LA ORACIÓN, EN SU LUGAR APROPIADO
C. H. Mackintosh
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones, tales como:
BTX = Biblia Textual, ©
1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Hay en la mente humana una
fuerte tendencia a adoptar una opinión parcial de las cosas. Hay que estar
debidamente protegido contra esto. Nuestra sabiduría será siempre ver las cosas
tal como Dios nos las presenta en Su Palabra santa. Nosotros deberíamos poner
las cosas donde Él las pone, y dejarlas allí. Allí donde a esto se le preste
atención más fielmente, la verdad se entendería mucho más claramente, y las
almas serían enseñadas de una manera mucho mejor. Hay un lugar divino para
todo, y todas las cosas deberían estar en un lugar divino. Nosotros debemos
evitar poner cosas correctas en lugares incorrectos, tan cuidadosamente como
evitaríamos desecharlas del todo. Lo uno puede hacer tanto daño como lo otro.
Que cualquier institución divina sea sacada de su lugar divinamente designado,
y ella se ve necesariamente impedida en su objetivo divinamente designado. Yo
imagino que esto difícilmente será puesto en duda por cualquier mente
esclarecida o bien ordenada. Se admitirá, en general, que es errado poner las
cosas en cualquier lugar menos donde Dios quiso que estén.
Pues bien, la importancia de
una cosa correcta es proporcional a la importancia de tenerla en su lugar
correcto. Esta observación es válida de forma especial con respecto al
ejercicio muy sagrado y muy precioso de la oración. Resulta difícil imaginar cómo
una persona, con la Palabra de Dios en su mano, podría presumir restar valor al
valor de la oración. Se trata de una de las funciones más elevadas, y de los
más grandes privilegios de la vida Cristiana. Tan pronto como la nueva
naturaleza ha sido comunicada, por el Espíritu Santo, por medio de la fe en
Cristo, ella se expresa en los dulces acentos de la oración.
La oración es la respiración
eficaz del nuevo hombre, suscitada por la operación del Espíritu Santo, el cual
mora en todos los creyentes verdaderos. Por lo tanto, encontrar a alguno que
está orando, es encontrarle manifestando vida divina en uno de sus
características más conmovedoras y bellas, a saber, la dependencia. Puede haber
una vasta cantidad de ignorancia mostrada en la oración, tanto en su carácter
como en su objetivo; pero el espíritu
de oración es, de manera incuestionable, divino. Un niño puede pedir muchas
cosas insensatas; pero, claramente, él no podría pedir nada si él no tuviese
vida. La habilidad y el deseo de pedir son pruebas infalibles de vida. Tan pronto
como Saulo de Tarso pasó de muerte a vida, el Señor dice acerca de él, "he aquí, él
ora." (Hechos 9). Seguramente
él, como un "fariseo, hijo de fariseo" (Hechos 23:6), había dicho
muchas "largas oraciones" (Mateo 23:14); pero no fue sino hasta que
él vio "al Justo" y oyó "la voz de su boca" que se pudo
decir de él, "he aquí, él ora."
(Hechos 22:14).
Decir oraciones, y orar, son
cosas totalmente diferentes. Un Fariseo con pretensiones de superioridad puede
sobresalir en lo primero; pero nadie más que un alma convertida puede disfrutar
lo último. El espíritu de oración es el espíritu del nuevo hombre; el lenguaje
de la oración es la expresión evidente de la vida nueva. El momento en que un
bebé espiritual nace, en la nueva creación, envía un clamor de impotente
dependencia hacia la fuente de su nacimiento. ¿Quién se atrevería a hacer
callar aquel clamor? Que el bebé se sienta satisfecho con delicadeza, que no
sea silenciado con rudeza. El clamor mismo que la ignorancia procuraría
acallar, cae como la más dulce música en el oído de un padre. Se trata de la
prueba de vida. Dicho clamor evidencia la existencia de un nuevo objeto
alrededor del cual los afectos del corazón de un padre se pueden entrelazar.
Todo esto es bastante
evidente. Ello resulta aceptable para toda mente renovada. El hombre que podría
pensar acallar los acentos de la oración debe ser completamente ignorante
acerca de los preciosos y bellos misterios de la nueva creación. La comprensión
del que ora puede necesitar ser enseñada; pero ¡oh! que el espíritu de oración
no se apague. Que los rayos de la revelación divina, en todo el poder
emancipador de ellos, resplandezcan sobre la conciencia que está en apuros,
pero que la respiración de la vida nueva no sea interrumpida.
El alma recién convertida
puede estar en gran oscuridad. Las escalofriantes brumas del legalismo pueden
envolver su espíritu. Puede ser que dicha alma no puede descansar aún plenamente
en Cristo, y Su obra consumada. Puede ser que su conciencia despertada no ha hallado
aún su respuesta dadora de paz en la sangre preciosa de Jesús. Dudas y temores
pueden atormentarla muchísimo. Puede ser que dicha alma no conozca acerca de la
importante doctrina de las dos naturalezas, y el conflicto continuo entre
ellas. El alma se inclina bajo el humillante sentido de pecado que mora en ella
y no ve aún la amplia provisión que el amor redentor ha hecho para esa cosa
misma, en el sacrificio y sacerdocio — la sangre y abogacía del Señor
Jesucristo. Las alegres emociones que estuvieron presentes en los primeros
momentos de su conversión han pasado. Los rayos del Sol de Justicia están
ocultos por las gruesas nubes que surgen desde dentro y alrededor de ella. No
es con respecto a ella como en días pasados. Esta alma se maravilla ante la
triste transformación que ha venido sobre ella y casi duda si acaso alguna vez
se convirtió.
¿Es preciso que nos asombremos
ante el hecho de que una persona tal clame poderosamente a Dios? Lo asombroso
es, en efecto, si ella pudiera hacer otra cosa. Entonces, ¿de qué manera deberíamos
tratar con dicha alma? ¿No deberíamos enseñarle que no ore? Dios no lo permita.
Esto sería hacer la obra de Satanás, el cual, ciertamente, aborrece la oración
de manera muy efusiva. Soltar una sílaba que pudiese ser confundida incluso
como restar importancia a un ejercicio tan enteramente divino, sería oponerse
abiertamente al entero libro de Dios, sería negar el ejemplo mismo de Cristo, y
sería obstaculizar la expresión del Espíritu Santo en el alma que ha nacido de
nuevo.
Las Escrituras del Antiguo y
del Nuevo Testamento literalmente abundan en exhortaciones y estímulos para
orar. Para citar los pasajes nosotros llenaríamos un volumen. El bendito
Maestro mismo ha dejado a Su pueblo un ejemplo en cuanto al incesante ejercicio
de un espíritu de oración. Él mismo oró y enseñó a Sus discípulos a orar. Lo
mismo es verdad acerca del Espíritu Santo en los apóstoles. (Vean los pasajes
siguientes: Lucas 3:21; Lucas 6:12; Lucas 9: 28 y 29; Lucas 11: 1 al 13; Lucas
18: 1 al 8; Hechos 1:14; Hechos 4:31; Romanos 12:12; Romanos 15:30; Efesios
6:18; Filipenses 4:6; Colosenses 4: 2 al 4; 1ª. Tesalonicenses 5:17; 2ª.
Tesalonicenses 3: 1 y 2; 1ª. Timoteo 2: 1 al 8; Hebreos 13:18; Santiago 5: 14 y
15).
Si mi lector estará atento y
ponderará los pasajes anteriores, él tendrá una opinión justa acerca del lugar
que la oración ocupa en la economía Cristiana. Él verá que los discípulos son
exhortados a orar; y observará que no son solamente los discípulos los que son
exhortados. Él verá que la oración es un solemne ejercicio prominente de la
casa de Dios; y él notará que debe estar en la casa de Dios (que es la iglesia
del Dios viviente — 1ª. Timoteo 3:15) para participar en dicho ejercicio. Él
verá que la oración es la expresión indudable de la nueva vida; y él observará
que la vida debe estar allí para expresarse. Él verá que la oración es una
parte importante del privilegio del Cristiano; y notará que ella no tiene
injerencia, en modo alguno, en el fundamento de la paz del Cristiano.
Él podrá colocar, por tanto,
la oración en su lugar apropiado; y ¡cuán importante es que ella sea colocada
así! ¡Cuán importante es que la ansiosa persona que pregunta vea que los
fundamentos profundos y sólidos de su actual y eterna paz fueron puestos en la obra
en la cruz, ¡hace dieciocho siglos! [*] ¡Cuán importante es que la sangre de
Jesús se destaque delante del alma en un claro y marcado alivio, y en su propia
grandeza solitaria, como el único fundamento del descanso del pecador! Un alma
puede estar buscando y clamando sinceramente por salvación e ignorar, al mismo
tiempo, el gran hecho de que está disponible y a su mano — puede ignorar que a
ella se le manda aceptar realmente una salvación gratuita, presente, personal,
y eterna — puede ignorar que Cristo ha hecho todo — que una copa rebosante de
salvación es puesta delante de ella, cuya fe sólo tiene que tomar y beber para
su eterna satisfacción. El evangelio de la gracia gratuita de Dios señala al
velo rasgado — al sepulcro vacío — al trono ocupado en lo alto. (Mateo 28;
Hebreos 1 y Hebreos 10). ¿Qué dan a conocer estas cosas? ¿Qué voz profieren
ellas al oído del ansioso pecador? ¡Salvación! ¡Salvación! ¡Salvación! El velo
rasgado, el sepulcro vacío, el trono ocupado, todos ellos claman, ¡salvación!
[*]
N. del T.: El lector debe tener en cuenta que esta meditación fue escrita
durante el transcurso del siglo 19.
Lector, ¿quiere usted
salvación realmente? ¿Por qué no tomarla entonces, como el don gratuito de
Dios? ¿Está usted recurriendo a su propio corazón o la obra consumada de Cristo
para salvación? ¿Piensa usted que es necesario esperar otro momento para
conocer que usted está plena y eternamente salvado? Si este es el caso,
entonces la obra de Cristo no fue consumada; el rescate no fue pagado; algo
permanece aún para ser hecho. Pero Cristo dijo, "Consumado es" (Juan 19:30), y
Dios dice, "¡. . . yo he
hallado el rescate!" ("Si hubiere entonces junto a él un mensajero,
algún intérprete,
uno escogido de entre mil, para hacer presente al hombre lo que es de su
deber; entonces se compadece de él,
y dice: ¡Líbrale de descender al hoyo; yo
he hallado el rescate!" Job 33: 23 y 24 – VM). Si usted tiene que
hacer, decir, o pensar alguna cosa, para completar la obra de salvación,
entonces Cristo no sería un Salvador íntegro, perfecto.
Y, además, ello sería una
negación completa de Romanos 4:5, que dice, "Mas al que no
trabaja, sino cree en Aquel que justifica
al impío, su fe le es contada por justicia." (Romanos 4:5 –
VM). Tenga usted el cuidado de no mezclar sus pobres oraciones con la obra
gloriosa de redención, completada por el Cordero de Dios en la cruz. La oración
es muy preciosa; pero, recuerde que, "sin fe es imposible agradar a Dios"
(Hebreos 11); y si usted tiene fe, usted tiene a Cristo, y teniendo usted a
Cristo, usted lo tiene TODO. Si usted dice que está clamando por misericordia,
la Palabra de Dios le señala una copiosa corriente de misericordia que emana
del sacrificio consumado. Usted tiene en Jesús todo lo que su corazón puede
necesitar, y Él es el don gratuito de Dios para usted tal como usted es, donde
usted está, ahora. Si usted tuviera
que ser alguna otra cosa, o ir a cualquier
otra parte desde donde
usted está, entonces la salvación no sería "por gracia. . . por medio de
la fe." (Efesios 2). Si usted está ansioso por obtener salvación, y Dios
desea que usted la tenga, ¿por qué necesita usted estar otro momento sin ella?
Todo está listo. Cristo murió y resucitó. El Espíritu Santo da testimonio. La
Palabra es clara. "Cree solamente." (Marcos 5:36).
¡Oh! Que el Espíritu de Dios
lleve almas ansiosas a encontrar reposo en Jesús. Que Él las lleve a que
aparten la vista de todo lo demás, y a mirar directamente a una expiación del todo
suficiente. Que Él de claridad de aprehensión, y sencillez de fe a todos; y que
Él dote con habilidad especialmente a todos los que se levantan a enseñar y
predicar, trazando correctamente la Palabra de verdad (2ª. Timoteo 2:15 – BTX),
para que ellos no apliquen al pecador no regenerado, a la ansiosa persona que
pregunta, tales pasajes de la Escritura que se refieren solamente al creyente
establecido. Un daño muy serio se hace tanto a la verdad de Dios como a las
almas de los hombres, al trazar y aplicar la Palabra de manera inepta. Debe
haber vida espiritual antes que pueda haber acción espiritual; y la única forma
de obtener vida espiritual
es creyendo en el Nombre del Hijo de
Dios. [*] (Juan 1: 12 y 13; Juan 3: 14, 16; Juan 3:36; Juan 5:24; Juan 20:31).
[*]
Cuando el carcelero en la ciudad de Filipos preguntó a Pablo y Silas: "¿qué
tengo que hacer para ser salvo?" Ellos respondieron sencillamente: "Cree
en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa." (Hechos 16: 30 y 31).
Ciertamente estaría bien si este método de tratar con una persona ansiosa que
pregunta fuese adoptado más fielmente.
Por lo tanto, si los preceptos
de la Palabra de Dios son aplicados a personas que no tienen vida espiritual
para que obren de acuerdo a ellos, el resultado debe ser confusión. Los preciosos
privilegios del Cristiano toman la forma de un pesado yugo para una persona no
convertida. Un sistema extraño de media ley, medio evangelio, es propuesto, por
el cual el Cristianismo verdadero es despojado de su gloria característica, y
las almas de los hombres son sumergidas en bruma y perplejidad. Hay una
necesidad urgente, exactamente ahora, de claridad al establecer el terreno
verdadero de la paz de un pecador. Cientos y miles de almas están siendo
convencidas de pecado. Ellas han obtenido vida, pero no libertad. Ellas han
sido vivificadas pero no emancipadas aún. Ellas necesitan un evangelio íntegro,
claro, diáfano. Las demandas de una conciencia despertadas sólo pueden ser
respondidas por la sangre de la cruz. Si algo, no importa qué, es añadido a la
obra consumada de Cristo, el alma debe estar llena de duda y tinieblas.
Que el señor nos conceda
conocer más plenamente el verdadero lugar y el verdadero valor de la fe
sencilla en el Señor Jesucristo, y del orar ferviente en el Espíritu Santo.
C. H. Mackintosh
Traducido del Inglés por: B.
R. C. O.- Enero 2017.-