EL TESTIMONIO REMANENTE
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Escrito alrededor de 1870
"Quién ha menospreciado el
día de las pequeñeces?". Zacarías 4: 10 - LBA.
El
testimonio que los del pueblo del Señor están llamados a mantener en
estos últimos días tiene un carácter doble.
En
primer lugar, — la unidad de la Iglesia — el cuerpo de Cristo, —
constituida por la presencia personal del Espíritu Santo enviado desde el cielo
en Pentecostés; y,
en
segundo lugar, — El carácter de un Remanente que ha surgido de la
ruina y devastación en la que ha caído la Iglesia, que mantienen este
testimonio con un intransigente propósito y con consagración de corazón.
A
este carácter de Remanente deseo atraer la atención de mis lectores, y
trazar, desde la Escritura, algunas de las características que distinguieron de
vez en cuando a los fieles, en períodos de decadencia del primer llamamiento de
Dios; o caracterizaron las sendas de individuos que tipifican, o personifican,
un remanente en días de fracaso y ruina. Dichas características proporcionan
mucha enseñanza y mucho ejemplo, así como advertencia, a aquellos que ahora,
por misericordia, ocupan este serio, y no obstante, profundamente
bienaventurado lugar.
Nosotros
encontraremos, también, otro rasgo de notable y doloroso
interés; es decir, el hecho de cuán pronto entró el fracaso y la energía
flaqueó, después de los primeros positivos esfuerzos de la fe que se había
liberado de la corrupción y había regresado a una posición divina. Lamentablemente,
el hombre fracasa, — los santos fracasan en las cosas de Dios en todos los
sentidos. Aún así, no hay fracaso que pueda romper el vínculo de la fe con el
poder de Dios; y las más resplandecientes muestras de fe siempre son
encontradas donde todo alrededor es más oscuro. No se trata de servir o amar a
los santos de Dios, de hundirse a su nivel y sumergirse en la confusión. Nunca
podemos lidiar con el mal que ha surgido abandonando los primeros principios.
En ningún lugar encontramos mandatos tan fuertes para retenerlos como cuando
todo era más oscuro, y el fracaso más evidente.
Vea
usted las enseñanzas de Pablo en 2ª Timoteo: "Retén la forma
de las sanas palabras". (2ª Timoteo 1: 3). "Esfuérzate en la gracia
que es en Cristo Jesús". (2ª Timoteo 2: 1). "Persiste tú en lo que
has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido", etc.
Sirve mejor al pueblo del Señor aquel que, mientras haya un oído que oiga,
nunca pierde su libertad, o debilita la verdad, identificándose con lo que no está
de acuerdo con Dios. Un Gedeón debió derribar primero el altar de Baal antes
que Abiezer se juntara para seguirle. (Jueces 6: 34). Un Lot puede predicar
cosas verdaderas a su círculo, pero era la verdad sin el poder de Dios, porque
no se había desvinculado primero de Sodoma: "Pareció a sus yernos como que
se burlaba". (Génesis 19).
Es
evidente que primero debía haber existido el anunciado y aceptado
llamamiento de Dios; algo establecido por Dios de lo cual la masa general se
había alejado, para que hubiera una retención del llamamiento fundamental por
parte de un remanente; o un retorno a los principios originales, cuando todos
hubieran perdido el lugar divino del testimonio.
Creo
que el primer remanente que tiene este carácter, es Caleb y Josué.
Cuando
Dios descendió a libertar a Israel de Egipto, Él anunció Su
propósito a Moisés en Éxodo 3: 8, "He descendido para librarlos de mano de
los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra
que fluye leche y miel". El propósito de Dios fue anunciado aquí
claramente. Ni una sola palabra acerca de "aquel grande y terrible
desierto" intermedio. Yo paso por alto la liberación de ellos y la
historia posterior hasta que llegamos al momento cuando Israel, unos dos años
después, debía subir al monte de los Amorreos y tomar posesión de la tierra de
Canaán. La fe de ellos no estuvo a la altura del llamamiento de Jehová, y
rogaron que algunos fuesen enviados a espiar la tierra. Jehová asintió a esto,
ordenando que doce varones, — de cada tribu un varón, — (véase Números 13;
Deuteronomio 1) subieran. Entre ellos estuvieron "Caleb hijo de Jefone y
Josué hijo de Nun". Los espías volvieron con un buen informe de la tierra;
pero diez de ellos hicieron que la incredulidad del corazón de Israel se manifestara
por medio de sus propios temores.
En
este momento crucial, nosotros encontramos a Israel escabulléndose
del llamamiento de Jehová, y entonces, las palabras solemnes fueron
pronunciadas, "Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto". Ellos,
¡"aborrecieron la tierra deseable"! (Salmo 106: 24). Aquí, uno de
estos fieles varones, — "varones de "otro espíritu", — los
cuales habían "seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel", hizo
callar al pueblo con sus palabras, "Si Jehová se agradare de nosotros,
él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel".
(Números 14: 8). Él retuvo el llamamiento y el propósito de Jehová en este
momento crucial. Israel tuvo que volver y vagar por el resto de los cuarenta
años en el desierto, hasta que murieron todos los hombres de guerra que
salieron de Egipto. Ellos, también, tuvieron que acompañarlos en el dolor y el
trabajo de ellos, pero no en el pecado de ellos.
Pero no hubo nadie en esa gran compañía que con paso más firme y
resuelto, y un corazón más gozoso, vagara durante esos cuarenta años. Fieles al
propósito y al llamamiento de Dios, ellos esperaron lo que no vieron, y con
paciencia lo esperaron. Consiguieron su porción en la tierra que buscaban
cuando llegó el momento; y el testimonio de Moisés fue que él "había seguido
cumplidamente a Jehová". (Josué 14: 8 a 14).
En Rut tenemos un conmovedor
retrato de lo que un remanente debería ser. Su historia se halla en el día
oscuro de la ruina de Israel, en la época cuando gobernaban los Jueces. Israel
había demostrado ser totalmente infiel a su llamamiento; y los Filisteos
devastaban la tierra de Jehová; y, "cada uno hacía lo que bien le parecía".
(Jueces 21: 25). Las primeras asociaciones de la pobre Moabita con Noemí fueron
en el día de su prosperidad y gozo de corazón. Pero el día oscuro de Noemí
llegó; la viuda de Israel, — una viuda de corazón y de hecho. Noemí (convertida
ahora en "Mara" — Amarga) se propuso regresar a la tierra de Israel.
Alegrías y relaciones que ella una vez conoció habían desaparecido para siempre.
Rut, también una viuda de corazón, como estando en las circunstancias, siguió
fiel a Noemí. Ella la conoció en su día de prosperidad, y en el día de su
tristeza hizo de la viuda de Israel el objeto de todos sus cuidados. No podía
devolverle el pasado que había desaparecido para siempre. Pero ella se dedica,
en aquel momento, a este corazón enviudado y la sigue, sin pensar en sí misma,
a la tierra de Israel.
Leemos,
¡"A dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que
vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú
murieres, moriré yo, y allí seré sepultada"! (Rut 1: 16, 17). Pero el día
de la recompensa y del reconocimiento llegó. A la pregunta de ella a Booz,
"¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo
extranjera? "La respuesta fue, "Todo lo que has hecho por tu
suegra después de la muerte de tu esposo me ha sido informado en detalle".
(Rut 2: 11 – LBA). Este fue el terreno de la recompensa de ella. Si nosotros
hemos vislumbrado lo que la iglesia fue en el día de su bienaventuranza
Pentecostal, y hemos descubierto que los principios divinos enunciados en aquel
entonces nunca cambiaron, ¿no será nuestro lenguaje, en el día oscuro de su
vergüenza y ruina, " A
dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu
pueblo será mi pueblo, etc."? Si la pobreza de nuestros servicios no es
digna de reconocimiento cuando llegue el día de la recompensa, nosotros
tendremos la satisfacción y el gozo de saber que dimos todo (¿digamos?),
nuestra atención y nuestro cuidado, a aquella por la que Cristo se entregó a Sí
mismo para santificarla, y purificarla y presentársela a Sí mismo, una iglesia
en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante. (Efesios
5: 25 a 27).
Paso
ahora a un día más oscuro en la historia de Israel. Hacía mucho
tiempo que las diez tribus habían sido llevadas cautivas a Asiria. Judá había
colmado la medida de la paciencia de Jehová y había ido cautiva a Babilonia.
Jerusalén estaba solitaria, devastada, y en ruinas, y la tierra estaba asolada
y sin morador. Apenas quedaba un rastro de que ella era de Jehová; excepto que
ella estaba guardando los días de reposo, no por la fe del pueblo, sino porque
sobre el pueblo se había escrito "Lo-ammi (No es Mi pueblo)". (Oseas
1). Lejos, en la tierra del caldeo, un corazón fiel podía suspirar, y abrir su
ventana y orar, — volviendo sus ojos hacia la ciudad largamente amada; y
confiesa, como siendo propios, los pecados de su pueblo. (Daniel, capítulos 6 y
9).
Asimismo,
junto a los ríos de Babilonia, los que podían suspirar y
llorar por las abominaciones que fueron hechas en la casa de Dios en Jerusalén,
podían colgar sus arpas en los sauces, y rehusar cantar los cánticos de Sión en
tierra extraña. ¿Cómo podría Él ser adorado si no es en el lugar que Él ha
escogido? ¡Sólo había un lugar donde podían tocar sus arpas para alabarle!
Leemos, "Junto a los ríos de Babilonia, Allí nos sentábamos, y aun
llorábamos, acordándonos de Sión. Sobre los sauces en medio de ella colgamos
nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que
cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos algunos de los cánticos de Sión. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová
En tierra de extraños?". (Salmo 137).
En el libro de Esdras
encontramos un remanente del pueblo que se desvinculó de Babilonia, y regresó a
una posición divina delante del Señor. El cuidado con respecto a que nadie,
excepto aquellos cuyo título era claramente de Israel se mezclara con la obra
de Jehová, marcó a estos hombres fieles. No los desconocieron como no siendo de
Israel, pero ellos no pudieron reconocer su reclamación. Dios podía
discernirlos como Suyos; ellos no podían pretender tener el
discernimiento divino cuando no tenían el Urim y el Tumim (véase Esdras 2 : 59
a 63). En esto, nosotros tenemos una lección aleccionadora para nuestros propios
días.
Cuando la iglesia estuvo en el
orden divino, cada uno tomó su lugar, como el sacerdocio de Israel, sin
cuestionar el derecho para estar allí. Pero mientras tanto, Israel había llegado
a mezclarse en las corrupciones de Babilonia, y el desorden reinaba de manera
suprema. Cuando Pablo contempla el desorden total de cosas en la iglesia que
nunca podía ser remediado (2ª Timoteo), él instruye al remanente que se había
apartado de la iniquidad, y se habían limpiado ellos mismos de los vasos para
deshonra en la Babilonia de la Iglesia profesante, a seguir "tras la
justicia, la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con corazón
puro". (2ª Timoteo 2: 22 – VM). Leemos, "Pero en una casa grande
no solamente hay vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro; y
algunos para honra y algunos para deshonra. Por lo tanto, si alguno se habrá
limpiado de estos, separándose él mismo de ellos, él será un vaso para honra,
santificado, útil para el Dueño". (2ª. Timoteo 2: 19 a 21 – JND). Ellos no
negaron que los que estaban aún en la corrupción eran hijos de Dios, pero no se
habían desvinculado de los males que había allí; y, si conociendo la corrupción
ellos no se habían apartado de ella, la conciencia estaba contaminada y el
corazón impuro. Entonces, los que son del remanente tienen el cuidado de andar
sólo con los que invocan al Señor "con corazón puro".
Pero llegó el mes séptimo
(Esdras 3), el momento para la reunión de las personas (La Fiesta de las
Trompetas). El remanente se reunió "como un solo hombre" en la única
ciudad divina en el mundo, — el único escenario donde ellos pudieron descolgar,
por así decirlo, de los sauces, sus largamente silenciosas y desencordadas
arpas, y ¡adorar al Dios de Israel! Ellos pudieron orar con la ventana
abierta en dirección a Jerusalén, y pudieron confesar sus pecados
estando en Babilonia, pero no pudieron adorarle allí. Fue imposible
reconstruir el orden de cosas como ellas habían sido en el día de Salomón, —
¡aquel día había pasado para siempre! El arca ya no estaba, — y nadie pudo
decir dónde estaba. La gloria había salido de Israel, — y la espada
estaba en mano Gentil. El Urim y el Tumim estaban entre las cosas del pasado.
No obstante, fuera de todas estas cosas que pertenecieron a un día de orden,
Jehová no había olvidado a esos hombres fieles, y Su palabra y Su Espíritu
permanecían. "Edificaron el altar del Dios de Israel", — aunque
no estaba todo Israel. Ellos no pretendieron ser todo "Israel", — aunque
pudieron contemplar a todo Israel, y en la ciudad de Israel adorar al Dios de
Israel, de la manera que el Dios de Israel había escrito.
Como un remanente que había
escapado, ellos ocuparon este escenario divino, y cantaron la alabanza de Jehová,
"Aclamad a Jehová, porque él es bueno; porque su misericordia es
eterna". (1º Crónicas 16: 34). Ese coro había sido cantado en el brillante
día del éxito de David, cuando trajo el Arca de Dios desde la casa de Obed-edom
geteo a Jerusalén. (1º Crónicas 16: 41). Dicho coro había resonado nuevamente
cuando la casa de Jehová se llenó de una nube y de la gloria de Su manifiesta presencia
en los días de Salomón. (2º Crónicas 5: 13). Cuando la gloria y el resplandor y
los éxitos de aquellos días fueron cosas del pasado, y el fracaso y la ruina de
Israel fue completa, el remanente retornado pudo elevar la misma antigua nota
de alabanza, leemos que ellos, "cantaban, alabando y dando gracias a
Jehová, y diciendo: Porque él es bueno, porque para siempre es su
misericordia". (Esdras 3: 11). Ellos habían sido infieles, pero Él era
fiel. Los ancianos de Israel que habían visto la casa de Jehová antes de la
cautividad pudieron llorar cuando pensaron en la infidelidad del pueblo. Los
más jóvenes pudieron cantar con gozo cuando celebraron la fidelidad de Jehová.
Tanto el lloro como el regocijo fueron buenos, — llorar fue lo correcto cuando
pensaron en el fracaso del pueblo para con Jehová; pero ¡regocijarse fue lo
correcto cuando pensaron en la fidelidad de Dios!
Otros, que también invocaban
al mismo Jehová, como dijeron, reivindicaron el derecho de estar con ellos en
la obra (Esdras 4). Pero esto no pudo ser así. Los que tuvieron el cuidado de
que incluso un sacerdote de Israel que no pudiera mostrar su genealogía no
comiera de las cosas sagradas en el día cuando se libraron de Babilonia, se
preocuparon también de que los que habían mezclado el temor de Jehová con el
servicio a los ídolos no tuvieran nada que ver con ellos en Su obra. Con
respecto a ellos, no se trató de que la gente se reuniera; sino de que, con
corazones huérfanos en cuanto al pasado, el propósito fijo de ellos siguió
siendo fortalecer las cosas que quedaban, pero fortalecerlas según Dios, — es
decir, rechazando toda cooperación con aquellos que no pudieron tener a la
vista el mismo objetivo en el testimonio de Jehová. Por tanto, dicho testimonio
fue puro y sin mezcla; en primer lugar, para Israel como ellos habían sido, —
el separado pueblo de Dios en la tierra; y, en segundo lugar, este testimonio fue
mantenido por un remanente cuya única confianza estuvo en Dios, y cuya guía fue
Su palabra.
Todo esto tiene su
aleccionadora lección para nosotros. La unidad de la iglesia permanece. Ella es
mantenida por el Espíritu de Dios. Las lenguas han desaparecido, — el poder
apostólico ya no está, — las señales han pasado; y también las sanaciones y los
dones de realce para llamar la atención del mundo. Sin embargo, la palabra de
Dios permanece. Dios nos ha dirigido a ella en los días postreros. Si las
lenguas, etc., estuvieran aquí ahora, la palabra sería aplicable, pues,
"la palabra del Señor permanece para siempre". (1ª Pedro 1: 25). Pero
todo ello ha desaparecido. No obstante, el fiel puede tomar esa Palabra y andar
en obediencia a ella, cuando todas las cosas de la gloria primera de la iglesia
han pasado para siempre.
El remanente sacado de
Babilonia , por así decirlo, y que es reunido al nombre del Señor (Mateo 18:
20), sobre la base divina y el infalible principio divino de la existencia de
la Iglesia, — a saber, "un solo cuerpo y un solo Espíritu" (Efesios
4: 4 – LBA), — no pretende por esto ser "la iglesia de Dios"; eso
sería olvidar que aún hay hijos de Dios dispersos en la Babilonia circundante.
Ellos no pueden levantar nada, — no pueden reconstruir nada. Pero pueden
recordar que, "el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre",
está con ellos. Siempre se ha de confiar en Él y contar con Él. Si Él envía un
profeta o una ayuda entre ellos, ellos pueden dar gracias a Dios y aceptarlo
como una muestra de Su favor y Su gracia, — ellos no pueden designar a nadie.
Hacer eso sería olvidar la ruina total que nunca puede ser restaurada, y
presumir de hacer aquello para lo que ellos no tendrían ninguna autorización en
la Palabra de Dios.
Si una nueva acción del
Espíritu de Dios causa que una compañía parecida a la de Nehemías salga de
Babilonia, ellos se alegrarán de recibirlos en el terreno divino que ellos
mismos ocupan. Si la compañía parecida a la de Nehemías viene, encuentra ante ellos
un remanente que había ocupado previamente, por gracia, la posición divina. Ellos
deben incorporarse gozosa y dichosamente en lo que Dios ha obrado, — antaño no hubo
un terreno neutral, — hoy no hay un segundo lugar. Ellos no se atreven a establecer
otro lugar, ¡ello no sería más que un cisma! Fue el mismo Espíritu que había
obrado, y que, si se Le seguía, no podía dejar de guiarlos a la misma posición
divina a la que había guiado a otros. Cuán completamente esto deja de lado la
voluntad del hombre, y la independencia de los movimientos del día actual
{véase nota 1}, que no llegan a aquello que es a lo que Dios ha llamado a Su
pueblo, a saber, esforzarse "por preservar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz" (Efesios 4: 3 – LBA), porque "hay un solo cuerpo y
un solo
Espíritu" (Efesios 4: 4 – LBA), ¡y sólo uno!
{Nota 1}. Cuán plenamente, también,
esto aborda los interrogantes que tanto agitan a las almas en los movimientos
de hoy en día. Cuán imposible fue para esta nueva compañía de judíos,
(Nehemías) si estaba guiada por Dios, asumir que por ser de Israel podían
reunirse en alguna otra ciudad, aparte de los que se habían marchado antes,
(Esdras); y retomar los principios divinos en la letra, y reivindicar que por
ser judíos, y haberse separado de Babilonia, ellos podían actuar
independientemente de los que se habían marchado antes, y habían ocupado con
anterioridad esa posición divina. Ella era lo suficientemente amplia para todo
Israel, y ciertamente contemplaba (como la fe siempre lo hace) a todos ellos.
Pero como se trataba de un retorno, ellos se cuidaron de mantenerlo intacto en
su pureza y carácter divino, negando la entrada a todo lo que no era apto para
la presencia y el nombre del Dios de Israel.
Ha sido un exitoso estratagema del
enemigo, — y es triste decirlo, — usar las divinas y bienaventuradas verdades
de la Iglesia de Dios para cubrir lo que es realmente un cisma; y apoyar una
falsificación y, como Janes y Jambres, engañar. Porque este día no es solamente
un día de violencia, — sino de engaño y resistencia a la verdad mediante la
falsificación de las cosas divinas.
Es sencillo y evidente que los que
han tenido gracia para separarse de los males de la Iglesia profesante, aunque
sean miembros de Cristo, no pueden usar este hecho para repudiar lo que Dios ha
obrado en otros de esta manera antes que ellos. Si ellos son guiados por el
"un solo Espíritu", no pueden sino vincularse de manera práctica en
la unidad del Espíritu con aquellos que habían ocupado con anterioridad el
divino lugar; reconociendo dichosamente y dando gracias por lo que Dios había
obrado, y siguiendo adonde el "un solo Espíritu" había guiado a sus
hermanos antes que a ellos, a saber, al nombre del Señor, como "un solo
cuerpo", para partir el "pan, que es uno solo", en memoria de
Él! (1ª Corintios 10: 17 – VM).
Yo paso a otra interesante escena
cuando un fiel está solo, sin el apoyo de la comunión de sus hermanos, donde su
testimonio es más bien el rechazo a actuar para negar la verdad fundamental que
involucrarse activamente con otros para librarse de la iniquidad. Me refiero al
caso de Mardoqueo el Judío. (Ester).
Muy lejos de la tierra de Israel,
el pueblo estaba sometido a los poderes del mundo. Un Amalecita de nombre Amán
ejercía el poder junto al del rey. Un pobre judío, "un forastero… en
tierra ajena", rechazó inclinar su cabeza ante el Agagueo. Ser fiel cuando
todos son infieles es algo grande a los ojos de Dios. "No has negado mi
nombre" (Apocalipsis 3: 8), es un gran elogio cuando todos lo estuviesen
haciendo. Mantener el Nazareato de uno en secreto con Dios cuando ningún ojo
mira excepto el de Él, nunca es olvidado. Estar firmes por Él en un día malo de
tentación es ¡hacer cosas grandes! Leemos, "Yo he hecho que queden en
Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal" (1º. Reyes 19:
18 – RVA), y ello muestra que los ojos de Dios vieron y valoraron la fe de
ellos, donde incluso Elías no los había discernido. Ellos habían rechazado
hacer aquello que todos los demás habían hecho en aquel oscuro día.
Mardoqueo estuvo dispuesto a
dar razón de la esperanza que había en él; y su sencilla respuesta fue, ¡soy
un judío! Dios no había olvidado Su juramento de antaño (Éxodo 17), aunque
Israel estaba cosechando el fruto de sus pecados bajo los Reyes Orientales. Él
había dicho, "Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino cuando
saliste de Egipto, cómo te salió al encuentro en el camino, y atacó entre los
tuyos a todos los agotados en tu retaguardia cuando tú estabas fatigado y
cansado; y él no temió a Dios… no lo olvides". (Deuteronomio 25 - LBA).
Por consiguiente, Jehová había jurado que Él tendría guerra con Amalec de
generación en generación. (Éxodo 17: 16). Mardoqueo rechaza renunciar a esta
verdad fundamental en el llamamiento de Israel.
Usted puede decir, «Él es un
hombre terco y está poniendo en peligro las vidas de su nación.» Yo lo admito,
pero, ¡su confianza está en Dios! Este hombre, confiando en Dios y negándose a
renunciar a la verdad fundamental, se mantuvo firme contra toda la maldad del
enemigo. Correos tras correos fueron enviados con la orden de matar a todos los
judíos. Sin embargo, él no vaciló en su fe, — ¡no inclinó la cabeza cuando el
hijo de Amalec pasaba! Él había contado con Dios, cuya palabra nunca cambia; y
Dios había probado su fe, pero ésta resistió la prueba; y, cuando llegue el día
en que la fidelidad sea reconocida, se encontrará que Mardoqueo había tenido,
por gracia, una oportunidad para ser fiel a Jehová, — que él se había mantenido
firme, y que Dios no lo ha olvidado.
Qué dicha de corazón su
historia debe proporcionar a aquellos cuya senda es una senda aislada; cuando
no tienen ni siquiera un compañero fiel, y sin embargo son capaces de estar
firmes en un día malo y ser fieles en su senda solitaria, sostenidos y
reconocidos por Dios.
En Daniel, Ananías, Misael y
Azarías, nosotros encontramos otro ejemplo sorprendente. La fidelidad y
mantenerse firmes en la prueba y en la tentación muestran tanto el poder del
Espíritu como la energía en acción. En este momento ellos estaban cautivos en Babilonia;
la necesidad de fidelidad parecía haber desaparecido. ¿Dónde estaba el
beneficio de mantenerse firme cuando todas sus esperanzas habían desaparecido?
Pero Daniel se propuso en su corazón no contaminarse con la comida o el vino
del rey. Él bebería agua, comería legumbres y nada más. Mantuvo su nazareato en
la tierra del cautiverio; y lo mantuvo según los pensamientos de Dios
(compárese con Ezequiel 4: 9 a 13), y llegó el momento en que Dios estuvo a su
lado, e hizo que él fuera el instrumento de Su pensamiento y Su voluntad,
revelándole la historia de los tiempos, y el fin del gentil bajo cuyo control
él estaba por causa del pecado de su nación.
Yo podría continuar con muchos
otros ejemplos, tales como: Jeremías, las cinco Vírgenes Sensatas, etcétera,
etcétera; pero paso a mencionar otra solemne lección. Cuán pronto la cosa
fracasó y la energía decayó, energía que apoyó al remanente emergente a desembarazarse
del mal y a recuperar una posición divina. Así, el fracaso y la debilidad
sobrevinieron una vez más. Se trata de un caso triste pero común. Usted verá a
menudo los amorosos esfuerzos de la fe luchando por conseguir una posición
divina a través de dificultades y peligros y pruebas sin fin. Sin embargo,
cuando la meta es conseguida, el celo se enfría, el yo es recordado, Dios es
olvidado, y la bendición desaparece. ¡Cuán lamentable! Uno tiembla cuando uno
ve estos primeros esfuerzos amorosos de la fe, por el temor de que llegue el
día en que no sean vistos nunca más. Es mucho más difícil mantener lo
que hemos conseguido en las cosas divinas que conseguirlo, porque ello
debe ser hecho por aquel que lo consiguió permaneciendo en la energía mediante la
cual él lo consiguió. El temor del hombre viene. Entran, el interés propio, el perdonarse
a uno mismo, y la autocomplacencia. Dios, en misericordia, se interpone a veces
y despierta la energía dormida y está siempre dispuesto a bendecir; pero aun
así es doloroso y humillante pensar en ello. Vemos un triste ejemplo de esto en
Israel cuando obtuvo la tierra bajo Josué, y luego se sumergió en una prematura
decadencia.
Ello sale a relucir de manera
sorprendente en la historia posterior de este remanente retornado en Esdras,
etc., al cual me he referido. El temor del hombre detuvo la obra de Jehová.
(Esdras 4: 4, 5, 24). La energía y la hermosura de sus primeros esfuerzos de fe
habían desaparecido. Dios envía a los profetas Hageo y Zacarías para motivar al
pueblo para la obra de Jehová. Ellos habían comenzado a establecer en sus
corazones que el tiempo de reedificar la casa de Jehová no había llegado (Hageo
1: 2); ellos habían artesonado sus propias casas. Así motivados, encontramos
que ellos obedecieron la voz de Jehová e hicieron la obra de Jehová. El temor del
hombre dio lugar al temor de Jehová; y Dios estuvo allí para reconocer y
bendecir los renovados esfuerzos de la fe.
Si seguimos la historia de
ellos encontramos que su fe se oscureció nuevamente. En Malaquías el estado de
las cosas es doloroso y deprimente. Lo ciego del rebaño, el enfermo y el cojo
eran ofrecidos en sacrificio a Jehová. Lo que el hombre rechazaba, — lo que no
valía nada para él, ¡era suficiente para Dios! (Incluso Saúl, en su peor día,
reservó lo mejor de las ovejas y de los bueyes para hacer un sacrificio para
Jehová). Nadie abriría las puertas de la casa de Jehová de balde, ni encendería
un fuego en su altar sin coste alguno. (Malaquías 1: 7 a 10). Ellos robaban a
Dios en diezmos y ofrendas (Malaquías 3: 8); llamaban felices a los soberbios y
decían: "¡Cosa vana es servir a Dios! ¿y qué provecho es para nosotros el
haber guardado sus preceptos, y haber andado afligidos delante de Jehová de los
Ejércitos?" (Malaquías 3: 14 – VM). Y ellos hacían esto, también, es triste
decirlo, cuando estaban en una posición divina. {Véase nota 2}. No fue
cuando estuvieron lejos en la tierra de los caldeos, ¡sino en la ciudad del
gran Rey! Aun así, nosotros encontramos un remanente dentro de un remanente,
si se me permite decirlo, fiel al Señor.
{Nota
2}. El objetivo persistente de los enemigos de la verdad siempre es borrar, si
ello es posible, el hecho de la Iglesia de Dios, en cuanto a su incidencia
práctica sobre los santos. No se trata de que se niegue la existencia de la
Iglesia de Dios aquí en la tierra, sino que se niega que una verdad tal sea
vinculante con respecto a los santos en lo que se refiere a reunirse al nombre
del Señor, aunque ellos no sean más que un remanente en el mejor de los casos.
En
la Reforma (como la palabra implica) no hubo tal cosa como la recuperación de
la posición y de los principios divinos de la Iglesia de Dios, — principios perdidos,
como verdad práctica, desde los días apostólicos. Sólo hubo una reforma de los
cuerpos existentes que los Reformadores supusieron que eran la Iglesia, resultando
en Instituciones Nacionales, e Iglesias Reformadas.
Ello
fue, muy ciertamente, una obra maravillosa en aquel día de tinieblas; una obra
por la cual tenemos que bendecir siempre a nuestro Dios. No obstante, ella
estuvo lejos de ser perfecta. La distintiva presencia personal del Espíritu
Santo en la tierra constituyendo el cuerpo de Cristo, la Iglesia, nunca fue
vista. Muy ciertamente todos los cristianos reconocen Su personalidad, Su
deidad, etc., pero yo hablo de Su distintiva presencia personal en la tierra,
como morando en la Iglesia, y constituyendo su unidad, en contraste con Sus diversos
modos de obrar antes que Él viniera a morar. Yo podría mencionar también otras
grandes verdades que no fueron conocidas en aquel entonces, pero esta es
suficiente para mi propósito actual. Consecuentemente, hasta alrededor de 1830
no hubo santos reunidos "en asamblea" (1ª Corintios 11: 18 – VM), al
nombre del Señor, reconociendo y actuando sobre los permanentes principios de
la existencia de la Iglesia, — a saber, "un solo cuerpo y un solo Espíritu".
(Efesios 4: 4 – LBA). Y procurar aplicar mal el principio o el tipo de
remanente que regresa en Esdras y Nehemías al día de la Reforma, no es más que
desorientar y engañar.
Esos
remanentes regresaron efectivamente a una posición divina. Ningún cuerpo de
creyentes hizo esto en la Reforma. Ellos estuvieron en aquel entonces en el
lugar en que todo Israel podía estar con ellos, y en el único. Esto no los
convirtió en "Israel": sin embargo, nadie excepto ellos estuvieron en
el terreno de Israel.
Cuando
este remanente es descrito en Malaquías, — triste y humillante como es su
estado, ellos aún estaban en ese lugar divino, la ciudad de Jehová. El
remanente dentro del remanente, como yo los he descrito, no se retiró de
ese lugar divino, — hacer eso hubiese sido fatal para su propia fidelidad. Pero
ellos estuvieron más animados a una ferviente fidelidad para fortalecer las
cosas que quedaban.
Las
lecciones que nosotros deducimos desde estas Escrituras enseñan lo contrario
mismo de lo que algunos han procurado sacar de ellas. Tal es el resultado,
primero deslizarse de la verdad de Dios y luego resistirse a ella.
Leemos, "los que temían a
Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito
libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que
piensan en su nombre". (Malaquías 3: 16).
La fidelidad de los pocos fue
el canal de sustentación para los demás por parte de un Dios fiel. Nosotros les
seguimos el rastro más adelante, hasta que los hallamos en Lucas 2
representados por los ancianos Simeón y Ana, la cual conocía "a todos los
que esperaban la redención en Jerusalén". La misma fe que pudo mantenerlos
esperando al Cristo del Señor, pudo mantenerlos vivos hasta que Él vino. La anciana
profetisa, también, que pudo ayunar y orar, y vivir, y en ese lugar que aún
pertenecía a Dios, encontró que sus ayunos y oraciones terminaron en alabanza,
cuando vino el Señor que ella había esperado.
El último eslabón en la
historia de este remanente retornado que encontramos en los Evangelios lo
tenemos en la viuda solitaria de Lucas 21. Unos pocos versículos más adelante
en este capítulo el Señor declara el juicio final sobre aquel templo en
Jerusalén. No obstante, este templo aún era, en un cierto sentido, reconocido
por Dios. Este enviudado corazón no tenía más que un solo objeto en la tierra,
— poco era lo que ella podía hacer, pues todo lo que ella poseía era, ¡dos
blancas, o sea, dos pequeñas monedas de cobre!, tal como el Espíritu nos lo deja
saber. La devoción, en la estimación del hombre, habría sido grande si ella hubiera
destinado la mitad de lo que poseía para los intereses de Dios que la
absorbían. Pero el yo estaba olvidado en este enviudado corazón y ella echó en
el arca de la ofrenda del Señor sus dos blancas. Los ojos del Señor vieron el
motivo desde el cual surgió esta ofrenda, leyeron la acción como sólo Él podía
leerla y Él dijo, "En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que
todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les
sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía". Él juzgó
correctamente, pero no juzgó por lo que ella dio, sino por lo que ella
guardó, ¡y ella no guardó nada!
Es humillante seguir el rastro
de esta decadencia de la mayoría, pero, sin embargo, es conmovedor contemplar
la creciente devoción y el creciente propósito que van en aumento de esos
corazones fieles; pero ello es útil para afrontar los peligros de los que nunca
estamos libres. La mundanalidad, el egoísmo y el olvido de las cosas del Señor,
todos ellos están entre nosotros y son señales y fuentes de debilidad. Que el Señor
nos conceda estar alerta y desconfiar de nosotros mismos aún más. Que el Señor
anime los corazones de aquellos que aman Su nombre y Su testimonio a ser cada
vez más fieles. Mantener los ojos llenos de Cristo, y así ser aún más el canal
de la gracia sustentadora del Señor para los demás, hasta que llegue ese día
brillante y anhelado en que ¡Él vendrá y alegrará nuestros corazones para
siempre!
Es fácil comentar de qué
manera en todas esas épocas de fracaso y ruina los corazones de otros fueron motivados
por algunos otros fieles que en abnegada energía pudieron orar y trabajar, — y
suspirar y llorar, — pudieron estar activos y pudieron desgastarse en los
intereses del Señor en su momento. Por medio de los tales el Señor obró y
libertó, y condujo y bendijo a Su pueblo. Ello pudo ser por medio de alguna
viuda solitaria que podía agonizar en oraciones y ayunos noche y día. La
respuesta llegaba, y la bendición era derramada, y nadie sabía cuál era la
ocasión por medio de la cual la bendición llegaba, Pero en el día en que
"cada uno recibirá su alabanza de Dios" (1ª Corintios 4: 5), ello se
sabrá; porque Su ojo lo notó y lo respondió, y ese corazón estuvo, quizás inconscientemente,
en comunión con el Suyo, — ¡el instrumento para la intercesión del Espíritu por
los santos según la voluntad de Dios!
F. G. Patterson
Traducido del Inglés
por: B.R.C.O. – Noviembre 2020.
Otras versiones de
La Biblia usadas
en esta traducción:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).