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El Reino de los Cielos (H. H. Snell)

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Duración: 1 hora 13 minutos y 56 segundos

Siete Sermones acerca de la Segunda Venida y el Reino de nuestro Señor Jesucristo.

 

H. H. Snell

 

Sexto Sermón:

 

El Reino de los Cielos

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

Lectura Bíblica:

 

"Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado".

(Mateo 4: 17)

 

Amados amigos, esta noche nuestro tema es, "el reino de los cielos". Y cuando yo dirijo la atención al hecho de que la expresión aparece en el evangelio de Mateo tantas veces como los capítulos que hay en ese evangelio, no necesito decir nada más para asegurarles la importancia del tema.

 

"El reino de los cielos" es una expresión que aparece solamente en Mateo, y no la debemos confundir con "el reino de Dios"; pues, aunque algunas veces los términos son usados de manera intercambiable, no obstante, nunca hay una alteración de uno al otro sin que el Espíritu Santo tenga un claro motivo para ello; mientras que otras veces ellos son usados en sentidos muy diferentes. Por ejemplo, el reino de Dios en un sentido expresa, si se me permite decirlo, el pensamiento más amplio de la Escritura. Es el reino de Dios, lo que tiene que ver con Dios, — Padre,  Hijo, y Espíritu Santo. En el estado eterno el Hijo habrá entregado el reino a Dios, para que Dios sea todo en todo. El reino de Dios es, en este sentido, aquel en el que una persona entra sólo mediante la regeneración. Muchos falsos profesantes pertenecen al reino de los cielos. Pero Jesús dijo, "A menos que uno nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Juan 3: 3 – RVA). Y el Espíritu Santo dice también por medio de Pablo, "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios". (1ª. Corintios 15: 50). De modo que el reino de Dios es a veces muy distinto en las Escrituras del reino de los cielos, lo cual confío que será aclarado al considerar las diversas Escrituras acerca del tema.

 

Permitan que yo diga también que, en la Escritura, el reino de los cielos no es lo mismo que la Iglesia de Dios. El error de confundir estas dos cosas es una de las fuentes de error más fructíferas en el día actual, y afecta enormemente el andar y la conducta del cristiano. Ellas se diferencian enormemente en varios aspectos. Permitan que llame a prestar atención sobre algunas de esas diferencias. En primer lugar, en cuanto a la relación con Cristo. Aquellos que estarán en el reino de los cielos, considerados en su mejor sentido, tendrán la relación con Cristo de súbditos a un Rey. Se reinará sobre ellos y serán regidos por Él como un Rey perfecto gobernaría a sus súbditos. La relación del creyente con Cristo ahora, como estando en la Iglesia de Dios, es la relación de la esposa o cuerpo de Cristo, — es decir, membresía de Su cuerpo, — unión con Cristo; de modo que Cristo nunca es llamado en las Escrituras el Rey de la Iglesia. Yo soy consciente de que en el capítulo 15 del Apocalipsis hay una expresión, "rey de los santos", pero una traducción alternativa reza, "rey de las naciones", y este es el verdadero significado. (Apocalipsis 15: 3 – LBLA, JND, RVA). Cristo es Señor en el sentido de como un marido es cabeza de la esposa; así que nuestro destino es reinar con Cristo, sentarnos en el trono con Él, compartir Su gloria, poseer el reino con Cristo. Por lo tanto, ustedes ven que hay una asombrosa diferencia en cuanto a la relación. Además, en cuanto a la disciplina. Con respecto al reino, cuando los siervos de la parábola del trigo y la cizaña preguntan si arrancarán la cizaña, el Señor dijo, "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega". (Mateo 13: 30). En la condición perteneciente al reino la cizaña no es tocada hasta que el propio Señor viene y envía a Sus ángeles a lidiar con ellos; pero, en la Iglesia de Dios, la santidad ha de ser la característica de la asamblea. Ninguna comunión con incrédulos; ninguna comunión con aquello que es malo; sino separación del mundo. Leemos, "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo" (2ª. Corintios 6: 17); y, "Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros" (1ª. Corintios 5: 13), y Escrituras por el estilo muestran el pensamiento de Cristo con respecto a lo que debe ser la disciplina de la Iglesia de Dios. Y, además, en cuanto a la esperanza. La esperanza apropiada del reino es que llegará el período en que lo que es malo ahora sobre la faz de la tierra será barrido, y en que la gloria del Señor cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar. Pero la esperanza apropiada de la Iglesia de Dios es la de ser arrebatada para encontrar al Señor en el aire, y estar así para siempre con Él.

 

Estos son algunos de los puntos de diferencia entre los principios de la Iglesia de Dios y los principios del reino; Y si yo hablo de cualquier persona que existe ahora, en cuanto a su alma, en el terreno del reino, doy a entender que se trata de los que procuran mantener los principios del reino, en lugar de bregar por las verdades distintivas de la asamblea de Dios. El reino de los cielos no está definido en la Escritura; pero si yo tuviera que hacer una sugerencia al respecto, diría que el reino de los cielos consiste de personas en la tierra que ocupan un lugar de reconocimiento de la autoridad y del gobierno del Señor en el cielo. Ello puede ser verdad o una mera profesión nominal.

 

Yo repito que solamente en el evangelio de Mateo nos encontramos con la expresión, "El reino de los cielos"; pero antes de abordar el tema, me parece que podría ser útil decir unas pocas palabras acerca de las características principales de cada uno de los cuatro evangelios; pues yo estoy persuadido, mis amados amigos, de que los evangelios son menos entendidos por los cristianos que quizás cualquier otra parte de la palabra de Dios.

 

Los cuatro evangelios nos presentan cuatro aspectos distintos del Señor Jesús en los días de Su carne, y cada escritor fue inspirado por el Espíritu Santo para tratar con una línea especial de verdad concerniente a Él.

 

Mateo nos Lo presenta como el Mesías; en Marcos Le tenemos como el siervo perfecto; en Lucas se hace referencia peculiarmente a Él como el Hijo del Hombre; y Juan Lo revela de manera muy bienaventurada como el Hijo de Dios.

 

En Mateo tenemos, en el primer capítulo, la genealogía del Señor trazada desde Abraham y David, debido a que estos son dos raíces de los hijos de Israel, — estando la promesa especialmente conectada con Abraham, y la realeza con David. A Jesús se le sigue aquí el rastro desde ellos, y Él nos es presentado en relación con el pueblo judío por medio de este evangelio. Él es presentado como el que nació rey de los judíos. Tenemos el Sermón del monte más ampliamente traído ante nosotros que en cualquier otro evangelio. Las parábolas del reino de los cielos, de las cuales hay muchas, son encontradas solamente aquí. Tenemos también dos expresiones notables en relación con la crucifixión de Cristo. Una es la imprecación del pueblo judío, — "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27: 25); la otra es una cita del salmo 22, "Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere" (Mateo 27: 43), — ridiculizando Su confianza en Dios. Estas cosas son mencionadas sólo en este evangelio. Además, el hecho de que los soldados, habiendo sido sobornados con dinero para que dijeran la mentira de que Sus discípulos vinieron de noche y Lo hurtaron mientras ellos dormían, teniendo una referencia tan especial al pueblo judío, sólo está registrado en este evangelio. Por último, en Mateo, el Señor Jesús es presentado ante nosotros como resucitado de entre los muertos, pero no ascendido. El evangelista habla de Él como resucitado, y estando en la tierra, y enviando a Sus siervos a discipular a las naciones. Cristo les asegura Su presencia todos los días hasta la consumación del siglo (o, de la era).

 

En Marcos tenemos al siervo escogido, en quien Jehová se agradaba, , haciendo de manera perseverante e ininterrumpida la voluntad del que Le envió. Encontramos las palabras, "inmediatamente", "luego", y, "evangelio", usadas más que por cualquier otro evangelista. Tenemos las miradas y sentimientos de este Siervo perfecto mencionados de una manera que no los tenemos en otros lugares. Le encontramos, "mirándolos alrededor con enojo" (Marcos 3: 5), — encontramos que Él "gimió" (Marcos 7: 34), — y, además que Él, "Suspirando profundamente en su espíritu, dijo" (Marcos 8: 12 - LBLA). Conectado con el perseverante ministerio de este Bendito varón, se nos dice que, "ni aun tenían tiempo para comer" (Marcos 6: 31), y, además, "que ellos ni aun podían comer pan". (Marcos 3: 20). Por tanto, Él es presentado con una devoción incansable hasta que se sentó a la diestra de Dios. Él siempre hacía las cosas que Le agradaban; Su comida y bebida era hacer la voluntad de Aquel que Le envió, y terminar Su obra.

 

En cada uno de los evangelios nosotros tenemos la cruz, y las circunstancias relacionadas con la muerte de Cristo expuestas de manera muy bienaventurada; pero cada uno de los evangelistas relata los detalles según el objetivo especial que el Espíritu de Dios le dio al escribir el evangelio.

 

En Lucas vemos al Hombre perfecto entre los hombres. El primer capítulo nos presenta una de las ilustraciones más hermosas que tenemos en la Escritura. Por una parte, tenemos el retrato del niño, Juan el Bautista, el cual fue lleno del Espíritu Santo desde su nacimiento; y, por otra parte, la representación de Aquel que era el Santo Ser (lit., lo santo), el Hijo de Dios. Uno es llamado "profeta del Altísimo" (Lucas 1: 76); y el otro es llamado "Hijo del Altísimo". (Lucas 1: 32). En el capítulo siguiente tenemos descritos los "pañales" y al niño "acostado en un pesebre" (Lucas 2: 12),porque ello es peculiar del objetivo que tuvo Lucas, bajo el Espíritu Santo, de desplegar las glorias de la persona de Aquel que era el Hombre Cristo Jesús. Ustedes recuerdan que después es trazada la genealogía de Cristo, no como en Mateo, descendiendo desde Abraham y David, sino todo lo contrario, — desde María, de regreso a Adán y a Dios. Porque él es presentado aquí, no como en Mateo, como la Simiente de Abraham, y el fruto de los lomos de David, sino como la Simiente de la mujer, el cual iba a herir la cabeza de la serpiente. Tenemos también, en el curso de este hermoso evangelio, al niño "cuando cumplió doce años" (Lucas 2: 42 – LBLA), traído ante nosotros, lo cual no tenemos en ningún otro lugar. Tenemos también la conmovedora historia del Señor encontrándose con la viuda de Naín llevando a enterrar a su único hijo, y de qué manera Su tierno corazón movido por la condolencia y la compasión, lo levantó de los muertos, y lo entregó a su madre. Encontramos también en su evangelio la acusación llevada contra este bendito Jesús, de que Él recibía a los pecadores, y comía con ellos. Esta acusación extrajo del benigno corazón del Señor esa imponente, sublime, y preciosa historia de gracia llamada comúnmente la parábola del hijo pródigo. También el cuadro conmovedor del rico y Lázaro es encontrado sólo en el evangelio de Lucas. Al final de este evangelio encontramos que, cuando el Señor fue resucitado de los muertos, en perfecta concordancia con el objetivo de Lucas, Él es ubicado como habiendo caminado con los dos que iban a Emaús, que Él entró en la casa para permanecer con ellos, se sentó, partió el pan, lo bendijo, y lo dio a ellos. En otra ocasión Él es visto en compañía de una asamblea de los discípulos; y cuando ellos estuvieron aterrorizados, Él les dijo, "¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo". (Lucas 24: 38, 39). Para presentar una prueba adicional de Su verdadera humanidad en resurrección, Él les pidió algo de comer; y ellos "le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos". (Lucas 24: 42, 43). Y más que eso, — Él les mostró por medio de las Escrituras que Le era necesario padecer, y resucitar de los muertos al tercer día. Por último, Le vemos conduciendo a los discípulos fuera de la ciudad, hasta cerca de Betania, tal como un hombre conduciría a sus queridos hijos o compañeros, paso a paso, y luego Él se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Así, notablemente, este hermoso evangelio presenta a Jesús el Hijo de Dios en Su perfecta humanidad.

 

El evangelio de Juan es aún más sorprendente en su diferencia. Este evangelio se remonta más que cualquier otra parte de la Escritura, — se remonta al Verbo que existía en el principio con Dios, y era Dios. Aquel bendito también nos es presentado como,

El Verbo hecho carne (véase Juan 1: 14),

"El Hijo de Dios". (Juan 1: 34),

"El Cordero de Dios" (Juan 1: 36),

"El Rey de Israel" (Juan 1: 49),

El Mesías,

"La vida" (Juan 8: 12).

 

Él es presentado también como el dador de Vida, el Dador de Vida a los muertos, la Resurrección, y como Uno que ejecutará todo juicio, porque Él es el Hijo del Hombre. En este precioso evangelio, donde la ocupación del evangelista es hablar de Aquel que vino a revelar al Padre, encontramos que cuando Él hubo sido virtualmente rechazado por Israel, Él llama a Sus once juntamente, y les revela las maravillosas profundidades de bendición de los capítulos 14, 15, y 16. Después Él pronuncia la hermosa oración del capítulo 17, cuyas palabras finales son, "Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos". (Juan 17: 26). Así también al final de este evangelio, encontramos que el Señor Jesús, una vez resucitado de los muertos, se presenta a Sus discípulos como el ministro de la paz, y de nuevo da a conocer al Padre. Él les mostró Sus manos y Su costado, y dijo, "Paz a vosotros" (Juan 20: 21). A María Él dijo, "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20: 17).

 

Para concluir este apresurado bosquejo de las diferentes líneas de enseñanza presentadas en los cuatro evangelios, permitan que yo señale que, en su conclusión, Mateo nos presenta a Cristo como el Hombre resucitado, pero estando aún en la tierra. Yo me refiero que él no da cuenta de Su ascensión. Marcos lo sitúa ante nosotros como resucitado, ascendido, y sentado a la diestra de Dios. Lucas concluye con un relato de Cristo resucitado, ascendido, y prometiendo el don del Espíritu Santo. El evangelio de Juan va un paso más allá aún. Allí tenemos a Cristo resucitado, ascendido, soplando sobre Sus discípulos el Espíritu Santo, y dando testimonio de Su regreso. Hasta aquí las distintas líneas de enseñanza que cada evangelio nos presenta. Debemos recordar que, en esto, así como en cada parte de la Palabra de Dios, hay una plenitud de enseñanza divina que es para nosotros inescrutable. Lo que he tratado de mostrar es que en cada evangelio es manifestada una línea inconfundible de la verdad; y creo que ninguna persona puede tener ni siquiera una comprensión superficial de los cuatro evangelios, si no entiende que los cuatro evangelistas nos presentan al Señor bajo los diferentes aspectos que hemos considerado.

 

Confío en que suficiente ha sido dicho para mostrar por qué debemos esperar enseñanza peculiar en Mateo en cuanto al reino. Pasemos ahora a ello. En el primer capítulo encontramos a Cristo como el heredero legal del trono de David. Jesús nace de mujer; Realmente nació "Rey de los judíos" (Mateo 2: 2). Por lo tanto, Su genealogía es trazada desde Abraham y David hasta José, Su supuesto padre, para mostrar la línea de sucesión real y que Jesús era el heredero legal del trono de David. Todos los pormenores están detallados con sorprendente hermosura.

 

El segundo capítulo nos muestra la condición, la pecaminosa condición, en que el pueblo judío estaba; pues cuando Herodes y toda Jerusalén oyó que este niño había nacido en Belén, todos se turbaron en lugar de llenarse de gozo. Pero sería bueno preguntar, ¿no se trata de lo mismo que perturba a las personas ahora? Algunos nunca parecen más perturbados que cuando Cristo les es predicado solemne y personalmente. Ellos no pueden soportar que se les hable acerca del amor de Cristo. Esto muestra la enemistad del corazón. Fue exactamente lo mismo con Herodes, aunque él había profesado ser un adorador. La enemistad había obrado de tal manera en él, que después de un tiempo emitió un edicto, mediante el cual él pensó incluir al infante Salvador, ordenando que todos los niños de dos años para abajo en la tierra de Israel fueran asesinados. No obstante, él no tuvo éxito. Para cumplir la Escritura a José se le ordenó tomar al niño y llevarlo a Egipto, porque estaba escrito, "De Egipto llamé a mi Hijo" (Mateo 2: 15). Dios anula así la iniquidad del hombre para consumar Sus propios propósitos. Si nosotros no vemos eso, mis amigos cristianos, tendremos dificultad para comprender mucho de las Escrituras. Yo repito que Dios anula la iniquidad del hombre para llevar a cabo Sus propios propósitos. ¿Acaso no lo hizo Él en la cruz, donde la iniquidad del hombre al dar muerte al Hijo de Su amor fue anulada para llevar a cabo Su propio y bienaventurado propósito de eterna redención? ¿No anuló Él también el rechazo del Mesías y del reino para consumar Sus propios propósitos eternos y consejos en cuanto a nosotros?

 

En medio de este estado pecaminoso de la nación al que me he referido, fue levantada una persona que vivía fuera del pueblo como un hombre separado. Él no podía simpatizar con la nación pecaminosa. Él estaba lleno del Espíritu Santo. Vivía de comer langostas y miel silvestre, y tenía un vestido de pelo de camello. Él era el mensajero del Señor. A su debido tiempo él es inducido por Jehová a emitir ese clamor, "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mateo 3: 2). Este era Juan el Bautista. Ahora bien, observen ustedes aquí que Dios publica así, no que el reino ha venido, sino que el reino se ha acercado. Es decir, que Dios estaba dispuesto a introducir el reino, pero un cambio debía producirse en las mentes de las personas antes de que ellos pudieran tenerlo. Él no puede consentir un reino de ladrones y homicidas, de ebrios e idólatras. No, Él no podía reconocer un reino de ese tipo. Debía haber un cambio de mentalidad, — un arrepentimiento verdadero y entonces Él establecería el reino. Ahora bien, ¿cuál fue el efecto del clamor de Juan? El efecto fue que muchos vinieron a él para ser bautizados; pero Juan fue arrojado a la prisión, y a la postre él fue ejecutado.

 

Las personas acudían a ser bautizadas en multitudes. Decían, «Queremos el reino»; y eso es exactamente lo que las personas hacen ahora. Ellos dicen, «Vayamos a la gloria, ¡claro que sí! pero también debemos tener los placeres del pecado.» Pero Dios dice, «Yo no puedo aceptarlos en tales términos. Ustedes deben arrepentirse.» Por lo tanto, nadie podía tener la bendición excepto si había un cambio de mente. Juan predicó el bautismo del arrepentimiento. «Arrepiéntanse de sus pecados y sean bautizados.» Pero, ¿se arrepintieron ellos? No, querían el reino tal como ellos eran. Por eso Juan los llamó, "¡Generación de víboras! (Mateo 3: 7). Y así es en la actualidad. Usted les pregunta a las personas si van a la gloria, y le responderán, «Espero ir a la gloria.» ¿Pero cuál es la verdad? Ellos están abrazando sus pecados; aman los placeres del pecado; nunca se han arrepentido ante Dios; no ha habido un cambio de mente. Juan fue fiel y padeció por ello.

 

Cuando Jesús oyó que Juan había sido encarcelado, Él comenzó a predicar y a decir: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". (Mateo 4: 17). Ahora bien, ¿cuál debía haber sido el efecto de estas palabras sobre un judío inteligente? Consideremos algunas de sus Escrituras. En Daniel 2: 44 tenemos, "Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre". En el capítulo 7, versículos 13 y 14 del mismo libro de Daniel leemos, "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido". En Deuteronomio 11: 21 leemos, "para que tus días y los días de tus hijos sean multiplicados en la tierra que el SEÑOR juró dar a tus padres, por todo el tiempo que los cielos permanezcan sobre la tierra". (Deuteronomio 11: 21 – LBLA). Pasen también a Isaías 11: 1 a 9, "Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto. Y reposará sobre Él el Espíritu del SEÑOR, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del SEÑOR. Se deleitará en el temor del SEÑOR, y no juzgará por lo que vean sus ojos, ni sentenciará por lo que oigan sus oídos; sino que juzgará al pobre con justicia, y fallará con equidad por los afligidos de la tierra; herirá la tierra con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios matará al impío. La justicia será ceñidor de sus lomos, y la fidelidad ceñidor de su cintura. El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano sobre la guarida de la víbora. No dañarán ni destruirán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento del SEÑOR como las aguas cubren el mar". (Isaías 11: 1 a 9 – LBLA). Lean ustedes también el último versículo del último Salmo, "¡Todo lo que tiene aliento alabe a Jehová! ¡Aleluya!" (Salmo 150: 6 – VM).

 

Yo podría, si el tiempo lo permitiera, multiplicar las citas de un tipo similar para mostrar que un judío inteligente debía haber entendido cuando oyó que el reino de los cielos se había acercado. Él sabía que el reino del cual los profetas del Antiguo Testamento profetizaron sería un reino de bendición — un reino de poder — un reino en el cual "la tierra estará llena del conocimiento del SEÑOR como las aguas cubren el mar" (Isaías 11: 9 – LBLA), y cuando todos conocerán al Señor, desde el menor hasta el mayor de ellos. (véase Hebreos 8: 11). Pero observen que el Señor añadió algo al testimonio de Juan el Bautista. Él predicó las mismas palabras, "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mateo 4: 17), pero, presentó también señales para indicar que Él era el Mesías. Por ejemplo, Él echó fuera demonios. En Mateo capítulo 4 leemos, "Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó". (Mateo 4: 23, 24). Esto era suficiente para mostrarles, si ellos hubiesen tenido ojos para ver, que Él era el Mesías, y capaz de establecer el reino porque en Zacarías capítulo 13 se nos dice que una de las características del reino prometido, "el día del Señor", será que Él quitará de la tierra el "espíritu de inmundicia". (Zacarías 13: 2). Jesús mostró, echando fuera demonios, que Él podía quitar el espíritu de inmundicia. Asimismo, la presencia de espíritus malos en Israel mostró cuan inadecuada era la nación para Dios.  

 

Los capítulos cinco y seis del evangelio de Mateo nos presentan lo que es llamado el sermón del monte, — un discurso que presenta los principios sobre los cuales Cristo podía establecer el reino, y sobre los que Él lo establecerá de aquí a poco. Las primeras palabras mismas que Él pronuncia son, " Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5: 3). Además, "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad". (Mateo 5: 5). No dice que ellos heredarán el cielo, sino que heredarán la tierra. Luego, más adelante, leemos que la justicia de ellos debía exceder la justicia de los escribas y fariseos, — es decir, de manera práctica. Ellos no debían manifestar la hipocresía de ser exteriormente irreprensibles mientras que internamente están llenos de inmundicia. Debía haber una justicia práctica que excediera eso para el reino de Dios; y en el capítulo seis la enseñanza es seguida por, "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos" (Mateo 6; 1). En cuanto a la oración, Él les presenta una forma de oración adecuada para los discípulos que estaban en el terreno del reino los cuales no tenían, como nosotros tenemos, el Espíritu Santo, y la verdad bienaventurada de una cumplida redención. Esta oración es llamada comúnmente 'El Padrenuestro'. Fue dada a los discípulos, como he dicho, que estaban en el terreno del reino. Dicha oración era perfecta para la clase de personas que ellos eran, y en su adecuación para los tales. No hay mención alguna del nombre de Jesús en ella. No hay ningún reconocimiento del Espíritu Santo en ella. No hay en ella un acercamiento a Dios a través de la obra expiatoria de Cristo. Dios es reconocido como Padre de ellos en el cielo, porque ellos eran hijos mediante regeneración; y se pide que venga Su reino, — es decir, que sea establecido en la tierra. Pero cuando el Señor concluye Su ministerio, después de haber sido rechazado por Israel, ustedes encontrarán, al pasar al capítulo 16 del evangelio de Juan, que Él dice, "Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre" (Juan 16: 24); e insiste, tanto aquí como en el capítulo catorce, acerca de la importancia y bienaventuranza de pedir al Padre en Su nombre. Él dijo, "pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo" (Juan 16: 24 – LBLA); y Él asocia todo esto con la esperanza de Su venida por ellos, para llevarlos a la casa del Padre. Él también les enseña que Él va ser condenado a muerte, y se levantará de nuevo de los muertos, — que Él dejará el mundo e irá al Padre; y les asegura que todo lo que ellos pidan en Su nombre, Él lo hará, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. En el capítulo octavo de la epístola a los Romanos se nos dice también que, "no sabemos orar como se debe; pero el Espíritu mismo hace intercesión por nosotros, con gemidos que no pueden explicarse con palabras". (Romanos 8: 26 – VM). El Espíritu Santo es, entonces, el poder de la oración. Él nos lleva a orar en el nombre de Jesús. El poder de la oración no es encontrado repitiendo muchas veces una forma de oración, por muy verídica que ella sea.  Ello consiste en que el Espíritu Santo dé facultad de expresión al corazón por medio del nombre y la sangre de Jesús, que ahora ha resucitado y ascendió a la diestra de Dios. Algunas veces las personas nos critican porque nosotros no usamos formalmente esta oración de los discípulos, porque ellos no ven el cambio tan asombroso que ha tenido lugar, y no entienden la diferencia entre estar en el terreno del reino y estar en el terreno de la Iglesia de Dios. Desde que ella fue pronunciada, Cristo murió, el velo se rasgó; Jesús está arriba, habiendo entrado en el cielo mediante Su propia sangre; y el Espíritu Santo ha descendido para morar en nosotros. Nosotros no podemos criticar a las personas que hacen suyos algunos de los sentimientos expresados en la oración. Pero ciertamente nosotros que estamos en Cristo no podemos decir, "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". Mateo 6: 12). Esta fue una expresión que sería muy consistente para aquellos en el terreno en que regía la justicia; pero ahora, mientras "la gracia reine por medio de la justicia" (Romanos 5: 21 – LBLA), nosotros debemos perdonar a todos, ya sea que ellos nos perdonen o no. Debemos amar a nuestros enemigos, y bendecir a los que nos maldicen; en resumen, debemos perdonar como Dios en Cristo nos ha perdonado. Ahora tenemos el perdón de Dios únicamente en el terreno de la obra expiatoria de Cristo. La perfección de esa oración para los discípulos en su condición de aquel entonces como estando en el terreno del reino, antes de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo, y del descenso del Espíritu Santo, no puede ser discutida. El error de los cristianos es que se apartan de Cristo, — se apartan del terreno de la Iglesia de Dios — de la verdadera gracia de Dios, en la que nos encontramos, y regresan a los principios del reino. Por lo tanto, no progresan en sus almas, ni se desconectan del mundo.

 

El octavo capítulo de Mateo comienza con el Señor descendiendo del monte; y parece que lo primero que ve es un varón que es un leproso acercándose a Él. Esto fue notable porque mostró la condición degradada en que la nación se había hundido. Ello mostró que la nación se había alejado tanto de Dios que, aunque en el cuarto capítulo de Levítico una ordenanza había sido dada para la limpieza del leproso, evidentemente no había ninguna preocupación por la gloria de Dios al respecto. Ello fue sólo una muestra de lo que era la nación. Pues bien, presten atención a los modos de obrar de Jesús. Él extiende Su mano y le toca. ¿Quién tocaba antes a un leproso sin contaminarse? Él no lo remite a la ordenanza en Levítico, sino que dice, "Quiero; sé limpio" (Mateo 8: 3); y cuando el hombre queda limpio, lo cual fue "al instante", Él dice, «ve al sumo sacerdote, y muéstrale que has sido limpiado, y presenta la ofrenda conforme a la ley de Moisés.» Ahora bien, ¿cuál debiese haber sido el resultado de esta muy hermosa acción del bendito Señor? ¡Bueno! debiese haber sido este, a saber, que el sacerdote hubiese venido a Él de inmediato, y debiese haber dicho, «Tu debes haber venido de Dios. Nunca antes se había conocido en Israel algo así como un leproso limpiado al instante y sencillamente mediante una palabra.» Pero en lugar de eso, parece que no hubo respuesta. Cuando el Señor envió a este leproso limpiado al sacerdote, fue como golpear a la puerta de la nación; del mismo modo en que un extranjero golpearía la de esta nuestra nación, si él enviara un mensaje al presidente. Pero la Escritura guarda silencio en cuanto a cualquier respuesta. Consecuentemente, lo siguiente es que el Señor se encuentra con un gentil. El caso de la curación milagrosa del leproso mostró la disposición de Cristo para sanar a la nación leprosa, y Su poder para llevarlos a la instantánea bendición. El milagro que sigue a continuación muestra que, aunque los judíos rechazaban al Mesías, había bendición en Su corazón dispuesta para emanar hacia los gentiles. Y nunca olvidemos que la manera en que obtenemos bendición de Cristo es porque los pobres judíos Le rechazaron. Se nos dice que cuando Jesús entró en Capernaum, "vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado" (Mateo 8: 5, 6). La respuesta de Jesús fue, "Yo iré y le sanaré". (Mateo 8: 7). Pero el varón dice, «No necesitas ir, mas di la palabra, tu palabra es suficiente. Porque yo soy un centurión, con soldados a mis órdenes, "y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". (Mateo 8: 9). Por consiguiente, tú sólo tienes que decir la palabra, Señor, y mi criado será sanado.» Bueno, el Señor dijo la palabra; el criado fue sanado; y Jesús dijo a los que le seguían, "ni aun en Israel he hallado tanta fe". (Mateo 8: 10). Una declaración muy importante debido a que la misión de Cristo era para Israel. "Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron". (Juan 1: 11 – RVR1977). Mateo escribe como si hasta el capítulo doce las obras y el ministerio del Señor estuvieron totalmente confinados a Israel. Yo podría repasar el octavo capítulo presentando más enseñanza del mismo tipo, pero yo paso al siguiente capítulo, donde vemos otro caso muy notable. Allí es hecha una apelación adicional a las conciencias de aquellos que lo rodean, de que Jesús podía introducir el reino de bendición en la tierra, del cual los profetas habían profetizado.

 

El noveno capítulo es iniciado por un paralítico traído a Jesús. El leproso mostró la condición inmunda de la nación; este paralítico expone la incapacitada condición de la nación. La presencia de este paralítico provocó una extraña expresión por parte de Jesús. Él dijo, "Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados". (Mateo 9: 2). ¡Qué declaración! ¡Qué benignas y maravillosas palabras! Pero las personas incrédulas se alarmaron. Ellos comenzaron a decir dentro de sí, "Este blasfema". Pues bien, presten atención a la respuesta del Señor. Leemos, "Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa". (Mateo 9: 3 a 6). ¿Cuál es el significado de estas palabras? ¿Cómo es posible que dé una explicación acerca de ellas cualquiera que no entienda en alguna medida la verdad del reino? Cuando el testimonio del Señor como viniendo a lo que era Suyo es visto, entonces ello llega a ser bastante sencillo. Aquí, el Señor conecta las dos cosas, — a saber, la curación de la enfermedad y el perdón de pecados. Si ustedes pasan al Salmo 103, encontrarán allí un texto que es usado a menudo, pero quizás rara vez comprendido. Se trata del versículo 3 donde se lee, "Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias". (Salmo 103: 3). Este es claramente un salmo milenial. Comienza con alabanzas a Jehová por las bendiciones del reino. Ustedes pueden ver ahora el motivo por el cual el Señor conecta las dos cosas, la curación del paralítico con el perdón de pecados, — y también en qué sentido ello es usado por David en este salmo del reino. Este Salmo no tendrá su cumplimiento hasta el milenio; y en aquel entonces el cántico del pueblo de Israel será, "Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias". (Salmo 103: 1 a 3). Si ustedes consultan Isaías 33, encontrarán que en el último versículo se dice, [hablando de tiempos mileniales], "Ningún habitante dirá Estoy enfermo; al pueblo que allí habita, le será perdonada su iniquidad". (Isaías 33: 24 – LBLA). Por lo tanto, el reino se caracterizará por dos cosas, — el perdón de pecados, y la curación de la enfermedad corporal. El evangelio que es predicado ahora nos dice que los pecados del creyente han sido perdonados; que Él ha sido reconciliado con Dios, por medio de la fe, mediante la sangre de Jesús; que él es un hombre justificado. Pero el evangelio no aborda la enfermedad corporal; de modo que un hombre que tiene una enfermedad corporal cuando recibe a Cristo como su Salvador puede empeorar en cuanto a la salud del cuerpo, deteriorarse, y morir, aunque es capaz de regocijarse plenamente en el perdón de pecados. ¿Cómo puede ser posible que esta enseñanza de nuestro Señor admita cualquier otra explicación que no sea la de que el Señor estaba apelando aquí a las conciencias del pueblo de Israel? No olvidemos, entonces, que el reino estará caracterizado por estas dos cosas. Todo el pueblo de Jehová será enseñado por Dios, y bendecido por Él, alma y cuerpo, de modo que ellos cantarán efusivamente, "Él es quien perdona todas tus iniquidades,

El que sana todas tus dolencias". Por lo tanto, nosotros debemos entender, por medio de lo que encontramos al principio del noveno capítulo de Mateo, que nuestro Señor se está presentando allí a Israel de una manera aún más significativa, como siendo capaz de cumplir las dos cosas, — el perdón de pecados y la curación de la enfermedad corporal. Por medio de estas cosas ellos debieron haber sabido que Él debía ser el Mesías.

 

En Mateo 10 el Señor llama a Sus doce apóstoles, y los envía a predicar. Les dijo, "Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos". (Mateo 10: 5 a 8). Noten aquí que la comisión de ellos se limitaba a Israel. Ellos ni siquiera debían entrar en una ciudad samaritana. Relacionado con esto, ellos debían predicar, "el reino de los cielos se ha acercado". Con este testimonio verbal, con el propósito de hacer un llamado aún más potente, ellos tenían que mostrar que Jesús les había dado el poder para limpiar leprosos, y resucitar muertos. Al enviarlos así, observen que en el versículo veintitrés nuestro Señor dice, "de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre". (Mateo 10: 23). Nosotros sabemos que la misión de ellos fue interrumpida; ellos no fueron muy lejos con su testimonio. Mateo 24 nos enseña que este mismo ministerio referente al reino será reanudado después que la Iglesia se haya marchado. Cristo ha subido al cielo, el Espíritu Santo ha descendido, y ahora esta formando la Iglesia, el cuerpo de Cristo; y cuando este cuerpo esté completo, nosotros seremos arrebatados para encontrar al Señor en el aire. Entonces este testimonio saldrá a la luz nuevamente, y tomará un recorrido más amplio. En Mateo 24 se afirma que "este evangelio del reino será predicado en toda la tierra habitada [el mundo civilizado], para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin". (Mateo 24: 14 – VM). Observen que se trata del "evangelio del reino". Tengan ustedes el cuidado de distinguir entre el evangelio del reino, y lo que Pablo llama en los Hechos de los Apóstoles, el "evangelio de la gracia de Dios". (Hechos 20: 24).

 

En Mateo 11 tenemos dos notables declaraciones en cuanto al reino de los cielos que, yo creo, a menudo son malinterpretadas. Una se refiere a Juan el Bautista, donde, después que se afirma que entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor, se añade, "sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él". (Mateo 11: 11 – LBLA). ¿Cómo interpretan algunos esto? Ellos dicen que el reino de los cielos es la Iglesia, y que el más pequeño en la Iglesia es mayor que Juan; pero esto es muy insatisfactorio. El reino de los cielos, como hemos visto, no es la Iglesia. En el reino habrá distinciones tales como el menor y el mayor; pero no hay tales distinciones en la Iglesia.

 

En la Iglesia hay varios dones; pero no existe tal idea de menor y mayor. No podemos encontrar tales palabras en los escritos de los apóstoles aplicadas a la Iglesia. Hay algunos que tienen mayor fe que otros; hay también apóstoles, profetas, pastores y maestros, etc.; pero, repito, no hay menor ni mayor. Yo creo que la afirmación significa que, aunque Juan el Bautista haya sido hasta ese momento el más grande que haya nacido de mujer, sin embargo, en el reino milenario la gloria será tan maravillosa, y la bendición trascenderá de tal manera todo lo que podría haber sido concebido por el hombre, que el lugar de privilegio que Juan tuvo será inferior al más pequeño entre los que estarán en el disfrute de ese tiempo de bendición.

 

La otra expresión está en el duodécimo versículo, donde leemos, "desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es tomado a viva fuerza, y los valientes lo arrebatan". (Mateo 11: 12 – VM). Es decir, Cristo predicaba que el reino de los cielos se había acercado; y si un hombre, fuese él un pescador, un publicano, o cualquier otra persona, creía el mensaje, él tenía que abrirse paso a través de dificultades, para forzar su entrada contra personas y prejuicios, para asumir el terreno del reino. Estando todos contra él, él tenía que tomar por la fuerza su lugar en esta relación con Cristo. Según Mateo, esta es la última vez que Cristo mencionó el reino, (en el sentido de referirse al reino que los profetas profetizaron que sería establecido,) antes que Él comenzara a desistir de la nación.

 

El duodécimo capítulo de Mateo nos presenta un incidente muy notable en relación con el ministerio de Cristo acerca del reino. Se nos dice que, "cuando los fariseos salieron, se confabularon contra El, para ver cómo podrían destruirle". (Mateo 12: 14 – LBLA). A pesar de toda Su paciencia y amor por Su antiguo pueblo, ellos intentaron destruirle. Después ustedes encuentran que Cristo declara que ellos son una "¡Generación de víboras!" (Mateo 12: 34), y una generación "adúltera" (Mateo 12: 39), a la que los hombres de Nínive y la reina del sur, levantándose en el juicio, condenarán, porque Él era mayor que Jonás y mayor que Salomón. Luego les presenta la historia del espíritu inmundo para mostrar la condición en que ellos estaban, y que ellos se deteriorarían cada vez más; y cuando, como encontramos al final de Mateo 12, alguien Le dijo, "tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar" (Mateo 12: 47), Él pregunta, "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?" (Mateo 12: 48). Él comienza a deshacerse, si puedo decirlo así, del reconocimiento de la relación judía, y a sentirse Él mismo como el rechazado. Él ya no tratará con la gente debido a Su relación abrahámica; pero cualquiera que reciba Su palabra será bendecido ahora. Él había venido con el testimonio de que el reino de los cielos se había acercado, y demostró claramente de varias maneras que Él podía establecerlo; pero ahora abre Sus brazos de par en par, y dice, "todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre". (Mateo 12: 50). Así que Él se va ahora más allá de los límites de Israel. Por lo tanto, se marcha de la casa, asume el lugar de un sembrador de semillas al borde del camino, — sembrando las semillas de Su verdad difundida, y ya no confina Su ministerio a Israel. Este fue un cambio notable. Desde aquel momento, debido a la incredulidad de Israel, el reino de los cielos asume un carácter diferente.

 

Llegamos ahora al décimo tercer capítulo, el cual nos presenta verdades de gran importancia práctica para todo cristiano. Encontramos aquí dos notables versículos que leeré como una especie de prefacio a las parábolas. En respuesta a los discípulos que preguntaron Su motivo por el cual Él hablaba en parábolas, después de haber Él presentado la parábola del sembrador, Él dijo, en el versículo once, "Porque a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ellos no se les ha concedido". (Mateo 13: 11 – LBLA). Nosotros no hemos tenido la palabra "misterios" anteriormente en relación con el reino de los cielos. El testimonio de los profetas en cuanto al reino no tenía ningún misterio acerca de él; pero ello es el resultado de que Cristo fue rechazado por Israel. Por consiguiente, ustedes observarán, en el versículo 35 , que todo esto fue mantenido en secreto hasta este momento. Jesús dijo, "para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; Declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo". (Mateo 13: 35). De este modo, nosotros estamos preparados para esperar que el Señor sacaría a la luz algunas cosas en estas parábolas que habían sido mantenidas en secreto, escondidas, desde la fundación del mundo. Y así fue. Nosotros no podemos encontrar nada parecido en las Escrituras que vinieron antes. Algunos han llamado a esta peculiar condición de las cosas, y no de manera impropia, el reino de los cielos en misterio, para distinguirlo del reino de los cielos del que profetizaron los profetas. En el reino del que hablaron los profetas no debía haber ningún demonio en acción; el espíritu inmundo sería expulsado; ningún pueblo impío, el pecador sería maldecido, y la iniquidad no sería tolerada. Pero ahora, como consecuencia del rechazo de Cristo por parte de Israel, el reino de los cielos ha asumido esta forma misteriosa, y todavía continúa. Ello se refiere a todo aquel que profesa reconocer a Cristo.        

 

En relación con la enseñanza dada por nuestro Señor acerca del tema, Él nos presenta siete parábolas.

 

La primera parábola es la del sembrador sembrando la semilla, la palabra de Dios. No ocuparé el tiempo con ningún comentario al respecto. Estrictamente hablando, esta parábola no nos muestra el reino, sino la nueva posición tomada por el Señor, la de sembrar la buena semilla en todas partes, y los resultados.

 

La parábola siguiente es la del trigo y la cizaña, en la cual, "El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue". (Mateo 13: 24, 25). Observen ustedes que la cizaña no es juzgada hasta el final del siglo. Se trata del reino de los cielos asumiendo esta forma misteriosa de la que los profetas nunca profetizaron, y que está ocurriendo en el momento actual. Ello comenzó con la buena semilla, haciendo que brotara el trigo; pero mientras los cristianos estaban adormitados y sin vigilancia, el enemigo entró e introdujo la mala semilla, — gente impía. Vemos precisamente lo mismo en la muy solemne e importante epístola de Judas. En esa epístola se nos dice que "algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje". (Judas 4 – LBLA). En esta parábola encontramos que la cizaña continúa hasta el fin del siglo, — hasta que Cristo venga en juicio a tratar con el reino. Judas también, al considerar la misma cosa, sigue el rastro de esta nefasta dinámica, y muestra que ella continuará hasta que Cristo venga con Sus santas decenas de millares, dándoles a ellos retribución. Hagan ustedes una pausa, mis queridos amigos. ¿Se parece esto a que el mundo está siendo convertido mediante la predicación del evangelio? Se afirma de manera positiva que la cizaña son los hijos del malo, que ellos se mezclan con el trigo, y que no van a ser arrancados. También se declara que ellos continuarán en el campo hasta que el Señor venga en juicio y trate con ellos. ¿Puede algo ser más claro?

 

 La parábola que sigue es la del grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Así fue la obra del Señor cuando comenzó, fue la cosa más insignificante del mundo en cuanto a apariencia exterior. Consistió en unas pocas personas en un aposento alto, a quienes nadie les prestó atención. Pero de esta pequeña semilla creció un gran árbol, — una cosa gigantesca a los ojos del mundo. Un árbol es un símbolo de poder en la tierra. Esto es lo que el Señor profetizó aquí que sería el reino de los cielos, — perdería sus cualidades separadas y espirituales, y se convertiría en algo grande en la tierra. Pero observen que el árbol se hace tan grande, que las aves del aire vienen y anidan en las ramas. Las aves, como leímos en una parábola anterior, son típicas de Satanás, el malo. Así que vemos que el diablo realmente puede encontrar ahora un lugar de descanso en aquello que profesa el nombre de Cristo. El hecho es evidente para toda mente discernidora.

 

Sigue a continuación la parábola de la levadura, en la cual, ustedes recordarán, se nos dice que todo será eventualmente leudado, todo fermentará. Una mujer es representada como introduciendo levadura en harina pura, y la levadura, operando en la harina, pronto afecta a toda la masa. Surge la pregunta, ¿cuál es el significado de esta parábola? Pues bien, yo confieso que me parece pasmoso que cualquier cristiano, si lee la Biblia y ora, tenga alguna duda en cuanto a esta parábola que muestra la rápida y segura obra de los principios de corrupción entre los cristianos profesantes, hasta que toda la masa se ve influenciada por ello. En cada lugar que la levadura es usada en la Escritura ella significa algo malo. Esta parábola, entonces, nos muestra la introducción y la operación del mal entre los que llevan el nombre de Cristo de manera profesa; ella comenzó a operar pronto, y la cosa continúa aún, y continuará hasta que todo sea leudado. Cuando Cristo venga y saque a Sus santos de la tierra, ¡qué masa de corrupción llevando Su nombre de manera ostensible será dejada atrás! Es un motivo de profundo agradecimiento el hecho de que ninguno de los verdaderos y queridos hijos de Dios puede perecer. ¡Cuán claramente esta parábola muestra, también, que la promesa de la bendición universal en la tierra no puede tener su cumplimiento hasta después del juicio!

 

Habiendo pronunciado estas cuatro parábolas, se nos dice en el versículo 36 que el Señor entra en una casa, y que los discípulos se acercaron a Él diciendo, "Explícanos la parábola de la cizaña". (Mateo 13: 36). Por consiguiente, el Señor les explica la parábola. Él dice, "El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo". (Mateo 13: 37, 38). Llamo a prestar atención a un asunto que, aunque ya ha sido mencionado una vez en estos sermones, aun así, me parece deseable volver a referirme a él. El asunto es, ¿somos nosotros lo suficientemente conscientes de que la pericia, aptitud o idoneidad de Satanás es que las personas profesen el nombre de Cristo sin tener a Cristo en sus corazones? Es de temer que muchos cristianos con un celo equivocado estén ayudando a que esto suceda. De vez en cuando se oye decir, «Nosotros debemos elevar a las personas.» Yo pregunto, ¿elevarlas a qué? ¿Cómo puede usted elevar a un muerto? Él debe tener vida. Él debe conocer a Cristo y estar en Cristo. Si usted lleva un hombre a Cristo, esa sería la única manera de elevarlo realmente. Pero se dice que debemos tratar de elevarlo. Lo que se quiere decir es que primero debemos hacer que él sea una cizaña. Debemos conseguir que él deje este o este otro pecado, y que profese a Cristo, que vaya a la Santa Cena, que preste atención a las ordenanzas religiosas, y todo eso; y entonces podemos tener alguna esperanza de hacer de él un cristiano. Pero esta parábola no da por supuesto que una sola cizaña se hubiese convertido alguna vez en trigo, más bien da por supuesto que ambos continúan hasta la siega. La cizaña será quemada en aquel entonces. Por lo tanto, el Señor continúa diciendo, "De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo". (o, era). (Mateo 13: 40). Ahora bien. Yo no necesito decirles a muchos de ustedes que la palabra traducida aquí como "siglo", significa realmente, "era o edad". La palabra griega no es cosmos, que siempre es traducida como siglo, o, mundo, sino aionos. En la frase, "El campo es el mundo" (Mateo 13: 38), es cosmos, y significa, siglo, o, mundo, pero en la frase, "así será en el fin de este siglo", es aionos, y significa era o edad. Luego se nos dice, "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes". (Mateo 13: 41, 42). Esto no se refiere al Señor viniendo por nosotros; nosotros habremos sido arrebatados para encontrar al Señor en el aire antes de eso. El objeto de la enseñanza de nuestro Señor aquí no es la Iglesia, o la esperanza del cristiano; el tema es el reino en su forma actual, y su final venidero en juicio. Cristo viene a juzgar a esta gran cosa que lleva Su nombre. Como Enoc profetizó, "Profetizó también de estos Enoc, el séptimo a partir de Adán, diciendo: «He aquí que el Señor vino con sus miríadas santas, para ejecutar juicio sobre todos, y para condenar a todos los impíos". (Judas 14, 15 – BTX3). Aquellos de los cuales yo he estado hablando son algunos de los impíos; y Cristo vendrá a ejecutar juicio sobre estos inicuos que viven, y dejar un pueblo para bendición en la tierra. En aquel entonces los inicuos serán quitados, y los bienaventurados serán dejados. "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre". (Mateo 13: 43). Él introducirá de este modo el reino del cual los profetas profetizaron, cuando en una gran medida la voluntad de Dios será hecha en la tierra como es hecha en el cielo.

 

El Señor, habiendo presentado a los discípulos la explicación que ellos pidieron, narra otras tres parábolas, —el tesoro, la perla de gran precio, y la red echada en el mar. Él dice, "El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo". (Mateo 13: 44 – LBLA). Yo creo que el tesoro significa, evidentemente, los redimidos, más que la Iglesia — todos los redimidos, sean ellos para los cielos o para la tierra. El tesoro estaba escondido en un campo, Cristo ha comprado el campo mediante Su obra redentora. Él no llevó la corona de espinas en vano. La marca de la maldición de Dios en la tierra por el pecado del hombre encontró un lugar en Su frente inmaculada, y la sangre de la cruz nos dice el precio incluso de la redención de la creación. Él compró el campo. Y, de aquí a poco, "En lugar del espino crecerá el ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá el mirto" (Isaías 55: 13 – LBLA), para alabanza y gloria de Su bendito nombre. Entonces Él, a costa de todo lo que tenía, compró el campo a causa del tesoro. El mundo, por lo tanto, pertenece a Cristo por la redención; es Suyo por derecho. Él es el Autor y Creador de todas las cosas, así como el Salvador del mundo.

 

La perla de gran precio es, indudablemente, la Iglesia considerada en su unidad, no como el misterio. Eso no fue revelado hasta después. Hay un himno en alguna parte que comienza, «Yo encontré la perla de gran precio» como si esa perla fuese Cristo. Es inexplicable la manera en que algunos han interpretado la Escritura así. Nunca hubo un error más grande, mis amigos amados. Nosotros no hemos dado nada por Cristo. Bendito sea Su nombre, es todo lo contrario, Cristo ha dado todo por nosotros. ¿Ven ustedes cuán sencillo es esto? La perla fue amada por Cristo cuando yacía oculta en el fondo del mar cubierta de lodo y suciedad. Pero Cristo la vio. Su corazón deseó la iglesia; pero para tenerla, y traerla de regreso a Él, Él debía descender bajo las ondas y olas de la ira de Dios. Y Él bajó; se sumergió, por así decirlo, hasta el fondo, y levantó a la Iglesia en vida resucitada, y Él se la presentará a Sí mismo como una iglesia en toda su gloria, verdaderamente una perla de gran precio, el precio de la sangre del Salvador. Esto se refiere, indudablemente, a la Iglesia; pero repito, el misterio de la Iglesia no fue conocido hasta que fue revelado a Pablo.   

 

Nuestro Señor relata, asimismo, otra parábola, — la de los buenos y malos peces. Hay una diferencia entre esta parábola y la del trigo y la cizaña que no puedo abordar esta noche. Sólo puedo comentar que ella muestra también (y es un asunto muy importante,) que el juicio que será ejecutado por el Señor cuando Él venga en gloria manifiesta no será para llevarse a los buenos y dejar a los malos, sino para quitar a los malos y dejar a los buenos. Estas parábolas nos enseñan que la Cristiandad va a ser juzgada. Cristo quitará de Su reino "a los que hacen iniquidad" (Mateo 13: 41). Él separará a los impíos de entre los justos. Yo llamo a prestar atención a esto porque estas parábolas no hablan del Señor viniendo por nosotros. Cuando el Señor viene por nosotros, los buenos son sacados, y los malos son dejados atrás para juicio; pero cuando el Señor viene con nosotros en llama de fuego, entonces Él quita los malos, y deja los buenos para bendición en la tierra.

 

Bueno, amigos queridos, cuando Cristo haya quitado mediante juicio a todos los impíos, — puestos todos los enemigos por estrado de Sus pies, — ¿cuál será el resultado? Nosotros tendremos el tiempo de la bendición predicha, cuando el conocimiento de Jehová cubrirá la tierra, como las aguas cubren el mar. En Isaías 26: 9 se nos dice que, "cuando la tierra tiene conocimiento de tus juicios, aprenden justicia los habitantes del mundo". (Isaías 26: 9 – LBLA). Lo que yo he estado tratando de mostrar es que el reino será establecido por medio del juicio del Señor siendo ejecutado sobre los malvados. En el siguiente versículo las palabras son, "Aunque se le muestre piedad al impío, no aprende justicia". (Isaías 26: 10 – LBLA).  Ahora Dios está mostrando favor, — predicando el perdón de pecados, y vemos que ellos no aprenderán justicia por ello; pero sabemos que se acerca el momento en que la gente no dirá, "Conoce al Señor; Porque todos me conocerán, Desde el menor hasta el mayor de ellos". (Hebreos 8: 11). Este estado de cosas caracterizará al reino, pero en ninguna parte se nos dice que el evangelio llenará el mundo de frutos. Suponer esto es ciertamente un error, y, puedo añadir, un obstáculo terrible para poder entender una gran parte de la verdad divina. La tierra va a estar llena de bendición; pero, ¿qué dice la Escritura? La respuesta es clara. En Isaías 27 se nos dice que, "Israel florecerá y echará renuevos, Y sus frutos llenarán la faz del mundo". (Isaías 27: 6 – BTX3). Así que vemos que el restaurado y bendecido Israel llenará el mundo con frutos; no la Iglesia, ni el evangelio, sino Israel.

 

El Señor enseñó aún más a sus discípulos en el versículo cincuenta y dos donde leemos que todo aquel que "es admitido como discípulo en el reino de los cielos, es semejante a un padre de familias, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas" (Mateo 13: 52 – VM), — siendo las cosas nuevas los misterios de este capítulo, y las viejas, las cosas del reino profetizadas por los profetas.

 

De este modo, nosotros vemos en la enseñanza de este capítulo la condición real de aquello que ahora lleva el nombre de Cristo en la tierra. No olvidemos que el campo es el mundo, no la Iglesia; y que tanto los buenos como los malos profesan el nombre de Cristo, — trigo y cizaña — y continúan mezclados juntos hasta el fin del siglo o de la era. Los principios de la Iglesia no están contemplados aquí; pero, en un momento determinado, desde que Cristo pronunció estas palabras, Él ha muerto por los pecadores, ha resucitado de entre los muertos, ha ascendido a los cielos, ha enviado el Espíritu Santo para formar la Iglesia, el cuerpo de Cristo, y cuando ella esté completa será sacada antes del fin del siglo. De modo que, entre la siembra de la semilla y el fin del siglo o de la era, hay espacio para que la Iglesia sea formada, y sea arrebatada para encontrarse con Cristo en el aire. El trigo pertenece ahora a la Iglesia de Dios. Por lo tanto, un verdadero creyente, en este momento, está tanto en la Iglesia como en el reino. Un mero profesante está en el reino, y no pertenece a la Iglesia. Después de que la Iglesia se haya marchado, un judío escogido pertenecerá al reino, y no a la Iglesia.

 

Las parábolas restantes en este evangelio tienen, en su mayor parte, la misma terminación de bendición y juicio. Sin embargo, es bueno notar que, después de todo lo que hemos visto de la paciencia y el rechazo del Señor, Él todavía procede en fiel testimonio y con amor a la nación.

 

En el capítulo catorce del evangelio de Mateo el Señor, profundamente afectado por el asesinato de Su apreciado siervo Juan, va a un lugar desierto. Esto habla a nuestros corazones. Pero Él aún manifiesta amor a la nación de Israel al alimentar a la multitud , y presenta así, más aún, una señal de Su Mesiazgo. Ello también se repite en el capítulo quince. Él alimenta a miles con unos pocos panes y peces, conforme a las palabras proféticas del Salmo 132, "Bendeciré abundantemente su provisión; A sus pobres saciaré de pan". (Salmo 132: 15). Ellos tuvieron así un testimonio adicional en cuanto a la presencia y el poder de Aquel que era capaz de cumplir la Escritura en cuanto al reino, y eso que no mencionamos nada acerca de Sus maravillosas gracia y compasión al sanar a todos los enfermos que eran traídos a Él. Sin embargo, todo fue desatendido por el pueblo. En el capítulo 15 el Señor expone la hipocresía de los escribas y fariseos que estaban entre los principales hombres de Jerusalén, al haber invalidado la palabra de Dios por medio de la tradición de ellos, y al honrar a Dios con sus labios mientras sus corazones estaban lejos de Él; pero Él acepta y honra la fe de una pobre gentil, que asume el lugar de un perrillo ante Él. Esto es muy significativo, e insinúa firmemente el propósito del Señor.

 

El capítulo 16 es muy importante en un sentido dispensacional. El Señor declara que los fariseos y saduceos son "¡Hipócritas!", y una " generación mala y adúltera". "Y dejándolos, se va". (Mateo 16: 3, 4). Después, a causa de la confesión de Pedro acerca de Él como "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16: 16), tenemos dos cosas sacadas a la luz por vez primera. En primer lugar,  sobre esta roca edificaré mi iglesia". (Mateo 16: 18). En segundo lugar, Sus padecimientos, muerte, y resurrección. En cuanto al primer punto, ello no sólo muestra cuán diferente es la Iglesia del reino, sino también que, siendo Él rechazado por Israel, otra cosa que antes no existía sería edificada conforme al propósito eterno de Dios, — a saber, la Iglesia. Con referencia al segundo punto, Cristo no solamente predice ciertamente que los judíos, en lugar de arrepentirse y aceptar el reino, Le aborrecerían más y más hasta que le dieran muerte, sino que también, cuando se habla de la Iglesia, se nos dice que, "Desde aquel tiempo comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalem, y padecer… ser muerto, y al tercer día ser resucitado". (Mateo 16: 21 – VM).  Siendo celestial el llamado de la Iglesia, siendo espirituales las bendiciones, y siendo su posición una posición de unión con Cristo resucitado, en el momento en que Él mencionó a la Iglesia, comenzó a mostrar que a Él le era necesario ser rechazado y ser muerto por los Judíos, y ser resucitado de entre los muertos. Antes de esto no hay mención de Su muerte; nadie podría haber deducido, de Su ministerio acerca del reino, que Él iba a morir; porque "a lo suyo vino" (Juan 1: 11), como capaz de establecer el reino, y los habría juntado, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, pero ellos no quisieron (Mateo 23: 37). Así pues, Dios permitió que el impío y apóstata Israel hiciera su propia voluntad al rechazar y matar a Jesús, para llevar a cabo Su propósito de proveer una ofrenda y un sacrificio por el pecado, para que los hijos de Dios pudiesen ser congregados en uno (Juan 11: 52), y para que la nación pudiese ser establecida justa y permanentemente en el terreno de la redención. Por lo tanto, encontramos después de esto una imagen del reino en poder en el capítulo 17. Las dos columnas de la nación, — Moisés y Elías están allí en la gloría con Jesús; y, de otro evangelista nos enteramos que el tema dominante de conversación es la muerte de Jesús. Indudablemente, este será el caso en la sección terrenal del reino venidero, así como en la celestial. El clamor universal será:

«Por siempre sea la gloria dada

A ti, oh Cordero de Dios;

Todo nuestro gozo, en la tierra en el cielo,

Lo debemos a tu sangre»

(N. del T.: Traducción libre).

 

Amados amigos, nuestro tiempo ha expirado, o podríamos haber seguido nuestras meditaciones acerca del "reino de los cielos" durante varios capítulos más en este precioso evangelio. Sin embargo, confío en que suficiente ha sido dicho como para llamar la atención sobre el tema. Es lamentable pensar con cuánto entusiasmo los cristianos están abrazando los principios del judaísmo, no sólo para destruir el criterio espiritual, socavar la verdad de la redención consumada y el sacerdocio del todo preponderante de Cristo, sino para rebajar el tono de las almas, fomentar la mundanalidad y mantener en ignorancia y en esclavitud a los queridos hijos de Dios. Podemos estar seguros de que ningún cristiano que no aprehende su unión con un Cristo rechazado, resucitado y ascendido vivirá realmente por encima del mundo y de la religiosidad mundana.

 

H. H. Snell (Marzo 1817 - Enero 1892)

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Septiembre 2020

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

BTX3 = Biblia Textual 3ª. Edición (Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.)

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)

RVR1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
The Kingdom of Heaven, by H. H. Snell
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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