PROVISIÓN PARA LOS TIEMPOS PELIGROSOS
de:
THINGS NEW AND OLD, por C. H. Mackintosh
Título
original en Inglés: PROVISION FOR "PERILOUS TIMES".
(Lectura Bíblica
= 2a. Timoteo)
Es
de la mayor importancia, para el siervo de Cristo, en todos los tiempos, tener un claro, profundo, permanente e influyente
sentido de su posición, su camino, su porción, y su perspectiva -un conocimiento divinamente
forjado del terreno que él está llamado a ocupar; la esfera de acción que se abre ante él; la provisión divina hecha para
su consuelo y estímulo, su fuerza y su guía; y las brillantes esperanzas que se le ofrecen. Existe un extraño peligro de que
seamos tentados hacia una región de mera teoría y especulación, de opinión y sentimiento, de dogmas y principios. Frecuentemente
se pierde la frescura del primer amor por el contacto con los hombres y las cosas de lo que puede llamarse "el mundo religioso".
El verdor encantador del Cristianismo personal del comienzo es a menudo destruido por un mal uso de la maquinaria de la religión,
si se nos permite usar un término tal.
En el reino de la naturaleza, sucede frecuentemente que alguna semilla perdida ha caído en la tierra, ha echado
raíz, y ha brotado como una tierna planta. La mano del hombre no tuvo nada que ver con ello. Dios la plantó, la regó, y la
hizo crecer. Él le asignó su lugar, le dio su fuerza, y la cubrió con hermoso verdor. Luego, el hombre se entremetió en su
soledad y la trasplantó a su propio entorno artificial, para que allí se marchitase. Así es, demasiado a menudo, ¡desgraciadamente!
con las plantas del reino espiritual de Dios. Ellas son a menudo dañadas por la tosca mano del hombre. Ellas estarían mucho
mejor, si se las dejase al solo manejo de la Mano que las plantó. Los jóvenes Cristianos frecuentemente padecen inmensamente
por el hecho de no ser entregados a la exclusiva instrucción del Espíritu Santo, y la exclusiva enseñanza de la Sagrada Escritura.
Es casi seguro que el manejo humano impide el crecimiento de las plantas espirituales de Dios. No significa, de ninguna manera,
que Dios no pueda usar a los hombres como Sus instrumentos para regar, cultivar, y cuidar Sus preciosas plantas. Ciertamente Él puede y lo hace; pero, entonces, es el cultivo y el cuidado de Dios, no el del hombre. Esto representa
toda la diferencia. El Cristiano es la planta de Dios. La semilla que lo produjo era divina. Fue dirigida y plantada por la
propia mano de Dios, y se le debe permitir a esa misma mano que la forme.
Ahora, lo que es verdad acerca del creyente individual, es igualmente verdad acerca de la Iglesia, como un todo.
En la Primera Epístola a Timoteo, la Iglesia es contemplada en su orden y gloria originales. Allí se la ve como
"la casa de Dios" - "la iglesia del Dios viviente" - "columna y baluarte de la verdad". (1 Timoteo 3:15). Los que ostentan
cargos, sus funciones, y sus responsabilidades, son minuciosa y formalmente descritos allí. El siervo de Cristo es instruido
acerca del modo en que se debe conducir en medio de una esfera tan bendita y de tanta dignidad. Tal es el carácter, tal el
alcance y el objeto de la Primera Epístola de Pablo a Timoteo.
Pero, en la Segunda Epístola, tenemos algo bastante diferente. La escena cambia completamente.
La casa, que en la primera epístola se contempla en su norma, aquí se contempla en su ruina.
La iglesia, como sistema establecido en la tierra, había fallado absolutamente, como todo otro sistema.
El hombre falla en todo. Él falló en medio de la belleza y el orden del Paraíso. Él falló en esa tierra favorecida
"que fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras." (Ezequiel 20:6). Él falló en medio de los raros
privilegios de la dispensación del evangelio; y fracasará en medio de los destellos luminosos de la gloria del milenio. (Comparen
Génesis 3; Jueces 2; Hechos 20: 29; 3a. Juan 9; Apocalipsis capítulos 1, 2 y cap. 20: 7-9). El recuerdo de esto nos ayudará
a entender 2a. Timoteo.
Esta epístola, puede ser llamada, muy apropiadamente, 'una provisión divina para tiempos peligrosos'. El apóstol
parece estar, y lo estaba, lamentándose acerca de las ruinas de esa estructura que una vez fue hermosa. Como el profeta plañidero
que ve que "derramadas están las piedras del Santuario, por las encrucijadas de todas las calles." (Lamentaciones 4:1 - V.M.).
Él trae a su recuerdo las lágrimas de su amado Timoteo. Se alegra de tener por lo menos un seno amistoso donde
verter sus penas.
Todos los que estaban en Asia le habían abandonado. Fue abandonado para comparecer solo ante el trono de juicio
del César. Demas lo desamparó. Alejandro, el calderero, le causó muchos males. Todo alrededor de él, en lo que a hombres se
refiere, se presentaba triste y oscuro. Él le pide a su amado Timoteo que le lleve el capote, sus libros y sus pergaminos.
Todo es vivamente resaltado. Se prevén "tiempos peligrosos". Una forma de piedad sin poder -el manto de la profesión cristiana,
extendido sobre las más groseras abominaciones del corazón humano- hombres no capacitados para soportar la sana doctrina -maestros
amontonados conforme a sus propias concupiscencias, teniendo comezón de oír y sus oídos necesitan ser cautivados por fábulas
absurdas y sin base producidas por la mente humana.
Tales son las características de la Segunda Epístola a Timoteo. ¿Quién puede dejar de notarlas? ¿Quién puede
dejar de ver que nuestra porción ha sido puesta justo en medio de los males y peligros aquí contemplados? ¿Y acaso no es bueno
tener una percepción clara de estas cosas? ¿Por qué desear cerrar nuestros ojos en cuanto a la verdad? ¿Por qué vamos a engañarnos
a nosotros mismos con sueños vanos de una luz y prosperidad espiritual cada vez mayores? ¿Acaso no es mucho mejor mirar de
frente la verdadera condición de las cosas? Sin duda; y, sobre todo, cuando la
epístola misma que tan fielmente indica los "tiempos peligrosos", revela plenamente la provisión divina.
¿Por qué debemos imaginar que el hombre, bajo la dispensación Cristiana, demostraría ser una sola pizca mejor
que el hombre bajo todas las dispensaciones anteriores, o bajo la dispensación milenaria que aún está por venir?
¿Acaso la misma analogía, incluso en ausencia de prueba directa y positiva, no nos lleva a esperar el fracaso
bajo esta economía así como bajo todas los otras?
Si nosotros, sin excepción, encontramos juicio al final de todas las otras dispensaciones, ¿por qué debemos
esperar algo distinto al finalizar esta?
Que el lector de mis comentarios pondere estas cosas, y entonces me acompañe, por unos momentos, mientras busco,
por la gracia de Dios, desplegar algunas de las provisiones divinas para los "tiempos peligrosos".
Yo no intento exponer esta muy conmovedora e interesante epístola en detalle. Esto sería imposible en un artículo
como el presente. Yo meramente señalaré un punto de cada uno de los cuatro capítulos en que la epístola ha sido dividida.
Éstos son: primero, la "fe no fingida" (cap. 1:5). En segundo lugar, el fundamento firme (cap. 2: 19). En tercer lugar, "las
Sagradas Escrituras" (cap. 3:15). En cuarto lugar, "la corona de justicia." (cap. 4:8). El hombre que conoce algo del poder
de estas cosas, está divinamente provisto para enfrentar "tiempos peligrosos."
I. Y, en primer lugar, acerca de "la fe no fingida" (2 Timoteo 1:5) -esa posesión que no tiene precio, el apóstol
dice, "Doy gracias a Dios, a quien sirvo desde mis antepasados con conciencia pura, que sin cesar tengo memoria de ti en mis
oraciones, noche y día, deseando ardientemente verte, acordándome de tus lágrimas, para que me llene de gozo; trayendo a la
memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice; y estoy persuadido
que habita en ti también." (2 Timoteo 1: 3-5 - V.M.). Aquí tenemos, entonces, algo que está sobre y más allá de toda cosa
eclesiástica -una cosa que uno debe tener.
Aquí él es presentado a la iglesia, y de forma tal que se mantendrá en buen pie aunque la iglesia esté en ruinas
alrededor de él. Esta fe no fingida conecta el alma inmediatamente con Cristo, en el poder de un vínculo que debe, por necesidad,
estar por sobre toda asociación eclesiástica, sin importar cuan importante ella sea, en su debido lugar -un vínculo que durará
cuando todas las asociaciones terrenales, serán disueltas para siempre.
Nosotros no llegamos a Cristo a través de la iglesia. Primero llegamos a Cristo, y entonces a la iglesia. Cristo
es nuestra vida, no la iglesia. No hay duda que la comunión en la iglesia es muy valiosa; pero hay algo por encima de ella,
y es de ese algo que "la fe no fingida" toma posesión.
Timoteo tenía esta fe morando en él incluso antes de que él entrase en la casa de Dios. Él se relacionó con
el Dios de la casa antes de su asociación pública con la casa de Dios.
Es bueno que esto lo tengamos claro. Nosotros nunca debemos renunciar a la intensa individualidad que caracteriza
a "la fe no fingida". Debemos llevarla con nosotros a través de todas las escenas y circunstancias, vínculos y asociaciones
de nuestra vida y servicio cristianos.
No debemos andar meramente en la posición de la iglesia, o edificar sobre la maquinaria religiosa, o estar sujetos
por una rutina de deber, o aferrarnos a los apoyos sin valor de la simpatía o predilección sectaria. Cultivemos esos frescos
afectos, vívidos, y poderosos que se crearon en nuestros corazones cuando recién conocimos al Señor. Permitamos que la hermosa
lozanía de nuestro tiempo primaveral sea seguida, no por la aridez y esterilidad, sino por esos racimos maduros que surgen
de la relación correcta con la raíz.
Demasiado a menudo, ¡desgraciadamente! es lo contrario. Demasiado a menudo, el joven Cristiano de corazón sincero,
honesto y celoso. se pierde en la membresía intolerante, estrecha de miras, de una secta, o se vuelve el defensor intolerante
de alguna opinión en particular. La frescura, suavidad, simplicidad, ternura, y el afecto honesto de nuestros días de juventud,
raramente se mantienen en las fases avanzadas de la vigorosa masculinidad y la madura vejez.
Muy frecuentemente, uno encuentra una profundidad de tono, una riqueza de experiencia, una elevación moral,
en las fases tempranas de la vida Cristiana que demasiado pronto dan lugar a un frió formalismo basado en nuestras propias
formas personales de ser; o una mera energía en defensa de algún sistema yermo de teología. Cuán raramente se cumplen esas palabras del Salmista que expresan, "Aun en la vejez fructificarán; Estarán vigorosos
y verdes." (Salmo 92:14).
La verdad es que, todos queremos cultivar, más diligentemente, una “fe no fingida.” Queremos entrar,
con más vigor espiritual, en el poder del vínculo que nos liga, individualmente, a Cristo. Esto nos convertiría en "vigorosos
y verdes", incluso en la vejez. "El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa
de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán." (Salmo 92: 12,13).
Nosotros sufrimos considerablemente permitiendo que lo que se denomina 'relación cristiana' (Tratos, relaciones
de amistad o comunicaciones entre creyentes o asambleas), interfiera con nuestra relación y comunión personal con Cristo.
Somos demasiado propensos a sustituir la relación con Dios por la relación con el hombre -para seguir en los
pasos de nuestro compañero, en lugar de seguir en los pasos de Cristo- somos propensos a echar una mirada alrededor buscando
simpatía, apoyo, y estímulo, en lugar de poner la mira en las cosas de arriba.
Estos no son los frutos de la "fe no fingida". Todo lo contrario. Esa fe es tan floreciente y vigorosa en medio
de las soledades de un desierto como en el seno de una asamblea. Su interés inmediato y absorbente está con el propio Dios.
Se sostiene "como viendo al Invisible." (Hebreos 11:27).
Esta fe fija su honesta mirada en las cosas que no se ven y que son eternas. "Penetra hasta dentro del velo."
(Hebreos 6:19). Vive en medio de las realidades inadvertidas de un mundo eterno. Habiendo dirigido el alma a los pies de Jesús,
al lugar donde consigue un pleno y final perdón de todos sus pecados, a través de Su sangre muy preciosa, lo lleva majestuosamente
a través de todos los lugares tortuosos y laberintos de la vida en el desierto, y le permite bañarse en los brillantes esplendores
de la gloria del milenio.
Esto en cuanto a este primer precioso elemento en la provisión divina para los "tiempos peligrosos" -esta "fe
no fingida."
Nadie puede seguir adelante sin ella, ya sea en los tiempos de paz o en los peligrosos, en los fáciles o difíciles,
en los ásperos o llanos, en los oscuros o luminosos.
Si un hombre es destituido de esta fe, profundamente implantada y diligentemente cultivada en su alma, más pronto
que tarde, será quebrantado. Él puede ser instado, durante un tiempo, por los impulsos de las circunstancias que lo rodean
y sus influencias. Puede ser sostenido y soportado por sus correligionarios. Puede seguir flotando sobre la corriente de la
profesión religiosa. Si él no es poseído por la "fe no fingida", con toda seguridad, está siguiendo la rutina, y rápidamente
se acerca el tiempo cuando todo habrá terminado para siempre para él.
Los "tiempos peligrosos” pronto llegarán a su punto más alto, y entonces vendrá la crisis horrible del
juicio de la cual ninguno puede escapar excepto los felices poseedores de la "fe no fingida."
¡Que Dios permita que mi lector sea uno de estos! De ser así, todo está eternamente seguro.
II. Debemos considerar ahora, en segundo lugar, "El fundamento firme."
"Sin embargo, el fundamento de Dios se mantiene firme, teniendo este sello; Conoce el Señor a los que son suyos;
y; Apártese de la iniquidad aquel que nombra el nombre de Cristo." (2 Timoteo 2:19 - V.M.).
En medio de todas las "penalidades", de contender "sobre palabras",
de "profanas y vanas palabrerías", de los errores de "Himeneo y Fileto”, -en medio de todos estos variados rasgos de
los "tiempos peligrosos", cuán inefablemente precioso es recurrir al firme fundamento
de Dios.
El alma que es edificada sobre este fundamento, en la energía divina de "la fe no fingida", está capacitada
para resistir la marea del mal que se eleva rápidamente -está divinamente equipada para enfrentar los tiempos más atroces.
Hay un fino vínculo moral entre la "fe no fingida" en el corazón del hombre, y el firme fundamento puesto por
la mano de Dios.
Todo se puede arruinar. La iglesia puede romperse en pedazos, y todos lo que aman esa iglesia pueden tomar asiento
y llorar sobre sus ruinas; pero allí se yergue ese impasible fundamento, puesto por la propia mano de Dios, contra la cual,
la ascendente marea de error y mal puede arremeter con toda su furia, sin que haya ningún efecto, salvo para demostrar la
estabilidad eterna de esa roca y de todos los que son edificados sobre ella. "Conoce el Señor a los que son suyos." (2 Timoteo
2:19).
Hay abundancia de profesión falsa, pero el ojo de Jehová reposa en todos aquellos que le pertenecen a Él. Ninguno
de ellos es, y será nunca, olvidado por Él. Sus nombres están grabados en Su corazón. Ellos son tan preciosos para Él como
el precio que Él pagó por ellos, y ése es nada menos que la "sangre preciosa” de Su propio Hijo amado. Ningún mal les
puede acontecer.
Ninguna arma forjada contra ellos puede tener éxito. “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos
eternos." (Deuteronomio 33:27).
¡Qué rica y amplia provisión para los "tiempos peligrosos."! ¿Por qué deberíamos temer?
Teniendo la "fe no fingida" en nuestro interior, y estando nuestros pies firmes sobre el "fundamento de Dios", es nuestro feliz privilegio proseguir, con corazones tranquilizados, nuestro camino
ascendente y adelante, en la convicción que todo está y estará bien.
"Conozco mis ovejas," Él clama,
"Mi alma les da su aprobación:
Vano es el fingimiento del mundo traicionero,
Y vana la ira del infierno."
Se ha hecho bastante énfasis en que el sello del fundamento de Dios tiene dos lados: uno que lleva la inscripción,
"Conoce el Señor a los que son suyos;" y el otro, "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo." (2 Timoteo
2:19).
El primero tiene tanto carácter de otorgador de paz cuanto el último es práctico.
Aunque la contención y la confusión sean mayores que nunca -aunque la tormenta ruja y las olas se levanten -aunque
la oscuridad se haga más densa -aunque todos los poderes de la tierra y del infierno se confabulen, "Conoce el Señor a los
que son suyos."
Él los ha limpiado para Él. La certeza de esto está principalmente calculada para mantener el corazón en profundo
reposo, aunque los "tiempos" no hayan sido nunca tan "peligrosos" como estos.
Pero, nunca olvidemos que todo aquel que "invoca el nombre de Cristo",
es solemnemente responsable de obedecer el mandato: "Apártese de iniquidad" dondequiera que él se encuentre.
Esto es aplicable a todo los verdaderos Cristianos. En el momento que yo veo cualquier cosa que merezca el epíteto
de “iniquidad", sea lo que fuere o estuviere donde estuviere, yo soy llamado a 'apartarme' de esa cosa. No debo esperar
a que otros lo vean junto conmigo, ya que lo que a uno le puede parecer que es una "iniquidad", puede que a otro no le parezca
que lo sea en absoluto.
Por lo tanto. es un asunto personal. "Todo aquel". El lenguaje usado en esta epístola es muy personal, muy fuerte,
muy intenso: "Si alguno se limpia." (cap. 2:21). "Huye también de las pasiones juveniles." (cap. 2:22). "A estos evita." (cap.
3:5). "Persiste tú." (cap. 3:14). "Te encarezco." (cap. 4:1). "Tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones." (cap. 4:5).
"Guárdate tú también de él." (cap. 4:15).
Éstas son palabras solemnes, honestas, de peso -palabras que demuestran, con mucha claridad, que nuestra porción
se encuentra en medio de tiempos en que no debemos apoyarnos del brazo, o contemplar el semblante de nuestro compañero.
Debemos ser sostenidos por la energía de una "fe no fingida", y por nuestra relación personal con el 'fundamento
firme'. Así seremos capaces, aunque otros hagan y piensen lo que quieran, de 'apartarnos de iniquidad' -de 'huir de las pasiones
juveniles' -de 'evitar' a los que abrazan una "forma de piedad" sin poder, dondequiera que los encontremos, y de 'guardarnos'
de cada "Alejandro el calderero." (cap. 4:14) *.
Si permitimos que nuestros pies sean movidos de la roca -si nos rendimos al impulso de las circunstancias e
influencias que nos rodean, nosotros nunca podremos plantar cara con éxito contra las especiales formas de mal y error en
estos "tiempos peligrosos."
{* Yo supongo que nunca ha habido un "Nehemías" sin un "Sanbalat"; o un "Esdras" sin un "Rehum"; o un "Pablo"
sin un "Alejandro.}
III. Esto nos introduce, naturalmente, a nuestro tercer punto, a saber, "las Sagradas Escrituras"(cap. 3:15) -esa
preciosa porción de todo "hombre de Dios."
"Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la
niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a
fin de que el hombre de Dios sea perfecto, ENTERAMENTE preparado para toda buena obra." (cap. 3: 14-17).
Aquí tenemos, entonces, una rica provisión para los "tiempos peligrosos".
Un conocimiento completo de Él, de 'quién hemos aprendido' -un conocimiento exacto, personal, experimental de
"las Sagradas Escrituras" -esa sola fuente de autoridad divina -esa fuente inmutable de sabiduría celestial que incluso un
niño puede poseer, y sin la cual un sabio yerra sin duda.
Si un hombre no puede exponer todos sus pensamientos, todas sus convicciones, todos sus principios, a Dios como fuente de vida de estas cosas -a Cristo como centro de vida de ellas, y a "las Sagradas
Escrituras" como autoridad divina para ellas, él nunca podrá avanzar a través de los
"tiempos peligrosos."
Una fe de segunda mano nunca bastará. Debemos tener la verdad directamente de Dios, a través del medio, y en
la autoridad de "las Sagradas Escrituras."
Dios puede usar a un hombre para mostrarme ciertas cosas en la palabra; pero yo no las recibo del hombre, sino
de Dios.
Es, "sabiendo de quién has aprendido"; y cuando éste es el caso, yo soy capaz, por medio de la gracia, de seguir
a través de la oscuridad más densa, y a través de todos los caminos tortuosos de este mundo desierto.
La lámpara celestial de inspiración emite una luz tan clara, tan plena, tan estable, que su resplandor solo
es hecho más claramente manifiesto por la oscuridad circundante. No se deja al "hombre de Dios” en condiciones de que
beba de los fangosos arroyos que fluyen a lo largo del cauce de la tradición humana; sino que con el vaso de la "fe no fingida",
él se sienta al lado de la fuente límpida y que siempre fluye de "las Sagradas Escrituras", para beber allí de sus aguas refrescantes,
para la plena satisfacción de su alma sedienta.
Es digno de comentar el hecho de que, aunque el apóstol inspirado estaba totalmente consciente, al escribir
su primera epístola, de la "fe no fingida" de Timoteo y de su conocimiento, desde el alba más temprana de la niñez, de "las
Sagradas Escrituras", todavía él no alude a estas cosas hasta que, en su segunda epístola, él contempla los rasgos espantosos
de los "tiempos peligrosos."
La razón es obvia. Es precisamente estando en medio de los peligros de "los postreros días", que uno tiene la
necesidad más urgente de la "fe no fingida" y de "las Sagradas Escrituras." No podemos continuar sin ellas. Cuando todo alrededor
es nuevo y vigoroso -cuando todos son hechos avanzar como por un impulso común de genuina devoción -cuando cada corazón está
lleno hasta desbordarse, producto de un apego profundo y honesto a la Persona y causa de Cristo -cuando cada rostro brilla
con el gozo celestial- -entonces, verdaderamente, es comparativamente fácil continuar.
Pero la condición de las cosas, contemplada en la Segunda Epístola a Timoteo, es exactamente lo contrario de
todo esto. Es tal esta condición que, a menos que uno esté caminando estrechamente con Dios, en el ejercicio habitual de la
"fe no fingida" -en la realización permanente del vínculo que lo relaciona, indisolublemente, con 'el fundamento firme de
Dios'- y en el conocimiento claro, incuestionable, exacto de "las Sagradas Escrituras", ciertamente uno ha de naufragar.
Ésta es una consideración profundamente solemne, digna de toda la piadosa atención de mi lector.
El tiempo ha llegado, de hecho, en el que cada uno debe seguir al Señor, según su medida. "¿Qué a ti? Sígueme
tú." (Juan 21:22).
Estas palabras entran en los oídos con peculiar poder cuando uno procura hacer su camino en medio de las ruinas
de toda cosa eclesiástica.
Pero, que no se me interprete en forma incorrecta. No es que yo desee disminuir, en grado mínimo, el valor de
la verdadera comunión de la iglesia, o de la institución divina de la asamblea y todos los privilegios y responsabilidades
que conllevan. Esto está lejos de mi pensamiento.
Yo creo, muy plenamente, que los Cristianos son llamados a buscar el mantenimiento de los muy altos principios
de comunión; y además, se nos da la garantía, por medio de la epístola que ahora permanece abierta ante nosotros, de esperar
que, en los tiempos más oscuros, aquel que "se limpia de estas cosas", podrá seguir "la justicia, la fe, el amor y la paz,
con los que de corazón limpio invocan al Señor." (2 Timoteo 2: 21,22).
Todo esto está claro, y tiene su valor y lugar debidos; pero esto no interfiere en ninguna manera con el hecho
de que cada uno es responsable de seguir un camino de santa independencia, sin fijarse en el semblante, la simpatía, el apoyo,
o la compañía de su hermano en la fe.
Es verdad: nosotros debemos estar profundamente agradecidos por la comunión fraternal, cuando podemos obtenerla
en el terreno verdadero. No hay palabras dignas para describir el valor de una comunión tal. ¡Deberíamos conocer más de ella!
¡El Señor la aumenta para nosotros hasta llegar ser como cien rediles! Pero nunca nos rebajemos a comprar comunión pagando
el pesado precio de abandonar todo lo que es 'amable y de buen nombre.' (Filipenses 4:8).
Que el nombre de Jesús sea más precioso a nuestros corazones que todo lo demás; y que nuestra feliz porción
en esta tierra sea con todos aquellos que de verdad aman Su nombre, así como lo será por toda la eternidad en los lugares
celestiales, lugares de luz y pureza inmarcesibles.
IV. Y ahora, una palabra final acerca de "la corona de justicia."
"Porque ya yo estoy para ser ofrecido en sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado. He peleado la buena
pelea, he acabado la carrera, he guardado la fe; de ahora en adelante me está reservada la corona de justicia, que me dará
el Señor, el justo Juez, en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que aman su aparecimiento." (2 Timoteo 4: 6-8 - V.M.).
Aquí, el venerable peregrino toma su posición en la cumbre del Pisga espiritual, y, con mirada no oscurecida,
contempla detenidamente las brillantes llanuras de gloria. Él ve la corona de justicia que reluce en mano del Maestro. Examina
el curso que había transitado, y el campo de batalla dónde había luchado -él está de pie en los confines de la tierra, y justo
en medio de las ruinas de esa iglesia cuyos ascenso y progreso él había visto con tal intensa solicitud, y acerca de cuyas
decadencia y caída él había vertido lágrimas tiernas aunque desilusionadas -él fija su mirada en la meta de inmortalidad que
ningún poder del enemigo puede impedir que sea alcanzada, en triunfo; y aunque tuviese que alcanzar esa meta por medio del
hacha de César, o por otro medio, esto no le importaba a quien podía decir: "Yo ya estoy para ser sacrificado." (2 Timoteo
4:8).*
{*Nota del Traductor: en la Versión Inglesa de la Biblia "King
James" se puede leer "I am now ready to be offered . . .", lo que traducido al castellano es: "Yo ya estoy listo para ser
ofrecido . . .", palabras que resaltan la disposición del apóstol de los gentiles}
¡Qué verdadera sublimidad! ¡Qué grandeza moral!¡Cuán noble elevación tenemos aquí! Y, sin embargo, no había
nada de ascético en este siervo incomparable, porque aunque sus ojos fueron llenos de la visión de la corona de justicia -aunque
él está listo como un conquistador para subir al carro del triunfo -él, no obstante, se siente perfectamente bien como para
dar minuciosas instrucciones acerca de su capote y sus libros (2 Timoteo 4:13).
Esto es divinamente perfecto. Nos enseña que cuanto más vividamente entremos en las glorias del cielo, más fielmente
cumpliremos con las tareas de la tierra -mientras más seamos conscientes de la cercanía de la eternidad, ordenaremos más efectivamente
las cosas del tiempo. Tal es, entonces, amado lector, la amplia provisión hecha, por la gracia de Dios, para los "tiempos
peligrosos" a través de los que tú y yo estamos pasando ahora.
La "fe no fingida" - 'el fundamento firme' - "Las Sagradas Escrituras" -y, "la corona de justicia".
¡Que el Espíritu Santo pueda llevarnos a un sentido más profundo de la importancia y valor de estas cosas!
¡Que amemos la venida de Jesús, y esperemos fervorosamente esa mañana sin nubes cuando el "juez justo" pondrá
una diadema de gloria sobre la frente de cada uno que realmente ama Su venida!
C.
H. Mackintosh
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Junio 2004.-