LOS CUATRO EVANGELIOS
Capítulo
8
Enseñanzas
Doctrinales de los Cuatro Evangelios
Samuel Ridout
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960
(RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
La Biblia no es un libro de
teología. Sus verdades no están dispuestas en lo que podríamos llamar una manera
lógica. En un sentido, el método cronológico es seguido. Las doctrinas son
reveladas a medida que se llega a la ocasión de darlas a conocer; pero ni
siquiera esto es suficientemente claro. Las doctrinas se encuentran, como el
precioso mineral incrustado entre las rocas, distribuidas a lo largo de toda la
Escritura. Por lo tanto, recopilar estas doctrinas requiere un estudio de toda
la palabra de Dios. Obviamente, tenemos verdad doctrinal presentada en las
Epístolas de una manera más abstracta, más relacionada, pero incluso aquí sigue
siendo cierto que las Epístolas están henchidas de vida, y cada verdad presentada
tiene su conexión experimental con el alma.
Adoptando otra ilustración,
las doctrinas de la Biblia son como los diversos elementos nutritivos que se
encuentran en los artículos alimenticios. Aquí, de la manera más natural, y al
mismo tiempo más atractiva, encontramos la verdad asociada con narraciones
sencillas, naturales, del acercamiento de Dios al hombre, y del hombre en sus
tratos con su prójimo, y sobre todo en sus relaciones con Dios. De toda esta
aglomeración, nosotros recopilamos las grandes verdades en cuanto a Dios y el
hombre, y la relación del hombre con Dios.
En los cuatro evangelios, como
hemos visto, tenemos a Cristo como el tema central. No puede haber duda alguna
en cuanto a esto. Cuando nosotros recordamos que el unigénito Hijo que está en
el seno del Padre Le ha revelado, no necesitamos sorprendernos al encontrar también
en los evangelistas una riqueza de verdad doctrinal, aunque no presentada de
una manera doctrinal o dogmática, acerca de los grandes temas de Dios y el
hombre, del pecado y de la salvación.
Nos proponemos presentar en el
presente capitulo un breve esquema de las doctrinas más prominentes que se
encuentran en los evangelios. ¿Hasta qué punto ellas trascienden a las
enseñanzas del Antiguo Testamento, y hasta qué punto están ellas incompletas en
comparación con las epístolas?
1. La Doctrina
en
cuanto a Dios — la Trinidad
El conocimiento de Dios es,
como alguno lo ha expresado, 'La más noble de todas las ciencias'. No
obstante, nosotros nos cuidamos del pensamiento de que podemos obtener un
conocimiento de Dios como lo haríamos con las ciencias naturales. En realidad,
ellas no entregan su significado verdadero hasta que las asociamos con Dios,
pues ciertamente Él se revela en todas las obras de Su creación; pero el conocimiento
de Dios como nos es presentado en las Escrituras, y particularmente en el Nuevo
Testamento, es una adquisición moral más que intelectual. Esto es lo que
nuestro Señor declara cuando dice: "Y esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado".
(Juan 17: 3).
Quizás en ninguna parte en
toda la palabra de Dios, ni siquiera exceptuando las epístolas, hay tanta
riqueza y plenitud de doctrina en cuanto a la Deidad como en los cuatro
evangelios. El motivo no es difícil verlo. Es el Hijo quien está ante nosotros,
y es Él quien ha dado a conocer al Padre.
Fue el nombre que estuvo en sus labios constantemente. Cada milagro que
Él obró fue en obediencia al Padre. Cada palabra que Él pronunció fue para dar
a conocer el nombre y el carácter del Padre. No necesitamos sorprendernos, por
tanto, de encontrar la revelación de Dios puesta ante nosotros aquí con una
plenitud que debe infundir nuestra reverencia y adoradora gratitud.
Dios el Padre. Tal como hemos dicho recién, es el nombre del Padre
el que siempre está en los labios de nuestro Señor, y esto no significa
meramente la relación de Dios con el Señor Jesús cuando hablamos de Su relación
con nosotros mismos, sino que significa específicamente la primera persona de
la Trinidad revelada como Padre, Aquel que da a conocer Su complacencia en Su
Hijo.
Dios el Hijo. De manera similar, el Hijo es obviamente revelado, no
meramente en Su naturaleza humana, ni como Dios encarnado, sino que tras eso
tenemos claras insinuaciones de la relación eterna entre el Padre y el
unigénito Hijo que estaba en el seno del Padre (Juan 1: 18). La doctrina de la
encarnación, no hace falta decirlo, está en cada página de los evangelios.
Examinaremos esto en detalle más adelante. Nuestro objetivo ahora es trazar la
doctrina de la Trinidad.
El Espíritu Santo. El Espíritu Santo también es presentado a
nosotros como una persona divina. Él es visto en el bautismo del Señor Jesús. A
los fariseos se les advierte contra el terrible pecado de la blasfemia contra
el Espíritu Santo. Aquí no hay ningún pensamiento acerca de una influencia o una
emanación de Dios, o de
un Ser espiritual sobrenatural no divino. Lejos de esto, nuestro Señor habla de
Él como una persona divina que tiene una obra específica que hacer. Cuando Juan
el Bautista habló de nuestro Señor como de Aquel que bautizaría con el Espíritu
Santo, antes de eso, en el misterio santo de la encarnación misma hasta los
preciosos detalles acerca del Consolador prometido, nosotros estamos una y otra
vez cara a cara con la verdad de la personalidad y deidad de la tercera persona
de la Trinidad, el Espíritu Santo.
No es el uso de la Escritura
presentar textos formales de la manera escueta, literal, que los hombres
anhelan de manera natural. Parecería como si el Espíritu de Dios evitó esto a
propósito porque como hemos dicho, el conocimiento de Dios no es una percepción
intelectual sino moral. Por supuesto que el intelecto está involucrado, pero
mucho más es necesario. Por consiguiente, nosotros no encontramos nada de un
carácter formal, como si la doctrina fuese introducida con el fin de hacer
declaraciones ortodoxas. Existe la libertad más absoluta y la más absoluta
ausencia de contención en la narración de los evangelios. Todo fluye con una
sencillez y claridad, con un fervor y una profundidad que la señalan como la
obra de Dios. Sin embargo, hay pasajes donde la plenitud de la Deidad
resplandece de una manera inconfundible. Así, en el bautismo de nuestro Señor,
de manera significativa en el momento mismo cuando Él toma el lugar más humilde
en anticipación de la cruz adonde Él va por el pecado de Su pueblo, nosotros
tenemos una vislumbre de la Trinidad. El Hijo está ante nosotros; Su gloria
verdadera está velada pero no oscurecida por Su tabernáculo de carne. Los
cielos se abren y el Espíritu Santo desciende como paloma sobre Él, mientras la
voz del Padre desde esa gloria celestial proclama a Su Hijo amado. De este
modo, Padre, Hijo y Espíritu se revelan por igual.
Después de Su resurrección,
como está registrado en Mateo, nuestro Señor se encuentra con Sus discípulos en
Galilea, y los envía a hacer discípulos de todas las naciones, para llevar,
podemos decir, a que todos se sometan a Dios, a establecer el Reino de los
Cielos en la tierra. Ellos han de hacer discípulos de todas las naciones de una
manera doble, poniendo el nombre de Dios sobre ellos en el acto exterior del
bautismo, y enseñándolos en todo lo que el Señor había dado a conocer. El
bautismo debía ser "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo". Entonces, aquí también tenemos la Trinidad completa (Mateo 28: 16
a 20).
En Sus últimas palabras con
Sus discípulos, antes de Su padecimiento, como las tenemos en Juan, nuestro
Señor habla nuevamente de la manera más clara de Él mismo, de Su Padre, y del
Espíritu Santo. ¿Quién es el que lee, por ejemplo, en el capítulo 14 de Juan
acerca de la venida del Consolador y de la morada del Padre y del Hijo, y puede
dudar que nuestro Señor nos presenta de nuevo una visión de la Trinidad de las
personas divinas? Estos sólo son ejemplos. La fibra misma de la narración del
evangelio está compuesta de la verdad de estas tres benditas personas de la
Deidad. Sin embargo, en este momento nosotros estamos hablando meramente del
hecho de la Trinidad, y nos limitamos a esto.
Hagamos una sola pregunta.
¿Puede el lector concebir que una cuarta persona sea mencionada, coordinada con
Aquellas tres bienaventuradas de las que hemos hablado? ¿O puede concebir sólo
dos? Esto en sí mismo, de la manera más impresionante, nos convence de la
verdad de la Trinidad.
2. Los Atributos de Dios
(1) Dios, un Espíritu.
Los cuatro evangelios nos proporcionan abundante material acerca de la
naturaleza y los atributos de Dios. "Dios es Espíritu" (Juan 4: 24);
"A Dios nadie le vio jamás" (Juan 1: 18). Estas y otras Escrituras
dan a conocer la espiritualidad de Dios contrastada con el hombre, Su criatura,
o con el universo, Su creación.
"Le llevó el diablo a un
monte muy alto" (Mateo 4: 8); "Vinieron ángeles y le servían"
(Mateo 4: 11); "Los endemoniados" (Mateo 4: 24); "¿Acaso piensas
que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones
de ángeles?" (Mateo 26: 53). Estas y muchas otras Escrituras hablan acerca
de criaturas que son espíritu. Leemos acerca del "príncipe de los demonios"
(Mateo 9: 34), de huestes malvadas de espíritus caídos, como la Legión que
poseía al endemoniado de Gadara (Marcos 5); de los ángeles que servían al
Señor; de la multitud de huestes celestiales, más de doce legiones las cuales
habrían respondido con gusto al mandato del Padre en cuanto a atender a Su Hijo
(Mateo 26: 53; pero reconocemos inmediatamente que en ninguno de estos se puede
pensar, ni por un momento, de cualquiera otra manera que como criaturas. Ellos
son criaturas caídas
como el diablo y sus espíritus afines, o los ángeles no caídos que se deleitan
en asistir al Hijo de Dios. Por tanto, no solamente la esencia espiritual de
Dios es dada a conocer diferenciándola de toda otra existencia material, sino en
contraste con todas las huestes de seres espirituales que son sus criaturas.
(2) Su Infinitud. "El
que me envió, conmigo está" (Juan 8: 29); "Abba, Padre, todas las
cosas son posibles para ti" (Marcos 14: 36). Estas y otras Escrituras
sugieren la infinitud de Dios. Incluso un arcángel, poderoso como él es, es un
ser finito; Gabriel sólo puede estar en la presencia de Dios como delante de su
Amo cuya presencia es infinita.
(3) Su Omnisciencia y
Omnipotencia. Así, también, "Tu Padre que ve en lo secreto"
(Mateo 6: 4) comunica Su omnisciencia. "Vuestro Padre celestial las
alimenta" (Mateo 6: 26) muestra Su providencia (versículo 30).
(4) Su Eternidad. "La
gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera" (Juan 17: 5 –
LBLA); "Él estaba en el principio con Dios" (Juan 1: 2 – VM),
declaran Su eternidad. Nunca hubo un momento en que Dios no existiera. En el
principio, con Su Hijo, Él estaba presente. La gloria de los Seres divinos sólo
se manifestó en la creación, una gloria que había existido desde toda la
eternidad.
(5) Su Inmutabilidad.
"Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de
la ley, hasta que todo se haya cumplido" (Mateo 5: 18). "¿No habéis
leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?", etc.
(Mateo 19: 4); "Como habló por boca de sus santos profetas que fueron
desde el principio" (Lucas 1: 70). Escrituras como éstas muestran el
carácter inmutable de Dios. No ha habido ninguna alteración en Sus propósitos
y, por supuesto, ninguna en Su Ser.
Pasamos a continuación a
hablar de esos atributos que usualmente llamamos 'morales', en contraste con
los que hablan de conocimiento o poder. En lo abstracto es posible concebir un
ser, no diremos con poder infinito (pues eso sería pensar en la Deidad) sino
con inmensos poder y conocimientos, y sin embargo desprovisto de esos atributos
morales sin los cuales los demás atributos serían ejercidos para el mal. Esa
criatura es Satanás, con atributos de conocimiento y de poder (no inherentes
como en Dios, sino en virtud de su creación), y sin embargo, "El ha sido
homicida desde el principio"; "No ha permanecido en la verdad".
Él es un tentador (Marcos 1: 13), el archienemigo del hombre y de Dios. Los
paganos tienen deidades a las cuales ellos han investido con poderes
sobrehumanos y casi ilimitados, y tan innegable ha sido el carácter moral de
ellos, que tuvieron que ser aplacados, embaucados, engañados, tratados como
seres humanos, sólo que con gran poder para hacer daño y una cierta cantidad de
poder para el bien, si tan sólo ellos podían ser inducidos a ejercerlo. Tales
deidades no son en realidad nada más que los demonios de los que habla la
Escritura; y probablemente ellos han sido caracterizados correctamente, al
menos en algunos de sus atributos. En contraste con todos estos están las inmutables
perfecciones morales de Dios.
(6) Su Justicia. "¡Oh
Padre justo! el mundo no te ha conocido" (Juan 17: 25 – VM); "Cuando
el Hijo del Hombre venga en su gloria" (Mateo 25: 31) — aquí se habla del
juicio de las naciones que estén vivas. A lo largo de los evangelios,
dondequiera que se habla de juicio, o de la ley de Dios, encontramos este
atributo de justicia divina declarado inequívocamente.
(7) Su Santidad. "Padre
santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre" (Juan 17: 11). De
manera similar, de principio a fin de los cuatro evangelios está la insistencia
acerca de la santidad como el carácter inherente de Dios. Quizás de ninguna
manera esto es manifestado con más fuerza que en su contraste con la iniquidad,
por ejemplo, de los demonios (Marcos 1: 23), de un espíritu inmundo; o de la
pecaminosidad del hombre (Lucas 7: 37), "una mujer… que era
pecadora"; y expresado en la declaración general, "Bienaventurados
los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios". (Mateo 5: 8).
(8) Su Amor. "De tal
manera amó Dios al mundo" (Juan 3: 16); la parábola completa del hijo
pródigo (Lucas 15) y multitudes de otros ejemplos sacan a relucir este precioso
atributo de Dios, dando a conocer que Él es amor.
(9) Su Benignidad. Quizás
esto no debería ser diferenciado de Su amor, y sin embargo ella es mostrada
donde los hombre no tienen ojos para Su amor. Véase Mateo 5: 45 donde la
Escritura dice que Él "hace salir su sol sobre malos y buenos". A lo largo
de todos los evangelios tenemos el testimonio constante de Su benignidad, Su
paciencia, Su longanimidad, etc. Estos atributos generales pueden ser
clasificados bajo este único encabezamiento, sugiriendo Su benevolencia. Como
recién ha sido dicho, esto está en estrecha relación con Su amor. No obstante,
la distinción puede ser reconocida.
(10) Su Verdad. "Que
te conozcan a ti, el único Dios verdadero" (Juan 17: 3. Aquí también
estamos en estrecho contacto con los atributos de justicia y santidad. El
elemento de verdad, sin embargo, puede ser reconocido y distinguido. Por eso,
"Yo soy la luz del mundo" (Juan 8: 12); "Si así no fuera, yo os
lo hubiera dicho" (Juan 14: 2); "El Espíritu de verdad (Juan 16: 13).
Recordando que nuestro Señor ha dado a conocer o ha exhibido al Padre, cada
atributo moral en Él es un resplandor de lo mismo que existe en Su Padre y en
la Deidad de manera general. Este es un pensamiento muy importante y precioso
para recordar en conexión con cualquier esfuerzo de presentar un boceto de los
atributos divinos. Ellos no son, como a menudo es el caso con los hombres,
parciales o unilaterales, sino que cada atributo impregna y caracteriza a todo
el resto, de modo que nuestra concepción de Dios incluye todos los atributos.
Nosotros no podemos pensar en Él sacrificando un atributo para ejercer otro. Su
justicia resplandece en Su amor, y Su santidad es dada a conocer en Su juicio,
mientras que Su longanimidad y paciencia se manifiestan incluso en el juicio
final de los impíos.
Pero debemos pasar desde esta
caracterización breve y parcial del Dios bendito, a hablar un poco más en
detalle de las personas de la Trinidad por separado.
El Padre. Citar los pasajes que se refieren al Padre sería
presentar una sinopsis de todos los cuatro evangelios. A lo largo de toda esta
porción, Su nombre está siempre en los labios de nuestro Señor. Particularmente
en Juan Su nombre es prominente y aún más notable porque aquí tenemos la Deidad
esencial de nuestro Señor más directamente ante nosotros. Por consiguiente, no
presentaremos ningún texto de la Escritura al hablar del Padre.
El Hijo. La persona de Cristo es el gran "Misterio de la
piedad". Estamos en presencia de una verdad inescrutable. Nuestro Señor
mismo nos ha dicho que, "nadie conoce al Hijo, sino el Padre" (Mateo
11: 27). Nuestra seguridad está en aferrarnos a todo lo que la Escritura
revela, no procurando armonizarlo indebidamente, sino reconociendo que todo lo
que Dios afirma debe ser verdad, y si fuéramos competentes para ello, competentes
de un entendimiento perfecto. De hecho no existe dificultad alguna para la fe
humilde en aprehender todos los aspectos de la verdad en cuanto al Hijo de
Dios. Sólo la incredulidad tropieza aquí, pero la fe se regocija en todo ello y
no se inmiscuye en lo que Dios no ha revelado.
Al hablar de la persona de
Cristo hay tres rasgos:
(1) Su Deidad. "El Verbo era Dios" (Juan 1: 1).
(2) Su Humanidad. "El Verbo se hizo carne" (Juan 1: 14 –
LBLA).
(3) La Unidad de Su Persona. "He aquí el Cordero de Dios"
(Juan 1: 29).
Estos tres pasajes del
capítulo primero de Juan bastarán para describir la persona del Hijo de Dios. A
lo largo de todo ese evangelio, y en realidad también en los Sinópticos,
nosotros tenemos constantemente colocada ante nosotros la persona del Señor. A veces
vemos Su deidad resplandeciendo de una manera inequívoca, como cuando Él se
levantó y calmó la tempestad en el lago de Galilea. A veces Su humanidad
aparece exclusivamente ante nosotros, como cuando dormía, o estaba cansado de Su
recorrido, o tenía hambre.
Es Su persona completa la que
está ante nosotros en todos los cuatro evangelios, aunque desde el punto de
vista de la encarnación. Por eso, la verdad en cuanto a la persona del Señor se
parece algo a lo que hemos estado viendo en cuanto a los atributos de Dios.
Ellos pueden ser distinguidos, pero no deben ser separados. Las dos naturalezas
en nuestro Señor están evidentemente aquí, pero en Su humanidad encontraremos
resplandeciendo Su Deidad, y en Su Deidad veremos Su humanidad. Así todo está
mezclado preciosamente; y cuando nosotros pensamos en Sus milagros, en Sus
enseñanzas, es Dios quien está obrando, pero también el Hombre dependiente. Se
trata de Uno que nos está presentando las palabras de Dios, y sin embargo Uno
que habló como jamás habló hombre alguno. (Juan 7: 46 – VM). Esta verdad es
aplicable a toda Su vida y obra — todo tiene el sello de toda Su persona sobre
ella. Esta aprehensión de la persona de Cristo es muy preciosa. Nosotros la
encomendamos al estudio constante y con oración de los hijos de Dios.
El Espíritu Santo. Lo que ya hemos dicho en cuanto a la
personalidad y deidad del Espíritu Santo será suficiente para presentar la
clave de las enseñanzas de los cuatro evangelios acerca de la tercera persona
de la Trinidad. Nosotros encontramos tanto al principio como a lo largo de toda
la narración que se hace referencia a Él en varias maneras, y siempre como una
Persona. Él es visto como el agente del nuevo nacimiento (Juan 3: 5); como
Aquel que condujo y guio a nuestro Señor y mediante cuyo poder Él obró Sus
milagros; como el Ser divino cuya presencia se manifestó en todo lo que nuestro
Señor hizo y dijo y por tanto, si estos hechos y estas enseñanzas fueron
atribuidas por alguien a Satanás, ello fue el pecado contra el Espíritu Santo
que jamás tiene perdón. Particularmente en los capítulos 14 al 16 de Juan, la
enseñanza en cuanto al Espíritu Santo es copiosa. Le vemos aquí como enviado
por el Señor desde el Padre; enviado también por el Padre; como dando
testimonio de la verdad; como convenciendo al mundo de pecado, de justicia y de
juicio, y como llevando a Su pueblo a toda la verdad. La promesa especial del
Espíritu es presentada en Lucas, y se nos dice que nuestro Señor bautizaría con
el Espíritu Santo.
Estas y otras Escrituras deben
ser suficientes. Ellas muestran la divinidad y la personalidad de la tercera
persona de la Deidad de una manera inequívoca.
Hemos hecho un rápido repaso de la enseñanza
de los cuatro evangelios en cuanto a la Deidad, y hemos considerado la
enseñanza especial presentada en cuanto a cada una de las Personas divinas.
Casi no es necesario decir que en ninguna porción de la palabra de Dios esta
enseñanza es más copiosa. En realidad, podemos decir que en ninguna parte es
tan copiosa como aquí, aunque obviamente no sostenemos una porción de la
Escritura contra otra. Pero la gloria de los cuatro evangelios es que ellos nos
revelan a Cristo en la plenitud de Su persona, como Dios, como Hombre, en una
persona. El gozo especial de nuestro Señor es que Él nos revela a Dios el Padre
en Sus atributos, en Su carácter, Su amor; y el Espíritu Santo se une en este
ministerio bienaventurado. Por tanto, los evangelios son muy ricos en lo que
puede ser llamado teología — el conocimiento de Dios.
3. La Doctrina
en
cuanto al Hombre
A continuación vamos a
inquirir qué enseñan los cuatro evangelios en cuanto al hombre. Mencionaremos
en primer lugar lo que se dice acerca de la constitución del hombre en general,
y después dedicaremos más atención a lo que se dice de él tal como él es.
La Constitución del Hombre. "El que los hizo al principio,
varón y hembra los hizo" (Mateo 19: 4; "No temáis a los que matan el
cuerpo, y después nada más pueden hacer" (Lucas 12: 4); "Murió también el
rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos"
(Lucas 16: 22, 23).
Estas Escrituras nos muestran
que el hombre tiene un cuerpo, caracterizado como los cuerpos de los animales,
en lo que respecta a eso; pero el cuerpo evidentemente no es la parte más
grande o más importante de su ser. Hay un espíritu que no muere, y que está
consciente cuando el cuerpo es sepultado. Así, nuestro Señor, al hablar de la
muerte, la llama 'dormir' (Mateo 9: 24; Juan 11: 11), como aplicándolo al
cuerpo. Se habla del alma como la sede de los afectos y deseos en Lucas 12:
"Esta noche vienen a pedirte tu alma". No siempre el espíritu es
diferenciado del alma, pero en el pasaje en Lucas 16 al que hicimos referencia
evidentemente el hombre es visto como un espíritu. De hecho, aunque nosotros
podemos distinguir claramente entre las dos áreas espirituales del hombre, su
alma y su espíritu, ellos evidentemente han de ser tomados juntos. Por lo
tanto, es el hombre quien tiene deseos, afectos y sentimientos, y sin embargo
su espíritu es un área superior de su personalidad, incluyendo la conciencia y
la mente. Así, en cuanto a la constitución del hombre, los evangelios, en
armonía con todo el resto de la Escritura, lo muestran como una persona
tripartita, con cuerpo, alma y espíritu unidos, todos ellos esenciales para la
verdad plena de la humanidad. Por consiguiente, nosotros no encontramos ninguna
falta de enseñanza en cuanto a la resurrección del cuerpo. "Los que están
en los sepulcros… saldrán" (Juan 5: 28, 29 – VM). En la resurrección las
relaciones naturales de la vida actual, aunque son recordadas, no son
renovadas. Ellos no mueren, "ni se dan en casamiento" (Lucas 20: 35,
36).
El Hombre tal como es. "Él salvará a su pueblo de sus pecados"
(Mateo 1: 21); "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7: 20);
"De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos…
Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre". (Marcos 7:
21 a 23). "A menos que el hombre naciere de nuevo, no puede ver el reino
de Dios". (Juan 3: 3 – VM).
Estas Escrituras, las cuales
no son más que muestras de lo que aparece en casi cada página de los
evangelios, enseñan la triple condición del hombre bajo el pecado. Él es un transgresor
cuyos pecados lo han puesto
en un lugar de culpabilidad del cual sólo puede ser puesto en libertad por la
misericordia de Dios. Más adelante veremos los fundamentos para esto. Él
también es inmundo, porque el pecado
no sólo lleva culpabilidad ante los ojos de Dios, sino corrupción. Esta
contaminación es vista procediendo desde adentro. No se trata de un asunto de
las manos, sino del corazón. El testimonio constante de nuestro Señor contra
los fariseos fue ese, aunque ellos eran escrupulosos acerca de lo de fuera del
vaso y del plato, por dentro ellos estaban llenos de toda inmundicia. Él los
acusa de ser como sepulcros llenos de huesos de muertos, aunque hermosos por
fuera; de ser como sepulturas que no se ven; y los hombres que andan por encima
de ellas no lo saben. (Lucas 11: 39; Mateo 23: 27; Lucas 11: 44).
Toda la controversia de
nuestro Señor con el fariseísmo está sobre este terreno. La ley debía ser
cumplida hasta su última jota o tilde, pero ellos, mientras quebrantaban el
espíritu de la ley y violaban los mandamientos de Dios, pretendían adornarse ellos
mismos con ella. Por eso el fariseo en el templo agradece a Dios que él no es
como los otros hombres, y cita sus observancias religiosas como una
demostración de esto. (Lucas 18: 9 a 14).
Además de ser culpable y estar
contaminado, el hombre está también incapacitado,
impotente. El pecado trae incapacidad, impotencia, y esto no podría ser
declarado más claramente que en la Escritura que hemos citado refiriéndose a la
necesidad del nuevo nacimiento. Aquí, un líder de los judíos, un maestro, viene
al Señor, y la necesidad del nuevo nacimiento le es enfatizada. Esto muestra
cuán incapaz, impotente, es el hombre natural, no solamente culpable, no sólo
corrupto, sino también impotente para ayudarse a sí mismo.
En el capítulo acerca de los
Milagros, nosotros nos centramos sobre las diversas condiciones espirituales
expuestas en las diferentes enfermedades con las que los hombres estuvieron
afectados. Cada una de ellas da su testimonio en cuanto al pecado. Un deudor
perdonado presupone una transgresión; un leproso limpiado presupone una
contaminación; y un paralítico curado presupone una condición de impotencia,
que se ve en su carácter absoluto en una persona muerta. Así pues, la
enseñanza, si bien no presenta necesariamente las cuestiones en la forma doctrinal
y abstracta de las epístolas, da un testimonio inequívoco de la condición
perdida y caída del hombre.
4. La Doctrina
de
la Salvación
Nosotros usamos el término
"salvación" en un sentido amplio que incluye el todo o cualquier
parte de la obra de gracia que hace frente a la condición caída del hombre. Tal
como hemos visto recién, esta condición tiene tres aspectos: a saber, de culpa,
de contaminación, de muerte o incapacidad. Por tanto, la obra de la gracia que
hace frente a esto tendrá por lo menos tres formas. Para la culpa habrá perdón: para la contaminación habrá limpieza; y para la incapacidad,
nuevo nacimiento, o vida. El principio que hemos afirmado varias
veces será útil aquí. Podemos distinguir, pero no separar. La condición del
hombre puede ser distinguida como teniendo este carácter triple, pero uno de
estos nunca está presente sin los otros dos. Por tanto, no podemos pensar en el
hombre siendo culpable, como habiendo transgredido los mandamientos de Dios,
sin que esté también contaminado y sea incapaz. Así, también, en la obra de la
gracia divina no podemos pensar que el perdón es otorgado, en la manera
Escritural, sin haber sido acompañado por la dación de vida y la limpieza. Si
esta verdad fuera recordada siempre nos evitaríamos mucha confusión al intentar
dividir lo que Dios ha unido.
También estamos en una
completa libertad de decir que la salvación, en su sentido más pleno, mira
hacia adelante a la liberación final de toda presencia de pecado — la
consumación en el cielo. Hay también una salvación gubernamental y externa;
como, por ejemplo, como se habla de ella en el discurso profético de nuestro
Señor: leemos, "El que persevere hasta el fin, éste será salvo"
(Mateo 24: 13). Casi no necesitamos decir que esto no se refiere a la salvación
del alma, sino a la liberación de la Gran Tribulación a través de la cual el
remanente judío será llamado a pasar, con una aplicación indirecta para
nosotros también.
No obstante, hemos dicho lo
suficiente para evitar cualquier malentendido de nuestra designación de este
tema general como salvación. Consideraremos ahora cada uno de los tres aspectos
de esta obra salvadora como es presentada en los evangelios.
(1) El Perdón. Al haber
cometido pecados, el hombre es culpable y tiene una carga sobre él que debe ser
eliminada mediante el perdón. La verdad del perdón es expresada de manera
bienaventurada en los evangelios. Posiblemente el evangelio de Lucas presenta
este tema precioso más completamente que cualquiera de los otros, ni siquiera
exceptuando a Juan. No hay que buscar lejos para ver el motivo: a saber, el
"evangelio" es el tema prominente en Lucas, y el perdón está en la
base misma del evangelio. Así, tenemos el perdón de la mujer que era una
pecadora (Lucas 7), y en la misma narración tenemos la parábola del perdón y la
justificación de los dos deudores. En el Hijo Pródigo tenemos un retrato divino
del perdón y la justificación, y en la parábola del fariseo y el publicano
tenemos dos pensamientos añadidos, leemos, "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas
18: 13). "Os digo que éste
descendió a su casa justificado antes
que el otro" (versículo 14). El primero de estos pensamientos nos presenta
la necesidad de expiación, de un
sacrificio. "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20: 28). El
segundo habla de justificación, el
conocimiento pleno ante todo de la aceptación y, por así decirlo, el 'visto
bueno' ante los ojos de Dios. La justificación, que es el tema de Pablo,
muestra uno de esos vínculos que hemos mencionado entre el evangelio de Lucas y
el ministerio del gran apóstol enviado a los gentiles. La justificación está
ejemplificada por el mejor vestido puesto sobre el hijo pródigo que regresa. El
beso del Padre sugeriría el perdón, pero el mejor vestido sugiere una posición
dada sólo por la justificación. Dondequiera que nosotros encontramos la
salvación en este sentido pleno en cualquiera de los evangelios, encontramos
este pensamiento de justificación conectado con ella. Por ejemplo, los
publicanos se reúnen en un banquete en presencia del Señor. Él justifica esto
diciendo, "Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos", contrastando el pasado de ellos con el presente de ellos.
(Lucas 5: 27 a 32). El hombre de quien fue expulsada la legión, estaba sentado
a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio (Lucas 8: 26 a 39). Estos
exponen la preciosa verdad de la justificación. El arrepentimiento y la
remisión de los pecados iban a ser predicados en el nombre de nuestro Señor
entre todas las naciones, comenzando en Jerusalén (Lucas 24: 47). Así, la
bendita noticia del perdón se iba a extender por todas partes.
(2) La Limpieza. La
verdad de la limpieza está tan íntimamente unida con la de la contaminación que
hizo que fuese necesario que los pasajes que sacan a relucir una, declaren
también la otra. Por ejemplo, el leproso sugiere, como hemos estado viendo, la
culpa del pecado y también su contaminación, leemos, "Señor, si quieres,
puedes limpiarme"; y la respuesta de nuestro Señor es, "Quiero; sé
limpio". (Lucas 5: 12, 13). La lepra es limpiada; la contaminación es
eliminada; la vergüenza es quitada. No hay duda de que un evangelio que
proclama el perdón sin una correspondiente liberación de la contaminación del
pecado es solamente medio evangelio. El perdón está en la base, pero tal como
nuestro Señor declara, la manera de hacer un fruto bueno es hacer el árbol
bueno. "O haced bueno el árbol y bueno su fruto, o haced malo el árbol y
malo su fruto; porque por el fruto se conoce el árbol". (Mateo 12: 33 –
LBLA). Las palabras de misericordia a la mujer de la que hemos hablado
últimamente, "Tu fe te ha salvado, vé en paz" (Lucas 7), insinúan de
la manera más potente su liberación de su pecado. Así, también con la mujer en
el capítulo 8 de Juan donde, de hecho, nuestro Señor dice, "vete, y no
peques más". Se hace que el alma se sienta confortada en la presencia de
la santidad infinita, así como del infinito amor. El amor que ha perdonado es
demasiado grande como para permitir al perdonado que se siga contaminando. No
necesitamos decir de qué manera esto se reitera en cada milagro de nuestro
Señor.
(3) El Nuevo Nacimiento.
Estrechamente unido con la verdad de la limpieza está la del nuevo nacimiento.
En realidad, no son más que partes de la misma gran verdad. El vino nuevo debe
ser puesto en odres nuevos. El pecador debe nacer de nuevo, debe tener una nueva
naturaleza, si ha de ser un vaso que puede contener la energía de la vida
divina. Como muerto, el hombre necesita vivificación. Esta es la condición
descrita en la parábola del hijo pródigo. Él no sólo se había perdido y ahora
es hallado, sino que estaba muerto y ahora ha revivido. Lo primero sugiere una
distancia de Dios. Lo segundo muestra su necesidad del nuevo nacimiento. (Lucas
15: 11 a 32). Este es el gran tema del evangelio de Juan, donde no sólo tenemos
la verdad del nuevo nacimiento, sino la de la vida eterna, el acompañamiento de
ese nacimiento.
Sin entrar en controversia,
podemos decir resumiendo que esa vida debe tener un principio, y que, en
lenguaje común, el nacimiento es el comienzo de la vida. La expresión
"vida eterna" en el evangelio de Juan es usada frecuentemente, y sin
duda de amplia manera. Evidentemente ella sugiere la obra del Espíritu en
nosotros, pero también la obra de Dios en relación con nuestro Señor Jesucristo
de una manera marcada. La vida eterna es el resultado de la fe en Él — Juan 3:
16; Juan 5: 24, etc. Esta vida eterna puede ser considerada como lo opuesto a
la condenación (Juan 3: 18, 36), y por tanto incluye el perdón. Ello es ser sacado
de la muerte, y por consiguiente
incluye el nuevo nacimiento (Juan 5: 24). Ello es sobre la base de Su obra sacrificial
y por tanto incluye la
expiación (Juan 6: 54). Es eterna,
pues nadie puede arrebatar al creyente de las manos de nuestro Señor (Juan 10:
28). Ella es expresada en la comunión
y el disfrute de Dios, por tanto ella es el conocimiento del único Dios
verdadero y de Jesucristo a quien Él ha enviado (Juan 17: 3). Se verá así que
la expresión "vida eterna" como es usada en el evangelio de Juan es
la expresión general que cubre todo el tema del cual hemos hablado. Sin duda,
existe el carácter más abundante de esta vida en el momento actual, es decir,
la plenitud de la revelación de la persona y la obra de Cristo; y sobre todo,
la presencia del Espíritu Santo morando en el creyente, dando una plenitud y
una libertad a la vida eterna tal como la conocemos ahora. Además, hay un
aspecto de la vida eterna que mira hacia adelante a la gloria. Tenemos esto en
los evangelios sinópticos. Leemos, " si quieres entrar en la vida"(Mateo 19: 17);
"y en el siglo venidero
la vida eterna". (Lucas 18:30).
(4) Cuán Disponible.
Llegamos ahora a preguntar de qué manera la bienaventuranza del perdón y la
liberación van a ser puestos a disposición del hombre pecador. Los evangelios
son tan claros en esto como lo son en todo el resto. 'Arrepentimiento para con
Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo' están escritos en todas sus páginas.
Toda la predicación de Juan el Bautista fue un llamado al arrepentimiento. Era
sólo así que el camino para el Señor podía ser preparado; sólo así el pueblo
estaría preparado para recibir a Aquel que vendría después.
Nuestro Señor ocupó la misma
palabra y predicó el arrepentimiento; y cuando los fariseos Le preguntaron
acerca de Su autoridad, Él los remitió de regreso a una pregunta previa en
cuanto al ministerio de Juan el Bautista. (Mateo 21: 23 a 27). ¿Se habían
doblegado ellos a su llamamiento al arrepentimiento? Si ese no era el caso,
ellos eran incapaces de creer. Así también al describir la obra de la gracia en
el alma (Lucas 15), el Señor la llama arrepentimiento. "Hay gozo delante
de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.
Como ilustraciones del
arrepentimiento nosotros tenemos al publicano en el templo, él dice, "¡Dios,
ten misericordia de mí, pecador!" (Lucas 18: 13 – VM) y el de la mujer
regando los pies del Señor con lágrimas. (Lucas 7). Es este quebrantamiento de
corazón lo que Dios no desprecia; es arrepentimiento y se insiste en él
constantemente a lo largo de los evangelios. "Los sanos no tienen necesidad
de médico". (Marcos 2: 17).
La fe siempre es el
acompañamiento del verdadero arrepentimiento. En realidad, no son más que dos
aspectos del mismo hecho. El arrepentimiento es considerarme a mi mismo como
estando en la presencia de Dios, y la fe es considerar a Dios en cuanto a mi
necesidad. Casi todos los milagros obrados por nuestro Señor estuvieron
condicionado por la fe del receptor. "Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la
incredulidad de ellos"
(Mateo 13: 58). "Al que cree todo le es posible" (Marcos 9: 23).
"Creo; ayuda mi incredulidad" (Marcos 9: 24). Así encontramos a lo
largo de los Sinópticos; y cuando acudimos al evangelio de Juan, no es
meramente fe en el poder del Señor para obrar un milagro, sino fe en Él mismo. "Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1: 12). "Como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda (lit. no
perezca)" (Juan 3: 14, 15). Entonces, constantemente a través de este
evangelio, la fe en la persona de Cristo es enfatizada y el resultado de esa fe
es el perdón y la vida eterna.
(5) En cuanto al Mundo. ¿Cuál
es el testimonio de los evangelistas en cuanto al mundo? Estas son tres
expresiones usadas en los evangelios todas las cuales han sido traducidas como
"mundo, a saber, kosmos, que
significa la tierra material habitada por el hombre, pero con una significancia
moral en el evangelio de Juan; oikoumene,
'tierra habitable', o como podríamos decir, el mundo civilizado, refiriéndose
al Imperio Romano (Lucas 2: 1) — esta aparece de manera infrecuente; y aion
o "edad, era", usada de
manera dispensacional para describir el curso del tiempo y el carácter moral del
período. Tenemos así, "ni en este siglo (era) ni en el venidero"
(Mateo 12: 32).
Como ha sido dicho, en el
evangelio de Juan la palabra que podríamos traducir como "tierra"
tiene la significancia moral de "era" relacionada a menudo con ella.
De hecho, algunas veces ella parece referirse al mundo religioso, como lo
llamamos. Leemos, "vosotros sois de este mundo (kósmos)" (Juan 8: 23). Con independencia
de cuál sea la
palabra usada, no puede haber duda alguna de que nuestro Señor no era de este
mundo. En el evangelio de Juan Él declara que Sus discípulos no son de este
mundo, como Él no lo es, y de principio a fin de ese evangelio Le vemos como
fuera de todo él. Es fuera de este que Él conduce a Sus ovejas, y cuando las
deja, Él las encomienda al cuidado de Su Padre para ser guardadas del mal que existe
en el mundo.
Encontramos también en los
Sinópticos el término "siglo (o, era)" usado constantemente para la
época actual y para la que la sucede — la milenial. El Señor traza el curso de
la era actual, Él muestra su final y de qué manera la siguiente, o era milenial
será introducida. No puede haber duda alguna en cuanto a Su enseñanza aquí.
Lejos de que el mundo ceda gradualmente a las benéficas influencias de la
verdad y de que sea llevado a estar bajo su poder, el mundo continúa
inalterado. Los Suyos son siempre un remanente en medio de él. El final de todo
es mediante juicios. Él limpiará Su reino de todo lo que sirve de tropiezo, y
de los que hacen iniquidad.
Nosotros comentamos en este
punto que más allá de dos referencias anticipativas en cuanto a la Iglesia (en
Mateo 16 y 18) y en la parábola de la perla, no tenemos nada distintivo con
respecto a la formación del Cuerpo de Cristo en el actual intervalo de la
gracia, de una manera dispensacional. Es el tiempo cuando la semilla está
siendo sembrada, cuando el enemigo también está introduciendo cizaña y la
levadura del error se está extendiendo, mientras la profesión también se está
extendiendo como un árbol de mostaza. (Mateo 13). Se trata de la proclamación
del Reino, junto con el bautismo como rito iniciático, o de la verdad preciosa
del perdón y la membresía en la familia de Dios junto con el memorial de la
Cena del Señor; pero 'la verdad de la Iglesia', como es revelada en las
epístolas, debía esperar la venida del Espíritu Santo y el envío del
instrumento escogido hecho apto por la gracia para dar a conocer este gran
misterio.
(6) El Futuro. Aquellos
que han estudiado el gran discurso profético del Señor en el Monte de los
Olivos no pueden haber dejado de ver cuán claramente es enseñada la verdad de
la segunda venida. (Mateo 24 y 25). Sin embargo, ella no está relacionada con
el arrebatamiento (o, rapto) de la Iglesia (un misterio, como ya hemos visto,
no dado a conocer en aquel entonces), sino con los juicios preliminares a Su
establecimiento de Su Reino milenial. El Reino del Hijo del Hombre va a ser
introducido, como vimos, mediante los juicios del más temible carácter sobre
Sus enemigos que tienen su lugar con el diablo y sus ángeles en el lago de fuego.
El futuro para los salvados no es descrito meramente en sus características
mileniales, sino en el estado eterno. "En la casa de mi Padre muchas
moradas hay" (Juan 14: 2), estas son las moradas eternas. También "El
seno de Abraham" (Lucas 16), desde un punto de vista judío, expone la
bienaventuranza del pueblo de Dios después de la muerte. No hay ninguna
necesidad de la interpretación grotesca de algunos de que nuestro Señor liberó
a los santos del Antiguo Testamento de la esclavitud del seol donde ellos habían
estado confinados hasta Su resurrección. Los
santos son evidentemente consolados, como Lázaro en el seno de Abraham, y este
es el Reino de Dios donde están Abraham, Isaac y Jacob. El juicio del capítulo
25 de Mateo, como ha sido dicho, es un juicio de las naciones que están vivas antes
de la venida del Señor a establecer Su Reino.
El juicio de los muertos está
sugerido en Mateo 11: 22, "En el día del juicio, será más tolerable el
castigo para Tiro y para Sidón, que para vosotras". De este juicio de los
muertos se habla en Juan 5: 29 como teniendo lugar en la resurrección de los
inicuos, separada por mil años, como sabemos, de la resurrección de los justos.
La distinción moral sólo es presentada en Juan.
Somos llevados así hasta el
final de los tiempos con una pregunta aún a ser respondida, ¿Qué tiene nuestro Señor
que decir acerca de la eternidad para los salvados y para los perdidos?
En cuanto a los salvados, Él
declara, "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo
os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y
os preparare lugar, vendré otra vez (el acercamiento más cercano que tenemos en
el evangelio a la venida del Señor a buscar a los santos del actual intervalo
de la gracia), y os tomaré a mí mismo". (Juan 14: 2, 3). Todas las
verdades de la vida eterna y del cielo hablan de esta bienaventuranza eterna,
la cual es la porción de cada creyente en el Señor Jesús.
Para los no salvados, el
testimonio es igualmente claro, y de los mismos labios, leemos, "Mejor te
es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que
no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se
apaga". (Marcos 9: 43, 44). Aquí, y en muchos otros pasajes, no tenemos meramente
el hecho de que se habla del hades
como de un lugar de tormento para los inicuos (Lucas 16), sino la Gehena, "el
"fuego que no
puede ser apagado". Esto es lo que hace tan intensamente solemne la
palabra de nuestro Señor a los fariseos, "¿Cómo escaparéis de la
condenación del infierno? — Gehena.
No podemos dejar de ver al
leer los evangelios que el Señor Jesús con toda la energía de Su alma santa
habló de la eternidad del futuro castigo para los perdidos. Esto fue lo que Le
trajo del cielo, lo que Le llevó a suplicar a los hombres, lo que Le hizo
agonizar por las almas. Fue esto lo que Le llevó a la cruz para abrir un camino
nuevo para que los hombres escapen de la ira de Dios. Es apropiado, pero muy
solemne, que en ninguna parte de la palabra de Dios la enseñanza acerca del
castigo eterno esté más clara que en los evangelios, y de los labios de Aquel
que dijo, "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os
haré descansar". (Mateo 11: 28).
Hemos recopilado así, en este
resumen rápido y parcial, unas pocas de las principales enseñanzas de los
cuatro evangelios en cuanto a los grandes esquemas de doctrina. Encontramos que
ellos son particularmente copiosos al presentar a Dios y a la persona de nuestro
bendito Señor Jesucristo; que el modo de salvación es hecho claro, y el futuro,
tanto para los salvados como para los perdidos, está claramente declarado. Cuando
nosotros comparamos estas verdades con las del Antiguo Testamento vemos un
adelanto inmenso en cada detalle. Todo lo que hubo antes fue parcial. Dios
moraba en densas tinieblas, revelándose, como lo tenemos en la epístola a los Hebreos,
"muchas veces y de muchas maneras". Indiscutiblemente, hay una teología
del Antiguo Testamento, y desde el principio mismo no podíamos dejar de reconocer
a Dios como un Ser de infinitos poder, santidad, justicia y benignidad; pero
todas las cosas señalando hacia adelante, y nosotros no tenemos en el Antiguo Testamento
la verdad como ella es dada a conocer en Jesús.
De manera similar, cuando
comparamos los evangelios con las epístolas, encontramos en las últimas un
adelanto sobre los primeros en ciertas orientaciones, pero es sugestivo que la
verdad en cuanto a las personas de la Deidad alcanza su clímax, podemos decir,
en los evangelios. Tal como comentamos en otra conexión, aunque las epístolas
nos presentan indiscutiblemente la más elevada forma de la verdad, ello no es
tanto en contraste, sino como corolario necesario de la revelación de nuestro Señor
Jesucristo como es presentada en los evangelios. Estos últimos concluyen con
los discípulos mirando atentamente al cielo adonde el Señor Jesús ha ido, y
esperando que "la promesa del Padre" sea enviada desde allá. En las epístolas,
como ha sido comentado, el Espíritu está presente y son traídas a nuestra
memoria todas las cosas que el Señor Jesús "comenzó a hacer y a enseñar". ¡Eterna
alabanza sea a Su bendito nombre!
Samuel Ridout
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA
= La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).