EL NUEVO NACIMIENTO
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Contenido:
Capítulo 1: ¿QUÉ ES EL NUEVO
NACIMIENTO?
Capítulo 2: ARREPENTIMIENTO
Capítulo 3: LAS DOS
NATURALEZAS
Capítulo 4: EL HOMBRE NUEVO -
LA VIDA ETERNA
Capítulo 5: ANDAR EN EL
ESPÍRITU
Capítulo 6: "EN LA LUZ -
CONFESIÓN
Capítulo
1:
"Os
es necesario nacer de nuevo". (Juan 3:
7).
¿Qué
es el Nuevo Nacimiento?
La Palabra de Dios en el tercer
capítulo del evangelio de Juan es sumamente solemne en lo que se refiere a todo
pobre pecador en este mundo, leemos, "el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios". (Juan 3: 3). Ella corta de raíz todas las
pretensiones, y la religión, y la justicia propia del hombre.
Lector, si alguna vez vas a ver
a
Dios, excepto como un Juez justo — si alguna vez vas a pasar una eternidad en Su
presencia, donde hay plenitud de gozo, y vas a ser salvado de una eternidad de
aflicción con los perdidos, y con el diablo y sus ángeles, entonces tu debes
"nacer de nuevo". Por lo tanto, te ruego que hagas una pausa y
pienses acerca de esto. Se trata de la raíz del asunto de la historia eterna de
tu preciosa alma. Dicha necesidad se encuentra contigo en cualquier estado que
puedes estar hoy en día, entre los variados caracteres y estados de los
pecadores a tu alrededor, y los abarca a todos,
en una sola posición delante de Dios — moral o inmoral — hombre honesto y
hombre bribón — hombre sobrio o borracho — religioso o profano — joven y
anciano—maestro y alumno—noble y del pueblo llano — importante, común, rico, y
pobre, ¡no hay ni una sola partícula de diferencia a los ojos de Dios! Si
alguna vez vas a ver a Dios, y morar con Él para siempre, tu debes "nacer
de nuevo".
La gracia de Dios en el evangelio
trae salvación ahora para el hombre ¡cómo estando PERDIDO! (Tito 2: 11). Lo
trata así. Esta es la grandiosa diferencia entre ella y todos los tratos
anteriores de Dios — los tratos anteriores no trataron al hombre en este
terreno. La ley, por ejemplo, trataba al hombre como si él fuera capaz de
ayudarse a sí mismo. Dios sabía todo el tiempo que él no podía hacerlo, pero
dio la ley para demostrar el hecho al corazón y a la conciencia del hombre.
El evangelio entra al "fin
del siglo", es decir, el fin de todos los tratos de Dios con el hombre,
antes que el juicio siga su curso, y lo proclame '¡"PERDIDO"! Cuántas
personas se engañan a sí mismas pensando que el hombre está aún en un estado
probatorio o prueba, como antes de la proclamación del evangelio. Pero ello no
es así. Su historia en estado probatorio finalizó
con la cruz de Cristo.
Ese estado había durado por más
de 4000 años. Cuando Dios echó a Adán del huerto de Edén, Él sabía lo que él era;
pero Él quiso probar,
bajo cada trato de Su mano, a la raza caída, como para dejar a todo hombre sin
excusa, y para demostrar claramente la ruina en que él yacía; para que la
conciencia de todo hombre se doblegue, y deba doblegarse ante el hecho de que
él ha sido pesado en las balanzas, pesado nuevamente, y ha sido hallado falto.
Pobre pecador que pereces, si tan
solo te sometieras a la sentencia pronunciada por Dios acerca de ti, y
aceptaras Su remedio; en vez de tratar los medios que tu prójimo pecador sugiere
que aceptes; lo cual adula tu soberbia de corazón poniéndote a hacer obras, a
orar religiosamente, o a ser un asceta, o lo que él haya ideado de manera tan
variopinta — quizás presentándote a Cristo para compensar tus fracasos, o para que
sea un elemento de relleno con lo que propones ayudarte en tu salvación. Quizás
diciéndote, y tu pobre vanidad también lo cree, que tú puedes, por tu propia
voluntad, llegar a ser un hijo de Dios; que puedes nacer de Dios por tu propio
libre albedrío. Pobres elucubraciones de cerebros humanos que nunca han medido
lo que es el pecado en la presencia de Dios; o que nunca han conocido lo que el
hombre es delante de Él.
Es una bendición de Dios ser
claros, sencillos, decididos en nuestra aceptación sin reservas, de que el
hombre está total y desesperadamente perdido, incapaz de hacer un solo esfuerzo
por sí mismo. Leemos, "muertos en vuestros delitos y pecados" —
"éramos débiles", "No hay quien busque a Dios" — sin
"santidad", "sin la cual nadie verá al Señor". (Efesios 2:
1; Romanos 5: 6; Romanos 3: 11; Hebreos 12: 14). Que el Señor conceda al lector
aprenderlo ahora, como de parte de Aquel que lo declara para que él se entere
de Su remedio.
Nosotros
leemos acerca de los que creyeron en Su nombre cuando vieron
los milagros que Él hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos porque conocía a
todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues Él
sabía lo que había en el hombre. (Juan 2: 23 al 25). La misma naturaleza que
está adentro de usted en este momento, contempló a Jesús haciendo las obras
poderosas de Dios, y ellos creyeron lo que no podían negar, y no obstante, tal
creencia nunca llevó a ningún alma de entre ellos al cielo. Usted dice, tal
vez, como lo hacen miles de personas: «Yo creo en Jesucristo; yo se que Él era
más que un hombre, no, es más, creo que Él era Dios mismo; yo se que Él murió
por los pecadores, y resucitó, y ascendió al cielo.» Y puede ser que después de
todo esto usted sea uno en quien, hasta este momento, Jesús no ha confiado —
uno que no tiene parte ni suerte en el asunto.
Yo
no escribo para desalentar, para desanimar a las almas, especialmente
las almas de aquellos que tienen la fe
real más débil en Jesús. ¡Dios no lo permita! — sino que escribo con el deseo
en mi corazón de llevar al formalista, si es que este escrito se presenta ante
sus ojos, al descuidado, al que profesa de una religión sin vitalidad, a que
juzguen su estado en vista de estas verdades solemnes.
Si
nosotros vemos la necesidad de este nuevo nacimiento para que el
hombre pueda ver a Dios y Su reino, entonces podemos avanzar a ver de qué manera
Dios en gracia viva y amorosa, no sólo revela su ruina y su condición caída,
sino que también revela de qué manera Él ha abordado esta condición, y ha
desplegado Su rica misericordia para todos a través de Su Hijo.
Entonces
usted dirá, «¿Cómo voy a nacer de nuevo? Deseo de todo corazón
tener este nuevo nacimiento.» Pues bien, el Señor nos da a entender de qué
manera este nuevo nacimiento tiene lugar, en respuesta a la pregunta de
Nicodemo, "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar
por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?" El Señor nos dice que
este nuevo nacimiento es "de agua y del Espíritu". (Juan 3: 1 a 21)) Esto
simplemente significa que la palabra de Dios, que es el agua, alcanzando la
conciencia del pecador, por medio del poder del Espíritu de Dios — y recibida
por fe en el alma, produce una naturaleza que el hombre nunca había tenido. Ello
puede ser a través de la predicación—de la
lectura — o por medio de otras mil maneras o medios usados por Dios: el primer
principio de esta nueva naturaleza es la fe,
y "la fe viene del oír, y el oír es por medio de la palabra de Dios".
(Romanos 10: 17 – VM).
Pero algunos pueden decir, «¿Lo que se quiere decir aquí es agua en el
sentido literal, o el agua del bautismo — y no la Palabra, como se ha dicho?»
(Juan 3: 5). La respuesta es sencillamente, ¡No! Porque si es así, ninguno de
los santos de antaño, {santos del Antiguo Testamento}, pudieron haber tenido
esta nueva naturaleza, y por lo tanto, ninguno pudo jamás "entrar
en el reino de Dios". [Ver nota]. Ni
siquiera se habló del agua del bautismo antes del tiempo de Juan el Bautista, y
el Señor declara que el nuevo nacimiento es una necesidad categórica para
todos; y, además, que Nicodemo debía haber sabido esto {la necesidad de ello}
de los escritos de los profetas que él enseñaba, los cuales ni soñaron con el agua
del bautismo.
[Nota: El bautismo es señal de muerte — nacer de agua
y del Espíritu {significa} la recepción de vida].
Ezequiel
había hablado de la promesa de Jehová a Israel, de reunirlos de
todas las naciones y traerlos a la tierra de Israel, y allí Él esparciría sobre ellos
agua limpia, y
pondría Su Espíritu dentro de ellos,
limpiándolos de todas sus inmundicias, etc. (lean atentamente Ezequiel 36: 24 a
27).
La
palabra de Dios es igualada al agua, es decir, aquello que limpia
moralmente en Efesios 5: 26, donde se dice que Cristo santifica a la Iglesia,
limpiándola "mediante el lavamiento
del agua por medio de la palabra". (Efesios 5: 26 – JND). Santiago
escribe, "De su propia voluntad él nos engendró, por medio de la palabra
de verdad". (Santiago 1: 18 – JND). Además, en 1ª. Pedro leemos que
nosotros hemos "nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de
una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y
permanece". (1ª. Pedro 1: 23 – LBLA). El propio Señor dijo, "Ya
vosotros estáis limpios por medio de la palabra
que os he hablado". (Juan 15: 3 – VM). Estos pasajes muestran la Palabra y
el agua como idénticas.
Pero
si una nueva naturaleza va a ser concedida, ¿no debe ser desechada
y quitada la mala naturaleza que el pecador posee, y todos los pecados que él ha
producido? Ciertamente. La naturaleza que ofende a Dios y los frutos de esa
naturaleza deben ser quitados de la vista de Dios — Sus justas exigencias deben
ser cumplidas — Su justicia debe ser satisfecha. Todo debe ser barrido de la
vista de Dios para siempre, para que Él pueda ser libre (por así decirlo) de conceder
esta nueva naturaleza a todo pobre pecador que cree.
Ahora
bien, los pecadores son descritos por Dios como pereciendo bajo
los efectos del pecado — bajo la sentencia de muerte, esgrimida por Satanás por
el juicio de Dios. Entonces, ¿cómo va a ser quitada la sentencia? Porque Dios
no anula la sentencia de muerte que Él ha pronunciado, como si ella fuera un
error. Al igual que los Israelitas de antaño que morían por la mordedura de las
serpientes ardientes (Números 21), los cuales clamaron a Jehová y Jehová no
quitó las serpientes, sino que suministró un remedio que respondió a Sus
propias demandas, y el Israelita mordido que la miraba vivía, así leemos ahora que
para este fin, es decir, para quitar la maldición bajo la cual los pobres
pecadores están pereciendo, fue necesario que el Hijo del Hombre fuese
levantado — fue necesario que Él fuese hecho pecado — y muriendo bajo el juicio
de Dios por el pecado, Él es el objeto de la fe para el pecador que perece,
para que todo aquel que es de la raza caída, todo aquel que cree en Él, no perezca
y se pierda para siempre, sino que (no meramente nazca de nuevo) sino que tenga
vida eterna. (Juan 3: 16).
¡Qué
sublime visión, entonces, para una pobre alma que perece! El Hijo
del Hombre llevando en Su propia persona sin mancha la maldición de una ley
quebrantada, el juicio de Dios sobre el hombre arruinado — los pecados — la
naturaleza de la cual habían venido los pecados, y que había ofendido a Dios. ¡Todas
estas cosas para todo pobre pecador que perece, que ahora mira con una
necesitada mirada de fe a Jesús en la cruz, quitando eficazmente todo lo que se
interponía entre su alma y la justicia de Dios para siempre!
Este
es el remedio de Dios, prójimo pecador; ¡entonces mira, y vive! ¿Eres
consciente de que necesitas un Salvador? Dios ha suministrado uno. ¿Fue para
ti? Ciertamente. ¿Por qué? Porque necesitabas uno. Es un bienaventurado
pensamiento poder saber, mediante una sencilla y necesitada mirada de fe, que
todo lo que te separaba de Dios ha sido quitado — y que tus pecados, no, más bien
que tú mismo, raíz y rama, han sido expiados, y quitados para siempre. Y que
tienes lo que nunca antes tuviste, ¡vida eterna! No se trata meramente de que
has nacido de nuevo, sino que creyendo en el Hijo del Hombre levantado y
crucificado, ¡tú tienes vida eterna!
Ya
ves, amado, que Jesús no meramente murió para quitar tus pecados y tu
naturaleza pecadora mediante Su muerte en la cruz, sino que murió para que pudieras
vivir — para que pudieras tener vida eterna como tu actual posesión. El
efecto doble de Su obra consta en 1ª. Juan 4:
9, 10, donde leemos, "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros,
en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él". Aquí
nosotros recibimos vida en Él y por
medio de Él, Pero hay más, "En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación
por nuestros pecados".
¡Que
puedas conocer esta porción invaluable como tuya, por amor de Su
nombre!
*************
Capítulo
2:
Arrepentimiento
En el capítulo anterior vimos que
un hombre nace de arriba, o nace de nuevo por medio de la recepción o creencia
en la palabra de Dios, aplicada a la conciencia por el poder del Espíritu
Santo. En palabras sencillas, la fe, o creencia en el testimonio de Dios por
medio de Su palabra, cualquiera que sea el tema que a Él le agrade usar, o los
medios empleados al comunicar Su palabra — la fe es el primer principio de esa
nueva naturaleza. "La fe viene del oír, y el oír es por medio de la
palabra de Dios (Romanos 10: 17 – VM); y, además, que la recepción de esta
nueva naturaleza por medio de la fe en el testimonio de Dios es también vida
eterna para todo aquel que cree. (Juan 3: 16).
Ahora bien, existe eso que es un
acompañamiento invariable del nuevo
nacimiento, que preocupa a muchas almas sinceras que buscan la paz. Yo hablo de
arrepentimiento. Hay tantos puntos de vista desconcertantes acerca de esta obra
realmente importante, que es mi deseo expresarla de manera sencilla delante de
mis lectores, como el Señor dé gracia para ello, conociendo Su amor y bondad
para con las almas.
Hay una cosa que yo afirmaría al
comenzar tal tema, y es que nunca hay una obra eficaz de Dios en un alma aparte
del arrepentimiento verdadero. Algunos han hecho tropezar a las almas diciendo
que una obra tal es una preparación
necesaria para la fe, y para una recepción del evangelio, es decir, que el
arrepentimiento va antes de la fe, y
por tanto, antes del nuevo nacimiento
en un alma. Pues bien, sin dudarlo yo diría que en todos los casos, en toda
la Escritura donde se habla de la obra de arrepentimiento como una doctrina, o
se habla del fruto de ello en un alma, el arrepentimiento sigue invariablemente a
la fe. Yo sólo digo
que el arrepentimiento ha ido antes de la paz.
La paz con Dios puede no ser conocida durante muchos días, pero la obra de
arrepentimiento siempre ha seguido a la fe,
y consecuentemente acompañó el nuevo
nacimiento en todos los casos.
Muchos han pensado que el
arrepentimiento es sentir tristeza por el pecado, y que una cierta cantidad de
ella es necesaria antes de la recepción del evangelio. Otros han ido al otro
extremo y han pensado que el arrepentimiento es un cambio de mente acerca de
Dios. Pues bien, estos dos pensamientos son erróneos. Sin duda el apóstol dice,
"la tristeza que es según Dios produce un arrepentimiento para salvación,
del que no hay que tener pesar" (2ª. Corintios 7: 10 – RVR1977); pero los
Corintios se habían convertido mucho antes, y la tristeza de corazón de ellos
por aquello por lo cual Él los acusó, los condujo a juzgar sus modos de obrar
bajo el poder de la palabra de Dios a ellos a través de Pablo. Él dice en otra
parte que, "la bondad de Dios te guía al arrepentimiento" (Romanos 2:
4 – LBLA). Entonces, lo uno "produce", y lo otro, "guía" al
arrepentimiento, pero ninguno de ellos son el "arrepentimiento" en sí
mismo. El arrepentimiento es el juicio verdadero que yo me formo de mí mismo, y
de todo lo que hay en mí mismo, en vista de lo que Dios me ha revelado y me ha
testificado, con independencia de cuál puede haber sido el asunto que Él ha
usado.
Examinaremos ahora algunos de los
casos en la palabra de Dios.
Jonás el profeta fue a los
hombres de Nínive, por mandato de Dios, a predicar el juicio. Él dijo, "De
aquí a cuarenta días Nínive será destruida". El resultado de su
predicación fue que "los hombres de Nínive creyeron a Dios,… y se
vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos". (Jonás 3: 4,
5). Hubo aquí una verdadera obra de arrepentimiento que siguió a continuación
de la creencia en la palabra de Dios
predicada por Jonás. Y leemos, "Los hombres de Nínive... se arrepintieron
a la predicación de Jonás" (Mateo 12: 41). He aquí una verdadera obra de
juicio propio en vista del testimonio de Dios. Porque sencillamente esto es
arrepentimiento, a saber, es el juicio que nos formamos de nosotros mismos, y
de todo lo que hay en nosotros mismos, bajo el efecto del testimonio de Dios
que hemos creído.
Pasemos ahora a un ejemplo de
arrepentimiento en el pasaje de Ezequiel 36, al que hemos aludido
anteriormente. Este pasaje habló a Israel del nuevo nacimiento de agua y del
Espíritu, que es necesario para que ellos entren en las bendiciones terrenales
del reino, leemos, "Rociaré sobre vosotros agua limpia,… Pondré también mi
Espíritu dentro de vosotros,… Entonces os
acordaréis de vuestros caminos malos, y de vuestras obras que no eran buenas, y
os aborreceréis en vuestra misma presencia, con motivo de vuestras iniquidades
y de vuestras abominaciones". (Ezequiel 36: 25 a 31 – VM). He aquí
nuevamente una obra de arrepentimiento en un alma que ha nacido de nuevo de
agua y del Espíritu.
El testimonio de Juan el Bautista
a Israel fue, "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado". (Mateo 3: 1, 2). La creencia en su testimonio de que el reino
de los cielos se había acercado produjo el más verdadero arrepentimiento en sus
almas, es decir, ellos se juzgaron a
sí mismos y juzgaron su estado como no aptos para el reino de Dios, e hicieron
obras dignas de arrepentimiento — obras que demostraron la sinceridad del
juicio propio de ellos.
El propio Señor Jesús predica en
Galilea, "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio". (Marcos 1: 15). Ellos no podían
arrepentirse hasta que creyeran las buenas nuevas del reino. La fe en el
testimonio en cuanto a ello produjo arrepentimiento, o el juicio del yo en
vista de tal testimonio.
La misión a los discípulos, en
Lucas 24: 47, fue, "que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el
perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén".
Estas cosas eran anunciadas en Su nombre,
pero a menos de que hubiera fe en Su
nombre, ningún arrepentimiento o remisión seguirían a continuación.
Muchos casos podrían ser aducidos
de la palabra de Dios para mostrar que el arrepentimiento verdadero siempre es
precedido por la fe, o la creencia en el testimonio de Dios, y es inseparable
de la nueva naturaleza que es así implantada en el alma.
Cuando un alma nace de nuevo, y
por lo tanto tiene una nueva naturaleza que antes no tenía, ella comienza a
descubrir el funcionamiento de la vieja naturaleza. Algunas veces esta obra es
muy profunda y prolongada, y a menudo se atraviesa a través de las experiencias
más miserables, antes que el alma aprenda la paz con Dios — tentada quizás a
pensar a veces que no es un hijo de Dios en absoluto.
Tal vez mi lector es alguien que
está en este estado de miseria e infelicidad de alma. Tú puedes volver tu
mirada al pasado, puede ser, a un tiempo cuando todo transcurría sin
complicaciones, y ningún problema de alma venía a perturbar tu vida. En aquel
entonces tú, como pecador, tenías solamente una
naturaleza. Alguna palabra de Dios despertó tu conciencia, y desde entonces
tu vida ha sido miserable. Tú disfrutas de momentos de optimismo, tal vez, al
pensar en el amor y la gracia de Dios, y en la ternura de Cristo al tratar con
las pobres almas pérdidas, y luego vienen las acusaciones de la conciencia y
una ley quebrantada; cosas que tú sabes que eran correctas han sido
descuidadas, y cosas que no eran aptas para la presencia de Dios han sido
practicadas, y tu alma es miserable y no hay paz. Cuán parecido a tu estado de
alma debe haber sido el del pobre hijo pródigo de camino a la casa de su padre,
sin saber cómo terminaría todo; en un momento considerando sus harapos y su
suciedad, y en otro considerando ¡la plenitud y la abundancia de la casa
paternal! Pues así es contigo; la nueva naturaleza misma que tienes es aquello
por lo cual estás descubriendo el funcionamiento de la vieja. Mientras no
tenías ninguna nueva naturaleza no había ningún problema de alma, pero ahora el
problema mismo es el resultado de tener una nueva naturaleza que no tenías
antes. Es tu nueva naturaleza que, amando las cosas de Dios, y teniendo su
fuente en el Espíritu de Dios, la que ha aprendido a aborrecer lo que tú
encuentras en tu yo, y a anhelar a estar bien delante de Él. (Lee cuidadosamente
el estado de alma en Romanos 7: 14 al 25).
Con qué frecuencia, en un caso
tal, el alma busca paz ¡mediante el progreso en la santidad, y la victoria
sobre sí misma! Ella piensa conseguir la paz suprimiendo este deseo malo, y
frenando ese mal temperamento o esa mala disposición — en otras palabras,
piensa conseguir la paz esforzándose por mejorar, en vez de renunciar a todas las
esperanzas de mejorar y abandonar toda
pretensión semejante, y ¡ser entregada del todo a Cristo! — encontrar que
Cristo ha pasado bajo las ondas y las olas de ira, no solamente por los pecados
que perturbaban la conciencia delante de Dios, sino también por esa mala
naturaleza que tanto perturba y angustia el corazón. Cuando fue demostrado que
tú estabas completamente sin fuerza, incapaz de hacer nada para librarte, Jesús
soportó el juicio de todo ello delante de Dios, y levantándose de él, Dios te
ha transferido a Su lado del sepulcro — que vives ahora por medio de Su vida en
resurrección, y que Dios te ve estando en redención, vivo en la vida de Su
Hijo, y que la naturaleza que tanto te perturbaba ha sido condenada y desechada
para siempre. Qué dulce es descubrir esto — encontrar que todo lo que Dios
reconoce ahora es el nuevo hombre;
que toda esta experiencia terrible no es más que aprender lo que tu vieja
naturaleza es a la vista de Dios; ¡que ello es una verdadera obra de
arrepentimiento en tu alma!
Dios ha dado a tu vieja
naturaleza el lugar de muerte en el juicio de la cruz de Cristo. Él no intenta mejorarla
en ningún grado. Su testimonio
es que Él te ha dado vida eterna en Su Hijo; es esta vida, y sólo esta, la que
Él reconoce y dirige, y mediante la cual Él te adiestra y educa — sin reconocer
nunca, en ninguna medida, la vieja naturaleza. No obstante, ella vive en ti, y
Su Espíritu, mediante la abogacía de Cristo, trata con tu conciencia al
respecto, nunca dejando de tratar contigo a acerca de sus acciones (aunque
nunca te las imputa), para que puedas continuar juzgándolas y manteniéndolas en
el lugar de muerte que Él les ha dado, al estar comprometido con Cristo, el
cual es tu vida; y por tanto, para que lo único que pueda estar activo en tu
vida sea la vida de Jesús en tu cuerpo.
En el siguiente capítulo
examinaremos (si el Señor lo desea) el hecho de que, al impartir una nueva
naturaleza, Dios no transforma, o quita, o mejora, la vieja naturaleza, en
ningún grado. Ambas naturalezas permanecen tan distintas como es posible, pero
no hay absolutamente ninguna necesidad de que un Cristiano viva en la práctica
y en el poder de cualquier otra naturaleza que no sea la nueva; no, más bien,
esto es lo que Dios busca en el Cristiano en todo momento.
*************
Capítulo 3:
Las Dos Naturalezas:
La Vieja Naturaleza no es
Cambiada
ni apartada
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto
en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican
otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
En el primer capítulo vimos que era una necesidad positiva que el hombre
naciera de nuevo, antes incluso de que él pudiera ver el reino de Dios. Esta
verdad solemne sale a relucir en Juan 3. Todo había terminado con respecto a la
historia moral del hombre cuando el Hijo del Hombre vino. Si hubiese sido
posible que el hombre en la carne, es
decir, en su estado como pecador, y responsable por ello delante de Dios,
hubiera sido recuperado o restaurado a Dios, ello habría sido demostrado al recibir
él a Cristo cuando Él vino. Ello habría demostrado que el hombre en la carne
era recuperable, aunque hubiera pecado. Pero ¡no! Él "a lo suyo vino, y
los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11). "En el mundo estaba, y el
mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció". (Juan 1: 10).
¡Qué importante es para un pecador aceptar su lugar de total e
irrecuperable ruina! Entonces, este es el estado en que Dios atiende su caso, y
revela el propósito de Su corazón en Su don de "la vida eterna, la cual
Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos".
(Tito 1: 2). Como Israel en el capítulo 21 del libro de Números, que anduvo
errante durante 39 años en el desierto, y en el cuadragésimo año, cuando ellos
hablaron contra Dios, y aborrecieron el pan liviano, y morían bajo las
mordeduras de las serpientes ardientes, en aquel momento no había nada que mejorar
en ellos, cuando Dios dice, por
así decirlo, «Yo revelaré un propósito — otorgaré
vida donde no hay nada más que muerte.»
Por tanto, en Juan 3, Dios revela Su propósito por medio de Su Hijo. Él no
mejora al hombre tal como es — ¡Él le otorga vida eterna! Para este fin, el
Hijo del Hombre debió ser levantado. Un Cristo en Su cruz, fuera del mundo,
soportando el juicio de Dios contra el pecado es la puerta de salida para que
el pecador salga del osario — para que salga de un lugar de muerte y ruina
donde no hay nada que mejorar, a una nueva esfera en Su resurrección — ¡y ser
poseedor de la vida eterna! El Hijo del Hombre en Su cruz debía soportar la ira
y el juicio de Dios sobre el viejo hombre, desechando todo lo que ofende a
Dios, y así dejar a Dios libre (por así decirlo) para otorgar vida eterna en
Cristo, como Su don, a todo aquel que cree. Pero si había esta necesidad por
parte del hombre, hubo otra característica que también salió a relucir. No fue
meramente la necesidad del hombre la ocasión de que Él actuara así. Fue para
revelarse a Sí mismo. Su Hijo
desciende como el misionero de Su corazón al hombre arruinado, para revelar que
era el propósito de Su propia mente — la idea de Uno a quien el hombre había
difamado, y a quien Satanás había calumniado, dar prueba de que nadie podía
ahora contradecir que ¡Dios es amor! — Amor que dio, libre y voluntariamente,
por iniciativa propia, Su más preciada y
valorada posesión — el Unigénito del Padre — para revelarse Él mismo — para dar
al hombre ¡una buena opinión de Dios! Es Dios quien amó de tal manera "al mundo,
que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna". (Juan 3: 16).
El don de la vida eterna no mejora o elimina de ninguna manera al viejo
hombre. Es cierto que al viejo hombre se le pone fin judicialmente delante de
Dios en la cruz. Tampoco es algo que está en el hombre aparte de Cristo.
Leemos, "Este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta
vida está en su Hijo" (1ª. Juan 5).
¿Ha aceptado mi lector esto — se ha enterado que esta mala naturaleza, como
es ahora, nunca morará en la presencia de Dios? Si es así, ¿has aceptado la
vida eterna en el Hijo de Dios — reconociendo por medio de la fe que tu malvado
yo ha muerto, como lo ha hecho Dios, en Cristo en la cruz?
Esta vida llega al pecador que por medio de la fe la acepta, a través de la
muerte. El pecador yace en muerte; — "estando muerto en pecados y en la
incircuncisión de su carne (colosenses 2). Dios envía a Su propio Hijo, un
sacrificio por el pecado — Él entra en este dominio de la muerte. Al entrar en
él, Él lleva tan plenamente el juicio de Dios que estaba sobre el hombre, que
Dios, glorificado en toda Su naturaleza y atributos por su perfección, Le
levanta de entre los muertos; y a todo aquel que cree se le da vida juntamente
con Él. El creyente vive ahora en Cristo delante de Dios — Dios no reconoce
otra vida que esta; y Él ha perdonado todas sus transgresiones (Colosenses 2:
13) — todas ellas fueron dejadas atrás, por así decirlo, en el sepulcro de
Cristo — la naturaleza expiada, y desechada judicialmente en la muerte de
Cristo. El creyente vive ahora al otro lado de la muerte y el juicio, en la
vida del Resucitado, que estuvo muerto; mientras al mismo tiempo su vieja
naturaleza permanece en él. Esta vida
eterna es algo que él no tenía antes: él es ahora un hijo de Dios, habiéndose
despojado del "viejo hombre" y revestido del "nuevo".
(Véase Efesios 4: 21 a 24; Colosenses 3: 9, 10).
Seamos claros e inequívocos en nuestra comprensión de esto, donde tantos
están desconcertados. Es verdad que para condenación, y delante de Dios, la
vieja naturaleza es desechada — raíz y rama — árbol y sus frutos — y desaparece
para siempre: es decir, ella no está sobre
el creyente a Su vista, y sin embargo, todo el tiempo, la vieja naturaleza está
en él — como un enemigo, y debe ser
tratada como tal, y debe ser vencida. El creyente llevará por doquier esta
naturaleza hasta que muera o sea transformado.
Dios había buscado fruto del hombre en la carne, y no lo halló. El Señor,
en Su propio ministerio en el evangelio, se dirige siempre al hombre en la
carne, en este estado como siendo él responsable. Cuando Él lo hubo probado, y
no obtuvo ningún fruto en la carne, Le encontramos diciendo, "el espíritu
está dispuesto, pero la carne es débil". (Mateo 26: 41 –LBLA). Luego Él
toma sobre Sí mismo el juicio que ella merece, muere, y levantándose del
juicio, Él imparte como don de Dios Su propia vida, como resucitado, al
creyente que ahora vive en Él — Cristo es su vida — su vida está escondida con
Cristo en Dios. (Colosenses 3: 3, 4). Dios no busca nunca más fruto del viejo
hombre — nunca se dirige a él, o lo reconoce de alguna forma en absoluto. Las
almas, cuando no están en libertad, sí
lo reconocen, y con frecuencia con profundo dolor — a menudo buscan fruto de él
— procuran, también, reprimir su obrar en sus propias fuerzas, con el deseo y
la convicción de que debe ser reprimida ante Dios. Dios se dirige al nuevo
hombre, reconociendo al Espíritu como la vida, y como haciendo realidad la vida
de Cristo en el creyente. Esta naturaleza nunca se amalgama con la carne. Cada
una tiene su propio carácter distintivo. "Lo que es nacido de la carne,
carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es", es decir, deriva
su naturaleza del Espíritu de Dios, el cual vivifica, o da vida; la carne para
nada aprovecha.
Ahora bien, aunque esto es así, no hay ninguna necesidad, de ninguna
manera, de que el Cristiano ande en el poder de la vieja naturaleza, o
practique lo que brota de ella, de cualquier clase que ello sea. No, más bien,
Dios da gracia y poder, como podemos ver, para vencer su obrar, y mantenerla en
muerte de manera práctica, donde Él la ha colocado — considerarla muerta, como
Él la considera.
El propio caso de Pablo es uno notable, e ilustra el hecho de que la vieja
naturaleza, la carne, nunca es apartada en el creyente, no es transformada, ni
es mejorada por la comprensión más elevada del lugar que él tiene en Cristo.
Incluso entonces, ella necesita los tratos de Dios para escarmentarla, y
permitir que el creyente la mantenga muerta. En 2ª. Corintios 12 encontramos
que el apóstol Pablo había estado en el tercer cielo, y podía gloriarse en
cuanto a ser él "un hombre en Cristo". Él regresa a la conciencia de
su vida aquí abajo, y la carne en Pablo es tan incorregible que Dios necesita
enviarle un aguijón en ella, para que lo abofetee, para que el viejo hombre no
pudiera exaltarse desmedidamente, por la grandeza de las revelaciones. Uno
hubiera pensado que, si hubiese sido probable que alguna vez la mala naturaleza
de un hombre pudiera haber sido quitada, o extraída, o cambiada, esa era la
mala naturaleza de Pablo. Sin embargo, no. Pablo regresa a su existencia
consciente como un hombre y descubre que Dios, en gracia, envió el correctivo
necesario para aquello que de otra manera lo habría obstaculizado. Al principio
Pablo pensó que ello era algo de lo que era mejor librarse, y oró tres veces
para su eliminación; pero cuando él descubrió que el Señor en Su gracia había
enviado eso que lo mantenía consciente de su debilidad como hombre, para que la
fortaleza de Cristo pudiera actuar sin impedimentos en él, entonces dice,
"me glorío en mi flaqueza" (como hombre — no debilidades),
"porque cuando soy débil, entonces soy fuerte". (2ª. Corintios 12: 9,
10 – JND).
En resumen, Dios no elimina la vieja naturaleza cuando Él imparte la nueva
— ni tampoco obra para mejorar lo viejo. El creyente es una criatura compuesta que
tiene dos naturalezas tan distintas como sea posible la una de la otra — el
"hombre viejo, que es corrupto" (Efesios 4: 22 – VM),… y… el
"hombre nuevo, el cual, según la imagen de Dios, es creado en justicia y
santidad verdadera". (Efesios 4: 22 a 24 - VM).
*************
Capítulo
4:
El
Nuevo Hombre— La Vida Eterna
Recopilemos ahora lo que hemos
aprendido en nuestras anteriores meditaciones antes de continuar.
1º.
– La necesidad absoluta de que un hombre
nazca otra vez —es decir, nazca de nuevo — antes de poder ver el Reino de Dios.
Este nuevo nacimiento no es poner la misma
naturaleza en otra condición, sino la impartición de otra naturaleza que es
totalmente distinta de la antigua. Esta naturaleza es producida por la palabra
de Dios que alcanza la conciencia por medio del poder del Espíritu de Dios,
poniendo así al descubierto las raíces y las fuentes de lo que yo soy, como
incorregible, malo y perverso; y el alma, depositada sobre Jesús, y creyendo en
Él, tiene vida eterna. Por tanto, la persona que cree en Jesús Le ha recibido
como su vida, habiendo nacido de nuevo en el terreno de la redención, por medio
de la sangre de Jesucristo.
2º. – El nuevo nacimiento,
(es
decir, la palabra de Dios que alcanza las raíces y las fuentes de la naturaleza
de uno), ha producido un juicio y un aborrecimiento tal del yo, que el alma ha
sido sumergida, quizás, en la angustia más profunda antes de tener paz. Todo
esto fue la verdadera y necesaria obra de arrepentimiento, el aprendizaje de lo
que la vieja naturaleza es a los ojos de Dios, que siguió a continuación del
nuevo nacimiento.
3º. – Esta nueva naturaleza
es
muy distinta de la antigua: nunca se amalgama con esta última, nunca la mejora,
y nunca la aparta. Ambas naturalezas permanecen hasta el final, hasta que el
Cristiano es transformado en la venida del Señor, o hasta la muerte. Sin
embargo, él tiene el derecho de reconocer solamente al nuevo hombre como él mismo,
y al viejo hombre como un
enemigo que ha de ser vencido.
Meditaremos ahora acerca de la
vida eterna del Cristiano, la cual él posee en Cristo. El alma a menudo es
débil en esto. Con frecuencia existen pensamientos imprecisos acerca de lo que
es la vida eterna. Uno piensa que es una bienaventuranza eterna; otros piensan
que es el cielo cuando ellos mueren; otro, que es una dicha futura, etc.. ¡La vida
eterna es Cristo! Él es la vida de todo aquel que ha
nacido de nuevo. {Ver nota}
{N. del T.: como hace
notar otro hermano, esta declaración es demasiado amplia. Se sugiere leer el
artículo: VIDA ETERNA de Arend Remmers en la siguiente página web:
http://www.graciayverdad.net/id158.html}
A los ojos de Dios, el hombre —
toda la raza — yace en muerte moral. Él tenía un propósito antes que el mundo
existiera, otorgar vida eterna (Tito 1: 2, 3). A nadie se le había confiado
este propósito antes que Cristo viniera a dar a conocer este secreto. Era algo
demasiado glorioso para que Dios lo dijera a través del hombre, aunque fueran
un Moisés o un David. ¡Estaba reservado para que Su Hijo lo revelara! Él es la
vida eterna, que estaba con el
Padre, y nos fue manifestada en el Hijo de Su amor. (1ª. Juan 1: 1, 2). Él
descendió del cielo — se hizo un Hombre en la tierra, y exhibió ante nuestros
ojos las virtudes y hermosuras de la vida eterna. Dicha vida eterna se
caracterizaba por dos características, a saber, completa dependencia de Dios, e
indivisa obediencia a Él. Él era el pan de Dios que descendió del cielo para
dar vida eterna al mundo (Juan 6). Cuando Él vino puso de manifiesto que no
había un solo principio que gobernaba el corazón del hombre que gobernara el
Suyo; y que ¡ni un principio que gobernaba el corazón de Cristo gobernaba el
corazón del hombre! Su amor fue estrechado — debido a Su amor Él tuvo
aborrecimiento y escarnio; un Varón de dolores y experimentado en quebranto. No
obstante, ¡el poderoso amor de Dios estaba contenido en el corazón de aquel
humilde Hombre! Él no encontró ningún canal para que fluyera aquí, por lo que
Él fue estrechado ¡hasta que lo derramó hasta la muerte! La justicia de Dios
requería que se pusiera fin al primer hombre ante Él, para que Él pudiera, por
así decirlo, ser libre de tratar a la raza como muerta — desaparecida de la
existencia moral delante de Él. El Señor Jesús se presenta, y entra en la cruz
como la víctima, en poderoso amor y gracia, en esa escena de muerte moral donde
yacía el hombre. El mundo estaba envuelto en un paño mortuorio de juicio, y
¡ningún esfuerzo del hombre podía quitar o abrirse paso a través de la mortaja!
Él desciende a la escena. El paño mortuorio del juicio, como un sudario,
envolvió al Bendito. Él lleva en Su alma, en la cruz, el juicio de Dios que
envolvía a la raza — al primer hombre — y derrama Su alma hasta la muerte, y
fue contado con los transgresores. Él se levanta de las aguas tempestuosas,
habiendo agotado el poder de ellas, y habiendo establecido la justicia de Dios
— atraviesa la mortaja que se envolvió a Su alrededor — anula la muerte —
destruye a aquel que ejerce su poder; Él emerge de la muerte y permanece — el
postrer Adán — en Su victoria, en la majestad de Su resurrección, ¡como el
manantial, el retoño, y la fuente de vida para todo aquel que cree!
Él es el postrer Adán — el
Segundo Hombre. La historia del primer hombre, a los ojos de Dios, ha
finalizado, ¡exceptuando el juicio del lago de fuego! La fe cree esto, y vive
por medio de la fe del Hijo de Dios. El creyente sabe que el viejo hombre está en
él, pero sabe también que en la mente
del Juez ¡este ha sido juzgado en la persona de Cristo! Su vida es Cristo
resucitado de entre los muertos. Dicha vida está escondida con Cristo en Dios.
¡Qué débiles son nuestras almas
en esto! ¡Qué constante es el reconocimiento del viejo hombre — algunos todavía
buscan fruto de él; algunos dándole un lugar en la experiencia del alma de
ellos, escuchando sus sugerencias incrédulas; otros dándole un lugar delante de
Dios en la religión de ellos; otros, también, buscando un estatus, un
reconocimiento en el mundo para él de nuevo — reviviendo el hombre que Dios ha
barrido de Su vista para siempre!
¡Cuán glorioso es saber que sólo hay un Hombre vivo ante el Dios
vivo! — un hombre sobre el cual Sus ojos pueden reposar con plena complacencia
— una vida que llena la esfera a la cual ella pertenece con su hermosura; ¡y
que Él es mi vida — Aquel en quien yo vivo para siempre! Esta vida no está en
mí — "Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo". (1ª. Juan
5: 11). Su Espíritu, por medio de
quien yo nací de nuevo, ¡me ha comunicado esta vida, y me ha unido con el Hijo
de Dios para siempre! Oh, que el alma contemple, y mire, y capte Su excelencia;
que respire el aire, por así decirlo, donde esa vida solamente está; que agote
las provisiones de Él; que viva esta vida aquí abajo, y así se eleve por arriba
del mundo y de una escena donde no hay ni un soplo de aire sino que es
perjudicial para la exhibición de esta vida; y no obstante, que el alma sea
sostenida en vigor y poder en medio de todo ello; conocer de manera
experimental el poder de la Palabra, ¡" Cristo vive en mí"! (Gálatas
2: 20 – VM).
Querido lector, ¿Dices que nunca
lo has experimentado — que nunca has gustado su maravilloso poder, y sin
embargo ves que todo es verdad?
Dices,
«Yo he estado reanimando y reconociendo al viejo hombre —
cediendo a sus dictados — escuchando sus incrédulas sugerencias — buscando un
lugar de reconocimiento para él en este mundo malo — suponiendo que yo podría
servir a Dios con él — dando al viejo hombre un lugar de reconocimiento en
todos mis modos de obrar prácticos — obedeciendo sus concupiscencias — su
soberbia — su vanidad — su gratificación; y ahora encuentro que ni un latido de
todo su ser ha tenido nunca un reconocimiento a los ojos de Dios. ¿Cómo voy yo
a beber de la excelencia de esta otra vida, y vivir en su poder?»
¡Pues
bien! Esto no se aprende en un momento, y sin embargo es donde
Dios comienza con nosotros. Todos
nuestros ejercicios de alma y conciencia han conducido a tener conciencia de
ese nivel glorioso — ¡la nueva creación en Cristo! Pero es ahí donde hemos
comenzado — es ahí donde Dios ha comenzado con nosotros. Cuando nuestra alma
está conscientemente allí, nosotros estamos en un estado en que debemos
comenzar a producir hojas y fruto, y en el cual Cristo es magnificado en
nuestros cuerpos aquí abajo.
Ahora
bien, el gran punto es este, ¿lo
aceptas tú plena y totalmente; y mediante Su gracia, estás determinado a no
aceptar nada más? Esta es la gran cosa, ¡la aceptación de ello! Las
personas se empeñan en poner fin a esta propensión, y cortar esa locura; se
empeñan en renunciar a esta concupiscencia y a esa vanidad, para entrar en la
conciencia de esta vida. Si ellos solamente la aceptaran y la probaran, de
inmediato encontrarían que las cosas que suministran a la vieja naturaleza no
son buscadas en el cielo. Ellos comenzarían a aborrecer las cosas y a temer las
cosas que entran para interrumpir el gozo del alma de permanecer en Cristo.
Ellos no estarían buscando que la escena alrededor les suministre, sino que
discernirían que están aquí abajo, con la dulzura de sus propias cosas emanando
a través de sus corazones, para ministrarle al alma la vida de Aquel que los ha
libertado de ello.
Muchos
Cristianos fracasan aquí. El Cristiano sabe que está en Cristo
delante de Dios, y se pregunta por qué no tiene el gozo de ello. Considéralo en
su vida diaria y encontrarás que él está ministrando al viejo hombre;
rodeándose de esas cosas que llenan su
ojo; cediendo a esas cosas que pertenecen a él;
nutriendo esos deseos y propensiones que emanan del viejo hombre; dándole un
lugar de reconocimiento y reavivamiento; sacándolo nuevamente de la muerte
donde Dios lo colocó; y ¡todo el tiempo preguntándose por qué el no es feliz en
Cristo!
Oh,
que el alma sea perentoria consigo misma por medio de Su gracia,
para tener la vista sobre Cristo en el sentido y la aceptación de que ¡Él es su
vida! ¿No sería entonces fácil? Si tú has conocido el gozo de esto incluso por
un momento — si alguna vez tú has probado su dulzura, te elevarás por encima de
ti mismo y de todo lo que te rodea que distraería tus ojos de Él. Temerías la
invasión de algo que te hiciera quitar tus ojos de Jesús, o llenaría tu corazón
y comprometería tu mente hasta desplazarle a Él.
Que
el Señor conceda a Su amado pueblo conocer esto — para que viva, se
mueva, y permanezca en Cristo; para que se alimente de esa muerte que cortó tu
conexión con toda la escena — incluido tú mismo — esa muerte que fue tu
liberación de ella, y que — alimentándote de ella — sostiene la ruptura, y ¡une
el corazón a Aquel que murió, resucitó, y ascendió a la resplandeciente y
bendita presencia de Dios!
*************
Capítulo
5:
Andar
en el Espíritu
Llegamos ahora a considerar el poder de esta vida eterna en Cristo, la
cual es poseída por el creyente.
En Gálatas 2 encontramos el
lenguaje de uno que ha aceptado experimentalmente esta porción maravillosa. El
apóstol escribe, "He sido 'crucificado' con Cristo" (Gálatas 2: 20 –
VM), — aquí está la aceptación clara y positiva por medio de la fe de que, ante
los ojos de Dios, ¡Pablo el pecador ya no existía! La existencia del ser
injusto ¡había llegado a su fin en la cruz! La justicia de Dios requiere que a
toda la raza del primer Adán, que se había rebelado contra Él, se le diera fin
judicialmente ante Sus ojos. Él ya no podía permitir que la cosa injusta
continuara. En amor Él proporcionó un sacrificio que satisfaría plenamente Su requerimiento.
En Su don de Su Hijo, Él expresó ese amor que no tenía medida ni fin. "En
la consumación de los siglos" Su Hijo entra — entra en gracia, cuando
llegó Su hora, en ese juicio terrible al cual fue sometido el primer hombre —
Él lleva su efluvio más pleno — muere — y es sepultado. Luego Él es resucitado
y glorificado por Dios, cuya justicia fue de inmediato poner en Su trono al
Hombre que lo había hecho. De este modo Él pone fin judicialmente a toda la
raza. Hasta que esto fue hecho Dios nunca dio al hombre el lugar de muerte —
nunca pronunció la sentencia
sobre el hecho de que el hombre estaba muerto en delitos y pecados (Efesios 2:
1). Leemos "que uno murió por todos, por consiguiente, todos
murieron" (2ª. Corintios 5: 14 – LBLA). La muerte de cristo demostró que
este era el estado en que ellos estaban. Aquí está, entonces, el privilegio
inefable para la aceptación de la fe, a saber, ¡saber que yo estoy muerto! No
es que Dios me pide que yo
sea mejor, sino que me dice que ¡yo estoy muerto! Sin embargo, "(yo)
vivo", dice Pablo el creyente, ¡"mas no ya yo"! ¡No, ese YO
pecaminoso ha sido eliminado — ha desaparecido para siempre! Pero "Cristo
vive en mí". ¡Sí! Él ha puesto fin, ante los ojos de Dios y para la
aceptación de la fe, al YO que rompió mi corazón con su vileza; y Él se levantó
del juicio, habiéndolo llevado a cabo, como la única vida, ¡la vida de todo
aquel que cree! Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el
Hijo de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mí. Leemos, "He sido
'crucificado' con Cristo; sin embargo vivo; mas no ya yo, sino que Cristo vive
en mí: y aquella vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo
de Dios, el cual me amó, y se dio a sí mismo por mí". (Gálatas 2: 20 -
VM). He aquí, pues, todo el asunto para la aceptación de la fe, a saber: —Yo
vivo por un Objeto — Tengo mi vista puesta en Aquel que es mi vida en el cielo;
el Espíritu Santo ha descendido, y mora en mi cuerpo (1ª. Corintios 6: 19),
vinculándome a Cristo allí arriba, y haciendo realidad Su vida en mí; de manera
que, "no ya yo, sino que Cristo vive en mí".
Entonces, el Espíritu Santo es el
poder de esta vida. El alma nace de nuevo por medio del Espíritu Santo que, en
primera instancia, usa el agua de la Palabra. La Palabra que llega a la
conciencia, hizo que la conciencia se volviera en una mala conciencia. Pero el
agua y la sangre salieron del costado de
un Salvador muerto (Juan 19: 34). La sangre limpia la conciencia, y la hace buena.
De modo que aquel que cree
obtiene vida de la muerte de Uno que había soportado, cuando Él murió, el
juicio de Dios; Uno mismo que ha llegado a ser, como resucitado, su vida.
Entonces, el Espíritu Santo hace realidad esta vida — Cristo en el creyente:
"Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa
del pecado (su único fruto), mas el espíritu vive a causa de la justicia"
(Romanos 8: 10) — la justicia práctica que emana de esto. Esta vida es en
resurrección, al otro lado de la muerte y el juicio. Cristo resucitado es la vida
en la que nos regocijamos y vivimos
ante Dios.
Ahora bien, nosotros tenemos un principio en la Escritura que aprendemos
sólo débilmente. Se trata del principio de andar
en el Espíritu. Leemos, "Andad en el Espíritu y de ninguna manera
cumpliréis el deseo de la carne" (Gálatas 5: 16 – JND); "para que el
justo requisito de la ley se cumpla en nosotros, que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu". (Romanos 8: 4, etc., – JND). Si podemos
caracterizar a uno que anda así en el Espíritu, sería diciendo, «él ha puesto
su vista únicamente en Cristo.» El alma ha comprendido que Cristo es su vida, y
que ella está unida a Cristo por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, cuando
no es contristado, mantiene al alma en intacta vinculación con Cristo mismo, el
cual es la vida; y el Cristiano anda así en el Espíritu, afuera de la carne y
de lo que su mala naturaleza ama y en lo que ella vive. Los pensamientos de
Jesús — humildad y mansedumbre, afabilidad, gracia, separación de todo mal
mientras estaba rodeado de él en este mundo malo — la ternura de Su amable
corazón — la ausencia de todo lo que vive para el yo, la cual se encontraba en
Él — la hermosura moral, y la gracia, y la mente de Cristo, vincula así al
alma, que adora fervorosamente pensando, ¡Él
es mi vida!
El
resultado de todo esto es que el alma así ocupada está andando afuera
de sí misma, afuera de la carne, en la vida de Otro, por el Espíritu. El
creyente anda en el Espíritu, sin que aparezca ningún rastro de su mala
naturaleza. No es que dicha mala naturaleza haya sido eliminada o transformada;
sino que es mantenida en el silencio de la muerte, donde Dios en Su gracia la
ha puesto. Ello no es mediante los esfuerzos con el objetivo de ponerla en
orden y obtener así la victoria — una victoria que sólo restauraría la carne a
su importancia y reconocimiento propios — sino mediante estar absorto y tener
un compromiso de corazón con Aquel que es mi vida, fuera de mí mismo por
completo. De este modo la carne es dejada en su verdadero lugar—a saber,
muerta, no mejorada.
Cuán
frecuentemente el Cristiano se excusa a sí mismo por el fracaso
aduciendo el hecho de que él tiene
otra naturaleza: ¡una horrible naturaleza en él! Cuán frecuentes son las
excusas que aparecen ante el alma porque, ¡caramba, él tiene dos naturalezas,
mientras que en la práctica él debería tener solo una!
El
caso de Esteban en Hechos 7 presenta un ejemplo de un hombre que anda
en el Espíritu. En Hechos 1: 9, los discípulos miraron al Señor Jesús que
ascendía, hasta que una nube Le recibió ocultándole de la vista de ellos; pero
no vieron nada más. En el capítulo 2 de Hechos, cuando llegó el día de
Pentecostés, el Espíritu Santo descendió, y asumió Su morada en los discípulos
y entre ellos. En Hechos 7 encontramos un hombre que, "lleno del Espíritu
Santo, miraba fijamente en el cielo, y vio la gloria de Dios, y a Jesús, puesto
en pie, a la diestra de Dios". (Hechos 7: 55 – VM). He aquí, pues, un
ejemplo de un hombre viviendo y andando en el Espíritu; su vista está sobre
Cristo. Sigue a continuación su testimonio, como corresponde a los que estaban
a su alrededor, "y dijo: He aquí, yo veo abiertos los cielos, y al Hijo
del hombre, puesto en pie, a la diestra de Dios". (Hechos 7: 56 – VM).
Esto provoca la enemistad del mundo y lo apedrearon; pero él es tan
completamente superior al odio asesino de ellos; — está tan absorto con Aquel
que es su vida en el cielo, que está viviendo de tal manera en el estado del
traslado al cielo aquí abajo como si estuviera allí del todo. Él está pasando sus
últimos momentos aquí por Cristo, sin ninguna ansiedad o perturbado pensamiento
acerca de él mismo. Él es entregado a la muerte por causa de Jesús, y la
"vida de Jesús" se manifiesta en su cuerpo. (2ª. Corintios 4: 10).
Todas las pasiones y el encono del mal en su naturaleza están tan completamente
subyugados que parecen no existir más, como si no existieran en absoluto.
¡Cuán
a menudo encontramos almas tratando de poner en orden la mala
naturaleza de ellas con sus propias fuerzas — también almas fieles —
conscientes de que debe ser puesta en orden ante los ojos de Dios, como ante el
hombre! Muchas largas vidas infructuosas y trascurren de este modo — tal vez
orando, y lamentándose por una naturaleza que angustia y rompe el corazón, en
el loable esfuerzo por someter su funcionamiento, y sofocar sus rebeliones;
pero sin resultado. El alma no ha comprendido de manera alguna el poder para
someterla. Como uno ha dicho, «A la carne del hombre le agrada tener algo de
crédito: no puede soportar ser tratada como vil e incapaz de hacer lo bueno —
ser excluida y condenada a la nada, no
mediante los esfuerzos por anularse a sí misma, lo que la llevaría de
regreso a su propia importancia, sino por una obra que la deja en su verdadera
condición de ser nada, y que ha pronunciado el
juicio absoluto de muerte sobre ella, de modo que, convicta de nada más que de
pecado, ella sólo tiene que guardar silencio.
Si actúa es sólo para hacer el mal. Su lugar es estar muerta, no ser mejor. Tenemos
tanto el derecho como
el poder para considerarla como tal porque Cristo ha muerto, y nosotros vivimos
en Su vida resucitada. Él mismo ha llegado a ser nuestra vida.» Más bien, el
alma debe apartarse en aborrecimiento de lo malo, y poner de manera
inconfundible la vista sobre Jesús. Este es el cometido normal del Espíritu
Santo en el Cristiano, mantener el alma comprometida con Él — dar pensamientos
de Jesús, y mantenerlos fluyendo a través del alma.
Sus
intereses y compromisos, objetivos y fines, se convierten en los del
Cristiano que tiene Su vida; y el resultado del compromiso de corazón con
Cristo es la subyugación fácil y natural de lo malo. La carne es tratada con el
no reconocimiento que merece: sus deseos, objetivos y pasiones son controlados;
se los considera muertos y en sujeción práctica; se los ignora sin
reconocimiento; y el alma pasa tranquila y felizmente a la vida práctica en el
Espíritu. Los miembros son mortificados; no tratando de mortificarlos, sino por
la superior implicación con "las cosas de arriba, donde está Cristo sentado
a la diestra de Dios". (Colosenses 3). Es "por el Espíritu" que
nosotros hacemos "morir las obras de la carne" (Romanos 8: 13); y la
consecuencia es que en vez de la aciaga lucha continua entre las dos
naturalezas, la carne deseando lo que es contrario al Espíritu y el Espíritu lo
que es contrario a la carne, el Cristiano anda "en el Espíritu" y de
ninguna manera cumple el deseo de la carne. Recordemos lo que hemos leído al
comienzo de este escrito, a saber, "Andad en el Espíritu y de ninguna
manera cumpliréis el deseo de la carne" (Gálatas 5: 16 – JND). En vez de
las tristes "obras de la carne", el "fruto del Espíritu" es
la efusión tranquila y natural de esa vida que el creyente posee en Cristo —
"amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza". (Gálatas 5: 17 a 26).
"Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu",
es la exhortación fundamentada sobre el hecho de que el Espíritu es nuestra
vida, conectándonos con Cristo. (Gálatas 5: 25). "Pero los que son de Cristo
han crucificado la carne con sus
pasiones y deseos". (Gálatas 5: 24). La carne ha sido crucificada, y la fe actúa
de acuerdo con este maravilloso
privilegio y esta maravillosa liberación, y anda "en el Espíritu", el
cual es el poder de esta vida eterna. Que El buen Señor conceda a Su pueblo
conocer esto y practicarlo ¡por amor de Su nombre!
*************
Capítulo
6:
"En
la Luz" - Confesión
Queda pendiente la pregunta,
¿cuál es la esfera y la medida del andar para el nuevo hombre? Se trata de una pregunta
sumamente importante. ¡Que el Señor nos conceda entenderlo!
El golpe del juicio que cayó
sobre el amado Hijo de Dios en la cruz rasgó el velo que existía entre Dios y
el pecador. El mismo golpe que reveló y expresó, al mismo tiempo, el amor y la justicia
de Dios, quitó para siempre los pecados y la condición pecaminosa que excluía a
Su pueblo de Su presencia. Por tanto, el Cristiano que posee vida eterna en
Cristo ha sido introducido en la presencia de Dios ¡en la luz!
"Pero si andamos en la luz,
como él está en la luz," etc... (1ª. Juan 1: 7 – VM).
La esfera de su andar es,
entonces, ¡la presencia de Dios en la
luz! Dios le ha limpiado y le ha
engendrado de nuevo para tal esfera, y ahora el estándar y la medida de sus
modos de obrar son nada menos que ¡la Luz
— dentro del velo! Todo lo que es inconsistente con la presencia de Dios en
la luz es juzgado como siendo del "viejo hombre"; de este modo, el
"nuevo hombre" se regocija en libertad, en la presencia de Dios. En
otro tiempo él era "tinieblas", ahora él es "luz en el
Señor", y la exhortación es, 'anda como hijo "de la luz'. Leemos,
"porque en un tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor:
andad como hijos de la luz". (Efesios 5: 8 – VM). La luz pone de
manifiesto todo lo que no es de Dios en sus caminos.
¡Qué medida maravillosa es esta!
Sin embargo, ¡el nuevo hombre se regocija en que nada menos que un estándar es
dado por Dios!
Llamado a la comunión con el
Padre, y con Su Hijo Jesucristo, ¿cómo podría existir esta comunión excepto en
el poder de la vida eterna? Imposible. La comunión es el resultado apropiado y
que procede de la vida eterna. El Cristiano no puede andar en ningún otro
lugar; no puede tener ningún otro estándar que no sea este. La vida que él
posee en Cristo lo lleva a la presencia de Dios en la luz. La luz no lo juzga,
como cuestionándole su derecho a estar allí. Cuanto más resplandeciente es la
luz, más claramente se ve que el derecho existe. Pero la luz hace que él se
juzgue a sí mismo por todo lo que es inconsistente con ella. Cuando la carne
está en acción de una u otra forma (incluso si la acción es puramente hacia el
interior), si hay alguna cosa, cualquiera que sea, acerca de la cual la
conciencia debiese ser ejercitada, el alma no está, no puede estar, en el disfrute
de la comunión con Dios en la luz, porque el efecto de la luz es llevar la
conciencia al ejercicio. Pero cuando la conciencia no tiene nada que no haya
sido ya juzgado en la luz, el nuevo hombre está en acción con respecto a Dios.
La posesión de una mala
naturaleza nunca hace mala a una conciencia en la presencia de Dios. Es
solamente cuando dicha naturaleza está en acción de alguna manera, que entonces
la conciencia se contamina. El nublado se siente, impidiendo que el alma
disfrute de la comunión en la luz. Entonces, aquí entra el trato bienaventurado
de Dios con aquello que es puesto de manifiesto en Su presencia, donde hay
fracaso en nuestros caminos como Cristianos. Se trata de la intercesión (o,
abogacía) de Cristo que, cuando es ejercida, hace que el corazón se doblegue en
juicio propio y en confesión de pecados (1ª. Juan 2: 1). Al igual que un hombre
que con su vestimenta manchada o en desorden entra en una sala llena de luz y
de espejos, e instintivamente arregla su vestimenta — la luz pone al
descubierto todo lo desviado; entonces uno no puede evitar confesar cuando,
estando en la luz, hay la más mínima mancha, cualquier cosa que la luz revele,
"porque la luz es lo que manifiesta todo" (Efesios 5: 13), y, si
confesamos nuestros pecados, Dios "es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad". (Juan 1: 9).
¡Lamentablemente! cuando nuestra
naturaleza es consentida y le es permitido aparecer en la forma de "pecados",
la conciencia se contamina y es infeliz, el Espíritu es contristado, y mientras
más sensible es la conciencia, más intensamente siente la mancha. Es aquí donde
nos enteramos de lo que ha producido este doblegamiento del corazón y la
conciencia delante de Dios. La intercesión
(o, abogacía) de Cristo ha estado en ejercicio — no porque yo me he
arrepentido del pecado, y me he juzgado a mí mismo acerca de él, sino debido a
que yo había pecado y ello hacía necesario que mi alma fuese doblegada debido
al fracaso delante del Señor. Una Persona viviente — Jesús — trata mediante Su
palabra y Su Espíritu con mi corazón y mi conciencia, hace que yo sienta el
pecado, y hace que mi corazón se doblegue en confesión a Él que "es fiel y
justo para perdonar" y para "limpiarnos de toda maldad" (1ª.
Juan 1: 9). "Si alguno peca",
(no dice, 'si alguno se ha arrepentido de su pecado'), Abogado tenemos para con
el Padre". Él perdona el pecado y limpia el corazón del recuerdo de
aquello que había causado el quebranto y la angustia de alma. "Hijitos
míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". (1ª. Juan 2: 1 – LBLA).
La confesión verdadera es una
obra dolorosa, intensa, profunda en el alma. No tiene que ver meramente con el
fracaso en sí, sino con la raíz del asunto, la cual, al no haber sido juzgada,
produjo el pecado. El caso de Pedro en Juan 21 presenta una ilustración de este
trato de Cristo, cuando él necesitó un sentido de su pecado no poseído con
anterioridad. Pedro había llorado "amargamente" por el pecado (su
negación de Cristo), sin embargo las raíces no fueron alcanzadas, y era
probable que volvieran a arremeter. El Señor trata con él — no acusándolo del
pecado, e incluso sin hacer mención de ello. Leemos, "¿me amas más que
éstos?" «¿Tienes aún esa desmesurada confianza en ti mismo?» Porque él se
había jactado de que si todos los demás Le negaran, sin embargo él no lo haría.
El Señor no consideró el caudal, sino la fuente; Él la puso de manifiesto, la
expuso al corazón y a la conciencia de Pedro. La raíz fue alcanzada, y todo
estuvo afuera ante Su vista. El manantial fue expuesto, fue juzgado, y se secó.
Bienaventurado trato de Uno que nos ama de manera perfecta, y que cuida
demasiado de nosotros como para prescindir de nosotros ¡cuando nosotros mismos
necesitamos aprender! De nada se nos acusa, como imputado a nosotros, pero nada
es permitido — permitirlo no sería amor — no sería Dios. ¡El corazón Le adora
cuando ve sus modos de obrar! Pero, ¡oh, cuán poco se benefician las almas
mediante Sus modos de obrar! En breve se verá cómo Él reivindicó Su cuidado — y
de qué manera las almas ejercitadas se beneficiaron mediante dichos cuidados, y
las indiferentes se perdieron a lo largo del camino.
¡Qué maravilloso es el lugar, el
llamamiento, la esfera del andar del Cristiano! Andar en el Espíritu, afuera de
la carne y del yo, y por la vida de Jesús, la luz de la presencia de Dios es su
esfera, donde ninguna mancha de pecado, ningún espíritu del mundo puede jamás
llegar. Todo su ser está abierto y es sencillo en Su presencia; no encontrando
motivo alguno para ocultarse de Él ahora, incluso si ello fuese posible. Dios
mismo es el recurso del corazón, contra todo lo que está en el interior. Por
tanto, la "luz" es 'la armadura del alma'. Ella aprende a ser perentoria
con ella misma, al rehusar todo lo que no es de Dios: ella camina así en el
gozo de una comunión ininterrumpida con Él. También es consciente de ser
agradable a Él. La vista no es dirigida al interior para buscar frutos allí,
sino al exterior a Él. El alma vive por medio de Otro. Cristo está ante el alma
claramente y sin distracciones. La carne es detectada en sus raíces — los
frutos no necesitan aparecer para aprender lo que ella es. La carne es vista
como aquello que quebrantaría la comunión y separaría el corazón del gozo de
andar con Dios, y es rechazada. Las cosas de alrededor son vistas en su valor
verdadero. El alma crece en Su presencia — no como contemplando ella misma su
crecimiento, sino como no habiendo alcanzado aún la perfección, o no habiendo
sido perfeccionada aún a la plena y real conformidad a Cristo que está en la
gloria; ella prosigue hacia la meta para obtener el premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (Filipenses 3: 14 – LBLA).
Amado lector Cristiano, nosotros
tenemos una vida que nos conecta con el cielo ahora, que ha de ser mostrada mientras
estamos aquí en la tierra.
Tenemos miembros que han de ser mortificados, pero no se nos reconoce ninguna
vida aquí abajo (Colosenses 3). La vida que nos es reconocida es formada en
nosotros mediante el despojo del yo —
viviendo en la negación y el no reconocimiento del yo. Sólo lo que deriva y
sale de ella es aquello que Dios
puede reconocer. La vida de Jesús aquí fue una vida de dependencia perfecta, de
indivisa obediencia; Su perfecta voluntad fue rendida, "no se haga mi
voluntad, sino la tuya". (Lucas 22: 39 al 44). Él es nuestra vida —
leemos, "el que se une al Señor, un espíritu es con él". (1ª.
Corintios 6: 17). Sus palabras nos dicen lo que Él era cuando estuvo aquí — ellas
eran ¡Él mismo! (Juan 8: 25).
Nosotros vivimos por medio de ellas: ellas forman y nos conforman y nos modelan
en conformidad a Él. Cuando no somos formados por ellas, nosotros estamos verificando
(refrenando) lo que sale de nuestra vida
— estamos impidiendo nuestro crecer hasta Cristo y ¡en Cristo!
Que el Señor nos conceda que, con
un crecimiento constante, continuemos día a día creciendo en la gracia y el
conocimiento de Él, que la vida dentro de nosotros brote hasta su fuente, en el
resplandor de la presencia del Padre donde Él está, hasta que seamos plenamente
conformados a Él, espíritu, y alma, y cuerpo, ¡y estemos con Él para siempre!
Amén.
F.
G.
Patterson
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto/Septiembre 2019.-
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del
Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos
traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBLA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
RVR1977 = Versión
Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).