SUPERSTICIÓN
E INCREDULIDAD
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60).-
Es un refrán
muy común el que dice de que ´los extremos se tocan' y, ciertamente, su verdad
es ilustrada contundentemente en las dos cosas nombradas en el título de este
artículo, superstición e incredulidad — cosas que, aunque tan disímiles, sí se
tocan en un punto, a saber, la oposición positiva a la clara Palabra de Dios,
Ambas, de manera similar, quitan el alma de la autoridad, preciosura, y poder
de la revelación divina. Es verdad que ellas hacen esto en diferentes maneras;
pero lo hacen — alcanzan este punto por rutas diferentes; pero lo alcanzan. Por
eso es que las unimos, y elevamos una voz de advertencia contra ambas. Los dos
elementos están trabajando a nuestro alrededor, en todas las sutiles y
peligrosas formas, y la mente humana se balancea como un péndulo de una a la
otra.
Ahora bien, de
ningún modo es nuestro propósito analizar estas dos malignas influencias en
este breve artículo. Nos limitamos a llamar la atención de nuestros lectores al
hecho sorprendente de que dondequiera que operan, ellas se encuentran en
directa hostilidad a la verdad de Dios. La superstición admite que existe una revelación
divina; pero niega que cualquiera pueda entenderla, excepto mediante la
interpretación del clero de la iglesia. En otras palabras, la Palabra de Dios
no es suficiente sin la ayuda del hombre. Dios ha hablado, pero yo no puedo oír
Su voz, o entender Su Palabra sin intervención humana.
Esto es la
superstición.
La
incredulidad, por otra parte, niega vigorosamente una revelación divina — no
cree en una cosa semejante, en absoluto — sostiene que Dios no nos pudo dar un
libro-revelación de Su pensamiento y voluntad. Los incrédulos pueden escribir
libros y expresarnos sus pensamientos y voluntad; pero Dios no puede.
Eso dice la
incredulidad, y diciendo esto encuentra un punto de contacto en común con la
superstición. Ya que, ¿acaso no podemos preguntar legítimamente, dónde radica
la diferencia entre negar que Dios ha hablado, y el hecho de sostener que Él no
puede hacernos comprender lo que Él dice? ¿Habría alguna diferencia apreciable
entre el hombre que pudiese negar que el sol resplandece, y el hombre que
pudiese sostener que, aunque resplandece, usted necesita una ráfaga de luz para
disfrutar de sus rayos? Confesamos que nos parece que ambos están precisamente
sobre el mismo terreno moral. La incredulidad que niega vigorosamente e
impíamente que Dios puede expresar Sus pensamientos al hombre, es un poco peor,
si es que lo es, que la superstición que niega que Él puede hacer que el hombre
comprenda lo que Él dice. Ambas deshonran a Dios por igual, y mediante las dos,
por igual, el hombre es privado del tesoro inestimable del volumen de divina
inspiración.
Estamos muy
ansiosos de que el lector capte este hecho. Nuestro objetivo al escribir estas
líneas es, de hecho, ponerle en plena posesión de ello. Consideramos que le
habremos brindado un buen servicio si él se levanta luego de leer atentamente
este artículo con la clara y firme
convicción obrada en su alma de que la incredulidad y la superstición son dos
grandes agentes mediante los cuales el diablo está procurando quitar de debajo
de nuestros pies la roca sólida de la Santa Escritura — que, en definitiva es,
usando una frase legal, incredulidad y superstición versus revelación divina.
Y que lector
observe adicionalmente lo que es de importancia, a saber, que tanto la
incredulidad como la superstición son igualmente impías y absurdas. Es tan
impío y absurdo afirmar que Dios no pudo escribir un libro, como decir que Él
no podía hacernos comprender el libro que Él ha escrito. De hecho, en ambos
casos, es reducir a Dios por debajo del nivel de la criatura, lo cual es
sencillamente una blasfemia. ¿No es extraño que un hombre que asume el hecho de
presentarnos una revelación escrita de sus pensamientos, niegue que Dios pudo
hacer lo mismo? Y, ¿no es igualmente extraño que un hombre emprenda la tarea de
exponer e interpretar las Escrituras a su prójimo, y aun así niegue que Dios
pudo hacer lo mismo? Pues bien, lo primero es incredulidad; lo último,
superstición; y ambas por igual exaltan a la criatura y blasfeman al Creador —
ambas, por igual, excluyen a Dios, y
privan al alma del privilegio inefable de la relación y la comunión directa con
Dios, por medio de Su Palabra.
Ha sido así
desde el principio, y así es ahora. "Nada hay nuevo debajo del sol."
(Eclesiastés 1:9). El objetivo del enemigo ha sido siempre apagar la lámpara de
inspiración, y sumir el alma en las espesas tinieblas de la incredulidad y el
ateísmo. Creemos que hay una cantidad de racionalismo en la Iglesia profesante horrible
de contemplar. La revelación divina ha sido rebajada gradualmente desde su
elevada posición, y la razón humana ha sido exaltada; y este es el verdadero
germen de la incredulidad. Es cierto que este racionalismo se viste de ropas
muy atractivas, Adopta un lenguaje altisonante e imponente. Habla de 'libertad
de pensamiento' — 'libertad de opinión' — 'amplitud de mente' — 'progreso' —
'gusto cultivado' — 'investigación desapasionada'.
Dicho
racionalismo adopta un estilo muy desdeñoso y asume una actitud de soberano desprecio
cuando habla de 'viejos prejuicios'— 'nociones de la vieja escuela' —
'estrechez de mente' — 'hombre de una sola idea o de idea fija', y cosas
semejantes.
Pero, podemos
dar por seguro que el único fin del enemigo es desechar la autoridad de la Palabra
de Dios, y que no le importa por medio de qué agente obtiene él su objetivo.
Esto es muy serio; y mucho tememos que los Cristianos no son plenamente
conscientes de su seriedad. Ya sea que consideremos la religión o la educación
del país, observamos un firme propósito de desechar la Biblia—una determinación
asentada, no solo para derribarla de su excelencia, sino para lanzarla
completamente a la sombra.
Tampoco
se
trata meramente de una cuestión de hostilidad de incrédulos abiertos y
declarados; cosa que podemos entender y explicar. Pero debemos confesar nuestra
inhabilidad para comprender la tibieza e indiferencia de muchos que ocupan una
posición elevada en círculos evangélicos. La discusión del gran asunto de la
Educación Nacional (N.
del T.: en el Reino Unido cuando este artículo fue escrito) ha puesto de
manifiesto una cantidad deplorable de debilidad en
sectores donde menos lo hubiésemos esperado. Está siendo tristemente evidente
que la Palabra de Dios tiene un asimiento muy escaso de las mentes de los
Cristianos profesantes. Piensen
solamente en una sugerencia ofrecida recientemente, de que la Biblia pudiese
tener en nuestras Escuelas Nacionales (del Reino unido), a lo menos, ¡el lugar
de un clásico Hebreo!
Lector, ¿qué
dice usted ante esto? ¿Está usted preparado para ver el Volumen divino — el
Libro inspirado por Dios — degradado a un mero libro clásico, y colocado al
lado de Homero, Horacio, y Virgilio? Confiamos afectuosamente que no.
Quisiéramos creer que todo lector de nuestra pequeña serie de artículos evitaría
con horror una propuesta semejante. No obstante, nos sentimos convocados a
hacer sonar una nota de alarma en los
oídos de nuestros queridos prójimos Cristianos en todas partes, y les rogamos
no hacer caso omiso de ella. Queremos verlos completamente despiertos a una
conciencia del estado verdadero del caso — tan despiertos como para que ellos
sean llevados a clamar fervientemente a la gran Cabeza de la Iglesia para que
Él se complazca amablemente en levantar y enviar hombres llenos del Espíritu
Santo y de poder — llenos de fe y de santo celo — hombres permeados por la
sólida creencia en la inspiración plenaria de la Santa Escritura. Estamos persuadidos
que estos son los hombres para la crisis actual. ¡Que Dios pueda proveerlos!
C. H. Mackintosh
(1820-1896)
"Things
New and Old - Volumen 13
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2014.-