El Espíritu Santo como
Dador de Vida y Testigo
1ª Parte del escrito: Acciones Personales y Colectivas
del Espíritu Santo.
F. G. Patterson
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
De la revista "Words of
Faith", 1883, páginas 113 a 125.
"¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre
subir adonde estaba primero?
"El espíritu es el que da vida; la
carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son
vida". (Juan 6: 63).
"Empero éste, el sacerdote nuestro,
cuando hubo ofrecido un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó
a la diestra de Dios, de entonces en adelante esperando, hasta que sus enemigos
sean puestos debajo de sus pies: porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para
siempre a los que son santificados".
"De lo cual el Espíritu Santo también
nos da testimonio; porque después de haber dicho: Éste es el pacto que
haré con ellos, después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su
corazón, y también en su mente las escribiré; luego añade: Y de sus pecados y
sus iniquidades no me acordaré más".
"Y en donde hay remisión de éstos, ya
no hay más ofrenda por el pecado". (Hebreos 10: 12 a 18 – VM).
En estas dos Escrituras encontramos las
dos grandes verdades que yo deseo presentar a mis lectores, — a saber,
1. La acción del Espíritu de Dios aquí en
la tierra dando vida a las almas de los pecadores, despertándolas así al
sentido de su necesidad a los ojos de Dios; y —
2. Su presencia aquí en la tierra como Testigo
para nosotros de la perfección de la obra del Señor Jesús, y de su
aceptación por parte de Dios; proporcionando así una respuesta al alma
despertada mediante un testimonio del valor de esa obra por medio de la cual ella
es salvada.
En primer lugar, seamos claros en cuanto
al hecho de que si bien el Hijo de Dios es el Actor mediante el cual todas las
acciones son realizadas, el Espíritu de Dios ha sido siempre el Agente directo
en cada acción de la Deidad que alguna vez ha sido hecha, ya sea en creación, o
en providencia, o en gobierno, o en redención. Nosotros vemos referencias a
esto en todas partes de la Escritura, incluso en cuanto a esas acciones que
tuvieron lugar antes que el mundo existiera. En Génesis 1: 14 a 19, donde fue
hecha la designación del sol y la luna para señorear el día y la noche,
nosotros leemos que Dios, habiendo hecho estas dos grandes luces (el sol y la
luna), "hizo también las estrellas". Y leemos en el libro de Job
(capítulo 26 versículo 13), que el Espíritu de Dios fue el Agente que lo hizo,
pues por medio de "Su espíritu adornó los cielos". Así también,
cuando desde el caos de la materia hallado en Génesis 1, Dios formaría la
tierra Adánica como una morada para el hombre, nosotros leemos que "el
Espíritu de Dios incubaba [o se movía] sobre la faz de las aguas". Él
también llenó a Bezaleel hijo de Uri; y a Aholiab hijo de Ahisamac, de la tribu
de Dan, con el Espíritu de Dios, en sabiduría e inteligencia para hacer toda la
obra del tabernáculo en el cual Dios estaba punto de morar en Israel. Así
también David tuvo "por el Espíritu" el modelo del templo que Salomón
edificó. Leemos, "Asimismo el diseño de todo lo que tenía ideado, por el
Espíritu, respecto de los atrios de la Casa de Jehová, y de todas las cámaras
al rededor, y de las tesorerías de la Casa de Dios, y de las tesorerías de las
cosas santificadas", etc." (1º Crónicas 28: 12 – VM – JND). Él vino
sobre los profetas; inspiró la palabra de Dios; dio a Sansón su gran fuerza; y,
en resumen, todas las acciones divinas han sido siempre por la agencia directa
del Espíritu Santo. Esto es visto más plenamente cuando llegamos al Nuevo
Testamento, tanto en el ministerio del Señor como en los hechos de poder (Si yo
por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, etc. – Mateo 12: 28), así como
después en la iglesia formada en Pentecostés, lo cual nos trae hasta el
intervalo actual. Yo me refiero a estos hechos solamente de paso, para que
podamos tener esta gran verdad establecida en nuestras mentes, antes que
pasemos al tema especial que tenemos ante nosotros.
También será necesario señalar aquí que
Dios no se había revelado plenamente a Sí mismo en los días del Antiguo
Testamento. Él es conocido allí bajo varios nombres, en conexión con ciertas
acciones y relaciones que fueron entabladas, ya sea en la creación, o después
de la caída del hombre, o con almas individuales de los escogidos, o con la
nación de Israel, — Su pueblo terrenal escogido. Nosotros Le hallamos como
Elohim, y sus derivados; como Jehová, como El Shaddai (Dios Todopoderoso), como
Elyón (Altísimo); como Adonai, y sus palabras afines; así como mediante otros
nombres.
Aun así, "un Dios"
fue la gran verdad presentada en contraste con la pluralidad de los dioses de
los paganos; y, para dar testimonio de esta unidad de la Deidad, Israel fue
escogido y llamado aparte del mundo. "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios,
Jehová uno es". (Deuteronomio 6: 4). Pero la Trinidad de las Personas de
la Deidad no fue en aquel entonces el tema de la revelación directa. Hubo
indicios de ello en todas las épocas; pero el hecho no fue dado a conocer en
aquel entonces. Yo puedo aducir muchos ejemplos acerca de esto, tal como el
carácter plural del nombre Elohim — Dios; y también la atribución de los
serafines hecha tres veces en Isaías 6 comparada con Juan 12: 39 a 41, y con
Hechos 28: 25 a 27. Véase asimismo Isaías 48: 16, "Acercaos a mí, oíd
esto: desde el principio no hablé en secreto; desde que eso se hizo, allí
estaba yo; y ahora me envió Jehová el Señor, y su Espíritu". Las triunas
Personas de la Deidad son claramente vistas.
Por consiguiente, el hecho de dar
a conocer la Trinidad de las Personas estuvo reservado para el advenimiento del
Hijo de Dios a este mundo, cuando Él asumió definitivamente la humanidad, y
tomó Su lugar como hombre en la tierra. Esto sucedió en el momento cuando el
Señor Jesús comenzó Su servicio en la tierra, a los treinta años de edad. El
Bautista había estado despertando a Israel con el testimonio del solemne asunto
de su misión como aquel que estaba yendo delante de la presencia del Señor para
preparar Sus caminos. (Lucas 1: 76). Su clamor a Israel era, "Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado". (Mateo 3: 2). El hacha ya estaba
puesta a la raíz de los árboles; no era ahora el momento de podar las ramas, ya
se había llegado a la raíz, y todo árbol que no daba buen fruto iba a ser
cortado y echado al fuego. El juicio era inminente sobre todos. El Señor
apareció entre la multitud que venía a ser bautizada por Juan — confesando sus
pecados. A Juan le incomodó este acercamiento de Jesús, "Yo necesito ser
bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?" El Mesías podía perdonar pecados; pero
no podía confesarlos, porque no tenía ninguno. Pero la gracia se estaba
moviendo en los corazones de Israel. Dios había tocado sus almas; y en lugar de
decir, "A Abraham tenemos por padre", ellos estuvieron aceptando su
verdadero lugar de pecadores convictos, — no teniendo derecho alguno sobre
ninguna base a las promesas, excepto a la de la misericordia soberana. El
propio Jesús se identificó con este movimiento de gracia en las almas de ellos.
Las ovejas de Israel estaban en las aguas; ¡el Pastor de Israel también estaría
allí! Y Su respuesta al Bautista es, "Consiente ahora; porque así nos
conviene [a Él y a él] cumplir toda justicia. Entonces lo consintió"
(Mateo 3: 15 – VM); «tú para recibir la
confesión de Israel de sus pecados; YO
para ir con la gracia que los trajo allí; y para recibirlos, y deleitarme en
ellos como los íntegros de la tierra. (Salmo 16)». ¡Inmediatamente los cielos
fueron abiertos! Un objeto digno de todos los cielos fue visto por primera vez.
El Señor, como un hombre en la tierra, recibe el Espíritu de Dios. Él es
sellado como hombre por el Espíritu Santo, — una demostración de la excelencia
y la perfección de Su Persona, sobre la cual el Espíritu pudo descender como
paloma y permanecer, sin derramamiento de sangre o sacrificio. La voz del Padre
es oída desde el cielo, "Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia." La Trinidad en pleno es dada aquí a conocer por primera vez
claramente, — Padre, Hijo, y Espíritu, — la gloria de la Deidad es revelada en
la Trinidad de las Personas mediante las cuales las operaciones de la gracia son
llevadas a cabo.
Pero ahora debemos volver
sobre nuestros pasos un poco para determinar las variadas esferas en las que el
Espíritu de Dios ha obrado con los hombres en los días anteriores. Debemos, por
lo tanto, regresar a los días anteriores al diluvio. Aquí encontramos que los
esmeros del Espíritu de Dios tuvieron como objeto toda la raza humana. Durante
los ciento veinte años anteriores a ese momento de juicio, la palabra fue:
"No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre". (Génesis 6: 3).
No se podría decir acerca de cualquiera de los períodos posteriores que la raza
fue el sujeto de sus esmeros. Por eso podemos decir que ahora realmente no hay
salvación para el hombre como raza en la Escritura; si bien hay
salvación para los hombres. "Reduces al hombre hasta convertirlo en
polvo, y dices: Volved, hijos de los hombres". (Salmo 90:3 – RV1977).
Ese período de trato pasó. Su
Espíritu se esmeró por ese tiempo asignado, y el diluvio de aguas finalizó la
escena. La raza ya no sería más el objeto de tal gracia. Pero cuando la tierra
se renovó, y los hombres volvieron a poblar su superficie, y luego se
dispersaron en Babel por su orgullo, Dios llamó a un hombre (Abraham) y en él a
una nación, mediante la cual y en la cual Él comenzó un nuevo trato. Esta fue
la nueva esfera en la cual, o mediante la cual, el Espíritu Santo volvería a
llevar a cabo Sus operaciones, — ya sea obrando en el interior, en medio
de ese pueblo por los muchos modos de obrar de la gracia utilizados en aquel
entonces, o por medio de ese pueblo para atraer a las naciones de la tierra a
ese centro de los modos de obrar de Dios.
En ese nuevo escenario Israel
corrompió su senda, y fueron expulsados de la tierra de Canaán. Aun así, la
palabra para la fe fue, "Mi Espíritu permanece en medio de vosotros; ¡no
temáis!" (Hageo 2: 1 – VM). Y el remanente piadoso fue sostenido en la fe
hasta que el Mesías vino. Cuando llegó ese momento, sólo Jesús fue Aquel a
quien le fue dado el Espíritu sin medida. Él es el Centro al que todos deben
ahora reunirse, en los modos de obrar de Dios. Pero, expulsado y habiéndosele
dado muerte, Él asciende al cielo y allí recibe de nuevo del Padre el Espíritu
Santo, y "ha derramado esto [como Pedro dijo en el día de Pentecostés] que
vosotros veis y oís". (Hechos 2: 32, 33). Este envío del Espíritu
constituye a los discípulos en una casa espiritual en la tierra, una
"morada de Dios en el Espíritu" (Efesios 2: 22), que llega a ser
(como todavía lo es, aunque ampliada en la cristiandad) la nueva esfera de las
operaciones del Espíritu de Dios. En la actualidad no hay ninguna acción del
Espíritu de Dios directamente desde el cielo sobre los paganos que nos
rodean. No hay ninguna acción aparte de la esfera donde el Espíritu de Dios
mora ahora. Dios obra en ella, o por medio de ella, dondequiera que Su
obra es hecha. Muchos ejemplos pueden ser aducidos para ilustrar este hecho.
Dios ha encendido una portadora de luz en la tierra, para ser una carta de
Cristo, conocida y leída por todos los hombres, pues, "una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder". Él no reconoce ninguna otra luz, y
no obra a por medio de ningún otro canal que no sea la iglesia de Dios.
Nosotros vemos esto al principio de los Hechos de los apóstoles, cuando esta morada
de Dios fue formada. Los judíos debieron ser convencidos por el Espíritu Santo
desde esa plataforma, por medio de la boca de Pedro, del pecado de ellos, y
encontrar el remedio de Dios para ello, y entrar en la morada de Dios. El
Gentil (Hechos 10) que hasta entonces había sido atraído hacia el Dios de
Israel, y había amado a Su pueblo como canal de misericordia en un día
anterior, debe ahora mandar traer a Pedro y oír sus palabras por las que él y
toda su casa serían salvos. El ángel enviado a él desde el cielo sólo puede
señalar la verdadera esfera en la tierra donde se encontraría salvación.
Y aunque la iglesia de Dios ha
corrompido su senda en la tierra, Dios no conoce ningún otro canal para los de
"afuera", ni ninguna otra esfera para Su Espíritu sino "adentro",
donde la buena palabra de Dios es oída, y las operaciones de Su Espíritu son
llevadas a cabo. El pagano o el judío, siempre que es alcanzado por la palabra
del evangelio, la oye por medio del testimonio del Cristianismo. El cristiano
profesante dentro de esa esfera es el objeto de las variadas operaciones del
Espíritu de Dios. Nosotros oímos hablar de un pagano, el hombre principal en …,
el cual solía razonar, «Yo hice esta canoa; alguien formó el árbol del que la
hice», pero allí terminaba su razonamiento. Los cristianos habían establecido
un asentamiento misionero en esas partes muchos años antes, pero no habían
encontrado ningún fruto. Por último, este hombre vino a oír. Él oyó acerca de
un Dios Creador, y Uno que había dado a Su propio Hijo cuando Su criatura cayó.
«Ah», dijo él, «esto es lo que yo he estado buscando», y abrazó el evangelio.
Él se entera de la verdad por medio de la luz que Dios había instalado en la
tierra. Su razonamiento preparó el camino para que el testimonio de Cristo y Su
palabra resplandecieran en su corazón; pero el debió enterarse a través de la
manera ordenada por Dios. Como el centurión de antaño, cuya fe sobrepasó
eventualmente la de Israel (Lucas 7), y había amado a la nación de ellos, y les
había construido una sinagoga; sin embargo, ahora que Cristo había venido, su
fe se dirigía a un objeto más elevado, y aprende del propio Cristo acerca de Su
gracia.
Nosotros también oímos (para
citar un caso de "adentro") acerca de dos mineros que se encontraron
un día en lo profundo de su mina en…, cuando uno dijo al otro, «¿Sabes tú que
existen personas que vienen a los alrededores predicando, las cuales dicen que
deberías saber que tus pecados son perdonados en esta vida?». «Oh», dijo su
compañero, «eso es un sinsentido; nadie podría saber eso aquí». Ellos se
separaron por el momento, pero sucedió que se volvieron a encontrar en el
transcurso de algunos días. «¿Sabes», «dijo uno al otro», "que yo sé que
mis pecados han sido perdonados"? «¡Tú!» dijo su camarada; «¡imposible!»
«En absoluto», dijo el otro; «ven y oye tú mismo». Él vino, y también conoció
el evangelio. Aquí estaba uno de los diez mil casos de "adentro", así
como el otro era de "afuera", ilustrando la esfera de acción, o canal
de bendición, del cual Dios no se aparta mientras las cosas presentes
permanecen, aunque la luz sea tenue, y el candelabro ya no brille con su luz
primera. Aun así, el Espíritu de Dios permanece y obra, morando en la iglesia
de Dios durante toda Su senda aquí, aunque, exteriormente, ampliada a la
cristiandad.
Yo no voy a atraer su atención
al modo en que la promesa del Espíritu Santo salió a relucir durante la estada
del Señor con Su pueblo en la tierra; aquel "otro Consolador" que iba
a tomar Su lugar entre ellos, — "en vosotros" y "con
vosotros", — cuando el Señor Jesús se hubiese ido. Él permanecería con
ellos para siempre; mientras que el Señor Jesús debía partir después de Su
breve estada con ellos en la tierra. Esto sale a relucir claramente en el
evangelio de Juan. En el evangelio de Lucas, cuando los corazones y las
conciencias son tan ejercitadas por el Señor, y cuando las necesidades del alma
son sugeridas con antelación acerca del estado de ellos en aquel entonces,
nosotros encontramos al Señor, después de enseñar a Sus discípulos a orar
(Lucas 11), y de mostrarles mediante parábolas de qué manera, mientras el
hombre necesitaba ser importunado para conceder una petición cuando su propia
conveniencia estaba en juego, Dios como Padre de los suyos, "¿cuánto más…
dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?". (Lucas 11: 5 a 13). Así,
mientras que en realidad el Espíritu fue dado en respuesta a la oración del
propio Jesús al Padre (Juan 14), el Señor produciría deseos en el corazón de Su
pueblo por lo que Él estaba a punto de conferir.
Cuando pasamos a Juan,
capítulo 14, nos enteramos que Él estaba a punto de marcharse, y que antes que
Él regresara a recibirlos a Él mismo, el Espíritu Santo sería dado para morar
con ellos, — no por unos pocos años y luego partir, como Jesús, sino "para
siempre". Leemos, "Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora [o morará] con vosotros, y estará en vosotros".
(Juan 14: 16, 17). Además, "El Consolador, es decir, el Espíritu Santo, a
quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo cuanto os he dicho". (Juan 14: 26 – VM). En estos pasajes
encontramos al Señor orando al Padre para que el Espíritu Santo sea dado, y
luego encontramos al Padre enviándole en el nombre del Hijo.
En Juan 15: 26 tenemos aún
otro paso en antelación a estos, "Pero cuando venga el Consolador, a quien
yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él
dará testimonio acerca de mí". En este pasaje el Señor Jesús, ido a lo
alto, es el que envía el Espíritu Santo mismo. "Y cuando él venga,
convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto
no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de
juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado". (Juan
16: 8 a 11). Todo esto aconteció en Hechos 2. Leemos, "Cuando llegó el día
de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un
estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde
estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,
asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu
Santo". (Hechos 2: 1 a 4). Y al explicar esto, Pedro dice, "A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que,
exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del
Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís". (Hechos 2: 32,
33). Así se cumplió la promesa, — el Espíritu Santo fue enviado, y llenando a
cada uno, llenó también toda la casa donde ellos se encontraban, — formando a
estos discípulos en una morada de Dios por el Espíritu. Esta fue, desde
entonces, esa esfera en la que, o, por medio de la que, como hemos visto, la
obra de la gracia sería llevada a cabo en la tierra.
Ahora bien, la facultad en el
hombre en la cual, y mediante la cual, el Espíritu obra es la conciencia;
la fe brota en el alma en la cual se ha obrado así. Por tanto, el alma es
consciente de su verdadero estado, en alguna medida, delante de Dios. En
general, a esto le sigue una gran angustia en el alma. Pero ello es así una
demostración de que la vida está allí, y, como consecuencia, el alma se vuelve
a Dios, aunque en miseria. También hay veces en que solamente la conciencia
natural del hombre es conmovida por la Palabra o la verdad usada por el
Espíritu Santo; y el resultado es, entonces, hacer que el alma se aleje de
Dios. Este es siempre el caso cuando sólo la conciencia natural del hombre es
despertada. El caso de Adán cuando él cayó y comió el fruto prohibido demuestra
esto. Él llego a ser como Dios, conociendo el bien y el mal. Esto fue la
conciencia; el principio que él recibió cuando cayó, y cuando aceptó su
responsabilidad al comer el fruto que estaba prohibido. Se trató de la
prohibición dada por Dios para ser la prueba si su voluntad estaría sometida a
su Creador o no. El hombre y su mujer cayeron, — el sentido de culpa y desnudez
fueron suyos, y como ellos no pudieron cambiarlo procuraron ocultarlo el uno
del otro. Una vez hecho esto, ellos oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba
en el huerto al fresco del día, y se escondieron de Dios. Este es el efecto de
la palabra en la conciencia natural del pecador, a saber, lo aleja de Dios.
Pero en el momento que Dios habla al hombre, — Adán, "¿Dónde estás
tú?" — la conciencia es trabajada por la palabra de Dios, y ellos salen, —
culpables y desnudos, y aun así son atraídos hacia Él.
Se encontrará que esto es el
hecho presentado constantemente en la Escritura, especialmente cuando la
conciencia está directamente ante nosotros en los tratos de Dios en el Nuevo
Testamento. Cuando ella es despertada o vivificada, ello acerca a Dios, pero a
menudo en miseria. Cuando la conciencia no es despertada, el efecto de la
palabra de Dios, o de las verdades vigentes de ella, aleja de Él incluso más
lejos que antes; y el corazón del hombre le mantiene lejos de Dios. El caso del
hijo pródigo, tan lleno de enseñanza divina para nosotros, nos muestra el
efecto del despertar del alma cuando está absorta en el estado lamentable de la
provincia apartada de este mundo. Cuando él volvió en sí, el sentido de su
condición alcanzó su conciencia y de inmediato el sentido de la bondad de Dios
brotó en su alma, y él es atraído hacia Él, en profundo juicio propio y en
profunda miseria. Él no encuentra ninguna respuesta a este despertar del alma
hasta que se encuentra con el Padre. "Dios es amor", y "Dios es luz";
las únicas dos cosas que son dichas de lo que Él es. Estas responden al corazón
y a la conciencia en el hombre. La luz trata con la conciencia y expone nuestro
verdadero estado como pecadores a los ojos de Dios; pero el amor atrae el
corazón y suscita esperanza en Él en el alma. Uno u otro puede preponderar, o
prepondera, antes que Dios es plenamente conocido en Cristo; y el alma fluctúa
entre los dos hasta entonces. La luz presiona sobre la conciencia del hijo
pródigo y le muestra su ineptitud; pero el amor le envía en su camino a
encontrarse con el Padre. Entre tanto, el Padre había anticipado todo y estaba
dispuesto a satisfacer tanto a la conciencia como al corazón con la respuesta
que ellos necesitaban. Muchos ejemplos son encontrados en la palabra de Dios en
cuanto a esta obra del Espíritu Santo, y muchos son vistos a nuestro alrededor
todos los días.
Pero a veces, la conciencia
natural es trabajada por un tiempo por el Espíritu, y, al igual que Herodes, en
quien vemos un hombre que, al oír a Juan el Bautista predicar, "hacía
muchas cosas, y le escuchaba con gusto" (Marcos 6: 20 – VM), y aun así,
regresó a sus concupiscencias y decapitó a Juan; y cuando Cristo estuvo de pie
ante su tribunal (Lucas 23) fue entregado a estos deseos desordenados, y Cristo
no le respondió ni una palabra. Él guardó silencio hacia él, como Uno cuyo día
había pasado.
Ahora bien, en estas verdades
encontramos la acción del Espíritu de Dios sobre almas despertándolas a un sentido
de su estado delante de Dios; una necesaria acción preparatoria a la de ser
testigos de esa obra de Cristo que proporciona una respuesta a la necesidad así
producida. Examinaremos ahora la verdad presentada en la segunda Escritura
citada en el encabezamiento de este escrito. Ya hemos tratado acerca de la
primera cita mostrando la acción del Espíritu Santo como dador de vida,
produciendo vida en el alma del pecador mediante una obra en la conciencia,
efectuada por la palabra de Dios, sin que la carne sirva para nada. "Las
palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida". (Juan 6: 63).
En cuanto a la segunda cita,
pasaremos a la epístola a los Hebreos — a la cual podríamos caracterizar
generalmente como la aceptación de la obra de Cristo, y el testimonio del
Espíritu Santo en la tierra de esta gran verdad. Hebreos 9 se ocupa
especialmente en contrastar el antiguo ritual repetido a menudo en Israel, con
la una sola obra perfecta de Cristo, el cual obtuvo eterna redención para
nosotros por medio de ofrecerse a Sí mismo por el Espíritu eterno sin mancha a
Dios una sola vez y para siempre. Al final de este capítulo Le encontramos
representado como apareciendo de tres maneras distintas. En Hebreos 9: 26
leemos, "Ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para
siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado".
Por otra parte, en Hebreos 9: 24 leemos, "Porque no entró Cristo en el
santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para
presentarse ahora por nosotros ante Dios". Y en Hebreos 9: 28,
"Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos,
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación".
(Hebreos 9: 28 - LBA). La primera de estas «apariciones» fue en la obra de la
cruz, cuando toda la prueba del primer hombre terminó, para consumar allí esa
obra cuyo resultado final será visto en el estado de eterna bienaventuranza, en
los cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. La segunda ya
está madurando, a saber, Él aparece ante la faz de Dios por todos los que
creen. Y la tercera: el hecho de que Él es visto por todo ojo en Su segunda
venida, será para introducirnos en el resultado de toda Su obra. Esta tercera
aparición es manifiestamente futura.
En los dos últimos versículos
de este capítulo encontramos el estado del hombre pecador contrastado con el de
aquellos que creen. Un versículo (Hebreos 9: 27) comienza con, "De la
manera", y el otro con, "Así", colocando cada uno en contraste
con el otro, y leemos, "De la manera que está establecido para los hombres
que mueran una sola vez, y después de esto el juicio". Encontramos aquí
las dos solemnes certezas que llenan el corazón del hombre con terror, —
"muerte", y luego, "juicio". ¡Qué mundos no daría el hombre
para escapar de estas terribles realidades! Luego vienen las dos certezas
bienaventuradas para los que creen, — "Así también Cristo, habiendo sido
ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez,
sin relación con el pecado, para salvación". (Hebreos 9: 28 - LBA).
¡Bienaventuradas certezas, efectivamente! El resultado final de Su primera
venida es conocido, y nuestros pecados llevados, y quitados para siempre! ¡El resultado
final de Su segunda venida es presentado para nuestra esperanza; Él vendrá
nuevamente, aparte en aquel entonces de toda cuestión acerca del pecado, ¡para
una plena y final salvación! Entonces, nosotros estamos situados entre la
primera y la segunda venida del Señor; limpiados de nuestra culpa por medio de
Su primera venida y Su cruz, puesto el corazón entonces en Aquel que viene de
nuevo a llevarnos al cumplimiento de todo.
Con estos dos pensamientos
ante nosotros, leeremos el capítulo siguiente correctamente. Hebreos 10
comienza con el grandioso resultado de Su primera venida, y de la obra
consumada en aquel entonces, y finaliza con la esperanza de Su regreso: "Porque
aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará". (Hebreos 10:
37). Pero en el intervalo entre estos dos puntos encontramos, de la lectura de
este capítulo, de qué manera el Espíritu Santo es un "testigo" para
nosotros aquí abajo de las perfecciones de todos. Él llama a nuestras
conciencias a mirar hacia atrás a la obra de Jesús en la cruz, y a saber que el
adorador, una vez purificado, no debe tener más conciencia de pecado. Él nos
lleva a mirar hacia lo alto al Lugar Santísimo, y a entrar allí, por medio de la
fe y en paz, para alabar a nuestro Dios; y Él conduce el corazón a mirar hacia
adelante, a ese momento en que Cristo vendrá de nuevo, y los afectos estén en
paz.
¡cuán
bienaventurado! es tener una Persona Divina aquí tan verdaderamente como lo fue
cuando el propio Señor estuvo aquí en la tierra, dándonos testimonio, — a toda
alma cargada, despertada, — "Y nunca más me acordaré de sus pecados y
transgresiones". (Hebreos 10: 17). ¡Cuán dulce para ellos es someterse a
esta certidumbre de este Testigo digno de fe! No necesitamos escudriñar
nuestros pobres corazones para un testimonio tal, — ellos sólo nos dirán lo
contrario. Una Persona Divina desde el cielo para morar en la tierra; para dar
testimonio de que la sola obra perfecta de Cristo es acepta para Dios, en lugar
de las obras de nuestras almas arruinadas; para conducir nuestros corazones,
fuera de nosotros mismos, a contemplar en Él la respuesta divinamente dada a nuestra
culpa. Aquí podemos descansar en plena certidumbre de fe, — asegurados por Dios
de que nuestros pecados e iniquidades nunca más serán recordados. Esto no
requiere ninguna experiencia en nosotros para que nos demos cuenta; sólo
necesita que el alma se vuelva a Dios, el cual pensó en nosotros cuando
estábamos arruinados y perdidos; que se vuelva a Su Hijo que vino a cumplir
toda Su voluntad, el cual, cuando lo hubo hecho, se sentó a la diestra de la
Majestad en las alturas; y que el alma se vuelva al Espíritu que fue enviado
del Padre y del Hijo para traer las nuevas de Dios, — Padre, Hijo, y Espíritu
Santo, estando todos, ¡"por nosotros", dando a nuestras almas
perfecto y eterno descanso!
Conduciéndonos,
también, a esperar, con nuestras almas en paz, a Aquel que vendrá nuevamente para
tomarnos para estar con Él y ser semejantes a Él, ¡para siempre!
Es así, querido lector, que el
Espíritu Santo no sólo despierta nuestras almas a esta necesidad de un
Salvador, sino que Él mismo se convierte en el testigo para nosotros de esa
obra del Salvador, que responde a la conciencia despertada con eso único que puede
eliminar nuestros pecados, y limpiar nuestras conciencias, y hacernos tan
blancos como la nieve.
F. G. Patterson
Traducido del Inglés
por: B.R.C.O. – Diciembre 2020.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA
= La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
RV1977
= Versión
Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: The Holy Spirit as a Quickener and a Witness, by F.
G. Patterson
Versión Inglesa |
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