EL NUEVO NACIMIENTO
F. G. Patterson
Capítulo 3:
Las Dos Naturalezas:
La Vieja Naturaleza no es
Cambiada
ni apartada
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
En el primer capítulo
vimos que era una necesidad positiva que el hombre naciera de nuevo, antes
incluso de que él pudiera ver el reino de Dios. Esta verdad solemne sale a
relucir en Juan 3. Todo había terminado con respecto a la historia moral del
hombre cuando el Hijo del Hombre vino. Si hubiese sido posible que el hombre en
la carne, es decir, en su estado como
pecador, y responsable por ello delante de Dios, hubiera sido recuperado o restaurado
a Dios, ello habría sido demostrado al recibir él a Cristo cuando Él vino. Ello
habría demostrado que el hombre en la carne era recuperable, aunque hubiera
pecado. Pero ¡no! Él "a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron".
(Juan 1: 11). "En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el
mundo no le conoció". (Juan 1: 10).
¡Qué importante
es
para un pecador aceptar su lugar de total e irrecuperable ruina! Entonces, este
es el estado en que Dios atiende su caso, y revela el propósito de Su corazón
en Su don de "la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde
antes del principio de los siglos". (Tito 1: 2). Como Israel en el
capítulo 21 del libro de Números, que anduvo errante durante 39 años en el
desierto, y en el cuadragésimo año, cuando ellos hablaron contra Dios, y
aborrecieron el pan liviano, y morían bajo las mordeduras de las serpientes
ardientes, en aquel momento no había nada que mejorar en ellos, cuando Dios dice,
por así decirlo, «Yo revelaré
un propósito — otorgaré vida donde no hay
nada más que muerte.»
Por tanto, en Juan
3, Dios revela Su propósito por medio de Su Hijo. Él no mejora al hombre tal
como es — ¡Él le otorga vida eterna! Para este fin, el Hijo del Hombre debió
ser levantado. Un Cristo en Su cruz, fuera del mundo, soportando el juicio de
Dios contra el pecado es la puerta de salida para que el pecador salga del
osario — para que salga de un lugar de muerte y ruina donde no hay nada que
mejorar, a una nueva esfera en Su resurrección — ¡y ser poseedor de la vida
eterna! El Hijo del Hombre en Su cruz debía soportar la ira y el juicio de Dios
sobre el viejo hombre, desechando todo lo que ofende a Dios, y así dejar a Dios
libre (por así decirlo) para otorgar vida eterna en Cristo, como Su don, a todo
aquel que cree. Pero si había esta necesidad por parte del hombre, hubo otra
característica que también salió a relucir. No fue meramente la necesidad del
hombre la ocasión de que Él actuara así. Fue para revelarse a Sí mismo. Su Hijo
desciende como el
misionero de Su corazón al hombre arruinado, para revelar que era el propósito
de Su propia mente — la idea de Uno a quien el hombre había difamado, y a quien
Satanás había calumniado, dar prueba de que nadie podía ahora contradecir que
¡Dios es amor! — Amor que dio, libre y
voluntariamente, por iniciativa propia, Su más preciada y valorada posesión
— el Unigénito del Padre — para revelarse Él mismo — para dar al hombre ¡una
buena opinión de Dios! Es Dios quien
amó de tal manera "al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna". (Juan 3:
16).
El don de la vida
eterna no mejora o elimina de ninguna manera al viejo hombre. Es cierto que al
viejo hombre se le pone fin judicialmente delante de Dios en la cruz. Tampoco
es algo que está en el hombre aparte de Cristo. Leemos, "Este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo"
(1ª. Juan 5).
¿Ha aceptado mi
lector esto — se ha enterado que esta mala naturaleza, como es ahora, nunca
morará en la presencia de Dios? Si es así, ¿has aceptado la vida eterna en el
Hijo de Dios — reconociendo por medio de la fe que tu malvado yo ha muerto,
como lo ha hecho Dios, en Cristo en la cruz?
Esta vida llega
al
pecador que por medio de la fe la acepta, a través de la muerte. El pecador
yace en muerte; — "estando muerto en pecados y en la incircuncisión de su carne
(colosenses 2). Dios envía a Su propio Hijo, un sacrificio por el pecado — Él
entra en este dominio de la muerte. Al entrar en él, Él lleva tan plenamente el
juicio de Dios que estaba sobre el hombre, que Dios, glorificado en toda Su
naturaleza y atributos por su perfección, Le levanta de entre los muertos; y a todo
aquel que cree se le da vida juntamente con Él. El creyente vive ahora en
Cristo delante de Dios — Dios no reconoce otra vida que esta; y Él ha perdonado
todas sus transgresiones (Colosenses 2: 13) — todas ellas fueron dejadas atrás,
por así decirlo, en el sepulcro de Cristo — la naturaleza expiada, y desechada
judicialmente en la muerte de Cristo. El creyente vive ahora al otro lado de la
muerte y el juicio, en la vida del Resucitado, que estuvo muerto; mientras al
mismo tiempo su vieja naturaleza permanece en
él. Esta vida eterna es algo que él no tenía antes: él es ahora un hijo de
Dios, habiéndose despojado del "viejo hombre" y revestido del
"nuevo". (Véase Efesios 4: 21 a 24; Colosenses 3: 9, 10).
Seamos claros e
inequívocos en nuestra comprensión de esto, donde tantos están desconcertados.
Es verdad que para condenación, y delante de Dios, la vieja naturaleza es desechada
— raíz y rama — árbol y sus frutos — y desaparece para siempre: es decir, ella
no está sobre el creyente a Su vista,
y sin embargo, todo el tiempo, la vieja naturaleza está en él — como un
enemigo, y debe ser tratada como tal, y debe ser vencida.
El creyente llevará por doquier esta naturaleza hasta que muera o sea
transformado.
Dios había buscado
fruto del hombre en la carne, y no lo halló. El Señor, en Su propio ministerio
en el evangelio, se dirige siempre al hombre en la carne, en este estado como
siendo él responsable. Cuando Él lo hubo probado, y no obtuvo ningún fruto en
la carne, Le encontramos diciendo, "el espíritu está dispuesto, pero la
carne es débil". (Mateo 26: 41 –LBLA). Luego Él toma sobre Sí mismo el
juicio que ella merece, muere, y levantándose del juicio, Él imparte como don
de Dios Su propia vida, como resucitado, al creyente que ahora vive en Él —
Cristo es su vida — su vida está escondida con Cristo en Dios. (Colosenses 3:
3, 4). Dios no busca nunca más fruto del viejo hombre — nunca se dirige a él, o
lo reconoce de alguna forma en absoluto. Las almas, cuando no están en
libertad, sí lo reconocen, y con
frecuencia con profundo dolor — a menudo buscan fruto de él — procuran,
también, reprimir su obrar en sus propias fuerzas, con el deseo y la convicción
de que debe ser reprimida ante Dios. Dios se dirige al nuevo hombre,
reconociendo al Espíritu como la vida, y como haciendo realidad la vida de
Cristo en el creyente. Esta naturaleza nunca se amalgama con la carne. Cada una
tiene su propio carácter distintivo. "Lo que es nacido de la carne, carne
es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es", es decir, deriva su
naturaleza del Espíritu de Dios, el cual vivifica, o da vida; la carne para
nada aprovecha.
Ahora bien, aunque
esto es así, no hay ninguna necesidad, de ninguna manera, de que el Cristiano
ande en el poder de la vieja naturaleza, o practique lo que brota de ella, de
cualquier clase que ello sea. No, más bien, Dios da gracia y poder, como
podemos ver, para vencer su obrar, y mantenerla en muerte de manera práctica,
donde Él la ha colocado — considerarla muerta, como Él la considera.
El propio caso de
Pablo es uno notable, e ilustra el hecho de que la vieja naturaleza, la carne,
nunca es apartada en el creyente, no es transformada, ni es mejorada por la
comprensión más elevada del lugar que él tiene en Cristo. Incluso entonces,
ella necesita los tratos de Dios para escarmentarla, y permitir que el creyente
la mantenga muerta. En 2ª. Corintios 12 encontramos que el apóstol Pablo había
estado en el tercer cielo, y podía gloriarse en cuanto a ser él "un hombre
en Cristo". Él regresa a la conciencia de su vida aquí abajo, y la carne
en Pablo es tan incorregible que Dios necesita enviarle un aguijón en ella, para
que lo abofetee, para que el viejo hombre no pudiera exaltarse desmedidamente,
por la grandeza de las revelaciones. Uno hubiera pensado que, si hubiese sido
probable que alguna vez la mala naturaleza de un hombre pudiera haber sido quitada,
o extraída, o cambiada, esa era la mala naturaleza de Pablo. Sin embargo, no.
Pablo regresa a su existencia consciente como un hombre y descubre que Dios, en
gracia, envió el correctivo necesario para aquello que de otra manera lo habría
obstaculizado. Al principio Pablo pensó que ello era algo de lo que era mejor
librarse, y oró tres veces para su eliminación; pero cuando él descubrió que el
Señor en Su gracia había enviado eso que lo mantenía consciente de su debilidad
como hombre, para que la fortaleza de Cristo pudiera actuar sin impedimentos en
él, entonces dice, "me glorío en mi flaqueza" (como hombre — no
debilidades), "porque cuando soy débil, entonces soy fuerte".
(2ª. Corintios 12: 9, 10 – JND).
En resumen, Dios
no
elimina la vieja naturaleza cuando Él imparte la nueva — ni tampoco obra para
mejorar lo viejo. El creyente es una criatura compuesta que tiene dos
naturalezas tan distintas como sea posible la una de la otra — el "hombre
viejo, que es corrupto" (Efesios 4: 22 – VM),... y, … el "hombre nuevo, el cual, según la
imagen de Dios, es creado en justicia y santidad verdadera". (Efesios 4: 22
a 24 - VM).
F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. –
Septiembre 2019.-
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo
Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al
Español por: B.R.C.O.
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by
The Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM = Versión Moderna, traducción
de 1893 de H. B. Pratt, Revisión
1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés:THE NEW BIRTH, by F. G. Patterson
Versión Inglesa |
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