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LA SENDA DE LA FE EN UN TIEMPO MALO

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(H. H. Snell)

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LA SENDA DE LA FE EN UN TIEMPO MALO

 

Una palabra de advertencia y aliento.

 

H. H. Snell

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito:

 

"Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre". – 1ª. Juan 2: 24.

 

Dios ha hablado, y nosotros tenemos Su palabra; pero doctrina no es fe. Razonar acerca de las cosas de Dios, en lugar de recibir Su testimonio es incredulidad en acción. La fe no conoce otra autoridad escrita sino la palabra de Dios, y descansa con confianza incondicional en lo que Él dice.  

 

Las Escrituras son todo suficientes. Ellas son competentes para dotar al hombre de Dios para toda buena obra, y con el Espíritu Santo morando en él y las operaciones de Él, éste está capacitado para proseguir su senda en paz entre toda la confusión y toda la discordia de la Cristiandad.

 

La autoridad final y decisiva de la Palabra escrita, en cada fase de la historia de la iglesia en la tierra, es expuesta repetidamente en los escritos de los apóstoles. Pablo, en su última carta inspirada, a la vista del martirio, insistió a Timoteo acerca de la autoridad y suficiencia de "toda la escritura". (2ª. Timoteo 3: 16, 17). Pedro, cuando trazó el fatal accionar del mal en la Iglesia profesante habló del juicio comenzando en la casa de Dios, y nos mandó que tuviéramos cuidado con los "falsos maestros" (2ª. Pedro 2), y que recordáramos "las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y de nuestro mandamiento, que somos apóstoles del Señor y Salvador". (2ª. Pedro 3: 2 – RVR1865). También Judas, el cual traza el curso de la Iglesia profesante hasta la apostasía, nos exhorta a que contendamos "ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos" (Judas 3 – LBLA); mientras Juan, en el Apocalipsis, establece como una marca para los fieles, hasta la venida del Señor, que ellos guardan "su palabra, y no Le niegan. (Apocalipsis 3: 8).

 

Sin la palabra de Dios no puede haber fe, y "sin fe es imposible agradar a Dios". (Hebreos 11: 6). Cada estado de la Iglesia en la tierra ha sido anticipado y se ha provisto para cada uno de ellos en las Escrituras, y el Espíritu permanece; de modo que nosotros tenemos una instrucción y un poder inequívocos hasta la "voz" en la venida del Señor, y seamos arrebatados para estar para siempre con él. (1ª. Tesalonicenses 4: 13 al 18).

 

Separación del mal.

 

A través de toda la Escritura se puede observar que el pueblo de Dios ha sido siempre llamado a apartarse del mal, y vivir para la gloria de Dios, porque ellos son Su pueblo. En tiempos antiguos se decía, "La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre" (Salmo 93: 5); y a menudo leemos, "quitarás el mal de en medio de ti". Y en el Nuevo Testamento leemos, "Sed santos" (1ª. Pedro 1: 16); y, "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados", y, "Apártese de iniquidad", y cosas semejantes, porque nuestra relación con Dios no admite un andar inferior. (Efesios 5: 1; 2ª. Timoteo 2: 19). Encontramos que incluso a los paganos se los trataba severamente por sus pecaminosos modos de obrar, porque ellos debieron haber conocido algo del Dios invisible a partir de las cosas visibles que Él había creado (Romanos 1). Sin embargo, cuando nuestro Señor vino, el cual era Dios manifestado en carne, y reveló al Padre, Le oímos decir, "de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio". (Mateo 12: 36). Pero la muerte del Hijo de Dios sobre el madero como Portador de nuestros pecados no solamente expuso la gracia y la justicia de Dios, sino Su infinita santidad y Su aborrecimiento del pecado, y Su juicio implacable de dicho pecado al abandonar a Su propio Hijo, el cual estaba amando perfectamente y era infinitamente amado. Desde entonces, la vida y el andar que se esperan de nosotros como preciados hijos de Dios son los idóneos para el Padre y el Hijo, con quienes nosotros somos llevados, a través de la gracia, a una relación eterna; de modo que no puede haber tolerancia alguna del mal de ningún tipo. No obstante, todos los últimos escritos de los apóstoles muestran cuán pocos permanecían en la verdad; y ellos previeron que vendría el tiempo "cuando no sufrirán la sana doctrina,… y se volverán a las fábulas" (2ª. Timoteo 4: 3, 4); y que por causa de profesantes de Cristianismo, "el camino de la verdad será blasfemado" (2ª. Pedro 2: 2). No debemos olvidar nunca que Aquel que está en medio de la asamblea discierne todo, porque Sus ojos son "como llama de fuego"; e incluso Él es competente para juzgar todo mal, porque Sus pies son "semejantes a bronce bruñido, refulgente como si ardiese en un horno". (Apocalipsis 1: 14, 15 – VM). Sus palabras, "si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados", han sido un consuelo para muchos. Sin embargo, por otra parte, cuando nosotros somos juzgados somos disciplinados por el Señor, "para que no seamos condenados con el mundo". (1ª. Corintios 11: 31, 32). Explicar o modificar el mal es ciertamente no juzgarlo; y el juicio propio es más profundo que eso.

 

Nada puede estar más claramente establecido en la Escritura que Dios busca santidad en Su pueblo — santidad individual, y santidad asamblearia, o separación del mal. En cuanto a lo primero, se nos dice, "Aborreced lo malo", y anden como hijos de Dios, miembros del cuerpo de Cristo, y como habitados por el Espíritu Santo, porque, por medio de la gracia, hemos sido llevados a esas preciadas relaciones; y deberes emanan de las relaciones conocidas. En cuanto a la asamblea, leemos que nosotros somos "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2: 22); por lo tanto se dice, "Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros" (1ª. Corintios 5: 13); además, "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa" (1ª. Corintios 5: 7), y otras Escrituras. En el tiempo de Josué, Dios no apoyó a Su pueblo para vencer a sus enemigos, sino que permitió a sus adversarios vencerlos debido al pecado de un hombre en la congregación, hasta que ellos lo hubieron juzgado, y se limpiaron de él. (Josué 7).

 

Sin embargo, cuando la asamblea en la tierra, a través de la infidelidad para con el Señor, llegó a ser una casa grande con vasos para honra mezclados con vasos para deshonra, de tal modo que el mal no pudo ser erradicado, el Espíritu de Dios amonestó entonces a los fieles de manera individual para que ellos mismos se limpiaran del mal separándose resueltamente de los vasos para deshonra. Tan completamente es esto, en un tiempo de ruina, según el pensamiento del Señor, que se da un gran estímulo al creyente que es así fiel al Señor. Leemos, "si alguno se habrá limpiado de estos [vasos para deshonra], separándose él mismo de ellos, él será un vaso para honra, santificado, útil para el Dueño, preparado para toda buena obra". (2ª. Timoteo 2: 21 – JND). Con independencia de cuán caída, cuán corrupta, o cuán desmoralizada pueda estar la Iglesia profesante, nosotros tenemos aquí la más clara instrucción para separarnos del mal, con la aseguranza más bienaventurada del favor de Dios; para que podamos nosotros mismos estar bien alentados en el Señor nuestro Dios. Confiamos en que se ha avanzado lo suficiente para mostrar la locura y la impureza de profesar tener unidad entre los santos de Dios sin separación del mal. Incluso una señora recibió una advertencia del apóstol acerca de no recibir en su casa, e incluso no saludar, a un maestro que no trajera la doctrina de Cristo, porque si ella lo hiciera ella participaría de sus malas obras.

 

Además de estas enseñanzas divinamente presentadas acerca de este tema solemne, la Escritura también distingue entre mal moral y mal doctrinal; y, para que no pensemos sin reflexión acerca de lo último, encontramos a menudo que se lo trata en la palabra de Dios de la manera más resuelta e inflexible. La conciencia natural a veces reconoce y rehúye el mal moral; pero para discernir y repudiar el mal doctrinal necesitamos ser espirituales, porque de una u otra manera siempre dicho mal es contra el Señor Jesucristo, el cual es "la verdad". Es cierto que la Escritura no permite que se tolere una mancha de negligencia moral, debido a que Aquel que está" en medio" es "Santo y Verdadero".

 

La falsedad de Ananías y Safira fue un pecado de muerte (o como reza otra traducción del Nuevo Testamento, "un pecado que lleva a la muerte". (1ª. Juan 5: 16 – LBLA). El fornicador Corintio debía ser quitado (o, expulsado); y el apóstol en espíritu junto con la asamblea, actuando así, entregarían a tal persona a Satanás para la destrucción de su carne, a fin de que su espíritu pudiera ser salvo en el día del Señor Jesús. Los santos no debían estar en compañía con uno llamado hermano que era culpable de mal moral. (1ª. Corintios 5).

 

No obstante, cuando el mal doctrinal es traído ante nosotros, a menudo está tan mezclado con la verdad, es tan pretencioso, es tan elogiado o respaldado por "varones de renombre" (Números 16: 2), que es necesario que un alma esté delante del Señor, atenta a Su palabra, y en dependencia de Su Espíritu, para detectar la impureza, y juzgarla. La mala doctrina no es discernida mediante nuestros poderes de raciocinio (los cuales la falsa doctrina siempre consigue que estén a su lado), y aunque su carácter maligno puede no ser percibido en principio, un alma temerosa de Dios la rechaza porque ella no es "como está escrito", — no es "según Cristo". (Colosenses 2: 8).

 

En los días de los apóstoles, los que sostenían una doctrina errónea eran tratados de la manera más resuelta. En una ocasión, Pablo encontró que dos maestros estaban "diciendo" lo que era contrario a la verdad. Para algunos podía parecer que se trataba de un asunto pequeño que ellos dijeran que "la resurrección ya se efectuó", pero no era así en la apreciación de un apóstol; porque él sabía que la palabra de ellos "carcomerá como gangrena". Tan repugnante y corrupta era esta mala doctrina que leemos, "hombres que según la verdad se han descarriado, diciendo que la resurrección ha pasado ya; y subvierten la fe de algunos". (2ª. Timoteo 1: 15 al 18 – VM). En la anterior epístola a Timoteo, el apóstol nos dice que Himeneo y Alejandro habían desechado una buena conciencia, y habían naufragado en cuanto a la fe, a los cuales, añade el apóstol, "entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar". (1ª. Timoteo 1: 19, 20).

 

Por otra parte, cuando ciertos maestros socavaban la preciosa doctrina de la justificación por fe añadiendo la circuncisión a ella, el apóstol dijo, "¡Ojalá se mutilasen los que os perturban!"; y además, refiriéndose a estos maestros, él dijo, "hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema". (Gálatas 5: 12; Gálatas 1: 7, 8).

 

Y más aún, como mostrando la manera en la cual "la verdad" era celosamente guardada en los días del apóstol, encontramos que cuando la doctrina de la justificación por fe fue puesta en entredicho mediante un hecho de una persona que era nada menos que el apóstol Pedro, la Escritura nos dice que Pablo le resistió "cara a cara, porque era de condenar"; y Pedro, indudablemente, aceptó la reprensión y se arrepintió de su hecho. Observe, fue el hecho de que Pedro se rehusara a comer con los creyentes Gentiles, estableciendo así la distinción, en lo relacionado con Dios, entre Judío y Gentil después que la cruz demostró que ambos eran igualmente culpables, y levantando nuevamente la pared intermedia de separación que la muerte de Cristo había derribado (Efesios 2: 11 al 16), lo cual socavaba tanto la verdad del evangelio. (Gálatas 2: 11 al 21). No dejemos de ver cuán posible es, incluso cuando la sana doctrina es sostenida, socavarla mediante nuestros hechos. Es hermoso encontrar a Pedro después de esto recomendando a Pablo a los demás como "nuestro amado hermano Pablo", y clasificando los escritos de Pablo junto con "las otras Escrituras". (2ª. Pedro 3: 15, 16). De un amor Cristiano tal debemos inferir una provechosa lección.

 

Este tema se vuelve cada vez más solemne a medida que averiguamos en la Escritura las muchas advertencias y los efectos terribles de la mala doctrina presentados por el Espíritu Santo a través de Pablo, Pedro, Juan, y Judas, y también los conflictos severos a través de los cuales ellos pasaron porque consideraron que era lealtad a Cristo pelear "la buena batalla de la fe" y "contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos". (Judas 3 – LBLA). Es evidente cuán resueltamente Pablo actuaba para que la verdad del evangelio pudiese continuar con nosotros, qué conflicto él tuvo, cuán ansioso estaba él de ir hasta el martirio para que Timoteo encargase la verdad que había oído a hombres fieles, para que ellos pudieran enseñar también a otros; y con qué seriedad él encomendó los santos "a Dios, y a la palabra de su gracia", porque sabía que después de su partida entrarían entre ellos lobos voraces, que no perdonarían el rebaño;" y que "también de entre ellos mismos se levantarían hombres, hablando cosas perversas, a fin de apartar a los discípulos, para que fueran en pos de ellos. (Gálatas 2: 5; 2ª. Timoteo 2: 2; Hechos 20: 29, 30). Pedro nos advierte contra los "falsos maestros" entre nosotros, cuyas "prácticas lascivas" muchos seguirían, y por causa de ellos el camino de la verdad sería infamado. (2ª. Pedro 2: 1, 2 – VM). Juan nos pide que nos cuidemos de "muchos falsos profetas", del espíritu del anticristo que ya está en el mundo, y entre otras pruebas muestra que los fieles siervos de Dios tienen al Cristo verdadero delante de ellos, y se sujetan a las palabras de los apóstoles. (1ª. Juan 4: 1 al 6). También encontramos al Señor, por medio de Juan en el Apocalipsis, acusando a la asamblea en Pérgamo de tener algunos entre ellos que estaban reteniendo la doctrina que Él aborrecía. (Apocalipsis 2: 15). Judas señala tres gamas de falsa doctrina sobre las cuales estaban siendo urdidos los principios que provocan la apostasía. Primero, "el camino de Caín" — acercarse a Dios sin sangre; segundo, "el error de Balaam" — amar el premio de la maldad, en lugar de honrar a Dios estando sometidos a Él, y amando a Su pueblo; y tercero, "la contradicción de Coré", o establecer una orden falsa de sacerdocio; y es evidente que estas malas doctrinas están aún en acción en casi todas partes, y terminarán en el juicio de Dios de la Iglesia profesante. El caso es que es imposible leer cuidadosamente las epístolas en dependencia del Espíritu, sin ver que el gran objetivo de los fieles en los días de los apóstoles era contender por "la verdad", preservar "la verdad", y andar en "la verdad", a toda costa.

 

Entonces, es evidente que por muy repugnantes que sean los modos de obrar inmorales para el Señor que está en medio de aquellos reunidos a Su nombre, no obstante, nada puede ser más resuelto que la manera en que la mala doctrina era juzgada y tratada en el temprano estado de la iglesia; y tampoco podía ser de otra manera si recordamos que nosotros somos "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu". (Efesios 2: 22). Permitan un sentido verdadero de lo que Dios es — de que Aquel que es "Santo" y "Verdadero" está en medio cuando estamos reunidos a Su nombre; de que somos santificados por la elección del Padre, la obra del Espíritu, y la sangre de Jesús para obedecer, y ser santificados de manera práctica por medio de la verdad. (1ª. Pedro 1: 2); y entonces somos conscientes, en alguna medida, de lo que conviene a nuestro Señor, y de lo que corresponde a Él. También es bueno recordar que, con respecto tanto a la doctrina como a la práctica, nosotros hemos sido advertidos de que "Un poco de levadura leuda toda la masa". (Gálatas 5: 9; 1ª. Corintios 5: 6). Cuanto más ponderemos las epístolas, más nos daremos cuenta de nuestra obligación para con el Señor en cuanto a mantener una sana doctrina.

 

La separación del mal no es suficiente.

 

En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios fue conminado, "dejad de hacer lo malo", y "aprended a hacer el bien (Isaías 1: 16, 17); y en el Nuevo Testamento se nos ordena, "Aborreced lo malo, adhiriéndoos a lo bueno". (Romanos 12: 9 – JND). Con almas guiadas por el Espíritu, temerosas de Dios, las dos ordenes siempre van juntas. Descansar en el hecho de haberse separado del mal sería verdaderamente un peligro, y pronto podría predisponer para un mal mayor, o terminar en una ortodoxia fría y estéril. Siempre es un momento crítico en nuestra historia cuando somos llamados a limpiarnos de la vieja levadura, o a limpiarnos de los vasos para deshonra, a fin de que no pensemos excesivamente en el acto de fidelidad y nos envanezcamos, en lugar de seguir en todas las cosas procurando la gloria de Dios en obediencia a Su palabra.

 

Con respecto a qué es lo que debe seguir siempre a la separación del mal, podemos considerar provechosamente algunas de las ilustraciones de los tipos presentadas a nosotros en el Antiguo Testamento en tiempo de maldad, los cuales fueron seguidos con la manifiesta bendición de Dios. Encontraremos que en todos los casos se comienza con la separación del mal. Repetimos, comenzaba de esta manera. Consideren, por ejemplo, esa poderosa obra de Dios que tuvo lugar en el tiempo de Ezequías. El estado de piedad práctica era tan bajo, y el orden de bendición de Jehová tan abandonado, que las lámparas estaban apagadas, las puertas del templo cerradas, y la inmundicia alojada en el lugar santo; por tanto, el centro de Dios para Su pueblo terrenal se perdió por completo. Es difícil concebir semejante estado de cosas entre el profeso pueblo de Dios y sin embargo, tomándolo como tipo, debemos inferir de ello unas lecciones muy solemnes. La obra de Dios comenzó con la apertura de las puertas, y sacando la inmundicia de la casa de Jehová. Pero, ¿descansaron ellos después de hacer esto? Por supuesto que no. Ellos regresaron a lo que existía (no desde el tiempo de Salomón, o David, o Samuel, sino) desde el principio. Ellos acudieron a "la ley de Moisés varón de Dios". Así pues descubrieron que por largo tiempo la Pascua no había sido celebrada "al modo que está escrito". Entonces ellos actuaron en fe conforme a la Palabra, al modo que estaba escrito en el principio, y la bendición de Dios estuvo maravillosamente con ellos. "Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén". Es digno mencionar que de la Pascua, la muerte y el derramamiento de la sangre del cordero, y el alimentarse de él, asado al fuego con panes sin levadura, nosotros inferimos la preciosa lección de que cuando el Espíritu de Dios está en operación, siempre habrá la fragancia y el ministerio de los padecimientos, muerte, y derramamiento de sangre de nuestro Señor Jesucristo, porque el Espíritu Santo es Aquel que testifica de Él y Le glorifica. Es vano hablar de una obra de Dios cuando el sacrificio y la obra redentora del Hijo de Dios, y la esperanza de Su venida, están ausentes del ministerio, y la autoridad de la Palabra escrita no es puesta en vigor resueltamente. (2º. Crónicas capítulos 29 y 30).

 

Nosotros encontramos que prácticamente los mismos principios del Espíritu estuvieron en acción en el reavivamiento de los días de Josías. La buena obra comenzó con el juicio de lo que era malo a los ojos de Dios. Ellos limpiaron resueltamente Judá y Jerusalén de los lugares altos, de las imágenes de Asera, de las imágenes talladas y de las imágenes fundidas, y derribaron los altares de los Baales, y cosas semejantes. Después se dedicaron a reparar la casa de Jehová; donde, habiendo hallado "el libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés", Safán lo leyó delante del rey, y, con piadoso temor y quebrantamiento de espíritu, el rey y los demás procuraron actuar según lo escrito en él. Habiéndose limpiado así ellos mismos de lo que deshonraba a Jehová, y habiendo regresado a aquello que era desde el principio, a saber, "la ley de Jehová dada por medio de Moisés", ellos celebraron una pascua a Jehová en Jerusalén. A los levitas se les ordenó sacrificar los animales de la pascua, santificarse, y preparar a sus hermanos, para que ellos hicieran conforme a la palabra de Jehová dada por medio de Moisés. Más adelante se nos dice que ellos lo hicieron "como está escrito en la ley de Moisés". Por tanto, encontramos nuevamente, como en el tiempo de Ezequías, que primero ellos se limpiaron del mal de la manera más decidida y en segundo lugar, ellos regresaron a lo que era desde el principio, como está escrito en la ley de Moisés; y, en tercer lugar, actuaron de acuerdo con la Palabra de Jehová, y celebraron la pascua; y se nos dice que "Nunca fue celebrada una pascua como esta en Israel desde los días de Samuel el profeta; ni ningún rey de Israel celebró pascua tal como la que celebró el rey Josías". (2º. Crónicas capítulos 34 y 35). ¡De qué manera estos muchos sacrificios presentan de manera típica la muerte y el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios! Y bien podemos preguntar, ¿Hubo alguna vez un tiempo de bendición perceptible en la Iglesia de Dios, cuando el sacrificio de Cristo, Sus padecimientos, Su muerte, y el derramamiento de Su sangre, no estuvieran mucho ante las almas, y no tuvieran un lugar prominente en el ministerio de los siervos de Dios?

 

Tomen otro alentador ejemplo del Antiguo Testamento — a saber, los tiempos de Esdras y Nehemías, cuando un remanente pequeño de Judá regresó de la cautividad a su propia tierra. Ellos no sólo se separaron de Babilonia y de sus malvados caminos, a través de la ayuda misericordiosa de Dios, sino que rehusaron firmemente asociaciones profanas, y desestimaron un sacerdocio contaminado. Ellos volvieron a lo que era desde el principio. En primer lugar, edificaron el altar del Dios de Israel, conexión verdadera entre Jehová y el pueblo, para ofrecer sobre él holocaustos, "como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios". Después edificaron la casa de Dios, el centro verdadero en el que todos los fieles en Israel pudieron congregarse. En el momento de la dedicación de la casa de Dios — el templo — se ofrecieron cien becerros, doscientos carneros y cuatrocientos corderos; y doce machos cabríos en expiación por todo Israel, conforme al número de las tribus de Israel. Fue un tiempo de gran alegría.

 

Después de esto, cuando el muro de separación había sido edificado en un tiempo difícil por Nehemías, aún había que mantener la separación y regresar a lo que era desde el principio, y actuar conforme a ello. "El escriba Esdras estaba sobre un púlpito de madera…, leyeron en el libro, en la ley de Dios", explicando y aclarando el sentido, de modo que entendiesen la lectura,… y "todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley". "Y hallaron escrito en la ley que Jehová había mandado por mano de Moisés, que habitasen los hijos de Israel en tabernáculos en la fiesta solemne del mes séptimo"…, así que ellos hicieron "tabernáculos, como está escrito"; y se nos dice que "desde los días de Josué hijo de Nun hasta aquel día, no habían hecho así los hijos de Israel. Y hubo alegría muy grande". (Nehemías 8).

 

También es bueno recordar que todos los ejemplos que hemos considerado tuvieron lugar en un tiempo de ruina. Esto hace que ellos sean tan alentadores para nosotros. La nación de Israel se había dividido mucho antes de esto, y las diez tribus habían sido llevadas a la cautividad ante el desagrado gubernamental de Dios; no obstante, y es agradable mencionar, ya sea en Ezequías o en los demás, que aunque ellos eran débiles y un remanente, la bendición de Dios estuvo en gran parte con ellos. Ellos también acogieron a todo Israel a la pascua, ofrecieron doce machos cabríos en la dedicación de la casa de Dios conforme a las doce tribus de Israel. Y cuán alentador es también ver que, por muy impío que se hubiese vuelto el pueblo hacia Dios, cuando ellos se separaron del mal y se volvieron a Él de acuerdo con Su palabra y con propósito de corazón, Él los alentó y los bendijo abundantemente. Incluso en el día de Jeremías, cuando el pueblo se había alejado tanto de Dios, y se había degradado y Le había deshonrado tanto que ya no hubo remedio, Jehová animó al profeta fiel a separarse del mal. Leemos, "Por tanto, así dijo Jehová:… si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos". (Jeremías 15: 19). Daniel fue también un varón separado en una escena de maldad, y nosotros sabemos cuán grandiosos fueron el poder y el favor de Dios con él. De los modos de obrar de Dios con Israel nosotros podemos inferir las más provechosas y alentadoras lecciones; pero cuando consideramos lo que el Cristianismo es, y los tratos de Dios con los que de manera profesa pertenecen a Su pueblo celestial, es decir, Su asamblea, nosotros tenemos que ver con lo que es espiritual, y con lo que es apto para el Padre y para el Hijo tal como se nos ha dado a conocer por el Espíritu Santo.

 

Los Elementos Esenciales del Cristianismo.

 

Se ha dicho con certeza que hay dos elementos esenciales del Cristianismo que no pudieron haber sido conocidos y disfrutados por nadie antes del día de Pentecostés, ni tampoco nadie en la tierra tendrá las mismas bendiciones después que los santos habrán sido arrebatados a lo alto para encontrarse con el Señor en el aire. Nos referimos a los hechos bienaventurados del Hombre Cristo Jesús estando glorificado a la diestra de Dios, y a la venida del Espíritu Santo, el cual Él recibió del Padre, y Le envió para formar la Iglesia en la tierra, para residir en cada creyente, para unirlos a todos a Cristo en el cielo y a unos a otros, haciéndonos miembros de Su cuerpo, de Su carne, y de Sus huesos. (Hechos 2: 33; Efesios 5: 30). Antes de esto, el perdón de pecados, ser responsables, justos, nacer de nuevo, hijos de Dios, un pueblo enseñado y movido por el Espíritu, sin duda todo esto fue conocido en cierta medida; pero no existió ninguna iglesia o asamblea en la tierra hasta que el Hijo del Hombre fue glorificado.

 

Hasta que el Señor ascendió, y estando a la diestra de Dios se Le hubo dado un nombre que es sobre todo nombre, y que Él fuera dado a la asamblea como cabeza sobre todas las cosas, la cual es Su cuerpo, no había ninguna Cabeza a la cual los creyentes pudieran unirse, y ningún Espíritu Santo enviado para unirlos a la Cabeza. Por consiguiente, es imposible entrar en el pensamiento de Dios acerca de Su asamblea, o Su obra actual en la tierra, hasta que el alma haya captado por medio de la fe el hecho precioso de que el Hijo del Hombre glorificado es la "Cabeza", y que los creyentes que están en la tierra unidos a Él por el Espíritu Santo son el cuerpo — el "un solo cuerpo". Por tanto, nuestras relaciones actuales son las de hijos de Dios que claman, "¡Abba, Padre!", miembros del cuerpo de Cristo, y nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, por medio del cual disfrutamos estas maravillosas y muy bienaventuradas relaciones. Y si ellas no son entendidas y disfrutadas, ¿cómo pueden haber el andar y la conducta adecuadas para tales exaltadas bendiciones? Porque los deberes, ¿no se derivan necesariamente de las relaciones? Entonces es bienaventurado servir al Señor, y velar por Su venida (Romanos 8: 15; 1ª. corintios 12: 27; 1ª. Corintios 6: 19).

 

El verdadero Cristianismo práctico tiene su origen en la relación y la comunión con el Señor Jesucristo donde Él está ahora en el trono del Padre coronado de gloria y de honra, en la conciencia de nuestras nuevas relaciones, y consecuentemente, reconociendo la presencia, las operaciones, y el poder del permanente Consolador que Él ha enviado. La adhesión al Señor caracteriza al corazón fiel. La indiferencia hacia Él indica el estado corrupto de la iglesia profesante en sus últimos días en la tierra. Bien se ha dicho —

 

'¿Qué piensas tu de Cristo? es la prueba

Para probar tanto tu estado como tu esquema;

No puedes tener razón en lo demás.

A menos que pienses bien de Él.' [John Newton]

 

Nos llevaría mucho más allá de los límites de este artículo incluso dar una breve mirada a las características esenciales del Cristianismo; pero no podemos abstenernos de llamar a prestar atención a dos o tres puntos que se refieren especialmente a asuntos en este momento, y son siempre de gran interés para quienes desean vivir para la honra de nuestro Señor Jesucristo.

 

1º. Las Escrituras testifican de la Persona del Hijo, el Verbo que se hizo carne y moró entre nosotros, esa vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó, y está ahora en la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo existiera. Cualquier error en cuanto a Su muy gloriosa Persona es fatal, y arruina cada aspecto de la verdad divina; porque Él es "la vida", "la verdad", "la luz del mundo", "la luz de los hombres", "la luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre" — "el verdadero Dios, y la vida eterna. Es de Él, el cual consumó la obra que el Padre Le encomendó que hiciera, de quien habla la Escritura; y leemos que "éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre". (Juan 20: 31). (Observen aquí la conexión entre "creyendo" y "tengáis" vida en Su nombre). Leemos nuevamente que, "a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [o privilegio] de ser hechos hijos de Dios". (Juan 1: 12). Mientras más contemplamos la gloria y las perfecciones infinitas del Hijo de Dios, más Él se convierte en el Objeto que satisface y domina nuestros corazones. Nada debemos temer más que el hecho de prestar atención a nuestros propios pensamientos acerca de Él, en lugar de oír lo que Dios ha revelado en Su palabra acerca de Él, porque, "nadie conoce al Hijo, sino el Padre". (Mateo 11: 27).

 

Es en Su obra consumada en lo que todas nuestras esperanzas están fundamentadas. Nosotros no podíamos tener una forma de acercarnos a Dios sino por el derramamiento de Su sangre preciosa. Nuestras esperanzas están fundamentadas sobre una obra que ha sido hecha, una obra acerca de nuestros pecados que ha glorificado a Dios, una obra de eficacia eterna debido a la gloria eterna y el valor de Aquel que la hizo; de modo que Dios puede hablar de nosotros los que creemos como perfeccionados para siempre con una sola ofrenda, y, "de sus pecados y sus iniquidades no me acordaré más". (Hebreos 10: 14, 17). ¡Bienaventurado terreno de acercamiento a Dios, y de permanecer en Su presencia! Separados de Él no tenemos vida alguna. "A menos que comáis la carne del Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros". (Juan 6: 53).

 

2º. "Jesucristo hombre", "El Hijo de Dios", "Jesús" — Jehová el Salvador, el cual se dignó en gracia tan maravillosa tomar el lugar de un Hombre "cansado" junto al pozo de Sicar (Juan 4), el que lloró ante la tumba de Lázaro (Juan 11), el que murió en el Calvario, ha sido resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre (Romanos 6: 4), y puesto en el trono de Su Padre en "justicia" (Apocalipsis 3: 21).  Él fue dado allí por Cabeza sobre todas las cosas a la asamblea, la cual es Su cuerpo. Habiendo recibido allí el Espíritu Santo, la promesa del Padre (Hechos 2: 33), Él Lo envió como el sello a todo aquel que ha creído en el evangelio de nuestra salvación (Efesios 1: 13), para formar la asamblea en la tierra, y cuidar y ministrar a todos los santos durante Su ausencia. Él aún continúa allí en fidelidad y misericordia Sus cargos bienaventurados a favor nuestro. Allí también Él esta sentado habiendo consumado la eterna redención, hasta que Él descienda a encontrarse con nosotros en el aire, antes de que sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Una señal de una persona que tiene su mente puesta en el Espíritu es su disfrute de los cargos actuales de nuestro Señor en el cielo a favor nuestro.

 

3º. El don del Espíritu Santo a aquellos que tienen ahora la remisión de pecados (no una medida del Espíritu, sino la Persona del Espíritu Santo), Su presencia residente y permanente, es algo enteramente nuevo, y como consecuencia de la obra consumada de nuestro Señor Jesucristo, y Su regreso al Padre. Las nuevas relaciones a las que los creyentes son llevados; el nuevo y celestial orden de cosas, tales como estar unidos a Cristo en el cielo por el Espíritu, y los unos a los otros; el carácter nuevo de la adoración, la cual 'debe' ser ahora en espíritu y en verdad (Juan 4: 23); los nuevos tipos de dones dados por Cristo ascendido para la edificación de los miembros del un solo cuerpo (Efesios 4: 10 al 16); el evangelio de la gracia de Dios, y toda la administración y sendas de la asamblea en la tierra, todo esto está entre las cosas que ocuparon a los santos "desde el principio". Los efectos sobre los que estaban ocupados así fueron maravillosos; porque por el hecho de ser conscientemente llevados, por gracia, a estas nuevas y celestiales asociaciones, ellos se separaron del mundo, y de la religiosidad que mantenía a los hombres afuera del velo, a distancia de Dios; y este principio es igualmente verdadero hoy en día.

 

Lo que hemos oído desde el principio.

 

Ocuparse del mal es muy dañino para nuestras almas; y nos libramos de él ocupándonos de lo bueno. Mediante la verdad nosotros resistimos y vencemos el error. Disfrutando por fe nuestras nuevas y celestiales posición, relaciones y bendiciones, somos librados de falsas asociaciones. Es mediante la gloriosa verdad de la unidad de la Iglesia de Dios que nosotros conseguimos separarnos de todas las agrupaciones humanas. Es por medio de la verdad positiva de la revelación divina que somos libertados y mantenidos libres. Casi todos los ataques de la incredulidad son negativos; no aportan nada al alma. Pero el testimonio de la Escritura es con referencia a Aquel que es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13: 8) — llenando nuestras almas con la bendición actual, colmándonos con Sus beneficios de gracia, y dándonos la perspectiva de la plenitud de gozo y delicias para siempre (Salmo 16: 11). Juan fue inspirado para exponer las bendiciones positivas del Cristianismo, y para instarnos, en un día de maldad, a regresar a lo que era desde el principio, y rechazar firmemente aquello que no fuese según Cristo.

 

Sin duda alguna las epístolas de Juan fueron escritas muchos años después que Pablo había fallecido, el cual había profetizado que entrarían lobos rapaces que no perdonarían al rebaño (Hechos 20: 29). El anciano apóstol vivió para ver cómo dichos lobos cometían sus estragos en la iglesia de Dios. Él vio que había "muchos anticristos", "muchos falsos profetas", maestros que presentaban un Cristo falso, no la doctrina de Cristo. (1ª. Juan 2: 18; 1ª. Juan 4: 1). Todo tipo de especulaciones habían sido fomentadas en cuanto a la persona de nuestro Señor, y el Unitarismo estaba entrando de manera evidente. (Ver nota)

 

(Nota del T.: Unitarismo = Las doctrinas de los Unitarios, los cuales arguyen la unidad de la Deidad, en contraste con los Trinitarios, y, obviamente, los Unitarios niegan la divinidad de Cristo.)

 

Ahora bien, ¿qué encontramos que era el ministerio inspirado del apóstol para nosotros? Podemos responder: a lo largo de sus epístolas él distingue claramente entre lo verdadero y lo falso, el espíritu de verdad y el espíritu de error, para que las almas fieles pudieran juzgar las malas doctrinas, y limpiarse así de ellas. Luego encontramos que les pide que consideren lo que habían oído desde el principio. "Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre". (1ª. Juan 2: 24). Por tanto, el anciano apóstol comienza su carta con la Persona del Hijo — "aquella Vida eterna, que estaba con el Padre, y fue manifestada a nosotros". (1ª. Juan 1: 2 – VM). Él menciona la virtud 'todo-limpiadora' de Su sangre preciosa, la perfección de nuestro Señor en el cielo como el "Justo", Su actual ministerio allí como Abogado para con el Padre, nuestra relación actual con el Padre como Sus hijos, la esperanza purificadora de la venida de nuestro Señor, y de estar con Él y ser semejantes a Él. Estas son algunas de las cosas que eran desde el principio, y que debían permanecer en ellos. Y la bendición prometida a los tales es, "vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre". ¡Bienaventuranza actual en verdad! ¡Qué estímulo para nuestros corazones en un tiempo como este! Gran parte de la primera epístola de Juan nos ocupa con la certeza divina de que nosotros tenemos la posesión actual de la vida eterna, una nueva vida dada a nosotros, y esta vida nos ha sido dada en Su Hijo. (1ª. Juan 5: 11); y que la manifestación de ella en nosotros es en la justicia práctica, en la obediencia práctica, y en el amor práctico — es decir, andar como Él anduvo.

 

En el principio del Cristianismo los santos se reunían en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, ya sea para recordarle anunciando Su muerte, o para orar, o para adoración y edificación, o para disciplina, reconociendo la presencia y la autoridad del Señor que estaba en medio. (1ª. Corintios 11; Hechos 4; 1ª. Corintios 14; 1ª. Corintios 5: 4; Mateo 18: 18 al 20).

 

La Primacía de Cristo.

 

Solamente tenemos que estudiar las epístolas a los Efesios y a los Colosenses para ver el lugar de prominencia dado al comienzo del Cristianismo a Cristo como Cabeza del cuerpo. Fue el hecho de no asirse de la cabeza lo que expuso a estos creyentes jóvenes en cuanto a la  fe en Colosas a ser desviados por medio de las falsas doctrinas de adoración de ángeles, ritualismo, y filosofía o racionalismo (Colosenses 2: 18 al 23). Sostener la doctrina de la Primacía de Cristo es una cosa; pero otra cosa es tener a la Cabeza en la fe y en los afectos de nuestras almas, y estar así en comunión con Él. Si el Señor Jesucristo ocupó nuestros corazones como Cabeza de todo principado y potestad, y con eso nosotros estamos completos en Él, ¿cómo podríamos pensar en adorar ángeles que fueron creados por Él, y se los ha hecho estar sujetos a Él? (Colosenses 2: 10; 1ª. Pedro 3: 22). Si nosotros estamos en el disfrute de nuestro nuevo lugar de aceptación en Él, de nuestra cercanía, y de nuestras actuales bendiciones de vida, de justicia, y de paz, ¿cómo podríamos confiar en cualquier práctica de ritualismo u ordenanzas para acercarnos más?

'Tan cerca, tan cerca de Dios,

Más cerca no puedo estar;

Porque en la persona de Su Hijo

Estoy tan cerca como Él lo está.'

 

Pero Aquel que es "Cabeza de todo principado y potestad" es "Cabeza del cuerpo", y Cabeza sobre todo para el cuerpo, de modo que los recursos y suministros de toda edificación para el cuerpo están en Él y derivan de Él (Colosenses 2: 19; Efesios 4: 15, 16). Es imposible, entonces, estar en el terreno verdadero del Cristianismo, o estar bien con los miembros de Su cuerpo, sin asirse "de la Cabeza". Nosotros creemos que pocos lo están haciendo realmente como al principio; y esto explica gran parte del fracaso y la tibieza actuales. Algunos llegan hasta los pensamientos y afectos de la hermandad, pero esto incluso los Judíos lo conocerán en días mileniales; Pero "cabeza" y "miembros" pertenecen solamente, en la medida en que entendemos las Escrituras, a la iglesia o asamblea de Dios. Es solamente asiéndose "de la cabeza" que nosotros podemos considerar a todos los miembros de Su cuerpo, por así decirlo, con Sus ojos, y considerarlos conforme a Su corazón y a Su mente. Como hemos visto, el cuerpo es formado por el don del Espíritu Santo, "porque por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en un solo cuerpo" (1ª. Corintios 12: 13 – VM). Y una mirada a las epístolas es suficiente para mostrarnos que los modos prácticos de los santos hacia nuestro Señor, y de los unos hacia los otros, son moldeados mayormente por la verdad preciosa de que Cristo está en los cielos y es Cabeza del cuerpo en la tierra. (Romanos 12; 1ª. Corintios 12; Efesios capítulos 1, 4, 5; Colosenses capítulos 2, 3). Entonces, si hemos de ser Cristianos, de manera práctica y Escritural, ¿cómo puede ser ello a menos que volvamos a lo que era desde el principio? ¿No es evidente que nosotros sólo podemos estar bien con los miembros de Su cuerpo, conforme a la mente del Señor, o separados de mucho que es falso, asiéndonos fielmente de la Cabeza?

 

La Presencia Permanente del Espíritu Santo.

 

Consideren otro elemento esencial del Cristianismo, a saber, la presencia del Espíritu Santo descendido del cielo para estar con nosotros y en nosotros, para guiar, enseñar, consolar, y quizás reprendernos, durante la ausencia de nuestro Señor. Cómo tratamos nosotros a este otro Consolador es una prueba seria de nuestro estado de alma. Si nosotros seguimos adelante sin la necesidad consciente de Su ayuda en oración, de Su ministerio de la verdad, de Su guía, sin temor para no contristarlo, ¿no muestra ello claramente que estamos andando en confianza propia, sin importar el piadoso atuendo que pueda ella asumir? Pero nosotros nunca debemos olvidar que es la Persona del Espíritu Santo la que nos es dada, y es el sello de Dios para la eficacia limpiadora de la sangre de Cristo. No es una medida del Espíritu, no es meramente una emanación desde la Deidad, sino que es Dios el Espíritu Santo, por el cual somos sellados y ungidos, el cual es también el poder de unidad, y las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. (Efesios 1: 13; 1ª. Juan 2: 20; Efesios 1: 14).

 

Otro argumento para mostrar la unidad de las Personas de la Deidad es que el Espíritu Santo nos testifica del Padre y del Hijo; y nuestro Señor Jesús actúa en nosotros y por medio de nosotros a través del Espíritu. Encontramos que a algunos que ministraban al Señor y ayunaban, "dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado". (Hechos 13: 2). Por otra parte, en las cartas a las siete iglesias el Señor es el que habla, y sin embargo Él dice siete veces, "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias". (Apocalipsis capítulos 2 y 3). De estas y de otras Escrituras está claro que si nosotros estamos ocupados con el Señor donde Él está ahora, seremos guiados y enseñados por el Espíritu; y si estamos en dependencia del Espíritu, Él nos ocupará con nuestro Señor Jesucristo en el cielo, y con lo que es para Su gloria. Leemos que nuestro Señor llevó cautiva la cautividad (o, llevó multitud de cautivos), y que recibió dones para los hombres (Efesios 4: 8 – VM). Leemos también acerca de "diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo" (1ª. Corintios 12: 4), y todo es "para la edificación del cuerpo de Cristo". (Efesios 4: 12).

 

Otra verdad que nunca ha de ser olvidada es que "a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efesios 4: 7); de modo que cada miembro del cuerpo tiene un lugar, como un órgano en el cuerpo humano, y una medida de servicio que ejecutar, que nadie más podría hacer en lugar de él, y es necesario también para la salud y el bienestar del cuerpo. Leemos, "El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos" (1ª. Corintios 12: 14), es decir, está compuesto de múltiples órganos, de modo que nadie puede decir de manera veraz que él no necesita a todos los miembros del "un solo cuerpo". "Porque por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos en un solo cuerpo" (1ª. Corintios 12: 13 – VM), así como necesitamos todos los órganos en sus diversas funciones para la salud de nuestros cuerpos naturales. Esto es eminentemente práctico. Es el Cristianismo que existió en el principio, y es enteramente opuesto a la independencia y al egoísmo. No dudamos en decir que un creyente que no está honrando así la gracia y los dones de los miembros del cuerpo de Cristo, no meramente en la asamblea, sino de manera general, no está andando de manera práctica tal como él debiera en el terreno Cristiano. Mucho dolor y muchos graves errores surgen entre los Cristianos por el hecho de no estar sujetos al Señor al aprovechar el beneficio de Su ayuda a través de Sus miembros, dado que uno tiene "palabra de sabiduría", y otro, "palabra de conocimiento según el mismo Espíritu". (1ª. Corintios 12: 8 – LBLA). Antaño fue dicho, "en la multitud de consejeros hay seguridad". (Proverbios 11: 14). Cuánta más seguridad ahora, cuando Cristo la Cabeza en el cielo es uno con Sus santos en la tierra, para cada uno de los cuales Él ha dado gracia y el don del Espíritu Santo, como consecuencia de haber consumado la redención para ellos. ¡Qué maravillosa bendición habría si todos los santos estuvieran asidos de "la Cabeza", y estando así, cuidando a los miembros de Su cuerpo en el poder de un Espíritu no contristado!

 

Como hemos visto, "el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo, no por eso deja de ser parte del cuerpo… Sin embargo, hay muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No os necesito… a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros" (1ª. Corintios 12: 14 al 26 – LBLA). ¡Maravillosa hechura, y preciosas gracia y verdad! Pero, ¿quién está ahora de manera práctica en este círculo? ¿Dónde están los que están contendiendo habitual y ardientemente por ello como por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos? Hubo un tiempo cuando los santos vivían tanto en estas cosas como realidades, que incluso la palabra «independiente» habría conmocionado las sensibilidades de muchos. Fue asida firmemente la verdad de que, "a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu", etc.; de modo que miembros del cuerpo que ponían en práctica la dependencia de la Cabeza, y reconociendo estos modos de obrar del Espíritu, consultaban unos con otros acerca de los pasos que estaban a punto de dar, para tener, según el caso, la guía verdadera del Señor por medio de ellos. Y observen aquí cómo se dice repetidamente, "por el mismo Espíritu". (1ª. Corintios 12: 8 al 18 – LBLA). Entonces, el hecho de que los miembros del cuerpo anden y actúen de manera independiente unos de otros es desechar el orden actual de Dios en la tierra para Su gloria y para nuestra bendición. Independencia no es Cristianismo; ella tampoco conoce a Cristo la Cabeza en el cielo; ni los modos de obrar del Espíritu que Él ha enviado.

 

Los cargos actuales de nuestro Señor Jesús, tan fielmente ejercidos por Él en el cielo, ocupaban también los corazones de los santos al principio del Cristianismo, tal como las epístolas muestran plenamente. Y no puede haber duda alguna de que mucho de la debilidad y la decadencia actuales entre los santos pueden ser atribuidas a la falta de comprensión y de disfrute de las actuales actividades de nuestro Señor en el cielo a nuestro favor. La contemplación de Sus diversos cargos para nosotros pone nuestras mentes en las cosas de arriba, nos aparta de este presente siglo malo, y nos modela para vivir para Su gloria. Nosotros debiésemos poder decir en todo momento, "nuestra ciudadanía está en los cielos" — nuestra vida, nuestra justicia, nuestra paz, nuestra herencia, nuestros recursos, nuestras bendiciones, nuestro hogar, y nuestras fuentes están allí. Y cuando esto es así, entonces podemos añadir sinceramente, "de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas". (Filipenses 3: 20, 21). Estas son algunas de las bendiciones que deberíamos disfrutar si nos dedicáramos a lo que era desde el principio, ocupándonos de Aquel que consumó la eterna redención para la gloria de Dios, y, por consiguiente, a quien Dios ha puesto en justicia a Su propia diestra.

 

De lo que ha sido formulado, es manifiesto que muchas de las verdades que tuvieron tal poder al principio del Cristianismo han sido prácticamente descartadas; y podemos estar seguros de que volver fielmente a ellas, y actuar conforme a ellas como para el Señor, es la senda de la fe. Las alentadoras palabras de nuestro Señor todavía son, "Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida".  Cuando nuestras almas están a punto de desmayar debido a los padecimientos y las pérdidas actuales que el actuar así en fe puede involucrar, Su palabra de estímulo es, "Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad". Él nos pide que "Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio, y aun así nos dice, "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él". (Apocalipsis 2: 10; 2ª. corintios 12: 9; Hebreos 13: 13; Filipenses 1: 29).

 

Nadie que no reconozca humildemente la ruina de la Iglesia o asamblea como testigo de Dios en la tierra puede estar en una posición verdadera ahora. La manifestación de su unidad en la tierra ha desaparecido, y nunca más será restaurada, aunque los fieles son responsables de actuar según sus principios en la medida en que puede hacerlo un remanente. Esto implica ser conscientes de que mucho se ha perdido de lo que era en el principio, y también implica la agradecida aceptación de lo que aún permanece por la misericordia de Dios. Aunque no tenemos apóstoles y profetas, ni dones de señales tales como lenguas (idiomas) y milagros, no obstante, el Espíritu Santo, las Escrituras, Cristo en Sus cargos actuales, y los dones para la edificación, como en Efesios 4, permanecen. ¡Bendito sea Dios! Y aquellos que han reconocido lo que permanece, y han contado con la misericordia y fidelidad de Dios, siempre han tenido señales especiales de Su poder y de Su bendición.

 

Pero una posición de asamblea, por muy Escritural que sea, a menos que vaya acompañada de esa condición de fe y amor y esperanza que conviene a nuestro Señor, es una cosa pobre, y pronto se desliza hacia la formalidad y la ortodoxia muerta. Acerca de esto no podemos dejar de estar muy vigilantes. Pero podemos estar seguros de que si nuestra posición en estos días postreros es según la verdad de Dios, y nuestra condición es una de adhesión al Señor con propósito de corazón, entonces habrá testimonio de Él (y no conocemos ningún otro testimonio), incluso si de manera colectiva las cosas estuvieran más descompuestas. Dios busca realidad. La pregunta para nosotros es, ¿están nuestros corazones dispuestos a complacerlo a Él andando en la verdad? ¡Cuán pronto podemos ser arrebatados para encontrarnos con nuestro Señor en el aire! ¿Es nuestro objetivo obtener Su preciosa mención de, "Bien"? (Mateo 5: 21).       

 

H. H. Snell

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Junio de 2019.-

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVR1865 = Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
The Way of Faith in an Evil Time, by H. H. Snell
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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