LA ESCRITURA: EL LUGAR QUE TIENE EN ESTE DÍA
J. N. Darby
Collected Writings Volume 23, Doctrinal 7.-
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA =
La Biblia de las Américas, Copyright 1986,
1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
NC = Biblia
Nácar-Colunga
RVR1977
= Versión Reina-Valera Revisión 1977
(Publicada por Editorial Clie).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B.
Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Lectura
Bíblica: 2ª. Timoteo
Permítanme que les diga unas pocas palabras, en
las cuales no habrá nada que sea muy nuevo, acerca de un tema en el que la
sencillez y la decisión son de suma importancia en estos días. La Segunda
Epístola a Timoteo nos presenta, como se observó hace mucho tiempo, la ruina de
la iglesia en su posición terrenal, y el corazón del apóstol profundamente
afectado por ello, como sería el caso, bajo la acción del Espíritu Santo, con
uno que había sido el instrumento de Dios para fundarla. Dicha Epístola
individualiza el deber del Cristiano — un principio trascendental es estos días
cuando la iglesia (llamada así, pero que es en verdad el clero) renueva la
pretensión de gobernar la conciencia.
La epístola no nos presenta la iglesia conforme
al propósito de Dios y su carácter completo en los lugares celestiales (como en
Efesios), ni tampoco trata acerca del orden de la iglesia en la tierra (como en
1ª. Timoteo), sino que tenemos en ella la vida y la salvación, reveladas ahora
plenamente en Cristo (2ª. Timoteo 1: 1, 9, 10), pero una piedad que se podía
hallar en los Judíos como tales, y es una Epístola en la que Pablo pudo hablar
de sus antepasados (2ª. Timoteo 1:3). La iglesia, de hecho, no es mencionada en
absoluto. No se trata de que no se considere la comunión de los santos; se la
considera expresamente, pero se considera la comunión de aquellos en los cuales
se conoce que existe la pureza de corazón, la prueba de lo cual no se conoció
en el primer comienzo de la iglesia. Después, los que vinieron fueron
recibidos: sólo que el Señor cuidaba la pureza de la asamblea, y manifestaba
los Suyos, añadiendo diariamente a la iglesia los que se salvaban. Él conocía
ahora a los que eran Suyos, y la responsabilidad de apartarse de la iniquidad
correspondía a todos aquellos que invocaban el nombre del Señor (2ª. Timoteo
2:19); y el creyente debe seguir la senda de paz y gracia con los que invocan
el nombre del Señor con corazón puro (2ª. Timoteo 2:22 – VM).
Dos puntos son traídos ante el creyente para
guiar sus pies: su conducta individual, incluyendo su conducta en cuanto a
otros individuos; y su relación con la profesión pública de Cristianismo en el
mundo.
En cuanto al primer punto, el creyente debe,
como he dicho, apartarse de la iniquidad. Esa es la naturaleza del
Cristianismo, no puede asociar en el andar con el mal. Él se limpia — ya que es
un deber individual — de los utensilios para usos viles (o vasos [personas y no
cosas] para deshonra), los cuales se espera que él encuentre en una casa grande.
Él busca comunión con los que unen a una profesión de Cristo un corazón puro,
del cual emana la profesión. Acerca de esto, el capítulo 2 de 2ª. Timoteo es
tan claro como es posible. Es una responsabilidad individual; y es importante tomar
ambas partes.
Si se toma sólo la primera parte (apartarse de
la iniquidad y limpiarse de los utensilios para usos viles o vasos [personas y
no cosas] para deshonra), la conciencia puede ser recta; pero se engendrará un
espíritu de juicio y de justicia propia. Si se toma sólo la última parte (procurar
andar con los de corazón puro), sin la primera, la conciencia será laxa y se
perderán, en mayor o menor grado, la fidelidad a Cristo, y la obediencia. El
corazón debe estar ocupado en el amor del pueblo de Dios y en la comunión con
ellos, y la conciencia deber ser pura y fiel, como habiendo terminado con el
mal, cuando el mal está todo alrededor y está permitido.
En cuanto al segundo gran punto, a saber: nuestra
relación con la profesión pública de Cristianismo en el mundo, el capítulo 3 de
2ª. Timoteo da igualmente clara instrucción. El peligro de los postreros días
se encuentra en una apariencia de piedad, que niega la eficacia de ella. La
instrucción es tan sencilla como positiva: "a éstos evita." (2ª.
Timoteo 3:5). No debemos ir allí donde hay apariencia sin poder, sino que, de
manera positiva, debemos evitarla. Pero esto, por sí mismo, no sería suficiente
en los tiempos peligrosos; puesto que en la descomposición de la piedad
práctica y de la consagración en el mundo evangélico profesante muchos, cuyos
principios son mucho más falsos, llevan, individualmente, una vida de gran
consagración — a menudo, yo lo admito, sobre principios falsos, efectivamente, que
son en sí mismos principios mortales — pero es una triste trampa cuando la
consagración se encuentra al lado de la falsa doctrina, y de la mundanalidad
con un mayor grado de verdad sustancial. Este no es el caso, si el resultado se
toma como un todo; todo lo contrario; pero los casos individuales y el fuego de
las primeras impresiones, produce lo suficiente como para hacer que la
consagración de los individuos sea una trampa, conduciendo a los hombres a
recibir falsa doctrina y a caer en manos de Satanás (porque así es realmente),
cuando la consagración está fundamentada sobre una negación real de la gracia y
la verdad del evangelio, tal como Pablo insiste en ello.
Por lo tanto, otro punto es sacado aquí a la
luz: la autoridad con la cual nuestras almas están directamente en comunión, en
la que descansa nuestra conducta, por la cual es guiada, y la aplicación al
alma individual de esa autoridad y norma. ¿Es ella directa o indirecta? ¿Es
ello por intervención de la iglesia, como una autoridad entre yo y Dios? ¿O es
la relación directa e inmediata de mi alma con Dios, y el sometimiento
inmediato a Su autoridad en Su palabra? Es lo último, no lo anterior. Esto no
es rechazar el ministerio. Si otro conoce la Palabra mejor que yo — si tiene
más poder espiritual, él me puede ayudar; y esto es conforme al pensamiento y a
la voluntad de Dios. Pero él no se interpone entre mi alma y la Palabra, sino
que me lleva más plenamente al conocimiento de lo que Dios me dice en ella. Mi
alma sólo está más en relación directa con Dios mediante Su Palabra. Únicamente
esto es la norma y la medida de mi responsabilidad, la expresión de la
autoridad de Dios sobre mí. Otra persona puede ser el medio de que yo sea
completamente así; pero él me coloca, de esta manera, en relación directa con
Dios por medio de la Palabra, más plenamente y más en detalle, pero no me saca
de la relación. Ella permanece siendo directa como antes, y no puede haber ninguna
otra; ella es directa con Dios; y el derecho de Dios es absoluto, y abarca el
todo de mi ser en obediencia. Él ejerce Su autoridad directamente por la
Palabra. Esto puede autorizar deberes hacia los demás, y lo hace; pero estos
deberes son reconocidos por la autoridad de la Palabra y en obediencia a ella —
obediencia a Dios en Su palabra. Yo debo realizar toda relación en la que Dios
me ha situado, pero debo hacerlo por medio de la Palabra y conforme a ella. Mi
relación primera, directa, y que todo lo gobierna, es con Dios por medio de la
Palabra. Ella tiene prioridad ante todas las demás, gobierna todas las demás, y
reclama un sometimiento absoluto e inmediato. «Es necesario obedecer» es la
enseña Cristiana; pero «es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres»
es la demanda absoluta de Dios, el cual se ha revelado plenamente, y se revela
directamente a nosotros por la Palabra.
La iglesia puede tener — tiene — que ser
juzgada; el individuo tiene que tomar nota de ello — él está llamado a hacerlo,
de modo que ella (la iglesia) no pueda tener autoridad sobre él como siendo la
norma definitiva para su alma. Él está obligado a tomar la Palabra de Dios como
la norma definitiva y la norma de verdad y conducta, teniendo autoridad de Dios
directamente sobre su alma, con nada más entre él y Dios. Es evidente que no
estamos hablando aquí de la disciplina de una asamblea ejercida según la
Palabra. Esa Palabra que la ordena reconoce su validez, pero estamos hablando de
lo que en los asuntos religiosos, y, de hecho, en todos los asuntos, es la
norma y autoridad definitiva.
Al parecer hay otra pregunta, pero que no es
realmente una, a saber, ¿es el alma directamente conocedora de la Palabra, y es
ella responsable por ella misma ante Dios según esa autoridad? — o ¿puede
alguna otra cosa interponerse con autoridad, de modo que un alma no sea
directamente responsable ante Dios conforme a esa Palabra? La única pregunta es
realmente — ¿Le habla la Palabra de Dios directamente a la conciencia del
hombre, como para hacerle responsable cuando se le habla así? Ninguno en su
sano juicio negaría que si Dios revelase algo a un hombre, él debiera prestar
atención a ello. La incredulidad puede impugnar el hecho de que hay una Palabra
de Dios — un terreno que, en controversia, los Católicos Romanos asumen bajo la
forma de la pregunta, «Cómo se yo que es así?» Yo supongo aquí que hay una
Palabra de Dios. Yo pregunto, «¿es su autoridad directa sobre mi alma? — ¿o
existe algo, ahora que la tengo, entre ella y mi alma? ¿Es la autoridad de los
oráculos de Dios absoluta, directa? ¿Me llevan ellos a estar bajo una
obligación que no permite que nada se interponga entre dichos oráculos y mi
alma, o que limiten o modifiquen su autoridad?» Yo comentaría, de paso, que
exceptuando tres Epístolas, los escritos del Nuevo Testamento y, (por lo que
respecta al principio, también el Antiguo) no fueron dirigidos al clero (si es
que los vamos a llamar así) sino que fueron dirigidos por el clero a las
personas. La afirmación del clero en cuanto a poseerlos como tal es
verdaderamente una necedad; estos escritos fueron dirigidos específicamente al
pueblo Cristiano por aquellos comisionados por Dios para hacerlo. Esto es
innegable. En uno de estos escritos, Pablo encarga que se lea a todos los
santos hermanos, y ellos eran muy jóvenes Cristianos (recién convertidos) (1ª.
Tesalonicenses 5:27). Si los Cristianos profesantes son ahora tan ignorantes
que no pueden entenderlo, este es el resultado de siglos de enseñanza de la
iglesia, pero ya no es más el caso allí donde hay humildad y donde se recurre a
la gracia de Dios. "La exposición de tus palabras alumbra; Hace entender a
los simples." (Salmo 119:130). "Entiendo más que todos
mis maestros" (Salmo 119:99), dice David, porque "amo tu ley."
(Salmo 119:113). "Serán todos enseñados por Dios" (Juan 6:45) es la promesa dada a
nosotros.
Pero mi objetivo
actual es menos general que esto, importante como puede ser esta verdad. Yo
hablo de las enseñanzas dadas por el apóstol en las Epístolas, que fueron
dirigidas a uno en el cual él tenía la mayor confianza como siervo y hombre de
Dios, el cual había trabajado con él en el evangelio, como hijo con un padre, y
al cual él pudo revelar sus más íntimos sentimientos, y pudo hablarle acerca de
lo que se necesitaba para la iglesia cuando viniesen los días malos; cuando la
apariencia de piedad, allí donde se negaba la eficacia, obligaba a la
conciencia a asumir como deber el juicio del estado de la iglesia — en donde el
apóstol nos ha revelado el juicio de Cristo, y nos llamó a inclinarnos y a
actuar en consecuencia — en una palabra, una epístola que no presenta la verdad
general y la preciosa enseñanza para el Cristiano, sino la guía especial en los
peligrosas males de los postreros días. Esto, con toda la historia de la
iglesia ante nosotros, cuando el sometimiento a la iglesia fue mantenido por
tan largo tiempo, y mediante ello la oscuridad, y cuando la iglesia (tal como
Cristo la amó, la santificó, y la presentará a Sí mismo sin mancha ni arruga –
Efesios 5: 25-27) fue tan diligentemente y por tan largo tiempo confundida con
el edificio de madera y heno y hojarasca, que había crecido, como ellos mismos
admitieron, hasta llegar a ser un gran cuerpo mundano mezclado, y que la
iglesia era tan mala o peor que el mundo — esta revelación del juicio de la
iglesia es de suma importancia. Se insistió diligentemente, tal como lo hizo
Cipriano (N. del T.: de Cartago,
siglo 3º. d. C.) y varios otros, en el hecho de que el Espíritu Santo estaba y
no podía estar en ninguna otra parte; que todos los que estaban fuera de la
forma exterior estaban perdidos. Y esto se sostuvo tan firmemente que mientras
el primero confiesa que el estado de la iglesia era desastroso (era exactamente
como el mundo, con obispos y todo, de modo tal que la peor persecución era sólo
un suave castigo necesario), aun así ellos insisten que cuando alguno la
abandonaba, apremiado en conciencia por su estado, ellos abandonaban
absolutamente la salvación y la vida eterna; no había gracia alguna en ninguna
otra parte. [*]
[*
Resulta un poco extraño que aquel a quien Cipriano llamó siempre su maestro
saliera así de ella. Es ahora uno de los enigmas de los teólogos, a saber, distinguir
los escritos de su 'padre eclesiástico' antes y después que él dejara el gran
cuerpo exterior.]
Por esta insistencia acerca de los privilegios
de una iglesia declaradamente corrupta, las almas que rehuían aquello que era
una absoluta deshonra a Cristo fueron dejadas como presas para los que eran
herejes o fanáticos, cuando sus conciencias no pudieron soportar más el estado
moral del gran cuerpo exterior que sostenía y afirmaba ser la iglesia de Dios.
Es una de las partes tristes de la historia eclesiástica, el hecho de ver de
qué manera personas que dejaban el cuerpo público cuando la inmoralidad y la
idolatría de la clase más
grosera entraron, cayeron a menudo en las manos de, o se mezclaron con,
aquellos a quienes Satanás había levantado para desconcertar y arruinar el testimonio
de Dios. La iglesia primitiva nunca se defendió contra el accionar de la
herejía mediante la verdad como si ellos no la tuvieran (Ireneo lo hizo, quizás
un poco) sino por la afirmación propia de ellos en el sentido de poseerla toda
y el derecho hereditario a ella: así pues incluso Ireneo (130 d. C. – 202 d.
C.), Tertuliano (160 d. C. – 220 d. C.), Cipriano (siglo III d. C.), y otros. Y
los que hicieron más concesiones fueron, ellos mismos, filósofos alejados de la
verdad, tales como Clemente de Alejandría (150 d. C. – 215 d. C.) y Orígenes
(182 d. C. – 254 d. C.). Estos marcaron una diferencia entre algunos herejes y
otros; pero, después de eso, el cisma o la herejía fueron igualmente
fatales [*]; y si se marcó después una
diferencia, no se hizo ninguna negándoles la salvación a ellos, o quemándoles,
cuando eso llegó a ser una moda de la iglesia.
[*
Es un hecho curioso en la historia de la iglesia, que lo que hizo que Cipriano
insistiera tanto en la unidad de la iglesia, y que no había gracia en ninguna
otra parte, fuese finalmente abandonado y condenado por la iglesia en general —
la mera validez del bautismo cismático y hereje. Ciertamente, Cipriano jamás
fue consistente.]
Ahora bien, con semejante historia ante
nosotros, ¡cuán inmensamente importante es ver que el individuo está obligado a
juzgar el estado de la iglesia profesante! Ellos fueron llamados, en todo
tiempo, a reconocer el juicio de Cristo acerca del estado de la iglesia, y a
ser guiados por la Palabra en cuanto a ello. Ellos habrían aprendido a no
confundir el cuerpo de Cristo con el cuerpo profesante [*].
[*
Agustín de Hipona (354 d. C - 430 d. C.) hizo esto, pero insistió igualmente en
que todos los que se separaban del cuerpo profesante estaban perdidos, e hizo
que el día del juicio fuese el tiempo de separación y una especie de
purgatorio.]
Pero en 2ª. Timoteo 3 somos llamados expresamente
a apartarnos de los que niegan la eficacia de la piedad, aunque mantienen la
apariencia. Pero si yo, individualmente, soy llamado a reconocer el juicio de
Cristo en cuanto al estado de la iglesia y a actuar en consecuencia —
cualquiera que sea esa acción — entonces la iglesia ha dejado de ser una
autoridad, y es juzgada por la Palabra, a la cual yo estoy expresamente llamado
a prestar atención en ese juicio; la opinión, el parecer o el dictamen de la
iglesia, como cuerpo público, no puede ser una autoridad que gobierne mi juicio
espiritual, en el cual estoy obligado a seguir la Palabra, allí donde la iglesia
misma es juzgada en pensamiento y estado. Cristo nos llama a oír
individualmente lo que el Espíritu dice a las iglesias; no lo que la iglesia
dice, sino lo que se le dice a ellas. Yo no estoy diciendo ahora cuál puede ser
la consecuencia — acerca de ello 2ª. Timoteo y 3ª. Timoteo son claras — sino
que digo que el individuo es llamado a prestar atención a lo que Cristo dice en
cuanto al estado de la iglesia. No es una cosa que se debe pasar por alto el
hecho de que esto tiene lugar primero con respecto a Éfeso, donde había
semejante bendición y conocimiento. Siendo, la iglesia en Éfeso, el vaso de la
gracia más elevada, ella representa el alejamiento de la iglesia de su primer
estado, y recibe la amenaza de la remoción del candelero. Pero todo lo que yo
digo ahora es: el individuo es llamado, como tal, a oír a Cristo, y a tomar
nota del juicio que Él se forma acerca de ella. La iglesia es un objeto
juzgado, no una autoridad. El individuo está obligado a recibir directamente de
Cristo, o del Espíritu por la Palabra, lo que Él le dice, independientemente de
la autoridad de la iglesia, en efecto, independientemente de la iglesia misma.
Efectivamente, esta es la demostración de que es creyente tiene oídos para oír,
para oír a Cristo, para oír lo que el Espíritu dice. ¿Cuál es. Entonces, la
norma, cuando en la Cristiandad profesante existe la apariencia de piedad sin
la eficacia, tal como ciertamente el apóstol nos dice sería en el caso de los
tiempos peligrosos en los postreros días (2ª. Timoteo 3:1), cuando los
Cristianos se han apartado de la apariencia de piedad? La tenemos en una forma
doble.
La iglesia, no puede ser la norma; eso nos ha
llevado a tiempos peligrosos, y ocurre el caso en el cual yo me tengo que
apartar del estado común de cosas — los hombres estarán así bajo la apariencia
de piedad sin la eficacia. No existe norma alguna, ninguna autoridad para
retenerme allí. Yo estoy obligado a reconocer ese estado, y a apartarme. En
primer lugar, el conocimiento del individuo del cual yo he aprendido algo; en
segundo lugar, las Escrituras. Lo primero es una norma sencilla pero muy
importante. Llega una tradición, nadie puede decir de parte de quién: se me
dice que el hecho de que «la iglesia la ha preservado» es un terreno seguro de
la fe. Pablo dice, «No; tú debes saber "de quién has aprendido" (2ª.
Timoteo 3:14).» Se dice, «según los padres»; o «el consentimiento de los
padres.» Pero esto no me presenta la auténtica fuente. Timoteo sabía que la
había recibido de Pablo, un maestro divinamente inspirado y divinamente
autorizado, y la cosa era segura. Ninguna enseñanza eclesiástica, ninguna
tradición, por muy universal que sean, pueden asegurarme la verdad. Yo no puedo
decir (en estos casos) "de quien" (Gr.: para tinos) lo he aprendido. Yo debo tener
un individuo de
autoridad cierta e inspirada para hacerme recibir algo como la verdad. Yo debo
saber de quien lo he recibido. Esto es aplicable a los tiempos peligrosos,
cuando hay apariencia de piedad, cuando la iglesia está en desorden — ya que
una apariencia de piedad sin la eficacia es en sí misma un desorden — y, entonces,
una fuente cierta de autoridad es de
suma importancia. Pero si Pablo, o Pedro, o Juan han enseñado algo, yo sé de
quien lo he aprendido, tal como Timoteo lo sabía, y estoy seguro de ello. Si
los 'padres de la iglesia' o nadie dice quién, han enseñado una cosa, yo no
tengo ninguna seguridad divinamente dada.
La segunda autoridad que se menciona, que es en
parte lo mismo, es las Escrituras; pero esto tiene un carácter especial. Estos
son escritos sagrados. Dios ha proporcionado eso para Sus santos, las cuales,
con la llave de la fe en Cristo Jesús, es una guía segura y cierta — un cuerpo
de escritos denominados por el apóstol (es decir, por autoridad divina) "las
Sagradas Escrituras", de las cuales un niño podía ser conocedor como tal,
guiado por la piedad de una madre (2ª. Timoteo 3:15) — y ser recibidas como
inspiradas y teniendo autoridad divina, compuestas de varios escritos
distintos, pero formando un todo del que se pudo decir como un todo conocido,
"las Sagradas Escrituras" y de cada parte particular, "toda
Escritura" (2ª. Timoteo 3:16), reconocida de este modo (de la manera más
solemne por el propio Señor, así como también por Su apóstol) como un todo, y
como la obra inspirada de autores particulares, y eso, como documentos
escritos, claramente como tales, y con fe autoritativa como siendo inspirados.
"Conociendo primero esto," dice Pedro, "que ninguna profecía de
la Escritura procede de interpretación privada, porque nunca la profecía fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo." (1ª Pedro 1: 20, 21 – RVR1977). El
testimonio constante de Mateo es, "Para
que se cumplan las Escrituras"; o, más generalmente, "Así se cumplió."La
Escritura no puede ser quebrantada" (Juan 10:35), dice el Señor; "Escrito
está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios." (Juan 6:45). "Si
no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?" (Juan 5:47). Y
en Getsemaní (Mateo 26:56), contrastando el testimonio de ellos "en el
templo," leemos "para que se cumplan las Escrituras. Así también
tenemos "Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las
Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo
padeciese." (Lucas 24: 45, 46). Y en esa misma jornada, "¿No era
necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?"
(Lucas 24:26). "Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los
profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían."
(Lucas 24:27). Era necesario, debía ser así, puesto que ello estaba en la
Escritura. Así que Pablo pudo decir, " la Escritura, previendo . . . predicó,"
porque la mente de Dios estaba en ello. ("Y la Escritura, previendo que Dios había
de justificar a los gentiles
por la fe, predicó de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: En ti serán
bendecidas todas las naciones." Gálatas 3:8- VM). Como se ha comentado
a menudo, el Señor cita el Antiguo Testamento, como un todo reconocido, como
usado por los Judíos, "Moisés, en los profetas y en los salmos."
(Lucas 24:44). Él usó las Escrituras, el testimonio escrito, para silenciar al
adversario, y se refirió a ellas, al reprender a los Judíos, como uno de una
serie de testimonios divinos, que los dejó sin excusa.
Yo no cito aquí los
innumerables textos en los que la autoridad de la Escritura es reconocida por
el bendito Señor y Sus apóstoles. Si no se creía a estas, Él asegura, uno se
levantaría de los muertos en vano, ya que aun así los hombres no se
persuadirían. (Lucas 16:31). Ningún testimonio de la realidad de otro mundo
serviría, si no se presta oídos a estos escritos. Pero no sólo encontramos
aseverada la autoridad de Escrituras particulares, sino que, lo que es
importante comentar, el hecho de que ello esté allí le daba autoridad. Era
suficiente que fuese Escritura para darle autoridad divina. La Escritura no
puede ser quebrantada. No se trata meramente de que las verdades se pueden
hallar en ella (ese puede ser el caso en cualquier sermón, o en este tratado) o
que la Palabra de Dios está en ella, sino de que estando en la Escritura era
suficiente para dar a lo que estaba allí, autoridad como la Palabra de Dios. Es
el método de autoridad ordenado por Dios, no meramente de verdad — cualquiera
puede ser un medio de comunicación de eso — sino que es autoridad para la
verdad, está revestida con autoridad divina en lo que ella declara, y es
reconocida por el propio Cristo como teniéndola, así como también por todos los
apóstoles. Eran más nobles los que las escudriñaban para ver si lo que un
apóstol declaraba era así. (Hechos 17:11). Las Escrituras tienen autoridad, y
están dirigidas al pueblo de Dios; no están dirigidas como tales al clero o a
los ministros de la Palabra, sino que, excepto una porción muy pequeña, como
hemos visto, están dirigidas por medio de esos ministros al pueblo.
De todas por igual
podemos aprender. Podemos aprender, de estas que fueron dirigidas a sus
consiervos de confianza por el apóstol Pablo, lo que era la iglesia, lo que
ella debía ser, y lo que ella sería. Veamos, entonces, en lo que él dice a
Timoteo, la descripción del apóstol acerca del valor de estos libros, y el
lugar que ellos ocupan, y eso especialmente cuando la iglesia ha perdido su
verdadero carácter, cuando tiene una apariencia de piedad, y cuando niega la
eficacia de ella. Después de haber hablado de que Timoteo ha aprendido la
verdad por sí mismo, el apóstol dice, "y que desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras." (2ª. Timoteo 3:15). Aquí está el bien conocido libro
denominado así, el cual, como tal, tenía autoridad. Como niño, él las había
sabido y había aprendido su contenido. Y estas Escrituras, por la fe en Cristo
Jesús (la gran llave a todas), pudieron hacerle sabio para salvación. Se afirma
que esto se refiere al Antiguo Testamento: pero todo lo que tiene una
reivindicación en cuanto a ser denominado 'Las Sagradas Escrituras' cae bajo
este título, y goza de los privilegios unidos a aquel título. Pablo reivindica
esta autoridad para lo que él escribió (1ª. Corintios 14:37), y hace la
diferencia entre su experiencia espiritual, no obstante lo grande que ella era,
y lo que el Señor dijo, pero las cosas que escribió eran mandamientos del
Señor. El final de la epístola a los Romanos nos asegura que el misterio del
evangelio, oculto desde los tiempos proféticos y desde todas las épocas
anteriores, fue dado a conocer en las Escrituras proféticas [*] a todas las
naciones.
[*
No "las Escrituras de los profetas, como rezan varias Biblias en Español:
el pasaje es bastante claro.]
Y
Pedro sitúa las epístolas en un nivel con las otras Escrituras. Escritura es un
título reconocido; sea lo que eso sea, tiene autoridad, y por gracia, poder
esclarecedor; ella juzga, y no es juzgada. Esto es, entonces, el recurso
divino, y divinamente dado para el Cristiano cuando la iglesia está en un mal
estado — las Escrituras, y las Escrituras como un niño ha sabido el libro: y
ellas pueden hacer sabio a un individuo para salvación por la fe en Cristo. No
se trata de menospreciar el ministerio. Timoteo no menospreció a Pablo,
ciertamente; pero el dotado apóstol lo derivó a la Escritura como la segura
guía individual cuando la iglesia estaba en confusión y en el mal.
Pero
la Escritura puede hacer más; ella puede preparar perfectamente al hombre de
Dios. Y tenemos aquí más que el conocimiento que se tiene desde niño, o de la
sabiduría salvadora por la fe. El pasaje se refiere al hombre de Dios (2ª.
Timoteo 3:16, 17) — a aquel que es de utilidad para Dios en este mundo — una
expresión amplia e integral. En un cierto sentido, en el servicio, él representa
a Dios, en la medida que actúa bajo Su guía por Su poder — "en todo nos
mostramos como ministros de Dios." (2ª. Corintios 6:4 – NC). Pero él está,
a lo menos, como sirviendo a Dios en el mundo. Esta es una expresión tomada del
Antiguo Testamento. Y encontramos aquí el libro, no como un todo, sino como todas
las partes — es decir, todo lo denominado correctamente Escritura es inspirado,
Gr.: dseópneustos.
Evidentemente, no podía tener la autoridad que el Señor y los apóstoles le
atribuyen; no deberíamos ver al Señor (en los momentos más solemnes y en la
manera más absoluta) usando Su poder divino para permitir a Sus discípulos
comprenderla, si ella no fuese verdaderamente inspirada. Pero hay más que esto.
No
es toda la verdad que las Escrituras contienen la Palabra de Dios, pero todo lo
que es Escritura es inspirado [*], y útil para todo lo que se necesita para
hacer que el hombre de Dios sea perfecto. Todo aquel que tiene que actuar en
nombre de Dios en este mundo, que tiene que presentarse por Él ante el mundo —
y (aunque algunos sean especialmente llamados, todos, en mayor o menor grado, tienen
que hacerlo) — encuentra en la Escritura todo lo que a él le falta para
completar su estado y competencia para el servicio.
[* Yo no tengo ninguna duda de
que esta es la traducción correcta: pero ello no altera el asunto que estoy
tratando ahora. Porque todo escrito divinamente inspirado adscribe, igual y
específicamente, inspiración a todo lo que tiene derecho a aquel nombre, y añade
luego otras características.]
Pero
no es sólo esto que ella contiene lo que es necesario; sino que todo lo
verdaderamente es llamado Escritura es inspirado — tiene el nombre distintivo
dado por Dios mismo a aquello que Él ha querido que sea recibido como viniendo
de Él. Nosotros tenemos, un niño tiene (en cuanto a su autoridad que sólo la fe
puede hacerla eficaz) escritos que reclaman para ellos mismos el sometimiento
de nuestras almas, como siendo la Palabra de Dios directamente a nosotros, así
que la intervención de cualquiera está interfiriendo con Su derecho — Su
derecho inmediato sobre el alma como perteneciendo a Él. No es que otros no
pueden ayudarme a comprender lo que hay allí; sino que Él me ayuda a lo que hay
allí, y nadie puede interferir para obstaculizar la demanda directa de lo que
está entonces sobre mi alma, y si lo hace, él interfiere con el derecho de
Dios, independientemente si el que lo hace es un individuo o la iglesia. Y cuanto
más elevada sea la pretensión de
hacerlo, mayor es la culpa.
Yo
reconozco la autoridad de toda Escritura como absoluta y directa de Dios.
Puedo, ciertamente, ser ayudado a conocer más de lo que hay allí para obtener
beneficio, para disfrutarlo, o para obedecerlo. Estoy específicamente enseñado
a acudir a las Escrituras, a confiar en ellas — enseñado a hacerlo individualmente,
no como juzgándolas, sino como una demanda directa de Dios sobre mí cuando la
iglesia se ha convertido en una apariencia de piedad. Siempre verdadera y
disfrutada por todos juntos cuando la iglesia estaba bien, en las Epístolas
recibidas de los apóstoles, y en los Evangelios que tenemos y que nos han sido
dados por Dios, ella llegó a ser la verdad necesaria — verdad para este efecto
por el apóstol, cuando la iglesia se malograse, y viniesen tiempos peligrosos
en los postreros días.
No
olvidemos esto, que si la conciencia del estado actual de cosas no nos oprime,
sabemos, de lo que dice la Escritura, que esos tiempos comenzaron cuando Juan
escribió, y Pablo escribió, y Pedro y Judas. Juan pudo decir, sabemos que
"ya es el último tiempo" (1ª. Juan 2:18): Juan pudo presentar la voz
de advertencia del Señor a la iglesia caída en las siete iglesias del
Apocalipsis; Pedro pudo decirnos que ya había llegado el tiempo para que el
juicio comience por la casa de Dios (1ª.
Pedro 4:17); Judas se vio obligado a escribir para insistir acerca de la fe una
vez dada a los santos (Judas 3) debido a los que habían entrado en la iglesia,
los cuales serían los objetos del juicio de Cristo en el día postrero; Pablo
escribió que el misterio de iniquidad ya estaba en acción (2ª. Tesalonicenses
2:7), y lo estaría hasta que el inicuo fuese por fin manifestado después de la
apostasía — que todos buscaban ya lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús
(Filipenses 2:21). Y él (aunque fue el perito arquitecto que puso el fundamento
– 1ª. Corintios 3:10), cuando su partida estuvo cerca, tuvo que advertir a sus
amados discípulos, tal como lo había hecho a los ancianos de Éfeso, acerca de
los males que estaban en puertas, y que los malos hombres y los engañadores irían
de mal en peor, y que la iglesia sería una apariencia de piedad sin la
eficacia.
Luego
se menciona, nuevamente, el individuo (ya que no aprendemos nada acerca de la
iglesia en 2ª. Timoteo excepto su fracaso y ruina), y el hombre de Dios tiene
que mantenerse firme contra el avance del mal; incluso las Escrituras obtienen
el lugar que estaban destinadas a mantener — una necesidad no tan sentida
cuando todo fluía en la corriente del poder divino, recibiendo el cuidado y la
guía de los propios apóstoles, pero sacada a la luz para los días del mal y la
seducción con autoridad divina, inspiración divina, y suficiencia divina para
instruir.
Es
evidente que la expresión "sabiendo de quién has aprendido" se
resuelve por sí misma también en las Escrituras.
La
Palabra de Dios, tal como el propio bendito Señor, sale de Dios, y está
adaptada al hombre. En esto, con la Palabra viviente, está sola y se
perfecciona en ello.
Permítanme
hacer que el lector se ocupe en darse cuenta en su propia mente, y, si la ocasión
lo amerita, permítanme que yo
insista con otros acerca del pasaje que se relaciona estrechamente con lo que
hemos considerado—me refiero al pasaje en 1ª. Juan 2:24. "Lo que habéis
oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el
principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en
el Padre." Nada tiene una autoridad segura para el creyente excepto
aquello que era desde el principio. Sólo esto asegura nuestra permanencia en el
Padre y en el Hijo. Puede existir una muy respetable, muy 'reverenda
antigüedad'; y el espíritu de reverencia, allí donde el objeto es verdadero, es
una cualidad muy importante en el creyente, pero es un asombroso medio de
seducción cuando no lo es. Pero, como terreno de fe, el Cristiano debe tener
"lo que era desde el principio." (1ª. Juan 1:1); la autoridad para
creer debe ser "lo que existía desde el principio" (1ª. Juan 1:1-
LBLA) — debe haber sido oído desde el principio. En las Escrituras yo tengo esa
certeza; yo tengo la cosa misma: y en ninguna otra parte. Muchos pueden
predicar la verdad y yo me beneficio mediante ello; pero por medio de la
Palabra, y especialmente aquí, por medio del Nuevo Testamento, yo tengo la
certeza de lo que era (existía) desde el principio, y no lo tengo en ninguna
otra parte. Ningún acuerdo de Cristianos me puede dar esto. Si Roma y Grecia e
Inglaterra fuesen todos uno, el acuerdo de ellos no me daría lo que era
(existía) desde el principio como un hecho; las Escrituras ciertamente lo hacen.
Se
me puede decir que es muy presuntuoso que yo establezca mi juicio contra tal
autoridad. Yo no tengo ningún juicio mío para establecer; yo creo en lo que
Pablo y Juan y Pedro y el bendito Señor dijeron: no hay ninguna presunción en
eso. Yo hago lo que ellos me mandan, yo recibo y me aferro a lo que "era
desde el principio." Si acaso, de hecho, alguno dice que «no es fácil de
entender», yo pregunto, «¿Son ellos difíciles de entender?» Esto es presunción —
decir que ellos pueden enseñar mejor que los apóstoles y el Señor, el cual
habló a las multitudes. En cualquier caso, yo debo tener, no lo que sostenía la
iglesia primitiva, sino "lo que era (existía) desde el principio."
Por eso el mismo apóstol dice, "el que conoce a Dios, nos oye; el que no
es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu
de error. (1ª. Juan 4:6).
J. N. Darby
Collected Writings Volume 23, Doctrinal 7.-
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.- Agosto 2014.
Título original
en inglés: SCRIPTURE:
THE PLACE IT HAS IN THIS DAY, by J.
N. Darby
Versión Inglesa |
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