EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

COMUNIÓN (H. H. Snell)

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COMUNIÓN

 

H. H. Snell

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

"Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo". (Éxodo 25: 22 – JND).

 

El asunto que debe ser notado aquí especialmente es la comunión. Enoc había caminado con Dios, y otros le habían creído a Dios; pero, Dios está mostrando aquí de qué manera Él puede encontrarse con el hombre, puede tener que ver con él, de una manera adecuada a Su propia naturaleza infinitamente santa. Él había hablado a Adán en el huerto. Él mismo se había dado a conocer a Abram como el Todopoderoso (Génesis 17: 1), y se había hecho tan cercano a él como para no ocultarle las cosas que Él haría. Pero cuando Él de Egipto llamó a Israel, Él se reveló a ellos como Jehová. Él los protegió de la destrucción mediante la sangre del Cordero, los llevó a través del Mar Rojo de muerte y juicio, y así los libertó perfectamente de sus enemigos, a quienes vieron muertos a la orilla del mar. De este modo, Dios tuvo un pueblo (aunque en la carne) separado para Él mismo mediante elección, y mediante sangre, y redimido mediante poder, de modo que Él pudo morar ahora entre ellos. Por consiguiente, nosotros leemos, en este capítulo, "que hagan un santuario para mí, para que yo habite entre ellos". (Éxodo 25: 8 – LBLA). Y por otra parte, cuando los sacerdotes fueron consagrados, Jehová dijo, "Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros allí. Allí me reuniré con los hijos de Israel… Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios". (Éxodo 29: 42 a 45). Y, además, "andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo". (Levítico 26: 12). Así, Israel es escogido, separado de todos los demás pueblos, redimido y bendecido con Jehová en medio de ellos; y ahora leemos acerca de Su reunión con Moisés, y con ellos. Entonces, la comunión emana de relaciones establecidas fundamentadas en la consumada redención, y por medio de la habitación de Dios con Su pueblo por medio de Su Espíritu. Todo esto está expuesto claramente, en este pueblo típico que Dios sacó de Egipto, la mayoría de los cuales cayó en el desierto debido a su incredulidad. En cuanto a nosotros, estas bendiciones son de un valor eterno. Por medio de Una sola ofrenda nosotros somos hechos "perfectos para siempre". (Hebreos 10: 14). La redención obtenida para nosotros es "eterna". (Hebreos 9: 12). Nosotros hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. (Efesios 1: 3). Somos hijos de Dios, y hemos recibido el Espíritu Santo para que esté con nosotros, y esté en nosotros, "para siempre". Por consiguiente, a nosotros se nos "llamó a su gloria eterna en Jesucristo". (1ª. Pedro 5: 10). En los versículos a los cuales nos hemos referido, encontramos a Jehová enseñando cuál es Su pensamiento en cuanto a la comunión. Él deseó la comunión con Su pueblo, — "Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo". (Éxodo 25: 22 – JND). Él también enseña en qué terreno Él puede reunirse con ellos.

 

No pasó mucho tiempo antes de que estas preciosas palabras fueran comunicadas a Moisés, que aquel monte Sinaí humeó, porque Jehová había descendido sobre él en fuego. Entonces se ordenó al pueblo que se alejara y no se acercara. Hubo truenos y relámpagos, y una espesa nube sobre el monte, y el sonido de la trompeta fue muy fuerte; y tan terrible fue lo que se vio, que Moisés dijo: "Estoy espantado y temblando". (Hebreos 12: 21). Límites fueron puestos alrededor del monte, de modo que el pueblo no los atravesara. Fue dicho, "cualquiera que tocare el monte, de seguro morirá. No lo tocará mano, porque será apedreado o asaeteado; sea animal o sea hombre, no vivirá". (Éxodo 19: 10 a 21). Pero, ¿por qué todo esto? Porque Jehová descendió sobre el monte Sinaí, y exigió justicia por parte del hombre por medio de obras. Él dio una ley adecuada para el hombre como hijo de Adán en la tierra. Santa, justa, y buena como ella era, era el ministerio de muerte, porque era la ministración de justicia. Ella exigía justicia por parte del hombre para con Dios sobre el principio de obras. Así era la ley.

 

Pero, cuán diferente son las palabras escritas poco después. "Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo". (Éxodo 25: 22 – JND). Ello es debido a que Dios, conociendo lo que había en el hombre, que él sería insumiso y un infractor de la ley, estaba exponiendo aquí lo que había en Su corazón hacia él; pues, aunque según el principio de la ley o de las obras, el hombre debe estar siempre a distancia de Dios, sin embargo, Su propio corazón sabio y clemente podía idear la manera mediante la cual el hombre en la tierra y Él mismo no sólo podían reunirse, sino tener comunión. Un altar para holocausto estaba a la puerta del tabernáculo. Todas nuestras bendiciones están fundamentadas sobre el sacrificio de Cristo. Estos son algunos de los comienzos de las revelaciones de la Escritura en cuanto a la senda de la gracia.

 

Entonces, la ley no es gracia. Ellas están en el más amplio contraste entre la una y la otra. Los principios de la gracia y los de las obras nunca se mezclan en la Escritura para justificación ante los ojos de Dios. Por eso leemos, "Si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra". (Romanos 11: 6 – LBLA).

 

El símbolo del propiciatorio fue la insinuación de que Dios saldría en gracia, y que incluso saldría para los infractores de la ley. Nosotros sabemos que desde entonces esto ha sido hecho gratuitamente; pues Dios abrió el camino para acercarse a Él en la persona y la obra de Su propio Hijo, tanto conforme a Su propia santidad, como a la necesidad del pecador. El Hijo de Dios ha venido; Él dio a conocer al Padre. Es bueno observar que el Arca fue el primer utensilio del tabernáculo que Dios mandó que fuera hecho, y que el lugar asignado a ella fuese dentro del velo. Por tanto, ella presenta a Cristo en el cielo.

 

Las dos cualidades del material del cual el Arca estaba compuesta, — a saber, "madera de acacia" y "oro", — presentan a Cristo como hombre perfecto, y también como verdaderamente Dios. Hecho carne y morando entre nosotros, no obstante, Él era el Hijo eterno, — Dios y Hombre en una Persona. En esta Arca, o cofre, fueron puestas las tablas del testimonio, en las cuales estaban escritos los Diez Mandamientos. Todo estaba cubierto por una tapa de oro puro (oro puro, significando la justicia divina), de los extremos de cuya tapa, o propiciatorio, había querubines labrados a martillo para cubrir el propiciatorio con su sombra, y uno frente al otro, y sus rostros mirando el propiciatorio. Todo esto establece claramente que la gracia reina por medio de la justicia. (véase Romanos 5: 21). Ello anuncia el precioso hecho, de que, aunque el hombre era un pecador, y por lo tanto estaba expuesto a la ira de Dios, no obstante, Jesús había glorificado a Dios en lo que respecta a la ley. Él fue el cumplidor de la ley, así como el portador de su maldición, en la muerte de cruz, para redimir a los que la habían infringido. Además, Él magnificó la ley y la hizo honorable, y pudo decir verdaderamente, "Tu ley está en medio de mi corazón". (Salmo 40: 8). Con Él, ni una jota ni una tilde falló. Él fue obediente en todas las cosas. Su comida y Su bebida fueron hacer la voluntad de Aquel que Le envió, y acabar Su obra. Él hizo esto perfectamente. Por lo tanto, pudo decir al final, "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese". (Juan 17: 4).

 

El creyente que ha estado bajo la ley, es redimido así de la maldición de la ley (Gálatas 3: 13), y, habiendo muerto para ella en Jesús, su Substituto, es llevado a conocer a Dios en Cristo, como el Dador tanto de la gracia como de la gloria. Al igual que el apóstol, nosotros podemos decir ahora, "mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para Dios". (Gálatas 2: 19 – LBLA). Es precioso saber que Jesús, el Hijo de Dios, que ahora está en los cielos, es aquel Único que ha glorificado a Dios en cuanto a la ley de Moisés, y es el verdadero propiciatorio. Así vemos a Jesús.

 

En las instrucciones acerca de la construcción del propiciatorio, comienza a vislumbrarse la manera de nuestra interacción y comunión con Dios. Pero, acerca de esto, son presentadas después revelaciones adicionales del pensamiento de Dios. En este lugar, es vista especialmente de qué manera los infractores de la ley pueden ser llevados a Dios, y cómo Dios puede tener entonces interacción y comunión con ellos. Posteriormente, en el capítulo 16 de Levítico, Dios revela, además, que los que vienen a Su presencia sólo pueden estar allí seguros en virtud de la nube de incienso aromático que cubre el propiciatorio, y la sangre del sacrificio rociada sobre y delante del propiciatorio. No hay duda de que el incienso presenta de manera bienaventurada las excelencias y perfecciones morales del Señor Jesús, el cual entró al cielo mismo en virtud de Su propia sangre. La sangre sobre el propiciatorio nunca era limpiada; era el testimonio siempre presente de que los pecados habían sido juzgados en el sacrificio, y que los modos de obrar de Dios habían sido plenamente vindicados. La sangre era rociada sólo una vez sobre el propiciatorio, porque Dios conocía perfectamente el valor de la sangre de Jesucristo, Su Hijo; pero era rociada siete veces delante del propiciatorio, para asegurar al adorador su perfecta eficacia para él cuando se acercaba así a Dios.

 

Entonces, nosotros tenemos ahora confianza para entrar al Lugar Santísimo en virtud de la sangre de Jesús. La sangre nos da derecho a estar allí, y no tenemos ningún otro. "la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace expiación". (Levítico 17: 11 – VM). Nosotros no hemos sido redimidos con cosas que se pueden corromper, como oro o plata, "sino con preciosa sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado". (1ª. Pedro 1: 18, 19 - VM). Después de esta ordenanza acerca del gran día de expiación, Dios estuvo aún más complacido en mostrarnos Su pensamiento en cuanto al terreno de interrelación y comunión con Él mismo. Cuando el Hijo del Hombre, colgado en el madero, como sacrificio inmaculado por el pecado, clamó, "Consumado es, y "entregó el espíritu", se nos dice que "el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo". (Mateo 27: 52). Se nos enseña que el velo simbolizaba la carne de Jesús, por eso leemos, "a través del velo, esto es, de su carne". (Hebreos 10: 20). Mientras el velo estuvo intacto, sin ser rasgado, este era una barrera que impedía el acceso del hombre a Dios; esto mostraba que el camino de entrada al Lugar Santísimo no había sido manifestado aún. Pero cuando el propiciatorio fue accesible para todos a través del velo rasgado, el camino a Dios fue hecho claro. Es ahora un hecho que un Salvador encarnado, Cumplidor de la ley, y Portador de la maldición, crucificado, resucitado, ascendido, y glorificado, es conocido en la presencia de Dios. Hombre levantado de entre los muertos, e ido al cielo mismo en virtud de Su propia sangre, es visto ahora allí. Leemos, "vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra". (Hebreos 2: 9). Qué prodigio de gracia divina es que Dios ideara así un camino por el cual Sus desterrados pudiesen regresar, en perfecta consistencia, también, con Sus santas y justas exigencias. Jehová fue quien dijo, "Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que he de darte en mandamiento para los hijos de Israel" (Éxodo 25: 22 – JND); pero, nosotros podemos decir que ahora estamos "justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación (o, propiciatorio) por medio de la fe en su sangre". (Romanos 3: 24, 25). ¡Qué santo y justo terreno la divina gracia ha puesto para la interacción del Padre con nosotros, y nuestra interacción con Él! Nosotros vemos los pecados juzgados, la ley cumplida, su maldición llevada, la justicia de Dios satisfecha plenamente, de manera que Él es justo tanto para con Cristo como para con nosotros, al perdonar nuestros pecados, y al darnos acceso con confianza a Su propia presencia ahora por medio de la fe, con derecho a estar allí para siempre. No dejemos de observar que no se dice «Allí te reunirás conmigo», sino, "Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo"; pues la estimación justa de Dios de la obra de Jesús es tal que, de manera consistente con cada atributo Suyo, Él puede encontrarse con nosotros y hablar con nosotros. ¡Qué paz y reposo da esto a nuestras almas! Cuán similar es el último mensaje del Señor a la Iglesia en la tierra, cuando ella está en su peor fase de profesión e indiferencia a Sus demandas, leemos, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". (Apocalipsis 3: 20). Es el propio Señor quien propone aquí la comunión, y Él mismo se expresa como deseándola. Él quiere cenar con nosotros. ¡Preciosa gracia!

 

Por comunión nosotros entendemos una coparticipación, o participación conjunta. Comunión, como hemos dicho, debe emanar de una paz y de una relación establecidas; y su medida debe concordar con el carácter en que Dios es conocido. Nosotros no leemos acerca de la comunión con Dios en las epístolas, porque Dios ha sido revelado ahora como Padre; "El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". (Juan 1: 18). Cada creyente ahora ha nacido de Dios, y conoce al Padre. El Espíritu Santo ha descendido, y ha sido dado como el Espíritu de adopción. Leemos, "Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!" (Gálatas 4: 6). Es así que "nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo". (1ª. Juan 1: 3). El Espíritu Santo es el poder de esta comunión, por eso leemos acerca de "la comunión del Espíritu Santo". Por tanto, ahora, en nuestra propia medida, podemos entrar en el amor, en los consejos, en el deleite, y en el reposo del Padre, con respecto al Hijo, y a todos Sus hijos; y también podemos entrar en el amor, el deleite, y el reposo del Hijo con respecto al Padre, y en lo que se refiere a cada miembro de Su cuerpo. Es en este nuevo orden de cosas que nosotros hemos sido introducidos por medio de la gracia, y por "la comunión del Espíritu". Contemplar esto es muy maravilloso y, sin embargo, nosotros podemos ver fácilmente que nada menos podía ser apropiado para el Padre, nada menos podía convenir al valor infinito de la "eterna redención" consumada por el Hijo, y nada menos podía ser obrado en nosotros como hijos de Dios por el Espíritu que mora en nosotros. No es de extrañar que el apóstol haya añadido, "para que nuestro gozo sea completo". (1ª. Juan 1: 4 – LBLA). Como hemos observado anteriormente, es la paz hecha, las relaciones establecidas, y el Espíritu Santo morando en nosotros, lo que da el carácter a la comunión desde la cual emana el verdadero servicio. Por lo tanto, el orden divino es: paz, comunión, y servicio. ¡Qué reposo, y gozo, y también poder, para el servicio y el testimonio están relacionados con la realización de este orden actual de comunión! Es de suma importancia que nuestras almas se interesen realmente en ello, para que podamos estar de manera consciente delante de Dios nuestro Padre, dentro del velo rasgado, donde Jesús, el cual es nuestra vida y justicia, está, donde la perfecta paz y el perfecto amor son conocidos de manera inmutable, y la sangre habla siempre de nuestro derecho a estar allí. Adorar allí al Padre, regocijarse en Cristo Jesús, sin una nube, sin un temor, no tener confianza alguna en la carne; siempre descubrir allí la bondad divina, y deleitarse cada vez más en el Padre, el cual nos ama como Él amó a Su Hijo; y deleitarse en el Hijo de Dios, el cual nos ama, y se entregó a Sí mismo por nosotros. Tales son algunas de las bienaventuranzas de la comunión actual con el Padre y con el Hijo.

 

¿Qué dice el lector acerca de estas cosas? ¿Se interesa usted y disfruta de este carácter actual de comunión? ¿Está usted cómodo dentro del velo? ¿Es este el lugar más dichoso que su alma conoce? Y, ¿lo considera usted como el lugar apropiado para un hijo de Dios, llevado ahora a esta prodigiosa comunión? Tenemos libertad de acceso allí con confianza, y para acercarnos confiadamente al trono de la gracia; pero, la pregunta importante es, ¿Qué es lo que nuestras almas conocen de ello de manera práctica?

 

El poder del cristiano para el servicio, y para toda fructificación es, la comunión. Jesús dijo, "Permaneced en mi" (Juan 15: 4); y además, "separados de mí nada podéis hacer". (Juan 15: 5). En el momento que esta comunión es rota, nosotros dejamos de vivir como los cristianos debiesen vivir, y no podemos estar en un buen estado hasta que nuestras almas son restauradas. Por eso encontramos en la Escritura que el pueblo de Dios era feliz y bendecido al tener que ver con el Arca o propiciatorio, y exactamente lo contrario cuando no estaban cerca de ella. Como un ejemplo de esto último sólo tenemos que recurrir a 1º. Samuel 7: 2 – Versión Moderna, donde leemos, "Y fue así que habían pasado ya muchos días desde el día en que se estableció el Arca en Kiryat-jearim (pues llegaron a ser veinte años); y toda la casa de Israel se lamentaba, suspirando en pos de Jehová". La expresión del estado desdichado de ellos es muy decidora, ellos, suspiraban "en pos de Jehová"; no tenían conciencia de Su presencia. Y más que esto; pues podemos estar bastante seguros de que, si Dios no tiene Su lugar correcto en nuestros corazones, algo más lo ocupará; tal vez la religiosidad circundante. En este caso fue así. Habiendo ellos perdido el sentido de la presencia y bendición del Dios verdadero, se ocuparon en otros dioses ajenos de las naciones y de Astarot. Este es un triste retrato del estado en que muchos están ahora, los cuales no disfrutan en absoluto de la comunión en el propiciatorio que hemos estado considerando. ¡Oh maravilla de la gracia divina! "Allí me reuniré contigo, y yo hablaré contigo desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines que están sobre el arca del testimonio". (Éxodo 25: 22 – JND). Ciertamente podemos mirar hacia lo alto y decir:

 

«Lejos de ti desmayamos y languidecemos;

¡Oh Salvador nuestro, mantennos cerca!»

 

Si la interrelación y la comunión personal con el Padre y con Su Hijo Jesucristo, en el poder del Espíritu Santo, no son conocidas por nuestras almas, entonces otros objetos pueden fácilmente ocupar nuestros corazones, y seremos desdichados; no, ciertamente, renunciando al Señor, sino que, en vez de disfrutar, suspiraremos en pos del Señor. ¡Que Él, por Su gracia, nos mantenga permaneciendo en nuestro Señor Jesús dentro del velo!

 

Pasemos a otro ejemplo. En 2º. Samuel 6: 11, 12, encontramos a uno muy grandemente bendecido por Jehová. El Arca, o propiciatorio, estuvo "en casa de Obed-edom geteo tres meses; y bendijo Jehová a Obed-edom y a toda su casa". La bendición no pudo pasar desapercibida, ni quedó sin ser mencionada, porque fue tan notable. Leemos, "Fue dado aviso al rey David, diciendo: Jehová ha bendecido la casa de Obed-edom y todo lo que tiene, a causa del arca de Dios". ¡Ah, que ningún cristiano espere la bendición de Dios en su casa a menos que el propiciatorio sea conocido y honrado allí de manera consciente! La palabra de Dios es, "Yo honraré a los que me honran". (1º. Samuel 2: 30). Por lo tanto, si el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es invocado, honrado, y servido en nuestros hogares, ciertamente podemos contar no sólo con nuestra propia bendición, sino con la bendición de toda la familia. Podemos estar seguros que no faltarán ni las bendiciones individuales ni las familiares, si Cristo en el cielo, el verdadero propiciatorio, es el objeto diario de nuestras almas, y es honrado por nosotros.

 

Hacia el final de este mismo capítulo (2º. Samuel 6), encontramos, también, un alentador ejemplo de gozo y bendición colectivos, entre aquellos que sabían que el arca o propiciatorio es el gran centro de atracción. El arca de Jehová, o propiciatorio, fue llevado con aclamación, con sonido de flautas, y con alegría. Holocaustos y ofrendas de paz fueron ofrecidos delante de Jehová; el pueblo fue bendecido en el nombre de Jehová de los ejércitos; y pan y tortas de pasas fueron distribuidos a toda la multitud de Israel. E Igualmente ahora, cuando el pueblo del Señor es reunido realmente al nombre del Señor Jesús, y Él, la Cabeza del cuerpo, es conocido verdaderamente en medio, el cual también es el propiciatorio en lo alto, entonces, indudablemente, habrá bendición y alegría. El sacrificio de alabanza y la acción de gracias ascenderán desde corazones adoradores al Padre de misericordias y Dios de toda consolación, y los afectos saldrán en pos de cada miembro del cuerpo de Cristo. Si la presencia del siempre vivo y siempre amoroso Salvador no es conocida y disfrutada así, que no sea algo sorprendente el hecho de que la falta de vida y la carnalidad, de una forma u otra, se manifiesten dolorosamente. Ocuparse individualmente en nuestro Señor Jesús glorificado es el secreto de la alegría y el consuelo colectivos. Cuando cada corazón se está regocijando en el Señor, nosotros podemos tener comunión unos con otros, adorar al Padre en el Espíritu, regocijarnos en Cristo Jesús, y deleitarnos en el pensamiento de que "aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará". (Hebreos 10: 37). Gracias sean dadas a Dios que nos llamó "a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor". (1ª. Corintios 1: 9).

 

Entonces, "comunión" es la contraseña del cristiano. Nuestro bendito Señor querría que compartiéramos con Él "las palabras", — las comunicaciones divinas, — que el Padre le dio. (Juan 17: 8). Él también nos da Su propia paz; ese estado tranquilo, imperturbable, que emanó siempre de la confianza en el amor del Padre, de modo que Él querría que nosotros estuviéramos sin turbación de corazón, o miedo, durante todo el tiempo de Su ausencia. Él dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". (Juan 14: 27). Él también querría que nosotros compartiéramos Su gozo. Dijo, "Hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos". (Juan 17: 13 - LBLA). En cuanto al amor, Su deseo es que sepamos que el Padre nos ama como lo ha amado a Él. (Juan 17: 23, 26). Y, para coronar el todo, Él compartirá con nosotros Su gloria. "La gloria que me diste les he dado". (Juan 17: 22). Oh, ser mantenidos en el constante disfrute de esta dulce comunión.

 

H. H. Snell

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Noviembre 2020

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
Communion, by H. H. Snell
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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