CONFUSIÓN
Y ORDEN
J.
G. Bellet
De:
Artículos Misceláneos.
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60)
El Señor encontró
un estado de triste y
humillante y variada confusión en la tierra que recorrió día a día. Pero ello
sólo brindó la ocasión para que Su senda resplandeciese más — ya que se trataba
de luz y sólo luz, no empañada por las tinieblas e ininterrumpida por la
confusión que existía a todo su alrededor.
El estado de la
política y de la
religión exhibía, en aquel día, esta confusión. La autoridad de los Romanos
estaba allí donde Jehová debiera haber sido supremo; la imagen de César
circulaba por la tierra de Emanuel. Y Él tuvo que ver con los Herodianos, los
Saduceos, y los Fariseos, con sus propios parientes según la carne en la ignorancia
de ellos, con doctores de la ley y escribas en su soberbia y pretensiones, con
las multitudes en su egoísmo e inconstancia, y con la baja condición de Sus
propios discípulos.
Él tuvo que recorrer
regiones tales
como Galilea, Judea, y Samaria — diversas, quiero decir, no en cuanto a lugar,
sino en cuanto a carácter. Ya que Samaria era la contaminada, Galilea la racional,
Judea la religiosa. Vemos esto en
Juan capítulos 4 y 5.
Galilea le recibiría,
porque ellos
habían visto los milagros que Él había obrado; pero ellos no creerían sin
señales y prodigios. Al igual que la Cristiandad, y su andar de cada día,
Galilea le brindó su fe y aceptación históricas.
Ellos creyeron basados en un testimonio competente; pero no hubo ningún
ejercicio de alma, ni tampoco un despertar de la conciencia.
Judea, o Jerusalén,
se ocupaban de su
templo y de su día de reposo. La religión, o la observancia de ordenanzas, el
mantenimiento de lo que les honraba a ellos mismos en su propio lugar como la
casa o centro de la adoración de la nación, eran esenciales para ellos y
prevalecieron para cegarlos y no ver los hechos del Hijo de Dios. [*]
[*] Una multitud
de gente discapacitada permanecía en Betesda, aunque el Hijo de Dios anduvo
sanando todo tipo de enfermedades, haciendo la obra de Betesda en una manera
mucho mejor que Betesda. (Juan 5: 1-18).
Samaria era inmunda.
No tenía ningún
carácter que mantener, ningún honor religioso que vindicar y defender. Pero
allí, la conciencia fue despertada. Ningún milagro se había presenciado allí,
pero no se buscó allí milagro alguno. Jesús fue recibido allí debido a que Sus
palabras habían alcanzado sus almas.
Esto era Galilea,
esto era Judea, y
esto Samaria; Galilea la racional, Judea la religiosa, y Samaria la contaminada.
Pero toda esa variada confusión sólo contribuyó a glorificar la senda de Aquel
que supo de qué manera responder a cada hombre. Herodianos y Saduceos y
Fariseos, Sus parientes y Sus discípulos, los doctores de la ley, los escribas,
y las multitudes, Galilea, Judea, y Samaria, todos a su manera y a su tiempo
recibieron su respuesta de Él. Él no resistiría, pero aun así, escaparía de la
trampa. Su voz no se oiría en las calles, y no obstante, Él los dejaría
incapaces de responderle una palabra. Él no remedió la confusión, sino que pasó
a través de ella, sólo glorificando más a Dios a causa de ella.
Y ver esto es nuestro
consuelo. Ello nos
dice que las escenas en que nos vemos involucrados día a día no son nada nuevo,
y no son, necesariamente, una sorpresa para nosotros. Ellas pueden ejercitarnos,
y podemos caer bajo las mismas, y para nuestra humillación, pero no nos deben
sorprender ni tampoco descorazonar. No necesitamos esperar remediarlas; sino,
al igual que el Maestro, tenemos que pasar por ello. El juicio hará su obra en
su momento, y la confusión cesará. Pero el tiempo del juicio no ha llegado aún
plenamente. Jesús juzgó siempre al enemigo del pecador, pero nunca a los Suyos.
Él contendió por nosotros contra Satanás, pero nunca contendió por Sus derechos
contra el Romano o el Judío. Esa fue la combinación de debilidad y fortaleza en
Él; pasando siempre por alto los errores de los Suyos, pero juzgando todo el
poder del enemigo del pecador, destruyendo las obras del diablo.
Y el orden vendrá después del juicio, tal como el juicio viene después
de la paciencia. A su tiempo, esto existirá, ciertamente, así como la confusión
existe ciertamente ahora. Su mano formará y moldeará una escena de orden en los
días del reino venidero. Y de este orden Él ya ha dado, por medio de Su
Espíritu, una y otra vez, en el progreso de Su gracia y sabiduría, promesas y
muestras. Y mientras consideramos esto por un momento, tendremos que decir, ¡De
qué manera más hermosa toman su lugar correcto las cosas cuando el Espíritu de
Dios viene a regularlas! Y esto se lleva a cabo, puedo decir, silenciosamente —
tal como la creación
de antaño asumió todo su orden bajo el mismo Espíritu.
Yo veo un ejemplo
de esto en Génesis
18. Jehová había acordado consigo mismo que revelaría un asunto a Abraham. Tras
eso, los dos ángeles que le habían acompañado a Mamre, se alejan, mientras
Abraham, por otra parte, se acerca. ¡Qué sencillo, y sin embargo, que hermoso
fue eso! La escena, sin ruido o esfuerzo, toma su debida forma. Los objetos que
la llenan se ubican en sus lugares correctos — los ángeles dejando el lugar en
posesión de aquellos que tenían un secreto entre ellos, mientras que ellos
mismos, dejados a solas, se acercan uno al otro.
Así también Abraham
nuevamente en
Génesis 21. Él había sido distinguido recién por el favor divino. Había
obtenido a Isaac y su casa fue establecida por Jehová. El Gentil viene a
procurar su amistad. Abraham se la concede sinceramente — pero en la ocasión él
asume el lugar del mayor, mientras Abimelec, aunque era rey, y Ficol, príncipe
de su ejército que acompañaba a su amo, sin murmuraciones, asumieron el lugar
del menor. Este fue otro testimonio de almas que encuentran su relación
correcta el uno con el otro bajo la mano del Espíritu de Dios, estando todo
entre ellos en el orden y la armonía de 'una esfera silenciosa'.
Lo mismo se ve,
y eso también en un
campo de visión más amplio, en Éxodo 18. Las tribus de Israel redimidas se
encuentran con Jetro en el monte de Dios. Aarón está allí, y Moisés está allí,
cabezas de Israel, cabezas sacerdotal y real. Pero Jetro, no obstante, asume el
lugar del mayor. Él era nada más que un extraño, visitando, en compañía de la
mujer Gentil de Moisés, al Israel de Dios. Pero él era celestial — su persona
y su lugar nos dicen eso — y él asume de
inmediato, sin pedir permiso, y aun así sin equivocación, los derechos del
celestial; y Moisés y Aarón le ceden instintivamente el lugar del mayor, tanto
en el santuario como en el trono.
¡Oh, cuando el Espíritu
obra, qué final
se da a la contienda, y a la emulación (o, imitación)! ¡Y qué alivio para el
corazón trae consigo una expectativa tal!
La entrevista de
Salomón y la Reina de Saba demuestra lo mismo. Pedro, en la presencia del Señor,
toma las relaciones mutuas en el mismo espíritu en Juan 13.
Pedro hizo señas,
a la distancia, a
Juan, y Juan, ante esas señas, estando cerca, presiona nuevamente el pecho del
Señor; y juntos así consiguen el secreto de aquel pecho. No hay aquí celos,
ninguna provocación. Uno apenas sabe en cual deleitarse más, si en las señas de
Pedro a Juan, o en la presión de Juan sobre el pecho de Jesús, en Pedro usando
a su hermano, o en Juan 'usando' a su Señor. Se trata de una escena exquisita —
hermosa de contemplar, de feliz expectativa — pensar acerca de una comunión
según semejante modelo, cuando ninguna envidia o provocación mancharán los
intercambios de corazón con corazón, cuando no se oirá más la pregunta acerca
de quién de ellos iba a ser el mayor (Marcos 9: 33-37), cuando la confusión
provocada por las pasiones y los caracteres desaparecerá para siempre.
Y a estos dos
casos del poder hermoso y regulador del Espíritu Santo debo añadir el de
nuestro Señor y los dos discípulos en el camino a Emaús, en Lucas 24.
Jesús, un forastero,
se unió a ellos en
el camino, y ayudó a sus pensamientos, y alivió, de ese modo, los corazones. El
camino era un terreno común. Pero cuando llegaron a casa de ellos, el forastero
no importunará. Él puede unirse a ellos en el camino del Rey, pero el hogar de
ellos era el castillo de ellos. No obstante, ellos no pueden permitir esto. Le
deben demasiado como para dejarle marchar tan pronto, y Le apremian para que
entre. Pero tras esto, cuando la fe
se orienta hacia Él, si bien no tiene aún su conocimiento acerca de Él, de
inmediato Él toma Su lugar apropiado. Él se convierte en el anfitrión en lugar
de ser el huésped, el Señor de la fiesta dispensando sus mejores provisiones,
mientras ellos, en la plenitud de sus corazones, una vez despiertos para
conocerle, agradecidos y felices, reconocen Su título.
Todo está en su
debido orden, Desde el
principio hasta el final esto fue así. La escena en el camino común, la escena
en la entrada de la morada, y luego la escena en el interior de la casa — todo
es orden.
Y puedo decir, ciertamente,
que todas
estas cosas son atisbos pasajeros, en los días patriarcales o en los días
evangélicos, de días felices por venir, cuando nuevamente las armonías de 'una esfera
silenciosa', no unísonas, se dejarán oír, y provocarán el gozo de miles de
corazones unidos. Porque al final, tal como al principio, en la escena de la
redención final (Efesios 4: 30; Romanos 8: 23), así como en la de la creación
al principio, todo estará en orden tanto en el cielo como en la tierra, bajo el
poder del Verbo y el Espíritu de Dios. En la tierra, "Efraín no tendrá
envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín." (Isaías 11: 13). "El
lobo y el cordero serán apacentados juntos." (Isaías 65: 25). El buey y el
asno ararán juntamente. (Véase Deuteronomio 22: 10). Las naciones se
complacerán en reconocer las glorias de Sion, y le suministrarán a ella, lo
mejor que puedan hacerlo, Geba y Sabá, Nebaiot y Ceda. Y en los cielos todo
será compactado y unido como en el misterio del "un cuerpo";
principados y potestades, y dominios y tronos pueden ser diversos (Colosenses
1: 16), pero aun así, son dignidades coherentes y armoniosas.
Así, en los lugares
del reino venidero,
sean lugares terrenales o celestiales, las cosas estarán en hermosura y orden —
orden moral así como también natural. Los dos palos serán uno. (Ezequiel 37: 15-28).
Judá e Israel morarán juntos bajo la misma vid y la misma higuera, y las
naciones tomarán el segundo lugar, el lugar del "menor", y lo tomarán
gozosamente.
«Todos los
millones de sus santos allí
Se unirán en un
cántico,
Y cada uno la
dicha de todos verá
Con infinito
deleite.»
La Reina de Saba
fue demasiado feliz al
ver la gloria de Salomón como para envidiarle por poseer dicha gloria. Y Pedro,
en el monte santo, estuvo tan satisfecho en el poder de aquel lugar, que
incluiría en su feliz actividad el hecho de servir a los que estaban por sobre
él. ¡Qué alivio proporciona una perspectiva semejante! Ya es hora de cansarse y
avergonzarse de toda la vanidad, la envidia, y la contienda, a las que somos
sensibles en el interior y alrededor. La mujer Sirofenicia respiró el espíritu
más alegre del reino venidero, cuando deseó tan sinceramente estar en segundo
lugar después de Israel, agradecida de recibir la porción de los perrillos de debajo
de la mesa donde los hijos eran saciados. (Marcos 7: 24-30).
¡Bienaventuradas
son las personas que
están en ese caso! Bienaventuradas por el hecho de anticipar un estado de orden
moral, santo, orden amable, mantenido en el poder de la presencia de Dios. Las
Escrituras prometen y presagian un orden como este. Y es bueno que nosotros,
amados, si podemos, pasemos a través de la confusión
que está a nuestro alrededor, en algo de la luz y la pureza de la mente de
Cristo, hasta que llegue esta época de
orden.
J. G. Bellet
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2014.-