EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

Prefacio e Introducción (H. H. Snell)

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Acerca de la inspiración y la Autoridad Divinas de las Santas Escrituras

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Acerca de la inspiración y la Autoridad Divinas de las Santas Escrituras

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Prefacio

 

Las siguientes páginas contienen el contenido de las conferencias que fueron presentadas recientemente en el salón Montgomery, en la ciudad de Sheffield, Inglaterra, con el objetivo de hacer frente a la abundancia de incredulidad en cuanto a la inspiración y la autoridad divinas de las Santas Escrituras que últimamente ha estado invadiendo la cristiandad.

 

Se espera que el lector no dejará de considerar los diversos pasajes de las Escrituras a los cuales se hace referencia.

 

Se invita cordialmente a la oración de todos los que aman sinceramente a nuestro Señor Jesucristo, para que Dios bendiga este pequeño servicio.

 

H. H. S.

 

Sheffield, 1889.

 

Introducción

 

Nuestro Señor, al hablar de las Escrituras, dijo: "Ellas son las que dan testimonio de mí" (Juan 5: 39), y que cuando venga el Espíritu de verdad, El “tomará de lo mío, y os lo hará saber". (Juan 16: 13, 14). Entonces, es claro que aquellos que son guiados por el Espíritu Santo a la verdadera enseñanza de la Escritura tendrán al Señor Jesucristo ministrado a ellos. ¿Cómo puede ser de otra manera, pues acaso no es Él enfáticamente "LA VERDAD"?  Entonces, ¿es posible sobreestimar el valor de tales puntos de referencia divinamente presentados?

 

Los ateos y los deístas se han complacido durante mucho tiempo en lanzar sus diatribas contra el volumen sagrado. Incluso de vez en cuando un Voltaire, un Tom Paine, o algún otro de esa índole de personas ha sido notorio adalid de la incredulidad, y no ha mantenido en secreto sus blasfemias; de modo que los fieles hombres de Dios sabían con quién tenían que encontrarse y lo que podían esperar de tales personas. Pero ahora una clase mucho más eficaz de instrumentos es empleada activamente para tratar de socavar el valor infinito y la autoridad divina de la Palabra inspirada y, nos sonrojamos al añadir, no pocos de ellos son los ministros profesos del evangelio. También el fatal perjuicio no es producido como antes por ignorar la Biblia en su totalidad sino más bien por diversas personas que dirigen sus ataques contra diferentes porciones de la revelación divina; de modo que en este momento apenas hay una verdad fundamental de la Escritura que no esté siendo cuestionada o negada en una u otra parte de la cristiandad. Verdaderamente han llegado los días de adversidad, de aflicción. Los emisarios de Satanás están activos. Todo lo que puede ser sacudido está en movimiento. Los racionalistas están ocupados. Abundan la desconfianza y la incredulidad, y muchos tienen temor a lo que puede venir después. ¿Y por qué todo esto? ¿Acaso no será porque ellos no han conocido "la verdad"? Nuestro Señor dijo,

 

“Yo soy… la verdad”.

 

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres… Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”. (Juan 14: 6; Juan 8: 32, 36).

 

El error fundamental de todo este alejamiento de la verdad es sin duda el rechazo a aceptar el veredicto divino de que "los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Romanos 8: 8), y recibir en cambio la falsa noción de la capacidad humana para juzgar las cosas de Dios; ignorando así nuestra caída por la desobediencia de Adán. Indudablemente los hombres tienen habilidades naturales para los asuntos de esta vida, pero la Escritura nos dice claramente que "nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios". (1ª Corintios 2: 11). Incluso los apóstoles, que eran "ministros competentes” del Nuevo Pacto o Testamento (2ª Corintios 3: 6), con dones y cualidades maravillosas, solían decir,

 

“No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios”. (2ª Corintios 3: 5, 6).

 

Si tales poderosos hombres de Dios declararon su incapacidad de pensar un pensamiento correcto aparte de la enseñanza del Espíritu, cuán desastroso es en estos días encontrar a tantas personas confiando en el aprendizaje y la capacidad naturales, y expresando sus opiniones acerca de las Escrituras con tal temeridad y audacia, en lugar de admitir y confiar humildemente en el ministerio de gracia del "Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen" (Hechos 5: 32), y recibir así con fe el testimonio de Dios.

 

Es casi imposible que la Escritura pudiese hablar más claramente de lo que lo hace acerca de este trascendental tema. Nosotros no decimos nada en contra del aprendizaje y el talento humanos para las cosas mundanas, pero con respecto a las cosas de Dios otra Escritura dice que los creyentes han “recibido . . . el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos las cosas que Dios nos ha dado gratuitamente … Pero el hombre natural [obsérvese que es el hombre natural] no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede comprender, porque se han de discernir espiritualmente”. (1ª Corintios 2: 12, 14 – RVA).

 

¡Cuán verdaderamente se verifica esto en estos días! No dejemos de mencionar además que uno debe ser "espiritual" (bajo la guía, enseñanza y poder, del Espíritu Santo, que ocupa el alma con el Señor Jesús donde Él está), para discernir las cosas de Dios.

 

“El hombre espiritual lo juzga todo”. (1ª Corintios 2: 15 - RVA).

 

No hay duda alguna de que la mayor parte de la confusión en la cristiandad en cuanto a las Escrituras debe ser atribuida a la confianza en la sabiduría humana en lugar de honrar el ministerio del Espíritu Santo. Sería imposible para aquellos que han nacido de Dios adelantar opiniones, o valorar las de otros, en cuanto al claro testimonio de la Palabra escrita, y mucho menos consultarían a conocidos escépticos y deístas si conocieran en sus propias almas la enseñanza y el poder del "Espíritu de verdad". Cuestionar la autenticidad divina de las Santas Escrituras (y lamentablemente! cuán pocos lo piensan), es rechazar la palabra de Dios, al Hijo de Dios y, por tanto, la salvación de Dios. Se nos dice que nuestro Señor,

 

“comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. (Lucas 24: 27).

 

Los hombres pueden jactarse del ‘pensamiento moderno’ y del ‘progreso intelectual’, y llamarse a sí mismos ‘una escuela avanzada’; pero nosotros estamos persuadidos de que no está lejos una crisis solemne. La pregunta en toda la cristiandad que comienza ya a oírse lejos y cerca, es: «¿Es la Biblia la revelación de Dios de su pensamiento y voluntad?» o, «¿Es meramente una colección de los escritos y las opiniones de hombres buenos?». Muchos de los adversarios de la verdad prodigan sus alabanzas por ser ella ‘el mejor de los libros’, pero tales halagos son innecesarios e inaceptables. ¿Son las Escrituras la expresión del pensamiento de Dios que vino por Su voluntad y no por voluntad de hombre, pensamiento que los santos hombres de Dios hablaron al ser movidos por el Espíritu Santo? Si no es así, no puede haber fe, ni terreno divino sobre el cual pueda descansar el alma. Pero, teniendo Su propia palabra, y conociendo Su perfecto amor y fidelidad en la obra consumada del Señor Jesús, y habiendo oído y recibido el evangelio de Su gracia, el alma descansa en perfecta paz delante de Él y puede regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios.

 

El creyente no está llamado a definir la inspiración. No ha sido revelado de qué manera fueron inspiradas las Escrituras. Es suficiente para él que por medio de ellas Dios es dado a conocer, que santos hombres de Dios testificaron por "el Espíritu de Cristo que estaba en ellos" (1ª Pedro 1: 10, 11) , y que ellos ministran a Cristo a su alma. También nuestro Señor, al hablar de nosotros al Padre, dijo: "Yo les he dado tu palabra". (Juan 17: 14). Después de eso nosotros leemos que los apóstoles y los hermanos oraron para que ellos pudieran "con todo denuedo” hablar Su palabra , y se les respondió de tal manera, que "fueron todos llenos del Espíritu Santo, y hablaban la palabra de Dios con denuedo." Los creyentes sabían que el ministerio en tiempos antiguos, y también por medio de nuestro Señor y Sus apóstoles, era el ministerio de "la palabra de Dios".

 

Tampoco los creyentes son llamados a que resuelvan todos los misterios y dificultades de las Escrituras. Ellos pueden conocer muy poco de la Biblia; pero encuentran que en ella está revelado, sin sombra de duda, que Jesús el Hijo de Dios "fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4: 25); y que "de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree" (Hechos 13: 38, 39), y están llenos de "todo gozo y paz en el creer". (Romanos 15: 13).

 

¡Cuán claramente nosotros podemos ver “que aquel día se acerca "! El clamor de "paz y seguridad", preludio de una destrucción repentina, casi rodea la tierra habitable. Los "tiempos de los gentiles" se están cumpliendo rápidamente. No pocos se han apartado de la fe. La nube que durante tanto tiempo se ha estado cerniendo sobre la cristiandad se espesa y desciende con increíble rapidez. Los discípulos de la moderna incredulidad se están multiplicando. El "camino de Caín", o acercamiento a Dios sin sangre, está siendo ampliamente aceptado. (Judas 11; Génesis 4: 1-17). El nombre de Cristo está siendo asociado sin rubor a propósitos no Escriturales, a fin de que estos puedan ser acreditados; y teniendo “apariencia de piedad, pero” negando “la eficacia de ella", lo cual los fieles son exhortados a ‘evitar’ (2ª Timoteo 3: 1-5), ello se está extendiendo lejos y cerca. Las innumerables confederaciones de hombres en todas partes pueden estar proyectando su sombra para insinuar que la atadura de la cizaña en manojos no está lejos. Tampoco podemos dejar de ver que la hostilidad entre los incrédulos confesos y los profesantes formales de cristianismo posiblemente puede ser el presagio de esa gran colisión que en breve tendrá su solemne cumplimiento cuando ellos

 

“aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego”. (Hebreos 10: 25 ; 1ª Tesalonicenses 5: 1-3; Apocalipsis 17: 16).

 

Sería imposible que en este momento los fieles no ‘den alarma’. Nosotros debemos ‘amonestar (advertir) y también ‘alentar’. La neutralidad no es una opción; porque nuestro Señor dijo: "El que no es conmigo, contra mí es". (Lucas 11; 23). En lo que se refiere a aquellos que son fieles a Él, la suprema autoridad de la Escritura será mantenida a toda costa. Su perfección y excelencia intrínsecas han sido saboreadas y disfrutadas por ellos y ellos conocen la voz del Pastor. Cristo mismo, vida y justicia de ellos, es el recurso de ellos; Su Padre es Padre de ellos, el cual los ama como Él amó a su Hijo. El Espíritu Santo es el Maestro, Guía y Fortaleza de ellos. La consigna de ellos es: "Escrito está", y encuentran verdadero deleite en servir al Dios vivo y verdadero, y en esperar de los cielos a Su Hijo. (1ª Tesalonicenses 1: 9, 10). Ellos saben que "la noche está avanzada, y se acerca el día". (Romanos 13: 12).

 

Es incuestionable el hecho de que las Escrituras han sido maravillosamente preservadas para nosotros hasta el momento actual; pero otra cosa es cuáles medios ha empleado Dios para que esto sea una realidad. En cuanto al Antiguo Testamento, es cierto que a los judíos "les ha sido confiada la palabra de Dios" (Romanos 3: 1, 2); y es muy interesante observar cuán escrupulosamente los judíos piadosos han guardado a veces el sagrado tesoro y también que los libros que ellos acreditan todavía como divinamente inspirados corresponden con lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento, aunque los libros no están encuadernados juntos precisamente en el mismo orden.

 

Las pretensiones de las iglesias Católica Romana o la Anglicana de ser los designados custodios de las Escrituras, y que las decisiones de sus concilios les dan su autoridad, son tan injustificadas e infundadas como cualquier cosa puede serlo. ¿Dónde hay una línea de la Escritura que justifique tal conclusión? Nosotros somos muy conscientes de que nuestros oponentes dirían: «Hay que oír a la iglesia»; a lo que nosotros respondemos que, aunque esa Escritura da autoridad a la iglesia o asamblea en caso de disciplina, ella no da ni una sombra de autorización en cuanto a que los oráculos de Dios estén ahora encomendados a la iglesia. Las palabras: "oyere a la iglesia" se encuentran sólo en Mateo 18, y se refieren a un hermano ofensor que, habiéndole hablado al ofendido de su pecado estando solos, y no habiendo sido él ganado, entonces su falta es llevada de nuevo ante él en presencia de uno o dos más, y no habiéndolos oído a ellos, entonces la asamblea o iglesia debe ser informada de ello,

 

 “y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”. (Mateo 18; 15-17).

 

Ahora bien, honestamente, ¿qué tiene esto que ver con que la iglesia sea custodio de las Escrituras y que ella decida sobre la autoridad de ellas? En vez de ser la iglesia la que da autoridad a las Escrituras, es realmente la Escritura la que, en casos de disciplina, da autoridad a la iglesia.

 

Otra palabra presentada últimamente para reforzar esta tradición de hombres es citada del evangelio según Lucas capítulo 10, versículo 16, cuando nuestro Señor, al enviar a los setenta a predicar las buenas nuevas del reino (porque el Mesías estaba allí, y listo para establecer Su reino), dijo: "El que a vosotros oye, a mí me oye". Ahora bien, ¿dónde hay aquí alguna alusión a la iglesia o a su autoridad? Ha sido siempre cierto que recibir o rechazar al siervo equivale a recibir o rechazar a Aquel que envía, ya que aquí es el siervo el que es oído porque él vino a ellos en el nombre del Mesías. Nosotros sabemos por Mateo 16: 18 y otras Escrituras que la iglesia en la tierra no existía en aquel entonces, ni podía existir hasta que descendiera el Espíritu Santo, tal como está registrado en el segundo capítulo del libro de los Hechos.

 

Por otra parte, los oponentes de la verdad recurren a estas palabras:

 

“Esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2ª Timoteo 2: 2).

 

Estas palabras se encuentran en la última epístola de Pablo a Timoteo, cuando todos los que estaban en Asia (la parte occidental de Turquía actual) lo habían abandonado, y un prominente consiervo lo había abandonado amando este mundo. (2ª Timoteo 1: 15; 2ª Timoteo 4: 10).  La Iglesia había continuado por mucho tiempo como testimonio colectivo de Dios en la tierra, y había fracasado profundamente, y nada habría sido más fácil que el anciano apóstol, en la perspectiva del martirio, hubiera encomendado a Timoteo a la autoridad eclesiástica; pero en lugar de eso, él pide a Timoteo que busque individuos en la iglesia en la tierra a quienes él puede considerar fieles al Señor, y que encargue la verdad que él había recibido del apóstol a los que puede llamar "hombres fieles", para que pudiesen enseñar también a otros. Timoteo no pudo dejar de entenderlo así. No hay ningún pensamiento de autoridad eclesiástica en el pasaje. Tampoco hay allí, ni en ninguna otra parte de la Escritura, la idea de que ‘la iglesia enseña’. En lugar de que la iglesia enseñe, la iglesia es enseñada por los "dones" recibidos de Cristo en la ascensión; y en la perspectiva de ruina y dificultad en la iglesia considerada como testigo colectivo de Dios en la tierra, nosotros somos dirigidos a las Escrituras y a su suficiencia como nuestro recurso en un tiempo de maldad en los días postreros. (2ª Timoteo 3: 15-17; véase también Efesios 4: 8-16 ). Desde el primero hasta el último de los escritos sagrados la autoridad divina de ellos es expuesta ante nosotros. Incluso cuando Pablo predicaba, el cual había recibido su comisión directamente del propio Señor, como él dice, "no de hombres ni por hombre" (Gálatas 1: 1),y los de Berea fueron especialmente alabados por el Espíritu Santo, porque escudriñaban cada día las Escrituras, "para ver si estas cosas eran así". ( Hechos 17: 10, 11 ). Cuán importante es en este momento ver que en lugar de que la iglesia dé autoridad o añada algún valor a la Palabra escrita, es esa Palabra la que es la única autoridad en la iglesia, y es suficiente para guiar, instruir y corregir a todo creyente y capacitarlo para toda buena obra. (2ª Timoteo 2: 16, 17).

 

La verdad es que "la fe que ha sido una vez dada", en lugar de ser depositada al cuidado y autoridad de una asociación colectiva, — la iglesia, — se nos dice claramente que “ha sido una vez dada a los santos" de modo que cada creyente (pues todos los tales son "santos" por vocación) ha recibido esta maravillosa concesión del Señor, y está bajo la obligación ante Él de contender “ardientemente" por ella, y mantenerla a toda costa por Su honra. ( Judas 3). Cuando no se presta atención a la Palabra de verdad eterna en su carácter divino como el recurso y la guía diarios, es casi seguro que se recurrirá a hombres y libros que usurparán el lugar de Dios y la Palabra de Su gracia en el corazón y la mente, con gran pérdida y daño del alma. "El obedecer es mejor que los sacrificios" (1º libro de Samuel 15: 22); y “el prestar atención” y guardar las "palabras" del Hijo de Dios es la demostración de que nosotros Le amamos (Juan 14: 23); y un apóstol acostumbraba exhortar a los creyentes a tener “memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles". (2ª Pedro 3: 2).

 

H. H. Snell

 

Traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.- Diciembre 2024.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

Título original en inglés:
On the Inspiration and Divine Authority of the Holy Scriptures, Articles by H.H.Snell
Traducido con permiso
Publicado por:
Bible Truth Publishers

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