía de los doce apóstoles judíos a las ovejas perdidas de la
casa de Israel. Yo entiendo esto de manera muy literal y no como si ello fuese
dicho a la Iglesia, de la que nunca se habla como ovejas perdidas; pero las
ovejas de Israel en su condición de desolación son descritas así muy
acertadamente. Antes de que la Iglesia sea reunida, lo que necesitamos es un
Salvador. Nosotros, los gentiles, no éramos en absoluto ovejas, sino perros,
desde el punto de vista de nuestro evangelista. (Véase Mateo 15). Y después de
haber sido introducidos en la Iglesia, nosotros no somos, ni podemos ser,
ovejas perdidas. Mientras que se habla de estos pobres del rebaño como ovejas perdidas
de la casa de Israel. Porque hasta ese momento no había sido llevada a cabo la
obra por la cual ellos podían ser puestos en la posición conocida de salvación.
Además, cuando nuestro Señor los envía, se dice: "Entonces llamando
a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que
los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia".
(Versículo 1). Esta fue la misión de ellos de manera peculiar. Ni una palabra
es dicha acerca de la predicación de lo que llamamos el evangelio, o la
enseñanza de todo el consejo de Dios; sino que ellos debían ir con el poder
mesiánico contra Satanás y las enfermedades corporales como testimonio a
Israel. Debían dar a conocer el reino de los cielos. Nuestro Señor dijo,
"Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado".
(Versículo 7). Pero el gran rasgo característico de la misión fue conferirles
poder contra demonios y enfermedades. La pertinencia de esto en relación con
Israel es manifiesta. Ello fue una brillante evidencia de que el verdadero Rey,
Jehová, estaba allí, quien no sólo podía expulsar demonios sino conferir ese
poder a Sus siervos. ¿Quién sino el Rey, Jehová de los ejércitos, podía hacer
esto? Fue un testimonio mucho mayor que si el poder hubiera estado limitado a
Su persona. La capacidad de impartir poder a otros (que fue lo que Simón el
Mago, esperando beneficiarse de ello codiciaba tan fervientemente) Dios muestra
aquí que está en Su Hijo. Ahora bien, los siervos debían ser enviados y en el
debido orden, — doce de ellos, en relación con las doce tribus de la casa de
Israel. Después encontramos la promesa de que ellos se sentarán "sobre
doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel". Mateo 19: 28). Por
lo tanto, no hay duda de que se trató de una misión judía. Cuando la Iglesia
fue llamada, Dios interfirió en el mero orden judío llamando a un apóstol
extraordinario teniendo en especial perspectiva a los gentiles, — uno que fue
llamado después de que Cristo hubo muerto y resucitado, y hubo asumido Su lugar
a la diestra de Dios. Entonces entró esta nueva obra en el llamamiento de la
Iglesia, y el apóstol Pablo se convirtió en el ministro característico de la
Iglesia, aunque los doce también tuvieron su lugar. Pero, en este momento los
doce apóstoles iban a ser (lo que Pablo no fue) los ministros para Israel en
testimonio del reino de los cielos. Porque, observen ustedes que a ellos se les
dio el más estricto mandato de que no debían salir de los límites de Israel; ni
siquiera debían visitar a los samaritanos, ni entrar en ciudades de gentiles.
La ocupación de ellos fue únicamente con las ovejas perdidas de la casa de
Israel: una demostración positiva de que ello se refiere a aquellos de los
judíos que tenían conciencia de pecado y que estaban dispuestos a recibir el
testimonio del Mesías verdadero. Ellos se tenían que ocupar exclusivamente de
ellos. Ello es aún más notable porque en este Evangelio se nos dice que después
que Él murió y resucitó el Señor los envió a los gentiles; pero además, ello
fue en el terreno evidente de que Su muerte había entrado. "Yo, si fuere
levantado… a todos atraeré a mí mismo". (Juan 12: 32). Cristo en la cruz
se convierte en el centro de atracción para el hombre, así como en el
fundamento de todos los consejos de Dios. Ahora bien, en este caso no tenemos
nada de eso. La muerte del Señor ni siquiera es mencionada. Su rechazo es
sacado a relucir pero nada se dice acerca de la edificación de una nueva
estructura, — la Iglesia. Hubo que esperar a que se produjera un rechazo adicional
antes de que esto pudiera ser revelado como en Mateo 16.
Pero aquí el Señor Jesús envía a los doce y les da instrucciones
diciendo: "Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no
entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de
la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha
acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera
demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. No os proveáis de oro, ni
plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos
túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su
alimento". (Versículos 5-10). Es decir, ellos debían ir tal como estaban,
con la ropa que tenían encima, con el calzado que calzaban entonces sus pies.
No debían proveerse de nada, ni almacenar nada como medio de subsistencia
durante su misión. Esta no es una norma universal para los siervos de Dios en
todo momento. Fue una misión peculiar, para un tiempo especial, y con referencia
a Israel solamente. No era el evangelio de la gracia de Dios, sino el evangelio
del reino. Los dos van juntos ahora; pero en aquel entonces no era así. Israel
no recibió el testimonio del reino; se produce un cambio total y el reino de
los cielos, como establecido exteriormente, queda en suspenso. El llamamiento
de Dios ahora a los gentiles entra como un vasto paréntesis entre este mensaje
a las ovejas perdidas de Israel y su pleno cumplimiento en los días postreros.
Todo lo que el Señor manda debe cumplirse, pero nada se cumple perfectamente
hasta que el Señor lo toma todo en Sus manos.
Todo aquello de lo cual Cristo en breve va a tomar posesión en poder y
gloria es confiado primero al hombre. Pero el hombre fracasa en todas partes,
Israel como nación se arruina, la Iglesia se ha vuelto mundana y dispersa. Sin
embargo, todo será para alabanza de Cristo mismo. Por tanto, con independencia
de lo que ustedes consideren en los modos de obrar de Dios, como norma general,
primero es presentado el hombre; ello es hecho descansar sobre él para ver si
puede cargar con la responsabilidad y la gloria; y él no puede. Pero todo
aquello en lo que el hombre ha fracasado está destinado a descansar sobre los
hombros de Cristo en el día de gloria, y todo llegará entonces a la perfección,
y resplandecerá con un resplandor más que prístino, y redundará en Su gloria.
Los doce fueron enviados en esta misión y fueron instruidos a depender
sólo de Cristo. Él proveería para ellos. Ellos debían anunciar el reino de los
cielos; y Él, el Rey, se haría cargo de todo. Debían ir con la más plena
confianza en Él. Ahora bien, aunque Sus siervos no han de recurrir al mundo, ni
utilizar medios humanos para tener influencia sobre los santos, y aunque pueden
recurrir con confianza a Dios para que provea para ellos, a ellos no se los
coloca en las mismas circunstancias que estos discípulos. La diferencia está
señalada enfáticamente. Tomen ustedes, por ejemplo, un mandato como éste:
"En cualquier
ciudad o aldea donde entréis,
informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis".
(Versículo 11). Un hombre que sale ahora con el evangelio, ¿ha de preguntar
quién es digno? Él busca a los indignos. Pero esta era una misión a Israel; y
Jehová quería a los íntegros que estaban en la tierra, a aquellos cuyos
corazones realmente deseaban al Mesías. "Y al entrar en la casa,
saludadla. Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no
fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros". (Versículos 12, 13). Este
no es, en absoluto, el proceder del evangelio ahora. Por el contrario, es paz
con Dios lo que el siervo de Cristo está habilitado para proclamar a los
enemigos de Cristo. La orientación directa del evangelio es hacia aquellos que
están en miseria, — los viles y descorazonados; porque el evangelio es la
plenitud de la gracia de Dios para el hombre que no tiene absolutamente nada
que dar a Dios. Si ellos están más que quebrantados, sienten que son totalmente
ineptos para Dios, y que Dios ha proporcionado un Salvador tal como lo declara
Su palabra, entonces nunca podemos confiar en Él demasiado plenamente ni demasiado
sencillamente. La esencia del
evangelio es esta: Que Dios no me pide dar, sino recibir. Este es el
evangelio de Dios, — el evangelio de Su Hijo; pero aquí, en Mateo, es el
evangelio del reino. Ustedes encontrarán constantemente esta frase en Mateo.
Este evangelio está dirigido a los que son dignos. Si la casa fuera digna, la
paz del mensajero viene sobre ella; y si no, vuelve. "Y si alguno no os
recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y
sacudid el polvo de vuestros pies", — el juicio sería sobre ellos.
"De cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo
para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad", — sólo
porque tenían a los mensajeros del reino viniendo a ellos con un mensaje de
gracia, y ellos no los recibieron.
A partir del versículo 16 el Señor les advierte de las circunstancias en
las que el evangelio iba a ser predicado. "He aquí, yo os envío como a
ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos
como palomas". Es decir, Él llama a tener prudencia, prudencia celestial.
Debía haber una santidad total en el objetivo y en el carácter de la prudencia,
y estar libre de cualquier acusación justa de ser perjudicial para los hombres.
"Guardaos de los hombres", — «no
supongáis que, aunque salgáis con amor en vuestros corazones, no os
encontraréis con lobos». A los
judíos se les insinúa claramente. "Guardaos de los hombres, porque os
entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante
gobernadores y reyes". Aunque los judíos odiaban el yugo gentil, ellos
estarían muy dispuestos a invocar la autoridad gentil cuando se tratara de los
seguidores de Cristo. Los judíos los arrastrarían ante reyes y gobernadores
gentiles, aborrecidos como ellos lo eran. Pero nuestro Señor añade esta palabra
de gracia: "por causa de mí, para testimonio a ellos y a los
gentiles".
Dios vuelve así las armas del adversario contra él mismo.
"Ciertamente la ira del hombre te alabará; Tú reprimirás el resto de las
iras". (Salmo 76: 10. Uno no puede dejar de sentir que una verdad como
ésta, aunque tiene una aplicación especial para los apóstoles saliendo en esta
misión, ciertamente permanece para nosotros. "Mas cuando os entreguen, no
os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo
que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu
de vuestro Padre que habla en vosotros". Al mismo tiempo, Él los prepara
para la conducta más despiadada hacia ellos, incluso de parientes. El hermano
conocería las prácticas de su hermano, el padre sabría todo sobre el hijo, y el
hijo sobre el padre: todo esto se volvería contra los siervos de Cristo. "Seréis
aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin,
éste será salvo". (Versículos 19-22). "Cuando os persigan en esta
ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer
todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre", o como
dice el margen de la Biblia Inglesa, "hasta que venga el Hijo del
Hombre", — una notable declaración. Ella recuerda la expresión que utilicé
antes, la Iglesia es un gran paréntesis. La misión de los apóstoles cesó
abruptamente con la muerte de Cristo. Ellos todavía la llevaron a cabo durante
un tiempo, pero terminó completamente con la destrucción de Jerusalén: todo
terminó por el momento, pero no para siempre. El llamamiento de la Iglesia
comenzó entonces; y cuando el Señor haya sacado a la Iglesia del mundo al
cielo, Dios volverá a levantar testigos del Mesías en la tierra, cuando el
judío se convertirá. Dios ha declarado que Él daría Su tierra a Su pueblo, y
así lo hará, porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios.
(Romanos 11: 29). La fidelidad de Dios está involucrada en ello, para que el
pueblo judío sea restaurado a Su tierra cuando la plenitud de los gentiles haya
entrado. El llamamiento de la plenitud de los gentiles es el paréntesis que está
ocurriendo ahora. Cuando esto termine el Señor reanudará Sus vínculos con
Israel. Ellos volverán a la tierra en incredulidad. El testimonio del reino,
que fue iniciado en el tiempo de nuestro Señor por los apóstoles, será
reanudado hasta que venga el Hijo del Hombre. Entonces "Enviará el Hijo
del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de
tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego:…
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre".
(Mateo 13: 41-43). El Señor llevará a cabo plenamente en aquel día lo que fue
encomendado al hombre y que fue arruinado por la mano débil o inicua del
hombre. Entonces, todo lo que esté bajo el Renuevo de Israel será glorioso. Yo
concibo que esto es lo que va acompañado de la notable expresión de que ellos
no acabarían de recorrer las ciudades de Israel hasta que viniera el Hijo del
Hombre. Todo el período en que el Señor se apartó para llamar a entrar a los
gentiles es pasado en silencio. Él habla de lo que estaba saliendo a la luz en
aquel entonces, y de lo que sería reanudado en Israel, — pasando por alto lo
que mientras tanto se está llevando a cabo.
En la última parte del capítulo el Señor presenta dulces motivos para
animarlos. "El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su
señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si
al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?
(Versículos 24, 25).
Él estaba demostrando esto ahora, y ellos tendrían que sentirlo en su
momento. "Así que, no los temáis". El primer motivo para no temer es:
«yo he atravesado la misma senda; no tengáis
miedo». "No los temáis…
porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no
haya de saberse". Tanto como decir: «Si no
entendéis ahora las razones y motivos de la incredulidad de la gente, los
entenderéis otro día. Todo el que conoce la verdad y no la sigue debe sentir
aversión por los que la siguen. Tal como fue conmigo, así será con vosotros:
pero no os alarméis. Estad llenos de valor y perseverad en el testimonio.» "Lo que os
digo en tinieblas, decidlo en
la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas". (Versículo
27). Él los anima a la mayor franqueza y audacia. La segunda amonestación en
cuanto a no temer es en otro terreno: ¿Y qué daño pueden ellos hacer? «Ellos no pueden tocar el alma;
ni siquiera
pueden tocar el cuerpo, a menos que vuestro Padre celestial lo permita.» "Y no temáis
a los que matan el cuerpo,
mas el alma no pueden matar". «Ellos no
pueden dañarte.» No hay
nada que un creyente tenga que temer excepto lamentarse y pecar contra Dios.
Por lo tanto, él añade inmediatamente: "Temed más bien a aquel que puede
destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Una cosa temible está ante
los enemigos de Dios, — a saber, ¡la destrucción del alma y del cuerpo en el
infierno!
"¿No se venden dos pajarillos (en griego: gorrión común) por un cuarto? Con todo,
ni uno de ellos cae
a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados.
Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos".
(Versículos 29-31). El cuidado especial, minucioso, de nuestro Padre por Sus
hijos se extrae de esto, que el gorrión mismo, aunque es un ave tan despreciada
y trivial entre los hombres, aun así no puede caer a tierra "sin vuestro
Padre". Él podría haber dicho, 'sin Dios'; pero dijo, "vuestro Padre",
— el amor de un padre se preocupa por sus hijos.
Desde el versículo 32 hasta el final del capítulo tenemos la importancia
de confesar a Cristo, y los efectos de ello en este mundo. El primer gran
principio es éste, "A cualquiera, pues, que me confiese delante de los
hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y
a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante
de mi Padre que está en los cielos". Nosotros hemos tenido el cuidado del
Padre; ahora tenemos la confesión del Hijo en la actualidad. El cuidado del
Padre lo conocemos en la tierra con independencia de cuál sea la prueba. La
confesión del Hijo acerca de nosotros
será en el cielo, cuando toda la escena de la prueba haya terminado.
Luego Él les advierte que el resultado del testimonio de ellos puede ser
muy doloroso, — hogares en desacuerdo, miembros de una familia discrepando unos
de otros. No se sorprendan. "No penséis", dice Él, "que he
venido para traer paz a la tierra". Nosotros sabemos que el Señor siempre
puede darnos paz, ¡por supuesto!: pero Él habla aquí del ingreso de Su
testimonio, por medio de Sus discípulos, en un mundo que Le aborrece. Entonces,
inevitablemente los dos principios entran en colisión. No es que Él desee
la confusión, sino que ello es el efecto natural de que el conocimiento de
Cristo entre en una casa donde algunos de sus miembros Le rechazan.
Como es en el mundo, así es en el hogar. Hay quienes creen y quienes no
creen. "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido
para traer paz, sino espada". No sueñen ustedes que todo va a ser
triunfante. Viene el día en que el Señor hará que la paz fluya como un río;
pero ese no es el resultado de Su primera venida. Ahora es la enseña de la
guerra debido a la oposición que la incredulidad siempre crea contra la verdad.
"Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la
hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre
serán los de su casa". El Señor se enfrenta audazmente al caso. «Yo he venido a introducir
Mi principio, y ello
coloca al hijo contra el padre.» Ahora
bien, esto se convierte en una de nuestras pruebas más severas, — a saber, el
efecto que el testimonio de Dios tiene sobre las familias. Las personas hablan
de familias que se rompen y de parientes que
se desunen. El Señor utiliza ya las mismas palabras y nos fortalece para
ello. "El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que
ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y
sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el
que pierde su vida por causa de mí, la hallará". (Versículos 37-39). Él
muestra que Su venida traería lo contrario a una senda de tranquilidad en este
mundo. Efectivamente, nosotros debemos decidirnos a sufrir la prueba, el
rechazo y la burla. Pero, luego Él añade el otro aspecto: leemos, "El que
a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me
envió". Habría quienes recibirían así como quienes rechazarían. "El
que recibe a un profeta por cuanto es profeta", si sabía que él era un
siervo de Dios, y lo recibía como tal frente a la vergüenza y la burla, tendría
la misma recompensa que un profeta mismo. "El que recibe a un justo por
cuanto es justo", — otras personas podrían llamarlo injusto, pero él lo
recibe, no como un simple hombre o amigo, sino como un justo, y él
"recompensa de justo recibirá". Él demuestra que Su propio corazón es
justo para con Dios. Nosotros mostramos nuestro verdadero estado de alma
mediante la opinión que pronunciamos. Suponiendo que yo hablo o actúo injustificadamente
contra un hombre bueno que cumple con su deber, yo muestro que no estoy con
Dios en esa cosa en particular. Por otra parte, si yo tengo fe para discernir
lo que es de Dios, y asumir mi parte con él ante la deserción general,
verdaderamente, soy feliz. Sólo Dios permite a un hombre hacer eso. Nosotros
mostramos dónde está nuestro corazón por medio de nuestros juicios y conducta
hacia los demás.
"Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría
solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su
recompensa". (Versículo 42). Ello sería la evidencia de que el Espíritu
estaba actuando en su alma, — su corazón extendido en misericordia y compasión
hacia los que son de Dios en este mundo. De ninguna manera él perdería su
recompensa. Se trata de la conducta externa que brota del principio interno. En
todos estos casos se trata claramente de la misión judía de estos discípulos.
Yo creo que así obtenemos el verdadero carácter del capítulo y el lugar que
ocupa en este Evangelio.
El asunto en perspectiva de todo este capítulo es el Señor, como Señor
de la mies, no sólo pidiéndoles que oren para que obreros sean enviados a la
mies (Mateo 9: 38), sino que Él mismo se anticipa a la oración. "Antes que
clamen, responderé yo" (Isaías 65: 24); y el Señor está actuando en el
espíritu mismo de lo que será plenamente cierto en los días postreros.
Él mismo está enviando obreros.
En Lucas 22: 35, refiriéndose a esta misma misión, el Señor pregunta:
"Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo?
Ellos dijeron: Nada". Entonces el Señor les dice ahora que se provean de
bolsa, alforja y espada: lo mismo que antes no debían hacer debían hacerlo a
partir de ese momento. El Señor abroga lo que había ordenado antes en lo que
respecta a las circunstancias especiales. Su benignidad y amor para con ellos,
y el hecho de que ellos anduvieran en sabiduría e inocuidad, permanecerían;
pero el carácter peculiar de esta misión terminó con la muerte de Cristo. Yo
concibo que ella será reanudada por otros en un día futuro, pero los discípulos
realmente enviados pronto iban a ser llamados a una nueva obra fundamentada en
la redención y en la resurrección de nuestro Señor.
Mateo 11
El capítulo al que hemos llegado está lleno de interés e importancia,
especialmente porque es una especie de transición. Lo que brinda la ocasión
para que el Espíritu de Dios saque a
la luz esta transición desde el testimonio a Israel al nuevo orden de cosas que
el Señor estaba punto de introducir, es que Juan el Bautista, en la cárcel
debido a su propio rechazo, es encontrado en ejercicio en cuanto a la fe y la
paciencia personales. Mientras cumplía su cargo profético nadie podía ser más
inquebrantable que Juan en su testimonio de Cristo. Pero puede haber momentos
en los que la fe es puesta completamente a prueba, y cuando el hombre más
fuerte puede conocer lo que es estar derribado, pero no destruido.
Ciertamente este fue el caso con respecto a Juan el Bautista. No fueron
solamente sus discípulos los que tropezaron por estar él en la cárcel. Los
incrédulos preguntan ahora: «Si la
Escritura es la verdad, ¿cómo es que la gente no la recibe? ¿Por qué no es
difundida más ampliamente? etcétera».
Nosotros sabemos que al principio decenas de miles confesaron y
siguieron el nombre de Jesús en una sola ciudad; y el peso moral fue grande,
pues andaban deslumbrando al mundo. (Hechos 2: 43). Sabemos, también, cuán
lejos y ampliamente se ha difundido el poder del cristianismo: aun así, la gran
dificultad vuelve a surgir, y encontramos que lo que obra en la mente de un
escéptico puede ser encontrado más o menos inquietante por el creyente, porque
la naturaleza caída está todavía en el creyente; y lo que la Escritura llama,
"la carne", es siempre una cosa incrédula. Por eso sucedió que,
bienaventurado como era Juan el Bautista, él envió a sus discípulos con la
pregunta: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?"
Parece que interrogantes pasaron por su mente y que faltaba una confirmación de
la fe. Incluso un profeta no está más allá del asalto de Satanás. Y aquí
tenemos a este hombre favorecido y por lo demás fiel, formulando semejante
pregunta, justo lo último que nosotros podríamos haber esperado. En lugar de
responder con la confianza de la fe a la pregunta de sus discípulos, si ella
era tal, Juan envía a algunos de ellos a Jesús, diciendo, "¿Eres tú aquel
que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y
haced saber a Juan las cosas que oís y veis… y bienaventurado es el que no
halle tropiezo en mí". Versículos 3-6).
La respuesta de nuestro Señor evidencia que no fueron solamente los
discípulos de Juan, sino que también él mismo fue sacudido. Estas son las dos
partes del ministerio de Cristo, — a saber, Sus palabras y Sus obras, "las
cosas que oís y veis"; la palabra tiene siempre el lugar más elevado;
siendo las obras lo que atraerían más bien los sentidos; mientras que la
palabra de Cristo es lo que trata con el corazón y la conciencia por medio del
Espíritu. Ellos debían ir a contar a Juan lo que habían oído y visto; y en ello
tenemos lo que el Antiguo Testamento había predicho como señales y efectos del
poder del Mesías. Yo no creo que tenemos ningún caso de sanidad de ciegos antes
de que Cristo viniera. Ello era un milagro que según la tradición judía estaba
reservado para el Hijo de David. Él era Aquel que según Isaías 35 iba a abrir
los ojos de los ciegos. El Señor coloca a los ciegos recibiendo la vista como
el primer milagro externo para indicar que Él era realmente el Cristo que había
de venir; y por último, pero no por ello menos importante es que, "a los
pobres es anunciado el evangelio". ¿Qué es ello sino un testimonio de la
superabundante y tierna misericordia de Dios que, si bien el evangelio está
destinado a todos, está especialmente adaptado a los que conocen la miseria, la
prueba y el desprecio en un mundo egoísta? El Señor añade, "Bienaventurado
es el que no halle tropiezo en mí". Qué palabra de advertencia. Un hombre
enviado por Dios como testigo para que todos crean en Cristo; y cuando este mismo
hombre es puesto rigorosamente a prueba, el Señor tiene que dar testimonio de
él en lugar de que él dé testimonio del Señor. Cuán constantemente nosotros
vemos al hombre quebrantándose cuando es puesto a prueba; pero, qué cosa tan
bienaventurada es que tengamos a semejante Dios al que acudir, si sólo se
cuenta con Él.
Pero, mientras estos mensajeros se iban, el Señor muestra Su tierna
compasión y Su tierna consideración por él, y comienza a reivindicar al mismo
Juan que había mostrado su debilidad bajo padecimiento y prolongada esperanza.
Él les pregunta, "¿Qué salisteis a ver al desierto?" Un criterio
superficial podría haber concluido que no se trataba más que de "una caña
sacudida por el viento" cuando Juan envió a los discípulos con su pregunta.
Pero no, el Señor no lo permite. Él mantiene la honra y la integridad de Juan.
Él ha enviado una pequeña reprensión a Juan en privado por medio de sus
discípulos; pero delante de las multitudes el Señor lo viste de honra. "¿O
qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas?" «Es en las cortes palaciegas
donde vosotros
buscáis la grandeza del mundo.» Leemos,
"He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes
están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta",
porque Juan tuvo un lugar y una honra peculiares que a ningún profeta se le
había asignado, — a saber, ser el precursor inmediato del Señor, el heraldo del
propio Mesías. Juan no sólo fue un profeta, sino que los profetas profetizaron
acerca de Juan; y el Señor dice de él, "De cierto os digo: Entre los que
nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista".
Pero presten ustedes atención a esta palabra, una palabra impactante en
este capítulo de transición, "Pero el más pequeño en el reino de los
cielos, mayor es que él". (Versículo 11). ¿Cuál es el significado? Al
decir, "Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que
Juan el Bautista", el Señor es exceptuado. Él está hablando de Juan, no
como comparado con Él mismo, sino con otros. Él era el mayor de los que nacen
de mujer; "pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que
él". Esto significa claramente que un nuevo orden de cosas comenzaba, en
el cual los privilegios que la gracia soberana de Dios conferiría serían tan
grandes que el más pequeño en la época que estaba a punto de comenzar sería
mayor que el más grande en todo el pasado. Es obvio que esto no es en cuanto a
algo en ellos mismos; pues la fe de un creyente débil ahora no es mayor que la
fe poderosa de un hombre en tiempos pasados; ni un alma pobre, ansiosa y
atribulada acerca de su aceptación está en un estado más saludable que aquellos
que podían regocijarse como Simeón en Dios el Salvador de ellos. (Véase Lucas
2: 25-32). Sin embargo, el Señor dice que el más grande de los que habían
pasado es menor que el más pequeño ahora.
"El reino de los cielos" nunca significa el cielo: se trata de
ideas así como de expresiones diferentes. "El reino de los cielos"
significa siempre aquello que si bien tiene su origen en el cielo, tiene su
ámbito en la tierra. Esta expresión puede ser aplicada, como a menudo se hace,
a lo que está sucediendo ahora; o como a veces, a lo que sucederá cuando el
Señor venga en gloria, y traiga Su gobierno en forma manifiesta para aplicarlo
en la tierra. Pero el reino de los cielos siempre supone que la tierra es el
escenario en el que los privilegios del cielo son dados a conocer.
El propio Señor Jesús se ve rechazado; pero Dios, en Sus soberanos
proceder y gracia, convierte el rechazo de Jesús en la introducción de una
bendición mucho mayor que si Jesús hubiera sido recibido. Suponiendo que el
Señor hubiera sido aceptado por el hombre cuando Él vino, Él habría bendecido
al hombre y lo habría mantenido vivo en la tierra: pues Él habría atado al
diablo y habría traído innumerables misericordias para la criatura en general.
No obstante, ¿qué habría sido todo eso sin la vindicación de Dios en cuanto al
asunto del pecado? Ni la gloria moral ni el amor supremo habrían sido mostrados
como ahora. Porque, ¿qué podía ser ello sino la energía divina impidiendo el
poder de Satanás?
Pero, la muerte de Cristo es, a la vez, la profundidad de la iniquidad
del hombre y la altura de la benignidad de Dios; porque en la cruz el uno
demostró su odio e iniquidad absolutos, el Otro, Su perfecto y santo amor. Fue
la injusticia del hombre lo que Le puso allí, — fue la gracia de Dios lo que Le
llevó allí; y Cristo resucitado de entre los muertos toma Su lugar como el
principio, Cabeza de una nueva creación, y lo exhibe en Su propia persona ahora
a la fe en los que creen; Él los sitúa en este lugar de bendición mientras
ellos están aún en este mundo luchando con el diablo; derrama el gozo de la
redención en sus corazones, y los llena de la certeza de que ellos han nacido
de Dios, — habiendo sido perdonados todos sus pecados, — y ellos sólo están
esperando que Él venga y corone la obra de Su amor, cuando ellos serán
resucitados de entre los muertos y transformados a Su gloria. Ello es verdad
para la fe ahora, y será verdad para la vista dentro de poco; pero es verdad
siempre desde el momento en que ello fue introducido. Comenzó con la ascensión
de Cristo al cielo y terminará con el descenso de Cristo de los cielos, cuando
Él introduzca este poder del reino en la tierra. Entonces, ¿qué tiene ahora el
más pequeño creyente? Consideren ustedes a santos de antaño. Juan el Bautista
descansaba en las promesas. Incluso él, bienaventurado como era, no podía
decir: «Mis pecados han sido
borrados, todas mis iniquidades han desaparecido.» Antes de la muerte y resurrección de Cristo
los santos podían mirar hacia adelante con gozo y decir: «¡Será realmente bienaventurado!» Ellos podían estar seguros de que ello era la
intención de Dios; pero no era una cosa consumada. Y después de todo, si
ustedes estuvieran en la cárcel sabrían la diferencia entre una promesa de
sacarlos y el hecho de la libertad cuando ustedes salen en buena lid. Esta es
justamente la diferencia. La obra expiatoria está hecha, y la consecuencia es
que todos los que creen tienen ahora derecho a decir: «El pecado ya no está sobre mí en la presencia
de Dios.» Y esto no sólo es cierto
para algunos cristianos en particular, sino que todo cristiano debería asumir
el lugar que Dios le da en Cristo. ¿Y cuál sería el resultado de esto? El
resultado sería que los cristianos no andarían con el mundo de la manera en que
ellos lo hacen.
Entonces, lo que yo encuentro en la palabra de Dios es esto: había una
nueva época a punto de comenzar, en la que el más pequeño es investido con
privilegios que el mayor no pudo poseer antes. Y esto es debido a que Dios
asigna un valor infinito a la muerte de Su Hijo. Dios asigna la mayor honra
posible a la muerte de Cristo.
Así como un soberano terrenal otorga una honra particular a una época de
especial gozo para él, aún más la fe puede esperar que Dios adhiera una gloria
peculiar a esa obra de Cristo por medio de la cual la redención ha sido
consumada, mediante la muerte y resurrección de Su Hijo.
Ahora bien, todo está hecho y Dios puede invitar almas,— no a olvidar
sus pecados, ni a apartar sus ojos de ellos; sino a considerarlos justa y
plenamente ante la cruz de Cristo, — Él las insta a decir, "la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". Sabiendo esto, debemos ver
cuán enteramente impositor es el lugar de un sacerdote ahora, — a saber, un
hombre puesto en una posición para acercarse a Dios por otros. Todo cristiano
es ahora un sacerdote. No todos los cristianos son ministros. Esto es otra
cosa. El ministerio y el sacerdocio, aunque a menudo se los confunde, son
completamente distintos y diferentes. Un privilegio dado por Dios ahora es que
cada creyente sea un sacerdote de Dios: es decir, él tiene derecho a acercarse
al Lugar Santísimo, el pecado habiendo ya sido juzgado, todas sus iniquidades
limpiadas, para que él pueda ser completamente feliz en la presencia de Dios
mientras está en la tierra. Todo esto es ahora sólo una parte de los
privilegios del más pequeño en el reino de los cielos. Y recuerden ustedes
esto, a saber, todas las grandes prerrogativas del cristianismo son privilegios
comunes. Un hombre puede predicar, y otro no; pero esto no dice nada acerca de
los privilegios del reino. Pablo, como siervo de Dios, tenía algo que otros no
tenían: una persona dotada podría predicar incluso sin vida divina en el alma.
Caifás pudo testificar, y también Balaam, y ambos pronunciaron cosas
verdaderas; y Pablo está dispuesto a ocupar ese lugar para mostrar que uno
podía predicar a otros, y sin embargo, si no tenía santidad, ser él mismo
eliminado. Pero esto no tiene nada que ver con las bendiciones de las que he
estado hablando como siendo la porción de los creyentes ahora.
Los privilegios del reino son ahora la herencia universal de la familia
de la fe; el más pequeño de ellos es mayor incluso que Juan el Bautista. Un
gran error de entendimiento ha sido mostrado en cuanto al significado de este
versículo. Se ha enseñado que el más pequeño en el reino de los cielos es, ¡el
propio Jesús!, — Jesús en Su humillación, obviamente, en Su ida a la cruz.
Pero, qué error de entendimiento del pensamiento de Dios es manifestado
mediante semejante comentario. Porque el reino de los cielos no había llegado
aún. Había sido predicado, pero no había sido establecido aún. Y Jesús, lejos
de ser "el más pequeño" en aquel reino, Él mismo era el Rey; de modo
que sería peyorativo para Su persona incluso llamarle el mayor, por no hablar
de, "el más pequeño", en el reino. Sería una falta de reverencia así
como de entendimiento decir que Él estaba en el reino en absoluto. Sería más
cierto decir que el reino estaba en Él, tanto moralmente como en divino poder.
Él dice a los judíos, "Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los
demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios". (Mateo 12:
28). El reino había llegado en Su persona: siendo Él el Rey, y teniendo el
poder del mismo. Pero, si ustedes consideran "el reino de los cielos"
como un estado de cosas introducido en este mundo, Cristo tuvo que ascender
primero al cielo, — como un Rey rechazado, sin duda, pero aún así como tal para
sentarse a la diestra de Dios, — y el reino de los cielos comenzó
inmediatamente. En realidad, el reino no fue establecido hasta que Jesús
ascendió a lo alto. Comenzó en aquel momento, primero espiritualmente, ya que
en breve resplandecerá en poder y gloria. Por lo tanto, es evidente que en este
capítulo nos encontramos en los límites de la dispensación pasada, y de la
época que estaba a punto de comenzar. Juan el Bautista está en la escena como
el último y mayor testigo de la dispensación que estaba finalizando. Elías
había de venir; y esto podría haberse cumplido en la persona de Juan el
Bautista. Juan estuvo haciendo la obra moral que estaba asociada a la misión de
Elías: preparar el camino del Señor. (Mateo 3: 3; Isaías 40: 3). Yo no digo que
Elías no pueda venir otro día, pero Juan fue el testimonio en aquel entonces
del servicio de Elías. Él había venido "con el espíritu y el poder de
Elías" (Lucas 1: 5-17); y tal como dice nuestro Señor un poco después,
"Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de
venir". (Mateo 11: 14). Él era eso para la fe. Al igual que el reino de
los cielos ahora, ello es un testimonio rendido al reino futuro cuando sea
exhibido en poder y gloria. Juan era para la fe en aquel entonces lo que Elías
será en poco tiempo más. El reino de los cielos es ahora para la fe lo que el
reino de los cielos será para la vista después de esto. El Señor insinúa que
está por llegar una época de la fe, época cuando las promesas no se iban a
cumplir literalmente.
Pero, cuando Juan el Bautista fue arrojado a la cárcel (una tremenda
prueba para un judío que lo consideraba como un gran profeta para preludiar al
Mesías en visible majestad), así Él dice aquí: "El que tiene oídos para
oír, oiga". Ello tiene que ser recibido por el oído atento de la fe. ¡Qué
extraordinario debió parecer a los discípulos que el precursor del Mesías
estuviera en la cárcel, y el propio Mesías clavado después en la cruz! Pero
antes de que llegue la gloria exterior la redención debe ser efectuada mediante
padecimiento. Por eso el menor que ahora tiene esta bendición de la fe, que
disfruta de estos asombrosos privilegios que el Espíritu Santo está sacando a
la luz como don de la gracia soberana de Dios, es mayor que Juan el Bautista.
Porque es Dios que hace, da y ordena. Es Su gozo, por medio de Cristo bendecir
al hombre que no tiene la menor pretensión en cuanto a Él. Y esa es Su obra
ahora. Pero, ¿cuál sería el efecto de esto entre los judíos? Nuestro Señor los
compara con personas caprichosas que no harían ni una cosa ni la otra. Si hay
gozo, ellos no empatizan con él ; tampoco con el dolor. Juan el Bautista les
entonó endechas, pero ellos no tenían corazón para ello. Luego vino Jesús,
ordenándoles, por así decirlo, que se regocijaran con las buenas nuevas de gran
gozo: pero no Le tomaron en consideración. No les agradó ninguno de los dos,
Juan era demasiado estricto, y el Señor Jesús demasiado benigno. No pudieron
soportar a ninguno. La verdad es que al hombre le desagrada Dios; y no hay
mayor prueba de su ignorancia acerca de sí mismo que el hecho de que él no lo
cree así. Independientemente de lo que pudieran alegar a manera de insulto
acerca de Juan el Bautista, o del propio Señor, "la sabiduría es
justificada por sus hijos".
Por consiguiente, el Señor muestra de qué manera la sabiduría es
vindicada, positiva y negativamente. Leemos, "Entonces comenzó a
reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros,
porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti,
Betsaida!... Y tú, Capernaúm, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades
serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido
hechos en ti…, etcétera". (Versículos 20-24). ¡Qué hay más solemne! Ellos rechazan
la voz de la sabiduría celestial; y ello debía resultar en un juicio más
implacable que el que hizo de Sodoma el monumento de la venganza de Dios.
¿Había algún lugar o ciudad en la tierra más favorecido que otro? Era
Capernaúm, ciudad donde la mayoría de Sus milagros fueron realizados; y sin
embargo, esta misma ciudad sería hecha descender al Hades. Ni siquiera la
especialmente depravada Sodoma había caído bajo una sentencia tan temible. El
Señor sólo visita en juicio cuando los medios y los llamamientos al
arrepentimiento se agotan; pero, cuando Él juzga, ¿quién podrá estar en pie?
Por lo tanto, la sabiduría sería vindicada, puedo decir, por aquellos que no
son sus hijos.
Pero después tenemos la parte positiva. "En aquel tiempo,
respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra". Desde el pronunciado, "Ay de ti", Jesús pudo cambiar y
decir: "Te alabo, Padre". No es que los acontecimientos registrados
aquí hayan tenido lugar juntos. Toda la escena de Juan el Bautista ocurrió mucho
antes de que el Señor aludiera a los sabios y entendidos rechazándole y a los
niños recibiéndole. El Evangelio de Lucas presenta ocasionalmente señales
precisas de tiempo, y muestra que la recepción por parte del Señor de los
mensajeros de Juan fue en un período temprano de Su ministerio, muy poco
después de la sanidad del siervo del centurión; mientras que Su alabanza al
Padre fue después del regreso de los setenta discípulos que fueron enviados en
testimonio final, lo cual no es mencionado en absoluto en Mateo. El Espíritu
Santo en nuestro Evangelio omite, en general, las meras sucesiones de tiempo, y
une acontecimientos separados para ilustrar la gran verdad que era Su objetivo
aquí, es decir, el Mesías verdadero, presentado con pruebas adecuadas a Israel,
pero rechazado; y esto se convirtió, por la gracia de Dios, en la ocasión de
mejores bendiciones que si el Señor hubiese sido recibido.
Y si bien el solemne espectáculo del creciente rechazo del hombre está
ante nosotros, Jesús dice: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la
tierra" (esperanzas no limitadas a la tierra ahora, sino Dios considerado
como Señor del cielo y de la tierra, —
soberano sobre todas las cosas), "porque escondiste estas cosas de
los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque
así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". El
trono de Israel puede serle denegado; los judíos pueden rechazarle, los líderes
despreciarle: todo esto puede ser pero, ¿cuál es el resultado? No meramente lo
que fue prometido a David o a Salomón, sino que "Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre". Surgen las preguntas, ¿Dónde fueron divulgados
anteriormente pensamientos como éstos? ¿En los Salmos, en los Profetas, o dónde
encuentran ustedes algo parecido a ellos? El Mesías rechazado es rechazado por
el hombre: Él se somete a ello. Ellos Le despojan de sus vestiduras de gloria
Mesiánica y, ¿qué sale a la luz? Él es el Hijo del Padre, el Hijo de Dios desde
toda la eternidad, la bendita Persona divina que podía mirar a lo alto y decir:
"Padre". Rechácenle ustedes en Su dignidad terrenal, y Él sólo
resplandece en Su dignidad celestial; desprécienle como hombre, y Él es Dios de
manera manifiesta.
"Y nadie
conoce al Hijo, sino el Padre, ni al
Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera
revelar". (versículo 27). Él está revelando al Padre ahora. No se trata
meramente de que Él vino a cumplir las promesas de Dios, sino que Él está
revelando al Padre, — llevando almas a un conocimiento más profundo de Dios del
que era posible antes. "Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar". Ello es gracia perfecta: ninguna
restricción; nada de colocar al judío en el primer puesto de honor. Pero,
"Venid a mí todos los que estáis trabajados", — judío o
gentil, ello no importa. ¿Te sientes miserable? ¿No encuentras consuelo?
"Venid a mí todos los que estáis trabajados… y yo os haré
descansar". Si el necesitado sólo
va a Él, ello es sin condición o calificación. En Juan tenemos: "Todo lo
que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera".
(Juan 6: 37). Esta es la demostración de la atracción del Padre: que yo vaya a
Jesús. En Juan es el Hijo del Padre; porque la gracia es encontrada siempre más
plena y gratuita donde el Hijo es sacado a relucir en toda Su gloria.
"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
fácil, y ligera mi carga". (Versículos 29, 30). La gracia no deja que los
hombres hagan lo que quieran, sino que capacita al corazón que la recibe para
desear la voluntad de Dios. Así, después de decir, "Yo os haré
descansar", nuestro Señor añade: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas". Presten atención a la diferencia. En el versículo 28
es: "Venid a mí… y yo os haré descansar", — se trata de pura gracia
para el alma que está en necesidad, sin nada más que traer sino sus pecados;
pero al decir: "Llevad mi yugo sobre vosotros… y hallaréis descanso para
vuestras almas", Él habla de sujeción a Él, y el resultado es encontrar
descanso para nuestras almas. Cuando el pecador acude en su miseria a Jesús, el
Salvador le da descanso, — "sin dinero y sin precio". (Véase Isaías
55). Pero, si esa alma no sigue en las sendas de Cristo, ella se vuelve
miserable, y pierde el consuelo que tuvo al principio. ¿Por qué? Porque dicha
alma no ha llevado el yugo de Cristo sobre sí. Los términos en los que el Señor
da descanso al pecador son: «Ven a mí,
tal como eres.» Los términos en los que el creyente encuentra descanso
son: «Lleva mi yugo sobre ti, y
aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón.» El Señor mantiene Su gobierno moral sobre Su
pueblo, y ellos están más perturbados que cualquiera, pues si no están sujetos
a Cristo; ellos no pueden disfrutar de Él ni del mundo. Si yo he hallado
semejante Salvador, y aun así no llevo Su yugo, Dios no tiene la intención de
que yo sea feliz. Todo lo demás es una felicidad falsa.
Mateo 12
Mateo 12 completa el retrato de la transición iniciado en el capítulo 11
y muestra que, delante de Dios, la crisis había llegado. El Señor podría seguir
siendo objeto de un rechazo aún más profundo, pero el espíritu que Le crucificó
ya se había manifestado claramente. En el centro de este capítulo tenemos la
advertencia del pecado imperdonable, no sólo contra el Mesías, sino contra el
Espíritu Santo que da testimonio del Mesías; y tenemos además el hecho de que
Israel como nación sería culpable de ese pecado, y por tanto, sería entregada
al poder de Satanás más allá del ejemplo en toda la triste historia de ellos.
De modo que el mal por medio del cual Dios había permitido que ellos fueran
llevados cautivos a Babilonia fue poco en comparación con la iniquidad de la
que ahora eran, en espíritu, culpables, y en la que estaban a punto de
hundirse. Esto trae la crisis que concluye el anuncio del reino a Israel; y el
capítulo 13 introduce una cosa nueva: el reino de los cielos a punto de
comenzar en su forma misteriosa actual debido al rechazo del Mesías.
Yo debo proceder ahora a mostrar hasta qué punto todos los incidentes de
este capítulo están en armonía con el pensamiento principal, — a saber, la
ruptura entre Cristo e Israel. Por consiguiente, el Espíritu Santo no se limita
aquí al mero orden de tiempo en que ocurrieron los acontecimientos. "En
aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos
tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer". (Versículo
1). No debemos suponer que, "En aquel tiempo", significa, «en aquel momento exacto.» Se trata de un término general que abarca
acontecimientos relacionados, aunque pudo haber meses entre ellos. No es como,
"al instante", o, "en seguida", o, «a la semana siguiente», etcétera.
Lo que de hecho se verificó debemos
deducirlo de los otros Evangelios. En Marcos encontramos que la escena de los
sembrados tuvo lugar al principio del ministerio de nuestro Señor. Así, en el
capítulo 2, en el día de reposo que siguió al llamamiento de Leví y al discurso
acerca del ayuno, se nos dice que Él pasó "por los sembrados".
Nosotros tenemos aquí este
incidente sacado completamente de su
conexión histórica. Marcos se
atiene al orden de los acontecimientos: pero Mateo se aparta de él para
presentar el gran cambio resultante del rechazo del Mesías por parte de Israel.
La palabra de congoja de nuestro Señor acerca de Corazín y Betsaida, y la
bienaventuranza de los que Le recibieron, no fueron pronunciadas antes, en
absoluto. Aquí se las reúne porque el objetivo del Espíritu Santo en Mateo es
mostrar este cambio. Por lo tanto, lo que demostraría el cambio es seleccionado
y reservado para este lugar.
En resumen, el Espíritu Santo nos está presentando un retrato histórico
aparte de la mera fecha en que los acontecimientos ocurrieron; y los
acontecimientos y discursos que ilustran la gran transición están todos
agrupados. Los discípulos iban por los sembrados, y comenzaron a arrancar
espigas y a comer, conforme a la libertad que les permitía la ley.
"Viéndolo los fariseos, le dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no
es lícito hacer en el día de reposo". Entonces nuestro Señor cita dos
incidentes: uno de ellos, un hecho constantemente recurrente entre los
sacerdotes; el otro, registrado acerca del rey más conspicuo de ellos, a saber,
David; y ambos demuestran el pecado y la ruina total de Israel. Cuál era el
estado de cosas cuando David se vio obligado a usar el pan de la proposición?
¿Acaso no fue porque el verdadero rey era un hombre despreciado y perseguido, —
porque el rey elegido por los corazones de ellos estaba allí? Lo mismo ocurría
ahora. El pecado de Israel profanó el pan sagrado. Dios no aceptaría nada como
santo de personas que vivían en pecado. Ningún ceremonial vale una espiga de
trigo si el corazón no honra a Cristo. ¿Por qué los discípulos se vieron
constreñidos a arrancar y comer las espigas? ¿Por qué los seguidores del
verdadero Rey se vieron constreñidos a tener hambre?
Además, "¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los
sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y son sin culpa?"
(Versículo 5). Los sacerdotes hacían un trabajo muy importante en aquel día.
Ofrecían sacrificios en aquel entonces porque había pecado; y el pecado del
pueblo exige lo que, según la letra de la ley, le parecería a un fariseo un
quebrantamiento de ella. No importa lo que la ley pueda exigir ordinariamente,
si hay pecado por parte del pueblo de Dios, el sacrificio no puede ser
diferido. Así, ya sea que ustedes tomen el caso particular del ungido del Señor
en el día de Saúl, o el servicio sacerdotal constante en el día de reposo, una
cosa explicaba todo el desorden, ya fuera el desorden real o aparente: Israel era
un pueblo pecador. Ellos habían permitido que el elegido del Señor fuera
perseguido en los montes cuando él estuvo allí; y uno mayor que David estaba
aquí. Y también en cuanto a los sacerdotes y su trabajo. Uno infinitamente
mayor que el templo estaba allí, — el Mesías mismo: ¿y cuál no era la
indiferencia, es más, la enemistad de ellos hacia Él?
Otro día de reposo era necesario para completar el boceto. Y el propio
Jesús obra ahora; y estas dos cosas son
unidas aquí. "Pasando de allí, vino a la sinagoga de ellos. Y he aquí
había allí uno que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder
acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?". El Señor aceptó el
desafío. "Él les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja,
y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano, y la
levante?" Por supuesto que ellos sacarían la pobre oveja del pozo porque
era su propia oveja. No tenían conciencia de hacer lo que les beneficiaba por
ser día de reposo. Y el Señor no los culpa sino que les insiste con esta
conclusión tan punzante, — "Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja?
Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo". En una
palabra, Él muestra mediante este segundo caso que Israel no sólo era un pueblo
culpable con respecto al verdadero Amado, sino que, si ellos conocieran su
propia condición, se reconocerían a sí mismos como el hombre con la mano seca,
en necesidad de Su gran poder. Él estaba allí en gracia para llevar a cabo toda
necesaria sanación. El Señor les insistió acerca de la pésima condición de
ellos. Toda la nación delante de Dios estaba moralmente tan seca como la mano
de aquel hombre físicamente; pero no estaba dispuesta, lamentablemente, a ser
sanada como él. "Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la
extendió, y le fue restaurada sana como la otra". (Versículo 13). ¿Por qué
está esto registrado aquí como habiendo ocurrido en el día de reposo, —
especialmente en conexión con el incidente de los sembrados? En el primer caso
el Señor demuestra la culpa de Israel en contraste con la santidad del día de
reposo; y en el segundo caso Él mismo se declara que está allí para obrar
restauración, incluso en el día de reposo. Se trata de un relato de suma
importancia porque el Señor está, por así decirlo, haciendo trizas la letra
externa del vínculo entre Él e Israel, del cual el día de reposo era una señal
especial.
Yo puedo comentar aquí que el primer día de la semana (Mateo 28: 1) (que
en nuestro calendario corresponde al día domingo), difiere esencialmente del
día de reposo, o día sábado; y en la Iglesia primitiva se tuvo un cuidado
escrupuloso de no confundir las dos cosas. El día de reposo y el primer día de
la semana son señales de verdades totalmente distintas. El primero debió su
origen a que Dios santificó Su reposo cuando la creación hubo terminado; y era
la señal de que cuando Dios finalizaría Sus obras habría un reposo santo para
el hombre. Luego el pecado entró y todo se arruinó. Nosotros no oímos una
palabra al respecto (al menos, directamente), hasta que un pueblo es llamado de
entre todos los demás para servir al Dios verdadero como Su nación escogida.
Nosotros hemos visto en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo, de qué
manera ellos fracasaron completamente; y ahora la única esperanza de tener un
verdadero día de reposo es cuando Cristo mismo lo introducirá. Cuando Adán
pecó, la muerte pasó a todos, y el reposo de la creación se interrumpió.
Después (conforme al tipo de Cristo en el maná, con el día de reposo
continuando), vino la ley, la cual tomó el día de reposo, lo incorporó a los
diez mandamientos y a los estatutos de Israel, y no solamente hizo de él un día
santificado, sino un día de mandamiento, el cual se les impuso como los otros
nueve mandamientos; un día en el que todo israelita no sólo estaba obligado a
abstenerse de trabajar, sino a dar reposo a todo lo que era suyo. No se trató
de un asunto acerca de un pueblo espiritual. Todo Israel estaba obligado a ello
y ellos compartían su reposo junto con su ganado. Por otra parte, nunca se oyó
acerca del primer día de la semana hasta que Cristo resucitó de entre los
muertos. De ahí surgió un orden de cosas enteramente nuevo. Cristo, el
principio, Cabeza de una nueva creación, resucitó de entre los muertos el
primer día de la semana. Así, aunque el viejo mundo continúa, el pecado está
aún en acción, y Satanás aún no ha sido atado, Dios ha obrado salvación, la
cual Él está dando a cada alma que cree. Estas almas reconocen que Cristo
resucitado es el Salvador de ellas y que, consecuentemente, tienen una nueva
vida en Él. Ellas son reunidas el primer día de la semana para reconocer esto,
y mucho más que esto. Ellas proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga.
(véase Hechos 20: 7; 1ª Corintios 11: 26 – VM).
Nada puede ser más claro en la Escritura si nuestro deseo es conocer y seguir
la palabra de Dios. Ya no era una cuestión acerca de si acaso las personas eran
judías o gentiles. ¿Eran ellos cristianos? ¿Tenían ellos a Cristo como vida y
Señor de ellos? Si ellos Le confesaban con gratitud, el primer día de la semana
era el día para ellos. Los cristianos que habían sido judíos siguieron
frecuentando la sinagoga en el día de reposo. Pero esto sólo muestra más
claramente que no se trató de un mero cambio de día. A los santos romanos el
apóstol les insiste en que el hombre que hacía caso del día, para el Señor
hacía caso, lo guardaba; y que el hombre que no hacía caso de dicho día, para
el Señor no hacía caso, no lo guardaba. ¿Se refería esto al primer día de la
semana? No, sino a los días y ayunos judíos. El apóstol nunca trataría el
primer día de la semana como un día opcional para ser guardado o no, como un
día optativo. Algunos de estos creyentes vieron que habían sido libertados de
la ley, y no hacían caso de las fiestas o ayunos judíos, no los guardaban. Los
gentiles, obviamente, no estaban bajo la ley en absoluto. Pero algunos, en todo
caso, de los creyentes judíos, todavía tenían conciencia acerca de las antiguas
fiestas, y de ellos habla el apóstol. El primer día de la semana nunca fue ni
será un día judío. Este día tiene su propio carácter estampado en él; y los cristianos,
aunque no están bajo la ley como los judíos con el día de reposo, están sin
embargo llamados por gracia a usarlo mucho más solemnemente para el Señor, como
aquello que los convoca a reunirse en el nombre de Jesús, en separación de este
mundo, conscientes de la redención y la justificación por medio de Su muerte y
resurrección. El primer día de la semana es un tipo de la bendición que tiene
el cristiano, aún por ser manifestada en la gloria. El mundo siempre lo
confunde, al igual que muchos cristianos, con el día de reposo. Uno oye a veces
a verdaderos creyentes, pero no instruidos, hablar del «sábado cristiano, o día de reposo cristiano.» Esto es, obviamente, porque ellos no ven que
han sido libertados de la ley, y no ven las consecuencias que emanan del hecho
de pertenecer ellos a Aquel que ha resucitado de entre los muertos. El apóstol
desarrolla estas verdades bienaventuradas.
Nuestro Señor trata aquí meramente con los judíos. A Sus discípulos no
se les impidió arrancar espigas en el día de reposo, como en otro de esos días
en que Él realizó públicamente un milagro en presencia de todos (dando así
ocasión a los fariseos que buscaban a uno contra Él). Es cierto que las obras
eran de misericordia y bondad; pero no había necesidad de ninguna de ellas si
no hubiera habido un propósito. Él pudo haber hablado sin hacer nada. Así
ocurrió con el ciego en el Evangelio de Juan. (véase Juan 9). Todo el lodo del
mundo no habría podido
curarlo sino por el poder de nuestro Señor. Su palabra habría sido suficiente;
pero Él mismo hace algo, y hace que el hombre haga algo más en el día de
reposo. Se nos dice expresamente, "Y era día de reposo cuando Jesús había
hecho el lodo, y le había abierto los ojos". (Juan 9: 14). El Señor estaba
quebrantando el sello del pacto entre Jehová e Israel. El día de reposo sellaba
ese vínculo, y ahora aquel día era en Israel más que inútil a los ojos de Dios
porque el pueblo que pretendía guardar el día de reposo tan cuidadosamente era
el más acérrimo enemigo de Su Hijo. Era totalmente falso someterle a Él al día
de reposo. El Hijo del Hombre era "Señor del día de reposo". Él asume
ese terreno confiadamente como se nos dice aquí (Mateo 12; 8), y el día de
reposo siguiente lleva a cabo este milagro. Los fariseos sintieron que ello era
un golpe de muerte para todo el sistema de ellos, y reunidos, "tuvieron
consejo contra Jesús para destruirle". Este fue el primer cónclave con el
propósito de darle muerte. Jesús, sabiéndolo, se apartó de allí, "y le
siguió mucha gente, y sanaba a todos", — un retrato de lo que Él haría
cuando Israel Le diera muerte. A partir de aquel momento, la gran obra iba a
ser entre los gentiles. El profeta Isaías es citado en relación con este suceso
para mostrar cuál era el carácter de nuestro Señor, y leemos, "He aquí mi
siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi
Espíritu sobre él, Y a los gentiles anunciará juicio. No contenderá, ni
voceará, Ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará, Y el
pábilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio. Y en su
nombre esperarán los gentiles". (Mateo 12: 18-21; Isaías 42: 1-4).
El Señor se alejaba de Israel; pero esto no es todo. Hay un testimonio
final antes de que Él pronuncie la sentencia sobre Israel: "Entonces fue
traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego
y mudo veía y hablaba". Esta era la condición en la que Israel estaba a
punto de estar, sin vista ni voz para Jesús; ello es la figura adecuada de la
condición de la nación, el Mesías no visto y Su alabanza no pronunciada en
medio de ellos. Y aquí está lo solemne. Los pobres, los ignorantes, toda la
gente podía clamar: "¿No es éste el Hijo de David?" (Mateo 12: 23 –
VM). Pero los fariseos oyéndolo, decían, "Este no echa fuera los demonios
sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. Sabiendo Jesús los pensamientos de
ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad
o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a
Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su
reino?", — Él condesciende a razonar con ellos. "Y si yo echo fuera los
demonios por
Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros
jueces. Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente
ha llegado a vosotros el reino de Dios. (Versículos 24-28). Pero ellos eran
mudos y ciegos. El hombre que se sometió a Jesús fue sanado; pero los fariseos
se confabulaban para matar al Hijo de David. El Señor les responde aún más. Les
dice que ahora había llegado el momento donde, "El que no está conmigo,
está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama". (Mateo 12:
30 – LBA). Todo dependía de estar y actuar con Él; y por consiguiente, nuestro Señor
añade: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la
blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada". (Versículo 31). El motivo
de ello fue esto, a saber: no
sólo el Hijo del Hombre estaba obrando estos milagros, sino que el poder del
Espíritu Santo estaba también allí. Aunque Jesús se sometiera a la humillación,
Él no podía dejar de afirmar la gloria de Dios. El Espíritu Santo estaba
produciendo estos poderosos hechos, y la incredulidad que rechazaba el
testimonio del Espíritu cuando Jesús estaba allí, sería aún más fuerte en
contra de dicho testimonio tras Su partida. Ellos demostrarían ser como sus
padres: "Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros
padres, así también vosotros". (Hechos 7: 51). ¿Y cuál sería la consecuencia?
Ellos serían culpables del pecado imperdonable, de rechazar (no sólo a Jesús
mismo, como hombre presentado aquí, sino) el poder del Espíritu Santo, ya sea
obrando en Él en aquel entonces, o ahora por medio de Él y para Él.
Es el rechazo
final al testimonio que el Espíritu da de Cristo. Ello era cierto cuando el
Señor estaba aquí, pero es aún más completo ahora que Él está en el cielo.
Ellos rechazaron a Cristo en la tierra y después que subió al cielo, cuando por
el poder del Espíritu Santo Su solo nombre hizo que los muertos resucitaran, y
así demostró aún más Su gloria de lo que había hecho personalmente cuando Él
estuvo aquí abajo. Los que se resistieron a semejante testimonio como éste
estaban evidentemente perdidos en la incredulidad y burlándose de Dios en la
persona de Su Hijo. Por eso
nuestro Señor declara que esta blasfemia es algo que nada puede cubrir. No es
la ignorancia lo que rechaza así a Cristo. Un hombre puede estar sin luz; y
cuando ella llega, él puede, por medio de la gracia, ser capacitado para
recibirle a Él. Pero aquel que rechaza todo testimonio divino, y hace que el
poder desplegado del Espíritu Santo sea la ocasión de mostrar su desprecio
contra Jesús, está evidentemente perdido para siempre: él lleva el sello inconfundible de la perdición sobre su frente. Este era
exactamente el pecado en que Israel estaba cayendo rápidamente. El Espíritu
Santo pudo ser enviado y realizar actos de poder aún mayores que los que el
propio Señor había hecho, pero ello no hizo ningún cambio en el corazón de
ellos. La incrédula raza blasfema de Israel no sería perdonada ni en esta
"época" ni en la venidera. Yo no insisto acerca de la palabra «dispensación»,
— la cual significa un cierto
curso de tiempo, gobernado por principios particulares; pero la idea es que ni
en esta época (αἰών, aión) ni en la venidera, podría
este pecado ser perdonado. Leemos, "A cualquiera que diga alguna palabra
contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que la diga contra el
Espíritu Santo, no le será perdonado ni en esta época ni en la venidera".
(Mateo 12: 32 – RV1977). La época venidera es aquella en que los hijos de
Israel van a estar bajo el gobierno del Mesías; ya que en aquel momento, y
desde el cautiverio Babilónico, ellos han estado bajo el gobierno de los
gentiles. Este pecado no debía ser perdonado ni en aquel momento ni lo será
entonces. En cuanto a toda otra iniquidad, existía todavía la esperanza de que
lo que no fuera perdonado ahora podría serlo cuando viniera el Mesías. Por
supuesto que hay un perdón ilimitado para toda alma que Le recibe; pero ellos
Le rechazaron y atribuyeron el poder del Espíritu que actuaba en Su persona a
Beelzebú; y esa blasfemia nunca sería perdonada. Ese era el peligro creciente
de Israel. Rechazando así al Mesías ellos están condenados. Ello fue rechazar
el testimonio del Espíritu Santo; y una nueva obra de Dios debía ser entonces
introducida.
Por eso el Señor declara
que ellos son una generación de víboras. "Por el fruto se conoce el
árbol". Se trataba de un árbol malo y Él no esperaba de él ningún fruto
bueno. Él añade, "¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo
malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del
buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro
saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa (yo supongo que
ello quiere decir, todo lo que delata desprecio hacia Dios) que hablen los
hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras
serás justificado, y por tus palabras serás condenado". (Mateo 12: 34-37).
En lo que Dios insiste es en el testimonio acerca de Jesús. Estas palabras
ociosas delatan el rechazo del corazón para con Jesús, y desprecian el
testimonio que el Espíritu Santo da de Él. "Por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado". Es con la boca que se
hace confesión para salvación (Romanos 10: 10); y las palabras que excluyen a
Jesús demuestran que el corazón prefiere su pecado a Él. Las palabras de la
boca evidencian el estado del corazón. Ellas son la expresión externa de los
sentimientos y muestran a un hombre en una forma así como su conducta lo hace
en otra. Si el corazón es malo, las palabras son malas, la conducta es mala:
por tanto, todo viene a juicio.
Después de esto los
fariseos piden una señal, y el Señor les da una muy significativa: pero, antes
de eso, Él pronuncia Su sentencia moral sobre la nación, leemos, "La
generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la
señal del profeta Jonás". (Versículo
39). ¿Cuál fue el rasgo especial de Jonás como profeta? ¿A quién
profetizó? Él fue enviado desde Israel a los gentiles; y, más que eso, antes de
que Jonás cumpliera con su mensaje correctamente, él debía pasar por la figura
de la muerte y la resurrección. Tan obstinado estuvo él en no ir a donde se le
ordenaba, que Jehová se encargó de que Jonás fuera arrojado desde la nave; y
entonces Él trató con él como con un muerto y llevó a cabo una gran obra en su
alma. Habiendo pasado Jonás por este tipo tan notable de muerte y resurrección,
él estuvo ahora preparado para el mensaje que Jehová le da. Esta es la señal
que el Señor expone ante los fariseos. Tal era el estado de la nación judía que
Él debía dejarlos e ir a los gentiles; y eso, también, después de la muerte y
resurrección en la realidad, cuando las esperanzas de Israel hubiesen perecido.
El Señor tiene reservada bendición para Israel en el futuro; pero por el
momento, todo está perdido para ellos. Ellos habían rechazado a su Señor. Dios
mismo iba a ocuparse ahora con los gentiles. Por eso los ejemplos utilizados
para confirmar esto son, en primer lugar, el caso de los hombres de Nínive,
quienes se arrepintieron ante la predicación de Jonás; "y he aquí más que
Jonás en este lugar". Luego, la reina del Sur, también una gentil, la cual
no se arrepintió simplemente a causa del pecado, sino que mostró una energía de
fe, yo puedo decir, digna de toda mención, sin siquiera un mensaje enviado a
ella. Tales fueron el ardor de su corazón y su deseo de sabiduría que, al oír
hablar acerca de Salomón, ella se apresuró a oírla de sus propios labios. ¡Qué
reprensión para Israel! "Y he aquí más que Salomón en este lugar"; y
una sabiduría tan superior a la de Salomón como la persona de Jesús era
superior a la de Salomón. Pero ellos eran una generación mala y adúltera. No
sabían que su Hacedor era el esposo de ellos; y Le despreciaron; y nuestro
Señor añade, "La reina del Sur se levantará en el juicio con esta
generación, y la condenará". Pero ahora Él proclama cuál será la condición
final de ellos. El vínculo de Israel con Él se rompió; y por este desprecio
blasfemo del testimonio que el Espíritu da de Jesús como Hijo del Hombre ellos
deben ser juzgados.
Esto es lo que el Señor
muestra ahora. "Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por
lugares secos, buscando reposo, y no lo halla". (Versículo 43). Todo estudiante
de las Escrituras
reconocerá que el espíritu inmundo significa idolatría, y su adoración
se relaciona con los demonios en vez de con Dios. ¿Debemos suponer que nuestro
Señor se aparta repentinamente de lo que Él había estado diciendo acerca de la
nación para tratar a meros individuos? Claramente se trata de Israel. Como
nación, Israel nunca cayó en la idolatría después del regreso de Babilonia como
lo había hecho antes. No es que ellos fueran mejores hombres; sino que el
espíritu inmundo de la idolatría ya no era la especial tentación de ellos. Si
no era según la forma antigua, había nuevas formas en las que el diablo los
tentaba a pecar. La casa había sido barrida y adornada. Así estaba cuando
nuestro Señor estuvo aquí abajo. Israel había dejado de lado sus hábitos
idolátricos; ellos iban a la sinagoga todos los días de reposo; y eran lo
suficientemente celosos como para recorrer mar y tierra para hacer un
prosélito. La casa estaba aparentemente limpia, y no había nada exteriormente
que impactara la vista si se la consideraba. Pero el espíritu inmundo va a volver.
"Entonces va, y toma consigo
otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer
estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá
a esta mala generación". El espíritu inmundo va a volver, con todo
el poder de Satanás, — "siete espíritus peores que él". ¡Peores que
la idolatría! La figura de un hombre es usada para ilustrar el estado de
Israel, tal como muestran claramente las palabras que siguen a continuación, a
saber, "Así también acontecerá a esta mala generación". Surge la
pregunta, ¿Y cuándo será eso? Es el postrer estado de ellos que aún está por
llegar. El estado vacío,
barrido y adornado que existía entonces puede estar todavía vigente. Humanamente
hablando, ellos pueden ser morales. Puede ser que ellos no abandonen los libros
de Moisés, sino que ellos adopten la posición de no adorar a nadie más que al
Dios verdadero. Esto continuará durante cierto tiempo, pero no para siempre;
porque sabemos por las Escrituras que Dios ha guardado esa nación para
propósitos especiales, primero en juicio y luego en misericordia. Él los
convertirá y hará de ellos una simiente santa de Abraham, ya que ellos son la
simiente lineal. Israel todavía tiene que mostrar los últimos resultados del
poder de Satanás sobre sus almas antes de que Dios convierta a un remanente y
haga de dicho remanente una nación fuerte y salvada.
Pero mientras tanto, ¿qué
iba Él a hacer? ¿Estaba Él pronunciando meramente juicio sobre Israel? Ni mucho
menos. Mientras
Él hablaba a la gente se acercó uno y le dijo: "He aquí tu madre y tus
hermanos están afuera, y te quieren hablar". (Versículo 47). El Señor aprovecha
inmediatamente esta
oportunidad para mostrar que Él ya no reconocía las meras relaciones según la
carne. Él tenía una relación especial con Israel, "de quienes… , según la
carne, vino Cristo". (Romanos 9: 5). Él ya no los reconoce. Ellos no Le
recibirían, y se convertirán en la vivienda para el diablo en todo su poder, —
el postrer estado de ellos será peor que el primero. «Pero», dice el Señor,
«voy a tener una cosa nueva ahora, — un pueblo según Mi
propio corazón.» Y así Él extiende Su mano hacia Sus discípulos, y dice:
"He aquí mi madre y mis hermanos". Sus únicos parientes verdaderos
eran aquellos que recibían la palabra de Dios y la hacían. "Todo aquel que
hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y
hermana, y madre", — Él renunciaba a toda conexión terrenal por el
momento. El único vínculo que Él reconoce ahora es la relación con un
Padre celestial, formada por medio de la palabra de Dios recibida en el alma.
Tenemos así en este
capítulo al Señor terminando con Israel en lo que respecta al testimonio. En el
próximo capítulo encontraremos lo que resulta dispensacionalmente de esas
nuevas relaciones que el Señor estaba a punto de desarrollar.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RV1977
=
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 13
Al final del capítulo
anterior nuestro Señor desconoció todos los vínculos naturales que Le unían a
Israel. Yo hablo ahora simplemente de que Él lo sacó a relucir como asunto de
enseñanza; pues nosotros sabemos que, históricamente, el momento para romper
finalmente con ellos fue la cruz. Pero ministerialmente, si se puede decir así,
la ruptura ocurrió y fue indicada ahora. Él aprovechó una alusión a Su madre y
a Sus hermanos para decir quiénes eran Sus verdaderos parientes, — ya no los
que estaban relacionados con él según la carne: la única familia que Él podía
reconocer ahora eran aquellos que hacían la voluntad de su Padre que está en
los cielos. Él reconoce nada más que el vínculo formado por la palabra de Dios
recibida en el corazón y consiguientemente obedecida. El Espíritu Santo
prosigue este tema registrando, en forma pertinente, varias parábolas cuyo
objetivo fue mostrar la fuente, el carácter, la conducta y los asuntos de esta
nueva familia, o al menos de los que profesaban pertenecer a ella. Este es el
tema de Mateo 13. Un ejemplo sorprendente es cuán manifiestamente el Espíritu
Santo ha agrupado los registros en la forma particular en que los tenemos
actualmente; porque sabemos que nuestro Señor habló más parábolas de las que
están presentadas aquí. Comparándolo con el Evangelio de Marcos, nosotros
encontramos una parábola que difiere substancialmente de cualquiera que aparece
en Mateo. En Marcos 4: 26-29 tenemos a una persona que siembra la tierra y
duerme y se levanta de noche y de día esperando la germinación y el crecimiento
y la maduración plenos del grano, y
luego él mismo lo recoge. Esto diverge considerablemente de todas las parábolas
del Evangelio anterior; y sin embargo, nosotros sabemos por Marcos que la
parábola en cuestión fue pronunciada el mismo día. Leemos, "Con muchas
parábolas como estas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y
sin parábolas no les hablaba;… Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo:
Pasemos al otro lado". (Marcos 4: 33-35).
Así como el Espíritu Santo
selecciona ciertas parábolas en Marcos las cuales son insertadas mientras otras
son omitidas (y lo mismo en Lucas), así también fue el caso en Mateo. El
Espíritu Santo está comunicando plenamente el pensamiento de Dios acerca del
testimonio nuevo comúnmente llamado cristianismo e incluso, cristiandad.
consecuentemente, el comienzo mismo de este capítulo nos prepara para la nueva
escena. "Aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar".
(Mateo 13: 1). Hasta ese momento la casa de Dios estaba relacionada con Israel.
Dios moraba allí, en la medida en que esto podía ser dicho acerca de la tierra;
Él la consideraba como Su morada. Pero Jesús salió de la casa y se sentó junto
al mar. Todos sabemos que en el lenguaje simbólico del Antiguo y del Nuevo
Testamento el mar es usado para representar a las masas de hombres que
deambulan por todas partes y no están bajo el establecido gobierno de Dios.
"Y se le juntó mucha gente; y entrando él en la barca, se sentó".
Desde allí Él les enseña. "Y toda la gente estaba en la playa". La
acción misma de nuestro Señor indicaba que iba a haber un testimonio muy
generalizado. Las parábolas mismas no están limitadas a la esfera de los tratos
anteriores de nuestro Señor, sino que abarcan una gama mucho más extensa que
todo lo que Él había hablado en tiempos pasados. "Les habló muchas cosas
por parábolas". (Versículo 3). No se da a entender que nosotros tenemos
todas las parábolas que nuestro Señor habló; pero el Espíritu Santo nos
presenta aquí siete parábolas conectadas, todas reunidas y compactadas en un
sistema consistente, como me esforzaré por mostrar. El Espíritu Santo está
ejerciendo claramente una cierta autoridad en cuanto a las parábolas
seleccionadas aquí, porque todos sabemos que el siete es el número Escritural
para lo que es íntegro: y ya sea que dicho número hable del bien o del mal,
espiritualmente, el siete es normalmente el número utilizado. Cuando el símbolo
del doce es utilizado expresa integridad, no espiritual, sino en cuanto a lo
que tiene que ver con el hombre. Allí donde la administración humana es puesta
en preminencia para llevar a cabo los propósitos de Dios, allí aparece el
número doce. Por eso tenemos a los doce apóstoles que tenían una relación
peculiar con las doce tribus de Israel; pero, cuando la iglesia va a ser
presentada nosotros volvemos a oír el número siete, — "las siete
iglesias". Con independencia de cómo eso pueda ser, nosotros tenemos aquí
siete parábolas con el propósito de presentar una historia completa del nuevo
orden de cosas que está a punto de comenzar, — a saber, la cristiandad y el
cristianismo, es decir, lo espurio así como lo verdadero.
Entonces, la primera
pregunta que surge es, ¿Cómo es que tenemos esta serie de parábolas aquí y en
ninguna otra parte? Algunas de ellas están en Marcos y otras en Lucas; pero en
ninguna parte, excepto en Mateo, tenemos siete, la lista completa. La respuesta
es ésta: Nada puede ser más hermoso ni más apropiado que ellas sean presentadas
en un Evangelio que presenta a Jesús como el Mesías a Israel; y que luego, al
ser Él rechazado, muestra lo que Dios sacaría a relucir a continuación. Para
los discípulos, cuando sus esperanzas se desvanecían, ¿qué podía ser de más
profundo interés que conocer la naturaleza y el fin de este testimonio? Si el
Señor enviaba Su palabra entre los gentiles, ¿cuál sería el resultado?
Consecuentemente, el Evangelio de Mateo es el único que nos presenta un
bosquejo completo del reino de los cielos; como también nos presenta la
insinuación de que el Señor iba a fundar la Iglesia. Es sólo en Mateo donde
tenemos ambas cosas sacadas a la luz. No obstante, yo reservo esto para otro
día; pero debo comentar que el reino de los cielos no es lo mismo que la
Iglesia sino más bien es el escenario donde la autoridad de Cristo es
reconocida, al menos exteriormente. Dicho reconocimiento puede ser real o no,
pero todo cristiano que profesa está en
el reino de los cielos. Toda persona que, incluso en un rito externo, confiesa
a Cristo, no es un simple judío o gentil, sino que está en el reino. Ello es
una cosa muy diferente a que un hombre nazca de nuevo y sea bautizado por el
Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo. Aquel que lleva el nombre de Cristo
pertenece al reino de los cielos. Puede ser que dicha persona sólo sea una
cizaña allí, pero aun así, dicha persona está allí. Esto es algo muy solemne.
Dondequiera que Cristo es confesado externamente hay una responsabilidad que va
más allá de la que corresponde al resto del mundo.
La primera parábola era
claramente cierta cuando nuestro Señor estaba en la tierra. Ella es muy general
y sería aplicable al Señor en persona o en espíritu. Por eso puede decirse que
ella siempre tiene lugar; pues en la segunda parábola encontramos al Señor
presentado de nuevo todavía sembrando buena semilla: sólo que aquí se trata del
"reino de los cielos" que es asemejado a un hombre que sembró buena
semilla en su campo. (Mateo 13: 24-30). La primera es la obra de Cristo al
proclamar la palabra entre los hombres mientras Él estaba aquí abajo. La
segunda es aplicable más bien a nuestro Señor sembrando por medio de Sus
siervos; es decir, el Espíritu Santo obrando por medio de ellos según la
voluntad del Señor mientras Él está en lo alto, habiendo sido establecido
entonces el reino de los cielos. Esto proporciona de inmediato una clave
importante para todo el tema. Pero, puesto que el asunto de la primera parábola
es muy general, hay mucho en toda la enseñanza moral de ella que es aplicable
tan verdaderamente ahora como a cuando nuestro Señor estuvo en la tierra.
"El sembrador salió a sembrar", — una verdad de peso. No era así como
los judíos esperaban a Su Mesías. Los profetas dieron testimonio de un
gobernante glorioso que establecería Su reino en medio de ellos. No cabe duda
de que había claras predicciones de Su padecimiento así como de Su exaltación.
Nuestra parábola no describe ni el padecimiento ni la gloria exterior sino una
obra llevada a cabo por el Señor de carácter distinto a cualquier cosa que el
judío podía deducir naturalmente de la mayor parte de las profecías. Sin
embargo, yo concibo que nuestro Señor estaba aludiendo a Isaías. No se trata
exactamente del evangelio de la gracia y de la salvación para los pobres,
miserables y culpables, sino que se trata de Uno que, en lugar de venir a
reclamar los frutos de la viña establecida en Israel, tiene que comenzar una
obra enteramente nueva. El sembrador que sale a sembrar señala evidentemente el
comienzo de aquello que no existía antes. El Señor está comenzando una obra no
conocida anteriormente en este mundo. "Y mientras sembraba, parte de la
semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron". Ese fue
claramente el caso más desesperado de todos. Ello fue nulo, no por culpa de la
semilla, sino por la acción destructiva de las aves que comieron lo sembrado.
Tenemos a continuación:
"Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto,
porque no tenía profundidad de tierra". En este caso hubo una apariencia
más esperanzadora. La palabra fue recibida, pero el terreno era pedregoso; no
había profundidad de tierra. Las apariencias fueron muy rápidas, — leemos,
"y brotó pronto". Hay poco o ningún sentido de pecado. Todo es
aceptado pero muy fácilmente. Se puede pensar que el «plan de salvación» es
excelente; la iluminación de la mente puede ser innegable; pero una persona
como esa nunca ha medido su terrible condición delante de Dios. La buena
palabra de Dios es gustada pero el terreno es rocoso. La conciencia no ha sido
debidamente ejercitada. Mientras que, en una verdadera obra de corazón, la
conciencia es el terreno en que la palabra de Dios surte efecto. Nunca puede
haber una obra de Dios real sin un sentido de pecado. Donde los sentimientos
afables son excitados pero el pecado es pasado por alto, que es el caso del que
se habla aquí, — la palabra es recibida inmediatamente pero el terreno
permanece realmente intacto, — rocoso. No hay raíz porque no hay profundidad de
tierra: por consiguiente, "pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía
raíz, se secó".
Pero, además, "Parte
cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron". Este es otro
caso; no exactamente aquel en el que el corazón recibió la palabra
inmediatamente. Y nosotros debemos tener tan poca confianza en el corazón como
en la cabeza. La carne varía en diferentes individuos. Algunos pueden tener más
mente y otros más sentimiento. Pero ninguno de ellos puede recibir la palabra
de Dios de manera salvífica a menos que el Espíritu Santo actúe en la
conciencia y produzca el sentido de estar completamente perdido. Cuando éste es
el caso, se trata de una verdadera obra de Dios, cuyos dolores y dificultades
no harán más que profundizar. Los que recibieron la semilla entre espinos son
una clase devorada por las ansiedades de este siglo (esta era), y arrastrados
por el engaño de las riquezas que ahogan la palabra, de modo que no lleven
fruto.
Pero ahora viene la buena
tierra. "Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál
a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga".
(Versículos 8, 9). El sembrador es aquí el propio Señor, sin embargo, de cuatro
esparcimientos de la semilla, tres son infructuosos. Sólo en el último caso la
semilla da un fruto maduro; e incluso allí el resultado es irregular y
dificultado, — pues leemos, "cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a
treinta por uno", — es decir, las cosas naturales todavía impiden, en
mayor o menor medida, la fecundidad,.
¡Qué ejemplo del corazón
del hombre y del mundo revelan estas parábolas! Incluso cuando el corazón no
rechaza sino que recibe exteriormente la verdad este puede abandonarla con la
misma rapidez. La misma voluntad que hace que un hombre reciba el evangelio de
buena gana, hace que él lo descarte ante las dificultades. Pero, en algunos
casos, la palabra produce efectos bienaventurados. Ella cayó en buena tierra, y
dio fruto en diferentes grados. "El que tiene oídos para oír, oiga".
Una solemne amonestación a las almas para que valoren bien si producen o no
conforme a la verdad que ellas han recibido.
Los discípulos vienen ahora
y le dicen: "¿Por qué les hablas por parábolas?", y el Señor hace que
ello sea ocasión para explicarles estas cosas. "El respondiendo, les dijo:
Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a
ellos no les es dado". La parábola misma sería como la nube de Israel en
un día anterior, — llena de luz para los de adentro, llena de oscuridad para los
de afuera. Así sucede con los dichos de nuestro Señor. Tan solemne era en aquel
momento la crisis con el Israel incrédulo que no fue Su intención dar una luz
más clara. La conciencia había desaparecido. Ellos tenían al Señor, a Jehová,
en medio de ellos introduciendo luz plena, y Él fue rechazado, especialmente
por los líderes religiosos. Él había roto con ellos ahora: allí estaba la clave
de Su conducta. "A vosotros os es dado saber", etcétera. La luz fue
ocultada a la multitud, y esto debido a que ellos ya habían rechazado las
pruebas más claras posibles de que Jesús era el Mesías de Dios. Pero, como Él
dice aquí, "a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más". Tal
fue el caso con respecto a los discípulos. Ellos ya habían recibido Su persona,
y ahora el Señor les supliría con la verdad para guiarlos a avanzar. Pero al
que no tiene (el Israel que rechaza a Cristo), aun lo que tiene le será
quitado", — la presencia corporal del Señor y la evidencia del milagro
pronto desaparecerían. "Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no
ven, y oyendo no oyen, ni entienden". (Versículo 13). Esa sentencia
judicial de tinieblas que Isaías había pronunciado sobre ellos cientos de años
antes iba a ser sellada ahora (véase Isaías 6: 9-10), aunque el Espíritu Santo
todavía les presenta un testimonio nuevo. Y este mismo pasaje es citado después
para señalar que se trata de una cosa terminada con Israel. Ellos "amaron
más las tinieblas que la luz". ¿De qué le sirve la luz a uno que cierra
los ojos? Por lo tanto, la luz sería quitada también. "Pero
bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.
Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que
veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron". (Versículos 16,
17).
Sigue a continuación la
explicación de la parábola. Tenemos presentado a nosotros el significado de
"las aves del cielo". No es dejado a ninguna conjetura nuestra.
"Cuando alguno oye la palabra del reino (esto era predicado en
aquel entonces: no es exactamente la palabra del evangelio", sino
"del reino") y no la entiende", etcétera. En Lucas no se la
llama "la palabra del reino", ni se dice "no la entiende".
Es interesante observar la diferencia porque ella muestra la forma en que el
Espíritu Santo ha actuado en este Evangelio. Comparen ustedes con Lucas 13. La
primera de estas parábolas nos es presentada en Lucas 8:11. Leemos, "Esta
es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios", — no la palabra
del reino, sino "de Dios". Hay, obviamente, mucho en común entre las
dos; pero el Espíritu tuvo un sabio motivo para usar las diferentes
expresiones. Ello sería, más bien, dar una oportunidad a un enemigo, a menos
que hubiese habido alguna buena base para ello. Yo repito que es "la
palabra del reino" en Mateo, y "de Dios" en Lucas. En este
último tenemos, "para que no crean", y en el primero, "para que
no… entiendan". (Mateo 13: 15). ¿Qué es enseñado mediante esta diferencia?
Es evidente que, en Mateo, el Espíritu Santo tiene particularmente en perspectiva
al pueblo judío; mientras que en Lucas el Señor tenía particularmente ante Sí a
los gentiles. Ellos comprendían que había un gran reino que Dios estaba a punto
de establecer y que estaba destinado a consumir a todos los reinos de ellos. En
el caso de los judíos, ya familiarizados con la palabra de Dios, el gran asunto
de ellos era entender lo que Dios enseñaba, — lo cual la justicia propia
nunca entiende. Ustedes podrían haber sido refutados si hubiesen dicho a un
judío: «Tú no crees lo que dice Isaías»; y vendría una pregunta seria: «¿Lo
entiendes tú?» Pero para el gentil, que no tenía las "palabras de
vida", en lugar de establecer su propia sabiduría, el asunto era creer
lo que Dios decía; y esto es lo que tenemos en Lucas. En Mateo, hablando a un
pueblo que ya tenía la Palabra, lo importante era entenderla. Esto ellos no lo
hicieron. El Señor muestra que si ellos oían con sus oídos, no entendían con
sus corazones. Esta diferencia, cuando es conectada con las diferentes ideas y
objetivos de los dos Evangelios, es igualmente interesante e instructiva.
"Cuando alguno oye la
palabra del reino y no la entiende". (Versículo 19). Otra verdad solemne
que aprendemos a partir de esto: a saber, la gran cosa que impide el
entendimiento espiritual es el prejuicio religioso. Los judíos fueron acusados
de no entender. No eran idólatras ni abiertamente incrédulos, pero tenían un
sistema de religión en sus mentes en el que habían sido entrenados desde la
infancia, el cual oscurecía su entendimiento acerca de lo que el Señor estaba
sacando a relucir. Lo mismo ocurre ahora. Pero entre los paganos, aunque el
estado sea moralmente malo, sin embargo, en el estéril yermo la palabra de Dios
puede ser sembrada libremente, y, por gracia, ser creída. Este no es el caso
donde las personas han sido criadas en ordenanzas y superstición: allí la
dificultad es entender la palabra. "Viene el malo, y arrebata lo
que fue sembrado en su corazón". La respuesta a las aves, en la primera
parábola, como vimos, es el malo que se lleva la palabra del reino tan pronto
como ella es sembrada.
"Y aquel en quien se
sembró la semilla en pedregales, éste es el que oye la palabra y enseguida la
recibe con gozo". (Versículo 20 -
LBA). Allí tienen ustedes el corazón, conmovido en sus afectos, pero sin ejercicio
de conciencia. Al instante la palabra es recibida con gozo. Hay una gran
alegría al respecto, pero allí termina. Sólo el Espíritu Santo actuando sobre
la conciencia es el que presenta lo que las cosas son delante de Dios.
"Pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la
aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza".
Luego tenemos el terreno
espinoso: "Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, éste es el
que oye la palabra, mas las preocupaciones del mundo y el engaño de las
riquezas ahogan la palabra, y se queda sin fruto". (Mateo 13: 22 –
LBA). Hay un caso que pudo haber
parecido prometedor por un tiempo; pero la ansiedad acerca de este mundo o la
facilidad halagadora de la prosperidad aquí abajo le hicieron infructuoso, y
todo se acaba. "Pero aquel en quien se sembró la semilla en tierra buena,
éste es el que oye la palabra y la entiende" (en todo se trata de
entendimiento espiritual) "éste sí da fruto y produce, uno a ciento, otro
a sesenta y otro a treinta". (Mateo 13: 23 – LBA).
Llegamos ahora a la primera
de las semejanzas del reino de los cielos. La parábola del sembrador fue la
obra preparatoria de nuestro Señor en la tierra. "Les refirió otra
parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que
sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su
enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue". (Versículos 24, 25), —
exactamente lo que ha sucedido en la profesión de Cristo. Hay dos cosas necesarias
para la irrupción del mal entre los cristianos. La primera es la falta de
vigilancia de los propios cristianos. Ellos caen en un estado de descuido, se
duermen; y el enemigo viene y siembra cizaña. Esto comenzó en una época
temprana en la cristiandad. Nosotros encontramos los gérmenes incluso en el
libro de los Hechos, y aún más en las Epístolas. 1ª Tesalonicenses es la
primera epístola inspirada que el apóstol Pablo escribió; y la segunda fue
escrita poco tiempo después. Él les dice allí que el misterio de iniquidad
estaba ya en acción; que la apostasía y el hombre de pecado iban a seguir; y
que cuando la iniquidad se manifestara plenamente (en lugar de actuar en
secreto), entonces el Señor daría fin al inicuo y a todo lo involucrado. El
misterio de iniquidad es análogo a la siembra de la cizaña de la que se habla
aquí. Algún tiempo después, "Cuando el trigo brotó y produjo grano",
— cuando el cristianismo comenzó a hacer grandes progresos en la tierra,
"entonces apareció también la cizaña". (Mateo 13: 26 – LBA). Pero, es
evidente que la cizaña fue sembrada casi inmediatamente después de la buena
semilla. Con independencia de cuál sea la obra de Dios, Satanás siempre sigue
muy de cerca. Cuando el hombre fue hecho, escuchó a la serpiente, y cayó. Cuando
Dios dio la ley, ella fue quebrantada incluso antes de que fuera depositada en
manos de Israel. Tal es siempre la historia del hombre.
Así que el daño es hecho en
el campo, y nunca es reparado. La cizaña no es arrancada del campo, por el
momento: no hay juicio sobre ella. ¿Significa esto que vamos a tener cizaña en
la Iglesia? Si el reino de los cielos significara la Iglesia, no debiese
haber ninguna disciplina en absoluto: la inmundicia de carne o de espíritu,
los blasfemos, los borrachos, los adúlteros, los cismáticos, los herejes, los
anticristos, tendrían que estar permitidos dentro de ella. Aquí está la
importancia de ver la distinción entre la Iglesia y el reino. De la cizaña que
ahora está en el reino de los cielos el Señor dice: "Dejad crecer juntamente
lo uno y lo otro hasta la siega" (Versículo 30), es decir, hasta que Él
venga en juicio. Si el reino de los cielos fuera lo mismo que la Iglesia, esto
equivaldría, yo reitero, nada menos que a esto: a saber, que ningún mal, por
muy flagrante o evidente que sea, ha de ser sacado de la Iglesia hasta el día
del juicio. Vemos, entonces, la importancia de hacer estas distinciones que
demasiados desprecian. Ellas son sumamente importantes para la verdad y la
santidad; y no hay una sola palabra de Dios de la que podamos prescindir.
Pero esta parábola no tiene
nada que ver con el asunto de la comunión eclesiástica. De lo que se habla es
del "reino de los cielos", el escenario de la confesión de Cristo,
sea ella verdadera o falsa. Así, griegos, coptos, nestorianos, católicos
romanos, así como protestantes, están en el reino de los cielos; no sólo los
creyentes, sino todos aquellos que profesan externamente el nombre de Cristo.
Algunos pueden ser inmorales o herejes, y aun así ellos no han de ser sacados
del reino de los cielos. Pero surge la pregunta, ¿sería correcto recibir a los
tales a la mesa del Señor? ¡Dios no lo permita! La Iglesia (la asamblea de
Dios) y el reino de los cielos son dos cosas diferentes. Una persona que cae en
pecado abierto no debe ser permitida a la comunión de la Iglesia; pero ustedes
no pueden sacarlo fuera del reino de los cielos. De hecho, ello sólo podría
ser hecho quitándole la vida; porque el desarraigo de la cizaña involucra esto.
Y en esto es en lo que cayó el cristianismo mundano en un espacio de tiempo no
muy largo después de que los apóstoles partieran de la tierra. Castigos
temporales para la disciplina fueron introducidos; leyes fueron dictadas con el
fin de entregar a los refractarios al servil poder civil. Si ellos no honraban
a la llamada «iglesia», no se les debía permitir vivir. Así, el mismo mal en
contra del cual nuestro Señor había estado protegiendo a los discípulos llegó a
suceder: y el emperador Constantino utilizó la espada para reprimir a los
culpables eclesiásticos. Él y sus sucesores introdujeron castigos temporales
para lidiar con la cizaña, para tratar de desarraigarla. Tomen ustedes a la
iglesia de Roma, donde ustedes tienen que se confunde tan completamente a la
Iglesia con el reino de los cielos: si un hombre es hereje ellos afirman
categóricamente que hay que entregarlo a los tribunales del mundo para que lo
quemen; y ellos nunca confiesan o corrigen el error porque ellos pretenden ser
infalibles. Suponiendo que sus víctimas incluso fuesen cizaña, esto es para
sacarlos fuera del reino. Si ustedes arrancan una cizaña del campo, la matan.
Puede haber hombres afuera profanando el nombre de Dios; pero debemos dejarlos
para que Dios lidie con ellos.
Para la responsabilidad
cristiana hacia los que rodean la mesa del Señor tenemos enseñanzas completas
en lo que está escrito acerca de la Iglesia. "El campo es el mundo"
(Mateo 13: 38); pero la Iglesia incluye solamente a los que son miembros del
cuerpo de Cristo. Tomen ustedes 1ª Corintios, donde el Espíritu Santo nos
presenta el orden de la casa de Dios y su disciplina. Suponiendo que algunos de
los que están allí son culpables de pecado no arrepentido, tales personas no
deben ser admitidas mientras continúen en ese pecado. Un santo verdadero puede
caer en pecado abierto, pero la Iglesia, conociendo esto, está obligada a
intervenir para expresar el juicio de Dios sobre el pecado. Si ellos
permitieran deliberadamente que alguien así viniera a la mesa del Señor, ellos
harían efectivamente al Señor partícipe de ese pecado. El asunto no es si acaso
la persona se ha convertido o no. Si son inconversos, los hombres no tienen por
qué estar en la Iglesia; y si se han convertido, el pecado no debe ser
ignorado. Los culpables no son sacados fuera del reino de los cielos; ellos deben
ser sacados fuera de la Iglesia. De modo que la enseñanza de la palabra de Dios
es muy clara en cuanto a estas dos verdades. Es incorrecto usar castigos
mundanos para lidiar con una persona inicua en asuntos espirituales. Yo puedo
procurar el bien de su alma y mantener la honra de Dios con respecto al pecado,
pero esto no es motivo para usar el castigo mundano. Los inconversos serán
juzgados por el Señor en Su aparición. Esta es la enseñanza de la parábola de
la cizaña; y ella presenta una visión muy solemne del cristianismo. Hay un
remedio para el mal que entra en la Iglesia, pero no todavía para el mal en el
mundo.
Este es el único Evangelio
que contiene la parábola de la cizaña. Lucas presenta la levadura. Mateo tiene
también la cizaña. Ella enseña particularmente la paciencia para el presente,
en contraste con los tratos judiciales judíos, así como con la justa
expectativa de ellos acerca de un campo despejado bajo el reinado del Mesías.
Los judíos dirían: «¿Por qué debemos permitir a los enemigos, herejes impíos?»
Incluso cuando nuestro Señor estaba aquí abajo y algunos samaritanos no Le
recibieron, Jacobo y Juan quisieron ordenar que bajara fuego del cielo para que
los consumiera. Pero el Señor no había venido para juzgar en aquel entonces
sino para salvar. El juicio del mundo debe esperar Su regreso. (Véase Lucas 9:
51-56).
Pero, tenemos más.
"Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de
la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en
manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero".
(Versículo 30). Por tanto, los santos
celestiales van a ser recogidos en el granero del Señor para ser sacados de la
tierra al cielo. Pero, el "tiempo de la siega" insinúa un cierto
período ocupado con los diversos procesos de recolección. No se dice que el
trigo ha de ser atado en manojos para ser llevado al cielo. No hay ninguna
insinuación de algún trabajo preparatorio especial acerca de los santos antes
de que ellos sean recogidos. Pero sí hay un trato de Dios con la cizaña. Los
ángeles van a recoger la cizaña y la atará en manojos antes de que el Señor la
elimine del campo. Yo no pretendo decir la manera en que eso será, o si el
sistema de asociaciones en el día actual no puede preparar el camino para la
acción final del Señor en cuanto a la cizaña. Pero el principio de la
asociación mundana está creciendo rápidamente.
La parábola del campo
sembrado había demostrado plenamente lo que debió ser un golpe inesperado para
los pensamientos de los discípulos, a saber, que la época que se iniciaba, en
lo que respecta a la mantención de la gloria de Dios por parte del hombre,
fracasaría tan completamente como la dispensación pasada. Israel había
deshonrado a Dios; ellos no habían producido liberación sino vergüenza y
confusión en la tierra; habían fracasado bajo la ley, y rechazarían la gracia
tan completamente que el Rey se vería obligado a enviar Sus ejércitos para
destruir a esos homicidas y quemar la ciudad de ellos. Pero, si iba a haber una
nueva obra al reunir a los discípulos al nombre de Jesús por medio de la
palabra que se les predicaba, ¿iba eso a estropearse también en manos del
hombre? La salvación de las almas está verdaderamente segura en las manos de
Dios; pero la prueba de lo que está encomendado a la responsabilidad del hombre
resulta ahora, como siempre, un completo fracaso. El hombre fue destituido de
la gloria de Dios en el Paraíso, y fuera de él corrompió su camino y llenó la
tierra de violencia. Después, Dios escogió un pueblo para ponerlos a prueba, y
ellos fracasan. Y ahora llegó la nueva prueba: ¿Qué sería de los discípulos que
profesaban el nombre de Cristo? La respuesta ha sido dada: leemos,
"Mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña"; y el
anuncio solemne declara que ningún celo por parte de ellos podría remediar el
mal. Ellos mismos podrían ser fieles y vehementes; pero el mal que ha sido
hecho por la introducción de la cizaña, — es decir, falsos profesantes del
nombre de Cristo, — nunca será erradicado. El Señor habla, evidentemente, del
vasto campo de la profesión cristiana y del triste hecho de que el mal iba a
ser introducido desde el principio mismo; y, una vez introducido, nunca sería
expulsado hasta que el Señor mismo regresa a juzgar, y por medio de Sus ángeles
recoja la cizaña en manojos para quemarla, mientras el trigo es recogido en el
granero.
Si la Iglesia está en
nuestros pensamientos al leer Mateo 13, entonces nosotros nunca entenderemos el
capítulo. Leemos, "El campo es el mundo" (Mateo 13: 38), — es
decir, la esfera donde el nombre del Señor es profesado, y que se extiende
mucho más allá de lo que podría ser llamado, la Iglesia. Podría haber, y hay,
muchas personas que se llaman a sí mismas cristianas, y sin embargo muestran
mediante sus modos de obrar que no hay fe real en ellas. A estos se les llama
"cizaña". Hay muchos, de quienes nadie cree que han nacido de Dios,
que, sin embargo, se horrorizarían si fuesen considerados como incrédulos.
Ellos reconocen a Cristo como el Salvador del mundo, el verdadero Mesías, pero
ello es tan inoperante en sus almas como lo fue en quienes creyeron en Cristo
cuando vieron los milagros que Él hizo (Juan 2:23). Jesús mismo no coincide con
los tales ahora, de la misma manera en que Él no lo hizo en aquel entonces.
La parábola siguiente
insinúa que el mal no sería simplemente una profesión falsa entremezclándose,
sino que seguramente algo muy diferente seguiría a continuación. Ello podría
estar relacionado con la cizaña, y crecer a partir de ella; pero se necesitaba
otra parábola para explicarlo. Comenzando con el núcleo más pequeño, más
humilde en lo que respecta a este mundo, iba a existir aquello que asumiría
vastas proporciones en la tierra, lo cual echaría sus raíces profundamente
entre las instituciones de los hombres, y se elevaría hasta llegar a ser un
sistema de vastos poder e influencia terrenales. Este es el grano de mostaza
que brota hasta hacerse un gran árbol, en cuyas ramas vienen y hacen nido las
aves del cielo. El Señor había explicado ya estas últimas como siendo el malo ,
o sus emisarios. (Compárese con versículos 4 y 19.) Nosotros nunca debemos
apartarnos del significado de un símbolo en un capítulo a menos que haya algún
motivo nuevo y expreso para ello, lo cual en este caso no aparece. Por tanto,
nosotros tenemos la más pequeña de todas las semillas que crece hasta hacerse
algo parecido a un árbol; y de este pequeñísimo comienzo surge un tallo con
ramas lo suficientemente espaciosas como para dar albergue y morada a las aves
del cielo. ¡Qué cambio para la profesión cristiana! El destructor está
instalado ahora en su seno.
Luego sigue la tercera
parábola, de nuevo de una naturaleza diferente. No se trata de una semilla,
buena o mala. No es lo pequeño que ahora se vuelve altivo y grande, un poder
protector en la tierra, ¿y para qué? Pero encontramos aquí que habría propagación
de doctrina en el interior, — encontramos el término "levadura",
utilizado aquí, así como en otros lugares, en lugar de "doctrina".
Por ejemplo, tenemos "La doctrina de los fariseos y de los saduceos",
que nuestro Señor llamó "levadura". (Mateo 16: 5-12). El pensamiento
aquí es para simbolizar lo que se propaga e impregna lo que está expuesto a
ello. "El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una
mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado".
Versículo 33). No es legítimo asumir que
las tres medidas de harina significan el mundo entero, como muchos han hecho, y
aún lo hacen. [Véase nota 10]. No es habitual encontrar la verdad
entendida de tal manera. Sabemos lo que el corazón es, y podemos inferir que la
doctrina que se propaga tan completamente bajo el nombre de Cristo debe estar
muy alejada de su pureza original cuando llega a ser bien acogida por las masas
de los hombres.
[Nota 10]. Si nosotros acudimos solamente a la Escritura como su propio
intérprete, las "tres medidas de harina" de la parábola nos
remitirían naturalmente a las ofrendas vegetales, o de cereal, prescritas en la
ley. Ellas debían ser alimentos para los sacerdotes, comidas en el lugar santo,
sin levadura. Véase Levítico 6: 14-17, y 1ª Corintios 5: 8.
Además, hemos visto la
cizaña, — lo cual no implica nada bueno, — mezclada con el trigo. Hemos tenido
la semilla de mostaza crecida hasta hacerse
un árbol, y albergando extrañamente a las aves del cielo, las cuales antes
comieron la semilla que Cristo sembró. Además, siempre que la
"levadura" aparece simbólicamente en la palabra de Dios, nunca es
empleada excepto para caracterizar la corrupción que tiende a obrar activamente
y a propagarse; de modo que no se debe asumir que ella sea la extensión del
evangelio. Yo no dudo de que el significado es un sistema de doctrina que llena
y da su tono a una determinada masa de hombres. Por otra parte, el evangelio es
la semilla, — la semilla incorruptible, — de vida, por ser ella el testimonio
que Dios presenta de Cristo y de Su obra. La levadura en ninguna parte tiene
que ver con Cristo o con dar vida, sino expresamente lo contrario. Por lo
tanto, no hay la menor analogía entre la acción de la levadura y la recepción
de la vida en Cristo por medio del evangelio. Creo que la levadura describe
aquí el propagandismo de los dogmas y decretos después de que la cristiandad se
convirtió en un gran poder en la tierra (respondiendo al árbol, — que fue el
caso, históricamente, en la época del emperador romano Constantino el Grande).
Nosotros sabemos que el resultado de esto fue un terrible alejamiento de la
verdad. Cuando el cristianismo llegó a ser respetable en el mundo, en lugar de
ser perseguido y un vituperio, integró a multitudes de hombres. Un ejército
completo fue bautizado al ser dada la orden de hacerlo. La espada fue usada
ahora para defender o imponer el cristianismo.
"Ninguna ofrenda que
ofreciereis a Jehová será con levadura" (Levítico 2: 11), — la mujer aquí
en la parábola está haciendo lo que la ley prohíbe estrictamente. Siendo
la levadura siempre en la Escritura un tipo de la maldad, ponerla en la harina
es introducir mala doctrina en el pan de Dios, — el alimento de Su pueblo.
Véase Juan 6: 32, 33.
Asimismo, la mujer de esta
parábola debería recordarnos a Eva incurriendo en "transgresión"; y
aún más a "esa mujer Jezabel, que se dice profetisa", que
enseña y seduce a Mis siervos", etcétera (Apocalipsis 2: 20), — de nuevo
haciendo lo que está prohibido. Véase 1ª Timoteo 2: 12-14. ¿Por qué deberían
los comentaristas interpretar la levadura como el bien propagándose, o el
evangelio dominando todo el mundo? Ellos se parecen a los doce en Lucas 18:
31-34, a quienes el Señor habló de Su rechazo, Sus padecimientos, muerte y
resurrección; pero, "ellos nada comprendieron de estas cosas".
En sus mentes el reino estaba a punto de ser restaurado a Israel; así que ellos
no podían comprender las más claras palabras acerca del rechazo del
Mesías. [Las ideas preconcebidas impiden la recepción de la más sencillamente
expresada verdad. – Nota del Editor en Inglés.]
Observen también ustedes
que de este modo la interpretación fluye armoniosamente. Tenemos parábolas
dedicadas a cosas distintas, que pueden tener cierto grado de analogía entre
sí, y sin embargo, ellas exponen verdades distintas en un orden que no puede
sino ser aceptables para una mente espiritual y desprejuiciada. Mucho depende
de la debida comprensión de lo que se entiende por, "el reino de los
cielos". No olvidemos que ello es simplemente la autoridad del Señor en el
cielo reconocida en la tierra. Cuando ello se convierte en algo de lo que el
mundo considera como un poder civilizador en la tierra, ya no es el mero campo
sembrado con buena semilla que el enemigo puede estropear con mala, sino el
árbol imponente, y la levadura en amplia y profunda acción. Tal es la
inesperada revelación que hace nuestro Señor. La multitud podría admirar, pero
los sabios entenderían. Los discípulos necesitaban ser enseñados acerca de que
iba a haber un estado de cosas totalmente diferente de lo que ellos esperaban;
que aunque el Mesías había venido, Él se iba a marchar; que mientras Él
estuviera en los cielos, el reino sería introducido en paciencia, no en poder,
— de manera misteriosa, y aún no a la vista; y que en él se permitiría al
diablo obrar igual que antes, sólo que aprovechando su ventaja habitual para
estropear y corromper, de manera especial, la nueva verdad y nueva condición
que estaba a punto de ser introducida.
Entonces, hasta ahora estas
parábolas muestran el crecimiento gradual del mal. En primer lugar, hay una
mezcla de un poco de mal con una gran cantidad de bien, como en el caso del
campo sembrado. Luego, el crecimiento de lo que es alto e influyente desde el
humilde origen del cristianismo temprano. En lugar de tener tribulación en el
mundo, el cuerpo cristiano se convierte en patrocinador o benefactor,
ejerciendo autoridad en él, y los que más aspiran del mundo buscan en dicho
cuerpo profesante lo que ellos desean. Después sigue a continuación una gran
propagación de la doctrina adaptada a las condiciones del mundo, a medida que
la locura del paganismo y la estrechez del judaísmo se hacen más evidentes para
los hombres, y cuando sus intereses los arrastraron con el nuevo sistema
mundano.
Ahora, presten ustedes atención
a un cambio. El Señor deja de dirigirse a la multitud, a quienes había tenido
en cuenta hasta ahora. Como se dice: "Todo esto habló Jesús por parábolas
a la gente, y sin parábolas no les hablaba". (Mateo 13: 34). Pero ahora Jesús
despide a la multitud y
entra en la casa. Yo llamaría a que ustedes presten atención a esto, porque
ello divide las parábolas e inaugura una serie distinta. Las parábolas que
siguen a continuación no eran de las que la multitud pudiera ver o adentrarse
en ellas. En la separación de estas tres últimas parábolas de las cuatro
anteriores tenemos una analogía con las fiestas establecidas en Levítico 23,
donde después de la Pascua y de los panes sin levadura, la ofrenda de las
primicias y la fiesta de las semanas, las cuales se suceden unas a otras,
ustedes tienen una interrupción; después de la cual vienen la fiesta de las
trompetas, el día de la expiación y, finalmente, la fiesta de los tabernáculos.
El apóstol nos enseña que, "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada
por nosotros", así que tenemos que celebrar la fiesta de los panes sin
levadura inseparablemente relacionada con ella. (1ª Corintios 5: 7). Luego
tenemos la resurrección de Cristo, — la gavilla de las primicias, seguida de
Pentecostés, tal como leemos en Hechos 2: "Cuando llegó el día de
Pentecostés". Estas fiestas se cumplen en nosotros los cristianos. Pero la
fiesta de las trompetas, el día de la expiación y la fiesta de los
tabernáculos, que siguen a las cuatro primeras, sería absurdo aplicarlas a la
Iglesia; la aplicación de ellas será para los judíos. Por lo tanto, tal como a
la mitad de Levítico 23 la interrupción indica un nuevo orden de temas, así es
en este capítulo, donde ello está igualmente señalado. Y si bien las primeras
parábolas son aplicables a la profesión externa del nombre de Cristo, las
últimas pertenecen especial e íntimamente a lo que concierne a cristianos
verdaderos. La multitud no podía adentrarse en ellas. Ellas eran los secretos
de la familia, y, por lo tanto, el Señor llama a los discípulos que estaban en
el interior de la casa, y allí Él les revela todo.
Pero antes de que entre en
un nuevo tema, Él presenta más información acerca del anterior. Los discípulos
le preguntan,
"Explícanos la parábola de la cizaña del campo". Ignorantes como
podían ser, ellos tenían confianza en su Señor, y en que lo que había dicho Él
estaba dispuesto a explicarlo. "Respondiendo él, les dijo: El que siembra
la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla
son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo". (Mateo 13:
38, 39). El Hijo del Hombre y el malo, como ha sido bien recalcado, se oponen
entre sí. Como en la Trinidad, nosotros sabemos que hay una parte adecuada que
cada Persona bendita lleva en la obra de bendición de ellas, de modo que el
triste contraste aparece en el mal afuera. Así como el Padre saca a la luz
especialmente Su amor, y separa del mundo mediante la revelación de aquel amor
en Cristo; así como ustedes tienen al Espíritu Santo, en contraposición a la
carne, el gran agente de toda la gracia, los consejos y los modos de obrar del
Padre; así la Escritura habla largo y tendido acerca de que Satanás actúa
siempre como el gran antagonista personal del Hijo. El Hijo de Dios ha venido
"para deshacer las obras del diablo". El diablo utiliza el mundo para
enmarañar a las personas, para excitar la carne, despertando la afición natural
del corazón por la honra y la comodidad actuales. En oposición a todo esto, el
Hijo de Dios presenta la gloria del Padre como el objetivo para el cual Él
obraba por medio del Espíritu Santo.
La discriminación recorre
con contundencia la explicación del Señor a los discípulos en la casa. En la
primera de las parábolas, el bien está completamente separado del mal, pero, en
la última de las tres, todo se funde en una masa mediocre. Al principio, todo
estaba claro. Por una parte el Hijo del Hombre siembra la buena semilla y el
resultado son los hijos del reino. Por otra parte está el enemigo, y está
sembrando su mala semilla, — a saber, falsas doctrinas, herejías, etcétera; y
el resultado de esto son los hijos del malo. El diablo ha aprovechado la
oportunidad brindada por el cristianismo para hacer que los hombres sean peores
que si nunca hubiera habido una revelación nueva y celestial. A los ojos de
Dios, aquello que lleva falsamente el nombre de Cristo es una cosa más inicua
que cualquier otra. Nunca ha sido derramada tanta sangre justa como por la mano
de la así llamada religión, y de quienes ella será demandada. Véase Mateo 23: 34-36.
El catolicismo romano ha sido la plena consumación de esta religión terrenal. Y
todo sistema religioso del mundo tiende a perseguir a todo lo que no esté de
acuerdo con él. La amargura y la oposición hacia aquellos que procuran seguir
al Señor en nuestro día es la misma clase de cosa que apareció en los horrores
de la edad oscura, la edad media, y persiste todavía en la « Congregación para la Doctrina de la Fe» aquello de la inquisición cuando
y dondequiera que levante su cabeza.
Para continuar: "La siega
es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles". "El
mundo" en el versículo 38 no debe ser confundido con "el siglo"
en el versículo 39. Se trata de palabras y cosas totalmente distintas. "El
siglo" en el versículo 39 significa la edad, la era. Se trata de un curso
de tiempo, y no de la mera suma de 100 años. En el versículo 38, "el
mundo" significa la esfera en que el evangelio es anunciado; en el
versículo 39 "el siglo" es el
espacio de tiempo en el que el evangelio avanza o es obstaculizado por el poder
del enemigo. La siega es la consumación de la era, es decir, de la época
actual, — el tiempo mientras el Señor está ausente, y el evangelio está siendo
proclamado en la tierra. La gracia está siendo anunciada activamente ahora. Los
únicos medios que Dios emplea para actuar sobre las almas son de tipo moral o
espiritual. Los ángeles introducen el juicio providencial; mientras que el
evangelio prende a pobres pecadores para salvarlos. El Señor insinúa aquí que
se pondrá fin al presente envío de la palabra del reino y que habrá un día en
que los efectos de la obra de Satanás deben desarrollarse plenamente y deben
ser juzgados. "Los segadores son los ángeles". Nosotros no tenemos
nada que ver con la parte judicial, sólo con la propagación del bien; los
ángeles, con el juicio de los impíos. "De manera que como se arranca la
cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo".
Lamentablemente, en la versión Inglesa Autorizada de la Biblia (KJV), en el
versículo 40 es utilizada la misma palabra para "siglo" que en el
versículo 39, donde leemos en ambos versículos la palabra "mundo,
world".
Muchas Escrituras muestran
una época futura y un estado de cosas para el mundo totalmente diferente de lo
que el evangelio contempla. Me referiré a una o dos de estas cosas en los
profetas. Tomen ustedes Isaías capítulo 11, el cual habla primero de nuestro
Señor bajo la figura de un vástago de las raíces de Isaí (Isaías 11: 1). Es
evidente que esto es cierto en cuanto a Cristo, ya sea en Su primera o en Su
segunda venidas. Él nació como israelita y de la familia de David. Y además, en
cuanto al Espíritu Santo reposando sobre Él (Isaías11: 2), nosotros sabemos que
esto fue cierto acerca de Él cuando Él fue un hombre aquí abajo: pero, en el
versículo 4 encontramos otra cosa pues leemos que, Él "juzgará con
justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra".
Si ustedes argumentan que esto es aplicable ahora porque en el reino de los
cielos el Señor actúa sobre las almas de los mansos, etcétera, yo les pido que
lean unas palabras más: "Y herirá la tierra con la
vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío".
(Isaías 11: 4B). ¿Está haciendo esto el
Señor ahora? Claramente no. En lugar de matar al impío con el espíritu de Sus
labios, ¿acaso no está Él convirtiendo a los impíos mediante la palabra
de Su gracia? — en contraste total con lo que está descrito aquí. En
Apocalipsis 19 tenemos el mismo período de juicio donde el Señor es visto con
una espada saliendo de Su boca. Ello representa el justo juicio ejecutado por
la escueta palabra del Señor. Así como Él habló al mundo para existencia, Él
hablará a los malos para perdición. Tomando esto como el significado indudable
de lo que aquí es mencionado en Isaías, ¿qué infiere ello? —Infiere un estado
de cosas muy distinto a lo que tenemos ahora bajo el evangelio: "Y será la
justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. Morará el
lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el
león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará… No harán
mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del
conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar". (Isaías 11: 5-9).
Todo esto no es lo que
tenemos ahora. En lugar de que el mundo se convierta mediante la predicación
del evangelio, la Escritura declara enfáticamente que "en los postreros
días vendrán tiempos peligrosos" (2ª Timoteo 3: 1); y que en los postreros
tiempos no prevalecerá la verdad de Cristo sino la mentira del Anticristo (1ª.
Juan 2: 22); no el triunfo de los buenos, sino de los malos, hasta que el Señor
extienda Su propia mano; y esto es lo que está reservado para Su aparición y Su
reino. "Y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de
sus labios matará al impío". El Señor no está hiriendo la tierra ahora. Él
ha abierto el cielo, pero en breve tomará la tierra. En Apocalipsis ustedes
tienen la visión del ángel fuerte, con su pie derecho sobre el mar y el
izquierdo sobre la tierra- (Apocalipsis 10: 1, 2). Se trata del Señor tomando
todo el universo bajo su propio gobierno inmediato. En la actualidad el
misterio de iniquidad es dejado sin juzgar. Al mal se le permite que siga
desenfrenado en el mundo. Pero esto no será para siempre. El misterio de Dios
va a ser terminado. Entonces comenzará este asombroso cambio, "la
regeneración", como lo llama nuestro Señor (Mateo 19: 28), cuando el
Espíritu de Dios sea derramado, y la tierra sea "llena del conocimiento de
Jehová, como las aguas cubren el mar". (Isaías 11: 9). Pero, hasta que
lleguen estos tiempos de refrigerio desde la presencia del Señor, la versión
autorizada de la Biblia inglesa (KJV) llama al espacio intermedio el
"mundo malo". Así, en Gálatas 1: 4, dicha expresión no se refiere al
mundo material, sino al curso moral de las cosas, es decir, a este
"presente siglo malo". El nuevo siglo, por el contrario, será
glorioso, santo y bienaventurado.
A partir del siguiente
versículo mismo de Isaías 11, Isaías 11: 11-16, es predicha la restauración del
pueblo antiguo de Dios, la recolección de todo Israel así como de Judá. No fue
ese el caso al regreso de la cautividad Babilónica. Una pequeña fracción de
Judá y Benjamín regresó, y sólo unos pocos individuos de Israel. Las diez tribus
son llamadas universalmente «las tribus perdidas»; mientras que,
"Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano
para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto,
Patros, Etiopía, Elam, Sinnar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará
pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los
esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Y se disipará la
envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá envidia
de Judá, ni Judá afligirá a Efraín;… Y secará Jehová la lengua del mar de
Egipto" (Isaías 11: 11-15), — algo
que nunca ha sido hecho, ni tampoco nada parecido. Y "Agitará su mano
sobre el río con su viento abrasador, lo partirá en siete arroyos y hará que se
pueda pasar en sandalias. Y habrá una calzada desde Asiria para el remanente
que quede de su pueblo, así como la hubo para Israel el día que subieron de la
tierra de Egipto". (Isaías 11: 15, 16 - LBA). Tanto en el mar de Egipto
como en el río Nilo habrá esta gran obra de Dios, sobrepasando lo que Él hizo
cuando sacó al pueblo la primera vez por medio de Moisés y Aarón.
Esto será el siglo
venidero, pero en el presente siglo la cizaña y el trigo han de crecer juntos
hasta la siega, que es la consumación de este siglo; y cuando la siega llega,
el Señor envía a sus ángeles, "y recogerán de su reino a todos los que
sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad". La separación tiene
lugar en aquel entonces, a saber, la cizaña es recolectada y es echada en un
horno de fuego y, "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el
reino de su Padre.". Presten ustedes atención a la exactitud de la
expresión: "Entonces…resplandecerán"; no dice, «Entonces serán
arrebatados». Será una era nueva en la que no se mezclarán los buenos y los
malos: pero la recolección de los impíos para el juicio cierra esta era, a fin
de que los buenos sean bendecidos en la siguiente.
De modo que tenemos aquí la
región superior, llamada el reino del Padre; y la inferior, el reino del Hijo
del Hombre. "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su
reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen
iniquidad". A estos ni siquiera se les permite estar en la tierra, sino
que son echados en un horno de fuego. "Entonces los justos resplandecerán
como el sol en el reino de su Padre". Ambos son "el reino de
Dios". ¡Qué perspectiva tan gloriosa! ¿No es un dulce pensamiento que
incluso esta escena actual de ruina y confusión va a ser libertada? ¿que Dios
va a tener el gozo de Su corazón, no sólo al llenar los cielos con Su gloria,
sino en que el Hijo del Hombre sea honrado en el lugar mismo donde Él fue
rechazado?
Pero, consideremos ahora la
parábola siguiente. "El
reino de los cielos es
semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo
esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra
aquel campo". (Versículo 44). Esta es
la primera de las nuevas parábolas dentro de la casa. El Señor no muestra allí
el estado de cosas que se encuentra bajo la profesión pública del nombre de
Cristo, sino las cosas ocultas, o las que necesitan discernimiento. Se trata de
un tesoro escondido en un campo, que un hombre halla y esconde, y por
gozo vende todo lo que tiene y compra el campo. Yo soy consciente de que la
costumbre de las personas es aplicar esto a un alma que encuentra a Cristo.
Pero preguntémonos, ¿qué hace el hombre de la parábola? Él vende todo lo que
tiene para comprar el campo. ¿Es esta la forma en que un hombre se salva? Si es
así, la salvación no es un asunto de fe, sino de renunciar a todo para ganar a
Cristo, lo cual no es gracia, sino obras llevadas a lo sumo. Cuando un hombre
tiene a Cristo, indudablemente renunciaría a todo por Él. Pero estos no son los
términos en los que un hombre recibe por primera vez a Cristo para la necesidad
de su alma. Pero esto no es todo: hemos aprendido que "El campo es el
mundo". Entonces surge la pregunta, ¿debo yo comprar el mundo para obtener
a Cristo? Esto sólo muestra las dificultades en las que caemos siempre que nos
alejamos de la sencillez de la Escritura. El propio Señor confuta tal
interpretación. Él muestra que hay un Hombre, uno solo, que vio este tesoro en
medio de la confusión. Se trata de Él mismo, que renunció a todos Sus derechos
para que Él pudiera tener pecadores lavados en Su sangre y redimidos para Dios;
fue Él quien compró el mundo para adquirir el tesoro que él valoraba.
Las dos cosas son presentadas claramente en Juan 17: 2, donde leemos, Como le
has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le
diste". Allí está el tesoro: "Todos los que le diste". Él compra
todo, el mundo exterior, para poseer este tesoro escondido.
Pero, además, "El reino
de los cielos también es semejante a un mercader que busca perlas finas, y al
encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la
compró". (Mateo 13: 45, 46 – LBA). La parábola del tesoro escondido no
comunicaba suficientemente lo que los santos son para Cristo. Porque el tesoro
podría consistir en cien mil piezas de oro y plata. ¿Y cómo podía esto indicar
la bienaventuranza y la hermosura de la Iglesia? El mercader encuentra
"una perla de gran valor". El Señor no ve solamente la preciosidad de
los santos, sino la unidad y la hermosura celestial de la asamblea. Cada santo
es precioso para Cristo; pero, "Él amó a la Iglesia, "y se entregó a
sí mismo por ella". (Efesios 5: 25). Eso es lo que se ve aquí, — "Una
perla de gran valor".
No dudo en lo más mínimo que el espíritu del símil puede ser aplicable a todo
cristiano; pero creo que su intención es exponer la hermosura de la Iglesia a
los ojos de Cristo. ¿Acaso no podría ser dicho plenamente de un hombre que se
despierta para creer en el evangelio que «él está buscando buenas perlas»? Y
antes de la conversión el pecador se alimenta más bien de algarrobas con los
cerdos. (Véase Lucas 15: 16). Aquí se trata de uno que busca "buenas
perlas", lo cual ningún hombre inconverso ha buscado alguna vez realmente.
No hay ninguna posibilidad de aplicar estas parábolas excepto al propio Señor.
Cuán bienaventurado es que en medio de toda la confusión que el diablo ha
causado, Cristo ve en Sus santos un tesoro y la hermosura de Su Iglesia, ¡a
pesar de todas las debilidades y el fracaso!.
A continuación tenemos que
se pone término a todo en la parábola de la red que es echada al mar.
(Versículos 47-50). Se trata de una figura utilizada para recordarnos que
nuestras energías y deseos deben dirigirse hacia aquellos que están flotando en
el mar del mundo. La red es echada al mar, y recoge de toda clase, "y una
vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo
malo echan fuera". Y, ¿Quiénes son "los que la sacan a la orilla?
Nosotros nunca encontramos a los ángeles recogiendo lo bueno, sino siempre
apartando a los inicuos para el juicio. Los pescadores eran hombres, tal como
los siervos de la primera parábola. Pero no es sólo el evangelio lo que tenemos
aquí. La red recoge de toda clase. Se nos muestra que de toda clase, antes de
que el Señor regrese en juicio, iba a haber una poderosa operación del Espíritu
a través de los pescadores de hombres, reuniendo santos de una manera sin
precedentes. ¿Acaso no es posible que el espíritu de esto esté ocurriendo
ahora? El evangelio está saliendo con notable poder por todas las tierras. Pero
hay otra acción, — a saber, la recolección y reunión de lo bueno y la
colocación en cestas. Lo malo es echado fuera; pero esto no es el fin de ellos
pues leemos, "Saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los
justos, y los echarán en el horno de fuego". Los ángeles se ocupan siempre
de los inicuos; los siervos, de los buenos. Separar a los malos de entre los
justos no es en absoluto el trabajo de los pescadores; y que ellos echen fuera
a los malos no es lo mismo que el horno de fuego. [Véase nota 11].
[Nota 11]. En el folleto, "Los Misterios del Reino de los
Cielos", de F. W. Grant, se da luminosidad al significado de estas tres
parábolas. El "tesoro escondido en el campo", que representa a
Israel, el "tesoro peculiar" de Jehová ("Porque Jehová ha
escogido a Jacob para sí, a Israel como su tesoro especial", Salmo 135: 4
– KJV - RVA - VM) - buscado por el Señor, el cual adquiere el derecho sobre el
campo y el tesoro mediante Su humillación y Sus padecimientos hasta la muerte;
y guarda ahora el tesoro escondido para un día futuro.
Luego, "la perla de
gran precio", — es decir, la
Iglesia que Él ama y por la cual Él "se entregó a sí mismo", y Él
mismo se adornará con ella como Su compañera y esposa, en la gloria celestial.
Después, la "red"
echada en el mar gentil después de que la Iglesia sea "arrebatada"
para encontrarse con su Esposo, — y el Evangelio del Reino saliendo y reuniendo
una multitud, para ser clasificada por los administradores del gobierno de Dios
al final de ese breve período de tiempo].
[Nota del editor en Inglés]. Recomendamos al lector el folleto
mencionado , así como la "Biblia Numérica", acerca de los Evangelios,
del mismo autor.
Al comentar los capítulos 8
y 9 de nuestro Evangelio ya han sido señalados algunos casos sorprendentes de
desplazamiento. De este modo, los incidentes de la travesía del lago en la
tempestad, de los endemoniados curados, de la hija de Jairo resucitada y de la
mujer sanada en el camino, pertenecen, como asuntos de historia, al intervalo
entre las parábolas de las que nos hemos ocupado últimamente y el desprecio a
nuestro bendito Señor, lo cual nuestro evangelista procede a registrar en orden
sucesivo. Yo he tratado de explicar el principio por el cual, según creo, el
Espíritu Santo se complació en actuar al organizar así los acontecimientos como
para revelar de manera más vívida el ministerio Mesiánico de nuestro Señor en
Israel, con Su rechazo y sus consecuencias. Por eso que habiendo sido los
hechos intermedios insertados en esa porción anterior, la incredulidad de
Israel en presencia de Su enseñanza sigue a continuación de manera natural. Él
estaba en Su propia tierra y les enseñaba en sus sinagogas; pero el resultado,
a pesar del asombro ante Su sabiduría y Sus obras poderosas, es la pregunta
despectiva, "¿No es éste el hijo del carpintero?... Y se escandalizaban de
él". Él es un profeta, pero sin honra en Su propia tierra y en Su casa. La
manifestación de la gloria no es negada; pero Aquel en quien ella se
manifestaba no es recibido conforme a Dios, sino juzgado según la vista y las
aprensiones de la naturaleza. (Mateo 13: 54-58).
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
KJV
= King
James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA
=
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 14
Y esto que hemos comentado al final del capítulo anterior no es toda la
triste verdad. Alrededor de este tiempo los doce fueron enviados. Esto lo
tuvimos en el capítulo 10 formando parte de la serie especial de
acontecimientos trasplantados en esa parte del Evangelio; pero, en su momento,
siguió el juicio carnal por parte del pueblo ejercido sobre Cristo. La misión
de ellos fue presentada de manera hermosa antes por Mateo como para completar
el retrato de la paciente gracia perseverante de Cristo para con Israel, así
como para dar testimonio de los derechos de Su persona como Jehová, el Señor de
la mies. Por consiguiente, aquí el hecho es omitido, pero aparece el efecto.
"En aquel tiempo Herodes el tetrarca oyó la fama de Jesús, y dijo a sus
criados: Este es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos, y por eso
actúan en él estos poderes". (Versículo 1).
Esto brinda la ocasión al Espíritu de Dios para contar la historia
(versículos 3-12) de la extinción del testimonio de Juan el Bautista en su
propia sangre. No sólo se trataba de un pueblo cegado, sino que en medio de él
gobernaba un falso y arrebatado rey, el
cual no temió primero encarcelar, y finalmente dar muerte, a aquel
bienaventurado testigo de Dios. No es que él no temiera a la multitud
(versículo 5); pues sus pasiones le habrían impulsado a realizar el acto; ni
que no tuviera tristeza y escrúpulos cuando llegó el momento (versículo 9);
pero, ¿de qué pueden servir estas cautelas contra las asechanzas y el poder de
Satanás? Por muy malo que fuera Herodes él no carecía del todo de conciencia, y
la predicación de Juan había llegado a ella, al menos hasta el punto de
inquietarlo. Pero el resultado fue lo que podía esperar uno que sabe que hay un
enemigo detrás de la escena, que aborrece todo lo que es de Dios, y que incita
al hombre a ser su esclavo y enemigo de Dios, en la gratificación de la pasión
y el mantenimiento de una honra peor que la vanidad. ¡Qué percepción del mundo
y del corazón tenemos aquí de parte de Dios! Y con qué santa sencillez es
puesto de manifiesto todo lo que sería provechoso para nosotros oír y sopesar.
"El hombre no
permanecerá en honra; es semejante
a las bestias que perecen. ¡Este es su camino; tal es su locura! mas después de
ellos, los hombres se complacerán en sus dichos. (Pausa.) Como manada de ovejas
son conducidos al sepulcro; la muerte los pastorea; pero los rectos tendrán
el dominio sobre ellos por la mañana". (Salmo 49: 12-14) – VM). Así
cantaba el salmista, y ciertamente era correcto y era de Dios. "Y (el rey)
ordenó decapitar a Juan en la cárcel. Y fue traída su cabeza en un plato, y
dada a la muchacha; y ella la presentó a su madre". (Versículos 10, 11).
Así es el hombre, y así es la mujer, sin Dios.
Cuando la noticia acerca de la muerte de Juan fue traída al Señor, Él
indica de inmediato Su sentido acerca del acto: leemos, "Se apartó de allí
en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le
siguió". No había ninguna insensibilidad en Él, a pesar de Su longanimidad
y Su gracia. Él sintió el grave agravio hecho a Dios y a Su testimonio y a Su
siervo. Ello fue el presagio de una tempestad aún más violenta y de un hecho de
sangre mucho más oscuro, — a saber, el terrible pecado de Su propio rechazo. Él
no quiso apresurar el momento, sino que se retira. Él fue un sufriente, un
sufriente perfecto, así como un sacrificio; y aunque Sus padecimientos
alcanzaron su punto álgido en esa hora tan solemne en la que llevó Él mismo
nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, sería ignorar mucho si nosotros
limitáramos nuestros pensamientos y sentimientos acerca de Su amor y de Su
gloria moral a Su agonía final. El Señor, entonces, sintió mucho más el mal,
por Su amor desinteresado y Su inmaculada santidad. El mal siempre se siente
más en la presencia de Dios, donde Jesús sentía todo. La obra de rechazo
continúa.
¿Interrumpió este profundo sentido en Su espíritu acerca del creciente
poder del mal en Israel el curso de Su amor? Ni mucho menos. "Y saliendo
Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de
ellos estaban enfermos". (Versículo 14). Que la incredulidad homicida
actúe como ella pueda, Él era Jehová, presente aquí abajo en humillación, pero
en divinos poder y gracia.
Los discípulos poco aprovechan Su gracia y dejan poco espacio para la
exhibición de Su poder benéfico. De modo que cuando anochecía, "se
acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya
pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de
comer". (Versículo 15). ¡"Despide a la multitud"! — ¿Qué?
¿Alejarse de Jesús? ¡Qué propuesta! La grandeza de la estrechez, la urgencia de
la necesidad, la dificultad de las circunstancias, cosas que para la incredulidad
son tantos motivos para que los hombres hagan lo que puedan, son, para la fe,
mucho más la solicitud y la ocasión para que el Señor muestre lo que Él es.
"Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de
comer". ¡Oh, la torpeza del hombre! — ¡la insensatez y la lentitud de
corazón de los discípulos para creer todo! Y sin embargo, amados amigos, ¿acaso
no lo hemos visto? ¿No hemos comprobado lo mismísimo en nosotros? ¡Qué falta de
cuidado por los demás! ¡Qué medición de sus necesidades, al olvidar a Aquel que
tiene todo el poder en el cielo y en la tierra, y quien, en el mismo aliento
que nos lo asegura, nos ha enviado a satisfacer las necesidades más profundas
de las almas oscurecidas por el pecado!
"Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos
peces". ¡Ah! ¿estaban ellos, estamos nosotros, tan ciegos como para pasar
por alto que no se trata de lo que tenemos, sino de a quién tenemos? Jesús es
nada para la carne, incluso para la de los discípulos.
Él dijo: "Traédmelos acá". Oh, ojalá que haya más sencillez en
llevar toda carencia y toda insuficiente provisión a Aquel que va a proveer, no
sólo para nosotros, sino para todas las exigencias de Su amor; contar con Él
más habitualmente como Aquel que no puede actuar de manera indigna de Él..
"Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando
los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y
partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y
comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce
cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las
mujeres y los niños". (Versículos 19-21).
¡Qué bienaventurada es la escena, y de qué manera resplandece la
perfección de Cristo a través de toda ella! En nada Él se aparta de la gracia,
a pesar de la reciente exhibición de odio homicida en Herodes; pues el hecho
mismo de retirarse Él aparte ante ello no es más que un paso más en la senda de
Su dolor y Su humillación; y sin embargo allí, en el lugar desierto, para esta
gran multitud atraída por sus necesidades, surge este sorprendente testimonio.
¿No deberían ellos haberse persuadido con seguridad acerca de quién y qué era
Él? Jehová había elegido a Sión, — y la ha deseado como morada Suya (Salmo 132:
13 - VM), — Él había dicho: "Este es para siempre el lugar de mi reposo;
aquí habitaré, porque la he deseado". (Salmo 132: 14 – VM). Pero ahora
estaba allí un edomita, el esclavo de un gentil voraz (Roma); y el pueblo lo
consentía, y los sumos sacerdotes no tardarían en gritar: "No tenemos más
rey que César". (Juan 19: 15). Sin embargo, el Rechazado extiende una mesa
en el lugar desierto, bendice abundantemente la provisión de Sión y a sus
pobres sacia de pan. Puede ser que el milagro no sea el cumplimiento del Salmo
132: 5, pero es el testimonio de que estaba allí Aquel que podía, y aún lo
hará, cumplirlo. Él es el Mesías, pero el Mesías rechazado, como siempre en
nuestro Evangelio. Él sacia de pan a los pobres de Sión, pero ello es en el
lugar desierto, adonde Él se había retirado aparte de la nación incrédula y del
voluntarioso rey apóstata.
Pero ahora comienza un cambio en nuestra visión. Porque, "En
seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la
otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud,
subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo".
(Versículos 22, 23). La corona no iba a florecer aún sobre Él. (Véase Salmo
132: 18). Él debía dejar a Su pueblo antiguo a causa de su incredulidad y tomar
una nueva posición en lo alto, y también llamar a un remanente a otro estado de
cosas. Rechazado como Mesías en la tierra, Él no sería un rey por la voluntad
del hombre para gratificar los deseos mundanos de cualquiera, sino que Él iría
a lo alto, y ejercería allí Su sacerdocio delante de Dios. Se trata de una
imagen exacta de lo que el Señor ha hecho. Mientras tanto, si las masas de
Israel ("la gran congregación" — véase Salmo 22) son despedidas, Sus
escogidos son introducidos en una escena de aflicciones en ausencia de su
Maestro durante la noche del día del hombre. "Y ya la barca estaba en
medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario".
(Mateo 14: 24).
Tales fueron algunas de las consecuencias del rechazo de Cristo.
Apartado en lo alto, y no en el lugar aparte, Él ora por los Suyos; separado en
cuanto a lugar, y sin embargo y en verdad mucho más cerca, Él ora por los
discípulos dejados solos para la apariencia exterior. Ellos son "los que
habían de ser salvos", los escogidos, compañeros de Su propia humillación
mientras la nación Le despreciaba.
"Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando
sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron,
diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les
habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro,
y dijo: Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo:
Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús.
Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces,
diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y
le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?" (Versículos 25-31). Sin explayarme
ahora
acerca de la lección moral con la que todos estamos más o menos familiarizados,
unas pocas palabras acerca de las enseñanzas típicas comunicadas por medio del
pasaje pueden ser bienvenidas.
Él dejará Su lugar de intercesión en lo alto y se reunirá con Sus
discípulos cuando las aflicciones y perplejidades de ellos sean más profundas.
El monte, el mar, la tempestad y la calma, la oscuridad y la luz, todas estas
cosas son, en cuanto a seguridad, lo mismo para Cristo; pero Su participación
en la angustia es el terror de la mente natural. Al principio, incluso los
discípulos "se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de
miedo", sólo acalladas por la señal de Su pronta presencia. Esto apenas va
más allá de las circunstancias y la condición del remanente judío. Si hay
alguna parte que lo hace, ello es mostrado en Pedro, quien, a la palabra de
Jesús sale de la barca (la cual presenta el estado común del remanente), y va
al encuentro del Salvador fuera de todo apoyo de la naturaleza. A nosotros nos
corresponde cruzar el mundo mediante el poder divino pues por fe andamos, no
por vista. (2ª Corintios 5: 7). El viento no se acalló, las olas eran tan
amenazantes como siempre; pero, ¿acaso no había oído Pedro aquella palabra ,
"Ven", y no fue ella suficiente? Ella era amplia como del Señor y
Dios de todo. "Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas
para ir a Jesús". Mientras Jesús y Su palabra estuvieran ante su corazón,
no había fracaso así como tampoco peligro. "Pero al ver el fuerte viento,
tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor,
sálvame!" Pedro fracasó, tal como ha fracasado la Iglesia, en andar hacia
Cristo y con Cristo; pero, como en el caso de él así en el nuestro, Cristo ha
sido fiel, y nos libró, y nos libra de tan grande muerte, en "quien
esperamos que aún nos librará". (2ª Corintios 1: 10). "Y cuando ellos
subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca
vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios".
(Versículos 32, 33).
Jesús vuelve a reunirse ahora con el remanente e inmediatamente la calma
sigue a continuación, y Él es reconocido allí como el Hijo de Dios. Y no
solamente esto pues ellos "vinieron a tierra de Genesaret. Cuando le
conocieron los hombres de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra
alrededor, y trajeron a él todos los enfermos; y le rogaban que les dejase
tocar solamente el borde de su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron
sanos". (Versículos 34-36). El Señor es recibido ahora con gozo en la
escena misma donde antes Él había sido rechazado. Ello es la bendición y la
sanación de un mundo angustiado y gimiente como consecuencia de Su regreso en
reconocidos poder y gloria.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 15
En este capítulo nosotros encontramos evidencias sorprendentes del gran
cambio que estaba entrando rápidamente mediante el rechazo de Jesús por parte
de Israel. Porque, en primer lugar, tenemos ciertos guías religiosos,
"escribas y fariseos de Jerusalén", que tenían las mejores
oportunidades espirituales de su nación, y que venían revestidos de todo lo que
tenía el sabor de antigüedad y santidad exterior. Estos hombres plantearon la
pregunta a nuestro Señor: "¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición
de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan". El Señor
procede a tratar con la conciencia. Él no entra en una discusión abstracta
acerca de la tradición, ni discute con ellos en cuanto a la autoridad de los
ancianos, sino que de inmediato Él echa mano del hecho evidente de que, en el
celo de ellos por la tradición de los ancianos, se estaban oponiendo de manera
categórica al claro y positivo mandamiento de Dios. Yo creo que éste es el
efecto invariable de la tradición, con independencia de con quién ella pueda
ser encontrada. Si nosotros abordamos la historia de la cristiandad y
consideramos cualquier norma que alguna vez haya sido inventada, se encontrará
que ella lleva a quienes la siguen a oponerse al pensamiento de Dios. Puede
parecer que ello es la cosa más natural posible, y que surge de las nuevas
circunstancias de la Iglesia; pero nunca estamos seguros al apartarnos de la
palabra de Dios por cualquier otro estándar.
Yo no estoy defendiendo ahora la escueta interpretación literal de la
Escritura. Un determinado proceder que la palabra de Dios impone a Sus santos
para lidiar con un mal puede no ser el deber de ellos en otra crisis. Nuevas
circunstancias modifican la senda que la Iglesia debiera seguir. Si ustedes
aplicaran las instrucciones dadas para juzgar la inmoralidad al error fatal que
afecta a la persona de nuestro Señor, ustedes tendrían una medida de disciplina
muy insuficiente. La falsa doctrina no afecta la conciencia natural como la
afecta la conducta grosera. Es más, demasiado a menudo ustedes pueden encontrar
a un creyente arrastrado por sus afectos para excusar a los que son
fundamentalmente heterodoxos. Toda clase de dificultades llenan la mente donde
el ojo no es realmente sencillo. Muchos que no sostuvieran falsa doctrina
podrían estar involucrados así. Si yo sostengo el principio de no tratar con
nadie más que con aquel que no trae la doctrina de Cristo, ello no servirá;
porque puede haber otros confundidos con ella. Preguntémonos, ¿qué es cualquier
individuo, qué es incluso la Iglesia, en comparación con el Salvador, el Hijo
del Padre? Consecuentemente, la norma establecida por el Espíritu para vindicar
la persona de Cristo de los blasfemos agresores, o de sus partidarios, es mucho
más rígida que cuando se trata de corrupción moral, aunque ella siempre sea tan
mala.
Además, hay una fuerte tendencia a estereotipar nuestra práctica
anterior, y cuando surge algún mal nuevo, insistir en lo que fue hecho antes, o
generalmente, sin preguntar de nuevo a Dios y escudriñar en Su palabra en vista
del caso real que tenemos ante nosotros y de nuestra responsabilidad. Se
necesita el espíritu de dependencia para andar correctamente con Dios. En la
palabra escrita de Dios hay lo que responderá a toda demanda; pero cada caso
debería ser una ocasión renovada para consultar esa palabra en Su presencia,
que es Aquel que la dio. A las personas le gusta ser coherentes consigo mismas,
y asirse de las opiniones y prácticas anteriores.
Nuestro Señor, en este lugar, afirma que la deferencia a la mera
tradición humana conduce a la desobediencia directa de la voluntad de Dios.
Lavarse las manos podía a ver parecido un acto muy apropiado. Nadie podía
pretender que la Escritura lo prohibiera; y, sin duda, los doctores de la ley
judíos podían insistir en su gran trascendencia. Ellos podían argumentar muy
bien lo calculado que dicha tradición estaba para mantener ante sus mentes la
pureza en la que Dios insiste, y especialmente que nunca debiésemos recibir
nada de Su mano sin quitar toda la contaminación de la nuestra. Ellos podían
razonar así a un pueblo que amaba toda rutina exterior. En cualquier caso,
ellos podían decir: «¿cuál
era el daño que producía esa tradición?» Pero
nuestro Señor simplemente llega a esta consecuencia: "¿Por qué también
vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?" Por
medio de la tradición de ellos, ellos mismos desobedecían a Dios. El
mandamiento de honrar al padre y a la madre era el primer mandamiento con
promesa, como dice el apóstol al escribir a los Efesios. Otros mandamientos
tenían la amenaza de muerte anexa a ellos; este mandamiento llevaba la promesa
de una larga vida sobre la tierra (Éxodo 20: 12). El razonamiento del apóstol
es que si un niño judío no sólo estaba obligado a venerar a sus padres sino que
era alentado por tal promesa, cuánto más debe obedecerles un niño cristiano, —
no meramente en la ley, sino en el Señor.
El Señor, entonces, confronta a los fariseos con: "Dios mandó
diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la
madre, muera irremisiblemente". Honrar a los padres era valorado por Dios;
y la falta de respeto era mortal a Sus ojos, — "Pero vosotros decís:
Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello
con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre...".
Los judíos habían introducido un truco (para tranquilizar sus conciencias)
mediante el cual podían liberarse de la obligación de cumplir con los deberes
filiales. Ellos sólo tenían que pronunciar la palabra, "mi ofrenda a
Dios" (Corbán), ¡y un padre podía ser olvidado! Sin duda, ella era una de
sus tradiciones autorizadas, y para beneficio del sacerdote, pero a los ojos de
Dios era una violación directa de Su mandamiento. "Así habéis invalidado
el mandamiento de Dios por vuestra tradición". Y esto es lo que la
tradición hace habitualmente, ya sea en el catolicismo romano o en otros
lugares. Añadir a la Escritura es ruinoso: no importa por quién ello es hecho,
o por cualesquiera motivos santos que los hombres puedan alegar; Dios es celoso
acerca de ello y no consentirá que Su palabra sea ampliada o enmendada. La
revelación está completa, y nuestra sencilla responsabilidad es ser obedientes
a la palabra de Dios.
Tomen ustedes, por ejemplo, la elección de un ministro. La gente, los
cristianos, dicen: «Debemos
enviar a buscar ministros y escoger entre ellos quién ha de ser el nuestro.» Yo estoy
dispuesto a concebir el cuidado y la
conciencia en el ejercicio del juicio de ellos. Pero, ¿dónde está la
autorización para elegir a cualquiera para predicar el evangelio o enseñar a la
Iglesia? ¿Hay un solo precepto o un solo ejemplo en todo el Nuevo Testamento?
Entonces, ¿no previó Dios las dificultades y las necesidades de las
congregaciones? Ciertamente Él lo hizo. Entonces, ¿por qué hay ausencia de
todas esas instrucciones para ellas? Porque era un pecado hacerlo; no sólo no
era Su pensamiento sino que era contrario a dicho pensamiento. No hay un solo
caso, ni nada parecido, en la Escritura desde el momento en que el Espíritu
Santo fue enviado en Pentecostés. Aun así, la Escritura habla de multitudes de
iglesias. Entonces, ¿qué debe hacer una congregación cuando ellos quieren un
ministro? ¿Por qué no escudriñar y ver el proceder de la Escritura para
satisfacer la necesidad? La dificultad surge de que ellos ya están en una
posición falsa. La verdad central de la Iglesia es la presencia del Espíritu
Santo. Yo estoy hablando ahora de la asamblea cristiana, en la que el Espíritu
está personalmente presente para actuar según Su voluntad en medio de los
discípulos allí reunidos con el propósito de glorificar a Dios y exaltar a
Cristo. En una reunión tal no surgiría la cuestión de escoger un ministro. Así
que, si ustedes toman esta común tradición protestante de escoger un ministro,
ello está en clara oposición a la palabra de Dios. Podría ser bueno para una
asamblea cristiana sentir la debilidad de ellos. Podría no haber ninguno con un
don especial entre ellos: algunos podrían ser capaces de ayudar en la adoración
y la oración, aunque no en la predicación o en la enseñanza. Pero el
bienaventurado consuelo es que, aunque no hubiera ninguno especialmente dotado
en la Palabra, el Espíritu Santo puede edificar a los santos sin ellos. Dios en
Su sabiduría puede complacerse en no levantar a nadie en una asamblea en
particular, o Él puede enviar allí a dos, tres o más para ministrar. Yo no creo
que un solo hombre tenga suficientes dones para la Iglesia. La noción de que
una sola persona sea el instrumento exclusivo de las comunicaciones de
Dios a Su pueblo es un agravio para ellos y, sobre todo, es un agravio para el
Señor. En la Reforma el asunto fue tener la Biblia para que las pobres almas
pudieran aprender de Cristo para su salvación. Pero casi todo lo que se conoció
de la verdad terminó allí. La Reforma nunca abordó el verdadero asunto acerca
de la Iglesia. Los reformadores tuvieron que lidiar con un enemigo muy
bronco. Tuvieron que, por así decirlo,
hacer estallar las masas de roca en la cantera; y nosotros no debemos criticar
si ellos no pudieron moldear las piedras ni edificarlas con igual habilidad.
Pero no debiésemos detenernos en sus tajaduras.
Aquí, con los fariseos, no se trató de seguir simplemente la tradición,
sino de usarla para complacer al egoísmo hipócrita. "Hipócritas",
dice nuestro Señor, "bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este
pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí". Los que
pretendían tal celo por la ley estaban todo el tiempo destruyéndola con su
tradición deshonrando la autoridad de Dios en las relaciones terrenales que Él
había establecido y honrado. Por eso Él añade: "Pues en vano me honran,
enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres".
Tras esto, el Señor llama a la multitud, y les dice: "Oíd, y
entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la
boca, esto contamina al hombre". Los líderes religiosos son principalmente
los que se ocupan en la tradición. La gran trampa general es negar el mal de
los hombres. El engaño que Satanás utiliza constantemente ahora es la idea de
que el hombre no es tan malo sino que la cultura moral puede mejorarlo. «El progreso
del mundo es asombroso», ellos dicen. Existen sociedades para promover
todo objetivo filantrópico y para el mejoramiento del hombre. Los defectos son
buscados en las circunstancias del entorno en lugar de ser buscados en el
hombre. Aquí hay una palabra que sentencia estos esfuerzos de los hombres en
general, y es la siguiente, "No lo que entra en la boca contamina al
hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre". El
verdadero secreto de la condición deplorable del hombre es su corazón. Esto
afecta a todo lo que sale.
Ello no es en absoluto lo que Dios hizo. El hombre es ahora una criatura
corrupta cuya corrupción es impartida a lo que él ingiere. Por lo tanto,
meramente reprimir la carne es totalmente inútil a los ojos de Dios y
esencialmente falso. El Señor dice a la multitud: "No lo que entra
en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al
hombre". Observen ustedes que Él ha
acabado con el asunto de Jerusalén y la tradición. Él habla de lo que afecta a
la naturaleza humana. El hombre está perdido. Pero nadie cree completamente
esto acerca de sí mismo hasta que ha encontrado a Cristo. Él puede creer que es
pecador pero, ¿cree él que es tan malo que nada bueno puede salir de él hacia
Dios? ¿Acaso no son la teoría y el esfuerzo predominantes para mejorar la
condición del hombre? Pero nuestro Señor declara aquí que el corazón es malo; y
hasta que el corazón es alcanzado, todo lo demás es vano. "Porque muy
cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón". (Deuteronomio
30: 14). El modo de obrar de Dios es tratar con el corazón. ¿Qué es tan
sencillo, tan bienaventurado, tan poderoso, como el evangelio? ¿Y acaso no
necesita el evangelio una sierva? La sierva ha perdido su misión y es
despedida. Agar fue echada de la casa, y el hijo nacido según la carne sólo se
burla del hijo de la promesa. El hombre no está ahora en estado de prueba. La
prueba ha sido hecha. Dios ha declarado que la carne no tiene ningún valor; y
sin embargo, el hombre constantemente vuelve a rever el asunto en lugar de
creer a Dios.
Los discípulos no disfrutaron del todo lo que el Señor había estado
diciendo. Ellos se acercaron y le dijeron: "¿Sabes que los fariseos se
ofendieron cuando oyeron esta palabra?" Ellos mismos pudieron no estar
ofendidos pero estaban dispuestos a simpatizar con las personas que sí lo
estaban. Pero nuestro Señor responde aún más severamente: "Toda planta que
no plantó mi Padre celestial, será desarraigada". Se necesita una nueva
vida que procede de Dios, no una mejora de la antigua. Entonces, una planta de
origen celestial debe ser plantada y el Padre celestial debe hacerlo. Toda otra
planta debe ser desarraigada. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos".
Razonar con estos fariseos es del todo vano. Ellos necesitan los primeros
principios y la obra de Dios en sus almas. Por lo tanto, toda discusión es
inútil. "Dejadlos; son ciegos guías de ciegos". Él no aplicó esto a
la multitud sino a los líderes que tropezaban en la doctrina de la corrupción
total del hombre. A los tales es mejor dejarlos a su propia suerte. "Dejadlos…
y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo".
Pero el Señor no deja a los discípulos donde estaban. Pedro responde y
le dice: "Explícanos esta parábola". ¿Qué quiso él decir al llamarla
parábola? Él mismo no la entendía. Aquí estaba uno, el principal mismo de los
doce apóstoles, y él no puede entender a nuestro Señor cuando Él les dice que
el hombre es malo del todo,— su corazón más que nada; haciendo que lo que sale
de él sea malo—, no lo que entra. ¡Y esto es una parábola! La dificultad de la
Escritura surge menos del lenguaje difícil que de la verdad difícil de aceptar.
La verdad es contraria a los deseos de la gente; ellos no pueden verla porque
no les gusta recibirla. Un hombre puede no ser siempre consciente de esto, pero
es el verdadero secreto lo que Dios ve. El obstáculo consiste en la aversión
del hombre a la verdad. Jesús respondió, "¿También vosotros sois aún sin
entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y
es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto
contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los
homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos
testimonios, las blasfemias". La fuente de la maldad del hombre proviene
de su interior. Y, por lo tanto, hasta que una nueva vida es introducida, —
hasta que el hombre nace de nuevo, del agua y del Espíritu, — todo es inútil.
"Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos
sin lavar no contamina al hombre".
Finaliza aquí la
bienaventurada e importante enseñanza de nuestro Señor, mostrando que el día de
las formas exteriores había pasado, y que ahora se trataba de la realidad del
estado del hombre a los ojos de Dios.
El Señor se aleja ahora de
estos escribas y fariseos y va
a la región de Tiro y de Sidón, en el extremo mismo de Tierra Santa,
y a
esa parte particular de la frontera de ella que había sido expresamente la
escena de los juicios de Dios.
En el capítulo 11 nuestro Señor se había
referido a ellas, y dijo que sería más tolerable para Tiro y Sidón en el día
del juicio que para las ciudades donde Sus obras poderosas habían sido
realizadas. Ellas eran ampliamente conocidas como ejemplos excepcionales de la
venganza de Dios entre los gentiles [véase nota 12]. Una mujer de Canaán sale
allí a Su encuentro. Si había una raza más particularmente bajo la prohibición
de Dios, dicha raza era Canaán. "Maldito sea Canaán", dijo Noé. El
joven Canaán parece haber sido especialmente el líder de su padre en su
iniquidad contra su abuelo Noé. "Maldito sea Canaán; Siervo de siervos
será a sus hermanos". (Véase Génesis 9: 18-29). Y cuando Israel fue hecho
entrar a la tierra, los cananeos, hundidos en profunda corrupción, debían ser
exterminados sin misericordia. Sus abominaciones habían subido al cielo con un
clamor por venganza de parte de Dios. Aquí, esta mujer salió de la región de
Canaán, y clama a Él, diciendo: "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de
mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio". (Versículo. 22). Si
nosotros pudiéramos concebir algún caso más opuesto a lo que hemos visto antes,
— escribas y fariseos de Jerusalén, llenos de erudición y veneración externa
por la ley, — lo tenemos en esta pobre mujer de Canaán.
[Nota 12]. La destrucción
de Tiro, predicha en Isaías 23 y Ezequiel 26, sólo fue consumada parcialmente
por Nabucodonosor, el cual llevó a Judá cautiva a Babilonia. Esta antigua y
espléndida ciudad mercantil sobre el mar no sólo fue después capturada sino
totalmente destruida por Alejandro Magno, conforme a Ezequiel 26: 3, 4, el cual
vendió el remanente de sus habitantes como esclavos. [Nota del Editor en
Inglés].
Las circunstancias fueron también terribles. No sólo ello fue en Tiro y
Sidón, recordando los juicios de Dios, sino que el diablo había poseído a su
hija. Todas estas circunstancias juntas hacían que el caso fuese más deplorable
de lo que uno pudiera encontrar. ¿Cómo iba a tratar el Señor con ella? El Señor
muestra, al abordar su caso, un gran cambio en Sus modos de obrar. A los judíos
los había declarado hipócritas; la adoración de ellos era intolerable para
Dios, y habían sido declarados así por sus propios profetas: pues, al
declararlos hipócritas, Él lo hizo de labios de Isaías, profeta de ellos. Ahora
viene una mujer que no tenía el menor vínculo con Israel. ¿Cómo trataría el
Mesías con ella? Ella clama a Él, diciendo: "¡Señor, Hijo de David, ten
misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio". Pero
Él no le respondió ni una palabra". ¡Ni una palabra!
Surge la pregunta, ¿por qué fue esto? Porque ella estaba en un terreno
totalmente equivocado. ¿Qué tenía ella que ver con el Hijo de David? Si
el Señor hubiera sido simplemente el Hijo de David, ¿podría Él haberle dado la
bendición que tenía en Su corazón? Ella se dirigió a Él como si ella misma
hubiese sido una del pueblo escogido que tenía reivindicación acerca de Él como
Mesías de ellos. ¿Acaso se prometió alguna vez que el Mesías iba a sanar a los cananeos?
Ni una palabra hay acerca de ello. Cuando el Mesías venga como Hijo de David,
los cananeos no estarán allí. Consideren ustedes Zacarías 14, cuando nuestro
Señor sea Rey sobre toda la tierra, "y no habrá en aquel día más cananeo
en la casa de Jehová de los ejércitos". (Zacarías 14: 21 – RV1977, JND,
KJV, JNDF, IRL, EB). Los juicios que no fueron ejecutados exhaustivamente por
Israel, porque ellos fueron infieles a la confianza del Señor, serán ejecutados
cuando el Hijo de David tomará Su herencia. Esta mujer estaba totalmente
confundida acerca de ello. Ella tenía la convicción de que Él era mucho más que
el Hijo de David, pero no sabía de qué manera exponerlo. Yo creo que ello es de
la misma manera en que muchas personas ahora, ansiosas acerca de sus pecados,
han probado la Oración del Señor (el Padre Nuestro), y han pedido al Padre que
les perdone sus pecados como ellos perdonan a los demás. Ellos acuden a Dios
como Padre de ellos y Le piden que trate con ellos como hijos. Pero esto es
precisamente lo que aún no está resuelto. ¿Son ellos hijos? ¿Pueden ellos decir
que Dios es Padre de ellos? Ellos evitarían hacerlo. Eso es lo que
principalmente desean pero temen que no sea así; es decir, no tienen derecho a
acercarse a Dios sobre el fundamento de una relación que no existe. Y cuando
las personas están así confundidas, ellas nunca consiguen una paz sólida para
sus almas. A veces tienen la esperanza de ser hijos de Dios, a veces temen no
serlo, abatidos por el sentido del mal que llevan dentro. El hecho es que ellos
no entienden el asunto en absoluto. Dichas personas tienen bastante razón al
desear volverse a Dios, pero no saben de qué manera hacerlo. Temen ir a Dios
justo cuando renuncian a todo pensamiento de tener promesas, o cualquier otra
cosa. Esto muestra lo erróneo que es que un alma ansiosa busque a Dios en el
terreno de las promesas. Mucho se habla acerca de que los pecadores «se aferran a las promesas»: pero las promesas en el Antiguo Testamento
eran para Israel; y en el Nuevo, para cristianos. Pero usted no es ni israelita
ni cristiano. Un alma llevada a ese punto está confundida.
Es bueno que un alma sea llevada a esto: a saber, «Yo no reivindico nada a Dios;
soy un pecador
perdido.» Si Dios mueve a una
persona de aquello de lo que los seres humanos no tiene derecho, si Él los
despoja de todo, ello es con el propósito de darle una bendición que Él tiene
derecho a darle. La gente olvida que ahora se trata de la justicia de Dios, —
del derecho de Dios de bendecir por medio de Cristo Jesús, según todo lo que
hay en Su corazón. Los hombres están perdidos; pero ellos temen confesar la
verdadera ruina en la que se encuentran. A esto el Señor condujo a la pobre
mujer de Canaán. Él la estaba abatiendo para que ella sintiera que no tenía
derecho alguno a las promesas, — promesas hechas realmente a Israel, pero,
¿dónde estaban cualesquiera promesas hechas a los cananeos? Por lo tanto, sobre
el fundamento de ser Él el Hijo de David, era imposible que el Señor le diera
lo que ella pedía. Ella no entendía esto. Pensó que si un israelita podía ir en
el terreno de la promesa, entonces ella podía. Pero ello es un error. La pobre
mujer hizo así que fuera apropiado que no se le respondiera. Fue la gracia y la
ternura lo que llevó al Señor a no responderle: Él permanece en silencio hasta
que ella abandona el terreno que había asumido en primer lugar.
Pero los discípulos no quedaron en silencio; ellos quisieron librarse de
la importunidad de ella; no les gustaba su molestia. "Acercándose sus
discípulos, le rogaron, diciendo: Despídela, pues da voces tras nosotros".
Pero el Señor confirma lo que ya ha sido dicho en cuanto a lo erróneo de la
petición de ella. Él dice, por así decirlo, «Ella no pertenece a la casa de Israel: Yo no
puedo darle una bendición en el terreno que ella asume, pero no la despediré
sin una bendición.» Él
estaba allí con privilegios especiales para las ovejas de la casa de Israel,
pero ella no era una de esas ovejas. "Él respondiendo, dijo: No soy
enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Entonces la
pobre mujer "vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme!"
Ella omite las palabras "Hijo de David". Ya no utiliza el título que
relaciona al Señor Jesús con Israel, sino que reconoce Su autoridad de manera
general. Él le responde ahora aunque ella aún no desciende al nivel que le
corresponde. Cuando ella se dirige a Él como Señor, un título adecuado, Él le
responde: "No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los
perrillos". En el momento que esto es pronunciado, todo lo secreto sale
a relucir. "Sí, Señor", dice
ella, "pero aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de
los hijos". Ella asume el lugar de ser un perrillo. Reconoce que Israel
era, en los modos de obrar exteriores de Dios, el pueblo favorecido, como hijos
que comen pan sobre la mesa; mientras
que los gentiles no eran más que perrillos debajo. Ella lo reconoce, y ello es
muy humillante. A las personas no les gusta esto ahora. Pero ella es abatida a
ello. El Señor puede, con el propósito de llevarnos a una bendición más
profunda, abatirnos hasta el punto más bajo de la verdad acerca de nosotros
mismos. Pero, acaso no había bendición ni siquiera para un perrillo? Ella
recurre a esta verdad: «Bien,
que yo sea un perrillo, ¿no tiene Dios alguna bendición para mí?» Aquí el Señor la encara con
la más amplia
bendición. La encara con la más fuerte aprobación de su fe, — "Oh mujer,
grande es tu fe; hágase contigo como quieres". El Señor había pronunciado
la sentencia sobre la nación de los judíos, los cuales no eran más que
hipócritas, y había salido a los gentiles. La fe se encuentra allí con Él; una
fe que penetra a través de las circunstancias externas, y lleva al
descubrimiento del lugar bajo que debiésemos ocupar; y la pobre mujer es
bendecida plenamente. "Hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada
desde aquella hora". Una gracia ilimitada es otorgada a una gentil que
estaba bajo una maldición especial; y el corazón de nuestro Señor es
reconfortado por la fe de ella.
Pero hay más. Habiendo visitado a los gentiles, el Señor regresa ahora a
Israel en benignidad soberana. "Pasó Jesús de allí y vino junto al mar de
Galilea; y subiendo al monte, se sentó allí. Y se le acercó mucha gente que
traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los
pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; de manera que la multitud se
maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos
andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel". (Mateo 15:
29-31). Yo considero que esto es un retrato de Israel sintiendo su verdadera
condición. Ellos se acercan a Jesús, Le miran y dicen, por así decirlo, «Bendito
el que viene en el nombre del Señor.» Así van ellos a hablar en breve; y el Señor
declaró que ellos no lo verían hasta que
dijeran: « Bendito el que viene en el nombre del
Señor.» Lo que ellos vieron en Jesús los llevó a
glorificar al Dios de Israel. Así tendrá el Señor relaciones con Israel. Ellos
vienen, ahora no en controversia, sino como una multitud pobre, manca, ciega y
miserable; y el Señor los sana a todos. Pero esto no es todo: los alimenta así
como los sana; y tenemos el hermoso milagro de los panes.
Pero, presten ustedes atención a las diferencias. En el caso anterior
(Mateo 14: 13 a veintiuno), los discípulos estuvieron a favor de despedir a la
multitud; y el Señor les permitió mostrar su incredulidad. En el presente caso,
es Cristo mismo quien piensa en ellos y se propone bendecirlos. "Tengo compasión
de la gente", Él dice, "porque ya hace tres días que están conmigo, y
no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el
camino". (Versículo 32). Recuerden ustedes que en Oseas capítulo 6 se
dice: "Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará,
y viviremos delante de él". Se trata del tiempo adecuado de la prueba del
pueblo. Literalmente, fue el tiempo que nuestro Señor estuvo en el sepulcro.
Pero ello también está relacionado con la bendición futura de Israel.
"Enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino. Entonces
sus discípulos le dijeron: ¿De dónde tenemos nosotros tantos panes en el
desierto, para saciar a una multitud tan grande?" ¡Cuán lentos son ellos
para enterarse de los recursos de Cristo, como lo fueron antes en aprehender la
inutilidad del hombre! "Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos
dijeron: Siete, y unos pocos pececillos". No son cinco panes y doce cestas
llenas lo que sobra ahora; sino que ellos comienzan con siete panes y terminan
con siete cestas llenas. El motivo es el siguiente: a saber, el siete
representa la integridad espiritual en las Escrituras, y con ello se pretende
mostrar la plenitud con que el Señor hace emanar la bendición a Su pueblo, — la
plenitud de la provisión que ellos tienen en Él. "Tomando los siete panes
y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a
la multitud". Yo concibo que esto es un retrato del Señor proveyendo
ampliamente para los judíos, — el pueblo amado de Su elección, a quienes nunca
puede Él abandonar, para quienes Él debe cumplir Sus promesas, porque Él es el
Dios fiel. Aquí el Señor, de Su propio corazón, está proveyendo plenamente
incluso para el refrigerio corpóreo de ellos. Este será el carácter del día
milenial cuando no sólo el alma será bendecida, sino que abundará todo tipo de
misericordia; Dios vindicando Su tierra de la mano de Satanás, el cual la había
contaminado durante mucho tiempo. En los siete panes antes de que ellos
comiesen, y en las siete cestas de fragmentos recogidos después de haber
comido, ustedes tienen la idea de integridad, de una amplia reserva para el
presente y para las necesidades venideras.
Otras
versiones de La
Biblia usadas en esta sección:
EB
= Biblia Elberfelder
en Alemán (1905)
JND
= Una traducción
del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson
Darby.
JNDF= Biblia en Francés de J. N.
Darby.
KJV
= King James 1769
(conocida también como la "Authorized Version en inglés").
RV
1602 P = Versión
Reina-Valera 1602 Purificada
RV1977
= Versión
Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM
= Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 16
En el capítulo anterior, el cual introduce una nueva parte del tema en
Mateo, vimos dos grandes retratos: en primer lugar, la desobediencia hipócrita
de los que se jactaban de la ley, completamente expuesta por sus propios
profetas, así como por el referente del propio Señor; y, en segundo lugar, la
verdadera naturaleza de la gracia mostrada a alguien cuyas circunstancias no
exigían otra cosa que la misericordia soberana si ella quería ser bendecida en
absoluto. Al final, la paciente y perfecta gracia del Señor hacia Israel es
manifestada, a pesar de la condición de los líderes judíos. Si Él tenía
compasión por los gentiles, Su corazón anhelaba aún a Su pueblo, y Él lo
demostró repitiendo el gran milagro de alimentar a miles de personas en la
indigente condición de ellos; sin figura alguna de la retirada de la tierra, lo
cual vimos en el capítulo 14, después del primer milagro de alimentar a la
multitud, — que es tipo de la ocupación de nuestro Señor a la diestra de Dios.
Nosotros tenemos ahora otra imagen, muy distinta de la anterior, aunque
similar a ella. No se trata de la desobediencia flagrante de la ley a través de
la tradición humana, sino de la incredulidad, la cual es la fuente de toda
desobediencia. Por eso, en el lenguaje empleado por el Espíritu Santo, hay
solamente un matiz de diferencia entre las palabras incredulidad y
desobediencia. La primera es la raíz de la cual la segunda es el fruto.
Habiéndonos mostrado la flagrante violación sistemática de la ley de Dios,
incluso por parte de aquellos que eran líderes religiosos en Israel, y
habiéndolos condenado por ello, un principio más profundo es sacado ahora a la
luz. Toda esa desobediencia hacia Dios emanaba de la incredulidad en Él mismo,
y, por consiguiente, de la mala comprensión de Su propia condición moral. Estas
dos cosas siempre van juntas. La ignorancia acerca del yo emana del hecho de
ignorar a Dios; y la ignorancia tanto acerca de nosotros mismos como el hecho
de ignorar a Dios son demostrados por medio de despreciar a Jesús. Y lo que es
completamente cierto acerca del incrédulo, es parcialmente aplicable al
cristiano que en cualquier medida desprecia la voluntad y la persona del Señor.
Todas estas cosas no son más que el funcionamiento de ese corazón de
incredulidad del que el apóstol advierte incluso a los creyentes. La grandiosa
provisión contra esto, la operación del Espíritu Santo, en contraste con el
funcionamiento de la mente natural del hombre, sale a relucir aquí claramente.
"Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron
que les mostrase señal del cielo". Ellos comenzaron con la misma historia
una vez más; pero ahora la fuente está más arriba, y por tanto, ello es peor en
cuanto a principio, obviamente. Es una cosa horrible encontrar facciones
opuestas con una única cosa que las une, — a saber, la aversión a Jesús;
personas que podrían haberse despedazado unas a otras en otro momento, pero
este es su punto de encuentro, — tentar a Jesús. "Vinieron los fariseos y
los saduceos para tentarle", etcétera. No había conflicto alguno entre los
escribas y los fariseos, pero un amplio abismo separaba a los saduceos de los
fariseos. Aquellos eran los librepensadores de la época; éstos, los paladines
que defendían las ordenanzas y la autoridad de la ley. Pero ambos se unieron
para tentar a Jesús. Ellos deseaban una señal del cielo. La señal más
significativa que Dios había dado alguna vez al hombre estaba ante ellos en la
persona de Su Hijo, el cual eclipsaba todas las demás señales. Pero, la
incredulidad es tal que puede ir a la presencia de la plena manifestación de
Dios, puede contemplar una luz más resplandeciente que el sol al mediodía, y
allí mismo pedir a Dios que le dé una vela que carece de resplandor.
Pero Jesús "respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen
tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad;
porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el
aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!" (Versículos
2, 3). La condición moral de ellos era la señal y la demostración de que el
juicio era inminente. Para los que podían ver, había buen tiempo, la Aurora de
lo alto que los había visitado en Jesús. Ellos no lo vieron. Pero, ¡no era que
ellos podían discernir el mal tiempo! Ellos estaban en presencia del Mesías y
¡estaban pidiendo una señal del cielo! El Dios que hizo el cielo y la tierra
estaba allí, pero las tinieblas no lo comprendieron. " A lo suyo vino, y los
suyos no le
recibieron". (Juan 1: 11). Ellos estaban completamente ciegos. Podían
discernir los cambios físicos pero no tenían ninguna percepción de las glorias
morales y espirituales que realmente tenían ante ellos. Cuán verdaderamente, —
"La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada,
sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue".
Los hombres se equivocan constantemente en cuanto al carácter de Jesús.
Ellos imaginan que Él no podía usar un lenguaje fuerte ni sentir enojo; sin
embargo, ello está allí en la Palabra, escrito en la luz. La incredulidad es
siempre ciega, y más delata su ceguera contra Jesús. La misma incredulidad que
no pudo discernir quién y qué era Jesús en aquel entonces, no ve ahora que
Jesús viene, y no discierne las señales de su propia ruina inminente. Se trata
de la condición moral de los hombres con independencia de dónde ellos están,
sólo que se manifiesta más notablemente allí donde está la luz de Dios.
Nuestro Señor no duda en tratar el mal con mano implacable. Él era la
manifestación perfecta del amor: pero que los hombres recuerden que Él fue
Aquel que dijo: ¡"generación mala y adúltera", "generación de
víboras", etcétera! Ello emana del verdadero amor. — si los hombres sólo
se sometieran a la verdad que los declara culpables. Someterse a la palabra de
Dios, a la verdad ahora, en este mundo, es salvarse; sólo ser declarado culpable
de la verdad, en el otro mundo es estar perdido para siempre. Cristo fue el
Testigo fiel y verdadero; Él trajo a Dios a estar cara a cara con el hombre, e
hizo que Su luz perfecta resplandeciera sobre ellos. Jesús puede encontrarse
con un alma en su ruina; puede comer con publicanos para mostrar que Él puede
recibir a los pecadores, — sí, Él vino a buscar y a salvar lo que se había
perdido, y a perdonar los pecados hasta lo sumo; pero Él nunca dará señal
alguna para satisfacer la incredulidad que Le rechaza. Estos fariseos y
saduceos no quisieron oír Su voz de gracia, y tuvieron que oír la sentencia que
sobre ellos pronunció el juez de toda la tierra, a saber, "La generación
mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del
profeta Jonás". Si Jesús no hubiera estado allí, pedir una señal no habría
sido tan perverso; pero Su presencia convirtió esa petición en una audaz
incredulidad y una espantosa hipocresía. ¿Y cuál fue esta señal? La señal de
uno que desapareció de la tierra; que a través de la figura de la muerte dejó
de estar entre el pueblo judío, y después de un tiempo les fue devuelto. Ello
fue el símbolo de la muerte y de la resurrección, y nuestro Señor actuó
inmediatamente en consecuencia. Él, "dejándolos, se fue". Él pasaría
bajo el poder de la muerte; resucitaría, y el mensaje que Israel había
despreciado, Él lo llevaría a los gentiles.
Pero hay otras formas de incredulidad; y la escena siguiente (versículos
5, 6) es con Sus discípulos: y tan cierto es ello que lo que ustedes encuentran
en acción en su forma más burda en un inconverso puede ser rastreado, quizás de
otra manera, en los creyentes. "Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la
levadura de los fariseos y de los saduceos". Ellos No Le entendieron;
discurrían entre ellos; y siempre que los cristianos comienzan a discurrir,
ellos nunca entienden nada. Leemos, "Mas ellos discurrían entre sí,
diciendo: Es porque no tomamos pan". (Mateo 16: 7 – VM).
Existe, obviamente, algo como la deducción sana y sólida. La diferencia
es que discurrir, es decir, pensar o
imaginar algo erróneo, comienza siempre desde el hombre y trata de elevarse
hasta Dios, mientras que el razonamiento correcto comienza desde Dios hacia el
hombre. La mente natural sólo puede inferir a partir de la experiencia del
hombre, y forma así las humanas ideas acerca de lo que Dios debe ser. Esta es
la base de la especulación humana en las cosas divinas; mientras que Dios es la
fuente, la fortaleza y la guía de los pensamientos de la fe. ¿Cómo conozco yo a
Dios? En la Biblia, la cual es la revelación de Cristo desde el principio de
Génesis hasta el final de Apocalipsis. Yo Le veo allí, la principal piedra del
ángulo, el centro de todo lo que la Escritura habla; y a menos que sea vista la
conexión de Cristo con todo, nada es bien entendido. Allí está la primera gran
falacia, a saber, soslayar la revelación de Dios en Su Hijo. No es la luz
detrás del velo como bajo el sistema judío, sino la bendición infinita ahora
que Dios ha venido al hombre, y que el hombre es llevado a Dios. En la vida de
Cristo yo veo a Dios acercándose al hombre, y en Su muerte el hombre ha sido
hecho cercano a Dios. El velo se ha rasgado; todo es patente, todo lo del
hombre por una parte, y por otra, todo lo de Dios, hasta donde Dios se complace
en revelarse al hombre en este mundo. Todo queda al descubierto en la vida y la
muerte de Cristo. Pero los discípulos tienden a ser muy tardos acerca de estas
cosas ahora como siempre; y así, cuando Él les advirtió acerca de la levadura
de los fariseos y de los saduceos, ellos pensaron que Él estaba simplemente
hablando de algo para la vida diaria, — algo muy parecido a lo que vemos en el
momento actual. Pero nuestro Señor "les dijo: ¿Por qué pensáis dentro de
vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?" (Versículo 8). ¿Por qué
no pensaron ellos en Cristo? ¿Se habrían ellos preocupado acerca de los panes
si hubieran pensado correctamente en Él? ¡Imposible! ¡Ellos estaban ansiosos, o
pensaban que Él lo estaba, acerca del pan! "¿No entendéis aún", dice
el Señor, "ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y
cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas
canastas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os
dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos?
Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del
pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos". (Versículos
9-12). Y esto es lo que los discípulos suelen malinterpretar, incluso ahora. No
comprenden lo aborrecible que es la doctrina defectuosa. Ellos son conscientes
de los males morales. Si una persona se emborracha o cae en cualquier otro
escándalo grosero, ellos saben, obviamente, que ello es muy perverso; pero, si
la levadura de la mala doctrina actúa, ellos no lo sienten. Y surge la
pregunta, ¿por qué los discípulos se cuidan más de aquello que la mera
conciencia natural puede juzgar que de la doctrina que destruye el fundamento
de todo, tanto para este mundo como para el venidero? Que cosa tan grave es que
los discípulos necesiten ser advertidos de esto por el Señor, ¡y aun así ellos
no lo entiendan! Él tuvo que explicárselos. Estaba la oscura influencia de la
incredulidad entre los discípulos que hacía que el cuerpo fuese el gran objeto,
y que no viesen la importancia total de estas doctrinas corruptas que
amenazaban a las almas que estaban a su alrededor en tantas formas insidiosas.
Pero, hay otra forma y otra escena en la que la incredulidad opera. Este
capítulo es el escrutinio de la raíz de muchas formas de incredulidad.
"Por fe entendemos", dice el apóstol a los Hebreos. (Hebreos 1: 3 –
VM). El hombre mundano trata de entender
primero y luego creer; el cristiano comienza con tal vez el más débil entendimiento,
pero él cree a Dios: su confianza está en Uno
por encima de él mismo; y así, de la piedra es levantado un hijo a Abraham. El
Señor interroga ahora a los discípulos en cuanto a la verdadera esencia de todo
el asunto, ya sea entre los fariseos, los saduceos o los propios discípulos.
"Preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el
Hijo del Hombre?" Es la persona de Cristo lo que sale ahora a relucir; y
esto, apenas necesito decirlo, es más profundo que toda otra doctrina.
"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos,
Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los
profetas". (Versículos 13, 14). Hay tantas opiniones entre los hombres,
argumenta la incredulidad, que la certeza es imposible. Unos dicen una cosa y
otros otra: usted habla acerca de la verdad y de la Escritura; pero, al fin y
al cabo, es sólo su opinión. Pero, ¿qué dice la fe? La certeza, de parte de
Dios, es nuestra porción en el momento que vemos quién es Jesús. Él es el único
remedio que destierra la dificultad y la duda de la mente del hombre.
"¿Quién decís que soy yo?" (Versículo 15). Esto fue con el propósito
de sacar ahora a relucir lo que es el puntal de la bendición del hombre y de la
gloria de Dios, y llega a ser el momento crucial del capítulo. Entre estos
mismos discípulos vamos a tener una confesión bienaventurada de uno de ellos, —
el poder de Dios obrando en un hombre que había sido reprendido por su falta de
fe anteriormente, como en efecto lo fue poco después. Cuando nosotros estamos
realmente quebrantados ante Dios acerca de nuestra poca fe, el Señor puede
revelar una visión más profunda y más elevada de Él mismo que la que habíamos
tenido antes. Los discípulos habían mencionado las diversas opiniones de los
hombres: uno decía que Él era Elías; otro, Juan el Bautista, etcétera. "Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente". ¡Gloriosa confesión! En los Salmos se
habla de Él como el Hijo de Dios pero de manera muy diferente. Él está allí
lidiando con los reyes de la tierra, a quienes se les pide que tengan cuidado
acerca de la manera en que ellos se comportan. (Véase Salmo 2). Pero el
Espíritu Santo levanta ahora el velo para mostrar que el "Hijo del Dios
viviente" implica profundidades que van más allá de un dominio terrenal,
por muy glorioso que sea. Él es el Hijo de aquel Dios viviente que puede
comunicar vida incluso a los muertos en pecado. "Entonces le respondió
Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne
ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".
En primer lugar, el Padre está revelando; y en el momento que Cristo oye
la confesión de Él como Hijo del Dios viviente, Él coloca también Su propio sello
y honra a aquel que confiesa. Se trata de la afirmación de Uno que se eleva de
inmediato hasta Su propia dignidad intrínseca: "Y yo también te digo, que
tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades
no prevalecerán contra ella". Él da a Simón un nombre nuevo. Tal como Dios
había dado a Abraham, a Sara, etcétera, a causa de alguna nueva manifestación
de Sí mismo, así hace el Hijo de Dios. Ello había sido anunciado proféticamente
anteriormente; pero ahora sale a relucir por primera vez el motivo por el
cual dicho nombre nuevo le fue asignado. "Tú eres Pedro, y sobre esta
roca edificaré mi iglesia". ¿Qué roca? La confesión que Pedro había hecho
de que Jesús era el Hijo del Dios viviente. Sobre dicha roca, dicha afirmación,
la Iglesia es edificada. Israel estaba gobernada por una ley; la Iglesia es
levantada sobre un fundamento sólido, imperecedero y divino, — a saber, sobre
la persona del Hijo del Dios viviente. Y cuando esta confesión más plena
prorrumpe de los labios de Pedro, la respuesta llega: Tú eres Pedro, — «tú eres
una piedra [Pétros]: eres un hombre que deriva su nombre de esta Roca [pétra]
sobre la cual la Iglesia es edificada.»
En los primeros capítulos de los Hechos, Pedro habla siempre de Jesús
como el santo Siervo de Dios. Habla de Él como un hombre que anduvo haciendo
bienes; como el Mesías al cual dieron muerte las manos inicuas de los hombres,
a quien Dios levantó de entre los muertos. (Véase Hechos 10: 34-43).
Independientemente de lo que Pedro pudo saber acerca de quién es Jesús, aun
así, cuando él predica a los judíos se los presenta simplemente como el Cristo,
como el predicho Hijo de David, el cual había andado aquí abajo, a quien ellos
habían crucificado y Dios había levantado. Luego, en el martirio de Esteban, un
nuevo término es utilizado acerca del Señor. Aquel testigo bienaventurado mira
hacia lo alto y dice: "He aquí, yo veo abiertos los cielos, y al Hijo del
hombre, puesto en pie, a la diestra de Dios". (Hechos 7: 56 – VM). Ahora
no es simplemente Jesús como el Mesías, sino, "el Hijo del Hombre",
lo cual implica Su rechazo. Cuando Él fue rechazado como el Mesías, Esteban, al
percatarse de que este testimonio era rechazado, es conducido por Dios a
testificar acerca de Jesús como el exaltado Hijo del Hombre a la diestra de
Dios. Cuando Pablo fue convertido, lo cual es presentado en el capítulo 9 de
los Hechos, él inmediatamente predica "a Cristo en las sinagogas, diciendo
que éste era el Hijo de Dios". Él no se limitó a confesarle, sino que
predicó de Él como tal. Y a Pablo le fue confiada la gran obra de sacar a la
luz la verdad acerca de "la Iglesia de Dios".
De modo que aquí, ante la confesión de Pedro, el Señor dice: «Sobre esta
roca edificaré Mi Iglesia. «Tú comprendes la gloria de Mi Persona; te mostraré
la obra que voy a llevar a cabo.» Presten ustedes atención a la expresión. No
es, «Yo he estado edificando» sino, edificaré Mi Iglesia.» Él no la
había edificado todavía, ni había comenzado a edificarla: ella era del todo
nueva. Yo no quiero dar a entender que no hubiese habido almas que creyeron en
Él anteriormente, y regeneradas por el Espíritu; pero, es un error llamar «la
Iglesia» al conjunto de santos desde el principio hasta el fin de los tiempos.
Es una noción común que no tiene ni un fragmento de Escritura para ella. La expresión
en Hechos 7: 38, "la congregación [lit. ekklesía] en el
desierto", significa toda la congregación, — la masa de Israel, — la mayor
parte de cuyos cuerpos cayeron en el desierto. (Hebreos 3: 17). Yo pregunto,
¿Pueden ustedes llamar eso como "la Iglesia de Dios"? No había
más que unos pocos creyentes entre ellos. Las personas se engañan en esto por
el sonido. La palabra, "congregación [ekklesía] en el desierto",
significa sencillamente las personas allí reunidas. La misma palabra es
aplicada a la confundida asamblea de Hechos 19, que habría despedazado a Pablo.
Si en Hechos 19 dicha palabra se tradujera como es traducida en Hechos 7, se
leería como, "«iglesia en el teatro» (véase Hechos 19: 29, 41), y el yerro
es obvio. La palabra que está traducida allí como "congregación
[ekklesía]" significa simplemente asamblea, concurrencia. Para
averiguar cuál es la naturaleza de la asamblea nosotros debemos examinar
el uso Escritural y el objetivo del Espíritu Santo. Porque ustedes pueden tener
una asamblea buena o mala: una asamblea de judíos, de gentiles, o la asamblea
de Dios distinta de cualquiera de ellas y contrastada con ambas, como puede ser
visto fácil e innegablemente en 1ª Corintios 10: 32. Ahora bien, es a esta
última a la que nos referimos, es decir, a la asamblea de Dios, cuando hablamos
de "la Iglesia".
Volviendo a nuestro tema, ¿qué insinúa nuestro Señor cuando dice:
"Sobre esta roca edificaré mi iglesia"? Claramente algo que Él iba a
erigir sobre la confesión de que Él era el Hijo del Dios viviente, a quien la
muerte no pudo vencer sino sólo brindar la
ocasión al resplandor de Su gloria por la resurrección. "Sobre esta
roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades", — el poder de la
muerte,— "no prevalecerán contra ella". Esto último no significa el
lugar de los perdidos sino la condición de los espíritus separados. "Y a
ti te daré las llaves del reino de los cielos".
La Iglesia y el reino de los cielos no son la misma cosa. Nunca se dice
que Cristo dio las llaves de la Iglesia a Pedro. Si las llaves de la Iglesia, o
del cielo, le hubieran sido dadas, no me extraña que las personas se hubieran
imaginado un papa. Pero "el reino de los cielos" significa la nueva
época que estaba a punto de comenzar en la tierra. Dios iba a abrir una nueva
economía, libre para judíos y gentiles, cuyas llaves Él encomendó a Pedro. Una
de estas llaves fue utilizada, si puede ser dicho así, en Pentecostés, cuando
él predicó a los judíos (Hechos 2); y la otra, cuando predicó a los gentiles
(Hechos 10). [Véase nota 13]. Se trató de la apertura del reino a las personas,
ya fueran judíos o gentiles. "Te daré las llaves del reino de los cielos;
y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que
desatares en la tierra será desatado en los cielos". (Versículo 19).
[Nota 13]. Se ha pensado que "bautizar" y
"enseñar", tareas que el Señor resucitado ordenó al enviar a los
discípulos a todas las naciones en Mateo 28: 18-20, son realmente las
"llaves" del reino. - [Nota del Editor en Inglés].
El perdón eterno de los pecados tiene que ver sólo con Dios, aunque hay
un sentido en que el perdón fue encomendado a Pedro y a los demás apóstoles, lo
cual sigue siendo cierto ahora. Siempre que la Iglesia actúa en el nombre del
Señor, y hace realmente Su voluntad, el sello de Dios está en lo que ella hace.
"Mi Iglesia", edificada sobre esta roca, es Su cuerpo, — el
templo de creyentes edificado sobre Él. Pero, "el reino de los
cielos" abarca a todos los que confiesan el nombre de Cristo. Este reino
fue comenzado mediante la predicación y el bautismo. Cuando una persona es
bautizada, ella entra en el "reino de los cielos", aunque resulte ser
una persona hipócrita. Un tal nunca estará en el cielo, obviamente, si es un
incrédulo; pero él está en "el reino de los cielos". En el reino de
los cielos él puede ser una cizaña o un trigo verdadero; un siervo malo o un
siervo fiel; una virgen insensata o una prudente. El reino de los cielos abarca
toda la escena de la profesión cristiana.
Pero, como hemos visto, cuando Cristo habla de, "Mi Iglesia",
ello es otra cosa. Se trata de lo que es edificado sobre el reconocimiento y la
confesión de Su persona, — "el Hijo del Dios viviente". Nosotros
sabemos que "todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de
Dios". (1ª. Juan 5: 1) Y, además,
que aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios "vence al mundo".
(1a. Juan 5: 5). Pero hay un poder más profundo del Espíritu Santo al
reconocerle a Él como el Hijo de Dios; y mientras más elevado es el
reconocimiento de Cristo, más energía espiritual para atravesar este mundo y
vencerlo. Si un creyente es más espiritual que otro es porque conoce y valora
mejor la persona de Cristo. Todo el poder para el andar y para el testimonio
cristianos depende del reconocimiento de Cristo.
Presten ustedes atención también al orden de las palabras de nuestro
Señor. En primer lugar, "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque
no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos".
Cristo debe ser encontrado fuera de la Iglesia, y antes de ella; Cristo debe
ser discernido primeramente por el alma individual; y antes y sobre todo,
Cristo y lo que Él es debe ser revelado al corazón por el Padre. Él puede
emplear a personas que pertenecen a la Iglesia como instrumentos, o puede
utilizar directamente Su palabra. Pero, con independencia de cuál sea el medio
empleado, es el Padre quien revela la gloria del Hijo a un pobre hombre
pecador; y cuando esto ha sido resuelto con el individuo, Cristo dice,
"Sobre esta roca edificaré mi iglesia". La fe en Cristo es
esencialmente el orden y el modo de obrar de Dios antes de que entre el asunto
de la Iglesia. Esta es una gran controversia entre Dios y el misterio de la
iniquidad que está ahora en acción en este mundo. El objetivo del Espíritu
Santo es glorificar a Cristo; mientras que el de lo otro es glorificar al yo.
El Espíritu Santo está prosiguiendo esta revelación bienaventurada que el Padre
ha hecho del Hijo; y cuando el asunto individual ha sido resuelto, entonces
viene el privilegio y la responsabilidad colectivos, — a saber, la Iglesia.
Si yo tengo a Cristo, ello es una bendición infinita. Pero yo también
debiese creer que Él está edificando Su Iglesia. ¿Conozco yo mi lugar allí? ¿Me
encuentro andando en la luz de Cristo, — como una piedra viva en aquello
que Él está edificando, — en una acción saludable como miembro de Su cuerpo? La
salvación fue forjada aquí en la tierra, y es aquí donde la Iglesia está siendo
edificada sobre esta roca; y las puertas del hades, — el estado invisible, o
condición separada, — no prevalecerán contra ella. La muerte puede entrar, pero
las puertas del hades no prevalecerán contra ella. El Señor dice en Apocalipsis
que Él tiene las llaves de la muerte y del hades. (Apocalipsis 1: 18). La
muerte del cristiano está en las manos de Cristo. Por medio de la cruz Él ha
anulado el poder de Satanás, y Él es Señor tanto de los muertos como de los
vivos; la muerte no es Señor nuestro, sino Cristo. "Si vivimos, para el
Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos,
o que muramos, del Señor somos". (Romanos 14: 8). El Señor tiene derecho
absoluto sobre nosotros; y por lo tanto, la muerte es despojada de todo lo que
la hace tan terrible. En Apocalipsis tenemos al Señor con las llaves de la
muerte y del hades. Las llaves del reino de los cielos Él se las da a
Pedro porque él era el que iba a predicar a judíos y gentiles. La puerta se
abrió de par en par en el día de Pentecostés en primer lugar (Hechos 2), y
después aún más ampliamente cuando los gentiles fueron introducidos. (Hechos
10).
La administración es confiada también a Pedro, tanto para atar como para
desatar; y ello es la autoridad para actuar públicamente aquí abajo con la
promesa de la ratificación en lo alto, y leemos, "Todo lo que atares en la
tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será
desatado en los cielos". Eso es dicho primero a Pedro; y sin duda, por lo
que tenemos en Mateo 18: 18, a saber, "De cierto os digo que todo lo que
atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra,
será desatado en el cielo", el atar y desatar es aplicable también a los
demás discípulos; no sólo a los apóstoles, sino, creo yo, a los discípulos como
tales. Comparen ustedes también el encargo de Juan 20: 19-23. Sobre este
principio las personas son recibidas en la Iglesia cristiana, y sobre este
principio los perversos son quitados hasta que el arrepentimiento justifica su
restauración. Los apóstoles o los discípulos no perdonan pecados como un asunto
de juicio eterno, obviamente, cosa que sólo Dios tiene el poder de hacer. Pero
Dios requiere de nosotros que juzguemos el estado de una persona para recibirla
o excluirla del círculo que confiesa el nombre de Cristo aquí abajo. En Hechos
5, Pedro ató el pecado de ellos sobre Ananías y Safira. Esto no es una
demostración de que ellos estuvieran perdidos; sino que el pecado fue atado
sobre ellos y trajo el juicio inmediato. Ni Pedro ni Pablo estaban en Corinto;
y allí el propio Señor puso Su mano sobre los culpables: algunos estaban
debilitados y enfermos, y otros se habían dormido. Esto no decide en contra de
la salvación final de ellos, — sino realmente lo contrario. Cuando ellos fueron
juzgados por el Señor, fueron castigados para que no fuesen condenados con el
mundo (es decir, para que no se perdieran). Ellos podían ser quitados por medio
de la muerte, y sin embargo ser salvos en el día del Señor. La Iglesia quita a
una persona perversa. (Véase 1ª Corintios 11: 27-34). El hombre en Corinto al
que se les dijo que ellos excomulgasen, era culpable de un pecado atroz, pero
no estaba perdido. (Véase 1ª Corintios 5). Él Fue entregado a Satanás para la
destrucción de la carne, a fin de que el espíritu pudiera ser "salvo en el
día del Señor Jesús". En la epístola siguiente nosotros encontramos a esta
persona tan abrumada por la tristeza a causa de su pecado que a ellos se les
encargó que confirmaran su amor para con él. (Véase 2ª Corintios 2: 1-11).
Verdaderamente sencillo es el atar y el desatar que las personas a menudo hacen
que sean algo tan misterioso. Los únicos pecados que la Iglesia debiese juzgar
son aquellos que salen a relucir de manera tan palpable que exigen un repudio
público según la palabra de Dios. La Iglesia no debe ser un nimio tribunal de
juicio para todo. Nosotros nunca debiésemos reclamar la intervención de la
asamblea, excepto con respecto al mal que es tan evidente como para tener
derecho a llevar consigo las conciencias de todos. Yo entiendo que este es el
significado de atar y desatar.
"Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era
Jesús el Cristo". Un cambio notable se produce aquí. Pedro había confesado
que Él era "el Cristo, el Hijo del Dios viviente": ahora el Señor les
manda que a nadie dijesen que Él era el Cristo. Ello fue como decir: «Es
demasiado tarde; Yo he sido rechazado como el Cristo, — el Mesías, el Ungido de
Jehová.» Él es rechazado por Israel, y Él acepta el hecho. Pero presten ustedes
atención a otra cosa: "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus
discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos,
de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al
tercer día". (Mateo 16: 21). En Lucas 9: 20, se nos dice, "Él les
dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Pedro, dijo: El
Cristo de Dios". "El Hijo del Dios viviente" no es mencionado en
Lucas: consecuentemente, nada se dice acerca de la edificación de la Iglesia.
¡Cuán perfecta es la Escritura! En Lucas el Señor continúa diciendo: "Es
necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas", etcétera. Hay una
gran diferencia entre "el Cristo" y "el Hijo del Hombre".
Este último es Su título como rechazado, y después, como exaltado en el cielo.
Prohibir a los discípulos que digan que Él era el Cristo marca un antes
y un después en el ministerio de Cristo. El significado es que Cristo abandona
Su título judío, y habla de Su Iglesia. Antes de que ello suceda, Él dice:
"Sobre esta roca edificaré mi iglesia". A partir de ese momento Él
comenzó a mostrarles cómo es que "le era necesario ir a Jerusalén y
padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas;
y ser muerto, y resucitar al tercer día". Lucas añade que primero "es
necesario que el Hijo del Hombre padezca", etcétera. Lucas 9: 22). Todo esto
está relacionado con la edificación de la Iglesia, la cual comenzó a ser
edificada después de que Cristo resucitó de entre los muertos y asumió Su lugar
en el cielo. En Efesios sólo se habla de la Iglesia después de la resurrección
de Cristo y Su asunción de un nuevo lugar en el cielo ha sido sacada a la luz.
Nosotros tuvimos a Dios escogiendo a los santos en Cristo Jesús, pero, no a la
Iglesia. La elección es una cosa individual. Él nos escogió, — a usted y a mí,
y a todos los demás santos, — para que "fuésemos santos y sin mancha
delante de él en amor". (Efesios 1: 4 – JND, KJV, NC, RV1977). Pero,
cuando Pablo ha introducido la muerte y resurrección de Cristo, él dice que
Dios "lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su
cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". (Efesios 1: 22,
23).
Pero presten ustedes atención a un hecho solemne. Inmediatamente después
de que Simón hubo hecho esta gloriosa confesión acerca del Señor Jesús, ¡él no
es llamado Pedro sino Satanás! Él no había dicho una sola palabra impropia
según el juicio humano. Ni siquiera se había apresurado como era su costumbre.
El Señor nunca llamó "Satanás" a la mera excitación; pero Él llamó
así a Pedro porque él procuró apartarle del padecimiento y de la muerte. El
secreto fue éste, a saber, Pedro tenía su mente en un reino terrenal, y no
sentía plenamente lo que el pecado era, ni lo que la gracia de Dios era. Él se
interpuso en la senda del Señor hacia la cruz. ¿Acaso no era por Pedro que Él
estaba yendo allí? Si Pedro hubiese pensado en esto, ¿habría dicho él,
"Señor, ten compasión de ti"? Se trató del hombre interponiéndose a
Cristo, y Él lo expone como Satanás. "Pero él, volviéndose, dijo a Pedro:
¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira
en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". (Versículo 23). Pedro
sintiendo y actuando así conecta con el misterio de la iniquidad; no con
aquello que fue enseñado por el Padre.
Nuestro Señor se vuelve a los discípulos y les dice que Él no sólo va a
ir a la cruz sino que ellos deben estar preparados para seguirle allí. Si yo
voy a estar en la senda verdadera de Jesús, debo negarme a mí mismo y tomar la
cruz y seguir, — no a los discípulos, — no a esta iglesia o aquella iglesia,
sino, — a Jesús mismo. Debo alejarme de lo que complace a mi corazón de manera
natural. Debo hacer frente a la vergüenza y al rechazo en este mundo malo. Si
ello no es así, ténganlo ustedes sobre seguro, yo no estoy siguiendo a Jesús; y
recuerden, es una cosa peligrosa creer en Jesús sin seguirle. Seguir a Jesús
puede ser como perder la vida. En la actualidad, mucha confesión de Cristo es,
comparativamente, un asunto fácil. Hay poca oposición o persecución. La gente
se imagina que el mundo ha cambiado; ellos hablan de progreso e iluminación. La
verdad es que los cristianos han cambiado. Preguntémonos si deseamos ser
encontrados tomando nuestra cruz y siguiendo a Jesús. "Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo
el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, la hallará". (Versículos 24, 25).
Qué lecciones para nuestras almas! La carne se arroga fácilmente la
superioridad sobre el espíritu; y la complacencia para con la senda de la facilidad
entra (aunque de Satanás) bajo el engañoso pretexto del amor y la bondad.
Preguntémonos, ¿Es la cruz de Cristo nuestra gloria? ¿Estamos dispuestos a
padecer por hacer Su voluntad? ¡Qué engaño son la honra y el disfrute actuales!
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby.
KJV
= King
James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").
NC
= Biblia
Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y
Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
RV1977
=
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 17
Nuestro capítulo anterior nos ha mostrado a Jesús rechazado como Cristo
o Mesías, confesado como Hijo del Dios viviente, y a punto de regresar en
gloria como Hijo del Hombre. Pero, junto con la gloria en la que Él ha de venir
y recompensar a cada uno según sus obras tenemos Su padecimiento: no meramente
el rechazo sino que Le tenemos a Él dándosele muerte, — resucitado realmente al
tercer día pero aún como Hijo del Hombre sufriente y que va a regresar en
gloria. Reiterando el tema de la gloria de Su Padre en la que Él declara que ha
de venir con Sus ángeles y a juzgar en Su reino, tenemos ahora un retrato
presentado en el monte santo, — un retrato sorprendente desde un doble punto de
vista. Tal como vimos, la gloria del reino depende de que Él es el Hijo del
Hombre, el Hombre exaltado que antes había padecido y en cuyas manos toda la
gloria es confiada, — el cual había recuperado a toda costa la honra de Dios y
que va a hacer efectiva la bendición del hombre; quien en virtud de Su
padecimiento ya ha invalidado el poder de Satanás para los que creen, y
finalmente cuando llegue el reino va a expulsar a Satanás por completo y va a
introducir lo que Dios ha estado esperando, — un reino preparado desde la
fundación del mundo. Consecuentemente, "Seis días después" (un tipo
del plazo ordinario de trabajo aquí abajo), "Jesús tomó a Pedro, a Jacobo
y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto". (Versículo 1).
Es decir, Él toma testigos escogidos porque ello era simplemente un testimonio
del reino, — es decir, era la muestra de aquello a lo que Él se había referido
cuando dijo: "Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino".
(Mateo 16: 28).
El asunto es allí la venida del Hijo del Hombre más que el reino mismo;
y lo que sigue a continuación en nuestro capítulo es sólo una ilustración
parcial de la gloria del rechazado Hijo del Hombre. Aunque dicha ilustración
sea parcial nada podría ser más bienaventurado excepto el reino mismo; y la fe
nos lleva a una comprensión presente muy real de aquello que va a ser. Se trata
de "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se
ve". (Hebreos 11: 1). El reino del que hablaba nuestro Señor no ha llegado
todavía, obviamente. Cuando Él dice: "El que no naciere de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3: 5, él habla de un
reino en el que nosotros sí entramos ahora. Porque Juan no presenta el reino
como una cosa de mera manifestación exterior sino que él presenta una revelación
más profunda del reino, verdadero ahora, en el que entra todo aquel que nace de
Dios y que incluso será exhibido en su poder celestial y terrenal. Pero Mateo,
el cual se ocupa de la parte judía o de las predicciones del Antiguo Testamento
acerca del reino nos bosqueja la presentación del Hijo del Hombre viniendo en
Su reino.
Consecuentemente, el Señor toma a estos discípulos y los lleva
"aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció
su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz". El
sol es la imagen de la gloria suprema como aquello que rige el día. "Y he
aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él", — Moisés, por medio
de quien la ley fue dada, y Elías, la gran muestra de los profetas, el cual
recordaba al pueblo la ley de Jehová. Por tanto, ellos eran los pilares del
sistema judío a quienes todo verdadero israelita recordaba con los más
profundos sentimientos de reverencia: uno de ellos destacado como el único
judío llevado al cielo sin pasar por la muerte (véase 2º Reyes 2: 1-11); el
otro, para que él no se convirtiese en un objeto de adoración después de su
muerte, teniendo él la singular honra de ser enterrado por Jehová. (Véase
Deuteronomio 34: 1-6). Estos dos aparecen en presencia de nuestro Señor. Se
supo que ellos eran Moisés y Elías pues parece que no hubo dificultad en
reconocerlos. Así, en el estado de resurrección la distinción de las personas
será mantenida completamente. No habrá tal cosa como esa clase de semejanza que
borra las peculiaridades de cada uno. Aunque las relaciones terrenales habrán
fenecido y en el cielo no sobrevivirán los vínculos terrenales peculiares que
conectaban a unos con otros en la tierra, aun así cada uno conservará su propia
individualidad, — con la poderosa diferencia, obviamente, de que todos los
santos llevarán la imagen del Celestial; pues aunque en el cuerpo todos nos
parecemos ahora al Adán caído, sin embargo, nosotros no estamos en absoluto
perdidos en una común muchedumbre indistinguible. Cada uno de nosotros tiene su
propio carácter y su peculiar conformación del cuerpo. De modo que en la gloria
cada uno será conocido por lo que él es. Moisés y Elías son vistos como
glorificados pero aún como Moisés y Elías y el Señor se transfigura en medio de
ellos. "Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que
estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para
Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió;
y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia; a él oíd". (Versículos 4, 5).
Yo entiendo que aquí radica la profundidad de todo el pasaje. Pedro, con
la intención de honrar a su Maestro pero de una manera humana, — saboreando aún
en cierta medida las cosas de los hombres y no lo de Dios, — propone colocar a
su Maestro en un terreno común con los principales de la ley y de los profetas.
Pero ello no debía ser. Con independencia de cuál pudo ser la honra de Moisés,
independientemente de cuál fue el cargo especial de Elías, la pregunta es,
¿quiénes, y qué eran ellos en la presencia del Hijo de Dios? El Hijo puede
anonadarse a Sí mismo (Filipense 2: 7); pero el Padre ama al Hijo. Pedro Le
pondría al nivel de los más honrados de la humanidad pero el propósito del
Padre es que toda rodilla se doble ante Él, — que todos los hombres honren al
Hijo así como honran al Padre. El hombre nunca hace esto, viendo simplemente al
hombre en el Hijo, no honrándole de manera adecuada con divino homenaje. La fe
sí lo hace porque ve a Dios en el Hijo, oye a Dios en Él, y también Le
encuentra en la relación peculiarmente bienaventurada con el Padre.
Porque si se concibiera que Jesús es simplemente Dios y no el Hijo ello sería
una revelación incomparablemente menos bienaventurada que la que en realidad
tenemos. En cuanto a nosotros mismos, si tuviéramos una naturaleza divina sin
la bienaventurada relación de filiación delante del Padre, nosotros perderíamos
la parte más dulce misma de nuestra bendición. Y no es sólo la deidad de Jesús
lo que hay que reconocer (aunque esto está en el fondo de toda verdad), sino la
relación eterna del Hijo con el Padre. No solamente Él fue Hijo en este mundo y
es muy peligroso limitar así la Filiación de Cristo pues ella es desde toda la
eternidad. Las personas discurren que como a Él se le llama Hijo Él debe tener
un comienzo en el tiempo de manera posterior al Padre. Toda esa argumentación
debiese ser desterrada del alma de un cristiano. La doctrina Escritural no
tiene referencia alguna a la prioridad de tiempo. Él es llamado Hijo en lo que
se refiere a afecto y cercanía íntima de relación. Es el modelo del lugar
bienaventurado al que la gracia nos lleva mediante la unión con el Señor
Jesucristo. Aunque en Él hay además, obviamente, alturas y profundidades
inefables. Pero si nosotros somos sencillos acerca de ello obtenemos de ello el
gozo más profundo que se ha de hallar en el conocimiento del Dios verdadero, —
y eso, en Su Hijo.
Entonces, el Padre interrumpe la palabra de Pedro y Él mismo responde.
Pedro sabía que la nube de luz que los cubría era la nube de la presencia de
Jehová: y el Padre añade: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". No es, «Este es
vuestro Mesías», — Él era eso, obviamente, pero Él saca a la luz
la gran revelación del Nuevo Testamento acerca de Jesús. Él Le revela como Su
Hijo amado y revela Su incondicional deleite en Él. "Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd", — esta última es
también una declaración de suma importancia. ¿Qué era Moisés, y qué era Elías
ahora? Ellos son enteramente excluidos aquí por el Padre. No necesito decir que
todo aquel que conoce a Jesús como el Hijo de Dios estaría muy lejos de
despreciar a Moisés y a Elías. Aquellos que comprenden la gracia tienen un
respeto mucho más profundo por la ley que el hombre que mezcla gracia y ley. La
única manera plena de valorar todo lo que es de Dios es en la comprensión de Su
gracia. Yo no me comprendo a mí mismo ni a Dios hasta que conozco Su gracia y
no puedo conocer Su gracia a menos que la vea revelada en Su Hijo. "La ley
por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo". (Juan 1: 17). Él estaba lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:
14).
"A él
oíd" es el requerimiento del Padre. Ya
no es: «Oíd a Moisés« ni «Oíd a
Elías», sino, "A él
oíd". ¿Pudo haber algo más inesperado para un judío? Todos deben dar paso
al Hijo. La dignidad de los otros no es negada ni desairada la debida posición
de ellos. Aseverar la gloria del sol en los cielos de ninguna manera es
despreciar las estrellas. Dios colocó a Moisés en su lugar y a Elías en otro
según Él lo consideró adecuado; pero, ¿qué eran ellos comparados con Su Hijo?
¡Cuán insustancial y triste es que los hombres sigan haciendo dos tabernáculos:
uno para Moisés (si no para Elías), y uno para el Señor Jesús! Ellos dicen que
Dios es el Dios inmutable pero Aquel que ordenó la noche hizo el día y tan
ciertamente como Él una vez pronunció la ley Él ha enviado ahora el evangelio.
Yo veo aquí la exhibición de la gloria de Dios mostrando ahora una parte de Su
carácter y ahora, otra.
Esto no cambia. Dios nos permite ver Sus diferentes atributos y Su
variada sabiduría y Su infinita gloria; pero yo debo ver cada una de estas
cosas en su propia esfera y entender la intención por la que Dios ha presentado
cada una de ellas. Moisés y Elías eran, por así decirlo, los dos grandes puntos
cardinales del sistema judío; pero ahora hay Uno que eclipsa todo ese sistema,
— a saber, Jesús, el Hijo de Dios; — y en presencia de Él ni siquiera los
representantes de la ley o de los profetas han de ser oídos. Hay una plenitud
de verdad que sale a relucir en el Hijo de Dios y si quiero entender el
pensamiento de Dios en lo que tiene que ver ahora conmigo yo debo oírle a Él, a
Su Hijo amado. Para un judío era muy difícil entrar en esto porque su religión
estaba basada en la ley. Ahora el amado Hijo de Dios, en quien el Padre mismo
expresa Su perfecta satisfacción, es situado delante de todos: "A él oíd".
Así como Jesús es el objeto del infinito amor del Padre, así Él es el
medio de aquel mismo amor que llega incluso a nosotros. Si yo veo que Él es el
Hijo amado del Padre mi alma descansa en Él y entra en comunión con el Padre.
"Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo". (1ª. Juan 1: 3). ¿Qué es comunión? Comunión es que tenemos un
gozo común en un objeto común que compartimos unos con otros. Nosotros
compartimos en el gozo del Padre y del Hijo. El Padre me dice que oiga al Hijo
y el Hijo revela al Padre. Nosotros tenemos comunión con el Padre el cual
señala a nuestros corazones a Aquel en quien Él mismo se deleitaba; y tenemos
comunión con el Hijo puesto que Él nos da a conocer el Padre. Y me pregunto,
¿Cómo conoceré yo al Padre? — ¿Cómo conocer Sus sentimientos? De una sola
manera: Yo miro a Su Hijo, y veo al Padre. El Hijo habla y yo oigo la voz del
Padre. Yo conozco la manera en que el Padre actúa; conozco Su amor, — un amor
que puede descender hasta el más vil de los viles. Así era Cristo y ahora estoy
seguro de que así es también el Padre. Yo conozco lo que Dios el Padre es
cuando sigo al Hijo y oigo al Hijo. Es al Padre a quien Él revela, no a Sí
mismo; el Hijo vino a dar a conocer lo que el Padre es en un mundo que no Le
conoció a Él. Incluso los que tenían fe, ¿qué pensamientos tenían acerca del
Padre? Sólo tenemos que considerar a los discípulos para ver esa escasa
respuesta al corazón del Padre. Aunque ellos habían nacido de Dios, hasta ese
momento no sabían que el Padre se estaba revelando en Jesús. Felipe dijo:
"Señor, muéstranos el Padre, y nos basta". (Juan 14: 8). No es que él
no conocía divinamente a Jesús como el Mesías sino que él no había entrado en
la bienaventuranza de lo que Él era como el Hijo que revela al Padre. Fue
solamente después de que descendió el Espíritu Santo tras la partida del Hijo
al cielo que ellos adquirieron la conciencia de la gracia en la que se
encontraban. De modo que, aún más, el apóstol Pablo dice: "Aun si a Cristo
conocimos según la carne, ya no lo conocemos así". (2ª Corintios 5: 16).
Conocer a Cristo a la diestra de Dios, — apreciar lo que Él es allí es
conocerle mucho mejor que si hubiésemos oído cada discurso y visto cada milagro
Suyo en la tierra. El Espíritu Santo saca esto a relucir más plenamente a
través de Su palabra. Yo no estoy diciendo ahora hasta qué punto nosotros
entramos en lo que el Espíritu Santo está enseñando de manera práctica porque,
después de todo, esto debe depender, y con razón, de la medida de nuestra
espiritualidad. Pero el Espíritu Santo está aquí para tomar las cosas de Cristo
y dárnoslas a conocer, — para dar a conocer Su gloria y Sus padecimientos ya
que es el deleite del Padre que Él sea conocido. Pero había muchas cosas que
ellos no podían sobrellevar en aquel entonces. Cuando el Espíritu Santo viniese
Él los guiaría a toda la verdad.
Ese es el objetivo del Padre. Él aprovecha la ocasión de la gloria de
Jesús manifestada como Hijo del Hombre para mostrar que una gloria aún más
profunda es asignada a Él. El reino de Cristo no agota en absoluto la gloria de
Su persona y es como relacionada con Su gloria más profunda que la existencia
de la Iglesia es sacada a relucir. Fue la confesión de Su filiación lo que
motivó la palabra: "Sobre esta roca edificaré mi iglesia". (Mateo 16:
13-18). Ello es la esencia de la revelación del Nuevo Testamento, — pues es el
Padre revelando a Su Hijo y el Espíritu permitiéndonos recibir lo que el Hijo
es tanto como imagen del Dios invisible como introduciéndonos a la comunión con
el Padre. No es Dios simplemente conocido como tal sino el Padre en el Hijo
dado a conocer por el Espíritu Santo. Por eso es que en un Evangelio
especialmente escrito para creyentes judíos el Espíritu Santo lo destaca de
manera especial. (Compárese con el final de Mateo 11).
Los discípulos, confundidos por lo que oyeron, se postran sobre sus
rostros y tienen un gran temor. No había comunión con ello aún. Por el momento
ellos entran en ello sólo someramente aunque después les fue recordado por el
Espíritu de Dios. "Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos,
y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo".
(Versículos 7, 8). La visión celestial se había extinguido por un tiempo: ellos
estaban en el monte a solas con Jesús. ¡Qué gozo! — Si ella se desvanece, ¡Él
permanece!
Mencionemos brevemente el relato de esta escena tal como es presentada
en los otros evangelios. En Marcos las palabras, "en quien tengo
complacencia" son omitidas. La idea
decisiva, en ninguna parte olvidada, es que Él era el Hijo, — en Marcos, así
como en Mateo (no solamente un Siervo, aunque verdaderamente tal), — el cual
debe ser oído. Pero Mateo añade, "En quien tengo complacencia". La
satisfacción del Padre en el Hijo es presentada como el motivo por el cual Él
debe ser oído como la expresión plena de Su pensamiento. En Lucas tenemos otra
cosa: "Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y
Elías". (Lucas 9: 30). Ellos son llamados aquí "varones" de una
manera distintiva, — habiendo sido escrito este Evangelio más particularmente
teniendo en perspectiva a los hombres en general. Estos varones
"aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a
cumplir en Jerusalén". (Lucas 9: 31). Ello es el tema de la conversación
de ellos, — del más profundo interés para todos nosotros. La muerte y los
padecimientos de Jesús son el gran tema sobre el cual los hombres en la gloria
conversan con Jesús, el Hijo de Dios. Y Jerusalén, — ¡Jerusalén! — sería el
lugar de Su muerte, ¡en vez de recibirle para que reinase! Pero nosotros
encontramos aquí los tristes rasgos de la debilidad humana pues Pedro y los que
estaban con él estaban rendidos de sueño. Encontramos nuevamente aquí el afecto
del Padre por Su Hijo. Las más elevadas glorias
del judaísmo menguan, — el Hijo debe ser oído. Los rasgos morales son
prominentes en todo momento.
Pero, observemos, Juan omite del todo la transfiguración porque su labor
apropiada no fue detenerse en la manifestación externa de Cristo al mundo como
Hijo del Hombre en Su reino sino en Su gloria eterna como Hijo unigénito de
Dios; o como él mismo dice, "Vimos su gloria, gloria como del unigénito
del Padre". (Juan 1: 14).
En 2ª Pedro 1: 16-18 tenemos una alusión a esta escena. Allí se dice,
"Él recibió de Dios Padre honra y gloria" (confirmando la observación
de que esta escena no nos muestra tanto Su gloria esencial como aquella que
recibió de Dios Padre), — cuando "le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz" (o la nube, que era el conocido símbolo externo de la majestad de
Jehová), "que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia". Pedro omite, "a él oíd", porque habiendo salido
la revelación de Jesús a relucir el asunto que queda es el deleite del Padre en
Jesús. Yo no pretendo decir hasta qué punto los escritores inspirados conocían
todo el pensamiento de Dios en una cosa tal: ellos escribieron movidos por el
Espíritu Santo.
Cuando los discípulos descendieron del monte el Señor les hace un
encargo diciendo, "No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del
Hombre resucite de los muertos". (Versículo 9). Ya no se trataba de
testificar acerca del reino de Cristo. Esto fue rechazado. La visión fue para
los discípulos, para fortalecer la fe de ellos en Jesús. El propio Señor se
ocupaba de las almas de los creyentes, no se ocupaba del mundo. Siempre hay un
período en que el testimonio de tipo externo puede llegar a su fin. Ustedes
pueden recordar el momento en que Pablo separa a los discípulos que estaban en
Éfeso de la multitud y los conduce a lo que les concernía más particularmente.
(Véase Hechos 19: 8. 9). Por el momento y hasta que el Espíritu Santo fuese
dado, hasta que el Señor resucitase de entre los muertos y el poder viniese desde
lo alto para hacer de estas cosas un nuevo punto de partida, hablar más acerca
de ellas era inútil.
Luego tenemos, "Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo:
¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará
todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que
hicieron con él todo lo que quisieron". (Versículos 10-12). Él Muestra que
para la fe Elías había venido. Si la nación hubiese recibido la palabra
predicada por Juan la misión de Elías se habría cumplido según la profecía en
Malaquías; pero, rechazando la nación a Jesús así como a Su precursor sólo la
fe podía reconocer el testimonio de Juan el Bautista como siendo virtualmente
el de Elías. Esto concuerda con la declaración que tuvimos en Mateo 11: "Y
si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir"; mostrando
que no se trataba de Elías real y literalmente sino del espíritu y del poder de
Elías en la persona de Juan el Bautista. En breve el Mesías vendrá en gloria y
Elías vendrá también. Pero el Mesías había venido ahora en debilidad y
humillación y a Su precursor le habían dado muerte. Fue Elías quien vino en la
persona del sufriente Juan el Bautista y su testimonio fue despreciado. Los
discípulos son conducidos al secreto de esto: "Elías ya vino, y no le
conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo
del Hombre padecerá de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que les
había hablado de Juan el Bautista". (Versículos 12, 13).
Pero al pie de ese mismo monte donde el Señor exhibió la gloria del
reino, Satanás también exhibió su poder. Todavía no había sido deshecho. El
reino era sólo un asunto de testimonio. Los discípulos no lograron hacer uso de
los recursos de Cristo para someter el poder del enemigo. Viene al Señor un
hombre que se arrodilla ante él diciendo: "Señor, ten misericordia de mi
hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego,
y muchas en el agua", — los procesos más opuestos fueron así reunidos.
"Y lo he traído a tus discípulos,
pero no le han
podido sanar. Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa!
¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?
Traédmelo acá. Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste
quedó sano desde aquella hora". (Versículos 15-18). Los discípulos querían
saber cómo fue que ellos no pudieron echarlo fuera, y Él les dice: "Por vuestra
incredulidad". (Mateo 17: 20 – JND, KJV, RV1865, RVSBT). Es tan triste
como maravilloso que la incredulidad esté en la raíz de las dificultades que
Satanás impone pues él ha perdido su poder sobre los que tienen fe. Este
muchacho es un lunático y está fuera de juicio pero la incredulidad es incapaz
de utilizar el poder de Dios que debiese haber estado a las órdenes de los
discípulos. "Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este
monte: Pásate de aquí allá, y se pasará". La más pequeña obra de la fe en el
alma está disponible hasta ahora para las dificultades actuales. El poder del
mundo, el poder establecido de cualquier cosa aquí, que es lo que la montaña
expone, desaparecería completamente ante la fe. "Pero este género no sale
sino con oración y ayuno". (Versículos 20, 21). Debe haber dependencia en
Dios en el conflicto con el poder del mal. Se trataba de la gloria moral de
Cristo y el secreto de la fuerza. Asumir el poder debido a la asociación
con Jesús simplemente fracasa y se convierte en vergüenza. Debe haber también
abnegación y el hecho de negarse uno mismo para que Dios pueda actuar. Cuando
Jesús desciende todo el poder de Satanás es deshecho y se desvanece.
Luego viene otra declaración de Sus
padecimientos pero no me detendré en esto ahora más allá de recalcar que así
como en Mateo 16: 21 tuvimos Sus padecimientos por medio de los judíos (ancianos,
principales sacerdotes y escribas), aquí es más bien el rechazo gentil, pues
leemos, "El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres".
Esto sigue a continuación de la manifestación de Su gloria como Hijo del Hombre
mientras que lo otro siguió a continuación de la confesión de Su aún más
profunda gloria como Hijo de Dios. Mateo 16: 16).
Para concluir consideremos la hermosa lección
del dinero exigido para el sostenimiento del templo. Pedro responde allí
rápidamente según su habitual carácter vehemente. Cuando vinieron los
cobradores del impuesto los cuales estaban relacionados con el templo y la paga
habitual fue exigida, Pedro respondió muy apresuradamente que ciertamente su
Maestro pagaría el impuesto. Su mente no fue más allá de la posición judía de
ellos. No se trataba de que algún rey de la tierra les exigiera ahora un
impuesto pues esto era para el templo de Jehová. Y nuestro Señor se anticipa a
Pedro cuando entran en casa y le dice, "¿Qué te parece, Simón? Los reyes
de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o
de los extraños?" Pedro responde muy francamente: "De los
extraños". Entonces Jesús le dice: "Luego los hijos están
exentos". Nada puede ser más hermoso que la verdad que nos es enseñada
aquí: a saber, sea cual sea la gloria del reino venidero, sea cual sea el poder
de Satanás que desaparece ante la palabra de Jesús, sea cual sea la fe que puede
remover montañas, nada puede quitar al Hijo de Dios del lugar de la gracia. Él
es el Rey y Pedro es uno de los "hijos" los cuales están exentos, y
sin embargo fue a ellos a quienes les fue hecho este requerimiento. "Sin
embargo, para no ofenderles", dice el Señor, "vé al mar, y echa el
anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un
estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti". (Versículo 27).
Este es el gran prodigio de Cristo y el prodigio práctico del
cristianismo, a saber, que aunque somos conscientes de la gloria y debiésemos
pasar a través del mundo como hijos de gloria así como hijos de Dios, por este
mismo motivo el Señor nos llama a ser los más humildes y los más mansos sin
asumir ningún lugar en la tierra, — y yo no quiero decir que no debiésemos
reivindicar ningún lugar para Cristo, obviamente. Nuestro deber es vivir para
Cristo y para la verdad: pero, cuando se trata de nosotros mismos debemos estar
dispuestos a ser pisoteados y considerados como la escoria del mundo. La carne
y la sangre están contra ello pero es el poder del Espíritu de Dios el que nos
eleva por encima de la naturaleza.
El Señor provee para todos los requerimientos. Él indica a Pedro cómo
encontrar el estatero y le dice: "Tómalo, y dáselo por mí y por ti".
¡Qué gozo es que Jesús nos asocie consigo mismo
y provea para todo! — ¡que Jesús mismo, el cual demuestra en esta cosa
misma que Él es Dios el Creador con conocimiento divino que tiene el mando del
inquieto mar haciendo que un pez proporcione el dinero necesario para pagar el
impuesto del templo, nos dé así un lugar con Él mismo y se encargue de toda
nuestra necesidad! Nada puede mostrarnos de forma más hermosa la manera en que,
conscientes de la gloria, nuestro lugar debe ser siempre el del sometimiento y
la humildad de Cristo. ¡Cuán bienaventuradamente el Hijo se rebajó para ser el
siervo y conduce a los hijos por la misma senda de gracia!
Que el Señor nos conceda saber conciliar estas dos cosas. Sólo podemos
hacerlo en la medida que nuestra mirada esté puesta en Cristo.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby
KJV
= King
James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").
RV1865
=
Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible
Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).
RVSBT
=
REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.
Mateo 18
En Mateo 16 tuvimos dos temas relacionados con la revelación de la
persona del Señor a Simón Pedro: uno de ellos es la Iglesia, algo enteramente
nuevo o divulgado por primera vez; el otro es el tema familiar del reino de los
cielos. En el capítulo que está ante nosotros encontraremos de nuevo estas dos
cosas reunidas, — no confundidas ni identificadas. Nosotros estamos llamados a
ver el reino y la Iglesia en su relación práctica. Ya nos hemos enterado de que
el Señor iba a edificar la Iglesia. "Sobre esta roca" (la confesión
de Su persona) "edificaré mi Iglesia". Él prometió después dar las
llaves del reino de los cielos a Pedro. (Mateo 16: 18, 19).
Encontramos ahora (yo creo que relacionado con el principio que Le motivaba)
la conciencia de la gloria y del mando absoluto de todo lo que Él había hecho.
Él era el Señor de los cielos y de la tierra, — si él pagó en gracia el
impuesto del templo porque la gracia renuncia a sus derechos, al menos ella no
procura reivindicarlos y ejercerlos por el momento. Y en la conciencia misma de
la posesión de toda gloria Él puede someterse en este mundo malo. Pero observen
ustedes además cuidadosamente que el alma nunca debe ceder los derechos de Dios
sino los nuestros. Debemos ser tan inflexibles como un pedernal dondequiera que
Dios esté en cuestión. La gracia nunca abdica de la santidad verdadera, de la
reivindicación o de la voluntad de Dios pues de hecho, ella es lo que fortalece
al alma para valorarlas y andar en ellas. A menudo hay una dificultad práctica
que las personas no entienden. Aunque se nos pide que andemos en la gracia es
un uso inadecuado de la gracia suponer que ello es un consentimiento del mal o
una indiferencia para con él en nuestras relaciones con Dios. Si bien la gracia
nos encuentra en nuestra ruina, ella imparte un poder que no teníamos antes
porque ella revela a Cristo, fortalece el alma, da una nueva vida, y actúa
sobre esa vida para llevarnos adelante en la obediencia a Cristo así como en el
disfrute de Él. Nuestro Señor muestra que esto debiese gobernar todo.
Pero tenemos en primer lugar el espíritu que nos corresponde. "En
aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en
el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos". (Mateo 18: 1-3). Ahora bien, esto es
lo que es obrado en un alma cuando ella se convierte pues se le da una nueva
vida y esa vida es Cristo. Por lo tanto, hay mucho más que un cambio. Eso
distaría mucho de la verdad en cuanto a un cristiano. Por supuesto que el
cristiano es un hombre cambiado pero además el cambio se debe a algo aún más
profundo. Un cristiano es un hombre nacido de nuevo que posee una vida ahora
que no poseía antes. Yo no quiero dar a entender simplemente que él vive de una
nueva manera sino que a él le ha sido dada una nueva vida que no tenía antes.
Es así como él se convierte en un niño. Luego esta nueva vida tiene que ser
cultivada y fortalecida. Nuestra vida natural como hombres se desarrolla o
puede ser refrenada y obstaculizada mediante diversas circunstancias. Lo mismo
ocurre con la vida espiritual.
Nuestro Señor muestra aquí cuál es el rasgo moral característico que
corresponde al reino de los cielos y esto en oposición a los pensamientos
judíos de grandeza. Ellos todavía pensaban acerca del reino según ciertas
delineaciones del Antiguo Testamento acerca de él. Cuando David llegó al reino
sus seguidores que habían sido fieles anteriormente fueron exaltados según el
valor anterior de ellos. Ustedes tienen a los tres principales y luego a otros
treinta guerreros y así sucesivamente; y todos ellos tenían su lugar
determinado por la manera en que se habían comportado en el día de la prueba.
Los discípulos vinieron con pensamientos similares a nuestro Señor llenos de lo
que ellos habían hecho y padecido. El mismo espíritu irrumpió en muchas
ocasiones incluso en la última cena. Nuestro Señor lo utiliza aquí para mostrar
que el espíritu que Él ama en sus discípulos es el de no ser nada, — el de no
pensar en uno mismo con un espíritu de humildad dependencia y confianza que no
piensa en sí mismo. Este es el sentimiento natural de un pequeño. En el niño
espiritual este olvido de sí mismo es exactamente el sentimiento correcto. El
niño es el testigo constante de la verdadera grandeza en el reino de los
cielos. En nuestro Señor mismo esto fue mostrado plenamente. La maravilla fue
que Él que lo sabía todo, que tenía todo el poder y la fuerza, pudo asumir el
lugar de un niño y sin embargo Él lo hizo. Y, de hecho, ustedes pueden estar
seguros de que la humildad de un niño no es en absoluto incompatible con una
persona profundamente instruida en las cosas de Dios. No se trata de una
humildad que se muestra en frases o formas sino de la realidad de la
mansedumbre que no confía en sí misma sino en el Dios viviente; y esto tiene el
respeto que Dios mismo ama que haya hacia los que están alrededor de ella. La
perfecta humildad fue una característica de nuestro Señor Jesús tanto como la
conciencia de Su gloria. Las dos cosas bien pueden ir juntas y ustedes no
pueden tener una humildad cristiana apropiada a menos que exista la conciencia
de la gloria. Comportarnos humildemente como hijos de Dios es la cosa hermosa
que el Señor coloca aquí ante nosotros.
"Cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el
reino de los cielos". (Versículo 4). No se trata simplemente de llegar a
ser como niños engendrados por Dios sino que hay una humillación práctica de
nosotros mismos. Y no sólo la humillación de nosotros mismos sino la manera en
que sentimos hacia los demás pues leemos, "Cualquiera que reciba en mi
nombre a un niño como este, a mí me recibe". Sea cual fuere la humildad
del cristiano él debe ser visto con toda la gloria de Cristo lo cual significa
recibirle en el nombre de Cristo. Él es una persona que no defiende sus
derechos ni hace valer su propia gloria sino que está dispuesta a doblegarse y
dejar sitio a cualquiera mientras él es consciente de la gloria que reposa
sobre él. Puede haber lo opuesto mismo a esto, — "Cualquiera que haga
tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí". ¿Qué significa esto?
Significa cualquier cosa calculada para hacer vacilar la confianza de ellos en
Cristo, para poner un tropiezo en la senda de ellos. Ello no significa algo
dicho en amor fiel al alma de ellos. Las personas pueden ofenderse por esto
pero eso no es de lo que se habla aquí. De lo que se habla aquí es de lo que
tiende a sacudir la confianza del pequeño en Dios mismo. "Cualquiera que
haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se
le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo
profundo del mar". Estas cosas ocurren constantemente en el mundo. Por lo
tanto, el Señor dice, "¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es
necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el
tropiezo!" Entonces, ¿Qué es lo que hay que hacer? El Señor muestra en dos
formas la manera de protegerse contra estos tropiezos. La primera es ésta, — a
saber, yo debo comenzar conmigo mismo. Este es el medio más importante para no
hacer tropezar a otro. "Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de
caer, córtalo y échalo de ti". Ello puede ser en el servicio que uno lleva
a cabo o en el andar propio; pero si tu mano o tu pie se convierten en ocasión
de tropiezo (algo que el enemigo aprovecha contra Dios), trata resueltamente de
inmediato con la cosa mala. "Mejor te es entrar en la vida cojo o manco,
que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno".
(Versículos 6-8).
El Señor coloca siempre todo el resultado del mal ante el alma. Al
hablar del reino de los cielos Él tiene en cuenta que puede haber en él personas
falsas así como también verdaderas. Por eso Él habla de manera general. Él no
se pronuncia sobre ellas pues algunas pueden ser verdaderamente nacidas de Dios
y otras no. El Señor expresa solemnemente ante ellos que los que son
indiferentes acerca del pecado no son de Dios. Es imposible que un alma haya
sido regenerada y sea habitualmente indiferente a aquello que contrista al
Espíritu Santo. Por lo tanto, Él coloca ante ellos la certeza de los tales
siendo arrojados al fuego eterno. De nadie que haya nacido de Dios puede ser
dicho esto. Pero, así como puede haber en el reino de los cielos una profesión
falsa como también una verdadera, el creyente debe considerar bien esto para no
permitir pecado en ninguno de sus miembros. "Y si tu ojo te es ocasión de
caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que
teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego". Esto puede ser muy
costoso pero Dios no es un Maestro duro; nadie es tan tierno y tan amoroso. Y
sin embargo es Dios presentándonos su pensamiento por medio del Señor Jesús,
mostrándonos que ésta es la única manera de tratar con aquello que puede
convertirse en ocasión de pecado. (Compárese con Efesios 5: 5-6).
La primera gran fuente de tropiezo para los demás y que debe ser
eliminada en primer lugar es aquello que es un obstáculo para nuestras propias
almas. Debemos comenzar con el juicio propio. Pero también está el menosprecio
a los pequeños que pertenecen a Dios. "Mirad", dice nuestro Señor,
"que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus
ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los
cielos". [Véase nota 14). "Porque el Hijo del Hombre ha venido para
salvar lo que se había perdido". (Versículos 10, 11). Una hermosa palabra
especialmente porque es declarada en términos tan generales por nuestro Señor
como para incluir literalmente a un niño así como a los pequeños que creen en
Él.
[Nota 14]. Lo
que nuestro Señor llama aquí, "sus ángeles", parecen ser los
espíritus de los niños que ahora están en el cielo, — representando el espíritu
a la persona en el estado actual hasta la resurrección. Compárese con Hechos
12: 15; Hebreos 12: 23 y Apocalipsis 1: 20, — esto último representando la
asamblea. «Un ángel custodio, o ángel de la guarda», del que
algunos hablan como siendo aquí el significado no parece dar un buen motivo
para la advertencia del Señor; ni ello es mencionado en ninguna parte de las
Escrituras. [Nota del Editor en Inglés].
Yo creo que este capítulo tuvo la intención de dar ánimo respecto a los
pequeños. El argumento sobre el cual nuestro Señor habla no es que ellos fueran
inocentes (que es la forma en que se habla tan a menudo de ellos entre los
hombres) sino que el Hijo del Hombre vino a salvar lo que se había perdido.
Ello supone la mancha del pecado pero que el Hijo del Hombre vino a abordar, de
modo que nosotros tenemos derecho a tener confianza en el Señor no sólo para
nuestras propias almas sino también para los pequeños.
Pero nuestro Señor va más allá. Leemos, "¿Qué os parece? Si un
hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y
nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece
que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquélla, que por
las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro
Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños".
(Versículos 12-14). Es evidente que nosotros podemos incluir a todos los que se
salvan según el mismo principio. El Evangelio de Lucas nos muestra (Lucas 15)
esta misma parábola aplicada a cualquier pecador. Pero aquí el Señor la ocupa
en relación con lo anterior, a saber, los sentimientos correctos para con uno
que pertenece al reino de los cielos. Comenzando con un niño que Él pone en
medio Él lleva el pensamiento acerca del pequeño durante toda esta parte de Su
discurso. Y Él concluye ahora con la demostración en Su propia misión del
interés que el Padre tiene por estos pequeños.
Luego el Señor aplica esto a nuestra conducta práctica. Suponiendo que
tu hermano te ha perjudicado, — tal vez una mala palabra, o una acción poco
amable hecha contra ti — algo que tú sientes profundamente como un verdadero
perjuicio personal contra ti; ello es un pecado, obviamente. Probablemente
nadie se ha enterado de ello, sólo él y tú. ¿Qué debes hacer? En seguida este
gran principio es aplicable, a saber, cuando tú estabas arruinado y alejado de
Dios, ¿qué ocurrió en tu caso? ¿Esperó Dios hasta que tú desecharas tu pecado? Él
envió a Su Hijo a buscarte, para salvarte. "El Hijo del Hombre ha venido
para salvar lo que se había perdido". Este es el principio sobre el cual
tú debes actuar. Tú perteneces a Dios; eres un hijo de Dios. ¿Tu hermano te ha
hecho un perjuicio? Vé a él y trata de que lo enmiende. Ello es la actividad de
amor con la que el Señor Jesús apremia a sus discípulos. Nosotros debemos
procurar la liberación en el poder del amor divino de aquellos que se han
alejado de Dios. La carne siente y resiente el perjuicio hecho contra ella
misma. Pero la gracia no se envuelve en su propia dignidad esperando que el
ofensor venga y se humille y reconozca su error. El Hijo del Hombre vino a
buscar a los perdidos. Él dice, «Quiero
que ustedes anden según el mismo principio, que sean vasos del mismo amor, —
que ustedes se caractericen por la gracia yendo tras aquel que ha pecado contra
Dios.» Esto es una gran
dificultad a menos que el alma tenga el frescor del amor de Dios y disfrute de
lo que Dios es para ella. ¿Cómo siente Dios acerca del hijo que ha hecho el
mal? Su deseo amoroso es que él rectifique. Cuando el hijo está lo
suficientemente cerca para conocer el corazón del Padre él sale a hacer la
voluntad del Padre. Puede ser que haya sido hecho un mal contra él pero él no piensa
en eso. Es su hermano el que se ha deslizado al mal y el deseo de su
corazón es hacer que el hermano que se ha extraviado se corrija, — no para
reivindicarse a sí mismo sino para que su alma sea restaurada al Señor.
"Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando
tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano". (Versículo 15). No
se trata aquí de un pecado conocido por muchos sino de una transgresión
personal conocida sólo por ustedes dos. Vé y repréndele estando
tú y él solos. "Si te oyere, has ganado a tu hermano". El amor se
empeña en ganar al hermano. Así es para aquel que entiende y siente con Cristo.
El pensamiento ante el corazón no es el ofensor sino, "tu
hermano". "Has ganado a tu hermano". [Véase nota 15].
[Nota 15]. El
perdón se basa necesariamente en el "oír", — "si te oyere",
— lo cual demuestra que el corazón no continúa en el mal. [Nota del Editor en
Inglés].
"Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca
de dos o tres testigos conste toda palabra". Preguntémonos, ¿es posible
que él resista a uno o dos que vienen a él los cuales son testigos del amor de
Cristo? Él ha rechazado a Cristo que arguye por medio de uno; ¿puede él
rechazar a Cristo ahora que Él arguye por medio de más personas? Lamentablemente
puede ser que él lo haga. "Si no los oyere a ellos, dilo a la
iglesia". La Iglesia significa la asamblea de Dios en el lugar al que
todos estos pertenecen. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si
no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano". (Versículo 17).
Entonces la asamblea es informada de la falta de la persona culpable. La cosa
ha sido investigada y constatada. La Iglesia advierte y suplica a este hombre
pero él rehúsa oír y la consecuencia es, — "tenle por gentil y publicano".
¡Un asunto de lo más solemne! Un hombre que es llamado hermano en el versículo
anterior es ahora para mí como un gentil (pagano) y un publicano (recolector de
impuestos). No debemos suponer que el hombre es un borracho o un ladrón pero él
muestra la dureza de la voluntad propia y un espíritu de autojustificación.
Ello puede surgir de pequeñas circunstancias pero esta soberbia inflexible
acerca de sí mismo y de su propia falta es aquello por lo cual él puede ser
considerado como un gentil y un publicano según el Señor, — él ya no debe ser
reconocido en su estado impenitente. Y sin embargo ello puede surgir
principalmente del espíritu de justificarse a uno mismo. En el caso de pecado
público o de iniquidad el deber de la Iglesia es claro, a saber, la persona es
apartada. Tampoco habría motivo en un caso tal para actuar de uno a uno
(versículo 15), y luego con uno o dos más (versículo 16). Pero el Señor muestra
aquí cómo el objetivo de esta transgresión personal pudiese ser que la Iglesia
tenga que oír acerca de ella finalmente, — y eso puede conducir a algo más.
"De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado
en el cielo". Ello no es un mero asunto de ponerse de acuerdo sino de lo
que es hecho en el nombre del Señor. (Véase 1ª Corintios 5: 4). "Todo lo
que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la
tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se
pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será
hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Ya sea para
disciplina o para hacer peticiones a Dios el Señor establece este gran
principio de que donde dos o tres se hallan reunidos a Su nombre, Él está en
medio de ellos. Nada podría ser más dulce y alentador. Y yo estoy persuadido de
que el Señor tuvo en perspectiva la ruina actual de la Iglesia, cuando podría
haber muy pocos reunidos correctamente, reunidos en obediencia a la palabra de
Dios y llevándola a la práctica según la voluntad del Señor Jesucristo.
Pero una persona puede preguntar, ¿hay alguno en este terreno? Yo sólo
puedo decir que los cristianos que se apoyan en las Escrituras y que reconocen
la presencia fiel del Espíritu en la asamblea en la tierra se están atrayendo
una gran cantidad de problemas para un engaño si ellos no lo están. Ellos son
muy insensatos al actuar como lo hacen a menos que estén seguros de que ello es
conforme al pensamiento de Dios. ¿Debiesen ustedes tener más dudas acerca de la
manera en que los cristianos deben reunirse para partir el pan o para la
edificación mutua que acerca de cualesquiera otras instrucciones en la palabra
de Dios? Si nosotros no estamos restringidos por normas humanas y si sólo la
palabra de Dios es seguida hay completa libertad para llevar a cabo sus
instrucciones. Pero aunque confiadamente se habla así, por otra parte
preguntémonos, ¿no deberíamos ocupar nosotros un lugar muy bajo? Cuando los
miembros del cuerpo de Cristo están dispersos por aquí y por allá la
humillación es lo único que nos corresponde; no sólo por los modos de obrar de
los demás sino por los nuestros. Pues, ¿qué hemos sido nosotros para Cristo y
para la Iglesia? Sería algo muy erróneo que nosotros mismos nos denominásemos
la Iglesia; pero si fuéramos sólo dos o tres los que hemos sido reunidos al
nombre de Cristo tendríamos la misma aprobación y la misma presencia de Cristo
que si tuviéramos a los doce apóstoles con nosotros. Si a causa de la incredulidad
y la debilidad la Iglesia en general estuviera disgregada y dispersa, y si en
toda esta confusión sólo hubiera dos o tres que tuvieran fe para actuar
conforme a la voluntad del Señor, para ellos seguiría siendo verdadera la
palabra, "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos". Es la presencia de Cristo y la obediencia a Él lo que
da la aprobación a los actos de ellos. Si la Iglesia ha caído en la ruina el
deber de aquellos que sienten esto es apartarse del mal conocido, — "Dejad
de hacer lo malo; aprended a hacer el bien". (Isaías 1: 16, 17). Siempre
hay que volver a los primeros principios cuando las cosas se desvían. Esta es
la obligación de un cristiano.
Entonces Pedro pregunta a nuestro Señor: "¿Cuántas veces perdonaré
a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?" (Versículo 21). Nosotros
tuvimos instrucciones acerca de la manera en que debíamos actuar en el caso de
una transgresión personal. (Mateo 18: 15-20). Pero Pedro plantea otro asunto.
Suponiendo que mi hermano peca contra mí una y otra vez, ¿cuántas veces debo
perdonarlo? La respuesta es: "No te digo hasta siete, sino aun hasta
setenta veces siete". En el reino de los cielos, — no bajo la ley sino
bajo el gobierno del Cristo rechazado, — el perdón es ilimitado. ¡Qué
maravilloso, — la santidad más profunda revelada en el cristianismo es al mismo
tiempo aquella que siente con amor más profundo y sale con él a los demás! Así
que encontramos aquí, "No te digo hasta siete", que era la idea que
Pedro tenía acerca de la mayor gracia, "sino aun hasta setenta veces
siete". Nuestro Señor insiste en que para el perdón no había realmente un
final. El perdón debe estar siempre en el corazón del cristiano.
"Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso
hacer cuentas con sus siervos". (Versículo 23). Y entonces dos siervos son
traídos ante nosotros. El rey perdona a uno de ellos que había sido muy
culpable (el cual le debía diez mil talentos, — prácticamente una deuda que
nunca podía ser pagada por un siervo). Ante su súplica el rey lo perdona. El
siervo sale entonces y se encuentra con un consiervo que le debe cien denarios,
— una suma muy pequeña en comparación con la que se le acaba de perdonar. Sin
embargo asiendo él a su consiervo y ahogándolo le dice: "Págame lo que me
debes". Y el rey al oír esto convoca al culpable ante él. ¿Qué es enseñado
con esto? Esto es una comparación del reino de los cielos y se refiere a un
estado de cosas establecido aquí abajo por la voluntad de Dios. Aunque podemos,
y debemos, asumir el principio para nosotros, aquí es enseñado mucho más que
esto. [Véase nota 16].
[Nota 16].
Aunque el tema de esta parábola del reino es el perdón o la remisión de la
culpa de manera gubernamental, un espíritu despiadado e implacable mostraría un
corazón insensible a la misericordia de Dios con consecuencias eternas. — [Nota
del Editor en Inglés].
Tomado de manera amplia, el siervo que debe los diez mil talentos
representa al judío, peculiarmente favorecido por Dios y que sin embargo había
contraído la enorme deuda que nunca podría pagar. Cuando ellos completaron esta
deuda mediante la muerte de su Mesías se les envió un mensaje de perdón:
"Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados".
Ellos sólo tenían que hacerlo y sus pecados serían borrados y Dios enviaría de
nuevo al Mesías y traería los tiempos de refrigerio. (Hechos 3: 19, 20).
Respondiendo el Espíritu Santo a la oración de nuestro Señor en la cruz se
sirve de Pedro para decirles: "Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia
lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes… Así que, arrepentíos y
convertíos, para que sean borrados vuestros pecados", así como el Señor
había dicho: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Por
tanto, el siervo había oído el sonido del perdón para él pero sin verdadero
entendimiento de ello. Él sale y echa en la cárcel a un consiervo por una deuda
muy pequeña. Esta es la manera en que los judíos actuaban con los gentiles. Y
así toda la deuda que Dios les había perdonado quedó fija sobre ellos. El amo
dice al siervo: "Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me
rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve
misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos,
hasta que pagase todo lo que le debía". (Versículos 32-34).
Yo no dudo de que ustedes puedan aplicar esto a un individuo que ha oído
el evangelio y que no actúa de acuerdo con él. El principio de esto es verdad
ahora acerca de cualquiera que profesa el evangelio en estos días y que actúa
como un hombre mundano. Pero tomándolo en una escala más amplia ustedes deben
introducir los tratos de Dios con los judíos. El día viene en que el Señor dirá
que Jerusalén ha recibido de Su mano el doble por todos sus pecados. (Isaías
40: 2). Él les aplicará la sangre de Cristo, la cual puede sobrepasar los diez
mil talentos, y más. Pero la generación incrédula de Israel es echada en la
cárcel y nunca saldrá, mas el remanente lo hará por la gracia de Dios y el
Señor hará del remanente una nación robusta.
Mientras tanto, lo que nosotros tenemos que recordar es el gran
principio del perdón. Tenemos que recordarlo especialmente a nuestras almas en
el caso de cualquier cosa que esté en contra de nosotros mismos. ¡Que de
inmediato consideremos resueltamente lo que nuestro Dios y Padre ha hecho por
nosotros! Si en presencia de tal gracia podemos ser duros por alguna cosa
insignificante hecha contra nosotros, acordémonos de la manera en que el Señor
juzga aquí.
¡Que el Señor nos conceda que Sus palabras no sean en vano para
nosotros, que procuremos recordar la grandísima gracia que ha abundado hacia
nuestras almas y lo que Dios espera de nosotros!
Mateo 19
Nosotros hemos tenido el anuncio del reino de los cielos y luego el de
la Iglesia. Los hemos visto como cosas distintas aunque relacionadas en Mateo
16; y luego en Mateo 18 vimos los modos de obrar prácticos que se ajustan a
ellos. Fue necesario también sacar a la luz la relación del reino con el orden
de Dios en la naturaleza. Las relaciones que Dios ha establecido en la
naturaleza son totalmente aparte de la nueva creación y continúan cuando un
alma entra en la nueva creación. El creyente sigue siendo un hombre aquí abajo
aunque como cristiano está llamado a no actuar según principios humanos sino a
hacer la voluntad de Dios. Por lo tanto, era muy importante saber si las cosas
nuevas afectan al reconocimiento de aquello que ya había sido establecido en la
naturaleza. Consecuentemente, este capítulo revela en gran medida las
relaciones mutuas de lo que es de la gracia y lo que está en la naturaleza.
Obviamente, yo estoy usando la palabra "naturaleza" no en el sentido
de "la carne" lo cual expresa el principio y el ejercicio de la
voluntad propia sino de lo que Dios ordenó en este mundo antes de que entrara
el pecado y que subsiste después de la ruina.
Solamente el hombre que entiende la gracia es aquel que puede empezar a
tener conocimiento del orden natural exterior en el mundo y reconocerlo
perfectamente. La gracia nunca conduce a una persona a despreciar algo que Dios
ha introducido con independencia de lo que ello pudiese ser. Tomen por ejemplo
la ley, ¡qué profundo error es suponer que el evangelio debilita o anula la ley
de Dios! Por el contrario, pues el apóstol Pablo enseña en Romanos 3 donde él
dice que por la fe nosotros "confirmamos la ley". Si yo estoy en
terreno legal hay terror, ansiedad, oscuridad, y el temor de encontrarme con
Dios como juez pues la ley mantiene todos estos pensamientos mientras estoy
aquí, y muy debidamente. Por lo tanto, sólo el hombre que sabe que él es salvo
por gracia, elevado por encima del ámbito al que la ley aplica su golpe de
muerte, es el que puede considerarla y reconocer seriamente su poder pero en
paz porque él está en Cristo y por encima de toda condenación. Un creyente
puede hacerlo sencillamente porque él no está bajo la ley; porque "todos
los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición". (Gálatas 3:
10). Si él estuviera bajo la ley incluso en cuanto a su propio andar y a su
comunión y no en cuanto a su posición ante Dios, él debe ser miserable; tanto
más en la medida en que él sea honesto con respecto a la ley. El intento de ser
feliz bajo la ley es una lucha muy dolorosa con el peligro también de
engañarnos a nosotros mismos y a los demás. La gracia libera el alma de todo
esto situándola en un terreno nuevo. Pero el creyente puede mirar con deleite y
ver la sabiduría y la santidad de Dios que resplandecen en todas Sus
disposiciones y en todo Su gobierno moral. La ley verdaderamente es un
testimonio de lo que Dios prohíbe o desea pero no la revelación de lo que Él
es. Ustedes no pueden encontrar esto fuera de Cristo. Sin embargo, la ley
sostiene el estándar de lo que Dios requiere del hombre. Él muestra su
intolerancia hacia el mal y enjuicia a los que lo practican. Pero seríamos vana
y desesperadamente miserables si esto fuera todo, y sólo cuando el alma ha
echado mano de la gracia de Dios ella puede complacerse en Sus modos de obrar.
Entonces, este capítulo examina las relaciones de la naturaleza a la luz
del reino. La primera relación y las más fundamental es la del matrimonio.
"Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito
al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?". (Versículo 3). Allí
tienen ustedes la conducta de los que están en terreno legal. No hay realmente
respeto por Dios ni consideración genuina por Su ley. El Señor reivindica de
inmediato desde las Escrituras la institución y la santidad del matrimonio,
"¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los
hizo". (Versículo 4). Es decir, Él
muestra que no se trata sólo de lo que entró por la ley sino que Él va a las
fuentes. Dios lo había establecido primero y lejos de disolver el vínculo como
los hombres concretan Él hizo una sola pareja, y por lo tanto, sólo para ser el
uno para el otro. Todas las demás relaciones eran livianas en comparación con
este vínculo tan estrecho, — a saber, la unión. Por esto el hombre dejará padre
y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Junto a
la relación de matrimonio está el vínculo de un hijo con sus padres. Es
imposible exagerar la importancia del matrimonio como institución natural.
¿Quién hablaría de un hijo dejando a su padre y a su madre por cualquier causa?
Incluso los fariseos no pensarían en tal cosa. "Por tanto, lo que Dios
juntó, no lo separe el hombre". Ellos tenían su respuesta preparada:
"¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?"
(versículo 7). En realidad no había un mandamiento tal: pues
sencillamente un divorcio estaba permitido.
Nuestro Señor declara la diferencia perfectamente. Moisés permitió
ciertas cosas que no estaban de acuerdo con la intención arquetípica original
de Dios. Esto no debería ser motivo de asombro pues la ley no perfeccionaba
nada. Ella era buena en sí misma pero no podía impartir la bondad. La ley podía
ser perfecta para su propio objetivo pero no perfeccionaba nada ni era la
intención de Dios que ella lo hiciera. Pero, más que esto, había ciertas
concesiones contenidas en la ley que no expresaban en absoluto el pensamiento
divino porque Dios trataba en ella con un pueblo según la carne. La ley no
contempla al hombre como nacido de Dios, el cristianismo sí. Los hombres de fe
durante la ley eran, obviamente, nacidos de Dios. Pero la ley misma no trazaba
ninguna línea divisoria entre regenerados y no regenerados pues ella
contemplaba a todo Israel y no sólo a los creyentes; y por eso ella permitía
ciertas cosas en vista de la dureza de sus corazones. De modo que aunque
nuestro Señor insinúa una cierta consideración de la condición de Israel en la
carne, Él reivindicó al mismo tiempo la ley de Dios de las deducciones
corruptas de estos fariseos egoístas. "Al principio no fue así. Y yo os
digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y
se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera".
(Versículos 8, 9). Nuestro Señor añade
aquí lo que no estaba en la ley y saca a la luz el pleno pensamiento de Dios
acerca de esta relación. Sólo hay una causa justa por la que esta relación
puede ser disuelta; o mejor dicho, el matrimonio debe ser disuelto moralmente
para que termine de hecho. En caso de fornicación el vínculo desaparece por
completo ante Dios y el repudio (divorcio) no hace más que proclamar ante el
hombre lo que ya ha tenido lugar ante los ojos de Dios. Todo es hecho
perfectamente claro. La justicia de la ley queda establecida hasta donde ella
llegaba pero no llegaba a la perfección al admitir en ciertos casos un mal
menor para evitar uno mayor. Nuestro Señor proporciona la verdad necesaria, —
yendo hasta el principio mismo y también hasta el final.
De este modo es que sólo Cristo, la luz verdadera, presenta siempre el
perfecto pensamiento de Dios suministrando para todas las deficiencias y
haciendo todo perfecto. Este es el objetivo, la obra y el efecto de la gracia.
No obstante, "Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre
con su mujer, no conviene casarse". (Versículo 10). ¡Lamentable! el
egoísmo del corazón incluso en los discípulos. Era tan habitual en aquel
entonces desechar a la esposa debido a una pequeña aversión, etcétera, que a
ellos les impactó oír al Señor insistir acerca de la indisolubilidad del
vínculo matrimonial.
Pero, dice el Señor, "No todos pueden aceptar este precepto, sino
sólo aquellos a quienes les ha sido dado. Porque hay eunucos que así
nacieron desde el seno de su madre, y hay eunucos que fueron hechos eunucos por
los hombres, y también hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por
causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto, que lo acepte".
(Versículos 11, 12 – LBA). Yo entiendo
que aunque mantiene allí la institución del matrimonio de forma natural, el
Señor muestra que hay un poder de Dios que puede elevar a las personas por
encima de ello. El apóstol Pablo actuaba en el espíritu de este versículo
cuando nos presenta su propio discernimiento "como quien ha alcanzado misericordia
del Señor para ser fiel". (Véase 1ª Corintios 7). No hay duda alguna en
cuanto a que él fue llamado a un trabajo notable que habría hecho muy difícil
la debida atención a la relación familiar. Su ocupación se extendía y le
llevaba a todas partes. Dondequiera que hubiera congregaciones que atender,
donde las almas clamaran: «Ven y
ayúdanos», — y mucho más allá de
las llamadas de los santos o de los hombres, el Espíritu Santo lo depositó en
su consagrado corazón. Con esposa o familia que cuidar la obra del Señor no
podría haber sido hecha tan exhaustivamente. De ahí el sabio y bondadoso
discernimiento del apóstol, no dado como mandamiento sino que es dejado para
ser sopesado por la mente espiritual. La última de las tres clases de personas
del versículo está expresada en sentido figurado y significa claramente vivir
solteros para la gloria de Dios. Pero presten ustedes atención pues ello es un
don no una ley y mucho menos una casta. Este precepto lo aceptan solamente
"aquellos a quienes les ha sido dado". (Mateo 19: 11 – LBA). Ello es expresado
como un privilegio. Como el
apóstol insiste en la honorabilidad del matrimonio él era el último en poner la
menor difamación acerca de un vínculo tal; pero él también conocía un amor más
elevado y del todo absorbente, una entrada, en una medida, en los afectos de
Cristo por la Iglesia. Aun así no se trata de una obligación impuesta sino de
un llamamiento especial y un don de la gracia en el que él se regocijaba para
glorificar a su Amo. La apreciación del amor de Cristo para con la Iglesia le
había formado en su propio modelo. Observen ustedes que aquí ello es, "a
sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos", — ese
orden de cosas que depende de Cristo ahora en el cielo. Y por eso, fuertes en
la gracia que resplandece en Él a la diestra de Dios son aquellos a quienes les
es dado andar por encima de los lazos naturales de la vida, — no
despreciándolos sino honrándolos, mientras se entregan individualmente a esa
piadosa porción que no les será quitada.
Y ahora Le trajeron algunos niños, — pequeños propensos a ser
despreciados. ¿Qué hay en este mundo tan indefenso y dependiente como un
infante? "Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las
manos sobre ellos, y orase". (Versículo 13). Los discípulos pensaron que
ello era una molestia o una abusiva libertad y "los reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis;
porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos
las manos, se fue de allí". (Versículos 13-15). Tan completamente fueron
satisfechas las demandas del amor incluso cuando el deseo pareció tan
extemporáneo. Pues podemos preguntar, ¿por qué el Señor del cielo y de la
tierra habría de ocuparse en poner Sus manos sobre pequeños? Pero la razón
humana no limita el amor y los pensamientos indignos de los discípulos fueron
desechados ya que ellos pensaban que los niños eran indignos de Su atención.
Ah, qué poco Le conocían a pesar del tiempo que ellos habían estado con Él. ¿No
era digno de Él bendecir así a lo más pequeño a los ojos de los hombres? ¿Cuán
importante es esta lección para nuestras almas? No es necesario que ello esté
relacionado con nosotros mismos; puede ser el hijo de otro. ¿Reclamamos al
Señor por ello? ¿Cuál es Su sentimiento? Él es grande, Él es poderoso; pero Él
no desprecia a nadie.
Delante de Su gloria no hay tanta diferencia entre un mundo y un gusano.
El mundo es sencillamente nada si Dios lo mide por medio de Él mismo. Pero
además el más débil puede ser el objeto de Sus más profundos amor y cuidado.
¡Oh, con qué interés nuestro Señor consideró a estos infantes!. Ellos son los
objetos del amor del Padre por quienes Él dio a su Hijo y a quienes el Hijo
vino a salvar. Cada uno de ellos tenía un alma y, ¿cuál era su valor? ¿Qué es
ser un vaso de la gracia en este mundo, y de gloria en el resplandeciente día
eterno? Los discípulos no entraron en estos pensamientos y cuán poco entran
dichos pensamientos en nuestras almas. Jesús no sólo bendijo a los niños sino
que reprendió a los discípulos que Le habían tergiversado y Él dice:
"Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es
el reino de los cielos". Una palabra devastadora para la soberbia. ¿Eran
los discípulos, "de los tales", en aquel momento, o al menos en ese
acto?
Y ahora vino un joven "y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré
para tener la vida eterna?" Evidentemente él era un encantador personaje
natural; uno que combinaba en su persona toda cualidad que era estimable; uno que
no sólo tenía todo lo que los hombres consideran que produce felicidad en este
mundo sino que era aparentemente sincero en su deseo de conocer y hacer la
voluntad de Dios. Y además él se sintió atraído por Jesús y vino a Él. En otro
Evangelio (Marcos 10: 21) leemos que Jesús "le amó", no porque él
creyera y siguiera a Jesús pues, ¡lamentablemente! nosotros sabemos que él no
lo hacía. Pero hay variadas formas de amor divino además del que nos abraza
como pródigos retornados. Aunque tenemos un amor especial por los hijos de Dios
y en las cosas de Dios debemos valorar sólo lo que es del Espíritu Santo, no se
deduce de ello que no debamos admirar una mente fina o un carácter naturalmente
hermoso. Si no lo hacemos ello sólo demuestra que no entendemos el pensamiento
de Dios como es manifestado aquí en Jesús. Incluso en cuanto a la creación,
¿debo yo considerar con frialdad o no considerar en absoluto los ríos o las
montañas, el mar, el cielo, los valles, los bosques, los árboles, las flores,
que Dios ha hecho? Es un error total que la espiritualidad deslustre Sus obras
externas. Pero, ¿debo yo fijar mi mente en estas vistas? ¿Debemos nosotros
viajar por doquier con el propósito de visitar lo que todo el mundo considera
digno de ser visto? Si en mi senda de servir a Cristo pasa ante mí una
perspectiva grandiosa o hermosa yo no creo que Aquel de quien cuya obra de Sus
manos ella es me llame a cerrar los ojos o mi mente. El propio Señor llama a
prestar atención sobre los lirios del campo más resplandecientes que Salomón
con toda su gloria. (Mateo 6: 28, 29). El hombre admira aquello que le permite
satisfacer su amor propio y su ambición en este mundo. Eso es meramente la
carne. Pero en cuanto a lo moralmente bello o bello en naturaleza, la gracia,
en lugar de despreciar valora todo lo que es bueno en su propia esfera y rinde
homenaje al Dios que exhibió así Su sabiduría y poder. La gracia no desprecia
lo que hay en la creación ni lo que hay en el hombre. A este joven el Señor
"le amó" cuando ciertamente aún no había fe en absoluto. Él se alejó
de Jesús triste. Pero, ¿qué creyente lo hizo alguna vez desde el comienzo del
mundo? Su tristeza se debió a que él no estaba preparado para la senda de la
fe. Jesús deseó que él Le siguiera pero no como un hombre rico. Él hubiese
estado encantado de hacer "alguna gran cosa"; pero el Señor puso al
descubierto el yo en su corazón. Él sabía que (a pesar de todo lo que de manera
natural e incluso según la ley era hermoso en él), en el fondo había
suficiencia, — convirtiendo la carne estas mismas ventajas en un motivo para no
seguir a Jesús. Pero, como si nada en absoluto él debía seguir a Jesús.
"Maestro bueno", dijo él, "¿qué bien haré para tener la vida
eterna?" Él no había aprendido la primera lección que un cristiano conoce,
lo que un pecador convicto aprende, — a saber, que él está perdido. El joven
mostró que nunca había sentido su propia ruina. Él asumió que era capaz de
hacer el bien pero el pecador es como el leproso en Levítico 13 el cual no
podía llevar una ofrenda a Dios sino sólo quedarse fuera gritando:
"¡Inmundo! ¡Inmundo!" El joven no tenía conciencia del pecado. Él
consideraba la vida eterna como el resultado de que un hombre hiciera el bien.
Él había estado haciendo lo que la ley decía y hasta donde él sabía nunca la había
quebrantado.
Nuestro Señor le dice: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno
sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos". Él puede aceptarlo en ese terreno. Este varón no tenía idea
de que aquel a quien él estaba hablando era Dios mismo. Simplemente vino a Él
como un hombre bueno. En esta situación el Señor no permitiría que se Le
llamara bueno. Sólo Dios lo es. Al principio el Señor se limita a tratar con él
en su propio terreno. "Si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No
hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a
tu prójimo como a ti mismo". (Versículos
17-19). El Señor cita los mandamientos que se relacionan con los deberes
humanos, — la segunda tabla de la ley, como es llamada. "Todo esto, — dice
el joven, "lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?" Pero
el Señor dice: "Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo
a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme". ¿Y entonces
qué? "Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas
posesiones". Él amó más sus posesiones que a Jesús. Esto brindó a nuestro Señor
la oportunidad de
revelar otra verdad, una verdad muy sorprendente para un judío que consideraba
la riqueza como un signo de la bendición de Dios. Ello fue con un espíritu
similar al que actuaron también los amigos de Job aunque ellos eran gentiles,
porque en verdad se trata del juicio de la justicia carnal. Ellos pensaban que
Dios debía estar en contra de Job porque él se había visto envuelto en una
prueba inaudita. El Señor saca a relucir, con la perspectiva del reino de los
cielos, la verdad solemne de que las ventajas de la carne son auténticos estorbos
para el Espíritu.
"Entonces Jesús dijo
a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el
reino de los cielos" (es decir, entrará con dificultad; no es que no pueda
entrar, sino que "entrará difícilmente"). Él lo reitera enfáticamente:
"Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una
aguja" (más allá de la naturaleza, obviamente) "que entrar un rico en
el reino de Dios". Cuando sus discípulos lo oyeron se asombraron en gran
manera diciendo: ¿"¿Quién, pues, podrá ser salvo?" El Señor se
enfrenta a la objeción de ellos: "Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los
hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible". (Versículos
24-26). Si ello se tratase de un hombre haciendo cualquier cosa para entrar en
el reino las riquezas no son más que un estorbo. Y es así con todo lo demás que
es considerado deseable. Con independencia de lo que yo puedo tener y de
aquello en lo que confío, sean formas morales, posición o lo que sea, — estas
cosas no son más que impedimentos en lo que respecta al reino y hacen que
entrar en dicho reino sea imposible para el hombre. Pero para Dios (y podemos
bendecirle por ello) todo es posible sin que importe la dificultad. Por eso es
que Dios escoge en Su gracia llamar a toda clase y condición de personas.
Nosotros leemos acerca de una persona llamada de la corte de Herodes; leemos
acerca de santos en la casa de César. Una gran compañía de sacerdotes creyó;
también Bernabé el levita con sus casas y tierras; y, sobre todo, Saulo de Tarso,
instruido a los pies de Gamaliel. Todas estas dificultades sólo brindaron a
Dios la oportunidad de vencer todos los obstáculos mediante Su poder y Su
gracia.
Cuando Pedro oyó cuán
difícil era para los ricos salvarse pensó que era el momento para que él
hablase acerca de lo que ellos habían dejado por el Señor y de enterarse acerca
de lo que ellos iban obtener por ello. "He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos
seguido; ¿qué, pues, tendremos?" ¡Qué dolorosamente natural fue esto!
"Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el
Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis
seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus
de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre,
o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y
heredará la vida eterna". (Versículos
28, 29). No hay nada que el creyente haga o padezca que no será
recordado en el reino. Si bien esto es muy bienaventurado también es un
pensamiento muy solemne. Aunque nuestros modos de obrar ahora no tienen nada
que ver con la remisión de nuestros pecados, ellos tienen suma importancia como
testimonio de Cristo y repercutirán de manera muy decisiva sobre nuestro futuro
lugar en el reino. No debemos utilizar la doctrina de la gracia para negar la
de las recompensas; pero aun así, Cristo es el único motivo para el santo.
Nosotros recibiremos según lo que hayamos hecho mientras estábamos en el
cuerpo, sea bueno o sea malo, tal como el Señor muestra claramente aquí. Los
doce habían seguido al Señor rechazado aunque Su gracia les había dado el
poder. No fueron ellos los que Le habían elegido a Él sino que Él los había
elegido a ellos. (Juan 15: 16). Ellos son alentados ahora por la seguridad de
que en el momento bienaventurado de la regeneración cuando el Señor obrará una
gran transformación en este mundo (pues así como Él regenera a un pecador así
Él regenerará al mundo), el trabajo y el padecimiento por Su nombre no serán
olvidados por Él.
Recuerden ustedes que de
lo que aquí se habla no se refiere al cielo: hay un trabajo aun mejor en el
cielo que juzgar a las doce tribus de Israel. Sin embargo, ello es un destino
glorioso reservado a los doce apóstoles durante el reinado de Cristo sobre la
tierra. Una gloria similar está destinada para otros santos de Dios tal como
leemos en 1ª Corintios 6: 2: "¿No sabéis que los santos han de juzgar al
mundo?" Esto es usado allí para mostrar la incongruencia de que un santo
busque el juicio del mundo en un asunto entre él y otro cristiano porque la
porción y la bendición del cristiano están completamente aparte del mundo y él
debe ser fiel a los objetivos para los que Cristo lo ha llamado.
En cuanto a todas las relaciones
y ventajas naturales de esta vida, si ellas se pierden por causa de Su nombre
los perdedores recibirán cien veces más y heredarán la vida eterna. El
Evangelio de Juan habla acerca de la vida eterna como algo que poseemos ahora:
los demás evangelios hablan de ella como algo futuro. De hecho, nosotros la
tenemos ahora morando en nosotros; en aquel entonces nosotros entraremos en su
morada y tendremos su plenitud en la gloria en breve. "Pero muchos
primeros serán postreros, y postreros, primeros". ¡Qué insinuación para
Pedro, — y para todos nosotros! Una pretensión de justicia propia es una trampa
fácil y pronto encuentra su nivel. Si el abandono de todo es valorado ha
perdido todo su valor. Por lo tanto, muchos de los que comenzaron a correr bien
la carrera se apartaron de la gracia para ir a la ley y el propio Pedro fue
culpado por el último (pero primero) de los apóstoles, como sabemos por la
epístola a los Gálatas. (Véase Gálatas 2: 11-14).
Que el Señor haga que Su
gracia sea la fortaleza de nuestros corazones; y si hemos padecido la pérdida
de alguna o de todas las cosas, ¡que las consideremos todavía como basura para
ganarle a Él! (Filipenses 3: 8).
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
LBA
= La Biblia
de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
Mateo 20
El capítulo anterior finalizó con la importante doctrina de que en el
reino el Señor se acordará de todo el padecimiento y el servicio llevado a cabo
aquí por Su nombre. Pero, es evidente que aunque ésta es una verdad indudable
de las Escrituras a la que se hace referencia en las epístolas de Pablo y en
otras partes del Nuevo Testamento, ella es una verdad de la que el corazón
estaría dispuesto a abusar para justificarse a sí mismo; y que una persona que
olvidara que todo es por gracia podría estar dispuesta a reclamar a Dios frente
a cualquier cosa que Él le hubiera permitido hacer. Por eso es añadida una
parábola con un principio totalmente diferente en la que el pensamiento
prominente es la soberanía de Dios con el propósito expreso, yo creo, de
proteger contra tales resultados. Porque Dios no es injusto al olvidar nuestra
obra y nuestro trabajo de amor que podamos haber mostrado hacia Su nombre: pero
hay un peligro para nosotros en ello. Debido al hecho de que Dios no olvida lo
que Su pueblo hace por Él no se deduce que Su pueblo deba atesorarlo. Nosotros
no tenemos más que una cosa en la que situar nuestras almas, y es Cristo mismo;
tal como dijo el apóstol: "una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante", — no olvidando lo que
hemos hecho mal: lo contrario mismo de esto será incluso en la gloria. Cuando
no quede ni un vestigio de humillación tendremos un sentido más vívido que
nunca de nuestros múltiples fracasos; pero no como para producir un solo
sentimiento de duda, de temor, o desdicha. Tales pensamientos serían contrarios
a la presencia de Dios. Es bueno que mientras el creyente se aferra a su plena
bendición piense en lo que él es, que se humille día a día ante la vista de
Dios recordando siempre que la verdadera humillación es en el terreno de que
somos hijos de Dios. Una persona que tuviera algún cargo que tiene que ver
con la Reina y tuviera el debido respeto
por ella estaría pensando en ella y no en sí misma. ¡Cuánto más cuando estamos
en la presencia de Dios! Esto debiese llenar nuestras almas de gozo en la
adoración del Señor. Lo que es decoroso para el santo, lo que es muy aceptable
para Dios, no es la constante presentación de nosotros mismos de una manera u
otra, por más que esto pueda ser, en cierto sentido, en nuestra privacidad.
Pero la alabanza de Dios por lo que Él es, — sobre todo en el conocimiento de
su Hijo y de Su obra, — es el gran objetivo de todos los tratos de Dios con Sus
hijos. La conciencia de nuestra nulidad muestra la más profunda y verdadera
humildad. Allí donde existe descuido habitual y falta de dependencia con sus
tristes resultados no habrá una disposición del corazón para adorar. El
pensamiento apropiado relacionado con la mesa del Señor es que yo voy a
encontrarme con Cristo para alabarle junto con Sus santos; y esto, — a saber,
ser conscientes de estar en Su presencia, — mantiene un control sobre nuestros
espíritus.
Para mantenernos en esta conciencia de la gracia el Espíritu de Dios
recurre en este capítulo a la soberanía de Dios que contrarresta la justicia
propia que va a ser hallada incluso en el corazón de un discípulo. Pedro dijo:
"nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido" (Mateo 19: 27), y
el Señor le asegura que ello no será olvidado pero Él añade inmediatamente la
parábola del padre de familia. Nosotros no encontramos aquí el principio de las
recompensas o el justo reconocimiento del servicio hecho por Su pueblo sino los
derechos de Dios, Su soberanía. Por lo tanto, no hay diferencias aquí, — nadie
es recordado especialmente por haber ganado almas para Cristo o por haber dejado
todo por Cristo. El principio es que aunque Dios reconocerá infaliblemente todo
servicio y pérdida por causa de Cristo, Él mantiene Su propio derecho para
hacer lo que Él desea. Alguna pobre alma puede ser llevada al conocimiento de
Cristo en el día de su muerte. Dios reivindica Su derecho a dar lo que le
plazca, para dar a aquellos que no han hecho nada en absoluto, — como podemos
pensar, — sólo lo que es bueno a Sus propios ojos. Este es un principio muy
diferente del que tuvimos en el último capítulo y sumamente contrario al
pensamiento del hombre. "El reino de los cielos es semejante a un hombre,
padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y
habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña".
(Versículos 1, 2).
La aplicación común de esta parábola a la salvación del alma es un
error. Porque esto es lo que Cristo hizo, por lo que padeció y por lo que vive,
independientemente del hombre. El pobre pecador sólo tiene que entregarse a sí
mismo para ser salvado por Cristo. Cuando él ha sido llevado hasta el final de
sí mismo reconociendo que no merece más que el infierno, ¡qué dulce es que Dios
traiga ante tal alma que Jesucristo (y fiel es esta palabra) ¡vino al mundo
para salvar a los pecadores! (1ª Timoteo 1: 15). Cuando uno se contenta con ser
salvo como nada más que un pecador y por nada más que Cristo, el verdadero
descanso de Él es dado al instante. Dondequiera que uno piense en aportar su
parte sólo habrá incertidumbre, y dudas, y dificultades. Sólo Cristo es nuestra
salvación. El hombre que es salvo no aporta nada más que sus pecados. Pero en
esta parábola el asunto no es esto; se habla allí del trabajo de cada siervo
según el Señor se complace en llamar a trabajar en Su viña. Si Él se complace
pondrá a todos en igualdad de condiciones. Él recompensará el trabajo que sea
hecho pero dará lo que Él quiere.
“Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a
su viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en
la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo
que sea justo. Y ellos fueron”. (Versículos 2-4). No se trata aquí de gracia en
el sentido de salvación. "Os daré lo que sea justo". Es Dios quien
juzga lo que es apropiado. "Salió otra vez cerca de las horas sexta y
novena, e hizo lo mismo". Y es singular decir que Él salió "cerca de
la hora undécima ". ¡De qué corazón esto nos habla! Qué infinita
benignidad! ¡Que Dios, el cual reconoce todo servicio y padecimiento hecho para
Él mantiene intacta la prerrogativa de salir en el último momento para traer
almas y ocuparlas en lo que podría parecer un pequeño servicio! Pero Él puede
dar la gracia para hacer bien eso que es pequeño. "Y saliendo cerca de la
hora undécima… les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea
justo. Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a
los obreros y págales el jornal, comenzando desde los
postreros hasta los primeros”. (Versículos 6-8). "Comenzando desde los
postreros". En esta parábola siempre se habla de los postreros en primer
lugar. Así que se le dice al mayordomo que empiece desde los postreros hasta
los primeros. Y además, cuando el propio señor de la viña tiene que hablar, es
lo mismo: "Los postreros serán primeros, y los primeros postreros". (Mateo 20: 16 – BJ, JND, LBA, RVA, RVSBT, RV1977). Se
trata de la soberanía de la gracia al dar como a Él le place; no sólo al salvar
sino al recompensar en el tiempo de gloria; pues de esto es de lo que se habla.
Obviamente, los postreros recibieron su salario con agradecimiento. Pero
cuando los primeros oyeron acerca de ello empezaron a creerse con derecho a
más, — ellos que habían soportado la carga y el calor del día. Pero el amo les
recuerda que todo estaba resuelto antes de que ellos comenzaran a trabajar. En
su egoísmo ellos olvidaron tanto los términos como la rectitud de aquel con
quien tenían que ver. Si por la generosidad de su corazón él se complacía en
dar a los postreros lo mismo que a los primeros, ¿qué les importaba a ellos?
Dios mantiene Sus propios derechos. Es de suma importancia para nuestras almas
que mantengamos los derechos de Dios en todo. Las personas discutirán si es
justo que Dios escoja a esta o a aquella persona. Pero en el terreno de la
justicia todos están perdidos, y perdidos para siempre. Ahora bien, si Dios se
complace en usar Su misericordia conforme a Su sabiduría y para Su gloria hacia
estos pobres perdidos, ¿quién va a argüir con Él? "Oh hombre, ¿quién eres
tú, para que alterques con Dios?" (Romanos 9: 20). Dios tiene el derecho a
actuar conforme a lo que hay en Su corazón: y "El Juez de toda la tierra,
¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis
18: 25). ¿Tiene Él derecho a actuar desde Sí mismo? Él no puede actuar
desde el hombre en los terrenos de la justicia. No hay fundamento alguno sobre
el cual Él pueda actuar así; ello es enteramente un asunto de Su propio
beneplácito. Y nosotros debemos recordar que no hay un hombre que se pierda
excepto aquel que rechaza la misericordia de Dios, que la desprecia o que la
utiliza para sus propios propósitos egoístas en este mundo. El hombre que ha
sido salvo es el único que tiene una conciencia verdadera del pecado, que se
entrega a sí mismo como perdido y recurre a la misericordia de Dios en Cristo
para salvar a un pecador perdido.
Al demandante, el padre de familia respondió: "Amigo, no te hago
agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete;
pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que
quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?" (Versículos
13-15). Sale allí a relucir todo el secreto. El hombre, de hecho, un discípulo
profesante, un obrero en Su viña, puede estar discutiendo porque se cree con
derecho a más que otro que en su opinión ha hecho poco en comparación con él.
El asunto de ser un hijo de Dios no entra en esta parábola; y en cuanto al
servicio uno puede ser un siervo verdadero o un simple asalariado.
Yo sólo preguntaría: ¿Por qué en el capítulo anterior se lee:
"Muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros (Mateo 19: 30) y
aquí: "Los postreros serán primeros, y los primeros postreros"?
(Mateo 20: 16 – BJ, JND, LBA, RVA, RVSBT, RV1977). Al hablar acerca de las
recompensas según el trabajo realizado se insinúa el fracaso del hombre pues,
de hecho, la debilidad se muestra pronto por si misma, — Los “primeros serán
postreros". Pero en esta nueva parábola se trata de la soberanía de Dios
que nunca falla; consecuentemente aquí es, "Los postreros serán
primeros, y los primeros postreros".
“Demas me ha desamparado, amando este mundo". (2ª Timoteo 4: 10). Nosotros
podemos decir que hubo un primero que se convirtió en postrero, — uno que
trabajaba para el Señor que no había renunciado al cristianismo pero que se
cansó de la senda del infatigable servicio para Cristo. Si en lugar de honra
los miles de aquellos que están comprometidos en el servicio de Cristo tuviesen
que recibir ahora burla y persecución no habría la menor disminución de sus
filas. Pero aquel que procura inteligentemente servir fielmente al Señor en
este mundo debe esperar vergüenza y padecimiento. Demas pudo haber sido un
creyente pero la prueba y el vituperio, el amor a las comodidades y otras cosas
se apoderaron fuertemente de su espíritu y él abandonó el servicio del Señor.
"Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús", es un
principio similar. (Filipenses 2: 21).
Y ahora el Señor sube a Jerusalén y prepara a Sus discípulos para una
dificultad aún mayor. "He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre
será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a
muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le
crucifiquen; mas al tercer día resucitará". (Versículos 18, 19). Tan
egoísta es el corazón del hombre que incluso después de esto la madre de los
hijos de Zebedeo viene a Él con sus hijos que estaban entre los propios
apóstoles; y adorándole ella desea cierta cosa de Él. "Él le dijo: ¿Qué
quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos,
el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda". (Versículo 21). Tan
perfecta es la humillación de Cristo, tal es Su abandono de Sí mismo (Él, el
Único que tenía perfecto conocimiento de todo y derecho a todo por Su gloria
personal), que dice: «Yo
no tengo que
dar ningún lugar en mi reino, — dar no es Mi lugar excepto como Mi Padre pueda
desear. Pero tengo algo que darles ahora: es el padecer.» En efecto, padecer por Él y con Él es lo que Cristo da a Sus siervos ahora, — un elevado privilegio. Cuando el apóstol
Pablo fue
convertido preguntó: "¿qué quieres que yo haga?". (Véase Hechos 9).
El Señor le dice cuán grandes cosas él padecería por causa de Su nombre. La
mayor honra que nosotros podemos tener aquí es padecer con Cristo y por Cristo.
Esto es lo que nuestro Señor hace saber a la madre de los hijos de Zebedeo.
"Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber
del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy
bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos". (Versículo 22). Él asumió dos
tipos diferentes de padecimiento: el vaso que es el padecimiento interior; y el
bautismo que expresa aquello en que estamos inmersos exteriormente. Los dos
incluyen todo tipo de prueba, tanto internas como externas. Él no está hablando
aquí acerca de la cruz en expiación pues no puede haber comunión en esto. Pero
puede existir la cruz en el rechazo aunque no como expiación. Puede haber un
compartir lo que Cristo padeció de parte del hombre pero no de lo que Él
padeció de parte de Dios. Cuando él estuvo padeciendo por el pecado en la cruz
la relación es abandonada cuando Él se somete en gracia infinita al lugar de
juicio. Él es hecho pecado. Él se da cuenta de lo que es ser desamparado por
Dios haciéndose Él responsable de los pecados de los hombres. Por tanto Él dice
en aquel terrible momento en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?" Nosotros no podemos tener parte en esto. Dios desamparó a
Jesús para no desampararnos a nosotros. Dios nunca desampara a un cristiano ni
se oculta de él.
Cuando el Señor dice: "¿Podéis beber del vaso que yo he de beber,
y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron:
Podemos", ellos no sabían lo que decían ni sabían lo que pedían. Pues
cuando nuestro Señor sólo estuvo en peligro de muerte encontramos que todos Le
desampararon y huyeron. En cuanto a uno de ellos, si él se aventuró a entrar en
el pretorio fue simplemente, por así decirlo, bajo la sotana del sumo
sacerdote; es decir, con el pretexto de ser conocido por él. (Juan 18: 15).
Cuando Pedro siguió en su propio terreno fue sólo para mostrar su absoluta
debilidad. En presencia de un vaso como éste y de un bautismo como éste el
Señor dice: "A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que
yo soy bautizado, seréis bautizados" (no dice, vosotros podéis) "pero
el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos
para quienes está preparado por mi Padre". (Versículo 23). [Véase nota
17]. Era de Él conceder sólo a aquellos a quienes el Padre lo destinaba. Cristo
es el administrador de las recompensas del reino. Como Él fue Siervo en
padecimiento también dispensará las recompensas y las glorias del reino.
[Nota 17]. Yo sólo comentaría que en la
Biblia Inglesa KJV las
palabras puestas en cursiva (e insertadas sin justificación) en Mateo 20: 23,
deslucen mucho el sentido.
Sin ellas el sentido es mejor. [William Kelly en el texto original en inglés].
"Al oír esto, los diez se indignaron contra los dos hermanos".
(Versículo 24). Sin duda les pareció algo muy correcto contener a estos dos
hermanos que estaban tan llenos de sí mismos. Pero, ¿por qué se indignaron ellos
así? La soberbia de ellos estaba herida; ellos también estaban llenos de sí
mismos. Cristo no se llenó de indignación, — ello fue una tristeza para Él;
pero ellos estaban enardecidos contra los dos hermanos. Nosotros tenemos que
ser cuidadosos. A menudo cuando tratamos de contener a los que tratan de
enaltecerse a sí mismos también está el yo de nuestra parte. Supongan ustedes
que uno de nosotros ha caído en pecado. A menudo hay una gran cantidad de duros
sentimientos al respecto: pero, ¿es ésta la mejor manera de mostrar nuestro
sentido del pecado? Los que más sienten por Dios sienten también más
profundamente por los que se han alejado de Él. "Si alguno fuere
sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con
espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas
tentado". (Gálatas 6: 1).
"Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de
las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas
potestad". Él señaló ese mismo amor a la grandeza en ellos mismos. Ellos
lo condenaban enérgicamente en Jacobo y Juan pero el sentimiento de ellos
delataba lo mismo en sus corazones. "Mas entre vosotros no será así",
dice el Señor, "sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro
siervo". Hay una diferencia entre las dos palabras, servidor y siervo. La
palabra griega diákonos traducida como "servidor" significa siervo,
sirviente. Pero en el versículo 27 la palabra griega doúlos traducida como
siervo significa esclavo, por lo tanto en un sentido calificado de sujeción o
subordinación. «¿Quieren
ustedes ser realmente grandes conforme a los principios de mi reino? Humíllense
todo lo que puedan. ¿Quieren ser ustedes los más grandes? Rebájense hasta lo
inferior.» El que menos yo tiene es
el más grande a los ojos del Señor. Porque "el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos". (Versículo 28). Él asumió el lugar más bajo de todos y dio Su
vida en rescate por muchos. ¡Bendito sea para siempre Su nombre!
Los últimos versículos pertenecen propiamente al capítulo siguiente que
es el de la aproximación de nuestro Señor
a Jerusalén desde el camino de Jericó. Y es necesario tomar los dos capítulos
juntos para tener la conexión apropiada de todo lo que nos es presentado aquí.
Pero yo no puedo finalizar esta parte del tema sin llamarlos nuevamente a
prestar atención a los principios del reino de Dios tal como nos los mostró el
propio Cristo. ¡Qué llamamiento al servicio renunciando al yo! ¡Qué gozo pensar
que todo lo que ahora es una prueba será encontrado como un gozo en aquel
reino! Hay algunos que piensan que son favorecidos con pocas oportunidades para
servir al Señor, — ellos piensan que están excluidos de lo que sus corazones
desearían. Recordemos que Aquel que conoce todo tiene derecho a dar como Él
quiere a los Suyos y de lo Suyo. Él hará lo mejor conforme a Su corazón.
Nuestra única tarea ahora es pensar en Aquel que no vino para ser servido sino
para servir y para dar Su vida en rescate por muchos. Ese es nuestro principal
llamamiento y nuestra principal necesidad, — a saber, ser esclavos, doúlos de
Cristo, al servirnos unos a otros.
En la transfiguración tuvimos una imagen del reino venidero; a saber,
Cristo la Cabeza y Centro con representantes de sus aspectos celestiales y
terrenales; por una parte Moisés y Elías glorificados y por la otra los tres
discípulos en sus cuerpos naturales. Este fue un momento decisivo en la
historia del curso de nuestro Señor que Juan pasa por alto pero que es
presentado plenamente en los otros tres Evangelios. La Cruz, a causa del
pecado, es el fundamento de toda gloria. No podría haber nada estable o santo
sin ella. Ella es el único canal por el cual emanan todas nuestras bendiciones
y sabemos por medio de Lucas que la muerte de Cristo fue el tema en el monte
santo. Pero Juan no nos presenta nada de esa escena porque él se ocupa de
Cristo como el Hijo. En Juan no tenemos el aspecto humano sino la deidad del
Señor Jesús, y Su rechazo por parte de Israel y el consiguiente rechazo de
Israel por parte de Dios son asumidos desde el principio de ese Evangelio: como
leemos, "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11).
Ahora bien, la transfiguración no saca a la luz la deidad de Cristo sino Su
gloria como Hijo del Hombre exaltado reconocido además como Hijo de Dios. Esto
fue una muestra de la gloria del Señor en Su futuro reino con los tipos de
algunos resucitados y celestiales y de otros en su estado natural o terrenal.
Pero Juan no nos muestra el reino sino la casa del Padre. El mundo puede ver en
cierta medida la gloria tal como fue predicha en el monte pero ésta no es
nuestra mejor porción. Mientras nosotros aguardamos "la esperanza bienaventurada"
y la manifestación de la gloria (Tito 2: 13 – LBA) nuestra esperanza es estar
con Cristo en la casa con muchas moradas del Padre, — una esperanza que está
mucho más allá de cualquier bendición del reino. Tampoco ello será mostrado.
Los secretos del amor y la comunión de Cristo con la Iglesia no son para ser
exhibidos ante el mundo. Indudablemente la gloria y el lugar de poder que la
Iglesia poseerá en el reino venidero serán exhibidos porque éstos constituyen
algunas de las características principales del reino milenial. De este modo el
monte de la transfiguración ocupa un lugar importante en los tres Evangelios
sinópticos como mostrando a Cristo en calidad de Mesías, Siervo, e Hijo del
Hombre. Como tal, Él será mostrado conforme al modelo en el monte, y
consecuentemente, los tres evangelistas que presentan a Cristo en estos tres
aspectos nos presentan la transfiguración. El pensamiento de la recepción
inmediata por parte de los judíos, como hemos visto, había sido abandonado por
completo y la cosa nueva venidera comienza a ser anunciada. Cristo debe padecer
y morir.
El final de nuestro capítulo, desde Mateo 20: 30, es un prefacio a Mateo
21 donde tenemos la última presentación formal del Rey, — no con el pensamiento
de ser recibido; pero para colmar la iniquidad del hombre y el cumplimiento de
los consejos de Dios Él se presenta como tal. El Señor va de camino a Jerusalén
y dos ciegos claman a Él, "¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de
nosotros!" Aunque ellos no sabían nada de la crisis inminente sin embargo
estaban completamente en el espíritu de la escena. El Espíritu Santo estaba
actuando sobre ellos para que dieran testimonio de Jesús que iba a ser
presentado ahora públicamente por última vez como Heredero al trono. ¡Qué
imagen! Los que veían en su ciega dureza de corazón rechazando a su propio
Mesías aunque era reconocido por los gentiles como Aquel que había
nacido Rey de los judíos; y los pobres ciegos confesándole por fe en voz alta
como el verdadero Rey. Tal vez el deseo principal de ellos, el único deseo de
ellos puede haber sido el ser sanados de su ceguera. Sea ello como fuere pero
en cualquier caso Dios dio a la fe de ellos el objeto apropiado y la confesión
justa para aquel momento pues Él estaba guiando la escena. Con independencia de
cuál era el pensamiento de los ciegos al clamar al Señor el designio de Dios
era que se diera un testimonio adecuado de Su Rey, el "Hijo de
David". Un judío entendería bien todo lo que entrañaba el título. ¡Qué
condena a los fariseos y escribas que habían rechazado a Cristo! El punto de
vista más elevado no es siempre el más apropiado. Las circunstancias varían. De
este modo la confesión de Cristo como "Hijo de David" estuvo aquí más
en consonancia que si ellos hubieran dicho "Hijo de Dios". Sólo
tenemos que sopesar los diversos títulos para ver que al aclamarle conforme a
Su gloria judía ellos pronunciaron lo que estaba al unísono con aquello que
Dios estaba haciendo en aquel entonces.
Permitan
ustedes que yo
pregunte con reverencia, ¿por qué la resurrección de Lázaro es omitida en los
tres primeros Evangelios? Si estos relatos hubieran sido obra del hombre él no
la habría omitido, ciertamente. Se habría pensado que ella era demasiado
importante para dejarla fuera bajo cualquier consideración. La omisión de un
milagro tan estupendo en Mateo Marcos y Lucas señala claramente que es el
Espíritu de Dios quien obra en soberanía y Él escribe por medio de cada uno con
un propósito especial. Si es así, lo que los hombres llaman inconsistencias e
imperfecciones son realmente perfecciones en la palabra de Dios. Fue parte del
propósito de Dios omitir el milagro en algunos pues Él sólo presenta los hechos
que se ajustan a Su designio en cada Evangelio. Este milagro de resucitar a
Lázaro no nos muestra a Cristo como Mesías o como Siervo o como Hijo del Hombre
sino como el Hijo de Dios que da vida y resucita a los muertos, — un gran punto
de doctrina en Juan 5, — por lo tanto ello sólo es presentado en el Evangelio
de Juan. Hubo otros milagros de resucitar a los muertos en los otros
Evangelios; pero la verdad de la Filiación y la gloria presente de Jesús en
comunión con el Padre no es lo prominente en estos otros. Por lo tanto, Él no
aparece en ellos como Hijo de Dios. Tomen por ejemplo la resurrección
del hijo de la viuda en Naín. (Véase Lucas 7: 11-17). ¿Cuáles son las
circunstancias en las que se pone allí énfasis? Él era hijo único de su madre y
ella era viuda. Lucas, o más bien el Espíritu, tiene cuidado de mencionar esto
porque ello es lo que da sentido a la conmovedora historia. "Y lo dio a su
madre". El objeto es aquí la compasión humana del Señor, del Señor como Hijo
del Hombre. Es cierto que Él debía haber sido Hijo de Dios o Él no podría
haber resucitado así a los muertos. Si la Deidad y la relación con el Padre de
Aquel que se hizo carne hubiera sido la única verdad a ser mostrada no hubiera
sido necesario que las circunstancias
concomitantes fuesen
narradas; y el Evangelio de Juan podría haber sido suficiente, como lo es, para
mostrar eminentemente al Señor Jesús como el Hijo.
Todo
esto manifiesta la perfección de la palabra de Dios. Cuando la mente se somete
a Él esto es visto y Él enseña a los que se someten a Él y confían en Él. Un
ciego es sanado en Juan 9, (no estos cerca de Jericó los cuales claman a Jesús)
pero, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Rechazado por los
hombres Jesús iba buscando objetos sobre los cuales conceder Su bendición; es
el Hijo que sin ser buscado veía la profunda necesidad y se ocupaba
consecuentemente. Se trató de una oportunidad para realizar las obras de Dios.
Él no espera nada, va al hombre, y la obra es hecha aunque era día de reposo.
¿Cómo podía el Hijo de Dios reposar en presencia del pecado y de la miseria,
con independencia de lo que podría sentir la soberbia religiosa? El Señor no le
deja hasta que él pueda reconocerle como "Hijo de Dios" y adorarle.
Además, nosotros podemos decir que Juan nunca menciona un milagro simplemente
para la exhibición de poder sino para atestiguar la gloria divina de Cristo. En
Mateo se trata del Mesías rechazado. Aquí (en Mateo capítulo 20), siendo Él
despreciado por la nación Dios hace que dos ciegos den testimonio de Él como
Hijo de David; lo cual, cuando Él sea reconocido por la nación introducirá la
restauración de Israel con un poder triunfante.
El lugar (cerca de Jericó) era un lugar maldito. Pero si Jesús ha venido
como Mesías aunque los judíos lo rechazan Él se muestra como siendo Jehová, —
no sólo como Mesías bajo la ley sino como Jehová por encima de ella; y
así Él los bendice incluso en Jericó y ellos Le siguieron. Este era el lugar
que Israel debería haber asumido pues ellos debiesen haber conocido a su Rey.
Los dos ciegos fueron testigos a favor de Él y en contra de ellos. Hubo un
testimonio competente pues leemos, "En boca de dos o tres testigos",
etcétera. (Mateo 18: 16; Deuteronomio 19: 15).
Marcos y Lucas, cuyo objetivo no era sacar a la luz un testimonio válido
conforme a la ley, mencionan sólo uno.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
BJ
= Biblia
de Jerusalén.
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby.
KJV
= King
James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés"),
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA
=
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
RVSBT
= REINA
VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.
RV1977 =
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
Mateo 21
Jesús llega al Monte de los Olivos. Los judíos sabían muy bien lo que
había sido profetizado respecto a este monte; ellos debiesen haber entrado en
el espíritu de lo que el Señor estaba haciendo.
El hecho de enviar a buscar el pollino muestra al Señor como Jehová, el
cual tiene perfecto derecho a todo. "El Señor (Jehová) los necesita".
[Véase nota 18]. ¿Qué hay más profundo que Su conocimiento de las
circunstancias en el seno del futuro? ¡Cuán evidente es Su control sobre la
mente y los sentimientos del propietario! Manso como Él era, sentado sobre un
asna, el Rey de Sión según el profeta, Él era en verdad tan ciertamente Jehová
como el Mesías que venía en Su nombre, — y la expresión, "los
necesita", es tan sorprendente como la gloria de Su persona.
[Nota 18]. Sólo
Mateo menciona "una asna atada, y un pollino con ella", conforme a
Zacarías 9: 9. "Trajeron el asna y el pollino; y pusieron sobre ellos
sus vestidos, y él se sentó sobre éstos". (Versículos 2, 7 – VM).
Los otros tres Evangelios sólo mencionan el pollino. Aquí en Mateo el
antiguo Israel y la nación renovada están así conectados. La entrada del Señor
en Jerusalén es "sobre un pollino hijo de asna" (Zacarías 9: 9), —
¡el nuevo Israel Le hará entrar con hosannas! La perspectiva dispensacional de
Mateo es puesta así de nuevo ante nosotros. Según la ley el asno era
"inmundo"; pero su pollino podía ser redimido. Véase Job 11: 12;
Éxodo 13: 13; Éxodo 34: 20, etcétera. [Nota del Editor en Inglés].
El Señor avanza hacia Jerusalén. Y la multitud aclama, "¡Hosanna al
Hijo de David!". Ellos aplican el Salmo 118 al Mesías y lo hicieron
correctamente. Ellos pudieron haber sido muy poco inteligentes y quizás algunos
pueden haberse unido después al temible clamor: "Su sangre sea sobre
nosotros" (Mateo 27: 25); pero aquí el Señor guía la escena. Él llega a la
ciudad pero Él es desconocido: los suyos no lo conocen. Ellos preguntan:
"¿Quién es éste?" La multitud tenía tan poco entendimiento que ellos
responden: "Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea". Pero
aunque sólo ven a Jesús de Galilea Él se muestra como Rey y asume un lugar de
autoridad y poder. Él entra en el templo y derriba las mesas de los cambistas,
etcétera. Esto puede ser considerado ciertamente como un incidente milagroso
pues fue sorprendente que Aquel a quien ellos conocían sólo como el profeta de
Nazaret entrase tan audazmente en el templo de ellos y expulsara a todos los
que lo estaban profanando. Pero ellos no se volvieron contra él. El poder del
Dios del templo estaba allí y ellos huyeron; sin duda en sus conciencias
repercutían las palabras del Señor acerca de que ellos habían hecho de Su casa
una cueva de ladrones. Pero aquí no solamente vemos el testimonio de la
multitud acerca de la realeza de Jesús sino la respuesta a ella, por así
decirlo, en el acto de Jesús. Como si Él hubiera dicho: «Vosotros me aclamáis como Rey y yo demostraré
que lo soy.» Consecuentemente Él
reina, por así decirlo, en justicia, y limpia el templo contaminado. ¡En qué
estado no habían caído los judíos! ¡"Mi casa, casa de oración… mas
vosotros la habéis hecho cueva de ladrones"! (Versículo 13).
Hubo dos purificaciones, — una antes del ministerio público de nuestro
Señor y otra al final del mismo. Juan registra la primera; Mateo la última.
En nuestro Evangelio es un acto de poder Mesiánico en el que Él purifica
Su casa o al menos actúa para Dios como Su Rey. En Juan es más bien el celo por
la honra herida de la casa de Su Padre pues leemos, "No hagáis de la casa de
mi Padre casa de mercado". (Juan 2: 16). Un motivo colateral por el
que Juan nos habla de la primera limpieza en el comienzo de su Evangelio es que
él asume el rechazo de Israel de inmediato. Por eso el rechazo de Cristo por
parte de ellos expuesto en este acto fue la consecuencia inevitable de Su
rechazo por parte de ellos y este es el punto desde el que Juan empieza cuando
él comienza con los modos de obrar del Señor antes de Su ministerio.
Pero ahora ciegos y cojos vienen a Él para ser sanados. Él perdonó todas
sus iniquidades y sanó todas sus dolencias. (Salmo 103: 3). Ambas clases de
personas eran las aborrecidas por el alma de David, — ello fue el efecto del
escarnio sobre David (2º Samuel 5: 6-8). ¡Qué bienaventurado es el contraste en
el Hijo de David! Él expulsa del templo a los religiosos egoístas y recibe allí
a los pobres, ciegos, y cojos, y los sana, — justicia perfecta y gracia
perfecta.
Por una parte están las voces de los muchachos aclamando:
"Hosanna", etcétera, — la atribución de la alabanza a Él como Rey, el
Hijo de David; por otra parte está el Señor actuando como Rey y haciendo
aquello que los judíos bien sabían que había sido profetizado acerca de su Rey.
Allí estaba el Rey confesado; pero no por los principales sacerdotes y los escribas
los cuales se resintieron rechazándole deliberada e intencionalmente: "No
queremos que éste reine sobre nosotros". (Lucas 19: 14). Por lo tanto,
naturalmente ellos procuran hacer callar a los muchachos y Le piden a Jesús que
los reprenda: "¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca
leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la
alabanza?" (Versículo 16). El poder de Jehová estaba allí y había una boca
que lo reconocía aunque sólo en los infantes y en los que mamaban. Así que Él
"dejándolos, salió fuera de la ciudad", — un acto significativo y
solemne. Ellos Le rechazaron y Él los abandona dando la espalda a la ciudad
amada.
Volviendo a Jerusalén al día siguiente el Señor tiene hambre y busca el
fruto de la higuera pero no lo encuentra. Él pronuncia entonces una maldición
sobre la higuera y en seguida ella se seca. La sentencia sobre la higuera fue
una maldición emblemática sobre el pueblo, — Israel era la higuera. El Señor no
encontró más que hojas y la palabra es que nunca jamás crecerá fruto alguno en
ella. La nación no había logrado dar fruto a Dios cuando tenía todos los medios
y oportunidades para glorificarle y servirle; y ahora son quitadas todas las
ventajas y el viejo tronco es abandonado, — es un árbol muerto.
Marcos dice que aún no era tiempo de higos. (Marcos 11: 13). Muchos se
han desconcertado ante esto como si el Señor buscara higos en un momento en que
no podía haber ninguno. El significado es que el tiempo para la recolección
de higos no había llegado, — no era tiempo de higos aún. Debiese haber habido
una manifestación de frutos pero sólo había hojas, — había sólo una profesión
externa. Ella era completamente estéril. Los discípulos se asombraron pero el
Señor les dijo además: "Si a este monte (que simboliza el lugar de Israel
entre las naciones como exaltada entre ellas) dijereis: Quítate y échate en el
mar", etcétera. Esto ha sido hecho. No sólo ningún fruto es producido para
Dios sino que Israel como nación ha sido arrojado al mar, — como perdido en la
masa de gentes. — hollado y oprimido bajo los pies de los gentiles.
Los principales sacerdotes y los ancianos de Israel vienen ahora a
atacar al Señor: ellos Le interrogan: "¿Con qué autoridad haces estas
cosas?", — a saber, la expulsión de los mercaderes del recinto del templo,
— "¿y quién te dio esta autoridad? No Le fue dada por ellos, en
efecto; y los ojos de ellos estaban cerrados en cuanto a Su gloria. Nuestro
Señor responde preguntando cuál era el pensamiento de ellos acerca del bautismo
de Juan. Él no apela a los milagros ni a las profecías sino a la conciencia.
¡Cuán evidente había sido el cumplimiento de los antiguos oráculos en Su
persona, en Su vida y en Su ministerio! ¡Cuán pleno era el testimonio de
señales y prodigios obrados por Él! Sin embargo la pregunta de ellos
demostró cuán vano había sido todo así como la pregunta de Él demostró
la deshonestidad o la ceguera de ellos. En cualquier caso, ¿quiénes eran ellos
para juzgar? Poco pensaron en que al procurar escrutar al Señor de gloria en
realidad ellos no hicieron más que desenmascarar su propia distancia y
alejamiento de Dios. De hecho, siempre es así. Nuestro juicio acerca de lo que
concierne a Cristo o nuestra negativa a juzgar lo que concierne a Cristo es un
indicador infalible de nuestra propia condición. En este caso (versículos
23-27) la falta de conciencia fue evidente, — y en ningún lugar ello es tan
fatal como en los guías religiosos. "Ellos entonces discutían entre sí,
diciendo: Si decimos, del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y
si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por
profeta". Dios no estaba en sus pensamientos y por tanto todo era falso y
erróneo. Y si Dios no es el objeto el ídolo es el yo. En realidad y en lo esencial
estos principales sacerdotes no eran más que esclavos del pueblo sobre cuya fe,
o superstición, ellos tenían dominio. "Tememos al pueblo". Al menos
esto fue cierto. "Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos". A qué
miserable subterfugio son ellos conducidos, — ¡ellos mismos reconocen que son
¡guías ciegos! A los tales el Señor declina dar cuenta alguna de Su autoridad.
Una y otra vez ellos habían visto las obras de Su poder benigno y la pregunta
de ellos proporcionó la prueba de que una respuesta era inútil. Aunque
ellos pudieran, no verían.
Pero nuestro Señor hace más. En la parábola de los dos hijos Él
incrimina a estos líderes religiosos de estar más alejados de Dios que las
clases más despreciadas del país. "De cierto os digo, que los publicanos y
las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros
Juan en camino de justicia, y no le creísteis", etcétera. (Versículos 31,
32). Formas decentes de homenaje de labios - " Sí, señor, voy. Y no fue", — esa era la religión de los que estaban
en lo más alto de la estimación del mundo de aquel día. La hipocresía estaba
allí para cubrir la voluntad propia y la soberbia con el manto de la
religiosidad, lo cual hacía que ellos fuesen más obstinados que las personas
que desacreditaban las decencias de la sociedad en formas disolutas o de
algunos modos de obrar despreciables. Ellos eran más accesibles a los
emotivos llamamientos de Juan que estos fariseos. Sordos al llamamiento de la
justicia ellos estaban igualmente endurecidos contra las operaciones de la
gracia de Dios incluso donde ella era más conspicua. "Y vosotros, viendo
esto, no os arrepentisteis después para creerle". El arrepentimiento
despierta el sentido de la relación con Dios como aquel contra quien se ha
pecado. Las resoluciones de la naturaleza comienzan y terminan en, "Sí,
señor, voy". El Espíritu de Dios produce la profunda convicción de pecado
contra Él sin espacio ni deseo de excusa. Pero dicha convicción está perdida
para la religión mundana la cual resistiendo por igual el testimonio de Dios y
la evidencia de la conversión en otros se sumerge en oscuridad y hostilidad
crecientes hacia Dios. Por lo tanto, el juez de todos declara que estos hombres
soberbios y autocomplacientes son peores que aquellos a quienes ellos despreciaban.
Ellos no eran ahora los jueces, — ellos eran los juzgados.
Además el Señor les pide que oigan otra parábola que no sólo expone de
una doble forma la conducta de ellos hacia Dios sino el trato de Dios con
ellos, a saber, en primer lugar en la perspectiva de la responsabilidad humana
bajo la ley; y en segundo lugar en la perspectiva de la gracia de Dios bajo el
reino de los cielos. Lo primero es desarrollado en la parábola del padre de
familia (versículos 33-41); lo segundo en la fiesta de bodas del rey para su
hijo (Mateo 22: 1-14). Consideremos lo primero.
"Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual
plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre,
y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de
los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus
frutos". (Versículos 33, 34). Se trata de un retrato que está fundamentado
en el esbozo de Isaías capítulo 5 y que lo completa, — es una imagen de los favores
peculiares de Dios para con Israel. "¿Qué más se podía hacer a mi viña,
que yo no haya hecho en ella?" (Isaías 5: 4). Él los había sacado de
Egipto y los había establecido en una tierra hermosa con todas las ventajas
proporcionadas por Su bondad y Su poder. Hubo un arreglo concreto, abundantes
bendiciones, amplia protección. Entonces Él buscó fruto recordándoles Sus
derechos por medio de los profetas. "Mas los labradores, tomando a los
siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon". (Versículo
35). Hubo también plena paciencia. "Envió de nuevo otros siervos, más que
los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera". Preguntémonos,
¿Quedaba allí alguna posibilidad? ¿Una esperanza por más que fuera desesperada?
"Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas
los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero;
venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, le echaron fuera
de la viña, y le mataron". (Versículos 37-39). Ellos reconocieron entonces
al Mesías pero ello sólo provocó la malicia y las codicias mundanas de ellos.
"Matémosle, y apoderémonos de su heredad". No fue sólo la falta de
fruto, el rechazo persistente de todas las justas reivindicaciones de Dios, y
el hecho de privarle de toda debida devolución sino el más pleno estallido del
aborrecimiento rebelde cuando fueron puestos a prueba mediante la presencia del
Hijo de Dios en medio de ellos. El período de prueba ha terminado; la cuestión
del estado del hombre y de los esfuerzos de Dios por obtener fruto de Su viña
ha llegado a su fin. La muerte del Mesías rechazado ha finalizado este libro.
El hombre, — el judío, — debiese haber dado una respuesta adecuada a Dios por
los beneficios a él concedidos en profusión pero su respuesta fue, — la cruz.
Es demasiado tarde para hablar de lo que los hombres deberían ser. Probados por
Dios en las circunstancias más favorables traicionaron y derramaron la sangre
inocente; mataron al Heredero para apoderarse de su heredad. Por eso es que el
juicio es ahora la única porción que el hombre bajo la ley tiene que esperar.
"Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos
labradores?" Los pobres judíos, insensibles como estaban, no pudieron sino
confesar la triste verdad: "A los malos destruirá sin misericordia ",
etcétera. (Versículo 41). La iniquidad de los labradores no logró consumar su
propio fin egoísta tan ciertamente como que nunca rindió frutos dignos de Aquel
cuyo próvido cuidado dejó a los hombres sin excusa. Pero los derechos del padre
de familia estaban intactos; y si todavía estaba "el señor de la
viña", ¿era Él indiferente a la culpa acumulada de los siervos agraviados
y de Su Hijo ultrajado? No podía ser. Siendo ellos mismos los testigos Él debía
vengarse aún más rápidamente a causa de Su larga paciencia e incomparable amor
tan vergonzosamente desdeñados y desafiados. Otros querrían que la viña les
fuere dejada a ellos y ellos pagarle a Él el fruto a su tiempo.
De este modo la muerte de Cristo no es vista en esta parábola como en
los consejos de Dios sino como el clímax del pecado del hombre y la escena
final de su responsabilidad. Ya sea que la ley o los profetas o Cristo buscaran
fruto para Dios todo fue vano, no porque la demanda de Dios no fuera justa sino
porque el hombre, — en efecto, el hombre favorecido con toda concebible ayuda,
— era irremediablemente malo. En este aspecto el rechazo del Mesías tuvo el
significado más solemne porque demostró más allá de toda apelación que el
hombre, el judío, no tenía amor por Dios, amor por quien él había sido
bendecido. No sólo fue que él era malo e injusto sino que no pudo soportar el
perfecto amor y la perfecta bondad en la persona de Cristo. Si hubiese habido
una sola partícula de luz o de amor divino en el corazón de los hombres ellos
habrían reverenciado al Hijo; pero ahora resalta la demostración completa de
que el hombre natural es irremediablemente malo y que la presencia de una
Persona divina que vino en amor y bondad, un Hombre entre los hombres, sólo
brindó la oportunidad final de asestar el golpe más malicioso e insultante a
Dios mismo. En una palabra, se mostró y se declaró ahora que el hombre estaba
PERDIDO. "Si yo no hubiera
venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa
por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no
hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado;
pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre". (Juan 15:
22-24). La muerte de Cristo fue el gran momento decisivo en los modos de obrar
de Dios; la historia moral del hombre, en el sentido más importante, termina
allí.
"Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que
desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha
hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" (Versículo 42). Esta
era la conducta de los que eran líderes en Israel revelada en sus propias
Escrituras. ¡Maravilloso hecho por parte del Señor! — fue el manifiesto revés
de los que se erigieron y fueron aceptados como actuando en Su nombre: algo aún
a ser maravilloso a los ojos de Israel, cuando el ahora oculto pero exaltado
Salvador Se muestre, el gozo de un pueblo convertido que en aquel entonces
recibirá y bendecirá para siempre a su otrora rechazado Rey; pues
verdaderamente para siempre es Su misericordia. Mientras tanto Sus labios
pronuncian la sentencia de rechazo seguro del elevado estado de ellos:
"Por tanto os digo, que el reino de Dios [no reino de los cielos pues
ellos no lo tenían] será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca
los frutos de él". (Versículo 43). Tampoco esto fue todo porque, "el
que cayere sobre esta piedra" (Él mismo en humillación) "será
quebrantado; y sobre quien ella cayere (es decir, posterior a Su exaltación),
le desmenuzará". (Versículo 44). De este modo Él expone los tropiezos
resultantes de la incredulidad y además la ejecución efectiva del juicio
destructivo, ya sea individual o nacional, judío o gentil, en Su aparición en
gloria. (Compárese con Daniel 2).
En todos los aspectos se trata de una escena notable y el Señor que se
acerca ahora a la conclusión de Su testimonio habla con una decisión lacerante.
De modo que espiritualmente impotentes y torpes como podían ser los principales
sacerdotes y los fariseos, y por más que Sus palabras fuesen expresadas en
forma de parábolas el sentido y la finalidad eran claramente percibidas. Y sin
embargo con independencia de cuál era la homicida voluntad de ellos, ellos no
pudieron hacer nada hasta que llegó Su hora porque el pueblo se sometió en
cierta medida a Su palabra y Le tenían por profeta. Él trajo a Dios a la
presencia de la conciencia de ellos y el temor de ellos respondió débilmente a
Sus palabras acerca del infortunio venidero.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
VM
= Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 22
No se nos informa de manera perentoria de que la parábola de la fiesta
de bodas fuese pronunciada en aquel momento. Ella está introducida de una
manera tan general que uno bien podría concebir que es la misma que Lucas
presenta con marcas de tiempo más definidas en el capítulo catorce de su
Evangelio. Sin embargo y sea ello como fuere nada puede exceder la hermosa
conveniencia de su ocurrencia aquí como secuela de la última parte del capítulo
anterior. Porque así como la viña expone la justa reivindicación del Señor a
Israel en el terreno de lo que Él le había confiado, así la boda expone la cosa
nueva y por lo tanto es una comparación del "reino de los cielos", —
y no es buscado ahora fruto como una deuda del hombre debida a Dios sino que es
Dios desplegando los recursos de Su propia gloria y amor en honor de su Hijo y
el hombre es invitado a compartir. De manera adecuada nosotros no tenemos aquí
nada acerca de la Iglesia o asamblea sino acerca del reino. Por consiguiente,
aunque la parábola va más allá de la economía judía tan elaboradamente tratada
en la porción anterior y de la propia presencia personal de Cristo en la
tierra, ella no contiene el privilegio colectivo sino la conducta individual
diversamente afectada por la asombrosa misericordia de Dios y esto en vista del
lugar de Cristo como glorificado en lo alto y emanando desde dicho lugar. El
punto característico es que no se trata de una exposición de los modos de obrar
de Israel hacia el Señor sino de los modos de obrar del Rey que engrandecería a
Su Hijo; aunque aquí como antes la incredulidad y la rebelión nunca dejan de
encontrar su justa recompensa. Había sido demostrado que Dios no podía confiar
en el hombre, entonces, ¿confiaría ahora el hombre en Dios y acudiría a Su
palabra y será él un partícipe de Su deleite en Su Hijo?
Es evidente que ya no estamos aquí en terreno veterotestamentario con
sus solemnes advertencias proféticas. "El reino de los cielos es semejante
a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió a sus siervos a llamar a
los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir". (Versículos 2,
3). Fiel al plan y al designio del Espíritu Santo nuestro evangelista presenta
este sorprendente retrato a manera del retrato del rechazo del Mesías. ¿Cuál
sería la nueva intervención de Dios? y ¿cómo sería recibida por el hombre,
especialmente por Israel? Yo puedo mencionar de paso que en Lucas no aparece la
conexión dispensacional sino que el Espíritu presenta más bien una perspectiva
de lo que es Dios para la humanidad de manera general e incluso lo expresa
como, "cierto hombre" que hace una gran cena con una generosidad sin
precedente (Lucas 14: 16 – VM) no el "Rey" actuando para la gloria de
"su Hijo". En ambos Evangelios la parábola no representa la exigencia
justa como bajo la ley sino la forma en que la gracia sale al judío
primeramente y también al gentil. Él "envió a sus siervos a llamar a los
convidados [Israel] a las bodas; mas éstos no quisieron venir". El reino
no había venido pero había sido anunciado mientras el Señor estuvo aquí abajo.
"Volvió a enviar otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí,
he preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y
todo está dispuesto; venid a las bodas". (Versículo 4).
Presten ustedes atención a la diferencia. En la primera misión de los
siervos Él no dijo, "Todo está dispuesto" sino sólo en la segunda
cuando entretanto Cristo hubo muerto y resucitado y el reino fue realmente
establecido en Su ascensión. Es el Evangelio del reino después de Su obra en
comparación con el Evangelio predicado antes de él. Los dos mensajes se
diferencian así; a saber, el rechazo de Cristo y Su muerte es el momento
decisivo. Sólo Mateo nos presenta esta llamativa diferencia; Lucas comienza de
inmediato con igual propiedad para su tarea con, "Venid, que ya todo está
preparado" (Lucas 14: 17) deteniéndose él con detalles no encontrados en
Mateo en las excusas a las que recurre el corazón para despreciar el evangelio.
El Rey estaba activo en aquel entonces y Su honra estaba en juego al
tener una fiesta digna de Su Hijo. Ni siquiera la cruz Le desvió de Su gran
propósito de tener un pueblo cerca de Él y feliz en honor a Su Hijo. Por el
contrario, si la gracia actúa, tal como ella lo hace, el mensaje interrumpido
es renovado con nuevos y más urgentes llamamientos a los convidados; y ahora
mediante otros siervos además de los doce y los setenta. Tenemos así en el
comienzo de los Hechos (Hechos capítulos 2-4) el anuncio especial a Israel como
hijos del pacto, — es decir, "A los convidados". Entonces, el primer
envío fue durante la vida del Mesías para llamar al pueblo privilegiado;
después hubo el segundo y específico testimonio de gracia al mismo pueblo
cuando la obra de la redención fue realizada.
¿Cuál fue el resultado? "Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno
a su labranza, y otro a sus negocios". Dios no estaba en los pensamientos
de ellos sino la propia granja del hombre o su comercio y lamentablemente a
medida que Dios aumenta el testimonio de Su gracia el hombre se vuelve más
osado en su desprecio y oposición. "Y otros, tomando a los siervos, los
afrentaron y los mataron". (Versículos 5, 6). Esto es lo que ustedes
encuentran en alguna manera en los Hechos de los Apóstoles. En los primeros
capítulos el mensaje es desatendido; en los capítulos 7 y 12 los siervos son
ultrajados y asesinados. A continuación el pormenor es predicho, — a saber, el
juicio sobre los judíos y sobre Jerusalén. "Al oírlo el rey, se enojó; y
enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad".
(Mateo 22: 7). ¿Quién es aquel que no ve en esto el destino de la nación judía
y la destrucción de la ciudad de ellos? Esto no se encuentra en Lucas y no hace
falta precisar cuán adecuado ello es para Mateo.
Pero Dios hará que Su casa se llene de convidados y si los peculiarmente
favorecidos no vienen y se exasperan hasta el extremo, la gracia divina no será
frustrada por el empecinamiento humano, — el mal debe ser vencido por el bien.
"Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad están preparadas; mas
los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los
caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis". (Versículos 8, 9). Hay
aquí un llamamiento no discriminado a toda alma mediante el evangelio. "Y
saliendo los siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron,
juntamente malos y buenos; y las bodas fueron llenas de convidados".
(Versículo 10). El evangelio sale a los hombres tal como ellos son y allí donde
el evangelio es recibido produce por medio de la gracia lo que es conforme a Dios
en lugar de exigirlo. Por lo tanto, todos son bienvenidos, malos y buenos, — un
ladrón moribundo o una mujer pecadora, una Lidia o un Cornelio. El asunto no
era el carácter de ellos sino la fiesta para el Hijo del Rey; y a esto
ellos fueron llamados gratuitamente. La gracia, lejos de pedir, da la aptitud
para estar ante Él en paz.
Efectivamente se produce una idoneidad necesaria e indispensable. El
vestido de boda corresponde a la fiesta de bodas. El Rey lo proporcionaba de Su
propia y magnífica generosidad y cada invitado debía llevarlo pues, ¿quién era
aquel que honraba al Rey y no honraba la ocasión? Los siervos no buscaban esas
prendas afuera pues ellas no se llevaban puestas en los caminos sino que se
llevaban puestas en la boda. Tampoco se trataba de que los convidados se
presentaran con sus mejores galas. El Rey se ocupaba de darlas. Viniera
quien viniera había suficiente y de sobra; «todo estaba preparado.»
Esta es la gran verdad esencial del Evangelio. Lejos de buscar algo en
el hombre que sea agradable a Dios las buenas nuevas vienen de parte de Él en
el expreso terreno de que todo está arruinado, miserable, culpable, por parte
del pecador. "El
que tiene sed, venga… el que quiera".
Pero allí donde el corazón no está bien con Dios este nunca se somete a
Su justicia; y en este caso el hombre prefiere estar sobre su propio
fundamento. O bien él piensa que puede plantear una reivindicación a Dios
siendo o haciendo algo, o se aventura en su interior sin preocuparse de sí
mismo ni de Dios. Así era el hombre al cual el rey encuentra que él no estaba
vestido con traje de boda. Él despreciaba tanto la santidad como la gracia de
Dios y demostraba que era totalmente ajeno a la fiesta. ¿Qué pensaba él acerca
de los sentimientos del Rey que estaba decidido a glorificar a Su Hijo o qué le
importaban esos sentimientos? Porque éste es el verdadero y real secreto: Dios
prodiga misericordia a los pecadores por amor a Su Hijo. Se brinda así la
oportunidad de dar honra a Su nombre. ¿Se inclina mi alma ante ello y ante Él?—
ello es salvación. El corazón puede atravesar por muchos ejercicios pero la
única llave para la
asombrosa bondad de Él para con nosotros es el sentimiento de Dios hacia Su
Hijo. Si puedo aventurarme a hablar así, el Señor Jesús ha puesto al Padre bajo
la obligación de actuar así. Él de tal manera ha vivido y ha muerto para
glorificar a Dios a toda costa que Dios (y lo digo con reverencia) está
obligado a mostrar esta gracia, a mostrar lo que Él es a causa de Su Hijo. De
ahí esa notable expresión en las epístolas de Pablo: "La justicia de
Dios". Ya no se trata de la justicia del hombre buscada mediante la ley
sino de la justicia de Dios al justificar a los que tienen fe en Su Hijo cuando
ha sido demostrado que el hombre ha fracasado completamente y de todas formas.
Debido al valor infinito de la cruz Dios ama honrar a Cristo; y si un alma sólo
aduce Su nombre ello se convierte en un asunto de la justicia de Dios al
justificarla gratuitamente, de Su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús.
¡La verdad es mostrada de manera notable por medio del trato del rey con
el intruso que desprecia a Cristo! Leemos, "Y entró el rey para ver a los
convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda".
(Versículo 11). Este fue el motivo de la acción inmediata. No fue planteado el
asunto acerca de lo que el hombre había sido o había hecho. Los siervos tenían
el encargo de traer a los malos así como a los buenos. "Y esto erais
algunos de vosotros", dice el apóstol. (Véase 1ª Corintios 6: 9-11 - VM).
De hecho, este hombre puede haber sido el más correcto, el más moral y el más
religioso de la compañía, como el joven principal que con tristeza dejó al
Señor. (Véase Lucas 18: 18-23). Pero, tanto si él era un pecador degradado como
un alma con pretensiones de superioridad moral una cosa es cierta: a saber, él
no estaba vestido con traje de boda. Esto atrajo inmediatamente la atención del
Rey. Este hombre estaba despreciando la gracia del Rey, — él estaba deshonrando
públicamente a Su Hijo.
El vestido o traje de boda es Cristo. Por lo tanto, este invitado se
presentó ante el Rey sin Cristo. ¡Él no se había revestido de Cristo!
(Gálatas 3: 27). Independientemente de la pretensión ello era todo y era sólo
él mismo no Cristo, y eso es la ruina y la condenación eternas para un pecador.
En cambio, el peor de los pecadores mismos que acepta a Cristo como su única
confianza para estar ante Dios, mediante ello Le justifica y Le exalta a Él y a
Su gracia. Es como un hombre abatido en pensamientos acerca de sí mismo que
mira a lo alto y dice: «No puedo
confiar en lo que yo he sido ni siquiera en lo que deseo ser, pero puedo
confiar en lo que Tú eres para mí en el don de Tu Hijo.» Y tal confianza en Dios produce un profundo
aborrecimiento del yo, una verdadera rectitud de alma, así como un deseo
verdadero de hacer la voluntad de Dios. Pero este hombre no sabía, no creía,
que nada de la tierra es apto para la presencia divina, — sólo lo que es
comprado mediante la preciosa sangre de Jesús. Él no era consciente de la gracia
que lo invitaba ni de la santidad que corresponde a la presencia de Dios. Por
consiguiente el Rey le dice: "Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar
vestido de boda? Mas él enmudeció". (Versículo 12). Él estaba en espíritu
y ante Dios totalmente afuera de la fiesta pues si no él habría sentido la
absoluta necesidad de un atuendo acorde con el gozo del Rey y las nupcias del
Hijo. Y el juicio lo echó de esa escena para la cual él no tenía corazón, — lo
echó donde los incrédulos en desesperada miseria y reproche de sí mismos deben
honrar al Hijo. No se trata de una mera venganza gubernamental como la que
providencialmente mató a los homicidas y quemó su ciudad (Mateo 22: 7) sino que
se trata del juicio final sobre aquel que despreció la gracia al pretender acercarse
a Dios sin revestirse de Cristo. "Entonces el Rey dijo a los siervos: (no
a los siervos de los versículos 3, 4, etcétera) Atadle de pies y manos, y
echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Porque muchos son llamados, y pocos escogidos".
Preguntémonos, ¿Fue rara esta solemne sentencia porque un solo hombre la
ejemplifica? No, ciertamente; "porque muchos son llamados, y pocos
escogidos". (Versículos 13, 14).
Finalizaba así la doble prueba de la nación; en primer lugar en el
terreno de su responsabilidad bajo la ley y después como habiendo sido probada
por medio del mensaje de la gracia. El resto del capítulo juzga en detalle
todas las diversas clases de personas de Israel que trataron sucesivamente de
juzgar y entrampar al Señor, poniendo de relieve la posición de ellos y
concluyendo todo con una pregunta que ellos no podían responder sin entender Su
posición y al mismo tiempo Su gloriosa Persona.
"Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo
sorprenderle en alguna palabra. Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos".
Mateo 22: 15, 16). ¡Qué alianza! Los fariseos (partidarios del judaísmo
estricto y de la ley) y los herodianos (servidores políticos contemporizadores
de aquel tiempo a los que los primeros aborrecían cordialmente), se unen para
halagar a Jesús y entramparle con la cuestión del derecho judío contra el
gentil. Y surge la pregunta, ¿Iba Él, el Mesías, a negar las esperanzas y los
exaltados privilegios de Israel como nación? Si Él no lo hacía, ¿cómo escapar
de la acusación de traición al César? La astucia diabólica estaba allí pero la
sabiduría divina aporta el justo equilibrio de verdad en cuanto a Dios y a la
autoridad humana y la dificultad se desvanece. La rebelión de los judíos contra
Jehová fue lo que brindó la ocasión a que Él los sometiera a sus señores
paganos. ¿Fueron ellos humillados por eso y buscaron los recursos de la gracia
de Dios? No, sino que fueron soberbios y jactanciosos y sus partidos en
conflicto se unieron en este momento en una oposición mortal a Dios conspirando
contra el propio Mesía de ellos, y Mesías de Él. "Dinos, pues, qué te
parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia
de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del
tributo". (Versículos 17-19). Ellos Le presentaron un denario y
reconocieron la imagen del César y la inscripción en él y oyeron la sentencia
de la Sabiduría: "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que
es de Dios". Si los judíos Le hubiesen honrado ellos nunca habrían estado
sometidos al dominio gentil; pero al estarlo ahora por el propio pecado y la
locura de ellos, ellos estaban obligados a aceptar su humillación. Ni el
fariseo ni el herodiano sentían el pecado y si uno sentía la vergüenza de la
que el otro se gloriaba, el Señor al mismo tiempo que los obligaba a
enfrentarse a la verdadera posición a la que la iniquidad de ellos los había
reducido, les señalaba aquello que si ellos prestaban atención sería el veloz
presagio de una liberación divina.
"Aquel día vinieron a él los saduceos, que dicen que no hay
resurrección, y le preguntaron, diciendo: Maestro, Moisés dijo", etcétera.
(Versículos 23-33). De este modo la incredulidad es tan falsa y deshonesta como
la pretendida justicia humana. Si los fariseos podían aliarse con los
herodianos y fingir lealtad al César también los escépticos saduceos podían
aducir a Moisés ¡como si la palabra inspirada tuviera autoridad plenaria sobre
la conciencia de ellos! Pero al poner el Señor de manifiesto la hipocresía de
los que se alzaban como religiosos Él detectó igualmente aquello que los
escépticos nunca sospechan, a saber, que sus dificultades no sólo emanan del
hecho de pasar por alto el poder de Dios sino de la más absoluta ignorancia, —
con independencia de cuál sea la presunción de ellos. "Erráis, ignorando
las Escrituras y el poder de Dios". Por el contrario, la fe ve con
claridad ya que ella cuenta con Dios según la revelación de Él mismo en la
Palabra.
El Señor no sólo muestra que el sofisma de ellos es una mera mala
interpretación del estado de resurrección sino que Él demuestra (y eso también
desde Moisés, sin ir más lejos) que la resurrección de los muertos es una parte
esencial del propósito y de la verdad de Dios. Una afirmación adicional es
presentada en Lucas en cuanto a la vida intermedia del espíritu separado. Pero
en nuestro Evangelio el único punto es que los muertos resucitan porque
Dios mismo declaró que Él es el Dios de los padres incluso después de la
muerte de ellos; y reconocidamente Él no es Dios de muertos (los extintos,
como pensaban los saduceos), sino de vivos. Si Él era el Dios de ellos en el
estado en que ellos estaban cuando Él habló con Moisés Él debía ser el Dios de
los muertos, cosa que los saduceos hubiesen sido los primeros en negar. Fue muy
importante revelarse Él mismo a Moisés, por medio de quien el sistema de la ley
fue dado, sistema al cual los saduceos pretendían adherirse.
Pero si los fariseos se retiraron asombrados ellos estaban lejos de ser
sometidos y, de hecho, se animaron de nuevo cuando sus escépticos rivales
fueron acallados. Ellos se reúnen y entonces un intérprete de la ley Le
"tienta" sólo para obtener un perfecto resumen de la justicia
práctica. Ellos hablaron y tentaron: Jesús era la expresión de toda la
perfección de la ley y de los profetas y mucho, mucho más, — la imagen de Dios
mismo en gracia así como en justicia aquí abajo: no como Adán, el cual se
rebeló contra Dios, — no como Caín, que no amó a su prójimo sino que mató a su
hermano. (Versículos 34-40).
Y ahora correspondió al Señor plantearles la pregunta de las
preguntas no sólo para un fariseo sino para cualquier alma, "¿Qué pensáis
del Cristo? ¿De quién es hijo?" Él era el hijo de David, — muy cierto.
Pero, ¿era esta verdad toda la verdad? "¿Pues cómo David en el Espíritu le
llama Señor, diciendo: Dijo el Señor (Jehová) a mi Señor", etcétera. ¿Cómo
es que Él era a la vez Hijo de David y Señor de David? Ello era la clave para
toda Escritura,— el camino, la verdad, la vida,
— la explicación de Su posición, la única esperanza para la posición de
ellos. Pero ellos enmudecieron. No sabían nada y no podían responder nada.
"Ni osó alguno desde aquel día preguntarle más".
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 23
¡Todos los que pretendían tener más luz fueron silenciados! Al no creer
en Cristo ellos estaban desprovistos de
la única clave de la Escritura y el Salmo 110, por muy brillante que sea su
testimonio acerca del Mesías de ellos, era una densa nube no sólo para los egipcios
ahora como antaño sino para Israel. Ellos no veían Su gloria y por lo tanto
estaban desesperadamente perplejos como para entender que David hablando por el
Espíritu llamara Señor a su hijo.
En este capítulo el Señor pronuncia la condena de la nación y sobre
todo, — no de aquellos a quienes el hombre denunciaría principalmente; no de
los abiertamente inicuos, licenciosos o violentos; ni de los indolentes y
escépticos saduceos, — sino de aquellos que gozaban de la más elevada estima
general por su conocimiento religioso y su santidad. La conciencia, el hombre,
el mundo mismo, pueden juzgar con más o menos exactitud la crudeza inmoral.
Dios ve y rechaza lo que parece hermoso a los ojos humanos y sin embargo es
falso e impío. Y la palabra de Dios es explícita en cuanto a que así ha de ser.
Las aflicciones más graves aún reservadas para este mundo no son para las
tinieblas paganas sino que así como son para el judaísmo rebelde igualmente lo
son para la cristiandad corrupta donde la mayor parte de la verdad es conocida
y los más elevados privilegios son conferidos pero, lamentablemente, donde el
poder de dichas cosas es despreciado y negado. No es que cuando Dios se levante
para juzgar las naciones paganas quedarán impunes. Ellas también beberán de la
copa. Sin embargo, "Oíd esta palabra que ha hablado Jehová contra
vosotros, hijos de Israel, contra toda la familia que hice subir de la tierra
de Egipto. Dice así: A vosotros solamente he conocido de todas las familias de
la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades". (Amós 3:
1, 2). Lo mismo sucede con la cristiandad profesante pues cuanto más plena es
la luz concedida, cuanto más rica es la gracia de Dios revelada en el
Evangelio, tanto más graves serán los motivos para los implacables juicios
sobre la profesión hipócrita cuando suene el redoble de la venganza divina para
los "que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo". (2ª Tesalonicenses 1: 8). Ya sea en gracia o en juicio el
Señor no ve como el hombre ve porque el hombre mira la apariencia exterior pero
el Señor mira el corazón. Así habló Jesús en la escena que está ante nosotros.
No obstante, es notable que Él hablara en primera instancia "a la
gente y a sus discípulos". Todavía ellos eran vistos en gran medida
juntos, — y esto hasta la muerte y resurrección de Cristo; e incluso entonces
el Espíritu Santo rompe lentamente un antiguo vínculo tras otro y sólo
pronuncia Su última palabra al remanente judío (entonces cristiano, obviamente)
por medio de más de un testigo no mucho antes de la destrucción de Jerusalén.
Pero no había separación ni podía ella existir hasta la cruz.
Entonces, fue parte de la misión judía de nuestro Señor decir que,
"En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que,
todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo". (Versículos 2,
3). Pero hubo la cuidadosa advertencia de no hacer que los escribas y fariseos
fuesen en modo alguno normas personales del bien y del mal. "No hagáis
conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen". Ellos eran en sí mismos
atalayas, modelos del mal, no del bien. (Versículos 3-7). Sin embargo, no sólo
los discípulos fueron clasificados con la multitud sino que en las denuncias
más fuertes mismas de estos guías religiosos ellos fueron obligados todavía por
el Señor a reconocer a los que se sentaban en la cátedra de Moisés. De hecho,
ellos estaban allí y el Señor en vez de disolver mantiene la obligación de
reconocerlos a ellos y a todo lo que ellos expresan que no es de sus propias tradiciones
sino de la ley. Esto era para honrar a Dios mismo a pesar de los hipócritas que
sólo buscaban la honra del hombre para sí mismos y no ofrece ninguna garantía
para los falsos apóstoles o sus sucesores que ahora se engañan a sí mismos.
Porque los apóstoles no tenían una cátedra como la de Moisés y el cristianismo
no es un sistema de ordenanza o de observancia formales como la ley sino que
cuando el cristianismo es real es el fruto del Espíritu por medio de la vida en
Cristo que es formada y alimentada por la palabra de Dios.
Últimamente se ha instado con bastante confianza y en sectores en los
que uno podría haber esperado mejores cosas a que así como los santos en los
tiempos veterotestamentarios esperaban a Cristo y la vida eterna era de ellos por
medio de la fe aunque ellos estaban bajo la ley, así nosotros que ahora creemos
en Cristo estamos sin embargo y en el mismo sentido bajo la ley al igual que
ellos aunque como ellos somos justificados por medio de la fe. Plausible e
incluso justo como a algunos esto puede parecer yo no dudo en declararlo
extremadamente malvado. Es una forma deliberada de devolver a las almas a la
condición de la cual la obra de Cristo nos ha libertado. Los judíos de antaño
fueron puestos bajo la ley para el sabio propósito de Dios hasta que la
Simiente prometida vino a obrar una completa liberación; y aunque los santos en
medio de ellos se elevaron por encima de esa posición por medio de la fe ellos
estuvieron toda su vida sujetos a servidumbre y al espíritu de temor. (Véase
Hebreos 2). Cristo nos ha libertado por la gran gracia de Dios por medio de Su
muerte y resurrección e inmediatamente después hemos recibido el Espíritu de
filiación por el que clamamos, Abba, Padre. ("Porque no recibisteis
espíritu de esclavitud para reincidir de nuevo en el temor; antes recibisteis
Espíritu de filiación adoptiva, con el cual clamamos; ¡Abba! ¡Padre!" –
BC1957). Y sin embargo, a pesar del más claro testimonio de Dios acerca del
cambio trascendental producido por la venida de Su Hijo y la consumación de Su
obra y el don del Espíritu Santo, se propone pública y seriamente como si ello
fuera parte de la fe una vez entregada a los santos que esta acción maravillosa
y la exhibición de la gracia divina sean desechadas con sus resultados para el
creyente, ¡y que el alma debería ser repuesta bajo el antiguo yugo y en la
antigua condición! Indudablemente esto es precisamente lo que Satanás pretende,
es un esfuerzo por borrar todo lo que es distintivo del cristianismo mediante
un retorno al judaísmo. Uno sólo puede asombrarse de encontrar una aseveración
tan descarada acerca del asunto en hombres que profesan tener luz evangélica.
Entonces, la verdadera respuesta a tales malentendidos acerca de Mateo
23 y a las erróneas aplicaciones de porciones similares de la Escritura Santa
es que todavía nuestro Señor se estaba adhiriendo (y así Él lo hizo hasta el
último momento) a Su apropiada misión mesiánica y esto suponía y mantenía a la
nación y al remanente bajo la ley y no en el poder libertador de Su resurrección.
Y, ¿cuál de los discípulos podía decir en aquel momento, "Así que, en
adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según
la carne, ya no le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una
nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos
reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la
reconciliación". (2ª Corintios 5: 16-19 – BCI ). Por el contrario, este es
ahora el lenguaje normal del cristiano. No se trata de un logro especial ni de
una fe extraordinaria sino de la sencilla sujeción actual al pleno testimonio
cristiano en el Nuevo Testamento. Incluso si fuésemos judíos el antiguo vínculo
es disuelto por la muerte y estamos casados con otro, con Cristo resucitado de
entre los muertos. Por lo tanto, tener la ley y a Cristo como guías y normas es
como tener dos maridos a la vez y ello es una especie de adulterio espiritual.
Ciertamente nosotros también podemos y debemos sacar provecho moral de
la censura de nuestro Señor a los escribas y fariseos: pues, ¡qué es el
corazón! Debemos guardarnos de imponer a los demás aquello en lo que nosotros
mismos actuamos de manera negligente. Debemos estar en guardia para evitar
hacer obras para ser vistos por los hombres. Tenemos que orar contra la
permisión del espíritu del mundo, — el amor a la preeminencia tanto en lo
interior como en lo exterior. (Versículos 4-7). Por eso la palabra es,
"Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro
Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo".
(Versículos 8-10). El asunto no es aquí lo referente a los diversos dones que
el Señor confiere por medio del Espíritu Santo a Sus miembros en Su cuerpo la
Iglesia, sino el de la autoridad de las religiones en el mundo y de un cierto
estatus y respeto en virtud del cargo o posición eclesiástica. Pero el gran
principio moral del reino (que siempre es verdad) es puesto aquí en vigor, a
saber, "El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido".
(Versículos 8-12). La cruz y la gloria celestial no harían más que profundizar
el valor y el significado de estas palabras del Salvador; pero incluso antes de
ambas cosas e independientemente del nuevo orden de cosas en la Iglesia ellas
llevaban Su sello y eran cosas vigentes para el reino.
En marcado contraste con este modelo de servicio verdadero para los
discípulos estaban los escribas y fariseos sobre los cuales el Señor procede a
continuación a pronunciar ocho solemnes ayes. (Versículos 13-33). [Véase nota
19].
[Nota 19]. El
versículo 14 es generalmente omitido por el editor porque no aparece aquí en
los Manuscritos más antiguos aunque se lo encuentra en Marcos 12: 40 y Lucas
20: 47). Por lo tanto, los ayes aquí pronunciados sobre los escribas y
fariseos son siete y no ocho. — [Nota del Editor en inglés].
¿Qué otra cosa podía Él decir acerca de los hombres que no sólo no
entraban en el reino de los cielos sino que impedían la entrada a los que
estaban dispuestos a entrar? ¿Qué otra cosa se puede reprochar a aquellos que
buscan la influencia religiosa sobre los débiles e indefensos para obtener
ganancia? ¡De acuerdo! el celo proselitista de ellos era incansable pero, ¿cuál
era el fruto en las almas delante de Dios? ¿No eran los enseñados, como de
costumbre, el índice más verdadero de tales maestros, por ser más sencillos y
sin reservas en cuanto a sus procederes, objetivo y espíritu? Entonces el Señor
pone de manifiesto las demasiado puntillosas e inútiles distinciones de ellos
que en realidad anulaban la autoridad de Dios insistiendo, como ellos lo
hacían, en las más insignificantes imposiciones en detrimento de las más claras
verdades morales y eternas. A continuación es detectado el esfuerzo por la
apariencia externa con independencia de cuál pudiera ser la impureza interior;
y esto tanto en el trabajo como en las vidas de ellos y en sus personas que
estaban llenas de engaño y voluntad propia, llenas de una afectada gran
veneración por los profetas y los justos de antaño que habían padecido y que ya
no afectaban la conciencia. Esto último les daba más crédito. No existe un
medio más asequible ni más exitoso de ganar una reputación religiosa que esta
muestra de honra por los justos que han fallecido y han desaparecido
especialmente si ellos se conectan con ellos en apariencia como si fueran de la
misma asociación. La sucesión parece ser natural y resulta difícil acusar a los
que honran en este día a los santos fallecidos con el mismo espíritu rebelde
que los persiguió y mató en el propio día de ellos. Pero el Señor los sometería
a una prueba rápida y decisiva y demostraría la verdadera propensión y el
verdadero espíritu de la religión del mundo. "Por tanto, he aquí yo os
envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y
crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de
ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha
derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de
Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar".
(Versículos 34, 35). Era moralmente la misma raza y el mismo carácter en todo.
En justo juicio el Señor añade, "De cierto os digo que todo esto vendrá
sobre esta generación". Así debe ser juzgado de manera íntegra lo que fue
comenzado por sus padres y completado por ellos mismos. Hipócritas y
serpientes, ¿cómo podrían los tales escapar del juicio del infierno?
Pero, ¡qué conmovedor! He aquí el lamento del Señor por la ciudad
culpable, — Su propia ciudad: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas,
y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos,
como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí
vuestra casa os es dejada desierta". (Versículos 37, 38). Su gloria
resplandece más que nunca; el Mesías rechazado es en verdad Jehová. Él habría
juntado (¡y cuántas veces!), pero ellos no quisieron. Ya no era Su casa ni la
de Su Padre sino la de ellos, y les es dejada desierta, vacía. Sin embargo, si
se trata de una palabra solemnemente judicial al final hay esperanza,
"Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el
que viene en el nombre del Señor". Israel todavía tiene que ver a su Rey
pero no Le verá hasta que un remanente piadoso de ellos se convierta para darle
la bienvenida en el nombre de Jehová.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
BC1957
=
SAGRADA BIBLIA BOVER - CANTERA 1957 (Cuarta Edición).
BCI
=
Biblia Francisco Cantera y Manuel
Iglesias, Edición 1975).
Mateo 24
En esta profecía de nuestro Señor en la que vamos a entrar ahora vemos
una confirmación de un gran principio de Dios: a saber, que Él nunca despliega
el futuro de los juicios sobre los rebeldes y de la liberación para Su pueblo
hasta que el pecado se ha desarrollado de tal manera como para manifestar la
ruina total. Tomen ustedes los primeros ejemplos de la Biblia. Y surge la
pregunta, ¿Cuándo fue dicho que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la
serpiente? Y la respuesta es: cuando la mujer fue engañada y el hombre estuvo
en transgresión por los ardides del enemigo; cuando el pecado hubo entrado en
el mundo y por el pecado la muerte. Además, la profecía de Enoc que Judas nos
presenta fue pronunciada cuando el tiempo de la paciencia de Dios con el mundo
de aquel entonces casi había llegado a su fin y el diluvio estaba a punto de
dar testimonio de Su juicio sobre la corrupción y la violencia del hombre.
De este modo, ya sea que consideremos la primera predicción de Cristo
antes de la expulsión de Edén, o el testimonio de la venida de Jehová para
juzgar antes del diluvio, la profecía entra cuando el hombre se ha arruinado
por completo. De modo que Noé, cuando el fracaso hubo entrado en su familia y
en él mismo, lo vemos guiado por el Espíritu Santo en un resumen profético de
toda la historia del mundo comenzando con el juicio de aquel que despreció a su
padre (aunque fuera para su propia vergüenza) y continuando con la bendición de
Sem y la porción de Jafet. (Véase Génesis 9: 18-29). Así es más adelante con
las profecías de Balaam y de Moisés, "Y asimismo todos los profetas, desde
Samuel, y los que le sucedieron" (Hechos 3: 24); pues la de Samuel es la
época notable que el Nuevo Testamento señala como el comienzo de la gran línea
de los profetas. ¿Y por qué? Porque fue el día en que Israel abandonó
abiertamente a Dios como su Rey consumando el pecado que el corazón de ellos
concibió en el desierto cuando buscaron un capitán para volver a Egipto.
(Números 14: 4). Se trató de una crisis de soberbia en Israel cuya bendición
consistía en ser un pueblo separado de todo lo que lo rodeaba por y para Jehová
su Dios, el cual ciertamente les habría proporcionado un rey de su propia
elección si hubiesen esperado Él en lugar de elegir ellos mismos para deshonra
de Dios y para degradación y dolor de ellos para ser como las naciones.
El mismo principio es conspicuamente aplicable a la época en que los
grandes libros proféticos fueron escritos, — Isaías, Jeremías y los demás. Ello
fue cuando toda la esperanza inmediata había huido y los hijos de David no
lograron la liberación sino que por su muy grande iniquidad y sus profanos
insultos a Dios Él se vio moralmente forzado a declarar a la nación como siendo
"Lo-ammi", — "No pueblo mío". (Véase Oseas 1). Antes,
durante, y después de la cautividad el Espíritu de profecía puso de manifiesto
el pecado de los reyes, de los sacerdotes, de los profetas (los falsos) y del
pueblo pero señaló al Mesías venidero y al nuevo pacto. Y a Él lo hemos visto
en nuestro Evangelio realmente venido pero creciente y totalmente rechazado por
Israel y rechazadas todas las promesas y esperanzas de ellos en Él; y ahora, en
la perspectiva cercana de Su muerte a manos de ellos, y por ello la peor de sus
muertes, el Señor rechazado ocupa este
tono profético.
"Y SALIENDO Jesús, se iba del Templo". Mateo 24: 1 – VM). Y
esto porque, ¿qué era el templo ahora? Un cadáver y nada más. "He aquí vuestra
casa os es dejada desierta". (Mateo 23: 38). [Véase nota 20].
[Nota 20]. El Señor del templo fue rechazado; la casa
de Israel fue abandonada; la Gloria regresó al cielo. (Compárese con Ezequiel
10: 2-4, 18-19, y con Ezequiel 11: 22, 23). Cuando los juicios sobre Israel los
haya hecho regresar al Señor la Gloria regresa de la misma manera en que se
había marchado. Compárese con Ezequiel 43: 1-4, y con Zacarías 14: 1-9. [Nota
del Editor en inglés].
"Se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del
templo. Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no
quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada". (Mateo 24: 1, 2).
Los corazones de los discípulos estaban en aquel entonces, como demasiado a
menudo están los nuestros ahora, ocupados con las apariencias inmediatas y la
gran exhibición de grandeza en el servicio de Dios; pues el halo de las
asociaciones era luminoso delante de los ojos de ellos. Pero Jesús dicta
sentencia sobre todo lo que incluso ellos admiraban en la tierra. En verdad,
cuando Él salió del templo desapareció todo lo que le daba valor a los ojos de
Dios. Al estar Jesús afuera, ¿qué hay en este mundo sino una vana apariencia o
algo peor? ¿Y cómo liberta el Señor a los Suyos del poder de la tradición y de
cualquier otra fuente de atracción para el corazón? Él desvela las
comunicaciones de Su pensamiento y proyecta la luz del futuro sobre el
presente. ¡Cuán a menudo la mundanalidad no juzgada en el corazón de un
cristiano se delata a sí misma por la falta de aprecio por la revelación de
parte de Dios de lo que Él va a hacer! ¿Y cómo puedo yo disfrutar la venida del
Señor si ella es para derribar mucho de lo que yo estoy tratando de construir
en el mundo? Por ejemplo, un hombre puede estar tratando de ganar o mantener un
estatus por su habilidad y puede estar esperando que sus hijos puedan
sobrepasarlo por medio de las ventajas superiores que ellos disfrutan. Según
una idea tal se basa toda la grandeza humana; de hecho, ello es "el
mundo". Cristo viniendo otra vez es una verdad que demuele todo el
entramado debido a que si nosotros realmente esperamos Su venida como algo que
puede ser en cualquier momento, — si nos damos cuenta de que estamos colocados
como siervos a la puerta con su pomo en la mano esperando que Él llame (y no
sabemos cuán pronto), y deseando abrirle inmediatamente
(¡"Bienaventurados son aquellos siervos"!), — si esa es nuestra
actitud, entonces, ¿cómo podemos tener tiempo o corazón para lo que ocupa al
ajetreado mundo que olvida a Cristo? Además, nosotros no somos del mundo como
tampoco lo es Cristo; y en cuanto a los medios y agentes que el mundo ocupa
para llevar a cabo sus planes, al mundo nunca le faltarán hombres para hacer su
trabajo. Pero nosotros tenemos una tarea más elevada y es indigno de nosotros
buscar los honores del mundo que rechaza a nuestro Señor. Que nuestra posición
externa sea siempre tan nimia o complicada pero, ¿qué es tan glorioso como
servir a Cristo nuestro Señor? Y Él viene.
En la cruz nosotros vemos a Dios humillándose, — el Único de toda
grandeza rebajándose para salvar mi alma, — el Único que todo lo manda
haciéndose Siervo de todos. Una persona no puede recibir la verdad de la Cruz
sin que su andar esté de acuerdo con el espíritu de la misma en cierta medida.
Sin embargo, ¡cuántos santos de Dios consideran la cruz no tanto como aquello
por lo que el mundo ha sido crucificado para ellos y ellos para el mundo
(Gálatas 6: 14) sino más bien como ¡el remedio mediante el cual ellos son
libertados del temor para hacerse un lugar cómodo en el mundo! El cristiano
debiese ser el más feliz de los hombres pero su felicidad debería consistir en
lo que él sabe, a saber, que su porción es en Cristo y con Cristo. Mientras
tanto nuestros servicio y obediencia deben ser formados según el espíritu de la
cruz del Señor Jesucristo. La maldad del hombre y la gracia de Dios salieron a
relucir completamente en la cruz pues todo ello allí se encontró: y sobre esta
gran verdad se fundamenta lo que se dice a menudo en la Escritura: "El fin
de todas las cosas se acerca" (1a Pedro 4: 7); porque todo ha sido sacado
a la luz en las formas morales y en los tratos dispensacional entre Dios y el
hombre.
El Señor trata con los discípulos donde ellos estaban. Ellos eran judíos
creyentes y piadosos. Sus asociaciones relacionaban a Cristo y el templo
juntamente. Ellos sabían que Él era el Mesías de Israel y esperaban que Él
juzgara a los romanos y reuniera a todos los dispersos de la descendencia de
Abraham desde los cuatro vientos del cielo. Ellos esperaban que se cumplieran
todas las profecías acerca de la tierra de Israel y de la ciudad, Jerusalén. No
había en la mente de los discípulos en aquel momento ningún pensamiento acerca
de Jesús yendo al cielo y de que Él se quedara allí por mucho tiempo, ni de la
dispersión de Israel, ni de los gentiles siendo llevados al conocimiento de
Cristo. Por consiguiente, esta gran profecía en el monte de los Olivos comienza
con los discípulos y con la condición de ellos. Sus corazones estaban demasiado
ocupados con los edificios del templo. Pero el Señor ahora rechazado anuncia que
"no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada". Esto
excitó en gran medida el deseo de los discípulos de comprender la manera en que
iban a suceder tales cosas. Ellos sabían por las profecías que había un tiempo
de atroz dolor para Israel y no sabían cómo conjugar esto con la bendición que
se les había predicho. Por lo tanto ellos le preguntan, "¿Cuándo serán
estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo (edad)?"
(Versículos 2, 3).
"Tu venida" significa la presencia del Señor con ellos en la
tierra; y el "fin del siglo (edad)" es una palabra totalmente
diferente de la que es traducida como "mundo" en otros lugares y ella
significa aquí el fin del tiempo durante el cual nuestro Señor debía estar
ausente de ellos. Ellos deseaban conocer la señal de Su presencia con ellos.
Sabían que nunca podría haber tal desolación si su Mesías estuviese reinando
sobre ellos. Ellos deseaban saber cuándo llegaría el tiempo de dolor y cuál
sería la señal de Su presencia que le daría fin e introduciría un gozo
interminable.
"Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe. Porque
vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos
engañarán". (Versículos 4, 5). En las Epístolas nunca hay un pensamiento
exactamente tal como advertencia a las personas contra los falsos Cristos
porque las Epístolas están dirigidas a cristianos; y un cristiano no podría ser
engañado por las pretensiones de un hombre de ser Cristo. Ello es muy apropiado
aquí porque los discípulos no son vistos en este capítulo como los
representantes de nosotros los cristianos ahora sino como representantes de los
futuros judíos piadosos. Nosotros como cristianos no tenemos nada que ver con
la destrucción del templo; ello no nos afecta de ninguna manera. Como remanente
de la nación estos discípulos estaban esperando que el Mesías introdujese
gloria. Por lo tanto el Señor les advierte que si entre ellos se levantara
alguno diciendo: «Yo soy el Cristo», ellos no debían creerle. Había llegado el
momento en que debía aparecer el Mesías verdadero. Y Él había aparecido pero
Israel Le había rechazado endureciéndose ellos mismos en la mentira de que
nuestro Señor no podía ser el Prometido. Pero Israel no había renunciado
todavía a la esperanza del Mesías y esto los expone al engaño del cual se habla
aquí (es decir, a personas que dicen, «Yo soy Cristo»). En cualquier caso el
rechazo del Cristo verdadero los expone a la recepción de un Cristo falso.
Nuestro Señor les había advertido acerca de esto. "Yo he venido en nombre
de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése
recibiréis". (Juan 5: 43). Si un mesías viniera lleno de sí mismo y de
Satanás la nación debería ser entregada a recibir al falso como justa
retribución por haber rechazado al Verdadero. Los discípulos eran los
representantes de los judíos piadosos y fueron advertidos de lo que debía
acontecer a su nación. Pero tomen ustedes la epístola de Juan y ¿qué tienen
allí? "Amados, no creáis a todo espíritu". ¿Por qué? Porque la gran
cosa por la que se distingue la Iglesia es la presencia del Espíritu Santo y el
engaño contra el que tenemos que velar son los espíritus falsos y no los
Cristos falsos aunque hay muchos anticristos. El peligro de los cristianos es
contristar al Espíritu Santo, — no, es más bien escuchar a los falsos
espíritus. "No creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de
Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo". (1ª Juan 4:
1). Hay falsos profetas ahora y
espíritus malignos obran en ellos. En estos días la fe tanto en el Espíritu
Santo como en el poder de Satanás está muy debilitada. Las personas sólo
consideran al hombre mientras que la Escritura habla mucho de Dios y de
Satanás. Lo que da poder a Satanás sobre un profesante del nombre de Cristo es
la tolerancia del pecado. Satanás no tiene ni una pizca de poder contra un hijo
de Dios que mira a Jesús; pero donde el yo es permitido ello es una oportunidad
para que Satanás entre.
Aquí es un asunto acerca de falsos Cristos porque nuestro Señor estaba
hablando a los discípulos sobre las circunstancias y esperanzas judías aunque
después pasa a temas cristianos. La profecía consiste de tres grandes partes.
El remanente judío tiene su historia descrita completamente y después viene la
porción de los cristianos y luego la de los gentiles. La profecía se divide en
estas tres secciones. En primer lugar son presentados los judíos porque los
discípulos aún no habían sido sacados de su posición judía pues sólo cuando
Cristo fue crucificado la pared de separación fue derribada. (Véase Efesios 2:
11-22). La intención de nuestro Señor fue tomar un remanente judío y mostrar
que habría una compañía en el último día en el mismo terreno que estos
discípulos, — los cristianos entrarían en medio. Esto lo tenemos descrito en la
última parte del capítulo y en la mayor parte de Mateo 25. Luego tenemos a los
gentiles, "todas las naciones" reunidas ante el Hijo del Hombre.
(Mateo 25: 31-46). Tal es el hilo de conexión entre las partes de este gran
discurso.
"Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y
a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os
turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el
fin". (Versículos 5, 6). Observen ustedes que hay dos grandes advertencias
morales presentadas por nuestro Señor. En primer lugar ellos debían cuidarse de
una esperanza verdadera aplicada falsamente. Falsos Cristos se aprovecharían
del hecho de que los judíos debiesen estar esperando a Cristo y pretenderían
ser Cristo. En segundo lugar ellos podrían ser aterrorizados por el enemigo que
sabe cómo utilizar tales circunstancias. Por lo tanto, el versículo 6 los
previene contra las alarmas: "Oiréis de guerras y rumores de
guerras". Claramente esto no es para el cristiano pues, ¿dónde advierte el
Espíritu Santo al cristiano acerca de tribulación derivada de guerras y de
rumores de guerras? ¡No encontramos nada acerca de ello en las Epístolas donde
la Iglesia Cristiana es sacada a la luz. ¿Acaso esto es negar la importancia de
la advertencia del Señor? ¡Dios no lo permita!
Pero la porción que estamos considerando no se refiere a cristianos sino
a los discípulos judíos tal como eran en aquel entonces y como serán. Nuestro
llamamiento tiene lugar después de que nuestro Señor fue al cielo y antes de
que Él regrese en gloria, mientras que el remanente judío será encontrado en el
día postrero en un terreno similar y con esperanzas como las que tenían los
discípulos a los que nuestro Señor se dirigía aquí. Si nosotros queremos juntar
las cosas correctamente en la palabra de Dios debemos observar de qué habla Él
y a quién habla Él. Si yo que soy un gentil adopto el lenguaje de un judío yo
incurro en un gran error; o si un cristiano adopta el lenguaje de un judío o de
un gentil nuevamente se incurre en el mismo error. Por eso es que en 2ª Timoteo
2: 15 se enfatiza tanto el hecho de trazar "correctamente la palabra de
verdad" (RV1977), o cortar "en línea recta la palabra de verdad"
(JND), o dividir "correctamente la palabra de verdad" – KJV).
Nosotros encontramos diversos modos de obrar de Dios según Su voluntad soberana
acerca de aquellos con quienes Él trata y debemos tener cuidado de aplicar Su
palabra correctamente. Los discípulos, como remanente judío teniendo un
llamamiento peculiar en una tierra particular, la tierra de Judea, si oían de
guerras y rumores de guerras no debían turbarse: "Porque es necesario que
todo esto acontezca; pero aún no es el fin". ¿Encontramos nosotros alguna
vez a los apóstoles diciendo: «Aún no es el fin para
nosotros?» Por el contrario, de nosotros
se dice (1ª Corintios 10: 11), "a quienes han alcanzado los fines de los
siglos"; mientras que al dirigirse el Señor al remanente judío él dice,
"aún no es el fin", — porque muchas cosas deben cumplirse aún antes
de que los judíos puedan entrar en su bendición. Pero para los cristianos todas
las cosas son nuestras en Cristo incluso ahora; la bendición nunca es
pospuesta, si bien nosotros esperamos la corona en Su venida.
La diferencia es inmensamente importante también de manera práctica
porque el cristiano no es del mundo como tampoco lo es Cristo, lo cual no
podría decirse igualmente del cuerpo judío que va a ser llamado en el día
postrero. Para nosotros "las guerras y rumores de guerras" no
debiesen ser una fuente de turbación aunque ciertamente deberían ser una
ocasión de santas preocupación e intercesión en el espíritu de gracia y esto
por todos los implicados. Por el contrario, el remanente judío no será separado
de esta manera celestial y las luchas terrenales que entonces harán estragos en
el país y en sus alrededores no pueden dejar de afectarlos grandemente: de modo
que ellos necesitarán especialmente abrigar confianza en las palabras del
Salvador y no turbarse como si el asunto fuera dudoso o si ellos mismos fueran
olvidados en aquel día de obscuridad. Ellos deben esperar pacientemente;
"Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá
pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio
de dolores". Es evidente que el lenguaje sólo es aplicable en toda su
fuerza a judíos, — a judíos creyentes, obviamente, pero no obstante judíos en
medio de una nación castigada judicialmente por su apostasía de Dios y el
rechazo de su propio Mesías.
Por lo tanto el Señor prepara a los discípulos judíos, o remanente
judío, para sus pruebas especiales parcialmente verdaderas después de Su
partida hasta la destrucción de Jerusalén, y que se verificarán más plenamente
antes de que Jerusalén vuelva a ser reconocida después de la destrucción del
Anticristo. "Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis
aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Muchos tropezarán
entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se aborrecerán".
(Versículos 9, 10). Habrá falsa profesión y aborrecimiento para con los fieles
incluso entre ellos mismos, — no sólo tribulaciones afuera: "Y muchos
falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado
la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin,
éste será salvo". (Versículos 11-13). Por tanto hay un cierto período
definido de perseverancia, — y un final que vendrá tan verdaderamente como hubo
un principio de dolores. Pero, ¡cuánta prueba, y oscuridad, y padecimiento, y
escándalo (o tropiezo) antes de que llegue ese final! Cuando en el Evangelio de
Juan nuestro Señor habla de la parte del cristiano Él nunca nombra ni un
principio ni un final sino que más bien da a entender que la tribulación debe
ser esperada a lo largo de la carrera del cristiano pues leemos, "En el
mundo tendréis tribulación". (Juan 16: 33 – VM). Y este es el lenguaje y
el pensamiento constantes en las Epístolas donde indudablemente nuestro
llamamiento es considerado.
Sigue después una última señal. "Y será predicado este evangelio
del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces
vendrá el fin." (Versículo 14). El evangelio de la gracia de Dios no es lo
mismo que el evangelio del reino. Ambos deben ser predicados, — a saber, que
Dios está salvando almas ahora de Su mero favor por medio de Cristo; y que hay
un reino que Él va a establecer por medio de Su poder en breve, un reino que va
a abarcar toda la tierra. Por lo tanto, antes de que llegue el fin habrá un
testimonio especial de esta venida del Señor tal como Él lo da a entender aquí.
De este modo, en Apocalipsis 14 un ángel es visto por Juan en visión profética
teniendo el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra y a
toda nación y "diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque
la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la
tierra, el mar y las fuentes de las aguas. No se puede decir ahora que la hora
de Sus juicios ha llegado porque por el contrario y expresamente hoy es el día
de Su gracia y Su salvación. Por lo tanto, claramente la inferencia es que
justo antes del fin de esta era o edad habrá una notable energía del Espíritu
en medio de los judíos; y de ese mismo pueblo que antaño rechazó a Jesús
saldrán mensajeros del reino tocados por Su gracia para anunciar la caída sin
demora del juicio divino y el establecimiento del reino de los cielos en poder
y gloria. ¿Quién, en la misericordia de Dios, es tan idóneo para proclamar al
Mesías que regresa como algunos de la misma nación que antaño Le había clavado
en la cruz, — para proclamarle ahora entre todos los orgullosos gentiles cuyo
representante de aquel entonces habían inscrito sobre su cruz: "ESTE ES
JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS"? (Mateo 27: 37). El testimonio será difundido
entonces universalmente. ¡Cuán humillante para la cristiandad! con el
catolicismo romano y el islamismo, y también el paganismo prevalente aún en
Asia y África, — la mayor parte de la humanidad. Y sin embargo los hombres
cristianos cierran sus ojos ante los hechos más claros y más solemnes, ¡y se
jactan de los triunfos del Evangelio!. No: los gentiles han sido sabios en sus
propias presuntuosidades aunque la gracia soberana ha actuado a pesar de todo;
pero proclamar el reino venidero en toda la tierra habitable está reservado
para otros testigos cuando la "apostasía" haya sido completa en la
cristiandad y el hombre de pecado haya sido manifestado.
En el versículo 15 el Señor no nos muestra señales generales del fin que
se aproxima o lo que debería distinguir en general el final de los primeros
dolores de Israel, sino que señala circunstancias del carácter más definido que
pueden ser aplicadas tal vez parcialmente a lo que ocurrió antes de la caída de
Jerusalén bajo Tito, pero que sólo pueden cumplirse en el futuro de Israel si
prestamos la debida atención a la peculiaridad de la escena, a la conexión de
la profecía y, sobre todo, a la consumación en la que todo ha de terminar.
Luego nuestro Señor señala en primer lugar a un profeta judío. "Por
tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el
profeta Daniel (el que lee, entienda)", etcétera. (Mateo 24: 15). El paréntesis
advierte que la predicción
podría ser malinterpretada, — en todo caso, ella exigía atención. Dos pasajes
de la profecía (Daniel 11: 31 y Daniel 12: 11) hablan de esta abominación; pero
yo no dudo en decir que lo primero era una prefiguración de los hechos de
Antíoco Epífanes siglos antes de Cristo, y que lo segundo es aquello a lo que
se hace referencia aquí y que aún no se ha cumplido. Totalmente distinto de la
época de Antíoco Daniel 12 habla de otro ídolo que trae desolación en su
séquito y esto expresamente "al tiempo del fin
". (Daniel 11: 40 – VM). Leemos también, "Muchos serán limpiados,
emblanquecidos y purificados; pero los impíos obrarán impíamente, y ninguno de
ellos entenderá. Pero los sabios, sí entenderán". (Daniel 12: 10 – VM). En
esto tenemos otro eslabón de conexión con las palabras de nuestro Señor: "el
que lee, entienda". "Y desde el tiempo en que fuere quitado el
holocausto continuo, es a saber, para poner allí la abominación desoladora,
habrá mil doscientos y noventa días". (Daniel 12: 11 – VM). Así, además
del mal idolátrico impuesto por
el acérrimo rey del norte Antíoco mucho antes de que el Señor apareciera,
Daniel mira hacia el futuro a un mal similar al final de los dolores de Israel
cuya destrucción precede inmediatamente a su liberación final.
"Bienaventurado el que espere". (Daniel 12: 12). En cuanto a esto
último nuestro Señor cita al profeta judío y arroja más luz sobre el mismo
tiempo y las mismas circunstancias.
La conclusión es clara y cierta: a saber, en el versículo 15 de Mateo 24
nuestro Señor alude a la parte de Daniel que es aún futura y no a lo que era
historia cuando Él habló esto en el
monte de los Olivos. Yo soy consciente de que algunos han confundido el asunto
con lo que leemos en Daniel 8 y 9. Pero en Daniel 8, "la prevaricación
asoladora" (Daniel 8: 13) no es lo mismo que ""la abominación
desoladora"; ni podemos identificar absolutamente "el fin de la
indignación" (Daniel 8: 19 – VM)
con el "tiempo del fin ". (Daniel 11: 40 – VM). (Compárese con
Isaías 10). Tomar nota de las diferencias de la Escritura es tan importante
como tomar nota de los puntos de semejanza y de contacto. El último versículo
de Daniel 9 podría parecer que tiene mayores afirmaciones. Tenemos allí un
pacto confirmado por una semana y después a la mitad de la semana el sacrificio
y la oblación son interrumpidos, después de lo cual y debido a la protección de
las abominaciones, o ídolos, hay un desolador, "hasta que la consumación y lo que está determinado será derramado
sobre la desolada" (es decir, sobre Jerusalén). (Daniel 9: 25 – JND;
KJV). Yo he presentado así lo que concibo como el verdadero sentido de este
importante pasaje porque cuando ello es expresado con precisión la supuesta
semejanza con "la abominación desoladora" desaparece. Un desolador
que viene debido a la protección otorgada a las abominaciones es muy distinto
de la abominación desoladora o del ídolo que aún va a estar en el santuario. La instalación
de esta abominación está
relacionada con la fecha de mil doscientos noventa días. Incluso para los que
interpretan esto como que son tantos años es imposible aplicar la profecía a la
destrucción de Jerusalén o a su templo por los romanos. Si ello hubiera sido
así el período de bendición debió llegar mucho tiempo antes para Israel.
Entonces, ¿ha fallado la profecía? No; sino que los lectores no han logrado
comprenderla. Nosotros no debemos corregir el lenguaje de la Escritura sino
nuestras interpretaciones: debemos volver a la palabra de Dios una y otra vez y
ver si acaso no nos hemos desorientado.
La verdad es que la comprensión de Daniel 12 es de suma importancia para
obtener el debido provecho de Mateo 24. En su primer versículo tenemos un claro
hito: "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de
parte de los hijos de tu pueblo". No puede haber ninguna duda justa acerca
de que el pueblo de Daniel significa los judíos y que una poderosa intervención
en favor de ellos es insinuada; pero como de costumbre no sin la más severa
prueba de la fe. Porque "será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que
hubo gente hasta entonces". Esto es lo que nuestro Señor tiene
indudablemente en perspectiva en el versículo 21 de Mateo 24: "porque
habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del
mundo hasta ahora, ni la habrá". No puede haber dos tribulaciones para el
mismo pueblo, cada una de las cuales es mayor: pues ambas afirmaciones se
refieren a la misma tribulación. Ahora bien, Daniel está muy seguro al afirmar
que "en aquel tiempo será libertado tu pueblo (los judíos)". ¿Quién
puede pretender que Miguel defendió a Israel contra Tito más de lo que no los
defendió contra Nabucodonosor? ¿Acaso no sabe todo el mundo que en aquel tiempo
lejos de ser libertados fueron completamente vencidos por los romanos y que los
que escaparon de la espada fueron vendidos como esclavos y esparcidos por el
mundo? Dios estaba en aquel entonces en contra y no a favor de Israel; y como
el Rey de la parábola Él se enojó, envió a sus ejércitos, destruyó a esos
homicidas y quemó la ciudad de ellos. (Véase Mateo 22: 1-7). Por el contrario,
la hora inigualable de dolor es aquí justo antes de la liberación de ellos por
parte de Dios, no antes del cautiverio de ellos.
Trasladando esto a nuestro capítulo la visión del ídolo desolador en el
lugar santo es la señal para huir. "Entonces los que estén en Judea, huyan
a los montes". (Versículo 16). No hay ningún pensamiento acerca de una
señal para los cristianos como tales sino para los discípulos judíos en la
tierra santa; y esto es para que se retiren inmediatamente de la escena de
peligro. "El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su
casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de
las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días!" (Versículos
17-19). Se ha procurado encontrar en esto la advertencia por la cual algunos
huyeron a Pella (N. del T.: en la región de la Decápolis, al otro lado del río
Jordán) en el intervalo después de que el oficial militar romano rodeara la
ciudad y antes del saqueo final bajo el comandante victorioso. Pero esto surge
del hecho de confundir Lucas 21: 20-24 con Mateo 24: 15-21; mientras que esos
pasajes son manifiestamente distintos a pesar de una medida de analogía entre
ellos. Pertenece a la esfera dada por el Espíritu al gran evangelista gentil
(Lucas) el hecho de señalar el pasado asedio romano así como la actual
supremacía de las naciones que huellan Jerusalén hasta que los tiempos de
dichas naciones se cumplan. (Lucas 21: 20-24). Sin embargo Mateo tuvo su propia
tarea al presentar la gran crisis futura, al menos desde el versículo 15. Y es
evidente que así como la abominación en el lugar santo difiere ampliamente de
los ejércitos que rodean Jerusalén, había amplio espacio para la salida más
pausada de la ciudad amenazada (en efecto, para que los más impedidos y los
enfermos de ambos sexos se marchen) después de que Cestio Galo (N. del T.:
procónsul de Siria desde el 63 al 65 d. C) se retiró. Por lo tanto, yo llego a
la conclusión de que por medio de Mateo nuestro Señor nos presenta lo que atañe
al tiempo del fin; por medio de Lucas lo que se refiere al pasado, y al
presente también, someramente, así como al futuro. Mateo, por ejemplo, no pudo
hablar acerca de Jerusalén siendo hollada por los gentiles como lo hizo Lucas
porque aquí en Mateo 24 él se ocupa solamente de los horrores que preceden
inmediatamente a la bendición y liberación de Israel. Lucas tiene tanto un
tiempo anterior como uno posterior de tribulación: Mateo, a partir del
versículo 15, se limita a este último tiempo.
"Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de
reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá". (versículos 20, 21). ¡Qué
considerado es el Señor! Y cuán ciertamente Sus discípulos pueden contar con Su
cuidado en aquel día, que sus peticiones serán atendidas de modo que no
obstante lo urgente que deba ser la huida de ellos ¡ni la estación inclemente
ni el día de reposo judío la entorpecerán! Aquí hay nuevamente otra prueba de
que no son los cristianos sino Sus seguidores judíos los que están
contemplados. Santo como es el día de reposo, yo no dudo en decir que el día del
Señor con el que la Iglesia tiene que ver está fundamentado en una santidad más
profunda. Por una parte el creyente tiene que cuidarse ahora de confundir el
día de reposo (día sábado)
con el día del Señor (día domingo) y por otra parte tiene que cuidarse de
suponer que porque el día del Señor no es el día de reposo él puede por lo
tanto convertirlo en una referencia egoísta o mundana. El día de reposo es el
santo memorial de la creación y de la ley, como el día del Señor es de la
gracia y de la nueva creación en la resurrección del Salvador. Como cristianos
no somos de la vieja creación ni estamos bajo la ley, sino que estamos en el
terreno totalmente diferente de Cristo muerto y resucitado. El día de reposo
era para el hombre y el judío, — era el último día de la semana y uno
simplemente de descanso que debía compartirse con el buey y el asno. Esta no es
la idea cristiana que comienza la semana con el Señor, Le da lo mejor a Él en
adoración y es libre de trabajar para Él todo lo posible en medio del pecado y
la miseria del mundo.
Nosotros tenemos así a cada paso un nuevo testimonio del verdadero
significado de la profecía. Para nosotros el lugar santo está en el cielo no en
Jerusalén; para nosotros no se trata de escapar de alguna tribulación sin
precedente sino de estar preparados para padecer con y por Cristo y
regocijarnos siempre en ello; para nosotros, recogidos de todas las naciones y
lenguas los montes que rodean Judea no son ningún escondite adecuado; tampoco
el invierno o el día de reposo podrían ser una fuente justa de alarma. Cada
palabra es para que nosotros la examinemos con cuidado y nos beneficiemos
mediante ella; pero la evidencia indica inequívocamente un cuerpo de judíos
convertidos en el día postrero que no se encuentra en la luz y el privilegio de
la Iglesia sino que tiene esperanzas judías; y mientras ellos esperan al Mesías
se les advierte cómo escapar de los engaños y las aflicciones abrumadores de
ese día. Se trata de la carne siendo salvada (Mateo 24: 22) y no de la comunión
con los padecimientos de Cristo y la conformidad con Su muerte para tener parte
en la resurrección de entre los muertos independientemente del costo de ello.
Por tanto tampoco hay algún pensamiento aquí acerca de la venida de Cristo para
tomarnos a Sí mismo y darnos moradas donde Él está en la casa del Padre sino de
Su aparición en gloria para destruir enemigos, para juzgar lo que estaba muerto
y era ofensivo para Dios, y para liberar a los dispersos escogidos de Israel.
Por causa de ellos esos días de terror serán acortados. Las advertencias de los
versículos 23-28 concuerdan con esto: "Entonces, si alguno os dijere:
Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis. Porque se
levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y
prodigios", etcétera. (versículos 23, 24). ¿Podría un engaño tal
ser dirigido incluso al más sencillo cristiano que espera al Hijo de Dios desde
el cielo? Sin embargo ello es muy inteligible si pensamos en estos futuros
discípulos judíos que podrían esperar algo parecido de una predicción como la
de Zacarías 14 donde encontramos que el monte de los Olivos es el lugar
designado en el cual Jehová-Mesías aún ha de afirmar Sus pies. Bien podemos
concebir rumores para tales santos de que el Mesías estaba en el desierto o en
los aposentos: ellos podrían engañar a los que esperaban encontrarse con el
Señor en la tierra pero no a los que saben que van a reunirse con Él y con los
resucitados en el aire. (1ª Tesalonicenses 4; 2ª Tesalonicenses 2).
Entonces la forma de Su presencia para liberar a los judíos es dada a
conocer como el modo de evitar los engaños de ellos: "Porque como el
relámpago que sale", etcétera. Las figuras (versículos 27, 28) que
ilustran la presencia del Hijo del Hombre comunican el pensamiento de una
terrible manifestación repentina y de un juicio rápido e inevitable sobre lo
que en aquel entonces no es más que un cuerpo sin vida delante de Dios con
independencia de cuáles hayan sido sus pretensiones. Sin embargo, no se habla
de nada parecido cuando la Escritura describe el descenso del Señor para
recibir a Sus santos resucitados. ¿Y cuál es el resultado de aplicar mal así
estos versículos? La indignante interpretación de que "el cuerpo
muerto" se refiere a Cristo y "las águilas" a los santos
transfigurados o lo contrario, merece censura, no comentario. Tampoco es
necesario refutar la afirmación establecida para los estandartes romanos.
Aplicado a Israel todo es sencillo. El cuerpo muerto representa la parte
apóstata de dicha nación; las águilas, o buitres, son figura de los juicios que
caen sobre ella. No se trata solamente de que habrá una relampagueante
exhibición de Cristo en juicio sino que los agentes de Su ira sabrán dónde y
cómo lidiar con lo que es abominable ante la vista de Dios. La alusión es a Job
39: 30.
"E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el
sol se oscurecerá, etcétera. (Versículos 29-31). Difícilmente se me puede pedir
que mencione el antiguo esfuerzo de aplicar estos versículos al triunfo romano
sobre Jerusalén. A primera vista, ¿acaso se podría decir que esto sucedió
"inmediatamente después de la tribulación", o acaso ello no fue más
bien la coronación de la aflicción judía? — no el cambio glorioso de sus
padecimientos por una liberación divina. Cualesquiera que sean los portentos
que el historiador Josefo reporte ellos tuvieron lugar más bien durante
la tribulación que él registra; mientras que las señales de las que se habla
aquí, literales o figurativas, han de seguir a "la tribulación de
aquellos días" (es decir, la crisis futura de Jerusalén). No; uno mayor
que Tito está aquí; y es anunciado un acontecimiento en conexión con ese pobre
pueblo que cambiará el rostro y la condición de todas las naciones.
"Entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará
sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro
vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro". Los escogidos son en
todo momento la descendencia escogida de
Israel (versículos 22, 24, 31. Compárese con Isaías 65). Hay otros escogidos,
sin duda; pero debemos interpretar siempre por el contexto; y esto en el
presente caso parece perfectamente evidente. Yo creo que El Hijo del Hombre en
el cielo y visto allí es la señal para los que están en la tierra. Esto llena
de lamento a todas las tribus; y Cristo viene visiblemente para el juicio.
Otras Escrituras muestran que los santos celestiales ya han sido trasladados y
que en aquel entonces van a acompañar a su Señor pero nada de esto aparece
aquí. Ello habría sido prematuro. Además, el objetivo de esta parte de la
profecía es mostrar Su venida para el alivio y la recogida de Sus escogidos de
Israel. Por eso es Él está presente como Hijo del Hombre (es decir, judicialmente,
véase Juan 5: 27); y también por eso Él envía Sus ángeles con gran voz de
trompeta. "Acontecerá también en aquel día, que se tocará con gran
trompeta, y vendrán los que habían sido esparcidos en la tierra de Asiria, y
los que habían sido desterrados a Egipto, y adorarán a Jehová en el monte
santo, en Jerusalén". (Isaías 27: 13). No sólo se trata de la proclamación
del año de la buena voluntad de Jehová sino del día de la venganza de Dios.
(Véase Isaías 61: 1, 2). "Y vosotros, hijos de Israel, seréis reunidos uno
a uno". (Isaías 27: 12). Los cuatro vientos en conexión con Israel no
plantean ninguna dificultad sino más bien lo contrario. (Véase Zacarías 2: 6).
Así como Jehová los había dispersado y esparcido "por los cuatro vientos
de los cielos", ahora Sus escogidos serán reunidos.
El esquema general y la visión especial de la porción judía han sido
presentados hasta ahora en el capítulo 24. Esto es ilustrado a continuación
tanto a partir de la naturaleza (versículos 32, 33), como de la Escritura (versículos
34, 35), y finaliza con una aplicación adecuada (Versículos 42-44).
"De la higuera aprended la parábola [o, su parábola]".
(Versículo 32). La higuera es el bien conocido símbolo de la nacionalidad
judía. La vimos en Mateo 21 produciendo nada más que hojas, — esa generación
entregada a la maldición de la perpetua infructuosidad independientemente de lo
que la gracia puede hacer por la generación venidera. En Lucas 21 la palabra
es: "Mirad la higuera y todos los árboles" porque el Espíritu
Santo de principio a fin de este evangelio y de manera notable en ese capítulo
presenta a los gentiles. Lucas abarca un ámbito más amplio que Mateo y trata
expresamente acerca de las aflicciones de Jerusalén en relación con "los
tiempos de los gentiles". Por eso tenemos la diferencia incluso en las
figuras ilustrativas. Aquí en Mateo es el árbol con renovados signos de vida, —
la nacionalidad judía revivida: "Cuando ya su rama está tierna, y brotan
las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis
todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (es decir, el
fin de esta era y el comienzo de la siguiente bajo el Mesías y el nuevo pacto).
Pero el Salvador advierte solemnemente que "esta generación", esta
raza que rechaza a Cristo en Israel no pasará hasta que todas estas cosas
sucedan.
La noción de que todo se cumplió en el pasado asedio de Jerusalén
fundamentada en un sentido estrecho y no Escritural de este pasaje existe por
no oír lo que el Señor dice a los discípulos. Mediante el término
"generación" en una genealogía (como en Mateo 1), o donde el contexto
lo requiere (como en Lucas 1: 50) implica sin duda un tiempo de vida: pero
preguntémonos, ¿dónde es usado así este término en las Escrituras proféticas, —
los Salmos, etcétera? El significado es aquí moral más que cronológico como por
ejemplo en el Salmo 12: 7, "Tú, Jehová, los guardarás; De esta generación los preservarás para siempre".
Las palabras "para siempre" demuestran una fuerza prolongada y
consecuentemente el pasaje insinúa que Jehová preservará a los piadosos de sus
inicuos opresores, "De esta generación… para siempre". Esto es una
refutación clara y decisiva de lo que afirman los que quieren limitar la frase
a la corta época de la vida de un hombre. Así, en Deuteronomio 32: 5, 20,
encontramos que la palabra generación es usada de manera similar, no para
expresar un período sino las características morales de Israel. Además, en los
Salmos tenemos "la generación venidera", expresión que no se limita a
un mero término de treinta o cien años. Así también en Proverbios 30: 11-14:
"Hay generación que maldice a su padre… Hay generación limpia en su propia
opinión, etcétera", donde es considerado el carácter de ciertas
clases de personas; y si es factible, aún más claro es el uso en los Evangelios
sinópticos. Así, en Mateo 11: 16, "¿A qué compararé esta
generación?", implica los que vivían en aquel entonces caracterizados por
la veleidad moral que los situaba en oposición al testimonio de Dios con
independencia de lo que este pudiese ser en justicia o en gracia. Pero
evidentemente aunque están en perspectiva principalmente personas que vivían en
aquel entonces la identidad moral de los mismos rasgos podría extenderse
indefinidamente y así de época en época seguiría siendo "esta generación".
Compárese con Mateo 12: 39, 41-42, 45, cuyo último versículo muestra la unidad
de la "generación" en su juicio final (no agotado aún) con la
generación que surgió de la cautividad en Babilonia. Además, observen ustedes
el capítulo 23 de Mateo versículo 36, "De cierto os digo que todo esto
vendrá sobre esta generación", — una generación que continuará hasta que
todas las predicciones de juicio que Cristo pronunció acontezcan. (Mateo 24:
34). Como es evidente por lo que ya ha sido mostrado que queda mucho por
cumplirse "esta generación" todavía subsiste y subsistirá hasta que
todo haya terminado. Y ¡cuán cierto es! Aquí están en nuestro día los judíos. —
el asombro de toda mente reflexiva, — no sólo como una raza cascada, dispersa y
sin embargo perpetuada; no sólo distintos, a pesar de los poderosos esfuerzos
desde fuera para obliterarlos y desde dentro para amalgamarlos con otros, sino
con la misma incredulidad, el mismo rechazo y el mismo desprecio por Jesús su
Mesías que el día en que Él pronunció Su sentencia. Todas estas cosas, —
-hablando de los anteriores y de los últimos pesares de ellos, — han de suceder
antes de que desaparezca esa mala generación. "El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán". (Mateo 24: 35). Aquello que la
incredulidad considera más estable, la escena de su idolatría o de su
autoexaltación, desaparecerá; pero las palabras de Cristo, sean ellas acerca de
Israel o acerca de otros, permanecerán para siempre.
Pero si todo es así de seguro e infalible sólo el Padre conoce el día y
la hora. (Versículo 36). El Salvador ya había anunciado señales abundantes y
claras y los entendidos comprenderán; pero "los impíos procederán
impíamente, y ninguno de los impíos entenderá". (Daniel 12: 10). "Mas como en
los días de Noé, así será
la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio
estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en
que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los
llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre".
(Versículos 37-39). Hay aquí otro testimonio de que nuestro Señor en esta
posición habla acerca de los discípulos judíos de los días postreros
(representados por aquellos que Le rodeaban en aquel entonces) y no de la
Iglesia. Porque Su ilustración está tomada de la preservación de Noé y de su
casa a través de las aguas del diluvio; mientras que el Espíritu Santo de Pablo
ilustra nuestra esperanza según el modelo de Enoc arrebatado al cielo
completamente aparte de las escenas y circunstancias del juicio aquí abajo.
Además, cuando el Hijo del Hombre venga así en juicio sobre los hombres
vivos aquí abajo ello no será una matanza indiscriminada o un cautiverio como
cuando los romanos u otros se apoderaban de Jerusalén; sino que, sea en el
campo abierto o en los deberes del hogar, sean hombres o mujeres, habrá un
justo discernimiento de los individuos. "Entonces estarán dos en el campo;
el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino;
la una será tomada, y la otra será dejada". (Versículos 40, 41). El
significado es claramente que uno es llevado judicialmente y el otro es dejado
para disfrutar de las bendiciones del reino de Cristo, el cual juzgará al
pueblo de Dios con justicia y a Sus pobres con juicio. Ello es lo contrario
de nuestra transformación cuando "los muertos en Cristo se levantarán
primero; luego, nosotros los vivientes, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos a las nubes, al encuentro del Señor, en el
aire." (1ª Tesalonicenses 4: 16, 17 – VM. Véase también 1ª Corintios 15:
50-58); porque en el caso que estamos considerando los que son dejados atrás
son dejados para ser castigados con la eterna perdición, excluidos de la
presencia del Señor. Pero el Señor tendrá también un pueblo terrenal. Él espera
hasta que los santos celestiales sean reunidos con Él en lo alto y entonces
comienza a sembrar, si se me permite hablar así, para la bendición terrenal, en
cuyo caso Su venida como Hijo del Hombre será para la eliminación de los
inicuos dejando a los justos sin ser molestados y en paz. "Será echado un
puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; Su fruto hará ruido
como el Líbano, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será
su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas
serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado. Bendito Jehová
Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre
glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y
Amén". (Salmo 72: 16-19).
"Velad, pues, porque no sabéis a qué hora (o qué día, véase nota
21) ha de venir vuestro Señor".
[Nota 21]. ἡμέρα, jeméra =
"día"
(en lugar de la común lectura ὥρα, jóra = "hora")
tiene una excelente fiabilidad.
Los tratos con Israel que terminan con el rescate de los justos en medio
de ellos implican el juicio del mundo seguro de sí mismo e inconsciente. Por
consiguiente en estos versículos de transición (42-44) tenemos una alusión a
una esfera más amplia que los judíos o su tierra, esfera en la que se
encontraría el remanente piadoso, — protegido, pero todavía allí. Dios sabrá
liberar a los piadosos de la prueba. Sin embargo allí están ellos rodeados de
lazos y enemigos pero preservados: una posición totalmente diferente a la
nuestra pues nosotros seremos llevados
previamente a lo alto en la gracia y sabiduría soberanas de nuestro Salvador.
"Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón
habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también
vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no
pensáis". (Versículos 43, 44). El objetivo es evidentemente una
advertencia práctica para que los piadosos de la tierra estén preparados. Ellos
habían sido consolados en vista de la tribulación y la violencia; se los había
puesto en guardia contra los engaños religiosos de la serpiente antigua; se les
había dado solemnemente la seguridad acerca de la estabilidad de las palabras
del Señor en el asunto mismo en que la presunción gentil ha desorientado
incluso a verdaderos creyentes; y ellos son exhortados ahora a la vigilancia y
al alistamiento para su Señor venidero para que ellos no sólo pudiesen escapar
de los cazadores sino que pudieran estar ante el Hijo del Hombre. Para el mundo
ello será como el ladrón inesperado que irrumpe sobre ellos en su supuesta
seguridad.
Desde el versículo 45 hasta Mateo 25: 30, entramos en las parábolas que
pertenecen sólo a la cristiandad y no al remanente judío. Nosotros podemos
considerarlo como un apéndice del aspecto judío del cual el Señor había estado
hablando hasta ahora. Por eso nosotros tenemos aquí un retrato tan claro de la
profesión verdadera y de la falsa. Siempre que tocamos lo que es propiamente
cristiano Dios trata con el corazón y la conciencia. Él está llamando y
formando a los que han de ser los compañeros de Su Hijo en la gloria celestial.
Por lo tanto nada es pasado por alto; todo es juzgado por Dios en su verdadera luz.
Por eso también no hay aquí límite alguno ni de lugar ni de personas. El
cristianismo está por encima del tiempo y es del cielo y para el cielo aunque
de hecho pueda ser divulgado en la tierra durante el intervalo en las
dispensaciones de Dios hecho por una temporada por el rechazo de Israel. El
cristianismo es una revelación de la gracia que emana de Aquel que ahora no
habla desde la tierra sino desde el cielo. Yo apenas necesito insistir en que
no se trata de que el mal sea despreciado. Ningún error puede ser más profundo
o fatal que el error de que la gracia implica levedad ante el pecado. Por el
contrario, la gracia es la condena más fuerte de todo el mal ya que ella no es
realmente la mera pretensión de lo que el hombre debiese ser para con Dios sino
la revelación de lo que Dios es para con el hombre en el juicio de su pecado en
la cruz de Cristo. Por lo tanto, ella es la exhibición más completa del
aborrecimiento divino y del juicio del mal; pero esto es en Cristo, a costa de
Su propio Hijo amado para salvar al más culpable que cree. Cuando Él trataba
con Su pueblo terrenal bajo la ley muchas cosas estaban permitidas por la
dureza del corazón de ellos, cosas que nunca tuvieron Su aprobación. Pero
cuando la exhibición completa de la gracia resplandece como lo hace ahora el
mal no es soportado sino juzgado. Así es el cristianismo en principio y en
hecho. Y por eso es que para el cristiano verdadero todo el tiempo de su
estadía terrenal es una temporada de juicio propio; o si él fracasa en esto la
asamblea está obligada a juzgar sus procederes; y si ellos fracasan el Señor lo
juzga a él y a ellos santamente pero en gracia para que no sean condenados con
el mundo. Él puede exponer la falsa profesión aquí y ahora si Él lo cree
conveniente pero la finalidad de esto la vemos en todas estas tres parábolas.
La gracia nunca hace un guiño al mal; y si el mal se aprovecha de la gracia
para sus propios fines el resultado es aterrador y ello será manifiestamente
así en la venida del Señor.
Y esto me lleva a recalcar que la venida del Señor tiene un carácter
doble. En primer lugar está Su venida en plena gracia totalmente aparte de toda
cuestión acerca de nuestro servicio y consecuentemente de recompensas
especiales en el reino en que vamos a ser manifestados junto con Cristo. Pero
debemos tener en cuenta que esta manifestación al mundo en el reino futuro está
lejos de ser la parte más elevada de Su gloria o incluso de la nuestra ya que
dicha manifestación no suscita el ejercicio más profundo de Su gracia. Por otra
parte, en el hecho de que Él nos tome a Sí mismo todo es puramente de Él.
(Véase Juan 14: 1-3). Es el propio amor de quien quiere tenernos con y como Él
mismo. Es así como encontramos que Juan coloca la venida de Cristo en su
Evangelio (Juan 14); y no tengo constancia de que ello sea alguna vez tratado
allí de otra forma. En Apocalipsis nosotros encontramos ambas formas. En el
primer capítulo de Apocalipsis es: "He aquí que viene con las nubes",
etcétera. Es evidente que no hay allí vestigio alguno de los santos arrebatados
sino que "Todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes
de la tierra harán lamentación por él". (Apocalipsis 1: 7). La Esposa no
aparece en ninguna parte en esa escena sino que aparece más bien lo que es
público y afecta al mundo universalmente y especialmente a los judíos culpables
de la sangre; y todos "harán lamentación". Pero el último capítulo,
Apocalipsis 22, no podía terminar sin darnos a conocer que a pesar de todo el
mal y la aflicción y el juicio existe una como la Esposa que espera a su Esposo
celestial. Tan pronto como Él mismo se anuncia como "la raíz y el linaje
de David, la estrella resplandeciente de la mañana", el Espíritu y la
Esposa dicen: "Ven". Tenemos aquí la íntima relación de corazón entre
el Señor y la Iglesia. Es imposible que alguien que no haya nacido de Dios
diga, "Ven", aunque puede haber quienes hayan nacido así y sin
embargo ignoren su pleno privilegio de unión con Cristo. Y yo no dudo que para
ellos es hecha una provisión de gracia en la palabra, "Y el que oye,
diga: Ven". (Apocalipsis 22: 17). Pero en ningún caso puede el mundo o
un alma no perdonada acoger tal llamado; pues para ellos sería realmente la
locura de la presunción ya que para ellos Su venida debe ser una destrucción
segura e interminable. Además, no se trata meramente de salvar la carne o de
liberación de la miseria y el peligro mediante el derrocamiento de los enemigos
de ellos: porque el Espíritu Santo nunca coloca el aspecto de la venida de
Cristo a llevarnos consigo bajo esa luz. Nosotros tendremos descanso y los que
nos atribulan tendrán tribulación en el día de Su aparición; pero nosotros
vamos a encontrarnos con el Salvador y a estar para siempre con Él; y mientras
tanto es nuestro dulce privilegio terrenal padecer ahora por Su causa. Nosotros
somos dejados por un tiempo en un mundo en que todo está en contra de nosotros
porque está en contra de Él y nosotros pertenecemos a Él. Pero sabemos que Él
espera para venir por nosotros y nosotros Le esperamos desde el cielo; y si mientras
dura la espera somos fieles al Señor no debemos esperar más que padecimiento de
parte del mundo; y sin embargo somos felices en dicho padecimiento asegurados
de que la gloria en el cielo y la cruz en la tierra van juntas. La copa de la
prueba, es decir, el vituperio y el desprecio de los hombres tal vez sea menor
en un momento que en otro. Esto corresponde a nuestro Padre darlo como Él lo
considere adecuado. Pero si nosotros
buscamos otra cosa como nuestra porción natural aquí, entonces como
cristianos somos infieles a nuestro llamamiento. El rechazo es nuestro porque
somos de Él: "Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a
él". (1ª. Juan 3: 1).
Entonces, como el Esposo el Señor no tiene más que amor en Su corazón
hacia la Esposa. Tampoco es un asunto de nadie más que los Suyos. Él les ha
dicho que viene; y cuanto mayor es el poder del Espíritu en el alma más
ardientemente la Esposa dice: "Ven". En este encuentro celestial del
Señor con la Esposa, ¡qué incongruente es que otros ojos vean o que las
multitudes que se lamentan importunen o sean testigos de tal encuentro! La
Escritura no habla así.
El judío y el mundo que rechazaron al Cristo verdadero recibirán al
Anticristo. Esto es en lo que los hombres caerán; y en medio del engaño y del
aparente triunfo de ellos el Señor vendrá en juicio. Pero cuando Él venga así
no estará solo. Otros, Sus santos celestiales, aparecerán juntamente con Él en
gloria. Esto es lo que vemos en Colosenses 3: 4; 1ª Tesalonicenses 3: 13, y con
detalle en Apocalipsis 19. Cuando Él sale desde el cielo no solamente ángeles
sino Sus santos Le siguen vestidos de lino finísimo y sobre caballos blancos
según las sorprendentes figuras de Apocalipsis. Los santos habían estado en el
cielo antes del día del juicio del mundo. Ellos debieron haber sido sacados de
la tierra y llevados al cielo antes de esto para seguirle a Él desde el cielo
y estar con Él cuando aquel
día amanezca; y esto sólo pudo haber sido mediante Su venida para tomarlos a Sí
mismo. (Juan 14: 1-3). Además, por eso parece que Su venida tiene un carácter
doble conforme al objetivo de cada uno de sus pasos o etapas. Él mismo viene a
reunir consigo a todos Sus santos, vivos o muertos, y los presentará en la casa
del Padre para que donde Él está ellos también estén. A su debido tiempo Él los
traerá consigo juzgando a la Bestia y al falso Profeta, a los judíos y a los
gentiles, así como a todo falso profesante de Su nombre. Esto último sigue
siendo Su venida, o estado de presencia: sólo que ahora es, Su "aparición"
o "Su "manifestación", el "resplandor de su
venida" (2ª Tesalonicenses 2: 8), Su "revelación" y Su
"día", (lo que el acto anterior cuando nos lleva a estar con Él nunca
es llamado).
Con este segundo acto de la venida del Señor, o Su "día", está
conectada la evaluación de nuestro servicio y la asignación de la recompensa
por la labor que ha sido hecha. Porque todos deben comparecer ante el tribunal
de Cristo y cada uno debe recibir según lo que haya hecho mientras estaba en el
cuerpo, sea bueno o sea malo. (2ª Corintios 5: 10). Algunos encuentran una dificultad
en
someterse a ambas verdades; pero si nosotros nos sujetamos a la Palabra no
pasaremos por alto ni la bendición común de los santos en la plena gracia del
Salvador en Su venida, ni el reconocimiento de la fidelidad individual, o la
falta de ella, en las recompensas del reino. Cuando nosotros leemos acerca de
las muchas moradas no debemos soñar con que una es más gloriosa que otra. La
verdad comunicada es que nosotros debemos estar tan cerca y ser tan amados como
los hijos pueden estar en la presencia del Padre por medio del amor perfecto y
la obra perfecta del Hijo. En este punto de vista yo no veo ninguna diferencia
en absoluto. Todos son llevados absolutamente cerca, todos son amados con el amor
con que Cristo fue amado, y todos tienen Su porción, hasta donde ello puede ser
para la criatura. Pero, ¿he de negar yo, por tanto, que "cada uno recibirá
su recompensa conforme a su labor", o que en algunos casos la obra
permanecerá así como en otros será quemada? (Véase 1ª Corintios 3: 1-23). O
¿voy yo a negar que como enseña la
parábola, un siervo puede recibir diez ciudades y otro cinco? (Véase Lucas 19:
11-27).
Por consiguiente, se encontrará que hay una estrecha conexión en las
Escrituras entre el día de Cristo, o Su aparición, y las inmediatas
exhortaciones a la fidelidad. De este modo, Timoteo es exhortado a guardar el
mandamiento "sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor
Jesucristo". (1ª Timoteo 6: 14).
Luego el apóstol habla en 2ª Timoteo 4 de "la corona de justicia,
la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida ( o Su aparición)".
El resultado de la fidelidad o de la infidelidad sólo será manifestado en aquel
entonces. Es el día de la exhibición ante el mundo; y "Cuando Cristo, el
cual es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis
manifestados juntamente con él en gloria". (Colosenses 3: 4 – VM). Por eso
el apóstol habla acerca de los santos Corintios como no faltándoles ningún don
esperando ellos la manifestación (aparición) de nuestro Señor
Jesucristo, y él introduce de inmediato los pensamientos acerca de Su día. (1ª
Corintios 1: 7, 8). De modo que el día de Cristo es el bienaventurado final y
la solemne prueba de todo al escribir a los Filipenses. De las epístolas a los
Tesalonicenses yo no necesito decir mucho ya que ellas presentan de la manera
más clara estas dos verdades.
Volviendo ahora a la primera de las tres parábolas (Mateo 24: 45-51)
parábolas que se refieren a la profesión cristiana, me gustaría hacer la
observación general a partir de lo que hemos estado examinando de que si bien
las palabras "aparición", "día", "manifestación",
etcétera, son especiales (y yo creo que nunca son usadas excepto cuando se
trata de responsabilidad) la palabra "venida" es general; y aunque si
el contexto lo requiere ella es aplicable a los casos de responsabilidad, ella
es en sí misma de carácter más amplio y por tanto es usada para expresar el regreso
de nuestro Señor en nada más que gracia. En otras palabras, la aparición, el
día, o la revelación o la manifestación de Cristo sigue siendo Su venida o
presencia; pero Su venida no significa necesariamente Su aparición o Su
manifestación o Su día. Él puede venir sin aparecer, sin manifestarse, y yo
creo que hay pruebas en las Escrituras de que es así cuando Él mismo nos tome
en lo alto (Juan 14: 1-3); pero Su "aparición (Su manifestación) es esa
etapa posterior de Su regreso cuando todo ojo Le verá.
"¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor
sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo?" Aquí no es un asunto
acerca de evangelizar sino de cuidar la casa. El principio de negociar afuera
con los dones del Maestro vendrá más adelante (Mateo 25: 14 y sucesivos); pero
lo grandioso es aquí el hecho de que así como el Señor ama a Sus santos
("la cual casa somos nosotros": Hebreos 3: 6), así Él da mucha
importancia al servicio fiel o al servicio infiel dentro de esa esfera. Porque
no necesito decir que la fidelidad al Señor no implica la negación del
ministerio que Él proporciona. Cuando el ministerio es real, es de Dios; aunque
el modo en que dicho ministerio es ejercido es a menudo erróneo y no
Escritural. El ministerio no es judío sino característico del cristianismo.
Pero ello es algo muy propenso a perder su verdadero carácter. En lugar de ser
siervos de Cristo en Su casa muchos zozobran en los componentes de un cuerpo
particular. En tal caso el ministerio emana siempre de la iglesia o
denominación. El verdadero ministerio proviene de Cristo y sólo de Él. Por
consiguiente el apóstol dice que él era siervo (o esclavo) de Jesucristo, sin
que su misión procediera nunca de la Iglesia ni ser el responsable ante ella de
su labor. El Evangelio y la Iglesia eran las esferas de su servicio (Colosenses
1); pero el dador de su servicio y su Señor era exclusivamente Cristo mismo. Me
parece que esto es necesario para que el ministerio sea reconocido como divino;
y nada más que el Ministerio divino es reconocido en la Escritura, y nada más
que un ministerio tal debería ser reconocido ahora por el pueblo de Dios.
Entonces, esto es lo primero en que nuestro Señor insiste, a saber, que el
siervo fiel y prudente a quien el Señor pone sobre Su casa sea encontrado
haciendo Su labor, cuidando de aquello que está tan cerca de Cristo. Es una
demostración muy dolorosa del bajo estado de la Iglesia en estos días que tal
servicio sea considerado como un "desperdicio" de perfume. (Véase
Marcos 14: 3-6). Los hijos de Dios se han alejado tanto de la idea del
ministerio verdadero que piensan que es ociosidad o proselitismo servir a los
que están adentro. Ellos dicen, ¿por qué no predicar a los de afuera y tratar
de llevar a los tales al conocimiento de Cristo? Pero esto no es en lo primero
que insiste nuestro Señor. El "siervo fiel y prudente" tenía que
servir a los de adentro: su objetivo era darles su alimento a tiempo; y el
Señor declara a ese siervo bienaventurado. "Bienaventurado aquel siervo al
cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así". Otros podrían
plantear dudas acerca del título del siervo; pero Él dice sencillamente, «Si Yo
te encuentro "haciendo así", eres bienaventurado.» El gran argumento
es hacer Su voluntad. No se trata de título o de posición sino de hacer la obra
que el Señor desea que sea hecha.
Pero ahora viene el otro aspecto de la situación. "Pero si aquel
siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a
golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos".
(Versículos 48, 49). Ustedes tienen allí el gran peligro de los siervos de
Cristo en este mundo que sólo son profesantes. En primer lugar perjudicar a los
consiervos asumiendo un lugar arbitrario. La autoridad es correcta donde es ejercida
bajo la obediencia a Cristo. Ningún cambio de circunstancias o de condición
altera la verdad de que el Señor sigue siendo Cabeza de la Iglesia y levanta
siervos en todo momento para que ejecuten Sus deseos con autoridad. Pero aquí
se trata de la voluntad del hombre donde el siervo asume el lugar del Amo y
comienza a golpear a sus consiervos. En segundo lugar, junto con eso hay una
comunicación maligna con el mundo. No se dice que él mismo está borracho; pero
hay asociación con el mundo. "Las malas compañías corrompen las buenas
costumbres". (1ª Corintios 15: 33 – VM). Allí donde el pensamiento del
Señor ha desaparecido el ministerio pierde su verdadero carácter. Habrá
opresión hacia los de adentro y una mala interacción con los de afuera.
"Vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora
que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas;
allí será el lloro y el crujir de dientes". (Versículos 50, 51). Ello
supone que el siervo continúa con el mismo curso y es hallado allí cuando el
Señor viene, — su corazón completamente con el mundo. Él comenzó diciendo en su
corazón: "Mi señor tarda en venir". Esto es mucho más que los
pensamientos erróneos acerca de la venida del Señor que algunos santos podrían
albergar sin que esta Escritura sea aplicable a ellos. Por otra parte, si
hubiese personas profesando esperar la venida del Señor y actúan como si no
creyeran en ello, ellas se parecen mucho más al siervo que dice en su corazón:
"Mi señor tarda en venir". Lo que el Señor juzga no es un mero error
o desatino doctrinal sino el estado del corazón, — satisfecho con que Cristo se
mantenga alejado. Si nosotros estamos deseando algo grande y de estima entre
los hombres, ¿cómo podemos decir: "Ven"? Su venida frustraría todos
nuestros planes. Nosotros podemos hablar de la venida del Señor y ser eruditos
acerca de las profecías; pero el Señor mira el corazón y no la apariencia.
Dejen que la profesión sea siempre tan estridente o elevada, pero Él ve dónde
las almas se adhieren al mundo y no Le desean a Él.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
KJV
= King
James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés"),
versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
RV1977
=
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 25
"ENTONCES el reino de los cielos será semejante a diez
vírgenes". Nosotros tenemos aquí el aspecto general de aquellos que llevan
el nombre de Cristo. El reino de los cielos implica aquí una cierta economía en
un momento dado del tiempo. "ENTONCES el reino de los cielos será
semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas, y salieron a recibir
al esposo". (Mateo 25: 1 – VM). La
expresión, "sus lámparas", muestra la luz de la profesión. Se trata
de testigos del Señor y su vocación era encontrarse con el Salvador. Esa debió
ser la actitud del cristiano desde el principio, salir a recibir al Esposo.
El cristianismo no significa que sus profesantes se queden allí donde ellos
están y esperen así a Cristo, sino que dejen todo para salir a recibir al
Esposo. Algunos de los primeros creyentes eran judíos y otros eran gentiles;
pero ellos abandonaron por Cristo sus conexiones anteriores, su posición en el
mundo y todo lo que hasta entonces valoraban. Ellos tenían un nuevo objeto;
pues sabían que el único bienaventurado a los ojos de Dios era el Salvador;
ellos estaban esperando a Aquel que está en el cielo y salen a recibir a Aquel
que ha prometido venir otra vez. Esta es la verdadera expectativa del
cristiano. No debiese haber fijación de fechas sino la esperanza cierta de que
el Señor vendrá, — si bien no sabemos cuándo. Cuanto más fuerte es esa
esperanza en nuestros corazones más completamente separados estaremos de los
planes y proyectos de este mundo.
"Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas". El reino
de los cielos se convierte en algo que es sólo de profesión. Tal como en el
caso de los siervos en que había un siervo malo así como un siervo fiel, así
tenemos aquí cinco vírgenes prudentes y cinco insensatas. "Las insensatas,
tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite". Eran personas que tenían
la lámpara de la profesión pero no aceite. Algunos han pensado que ellos eran
cristianos que no
lograron esperar que el Señor viniera. Pero yo creo que esto es falso porque
las insensatas demostraron su insensatez en esto, — a saber, que ellas no
tomaron aceite en sus lámparas. ¿Qué implica esto? El aceite es el tipo del
Espíritu Santo. Nosotros leemos en 1ª. Juan 2: 20 acerca de una "unción
del Santo". Y surge la pregunta, ¿sostendrá alguien que hay cristianos
verdaderos que no tienen esta "unción"? Las vírgenes prudentes
representan a los creyentes verdaderos, las insensatas a meros profesantes;
éstos tomaban el nombre de Cristo pero no había nada que pudiera hacerlos aptos
para la presencia de Cristo. Nuestro poder de disfrutar de Cristo es
enteramente por medio del Espíritu Santo. El hombre natural puede admirar a
Cristo pero sólo a distancia y sin una conciencia despertada o limpiada. No hay
un vínculo viviente de relación entre el corazón del hombre natural y Cristo y
por eso el hombre Le crucificó. Al no tener aceite en sus lámparas estas
vírgenes insensatas mostraron que no poseían nada que las habilitara
para acoger a Cristo. Sólo el Espíritu Santo puede hacer a los hombres aptos
para estar en la confesión de Su nombre para hacer Su obra. El aceite era lo
que alimentaba la lámpara y estas vírgenes insensatas no lo tenían. "Mas
las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y
tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron". (Versículos 4, 5).
Todas abandonaron de manera práctica la esperanza de la venida de Cristo: en
eso no había diferencia. Había cristianos verdaderos y falsos pero todos
estaban dormidos al respecto. Así, aunque la vocación original de los
cristianos era esperar el regreso de Cristo al estar unidos a Él por el
Espíritu Santo, sin embargo iba a haber un estado de sueño universal en cuanto
a esperar a Cristo. Pero el Señor añade: "A la medianoche se oyó un
clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!" (Versículo 6).
Claramente aquel clamor era el movimiento del propio Espíritu Santo. Era el
poder y la gracia de Dios los que lo enviaban por el medio que Él consideró
adecuado. No se nos dice cómo pero ello revela claramente un movimiento general
entre los cristianos profesantes, — un avivamiento de la verdad de la venida
del Señor. "Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron
sus lámparas". (Versículo 7). El clamor afectó incluso a los que no tenían
el Espíritu Santo morando en ellos.
Pero sale a relucir ahora la solemne diferencia. "Y las insensatas
dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se
apagan", o "se están apagando". Ellas habían encendido
sus mechas pero no había aceite. La luz de la mera naturaleza arde pronto y
rápidamente pero no hay nada que implique el Espíritu de Dios, — ellas nunca
habían tenido aceite. "Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que
no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad
para vosotras mismas". No necesito decir que los términos en los cuales
Dios vende y el hombre compra el Espíritu Santo son "sin dinero y sin
precio"; pero el gran argumento es que cada alma debe tener que ver con
Dios. El creyente oye y se inclina ante Dios en este mundo; el incrédulo se
estremecerá ante Dios en el otro mundo. La gracia compele a las almas a entrar
y a tener que ver con Él ahora, en este mundo; pero si yo rehúso enfrentarme a
Dios por mis pecados aquí abajo me encontraré perdido para siempre. Ahora
es el día de la salvación; y es sólo un engaño del diablo persuadir al corazón
a que lo posponga hasta un tiempo más conveniente. Si yo acudo a Dios acerca de
mis pecados y porque creo que Jesús es un Salvador no sólo encontraré a Jesús
el Hijo de Dios sino al Espíritu Santo dado por medio del cual podré disfrutar
del Salvador. Las prudentes tenían este aceite y podían esperar la venida del
Señor en paz. Pero las insensatas no conocen Su gracia. ¿Y a quién acuden? No a
los que venden sin dinero y sin precio. "Mientras ellas iban a comprar,
vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se
cerró la puerta". Después, como vemos en el doloroso retrato de las
vírgenes insensatas, ellas vienen diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!"
Pero él respondiendo dijo: "De cierto os digo que no os conozco."
Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora". (Mateo 25: 11-13 –
RVA). [Véase nota 22].
[Nota 22]. Las palabras, "en que el Hijo del
Hombre ha de venir", no tienen ninguna autoridad manuscrita sustancial en
este versículo. Este no es un punto de vista particular mío sino que es el
dictamen de toda persona competente que ha examinado los testimonios
originales.
Cuando el Señor es presentado como viniendo a juzgar se habla de Él como
"Hijo del Hombre". Él es representado aquí como el Esposo; y si las
palabras "Hijo del Hombre" tuvieran que aparecer realmente aquí ello
sería verdaderamente difícil explicarlas. ¡Cuán claro es que ustedes no pueden
añadir nada a la Escritura sin estropearla! Nuestro Señor aparece aquí en un
aspecto de gracia hacia Sus santos y éste es uno de los motivos por los que
ustedes no tienen descripción alguna del juicio que está a punto de caer sobre
las vírgenes insensatas. La ejecución mostrada de la venganza divina sería
incongruente con Su título de Esposo. Sin duda, incluso aquí la puerta está
cerrada y nuestro Señor dice a las vírgenes insensatas cuando ellas apelan a Él
para que abra, "no os conozco"; pero Él en seguida convierte el hecho
para beneficio espiritual de Sus discípulos: "Velad, pues, porque no
sabéis ni el día ni la hora". (Versículo 13 - RVA).
Luego viene otra parábola. "Porque el reino de los cielos es como
un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A
uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su
capacidad; y luego se fue lejos". (Versículos 14, 15). Nuestro Señor es
representado allí como dejando este mundo y marchándose a un país lejano. Esta
es una forma notable en la que nuestro Señor es presentado aquí. En Mateo se
supone que Su casa está en la tierra porque Él es el Mesías que a lo Suyo vino
aunque los Suyos no Le recibieron. (Juan 1: 11). Como el Mesías rechazado Él
deja Su casa y se marcha, el sufriente pero glorificado Hijo del Hombre, al
país lejano que es claramente el cielo. Y mientras Él está allí tiene a Sus
siervos a quienes Él ha encomendado algunos de Sus bienes; y con ellos han de
trabajar. "Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos,
y ganó otros cinco talentos". (Versículo 16). Nosotros tenemos aquí otra
clase de ministerio. No se trata de servir a la casa y darles el alimento a su
tiempo como en Mateo 24: 45. Se trata de negociar, o salir hacia otros. Esta es
una característica del cristianismo. En el judaísmo no existía tal cosa como
que Jehová enviara a Sus siervos aquí y allá para ganar almas; pero cuando el
Señor Jesús dejó este mundo y ascendió al cielo Él los envió a salir así. Él
les dejó medios para negociar con ellos. Es la actividad de la gracia que sale
a buscar pecadores así como a difundir el testimonio de la verdad de Dios entre
los santos.
Si el Señor nos llama al servicio Él también nos lo da de acuerdo con
nuestra capacidad. En la sabiduría del Dador el carácter del don que es puesto
a nuestra disposición es idóneo tanto para el objetivo como para el receptor.
Hay soberanía y todo está sabiamente ordenado. Pues, ¿cómo podría ser de otra
manera viendo que es el Señor quien llama? Es aquí también donde la
cristiandad ha fracasado tanto. Si un hombre comenzara ahora a predicar y
enseñar sin alguna anuencia humana muchos lo considerarían un descaro si no una
presunción; mientras que en verdad si yo busco autoridad de parte de las
iglesias para predicar o servir al Señor yo estaré pecando contra Cristo.
Cualquier designación por parte de los hombres para tal propósito no está
autorizada por la mente de Cristo y se opone a ella; y aquellos a quienes ellos
considerarían que actúan irregularmente están en realidad en la humilde senda
de la obediencia y ellos encontrarán su vindicación en el gran día. Ello es un
asunto enteramente entre Cristo y Sus siervos. Él da a uno el ser profeta, a
otro un evangelista, a otro un pastor y maestro (Véase Efesios 4). Pero hay dos
cosas en el siervo, — y ambas de importancia. Él les dio dones pero ello fue de
acuerdo a sus respectivas capacidades. El Señor no llama a un servicio especial
a nadie que no tenga una capacidad para la responsabilidad que se le ha
encomendado. El siervo debe tener ciertas calificaciones naturales y adquiridas
además del poder del Espíritu de Dios. Él les dio talentos, — "A uno dio cinco
talentos, y a otro dos, y a otro uno". Nosotros tenemos aquí la energía
del Espíritu Santo, — que es el poder que el Señor da desde lo alto además de
Su elección de cada hombre "conforme a su capacidad".
De la lectura de esto resulta evidente que hay ciertas cualidades en el
siervo que son independientes del don que el Señor pone en él. Sus facultades
naturales son el utensilio que contiene el don y en el que el don ha de ser
ejercido. Si el Señor llama a un hombre a ser predicador se supone que hay una
aptitud natural para ello. Además el don puede ser aumentado. En primer lugar
está la capacidad del hombre antes y cuando se convierte; luego el Señor le da
un don que nunca poseyó antes; en tercer lugar, si él no aviva su don puede
haber un debilitamiento si es que no hay una pérdida. Él puede llegar a ser
infiel y puede perder poder. Pero si por el contrario un hombre espera en el
Señor puede haber poder aumentado dado a él.
Muchos piensan que la única cualificación del siervo de Dios es la del
Espíritu. Esto es esencial, obviamente, y muy bienaventurado; pero ello no es
todo. La verdad es que Cristo da dones; pero Él los da conforme a la
capacidad del individuo. Es de suma importancia tener claramente en cuenta
la unión de los dos hechos, a saber, la capacidad del siervo y el don que le es
concedido soberanamente para que negocie con él.
Pero prosigamos: "Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos
siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco
talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me
entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor
le dijo: Bien, buen siervo y fiel". (Versículos 19-21). En el capítulo 24
fue el "siervo fiel y prudente" porque cuando se trata de la
casa la sabiduría (la prudencia) es necesaria. Pero aquí es "siervo bueno
y fiel". Ambos son llamados "fieles"; pero en el ejercicio de
los dones que el Señor envía al mundo con el mensaje de la gracia la bondad de
Dios es característica. ¿Cuál es la fuente de toda gracia en el siervo del
Señor? Es la apreciación de la bondad de Dios. Esto sale a relucir por
contraste en el caso del siervo negligente. Un hombre no convertido podría
tener un don del Señor. El siervo negligente era claramente uno que nunca tuvo
el conocimiento de Dios: y eso queda demostrado en que él no creía en la bondad
del Señor: no tenía confianza en la gracia que hay en Cristo Jesús. El siervo
malo mostró en esto lo que él era. Él dice: "Señor, te conocía que eres
hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por
lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que
es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que
siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí". (Versículos 24-26).
Su señor lo lleva a su propio terreno. Si el siervo en su propio terreno juzga
que Él es duro, Él dice:"Por tanto, debías
haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es
mío con los intereses". Según
su propia defensa el siervo había fracasado por completo y así es siempre. El
hombre que habla acerca de la justicia de Dios no puede estar de pie ni un
instante ante ella; mientras que el que se entrega humildemente a la gracia de
Dios será encontrado andando sobria, justa y piadosamente en este presente
mundo malo. El que niega la bondad de Dios es él mismo un hombre malo
invariablemente.
Es así en el asunto de nuestro servicio: pues si tenemos dos talentos o
cinco y los usamos para Él el Señor nos lo devolverá a nuestras almas y en el
día venidero hará que oigamos las palabras bienaventuradas: "Bien, buen
siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el
gozo de tu señor". (Versículo 23).
Llegamos ahora a un tema que según yo creo es visto con mucho prejuicio
por muchos. Me entristece decirlo pero este tema ha sido pervertido incluso por
aquellos que aman al Salvador y reconocen tanto la bendición general de
aquellos que Le pertenecen como la condena segura de aquellos que Le
desprecian. Pero aunque todos los cristianos deben estar de acuerdo en general
con estas verdades fundamentales, cuando llegamos a preguntar qué es lo que el
Señor quiso que dedujéramos del hecho de que Él se sienta en el trono de Su gloria
(versículo 31 – VM, LBA, RVA; cuando nosotros queremos constatar quiénes son
los grupos de personas que el Señor tiene ante Sí en esta escena y cuál es el
destino especial de los bienaventurados nos encontramos con las más diversas
opiniones. El origen de la raíz de la dificultad puede ser encontrado
generalmente en un pensamiento, — a saber, la ansiedad, incluso de cristianos,
por encontrar lo que repercute en su propia suerte. No estando completamente
tranquilos con respecto a su aceptación por parte de Dios existe generalmente
una disposición a deformar las Escrituras, en parte para escapar de lo que
ellos temen y en parte para obtener consuelo para sus almas atribuladas. La
mayor parte de los hijos de Dios están, más o menos, en espíritu bajo la ley; y
dondequiera que los tales son honestos en esta condición ellos deben ser
miserables. Comparativamente pocos conocen la plenitud de la liberación en
Cristo; pocos saben lo que es estar muerto a la ley y ser de otro, del que
resucitó de los muertos. (Véase Romanos 7: 4). Ellos pueden oír y repetir las
palabras de la Escritura pensando que significan algo bueno; pero muy pocos
aprecian el verdadero significado y la bendición de estar muertos a la ley y
unidos a un Salvador resucitado. Este es el motivo por el cual tantos no están
en condiciones de entender la palabra de Dios. Al no disfrutar en paz de su
propia posición en Cristo ellos se aferran a toda promesa con poca
consideración hacia los objetivos que Dios tenía en perspectiva. Buscando así
seguridad para sus propias almas, cuando el Señor habla de ciertos gentiles
como "ovejas" ellos piensan que ello se refiere a nosotros porque
somos llamados así en otras partes, como en Juan 10. Ellos encuentran que éstos
son benditos del Padre y por eso concluyen que ello no puede ser otra cosa que
nuestra esperanza. Además aquí se habla de algunos como "hermanos"
del Rey; y dan por sentado que ello se refiere a nosotros, — los cristianos. De
esta manera superficial la Escritura es malinterpretada y el consuelo mismo que
las almas están buscando ciertamente las esquiva. Dondequiera que nosotros
desviamos la fuerza de la palabra de Dios y nos apropiamos indiscriminadamente
de lo que se dice de personas en una posición totalmente diferente, hay
pérdida. Dios ha dispuesto todo de tal manera que la mejor porción para
nosotros es lo que Dios ha dado. No podemos enmendar los consejos de Dios ni
añadir a las riquezas de Su gracia. Si conocemos el amor que Dios nos tiene en
Cristo conocemos lo mejor que podemos encontrar en la tierra o en el cielo. En
el momento que nos asimos de esto y vemos cuan grandemente somos bendecidos
nosotros dejamos de tener la intranquilidad de que cada buena palabra de Dios
concurran en nosotros mismos; pues vemos su objetivo infinitamente mayor, a saber,
Cristo, y podemos deleitarnos en que otros sean bendecidos incluso en lo que
nosotros no tenemos. Esto es lo más importante de manera práctica, — a saber,
que nosotros estemos tan satisfechos con el amor de Dios hacia nosotros y con
la porción que Él nos ha dado en Cristo como para regocijarnos en todo lo que
Él se complace en dar a los demás. ¿Acaso no estamos ciertos de que nuestro
Padre nada retiene de nosotros excepto aquello que interferiría con nuestra
bendición? Así que al leer esta parábola, o descripción profética, nosotros no
estamos bajo restricción alguna. Podemos examinarla con otras Escrituras y ver
a quién tiene el Señor en perspectiva y preguntar cuál va a ser la porción de
ellos.
"Pero cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los
ángeles con El, entonces se sentará en el trono de su gloria; y serán
reunidas delante de Él todas las naciones". (Versículos 31, 32 –
LBA). Hay aquí suficientes pruebas de cuál es el momento y las circunstancias
de los que habla nuestro Señor. Él se sienta en Su propio trono como Hijo del
Hombre. Él está reuniendo ante Sí a todas las naciones. Y surge la pregunta,
¿cuándo será esto? Al menos no se afirmará aquí que de lo que se habla es algo
que ha pasado. El Señor Jesús ni siquiera está sentado aún en Su trono. Cuando
Él estuvo en la tierra no tuvo trono;
cuando Él se fue al cielo se sentó en el trono de Su Padre tal como dice
Apocalipsis 3: 21: "Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi
trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono".
Según esta promesa, cuando ella se cumplirá, Él habrá dejado el trono de Su
Padre y se habrá sentado en Su propio trono. Se trata de algo futuro. Toda
Escritura que hace mención del lugar actual de nuestro Señor muestra que Él está
sentado ahora en el trono del Padre. Pero la Escritura muestra también que Él
se sentará en Su propio trono; y esto es lo que tenemos aquí. Todas las cosas
en el cielo y en la tierra serán puestas bajo el gobierno del Señor Jesús. Él
será la cabeza de toda gloria, celestial y terrenal. Y, ¿de cuál gloria habla
esta porción? ¿Hay alguna circunstancia con la que nuestro Señor rodea Su trono
que haga que la respuesta sea clara? Leamos, "Serán reunidas delante de él
todas las naciones". ¿Están las naciones en el cielo? Claramente
no. ¿Quién puede imaginar una cosa tan burda? Cuando se cruza el límite que
separa las cosas que se ven de las que no se ven ninguna vista terrenal rebaja
o distrae la adoración en lo alto. Cuando los hombres sean resucitados de entre
los muertos ya no serán conocidos como ingleses o franceses: estas distinciones
nacionales terminan para ellos. La suerte futura de ellos es decidida según la
recepción o el rechazo de Jesús en la presente vida. Por consiguiente, este
futuro trono del Hijo del Hombre está relacionado con un estado temporal en la
tierra. Cuanto más cada palabra sea sopesada más evidente será esto para los
imparciales.
A continuación, si nosotros lo comparamos con una escena de resurrección
su carácter distintivo será evidente. En Apocalipsis 20: 11 leemos, "Vi un
gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la
tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos". No puede haber
ninguna duda acerca de este trono. No puede tener nada que ver con la tierra
porque el texto mismo nos dice que la tierra y el cielo huyeron. Yo aprendí de
inmediato el contraste positivo entre Mateo y Apocalipsis. En este último sólo
oímos una palabra acerca del cielo y la tierra huyendo; en el primero sólo tenemos
indicaciones muy claras de que el Señor está ocupando Su trono en el gobierno
de la tierra y de los hombres que viven en ella, — no juzgando a los muertos
cuando el reino esté a punto de ser entregado. Los que son reunidos aquí ante
Él son "todas las naciones", — un término que nunca es utilizado para
referirse a los muertos o a los resucitados sino que sólo es aplicado a hombres
de aquí abajo, y de hecho sólo a los gentiles como siendo distintos de los
judíos. Porque ya hemos tenido a los judíos en Mateo 24 y ahora vemos a los
gentiles; entre estos dos casos están las parábolas que son aplicables a la
profesión cristiana.
Por lo tanto, nada puede ser más metódico que toda la conexión de esta
profecía en el monte. Los judíos aparecieron en primer lugar ya que de hecho
los propios discípulos todavía lo eran; luego las parábolas del siervo de la
casa, de las vírgenes y de los talentos, parábolas que describen la posición
cristiana pronto a ser desarrollada cuando los judíos rechacen el testimonio
del Espíritu Santo. Por último, otra sección finaliza todo: ni judíos ni
cristianos sino "todas las naciones", o los gentiles, a los que será
enviado el testimonio del reino [Véase nota 23], y entre los que obrará el
Espíritu Santo (obrando también Satanás para que ellos no sean sacados de las
tinieblas a la luz admirable de Dios).
[Nota 23]. Esto se corresponde también con las tres
últimas parábolas del capítulo 13, tal como vimos. — [Nota del Editor en
inglés].
En Apocalipsis 20 encontramos un gran trono blanco. "Y vi a los
muertos, grandes y pequeños, de pie…". (Apocalipsis 20: 11). Ustedes ven
así de inmediato el carácter de este trono. Ni un solo hombre vivo está allí en
vida natural sino que los muertos ahora resucitados son convocados para el
juicio ante el gran trono blanco. En Mateo 25 ni un solo hombre muerto es
mencionado; en Apocalipsis 20 ni un solo hombre vivo es mencionado. En Mateo
las personas llamadas ante el trono son "todos los gentiles" o
naciones; en Apocalipsis nadie más que "los muertos". "Y los
libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la
vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los
libros, según sus obras". (Apocalipsis 20: 12). Cuando nosotros llegamos a
considerar atentamente Mateo capítulo 25 el principio de juicio no es según las
obras de manera general sino que sólo se insiste en una prueba particular sobre
ellos, — a saber, el tratamiento fiel o infiel de los hermanos del rey. "Y
el mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el infierno
entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus
obras". (Apocalipsis 20: 13). Ni una palabra acerca de esto hay en Mateo
25; y de hecho la expresión "naciones" implica sin duda la inferencia
de que ellos no eran resucitados de los muertos. Se trata del juicio de
aquellos comúnmente llamados "los vivos"—, es decir, los que viven en
la tierra en aquel momento, — y ellos son tratados según su comportamiento
respecto de los mensajeros del evangelio del reino. Esto mostrará que es un
gran error suponer que todos los juicios en la palabra de Dios significan una y
la misma cosa. Nosotros debemos dejar espacio para las diferencias aquí como en
otras partes. De hecho, Dios puede resolver toda dificultad y sacar a la luz
Sus perfecciones al tratar con todo lo que llega a estar ante él.
Recopilando el contraste de Apocalipsis 20 pasemos a la escena final de
Mateo 25. El título "Hijo del Hombre" nos prepara de inmediato para
un juicio relacionado con la tierra y con personas que viven allí. Sin duda el
Hijo del Hombre viene sobre las nubes del cielo (Mateo 24: 30), pero Él viene a
juzgar el mundo y a las personas que están en él. Incluso ello puede ser
dicho acerca de iglesias o asambleas, como en Apocalipsis 1; pero con
independencia de cuál sea el objeto de juicio es el Señor juzgando a personas
aún vivas en la tierra y no a los muertos.
"Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los
unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de
los cabritos". Se trata de una discriminación cuidadosa y divina, — no
de un mero acto de venganza que trata con masas en el que todos podrían ser
sobrecogidos en común ruina. Él aparta los unos de los otros. En el gran trono
blanco donde los muertos están de pie para ser juzgados no hay allí necesidad
de apartarlos. Pero aquí hay una compañía mezclada. Tal mezcla nunca es
encontrada en el cielo o en el infierno sino sólo en la tierra. Por tanto cada
cláusula demuestra que nuestro Señor habla de un juicio de los vivos en la
tierra. Él los aparta "como aparta el pastor las ovejas de los
cabritos". Se deduce que las personas aludidas como "las ovejas"
y "los cabritos" son respectivamente los justos y los impíos entre
las naciones que entonces viven en la tierra cuando nuestro Señor viene a
juzgar en Su calidad de Hijo del Hombre. No se trata ahora de lo que hemos
visto en Mateo 24 donde Él se muestra repentinamente como un relámpago. Aquí se
trata de un juicio tranquilo pero muy solemne con resultados eternos de acuerdo
con la discriminación que el Señor hace entre individuos. Cuando el juicio de
los muertos tiene lugar ante el gran trono blanco los cielos y la tierra huyen;
de modo que el Señor tiene que haber venido antes de aquel entonces o no habría
una tierra como la que existe
ahora a la cual venir, como todos confesamos que Él vendrá.
Entonces, nuestro Señor está aquí apartando a los piadosos de entre los
impíos en esas naciones que están vivas. Él dispone de ellos así,
"Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre,
heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo".
(Versículo 34). Con independencia de cuán bienaventurados ellos sean Él no los
describe como hijos del Padre de ellos. Yo no niego que ellos sean hijos de
Dios; pero Él dice: «hijos de mi Padre.» Sin duda las palabras dichas a
ellos son muy preciosas; pero, ¿se elevan ellas a la altura de la bendición que
la gracia de Dios nos ha dado ahora en Cristo? No hay nada aquí acerca de que
hemos sido bendecidos "con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo". (Efesios 1: 3). Ellos son llamados a heredar el
reino preparado para ellos desde la fundación del mundo. Cuando Dios
puso los cimientos de la tierra Él estaba mirando hacia adelante a este
bienaventurado momento. El hecho de que Satanás obtuviera poder sobre el hombre
fue sólo una pavorosa interrupción pero no una cuyas consecuencias el Señor no
pudiera dominar y expurgar: Él tiene la intención de hacerlo; y hacer que este
mundo sea la escena de una bendición incomparablemente mayor de lo que su
miseria actual es por medio de la obra de Satanás. Dios tiene la intención de
dar el reino de este mundo a Su Hijo, — sí, Él hará que todo el universo se
sujete a Cristo. Nuestro Señor tenía derecho a todo en Su propia gloria; pero
Él se humilló y puso Su vida para librarnos a nosotros y a la creación de la
mano de Satanás y establecer un derecho nuevo y justo sobre todo y traerlo de
vuelta a Dios.
Además téngase en cuenta que aquí no hay ni una palabra acerca de Su
Esposa. Él habla como "el Rey" y nunca se habla de Él como tal en Su
relación con la Iglesia. En Apocalipsis 15 la expresión, "Rey de los
santos" debería ser, "Rey de las naciones", expresión citada de
las palabras de Jeremías (Jeremías 10: 7). Se trata de un título en el que
nosotros podemos regocijarnos pero no es Su relación con nosotros. Nosotros
somos llamados por gracia a ser miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus
huesos. Aquí en Su calidad de Rey el Señor disgrega a los gentiles justos de
sus injustos congéneres: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo". Efesios 1 habla de
que nosotros fuimos escogidos "en él antes de la fundación del
mundo"; ello es una elección independiente de la escena de la creación en
relación con la cual estos gentiles bienaventurados tienen su porción. Con
respecto a nosotros puede ser dicho más bien que nuestro lugar está con Aquel
que creó todo. El mundo puede desaparecer; pero nuestra bendición es
identificada con Él mismo. El ladrón en la cruz pidió: "Jesús, acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino". (Lucas 23: 42 – RVA). Pero nuestro Señor
dice: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Estar con Cristo es mejor
que el reino, — reino que también heredaremos. Cristo mismo está mucho más allá
de toda la gloria exhibida en el mundo y al mundo. Su amor va siempre más allá
de nuestra fe dando más de lo que Le pedimos.
La bendición dada a estos piadosos de entre los gentiles es la herencia
del reino preparado para ellos por el Padre desde la fundación del mundo. Ello
mostró que eran poseedores de vida eterna: "Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a mí". (Versículos 35, 36). Observen ustedes lo que
ellos responden: "Entonces los justos le responderán diciendo: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de
beber?" Preguntémonos, ¿podría un cristiano decir tal cosa en el cielo
donde nosotros conoceremos como fuimos conocidos? (1ª Corintios 13: 12). Pero
estos gentiles piadosos aún están evidentemente en sus cuerpos naturales. Y el
Señor les está enseñando incluso después de que Él aparece en gloria. Con
independencia de cuán bienaventurada sea esta escena aun así se trata del Señor
como Hijo del Hombre juzgando a todas las naciones y bendiciendo a los justos
de entre ellos quienes hasta ese momento ignoraban que al mostrar actos de amor
y bondad hacia los mensajeros de Cristo lo hacían hacia el propio Cristo. La
última lección de ellos fue la primera que Pablo aprendió de camino a
Damasco, — la verdad que estremeció su alma: "Yo soy Jesús, a quien tú
persigues". (Véase Hechos 9). Pablo fue enseñado por el Señor acerca de
que perseguir a los santos que viven en la tierra era perseguir a Cristo en el
cielo: pues ellos y Cristo son uno. Es evidente que estas ovejas gentiles presentan
a hombres todavía en la condición que requiere y recibe enseñanza por parte de
Cristo.
"Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis".
(Versículo 40). ¿Quiénes son "estos mis hermanos"? Nosotros hemos
tenido las ovejas y los cabritos, — es decir, los gentiles justos e injustos;
pero, ¿quiénes son los hermanos del Rey? Son aquellos que el Señor enviará
antes de que Él venga en la gloria del reino; hombres enviados para anunciar
que Él viene en Su reino. Las ovejas les mostraron amor — cuidado — compasión —
en sus pesares. De modo que estos hermanos del Rey deben haber estado expuestos
a la tribulación antes de que el Rey aparezca. La conclusión es obvia y es que
en aquel día el terreno sobre el que Él tratará con las naciones será éste, —
«¿Cómo os habéis comportado con Mis mensajeros?» Inmediatamente antes de que Él
aparezca en gloria los mensajeros del Rey saldrán a predicar el evangelio del
reino por todas partes; y cuando el Rey tome Su trono los que recibieron el
evangelio del reino entre las naciones serán reconocidos como
"ovejas", y los despreciadores perecerán como "cabritos".
Los que honran el mensaje tratan bien a los mensajeros, — cuidando de ellos e
identificándose con ellos, —como "compañeros de los que han estado en tal
situación". (Hebreos 10: 33 – RVA). El Señor se acuerda de esto y
considera lo que fue hecho a Sus mensajeros como hecho a Él mismo. Ello será
tan verdaderamente la obra del Espíritu Santo como lo es nuestra entrada en el
testimonio mucho más pleno de Su amor ahora. El asombro de ellos ante Su trono
por haber hecho algo a Él en la persona de Sus hermanos demuestra que ellos no
estaban en la posición cristiana aunque fueran verdaderamente creyentes.
Pero, ¿quiénes eran estos "hermanos"? A partir de los
principios generales de las Escrituras y de la enseñanza especial de este
discurso profético poca duda puede haber acerca de que los hermanos del Rey
serán israelitas piadosos empleados por el Señor después de que la Iglesia haya
sido arrebatada al cielo para ser ellos los heraldos del Rey y del reino que
vienen. Nosotros sabemos que la Iglesia será sacada del mundo antes del tiempo
de la última gran tribulación. "Por cuanto has guardado la palabra de mi
paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre
el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra".
(Apocalipsis 3: 10). Pero aquí hay santos que se encuentran en la tierra, —
santos no guardados de la hora de la prueba sino viviendo en la tierra durante
ella y predicando este evangelio del reino. Y según la manera en que ellos sean
recibidos las naciones serán malditas o bendecidas. No hubo ningún evangelio
del reino predicado antes o después del diluvio y es el evangelio de la gracia
de Dios el que está siendo predicado ahora. El evangelio del reino a menudo es
confundido con este . Por lo tanto yo no tengo ninguna duda de que los hermanos
del Rey son una clase de personas, israelitas piadosos, a quienes Cristo
reconocerá como Sus hermanos. Hay algunas bendiciones que los santos judíos
tendrán que ni ustedes ni yo poseeremos; hay otras que nosotros tendremos y que
ellos no disfrutarán.
Pero hay un antecedente muy solemne para la bienaventurada entrada en el
reino: "Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".
(Versículo 41). Observen ustedes que Él no dice: «Malditos de mi Padre»,
respondiendo a "Benditos de mi Padre". Dios aborrece encerrar. Así
que cuando llega el terrible momento para que la maldición sobre estos malvados
gentiles sea pronunciada leemos, "Apartaos de mí, malditos". Yo creo
que ello es el más profundo dolor para Dios y hace recaer toda la
responsabilidad de la destrucción sobre aquellos de quienes fue el pecado,
sobre quienes rechazaron Su amor y santidad y gloria al rechazar a Su Hijo.
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles". En el otro caso se dijo que
el reino estaba, "preparado para vosotros": pero no es así cuando se
habla de la maldición. El infierno no fue preparado para el pobre hombre
culpable. Él lo merece; pero fue preparado para el diablo y sus ángeles. Allí
donde las almas rechazaron el testimonio Él sí los declara malditos. Él es el
Rey, el juez. Pero ya sea el gran trono blanco o este trono terrenal se trata
del "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles". No hubo
esperanza de liberación para estos ángeles caídos, — ninguna redención para
ellos. Se apartaron de Dios voluntariamente y sin un tentador. El hombre fue
tentado por un enemigo; y Dios se compadece del hombre culpable atraído por un
rebelde más poderoso si no más culpable que él mismo. ¡Cuán solemne es pensar
que el infierno fue preparado para otros y que los hombres lo comparten con
estos espíritus rebeldes! No estaba en el corazón de Dios hacer un infierno
para el hombre miserable: fue preparado para el diablo y sus ángeles. Pero hubo
quienes prefirieron al diablo antes que a Dios; y a los tales les dice:
"Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles". La misma prueba es aplicada a ellos como a los piadosos
anteriormente. — a saber, el trato otorgado al Rey y a Sus mensajeros, o más
bien a Él en ellos.
Para nosotros, aunque el mismo principio está involucrado, sin embargo
de una manera entra lo que es aún más profundo. Todo depende de, "¿Qué
pensáis del Cristo?" " ¿Crees
tú en el Hijo de Dios?" "El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que
no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida". (1ª. Juan 5: 12). El pecador
se ve obligado a estar frente a la persona del Hijo de Dios y esto se convierte
en un asunto urgente, totalmente absorbente y eterno que debe ser decidido por
el alma, — ¿Prefiero yo a Cristo antes que al mundo? ¿Prefiero yo a Cristo o a
mí mismo? Que el Señor nos conceda ser sabios (prudentes) y saber cómo
encontrar en Cristo tanto la salvación como el poder de Dios. Porque el mismo
Bendito que nos dio vida nos da poder para toda dificultad práctica. "Esta
es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe". (1ª. Juan 5: 4).
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta sección:
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA
=
Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
VM
=
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Mateo 26
El Señor había dado Su testimonio como el Testigo Fiel tanto en hechos
como también en palabras. Él había dado fin a todas las expresiones que Le
proclamaban como el Profeta como Moisés tal como fue profetizado por él
(Deuteronomio. 18: 15), pero incomparablemente mayor y que de ahí en adelante
iba a ser oído bajo peligro de ruina eterna. Y ahora se acercaba la hora, la
hora solemne de Sus padecimientos; y Jesús entra en ella en espíritu con la
serena dignidad adecuada sólo a Él.
Los guías religiosos estaban decididos acerca de Su muerte. Los
principales sacerdotes, los escribas, los ancianos, todos en un mismo sentir en
esto se reunieron en el patio del sumo sacerdote. Ellos consultaron, tramaron;
pero, después de todo, si consumaban su infamia ellos cumplían sin querer las
palabras de Cristo a Sus discípulos más que el propio plan de iniquidad de
ellos. Se decían unos a otros: "No durante la fiesta, para que no se haga
alboroto en el pueblo" (versículo 5); pero Él dijo a Sus
discípulos: "Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo
del Hombre será entregado para ser crucificado". (Versículo 2). ¿Querían
ellos darle muerte? Debían hacerlo entonces. El hombre tiene su iniquidad y
Dios tiene Su modo de obrar. Pero poco sabían los amigos o los enemigos de
Jesús de qué manera iba a ser llevado a cabo el determinado consejo de Dios. Un
traidor desde el interior del círculo más íntimo, jefe de esa generación
adúltera y ahora apóstata en el abismo de la perdición, instrumento idóneo para
la malicia intrigante de Satanás debe alzar su calcañar contra el Salvador.
(Véase Salmo 41: 9). El enemigo degrada moralmente a sus víctimas, — que es
siempre la consecuencia del mal, — y la hermosa ofrenda de amor (fruto del
Espíritu Santo en aquella que derramó el perfume de gran precio del vaso de
alabastro sobre la cabeza de Jesús) brindó la ocasión a los más bajos motivos
en Judas y al éxito final del tentador sobre un alma por largo tiempo habituada
a la culpa secreta a pesar de ver y oír constantemente a Cristo. (Versículos
6-16).
Yo me veo obligado por las circunstancias a mirar sólo someramente estas
últimas y conmovedoras escenas. Sin embargo, no dejemos de observar en primer
lugar para nuestra advertencia cuán fácil es para once hombres buenos ser
engañados por las bellas pretensiones de un hombre malo que estaba influenciado
por sentimientos malvados desconocidos para ellos. ¡Lamentablemente! la carne,
incluso en los regenerados, sigue siendo siempre la misma cosa aborrecible y no
hay nada bueno para el creyente excepto donde Cristo es el Objeto y Él controla
el corazón. Luego y para nuestro gozo ¡cuán dulce es encontrar que el amor a
Cristo es ciertamente reivindicado por Él y tiene la guía del Espíritu en el
más débil a pesar de las murmuraciones de los que parecen siempre tan elevados
y fuertes! En tercer lugar, si una santa mujer manifestó su estimación por
Jesús, — tan generosamente a juicio de la incredulidad utilitarista, — ¿cuál
era Su valor a los ojos de los sacerdotes sobornadores y del traidor? "Y
ellos le asignaron treinta piezas de plata". (Versículo 15). ¡El precio de
un esclavo fue suficiente para el despreciado Señor de todos! (Compárese con
Éxodo 21: 32; Zacarías 11: 12-13).
No obstante, a pesar de todo el Señor sigue Su senda de amor y santa
calma; y cuando los discípulos le preguntan en qué lugar quería comer la pascua
Él habla como el Mesías consciente, que Él es siempre rechazado así: "Id a
la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en
tu casa celebraré la pascua con mis discípulos". (Versículo 18). Mientras
los doce comían Él expresa el quebranto de Su corazón: "De cierto os digo,
que uno de vosotros me va a entregar". (Versículo 21), — lo que no deja de
suscitar la realidad de los afectos y la profunda tristeza de ellos. Si Judas
imitó la consulta de inocencia de ellos, temeroso de que su propio silencio lo
descubriera y tal vez contando con la ignorancia debido a la generalidad de la
expresión del Señor ("uno de vosotros"), él sólo oye de ese modo que
su condena le es puesta personalmente en claro. La profecía se cumplía,
"mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado!"
(Mateo 14: 21).
Sin embargo nada detiene la corriente del amor de Cristo. "Y
mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus
discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y
habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos porque esto es mi
sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los
pecados". (Versículos 26-28). El pan, pero especialmente la copa,
presentaban al Mesías, no vivo en la tierra sino rechazado e inmolado. La
amplia verdad es presentada aquí así como por Marcos en, "Esto es mi
cuerpo", sin detenerse en la gracia que lo dio; pues se trata de la verdad
en sí misma sin los complementos vistos en otra parte. Énfasis es aplicado a,
"mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada",
porque el rechazo del Mesías por parte de Israel y Su muerte abrieron el camino
para otros que estaban afuera, — a saber, para los gentiles; y fue importante
para nuestro evangelista mencionar esto. Lucas dice, "por vosotros se
derrama" (es decir, por los creyentes en Jesús) (Lucas 22: 20); y Mateo
añade: "para remisión de los pecados", en contraste con la sangre del
antiguo pacto que, por así decirlo, declamaba su sanción penal: pues la sangre
de Éxodo 24 sellaba sobre el pueblo la promesa de obediencia de ellos a la ley
bajo amenaza de muerte; pero aquí en la sangre del Salvador ellos beben el
testimonio de sus pecados borrados y desaparecidos. "Pero", añade Él,
"os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta
aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre".
(Versículo 29). De ahí en adelante Él está separado del gozo de estar con ellos
hasta que venga el reino del Padre: entonces Él reanudará Su asociación con
deleite en Su pueblo aquí abajo. Los piadosos beben ahora Su sangre con
agradecida alabanza: en breve Él beberá el nuevo vino del gozo con nosotros en
el reino del Padre. Hasta entonces Él es el Nazareo celestial; y
consecuentemente así debemos ser nosotros en espíritu.
Después de la cena cantaron un himno, — ¡cuán bienaventurado en un
momento así! — y se dirigieron al monte de los Olivos. (Versículo 30). Con una
gracia inefable el Señor les da a conocer la prueba que les acontecería y sacudiría
a todos aquella misma noche, y esto conforme a la Palabra escrita como la que
Él había mostrado con respecto a Sí mismo. (Compárese con los versículos 24 y
31). La carne había dado prueba de sí misma y de su valor en el "hermoso
precio" que ella adjudicó a Jesús (véase Zacarías 11: 12, 13); ella iba a
demostrar también el valor de su propia confianza y de su jactancioso coraje a
favor de Él: "Todos vosotros os escandalizaréis de mí",
etcétera. Pedro, que era quien más confiaba en su propio amor por el Salvador
lo demostró amargamente para sí mismo y de manera indiscutible para los demás.
(Versículos 32-35). Por tanto, el objetivo de las pruebas sería confirmar la fe
de ellos y profundizar su desconfianza en el yo haciendo que Cristo fuera el
todo de ellos en todo; y Él una vez resucitado iría delante de ellos a Galilea
reanudando en poder de resurrección la relación que Él había tenido con ellos
allí en los días de Su carne.
La escena siguiente en el huerto, igualmente perfecta en su presentación
de Jesús y muy humilladora en su exposición de lo más selecto de los apóstoles
, no nos muestra el retrato de la santa calma en el pleno conocimiento
de todo lo que le esperaba a Él y a Sus discípulos, sino el retrato de la
angustia hasta el extremo y la consciencia de la muerte en todos sus horrores
como ante Dios. (Versículos 36-46). Aunque Él era Jehová-Mesías, ¡qué atisbo de
Él nos brinda Getsemaní como el Varón de dolores y experimentado en quebranto!
¿Quién vio alguna vez la aflicción como Él? Jesús no sólo tuvo que conocer las
profundidades de la cruz en la expiación como ningún otro pudo hacerlo;
inclinar Su cabeza bajo el pleno e implacable juicio de Dios cuando Él por
nosotros fue hecho pecado; sino que experimentó más que todos los demás la
presión expectante de la muerte sobre Su alma como el poder de Satanás,
sintiéndola perfectamente y más profundamente al tomarla de la mano de Su Padre
y no de la mano del enemigo. Fueron el "gran clamor y lágrimas" para
con Su Padre ahora como después para con Dios como tal cuando se trató del
auténtico hecho de cargar con el pecado en el madero. "Y tomando a Pedro,
y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran
manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí, y velad conmigo". (Versículos. 37, 38). Cuando llegó la cruz
no hubo tal llamamiento a los discípulos a velar con Él. Estuvo absolutamente,
esencialmente solo por nosotros, — es decir, por nuestros pecados, — y sin que
ninguno de los hombres o ángeles estuviera de alguna manera o en alguna medida
cerca de Él (moralmente hablando), — Él estuvo solo cuando Dios desamparó y
ocultó Su rostro de Aquel sobre cuya cabeza se acumularon todas nuestras
iniquidades. Aquí en Getsemaní fue la súplica como un Hijo a Su Padre cuando
Él, "Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro [postrado en Su
fervor], orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa;
pero no sea como yo quiero, sino como tú". (Versículo 39). Él veló y oró y
no entró en tentación aunque fue tentado hasta el extremo. Pero Él halla a los
discípulos dormidos: ellos no pudieron velar con Él ni una hora. "El
espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil"; y así fue
una y otra vez con ellos hasta que les ordenó que se durmieran pero les
advirtió que llegaba la hora pues aquel que Le entregaba se acercaba.
Pero la misma carne que arrastra al sueño cuando el Señor llamó a velar
y orar es lo suficientemente celosa con las armas carnales cuando vino Judas
con su beso engañoso y una multitud que lo seguía (Versículos 47 y sucesivos),
aunque ella no preservó sino que llevó más bien a abandonar al Maestro o a
negarlo. Una vez pasado el conflicto en Getsemaní Jesús en toda dignidad y paz
ante el hombre avanza para cumplir la voluntad de Dios en las manos malvadas de
ellos; y en las más mansas palabras (Versículos 50-54) poniendo de manifiesto
la ruin maldad de Judas, la imprudente debilidad de Su desconsiderado defensor,
y señala Su muerte que se aproximaba a pesar de Su derecho de comandar legiones
de ángeles en Su favor, — el cual además habla y mundos cobran existencia y
anula a los inicuos por medio de Su palabra. Pero Él era un prisionero por la
voluntad de Dios no por el poder del hombre.
Ante Caifás (Versículos 57-68) Él es considerado reo de muerte, — no
porque triunfara la falsedad de los testigos sino por Su propia confesión de la
verdad. Él, el Hijo de Dios, venido en plenitud de gracia y de verdad como Él
lo era, ellos Le verían de ahí en adelante como el Hijo del Hombre sentado a la
diestra del Poder y viniendo en las nubes del cielo, — es decir, Su posición
actual y Su manifestación cuando Él venga en poder y gloria.
Sin embargo en medio de Su rechazo y desprecio a manos de los de arriba
y de los de abajo entre Su propio pueblo exterior Jesús hace que Su poderosa
palabra sea recordada por el pobre Pedro, audaz ahora al negarlo con maldición
y juramento. (Versículos 69-75). "Y saliendo fuera, lloró
amargamente". ¡Oh, qué siervo, ¡oh, ¡qué Señor!
Mateo 27
En todo este Evangelio el Espíritu Santo tiene muy particularmente en
perspectiva las relaciones de nuestro Señor con Israel. Por eso en los
capítulos anteriores donde hemos tenido predicha la destrucción de Jerusalén se
tuvo cuidado de sacar también a relucir la preservación de un remanente piadoso
de Israel, — un hecho que sería de especial consuelo para Su pueblo. Y tal como
hemos visto en ese testimonio profético y también en la narración de la
crucifixión lo que sale a relucir de manera peculiar en el Evangelio de Mateo
es la parte en que Israel participó en aquel solemne hecho en el cumplimiento
de ellos de lo que estaba escrito en la Ley, en los Salmos y en los Profetas en
cuanto al rechazo de ellos a su propio Mesías. Nuestro evangelista escribió
teniendo en expresa perspectiva a los judíos y por eso fue de la mayor
importancia convencerlos de que Dios había cumplido las promesas en el envío
del Mesías al cual la incredulidad de Israel había rechazado y crucificado en
el madero por medio de manos gentiles. ¿Cuál sería el valor especial de citar
de la Ley y de los Profetas a los gentiles? Las Escrituras del Antiguo
Testamento constituían un libro del cual los paganos tenían el más exiguo
conocimiento. Nosotros encontramos referencias a estas Escrituras en Lucas, lo
suficiente para presentar un vínculo pero esto es todo. Pero aunque el
evangelio de Mateo está escrito ciertamente para todos tiene en perspectiva
especialmente a Israel. Por eso el Señor es presentado tan clara y cuidadosamente
como Mesías en este Evangelio; pero desde el principio bastante es insinuado
como para mostrar Su rechazo. En los detalles subsiguientes nosotros no sólo
vemos el cumplimiento de las amplias predicciones sino el progreso y desarrollo
de esa enemistad. Son prominentes la culpa de los líderes religiosos y sus
malas obras religiosas que son especialmente ofensivas para Dios; introduciendo
el diablo el nombre de Dios para impresionar y ratificar lo que es hecho por el
hombre.
Por eso la actividad del mal es aquí por medio delos sacerdotes.
"Venida la mañana", — ellos se levantan temprano para cumplir el
designio que les corresponde. Y presten ustedes atención pues se dice,
"todos los principales sacerdotes", etcétera. Esto muestra la ruina y
la ceguera completas de la nación. Era un hecho muy sorprendente y mayúsculo
que un judío comprendiera que quienes debiesen haber sido los guías seguros del
pueblo fueran sus corruptores en el mayor de todos los pecados (pues un judío
sabía que el sacerdocio había sido instituido y ordenado por Dios). ¿Acaso no
habían sido los hijos de Aarón divinamente escogidos? ¿Acaso no eran éstos sus
sucesores? ¿No eran los judíos un pueblo llamado a salir del resto del mundo
para reconocer al verdadero Dios y Su ley? Todo esto es muy cierto,
ciertamente, pero ¿qué hacían ellos y sus líderes ahora? Entrar en consejo y
planear la destrucción de su Mesías! ¡Y estos eran los hombres que tenían mejor
luz que cualquier nación! ¡Todo el uso que el hombre hizo de la luz que poseía
fue para endurecerse y amargarse más al rechazar al Hijo de Dios! "Y le
llevaron atado, y le entregaron a Poncio Pilato, el gobernador".
(Versículo 2). Con independencia de la parte en que los gentiles participan en
ello Dios se encarga de señalar que los judíos no sólo fueron los instigadores
sino los acusadores públicos en el horrible hecho.
"Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era
condenado, devolvió arrepentido… diciendo: Yo he pecado entregando sangre
inocente". ¡Horrible retrato de lo que Satanás produce en un miserable
corazón humano! Sólo más lejos moralmente de Jesús porque él estaba más cerca
externamente. Los más culpables de todos son los que tienen los mayores
privilegios exteriores mientras la verdad de Dios no gobierna el alma. Nosotros
vemos también la afrenta de Satanás, —
la forma en que él engaña a sus víctimas. Evidentemente Judas no
esperaba un final así para Jesús. Él había conocido antes al Señor en peligro
inminente; Le había visto esconderse cuando la gente tomaba piedras para
arrojárselas, atravesando por en medio de ellos y siguiendo Su senda. (Juan 8:
59). Él sabía cómo Jesús podía caminar sobre el mar (Mateo 14: 22-25), — cómo
Él podía dominar todos los obstáculos de la naturaleza; ¿y por qué no iba Él a
dominar la fiera tormenta de la pasión y la violencia humanas? Pero Judas
estaba engañado con independencia de cuáles fueran sus cálculos; él cedió a la
codicia; negoció por la sangre de Jesús. Para su horror él sólo encontró que
ello fue demasiado cierto. Y Satanás, el cual lo había guiado por su amor al
dinero lo deja sin esperanza, — en negra desesperación. Él acude a los
sacerdotes los cuales se apartan despiadadamente de un alma miserable y
desesperada. Lamentablemente la confesión del pecado sin confianza en la gracia
de Dios carece de valor, — es ineficaz para cualquier bien. ¡Adhiérete a Dios,
alma mía! y hónrale por lo que Él es en Cristo. Pero no hay fe donde Jesús no
es amado; y Judas no tenía ninguna de las dos cosas, ni fe, ni amor. Toda la
cercanía externa que él había disfrutado anteriormente fue sólo un peso mayor
sobre su alma ahora perdida. ¡Qué cosa es el fin del pecado aún en este mundo,
¡el pecado contra Jesús!
Judas lleva las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a
los ancianos con la confesión: "Yo he pecado entregando sangre
inocente". Ellos no pudieron negar la verdad de esto; pero con total
indiferencia, más endurecidos, si cabe, que el propio corazón de Judas,
dijeron: "¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de
plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó". (Versículos 4, 5). Muchos
venden a Jesús de manera virtual si es
que no lo hacen de manera literal. Que cada alma se ocupe de que su pecado no
sea de alguna manera similar al de Judas. Si Dios está llamando a pecadores al
conocimiento de Su Hijo y de Su gracia por medio de Él, es algo terrible
rechazarle; ello es vender a Jesús por algún objeto en este mundo que o bien
buscamos conseguir o bien amamos demasiado como para separarnos de él. En Judas
esto salió a relucir en su peor forma; pero la perdición no está limitada a
aquel que es el hijo de perdición.
"Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata",
etcétera. La conciencia les habría dicho que de ellos fue la culpa de
sobornar a Judas para traicionar a Jesús pero hacía tiempo que dicha conciencia
estaba cauterizada y ahora completamente muerta para con Dios ya que ella se
muestra despiadadamente cruel para con Judas. La religión sin Cristo sólo sirve
como medio para engañar al alma. Ellos dijeron, "No es lícito echarlas en
el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre". Aquí estaba la
religión; pero, ¿dónde estaba la conciencia al dar el dinero por Jesús? "Y
después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura
de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo
de sangre". (Versículos 7, 8). El recuerdo de la culpa de ellos se
perpetúa así para la propia condenación de ellos. Y esto es un retrato de
aquello en lo que el pueblo se había convertido, — siendo los principales
sacerdotes como modelo de lo que la nación era. Esa tierra sigue siendo un
campo de sangre hasta el día de hoy; un campo "para sepultura de los
extranjeros". Al ser expulsado Israel de su propia tierra ella es dejada a
otros sólo para ser enterrados allí. [Véase nota 23].
[Nota 23]. Esto
es aplicable más bien a los propios judíos. Expulsados de su tierra a causa de
la sangre del Justo, del cual ellos dijeron: "Su sangre sea sobre
nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27: 25), ellos han sido
"extranjeros" entre todas las naciones del mundo desde entonces, —
donde ellos tienen sus sepulcros pero no su hogar. — [Nota del Editor en
inglés].
Pero lo que nos ocupa ahora no son los principales sacerdotes y los
ancianos, ni la miserable condición de Judas, ni la perpetuación de la
iniquidad de Israel predicha por el profeta. Lo que nos ocupa ahora es nuestro
Señor mismo en pie ante el gobernador. Él reconoce el poder del mundo cuando
Pilato le pregunta: "¿Eres tú el Rey de los judíos?" A los
principales sacerdotes y a los ancianos Él no responde. Pilato, impresionado
por el silencio y la dignidad moral de su prisionero desea su liberación, él
percibe la malicia del pueblo y les propone una elección tal como era la
costumbre del gobernador: "¿A quién queréis que os suelte?" Pero él
tuvo que enterarse del odio con que los hombres consideraban a Jesús: no hay
persona o cosa que la malicia del hombre no prefiera antes que a Él. Dios se
encarga también de que haya un testimonio hogareño para la conciencia del
gobernador. Su mujer envió un mensaje diciendo: "No tengas nada que ver
con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él".
(Versículo 19). Esto que sólo está registrado en Mateo perturbó aún más a
Pilato. Todo ello lo ordenó Dios para que la iniquidad del hombre al rechazar a
Jesús fuese evidente y sin excusa. Observen ustedes luego la solemne lección:
"Los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la
multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto". (Versículo
20). Cuanto mayores son las ventajas morales donde no hay una fe sencilla en
Dios mayor es el odio a Jesús. La recepción o el rechazo de Jesús ahora es la
misma cosa en principio aunque sin duda las circunstancias del mundo han
cambiado.
Las personas pueden conocer lo suficiente acerca de Jesús para la
salvación de sus almas y experimentar poco el rechazo del mundo; pero si yo me
adhiero realmente a un Cristo crucificado y ahora glorificado debo saber lo que
es tener el desprecio y la mala voluntad del mundo. Si el mundo Le rechazó yo debo
estar preparado para lo mismo. Nosotros no podemos hacer que el cielo y la
tierra sean nuestro objeto ni podemos servir a Dios y a las riquezas. La cruz y
la gloria van juntas. El Señor presentó esperanzas de bendición en la tierra a
Israel si ellos Le hubiesen recibido; pero ellos rehusaron y esto trajo la cruz
de Jesús. Dios sabía que ello era inevitable a causa de la iniquidad del
hombre; y ello fue la ocasión de presentar Su propósito en cuanto a la Iglesia
y la gloria celestial; pero nosotros debemos prepararnos para todo cuanto el
hombre escoja hacer en el estado actual de la sociedad. Es una mentira de
Satanás que el hombre haya cambiado para mejor durante los últimos mil
ochocientos años; el corazón del hombre natural es siempre el mismo aunque haya
momentos en que dicho corazón entre en crisis. Las mismas personas que
estaban maravilladas "de las palabras de gracia que salían de su
boca", el mismo día procuraron despeñarle. (Véase Lucas 4: 16-30). ¿Y qué
fue lo que sacó a relucir la enemistad de ellos? Fue la afirmación de la maldad
del hombre y la verdadera gracia de Dios. El hombre no puede soportar el
pensamiento de que su salvación depende de la misericordia de Dios y que ella
es para el peor de los pecadores como para cualquier otro. El hombre se
pregunta, «¿Es posible que yo que he
tratado de servir a Dios durante tantos años sea tratado como un borracho, un
embaucador o una ramera?» Él da
la espalda a Dios y se convierte en Su enemigo público. Pero después de todo en
la salvación de un pecador no es un asunto de justicia para el hombre. Si Dios
salva a alguien debe ser gracia; y Él se complace en mostrar esta
gracia. Tampoco se trata de un remedio parcial pues no hay caso tan desesperado
que Su gracia no pueda alcanzar.
"Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?
Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!" Nosotros vemos aquí la amarga
injusticia de estos hombres religiosos; y si al principio Pilato pareció
demasiado sensato como para actuar así, veremos también a qué equivale su
justicia. Él pregunta: "Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún
más, diciendo: ¡Sea crucificado! Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se
hacía más alboroto, tomó agua", etcétera. (Versículos 23, 24). A esto es
lo que equivale la justicia del mundo, sea ella de los principales sacerdotes o
del romano. La verdadera justicia se encuentra solamente donde Dios gobierna.
Solamente Uno en esta escena es hallado en la paciencia, la bondad, la
sabiduría de Dios, — perfecto en todo sentido. Cuando fue el momento de hablar
Su palabra es pronunciada; cuando era el momento de callar Él calla. Él era
Dios en la tierra y todos Sus modos de obrar perfectos. Pero este no es el gran
asunto aquí. Así como el Evangelio de Juan desarrolla especialmente la deidad
de nuestro Señor y Lucas Su humanidad, en Mateo Le vemos como Mesías; por
consiguiente Pilato le pregunta aquí: "¿Eres tú el Rey de los
judíos?" Cuando Pilato "se lavó las manos delante del pueblo,
diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros" (como
si eso pudiera aliviarlo del temible crimen que él estaba perpetrando), todo el
pueblo respondió y dijo, "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros
hijos", y allí permanece la oscura y fatal mancha hasta el día de hoy.
"Y habiendo (Pilato) azotado a Jesús, le entregó para ser
crucificado". ¡Y esta es la justicia del juez! Este era aquel que poco
antes había llamado a Jesús hombre justo. (Véase Lucas 23: 4). Luego vienen los
soldados. Se demuestra que también ellos, y todos, son culpables. Ninguna clase
o condición de hombre deja de evidenciar su aborrecimiento a Dios en la persona
de su Hijo, — mostrado también en aquello que era la soberbia de ellos. Porque,
¡qué cobardía ruin es la que pisotea a quien padece sumisamente! "Y desnudándole,
le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona
tejida de espinas,… Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la
cabeza". (Versículos 28-30). El abuso de poder de los soldados sale a
relucir en este sentido: a saber, ellos obligan a uno de ninguna manera
implicado a hacer un servicio que ellos no harían, — "Cuando salían,
hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que
llevase la cruz".
En la cruz "le dieron a beber vinagre mezclado con hiel".
(Versículo 34). No debemos confundir esta circunstancia con la mencionada en
Juan donde el Señor dice: "Tengo sed". (Juan 19: 28). En la narración
de Mateo se trató del sorbo narcótico que era administrado a los prisioneros
antes de que padecieran; y esto el Señor no quiso beberlo. Mientras que en Juan
el Señor mientras está en la cruz cumple una escritura. En Juan Él no es
considerado como Uno que no padeció sino como Amo absoluto sobre todas las
circunstancias. Por lo tanto estando vivo para la honra de la Escritura y en
cumplimiento de una palabra que aún no había recibido su cumplimiento Él dice:
"Tengo sed". "Ellos empaparon en vinagre una esponja, y… se la
acercaron a la boca". Entonces Él sí bebió el vinagre. Pero por el
contrario aquí en Mateo "después de haberlo probado, no quiso
beberlo". (Versículo 34), — Él no deseó ningún alivio de parte del hombre.
"Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos,
echando suertes".
La inscripción difiere en los distintos Evangelios. Nosotros debemos
recordar que Pilato la escribió en tres idiomas diferentes y por lo tanto puede
no haber sido exactamente la misma en cada uno. Un Evangelio (Marcos) no
pretende presentar nada más que la sustancia de lo escrito, la acusación, o cargo,
contra Él; en los otros el Espíritu Santo presenta las palabras. Y ¡qué
apropiado es esto! "ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS". (Versículo
37). Lo extraño para el judío es la identificación de su Mesías y Rey con
Jesús. En Lucas la palabra "Jesús" debiese ser omitida, como en los
mejores manuscritos. En realidad es, «¡El Rey
de los judíos, éste!» y
significa »este individuo», — un
término de desprecio. El objetivo es allí mostrar que él es, "Despreciado
y desechado entre los hombres ": aquí, "A lo suyo vino, y los suyos
no le recibieron" porque aunque el gentil comparte la culpa es el judío
quien lleva a Pilato a condenarle a muerte. En Juan tenemos característicamente
la forma más completa de todas, — a saber, "JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS".
El motivo es que ello une dos cosas en nuestro Señor que no están tan puestas
en yuxtaposición en ninguna otra parte, — a saber, la más completa humillación
y la más excelsa gloria. Aquel por quien todas las cosas fueron hechas, Dios
mismo, era un hombre de "Nazaret". La hermosura de esto debe aparecer
para cualquier mente espiritual. A lo largo del Evangelio de Juan el Señor es a
la vez más excelso y más humilde que en cualquier otro lugar.
"Lo mismo le injuriaban también
los ladrones que estaban crucificados con él". (Versículo 44). Ellos
encontraron tiempo para injuriar a Jesús también desahogando la angustia
corporal de ellos escarneciendo al Hijo de Dios. Oh, amados amigos, ¿hubo
alguna vez una escena semejante?
Nosotros hemos visto brevemente la
parte del hombre pero, ¿qué hizo Dios allí? "Cerca de la hora novena,
Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Versículo 46). Tenemos plena
evidencia de que esto no fue el agotamiento de la naturaleza. "Mas Jesús,
habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu". (Versículo
50). Nuestro Señor murió como una víctima voluntaria. El hombre pudo querer Su
muerte y ser el instrumento de ella. Él se hizo hombre para morir como hombre;
pero en cada circunstancia ello está tan señalado como para mostrar que estaba
allí Aquel que podría haber arrasado un mundo con la misma facilidad con
la que en el pasado puso los cimientos del cielo y los fundamentos de la tierra
mediante Su palabra. Él "entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se
partieron". (Versículos 50, 51). A la naturaleza se le hizo dar su
testimonio arriba y abajo; y la oscuridad sobre la tierra no fue un simple
eclipse. (Lucas 23: 45). El sistema judío dio también su solemne testimonio en
el velo rasgado, — las sombras estaban desapareciendo pues el cumplimiento de
ellas, la gran Realidad, había venido. El velo no rasgado había sido el símbolo
de que el hombre no podía acercarse a Dios. Bajo la ley ello nunca pudo ser.
Dios moraba en densas tinieblas en aquel entonces. Pero en la muerte de Jesús
ha venido la plenitud de la gracia. Dios y el hombre pueden ahora encontrarse
cara a cara. La sangre es rociada sobre y ante el propiciatorio y el hombre es
invitado a acercarse con santa confianza. Ello es debido a esa preciosa sangre.
En Él Dios había descendido del cielo para quitar el pecado mediante el
sacrificio de Sí mismo. Para toda alma que cree ello está hecho. El sistema
judío podía perdurar como un cadáver que espera tantos días para ser sepultado;
pero el rasgado del velo fue el alma separada del cuerpo. De este modo hubo
testigos de todas partes, — de la tierra, del cielo, de la ley y del mundo invisible.
Jesús tiene las llaves de la muerte y del Hades. Los sepulcros mismos se
abrieron cuando Jesús murió, si bien los cuerpos de los santos no se levantaron
hasta después de la resurrección. (Mateo 27: 52, 53). Él mismo fue las
primicias y el poder de la vida fue introducido por Su resurrección. ¿Qué
testimonio pudo ser más completo? El centurión encargado de la vigilancia,
pagano como él era, temió en gran manera y sin duda dijo, "Verdaderamente
éste era Hijo de Dios".
"Estaban allí muchas mujeres
mirando de lejos". Pero, ¿dónde estaban los discípulos? Oh, ¡qué condena
tan drástica de todo coraje jactancioso! Ellos habían desamparado a Jesús y
habían huido; pero aquí estaban estas mujeres en contra de su natural timidez,
ellas "sacaron fuerzas de la debilidad", mirando aunque de lejos. En
José de Arimatea vemos a un hombre que tenía mucho que perder: un hombre rico y
consejero miembro del Sanedrín y además discípulo secreto de Jesús. Dios lo
lleva ahora a un punto donde ustedes menos podrían esperar. Con la muerte de
Jesús en la cruz, — "contado con los pecadores", — él va a Pilato,
pide Su cuerpo, y habiéndolo puesto en su sepulcro nuevo él hace rodar una gran
piedra a la entrada del sepulcro, cumpliendo inadvertidamente Isaías 53: 9, —
"con los ricos fue en su muerte". Si los apóstoles y los discípulos
huyeron Dios puede levantar testimonios por causa de Su nombre, y Él lo hace.
En este capítulo hemos trazado la
historia del yo. Si nosotros tuviéramos todas las riquezas, la erudición, el
poder, de este mundo, ninguna ni todas estas cosas podrían hacernos felices.
Jesús puede y lo hace. Pero recordemos que estamos en el territorio del enemigo
el cual ha mostrado su traición a nuestro Maestro. Si nosotros no sentimos que
estamos pasando por el campo de los que crucificaron a Jesús estamos en peligro
de caer en alguna emboscada del enemigo. Que el Señor nos conceda esa calma de
fe que no está ocupada con el yo sino con Aquel que llevó Él mismo nuestros
pecados en Su cuerpo sobre el madero.
Mateo 28
El propósito especial de este Evangelio aparece en el relato de la
muerte y resurrección del Señor tan claramente como en otro lugar. De hecho,
casi ninguna porción ilustra esto de manera más sorprendente que el capítulo
que está ante nosotros. Por lo tanto no tenemos mención alguna de la ascensión
de nuestro Señor. Si nosotros tuviéramos solamente Mateo 28 no habríamos sabido
como siendo un hecho que el Señor ascendió al cielo en absoluto. Es imposible
que sin un propósito especial el apóstol pueda haber omitido un acontecimiento
tan glorioso e interesante. No es que esta omisión sea un defecto en la
narración de Mateo; por el contrario, es una parte y una prueba de su
perfección cuando la trascendencia es entendida. Si la escena de la ascensión
estuviera introducida aquí no estaría en consonancia con la historia que
concluye nuestro capítulo. Sin embargo incluso ahora es uno de los puntos en
los que tropiezan los eruditos. Al descuidar la evidencia de designio ellos
razonan a priori y por consiguiente no pueden comprender por qué un
acontecimiento tal pudo haber sido dejado fuera por nuestro evangelista.
Evidentemente ellos no creen en ningún sentido pleno que Dios escribió estos
Evangelios; de lo contrario concluirían que la culpa reside en su ignorancia y en
su falta de raciocinio. Aunque un creyente de corazón sencillo no entienda el
motivo de esto, él está satisfecho de que la omisión en Mateo es tan perfecta
como la inserción de ello en Lucas; todo es como debe ser en la palabra de Dios
tal como Él la escribió. Y la noción de que ahora falta algo que Mateo escribió
una vez como conclusión es contraria a toda evidencia externa e interna.
Antes de concluir procuraré mostrar de qué manera la presencia de la
ascensión sería incongruente aquí y empañaría la hermosura del retrato que Dios
estaba proporcionando: y por otra parte yo no necesito añadir que su presencia
allí donde aparece en otros lugares es igualmente hermosa y necesaria. Los
acontecimientos son seleccionados en relación con el tema inmediato. Tomando el
capítulo tal como está escrito vemos que el Espíritu Santo se limita aquí a un
Mesías resucitado de los muertos el cual se encuentra con Sus discípulos en
Galilea fuera de la ciudad rebelde. En otras partes de este Evangelio la
ascensión está implícita o se da por supuesta como en Mateo 13: 41; Mateo 16:
27-28; Mateo 22: 44; Mateo 24; Mateo 25; y sobre todo, Mateo 26: 64. Por lo
tanto la ascensión no fue omitida por ignorancia ni ningún accidente nos ha
privado de ella en el original. Yo sólo digo esto para refutar por completo el
razonamiento necio e irreverente de los hombres, principalmente de los hombres
modernos.
"Pasado el día de reposo, al amanecer", etcétera. (versículo
1). (N. del T.: otra posible traducción:
"Cuando al anochecer del día
de reposo comenzaba el primer día de la semana…").
Esto no fue por la mañana del día de la
resurrección sino al atardecer anterior a ella. Nosotros con nuestros cálculos
occidentales de tiempo podríamos pensar sólo en el comienzo del alba; pero la
expresión traducida como, "Pasado el día de reposo, al amanecer",
significa simplemente que la semana estaba llegando a su fin. Debemos recordar
que para una mente judía el ocaso de la tarde daba comienzo al nuevo día.[Véase
nota 24]. Una frase exactamente similar aparece en Lucas 23: 54 donde no se
puede dudar del sentido judío.
[Nota 24]. Esto está de acuerdo con Génesis 1: 5 donde
está escrito, "Y fue la tarde y la mañana un día". Así también los
versículos 8, 13, etcétera: a esto se ajustaba el cómputo judío del tiempo. Si
nosotros creemos que Génesis 1 tiene también una aplicación simbólica tal como
otros han mostrado claramente, la omisión de "la tarde y la mañana"
en el séptimo día señala muy significativamente el reposo de Dios (y el nuestro
con Él) en la nueva creación donde el pecado no entrará y Su reposo no será
interrumpido. — [Nota del Editor en inglés].
El Espíritu Santo no continúa la
descripción de esta visita de las mujeres al sepulcro. No hay ningún terreno
real para relacionar las circunstancias de los tres primeros versículos de este
capítulo. [Véase nota 25].
[Nota 25]. Esto concuerda
bastante con lo que hemos encontrado en otro
lugar en Mateo. El lector puede comparar "καί ἰδού", Kaí idoú ("Y he aquí") en Mateo 8:
2 con lo mismo en Mateo 28: 2, "Y he aquí, se produjo un gran
terremoto", etcétera. (Mateo 28: 2 – LBA). La verdadera conexión está en
el objetivo del narrador y no en el mero tiempo. No hay motivo alguno para
suponer que las mujeres presenciaron el terremoto: pero yo creo que los
soldados fueron los únicos que lo hicieron. — [Nota del Editor en inglés].
El primero de los tres versículos arriba mencionados presenta meramente
la dedicación de estas santas mujeres. Cuando los discípulos se habían marchado
a sus casas estas mujeres no pudieron mantenerse alejadas a pesar de los
temores naturales en un lugar y en un momento tales. Ellas habían preparado
especias aromáticas para embalsamar el cuerpo pero descansaron el día de reposo
(tal como leemos en Lucas), según el mandamiento. El verdadero pensamiento es aquí «Estaba
a
punto de anochecer.» Era el ocaso después del día de reposo. Sus corazones las llevaron a la
tumba tan pronto como la ley sabática lo permitió estando dichos corazones
ligados con Jesús.
"Y he aquí, se produjo un gran terremoto", etcétera. (Mateo
28: 2 – LBA). Esto fue un suceso posterior; pero no se dice cuánto tiempo
después. Nosotros tenemos simplemente una narración de acontecimientos uno tras
otro en estos primeros versículos sin definir los intervalos de tiempo. No
debemos confundir la visita de las mujeres aquí (en el versículo 1) con la
visita de ellas en la mañana del primer día mencionada por Marcos y en nuestro
versículo 5 y versículos siguientes. El Señor no estaba en el sepulcro en esta
última ocasión y el ángel al descender y hacer rodar la piedra no tuvo nada que
ver directamente con la resurrección del Señor. Una intervención tal de ninguna
manera fue necesaria para Él. Dios Le resucitó, y Él mismo se levantó, —
volviendo a tomar Su vida así como Él la había puesto. (Juan 10: 17). Esa es la
doctrina bíblica de la resurrección. Yo supongo que esta acción angélica fue
para llamar la atención de los hombres acerca del acto Divino en la
resurrección de Jesús y para desechar más plenamente los engaños o los
razonamientos de los enemigos. [Véase nota 26]. Así que la palabra del ángel
es: "Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor".
[Nota 26]. Tal vez más especialmente para el consuelo
y la seguridad de los afligidos discípulos
así como el anuncio a ellos de la resurrección de Jesús. — [Nota del Editor en inglés].
Siempre se insiste en una notable consecuencia de la resurrección: el
ángel dice: "No temáis". Ese poderoso acto de Dios tiene la intención
de disipar para siempre la alarma de los que creen en Jesús dándoles la certeza
de Su intervención a favor de ellos. Hasta la venida y la resurrección de Jesús
hubo una medida de oscuridad e incertidumbre con independencia de cuales fueran
la bondad y la misericordia mostradas por el Señor. La resurrección dejó a todo
el mundo aparentemente imperturbable; pero, ,¿cuál fue la gran verdad y la gran
bendición resultantes para el pueblo de Dios? Para la fe es el triunfo de Dios
sobre los últimos esfuerzos del pecado y del poder de Satanás. Sin duda la
muerte sigue en el mundo continuando
con sus estragos.
El objetor dice, «¿y qué es para usted la resurrección?» La respuesta es, «Si Cristo es mi vida la resurrección es todo.
Yo tengo derecho a tener el consuelo de ella;
mi alma es bienvenida a beber en el gozo de ella aunque mi cuerpo no comparta
todavía la liberación. Dios me ha mostrado en la cruz de Cristo el testimonio
perfecto del padecimiento por el pecado». El
hombre no cree que Él es el Hijo y no puede comprender cómo Dios pudo permitir
que Su muy amado padeciera. Otros también habían clamado a Dios; y a pesar de
todas sus faltas ellos habían sido oídos; sin embargo, en la situación extrema
de los padecimientos de Cristo y a pesar de Su gracia y Su gloria y del amor
del Padre hacia Él, ¡Él clamó y no fue oído! Porque en verdad en toda Su vida
Él fue el Amado sobre el que los cielos se abrieron con complacencia. Pero en
la cruz llegó la crisis y todo cambia. Al mundo podría haberle parecido que
todo había terminado con los clamores de Jesús. Él había muerto en la cruz y
según Su propia confesión había sido desamparado por Dios. Y surge la pregunta,
¿era ahora todo lo que el hombre o el diablo deseaban? Al tercer día Dios
interviene: Jesús resucitó de los muertos y todo el poder de la tierra y del
infierno fue sacudido hasta su centro. La resurrección lo resolvió todo en paz
para el creyente. Todo motivo de temor y de dolor incrédulo fueron sepultados
en la tumba de Cristo. Toda bendición rebosa en Él resucitado. ¡Cuánta
importancia se da a esto en las Epístolas! Nada es más fundamental ni en nada
se insiste más. Pensamientos vagos acerca de la bondad de Dios, de Su amor,
etcétera, no serían suficientes para el sólido consuelo del pueblo de Dios. La
paz plena y asentada está fundamentada en la sólida base a la que Dios señala,
— a saber, la muerte y resurrección de Jesús. Si Su muerte paga todo mi mal, Su
resurrección es el manantial y el modelo de la nueva vida y la aceptación, —
más allá del pecado, de la muerte, y del juicio. Nuestra vida, nuestra paz,
nuestro nuevo lugar ante Dios, han de estar asociados ahora con Jesús
resucitado.
El curso del mundo no fue interrumpido por la resurrección del Señor.
Los hombres durmieron como de costumbre y se levantaron como si nada hubiera
ocurrido. Sin embargo la resurrección fue la obra de poder más grande que Dios
había realizado jamás; en efecto (una obra fundamentada en el padecimiento más
profundo que jamás fue soportado), fue la obra más grande que Él jamás hará; y
yo digo esto mirando hacia el día en que todo será hecho nuevo según Su gloria.
Éstas son las consecuencias de la resurrección de Cristo, las
aplicaciones del poder expuesto en ella. Pero si el mundo fue indiferente a
ella, ¿qué debería ser ella para nosotros? No digamos que es poca cosa debido a
que todavía es un asunto de fe. En medio de esta escena de debilidad y muerte
ha entrado el gran poder de Dios y ha sido dado a conocer aquí en la
resurrección de Cristo. Dios no puede hacer más ni necesita hacerlo para borrar
el pecado: el pecado ha sido quitado mediante el sacrificio de Cristo. Jesús
fue tratado como si Él hubiese estado cubierto por él, como si fuera todo de
Él. Si el pecado iba a ser eliminado Él debía llevarlo completamente: y Él lo
hizo, y ahora el pecado ha desaparecido; y nosotros descansamos en lo que Dios
nos dice acerca de Él y del pecado. Esto es lo que pone a prueba la confianza
del alma en Dios. ¿Estoy yo dispuesto a confiar en Dios cuando no puedo confiar
en mí mismo? El pecado introdujo la desconfianza en Dios; pero el don, la
muerte y la resurrección de Cristo restauran con creces lo que se había perdido
y establecen el alma en un conocimiento de Dios tal como ningún ángel lo tuvo o
puede poseer. Lo que mi alma quiere no es que Dios sea tan misericordioso como
para no destruirme a causa de mis pecados sino una liberación completa con un juicio
completo del pecado. (Romanos 8: 1, 3). Nosotros no podemos tener comunión con
Dios excepto en el terreno de que el pecado es quitado con justicia. Jesús
crucificado ha abolido el pecado ante Dios para los que creen. Creer a Dios
acerca de la muerte de Su Hijo a causa de nuestro pecado es asumir la parte de
Dios contra nosotros mismos. Reconocernos pecadores perdidos ante Él es
arrepentimiento hacia Dios y es algo
inseparable de la fe.
El amor perfecto está en Dios y sale de la profundidad de Su santo ser.
Dios se hizo hombre para poder resolver toda la cuestión moral del pecado: pues
lo hecho en Cristo es el triunfo de la gracia. No es de extrañar entonces que
el ángel pudiera decir: "No temáis”. La resurrección muestra que todo
obstáculo ha desaparecido. El ángel Le reconoce como Señor ("Venid, ved el
lugar donde fue puesto el Señor"); pero, ¡qué bendición es poder decir, nuestro
Señor! ¡Qué gozo es reconocer así como con derecho a mandar en todo a Aquel
resucitado que fue crucificado! Sin duda lo que hizo que Su obra tuviese valor
fue que Él era Dios mismo, — Uno que
aunque era un hombre estaba infinitamente por encima del hombre, — un
"árbitro", —, uno que podía poner "Su mano sobre ambos".
(véase Job 9: 33 – LBA). El ángel insinúa esto, a saber, que en presencia de un
Salvador resucitado el creyente más tímido no tenía nada a lo cual temer. Por
otra parte Hechos 17: 31 dice: "Por cuanto [Dios] ha establecido un día en
el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando
fe a todos con haberle levantado de los muertos". Si yo no confío en un
Salvador resucitado para la liberación de mi alma participo en la culpa de Su
muerte. Si yo no he huido para hallar refugio en Él entonces pertenezco a la
misma asociación, por así decirlo, que Le crucificó. Pero por la fe en Él yo
soy lavado de esta culpa mediante Su sangre. Cuán justo es que si la provisión
de gracia que señala la liberación del creyente es despreciada ¡ello se
convierta en el peso muerto que hunde al mundo! Si Le creo a Él yo sé que fue
el hombre el que crucificó a Jesús; y no el hombre profano meramente pues la
culpa todo lo impregna. Y hay una sola puerta de liberación para cualquiera y
ésta es Jesús crucificado. "No temáis". No hay necesidad de alarmarse
pues Él ha resucitado. "Yo sé que buscáis a Jesús, el que fue
crucificado", etcétera. Fue el corazón puesto en Jesús lo que fue
valorado. Siempre había estado en la mente de Dios borrar el pecado; pero ahora
todo había desaparecido; y Dios estaba esperando esto para anunciar las buenas
nuevas. Aquel que estaba lleno de santo amor al dar a Jesús para que muriera
ahora Le levantó de entre los muertos y Le dio gloria para que nuestra fe y
esperanza estuvieran en Dios. (1ª Pedro 1: 21). Si mi fe y mi esperanza están
en Dios mi deleite está en Cristo; pero si ellas están en mí mismo entonces
Cristo se convierte para mí en una criptografía y yo perezco para siempre
merecidamente. Si yo no tengo aquí a Cristo como mi descanso y deleite, como mi
Salvador y Señor, yo en breve debo estremecerme ante Él como mi juez.
Y ahora y volviendo a las mujeres ellas debían ir a decir a Sus
discípulos que Jesús había resucitado de los muertos y que Él iba delante de
ellos a Galilea. En Lucas no hay mención alguna de Galilea, pero en ese evangelio
Él se une a los dos discípulos que van a Emaús; y cuando ellos regresaron a
Jerusalén esa misma tarde, "hallaron a los once reunidos,… que decían: Ha
resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón". Jesús mismo
aparece en medio de ellos. Todas las circunstancias en ese evangelio tienen
como centro a Jerusalén. (Véase Lucas 24: 13-35). En Mateo es enfatizado el
gran asunto acerca
del lugar de reunión asignado en Galilea. ¿Y por qué? ¿Acaso no es a primera
vista notable que uno presente la reunión de Jesús con Sus discípulos en
Jerusalén y el otro en Galilea? ¿Acaso no tiene Dios alguna verdad que
enseñarme por medio de esto? Nosotros somos propensos a medir la importancia de
una verdad por sus resultados para nosotros mismos; pero el verdadero estándar
es la relación de dicha verdad con la gloria de Dios. En conclusión, el modo en
que Dios nos presenta Su verdad es también el mejor modo para nosotros. A lo
largo del Evangelio de Mateo a Jesús se Le encuentra en Galilea. Jerusalén Le
rechaza, la ciudad se turba ante Su nacimiento y Le arroja a la muerte, muerte
de cruz. "Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y
abatido", describe exactamente el sentimiento de ellos. Ellos buscaban en
el Mesías algo que se ajustara a la idea terrenal de ellos; y descargaron su
desilusión en el rechazo del Hijo de Dios. Entonces, de acuerdo con esto Mateo
registra que la escena de sus labores estando Él en vida así como también donde
Él se manifestó como resucitado después de que la casa de Israel Le rechazara
fue Galilea, — el lugar del escarnio
judío. Él se muestra de nuevo en la despreciada Galilea de los gentiles cuando
toda potestad Le es dada en el cielo y en la tierra; y Él da allí al remanente
piadoso de Su pueblo antiguo la gran comisión de ellos.
"Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús
les salió al encuentro", etcétera. En el evangelio de Juan, donde María
recupera a su amado Señor, mientras ella piensa Él dice, "No me
toques". ¿Cómo es que aquí en Mateo cuando las mujeres vinieron y
abrazaron Sus pies nuestro Señor no lo prohíbe? Una verdad totalmente diferente
es así presentada mediante estos hechos. La gran esperanza de Israel era tener
a Cristo en medio de ellos. Pero para nosotros la ausencia de Cristo en lo alto
mientras atravesamos nuestro tiempo de prueba es tan característica como lo
será Su presencia para ellos. Juan habla plenamente de la partida de nuestro
Señor: y otra escena de gloria completamente distinta de este mundo es sacada a
relucir allí. Por eso la enseñanza implícita es, por así decirlo, «Como
judíos uustedes han estado esperando una escena en la
que Yo estaré
personalmente presente; pero en lugar
de esto Yo les
hablo de mi actual lugar en lo alto y de
las muchas moradas que voy a preparar para ustedes en la casa de mi Padre.» Él les revela una esperanza celestial totalmente distinta de Su
reinado
sobre Su pueblo en este mundo: y por consiguiente en Juan el Señor dice a
María: "No me toques, porque aún no he subido", etcétera. Pero en
Mateo se nos muestra a Jesús rechazado por Jerusalén pero sin embargo
encontrado en Galilea incluso después de Su resurrección. Con independencia de
cuáles son ahora Su potestad y Su gloria y el consuelo y la bendición para los
Suyos, en lo que respecta a los judíos y a Jerusalén Él sigue siendo el Mesías
rechazado y despreciado. Por eso que en esta ocasión Él confirma el mensaje del
ángel diciendo a las mujeres: "No temáis; id, dad las nuevas a mis
hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán". (Versículo 10).
El gobernador ejercía el poder del reino romano; pero, ¿quiénes eran los
que lo instigaban en secreto? Eran los falsos religiosos de su tiempo,. — los
sacerdotes completamente cegados por el diablo. Siempre sin sencillez de
corazón ellos se reunieron con los ancianos y deliberaron; y los que sobornaron
a un discípulo traidor con "treinta piezas de plata” para dar muerte a
Cristo dieron "mucho dinero" ahora para negar la verdad de Su
resurrección. Eso es el hombre, eso es el mundo; y solemne es decirlo, esa es
su fase más elevada y soberbia. Así fue en aquel entonces: y nos preguntamos,
¿se ha alterado ahora el carácter moral? Si nosotros leemos la Biblia de manera
correcta no sólo encontraremos en ella el registro del pasado sino el divino
libro de lecciones del presente y del futuro. ¡Que la leamos por nuestras
propias almas! Es cierto que los judíos y especialmente los jefes religiosos
eran los líderes en el mal y en la oposición a Dios antes de la muerte de
Cristo (Mateo capítulos 26 y 27), mientras Él yacía en la tumba (Mateo 27:
62-66), y después de que Él resucitó (Mateo 28: 1-15). Pero en conclusión la
incredulidad es tan débil contra Dios como la fe es poderosa con y por medio de
Él. La propia guardia de ellos se convirtió en el testigo más claro, involuntario
y menos sospechoso de la resurrección. ¡Qué testimonio fue la alarma de los
soldados sumada a las dudas de Sus propios discípulos! Ello llegó a ser ahora
algo más que incredulidad; fue una mentira deliberada e intencionada; y ahí
están los judíos "hasta el día de hoy". Los temores de ellos fueron
un testimonio cierto de Jesús sin que ellos tuvieran esa intención; pero su
enemistad los lleva ahora a rechazar lo que sabían que era la verdad, aunque
perecieran eternamente.
"Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús
les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos
dudaban". (Versículos 16, 17).
"Algunos dudaban", — y éstos eran discípulos. ¡Cuán bueno es Dios!
¡Cuán por encima de los pensamientos del hombre! El hombre habría ocultado el
hecho. ¿Por qué decir que algunos de Sus discípulos dudaban? ¿No haría
ello tropezar a otros? pero es provechoso conocer la profundidad de nuestros
corazones incrédulos, — ver que incluso en la presencia de un Jesús resucitado
"algunos dudaban". Independientemente de cuál es Su amor para con Sus
hijos Dios nunca oculta sus pecados ni los menosprecia.
"Acercándose entonces Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me
es dada en el cielo y sobre la tierra… y he aquí que estoy yo con vosotros
siempre, hasta la consumación del siglo (o era)". (Mateo 28: 18-20 –
VM). Ahora bien, me parece que con una
palabra como ésta la escena de la ascensión sería incongruente. Él había dicho:
"He aquí que estoy yo con vosotros siempre"; y allí todo se
interrumpe, — ¡la bienaventuranza ininterrumpida de esta promesa resuena en el
corazón! Por tanto el hecho de ocultar Su partida me parece que corona la
hermosura de la promesa de despedida y de todo el Evangelio.
¿Y por qué no está aquí "el arrepentimiento y el perdón de
pecados"? (Véase Lucas 24: 47). ¿Por qué no está, "predicad el
evangelio a toda criatura"? (Véase Marcos 16: 15). ¿Cuál es la peculiar
idoneidad de esta conclusión de Mateo? El Señor rechazado como el Mesías judío
despliega nuevos tratos de Dios con los hombres. Antes ellos no debían ir ni
siquiera a los samaritanos; pero aquí una esfera completamente nueva es
abierta. Ya no se trata de Dios teniendo Su morada peculiar en una nación;
ahora se trata de este pensamiento más amplio: "Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo". (Versículo 19). [Véase nota 27].
[Nota 27]. Se
trata aún de "el reino" pero no ya limitado a Israel. — [Nota del
Editor en inglés].
El bautismo está aquí en contraste con la circuncisión, y la revelación
más plena de la Deidad es contrastada con el nombre Jehová por medio del cual
Dios era conocido por Israel. "Enseñándoles que guarden todas las cosas
que os he mandado". Esto coincide con el sermón en el monte donde en
contraste con los de antaño el Señor dice, "Pero yo os digo". Él era
el Profeta como Moisés que Dios había prometido levantar y al que estaban
obligados a oír. (Véase Deuteronomio 18: 15-18). ¡Qué designio especial fue
esto para los discípulos judíos! Ellos debían enseñar todas las cosas que Jesús
había mandado. Él era el Hijo amado de Dios que ahora debía ser escuchado de
manera preeminente. No se trataba de poner a los gentiles bajo la ley, — lo
cual ha sido la ruina de la cristiandad, la negación del cristianismo y ¡la
profunda deshonra del propio Cristo!
Y aquí termina todo. Los discípulos estaban a punto de entrar en una
escena turbulenta; pero, "He aquí que estoy yo [Jesús] con vosotros
siempre, hasta la consumación del siglo". (Versículo 20 – VM). Y esto era
y es suficiente para la fe. Que el Señor nos conceda confiar nuestras almas
tanto para este tiempo como para siempre ¡a esa Palabra que permanecerá cuando
el cielo y la tierra pasen!
Otras versiones de La Biblia usadas en esta sección:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento
(1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por:
B.R.C.O.
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The
Lockman Foundation, Usada con permiso.
William
Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – 2022
Versión Inglesa: https://www.stempublishing.com/authors/kelly/2Newtest/MATT_PT1.html
www.graciayverdad.net
Publicado originalmente en Inglés bajo
el título: "Lectures on the Gospel of
Matthew", by William
Kelly
Versión Inglesa |
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