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El Andar de los Santos Según el Espíritu (F.G.PATTERSON)

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Duración: 30 minutos y 10 segundos

El Andar de los Santos Según el Espíritu

 

4ª Parte del escrito: Acciones Personales y Colectivas del Espíritu Santo.

 

F. G. Patterson

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

De la revista "Words of Faith", 1883, páginas 207 a 218.

 

"Procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". (Efesios 4: 3 – RVA).

 

"Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo". (2ª Timoteo 2: 19).

 

Nuestro tema actual es examinar y determinar, en alguna medida, desde la Escritura, cuál es nuestra senda en el momento actual, y nuestra responsabilidad, en conexión con la presencia del Espíritu Santo en la tierra, como miembros del cuerpo de Cristo, formado por Su presencia y por Su bautismo. Que el bienaventurado Señor nos guíe, como aquellos que dirían, «Muéstrame ahora Tu senda», y, «dame gracia para andar en ella.»

 

En primer lugar, entonces, nosotros debemos examinar los testimonios de la Escritura en cuanto al estado de ruina en que la iglesia profesante ha caído, y en el cual nosotros mismos estamos involucrados. Dios permitió que las raíces y los primeros tallos de todo este estado salieran a la luz en los días apostólicos, para que Él pudiese presentarnos el testimonio de Su palabra en cuanto a todo ello, y señalar una senda para los Suyos en la escena de confusión que existe a nuestro alrededor. Nosotros no podemos escapar de ella para salir al exterior; y al mismo tiempo, Dios tampoco nos obliga a seguir en una senda donde la conciencia es ultrajada, y la palabra de Dios es descartada, y son encontradas prácticas que no tienen autorización alguna por parte de Él. Él nos presenta una senda clara, donde podemos obedecer Su voz, y tener el gozo de Su presencia con nosotros en nuestro curso mientras estamos aquí.

 

Es sorprendente y aleccionador ver que la epístola de la que hemos citado nuestro texto para el sermón de esta tarde no fue escrita en un día cuando todo estaba en orden, cuando la iglesia de Dios andaba, en la frescura de su primer poder y de su primera bendición, con Cristo. Y si este hubiese sido el caso cuando ella fue escrita, nosotros podríamos haberla admirado y pensado en su perfección y hermosura en días lejanos; pero, no habríamos encontrado ningún valor práctico para nuestra propia senda en días de debilidad y fracaso y ruina. Nosotros vemos la sabiduría de Dios al presentarnos la enseñanza de ella justo cuando los días eran más oscuros en los tiempos apostólicos; cuando, como leemos en la epístola a los Filipenses (escrita en el mismo momento), todos buscaban "lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús" (Filipenses 2: 21); cuando muchos andaban, de los cuales el apóstol les había dicho antes, y tenía que decirles ahora llorando, que eran, "enemigos de la cruz de Cristo", el fin de los cuales era la perdición, cuyo dios era el vientre, que sólo pensaban en lo terrenal. (Filipenses 3: 18, 19). Tales eran los días cuando la epístola a los Efesios fue escrita; el propio anciano apóstol estaba en prisión, y aislado de la obra que él amaba; y todo se estaba precipitando a la ruina. Fue entonces el momento en que Dios presentó, por medio de él, la revelación más plena y bienaventurada dada a la iglesia de Dios. Esta epístola fue escrita en un día de ruina, como provisión de la fe para un día de ruina, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, — a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños", etc. (Efesios 4: 13, 14 – LBA).

 

La decadencia gradual, pero segura, había comenzado de inmediato en la iglesia temprana. La cizaña fue sembrada entre el trigo, y personas falsas fueron introducidas desde fuera, como Simón el mago (Hechos 8); el enemigo, asimismo, había comenzado a sembrar el mal y la discordia en el interior. (Véase Hechos, capítulos 5 y 6). Este estado de cosas es ampliamente reconocido en las diversas epístolas. En los Corintios la sabiduría de los hombres y el sectarismo estaban brotando, y el mal moral había sido permitido (1ª Corintios 5), y el mal doctrinal se estaba extendiendo rápidamente (1ª Corintios 15). La ley había sido introducida en Galacia; ascetismo y filosofía habían sido añadidos a la ley en Colosas. Hubo un retorno al judaísmo y a las ceremonias en todos lados (Hebreos), y la presencia del Espíritu fue olvidada. Todo esto puede ser visto en gran parte en las epístolas. Pero cuando llegamos a la Segunda Epístola de Pablo a Timoteo, estas cosas estaban allí, y eran reconocidas como vigentes, y todos los de Asia se habían alejado de Pablo, aunque tal vez,  todavía no de Cristo. Es entonces cuando el Espíritu Santo en el apóstol pronostica el estado de los "postreros días", que estaban llegando en aquel entonces. En los postreros días tiempos peligrosos habría allí, y el estado de los cristianos nominales llegaría a ser como el de los paganos, como está descrito en la epístola a los Romanos, capítulo 1, versículos 29 a 31, comparados con 2ª Timoteo 3: 2 a 5, con la diferencia de una "apariencia de piedad", mientras ellos negaban la eficacia de ella". De los tales el siervo de Dios debe apartarse. Leemos, "teniendo la forma de la piedad, mas negando el poder de ella: apártate también de los tales". (2ª Timoteo 3: 5 – VM).

 

Este era, en aquel entonces, el estado de la iglesia profesante que había sido establecida en la tierra como "columna y apoyo de la verdad". (1ª Timoteo 3: 15 – VM). Ella era ahora la esfera donde el error y el mal existían sin ser cuestionados.

 

Debemos preguntar ahora, ¿cuáles son los principios de Dios, cuando la esfera establecida por Él en cualquier momento en la tierra llega a corromperse como esta ante nosotros? Incluso podemos ver que estos principios eran Suyos antes que el mal entrara en la escena y que ellos son los principios verdaderos, inalterados por cualquier circunstancia que sobreviniera. Ellos eran separación y anchura, — ¡separación para Dios porque Él es santo; y anchura de corazón porque Él es misericordioso! Nosotros vemos esto en el paraíso antes que el hombre cayera. Él plantó un huerto en Edén, y lo separó del resto de la escena, para que el hombre morara en él y lo guardase; sin embargo, de él fluían cuatro ríos, para llevar sus bendiciones a los cuatro puntos cardinales de la tierra. De modo que, cuando el mundo fue juzgado (en el diluvio de Noé), y poblado de nuevo, y dividido en naciones en Babel, Dios llamó a un hombre a salir de él, separándolo para Sí mismo, porque Él era santo; y aun así, debido a que Él era misericordioso, prometió que, "serán benditas en ti todas las familias de la tierra". (Génesis 12: 3). Así también en Israel; Él los sacó de Egipto para poder morar Él entre ellos, y Su palabra fue, "Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios". (Levítico 19). Aun así, ellos iban a ser el centro desde el cual la bendición emanaría hacia las naciones, las cuales podrían enterarse allí de que Él era Dios. "Dios es conocido en Judá; En Israel es grande su nombre". (Salmo 76: 1). En la iglesia de Dios, asimismo, los santos no eran del mundo, así como Él no era del mundo; sin embargo, el deseo que Él expresó fue que, "todos sean uno… para que el mundo crea". (Juan 17). Estos ejemplos nos muestran los principios que deben guiar a los Suyos.

 

Nosotros vemos esto ilustrado en el día cuando Israel se corrompió, y, bajo Aarón, hicieron el becerro de oro. Moisés había subido a la cima del Monte Sinaí para recibir la ley, cuando el pueblo se rebeló contra Dios, y regresó a la idolatría, de la cual ellos habían sido redimidos. Moisés descendió con las tablas de la ley en sus manos, y vio el becerro y las danzas; pero, con la bienaventurada inteligencia de uno que estaba en espíritu con Dios, él actúa de inmediato de una manera que salva el honor de Jehová, y perdona al pueblo. Si él hubiese mantenido las tablas de la ley fuera del campamento intactas, él habría comprometido la autoridad de Jehová. Y si él hubiese entrado en el campamento con ellas, el pueblo habría tenido que ser eliminado. De modo que él ¡rompió las tablas delante del monte! Entonces él regresa a Dios, después que la tribu de Leví hubo ejecutado la disciplina de Dios sobre sus hermanos, ganándose el lugar de tribu sacerdotal (Éxodo 32). Luego Moisés oró a Jehová para que perdonase al pueblo, o le borrara a él del libro que Él había escrito. No, dijo Jehová, "Al que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro". Moisés regresa entonces al desierto, y mientras esperaba ver lo que Jehová haría, y el pueblo se despojaba de sus atavíos delante del monte, Moisés tomó la tienda, y la levantó lejos, fuera del campamento, y la llamó Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento. (Éxodo 33). Aquí estuvo el momento más glorioso de toda su historia. El momento cuando él comprendió de tal manera a Dios, y a Su naturaleza santa, que, sin siquiera un mandamiento Suyo, él hace lo que era apropiado para Él; y la columna de nube, emblema de Su presencia, descendía, y Él hablaba a Moisés ¡como habla cualquiera a su compañero! Aquí había separación para Dios, y sin embargo, anchura de corazón para Su pueblo, y para su verdadera bendición.

 

Nosotros podríamos seguir el rastro a través de la Escritura de muchos ejemplos de este tipo que nos muestran que la separación para Él es la senda verdadera para los Suyos, cuando aquello que Él había establecido en bendición había corrompido su camino en la tierra. Vemos eso en Israel separado de Egipto: Moisés separándose de Israel en el momento citado. El Nazareo, — Sansón separado de Israel cuando ellos estaban bajo el dominio de los Filisteos. Los hombres de David separados para él en su día de rechazo. La instrucción dada a Jeremías para que se separase del pueblo para Jehová (Jeremías 15), para que él pudiese ser la boca de Jehová, para separar lo precioso de lo vil. Así también la "señal" que debía ser puesta sobre los que gemían y clamaban por las abominaciones en Jerusalén (Ezequiel 9). El Bautista separando para Cristo el remanente arrepentido. La iglesia separada de las naciones en Pentecostés. Pablo separando a los discípulos de los demás (Hechos 19). Las instrucciones, "Salid de en medio de ellos y separaos, dice el Señor", etc. (2ª Corintios 6 – VM). Pero cuando pasamos a la Segunda Epístola a Timoteo, encontramos este principio aplicado a nuestra senda de la manera más sencilla y más sorprendente. El anciano apóstol se dirige a sus propios hijos en la fe, con su corazón abrumado con el pecado en el cual el pueblo de Dios estaba ahora implicado; y aun así, animado en la frescura del coraje necesario para elevarlo a uno sobre todo ello, y dar el sentido de que Dios estaba por encima de todo el mal de alrededor. A menudo se da el caso de que el alma se encuentra a tal grado bajo el poder y el sentido del mal, que ella llega a ocuparse de él, perdiendo así de vista a Dios. Este es un estado erróneo, y dejarse llevar a él nunca dará el poder para superar el mal de ninguna manera. Forcejear con los males que hay en el mundo, o en el así llamado «mundo Cristiano», no es nuestra senda. Pero, a pesar de estar persuadidos de la existencia y el poder de ellos, el corazón se puede volver a Dios, y encontrar que Él y Sus modos de obrar son superiores al mal; y nosotros somos llamados a separarnos para Él.

 

Este carácter de cosas ocupa la mayor parte de la segunda epístola a Timoteo. El Espíritu de Dios reconoce que no hay que esperar una recuperación eclesial para la iglesia de Dios, como un todo; si bien siempre hay una recuperación individual por medio de la verdad. El apóstol había estado tratando la falsa enseñanza de Himeneo y Fileto, y cosas por el estilo, cuando él añade, "No obstante, el sólido fundamento de Dios permanece firme, teniendo este sello: El Señor conoce a los que son suyos, y: Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor". (2ª Timoteo 2: 19 - LBA). ¡Qué alivio y consuelo es pensar que ninguna cantidad de corrupción ha destruido aquel sólido fundamento de Dios! Allí estaban las verdades eternas que nunca se alteraron, aunque la casa de Dios se había agrandado a lo que él asemeja a una "casa grande", con vasos de oro y de plata, de madera y de barro: algunos para honra, y otros para deshonra. (2ª Timoteo 2: 20 – JND), no obstante lo dispersos que ellos están por los artilugios de los hombres, y por las malas artes del enemigo, dentro de esa esfera en que estaban los que eran de Cristo. "Conoce el Señor a los que son suyos", decía la inscripción ¡del sello de Dios! El ojo del hombre no podría distinguirlos, ni siquiera el ojo de la fe podría discernirlos. Ellos pueden ser como los siete mil cuyas rodillas no se habían doblado ante la imagen de Baal en el día de Elías, a quienes el profeta nunca había descubierto. Sin embargo, Dios los conocía; ellos pudieron ser como los piadosos en el día cuando el corazón de Israel era tan duro como diamante, cuando Ezequiel profetizaba en vano; ellos eran conocidos por Aquel que conoce todos los corazones, y Él llama a los ejecutores del juicio en Jerusalén. — "Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella", antes que el juicio que no permitía la piedad cayera sobre los demás. (Ezequiel 9: 4). Dios conocía en aquel día a los que eran Suyos; y Él los conoce ahora, como nuestro pasaje en 2ª Timoteo 2: 19 testifica. Este es el privilegio de todos los que pertenecen a Él.

 

Pero el apóstol se vuelve ahora al reverso del sello, y lee la segunda inscripción, "Que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre del Señor". (2ª Timoteo 2: 19 – LBA). Aquí está, entonces, la forma en que yo puedo ver a aquellos ocultos por el Señor; ellos deben estar separados del mal para Él. ¡Un paso sencillo pero exhaustivo! Que el mal sea moral, doctrinal, intelectual, o religioso, la senda es la misma, — a saber, apartarse de la iniquidad es la responsabilidad del santo que menciona en nombre del Señor. Pueden estar allí vasos para honra y vasos para deshonra, — preciosos y viles. Puede ser que los Himeneos y Filetos tengan que ser condenados, pero el alma fiel debe separarse ella misma de ellos, para que pueda ser "un vaso para honra, santificado [o. separado], útil al dueño, y preparado para toda obra buena". Leemos, "Pero en una casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues alguno se habrá limpiado de éstos, separándose él mismo de ellos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena". (2ª. Timoteo 2: 19 a 21 – JND).

 

Permitan ustedes que yo comente en cuanto a la palabra limpiar. Ella es encontrada sólo dos veces en la lengua original de las Escrituras del Nuevo Testamento. El primer lugar que encontramos es 1ª Corintios 5: 7 donde leemos, "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros". Esto señalaba la responsabilidad de toda la iglesia de Dios, establecida en la tierra como una "masa sin levadura". Ella debía mantener su lugar en esto, y limpiar todo lo que tuviese el sabor de la vieja levadura, — es decir, el mal que se estaba infiltrando en Corinto en aquel momento, tal como nos muestra este capítulo. Pero ella, como un todo, no hizo esto. La iglesia pronto se volvió indiferente al mal, el cual pronto, ¡desgraciadamente! llegó a ser la característica de ella, y no la debida santidad para con Cristo. Ahora viene el segundo uso de la palabra limpiar. El individuo, encontrándose él mismo en medio de una "casa grande", llena de vasos para honra y vasos para deshonra, debía limpiarse él mismo de estos, separándose de ellos, así como de todo esto que deshonraba al Señor, para ser un vaso para honra para uso del Dueño.

 

Pero, cuando un alma ha tomado este paso, ello podría engendrar un espíritu Farisaico en él, al estar así apartado a causa del Señor, y por tanto, tenemos a continuación, "sigue tras la justicia, la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con corazón puro." (2ª. Timoteo 2: 22 – JND).  Él encontraría a otros que, al igual que él, gracia les había sido dada para estar separados para el Señor, y él debía andar con los tales, igualmente en santidad de conducta, y con corazón puro.

 

Pero esta separación para el Señor tiene, hasta ahora, solamente un carácter negativo. Pero esta es la responsabilidad de la "casa de Dios", que ha llegado a ser ahora como una "casa grande" a su alrededor. Por consiguiente, nosotros queremos algo más; necesitamos un terreno de acción positivo para nuestras almas en medio de la escena. Entra aquí, entonces,  la verdad inmutable de la unidad del cuerpo de Cristo, del cual el santo es un miembro. Este permanece en la tierra en medio de la Cristiandad. Es dentro de esta esfera que el Espíritu Santo mantiene, en inquebrantable unidad, el cuerpo de Cristo. Es algo que se da por sentado que, exteriormente, este cuerpo está roto en fragmentos para nuestra vista, y que los miembros de ese cuerpo están dispersos en cada sección (o, denominación) de la iglesia profesante; también se da por hecho que es completamente imposible restaurarlo a su estado original, que ninguna habilidad o poder puede jamás volverlo a su correcto estado, — todo esto es bastante cierto; pero, por otra parte, yo soy siempre responsable de volver a estar en la posición u orden apropiados, ante todo, para con Dios. Yo soy un miembro de Cristo, y he sido separado del mal; pues bien, yo no soy el único a quien Dios ha llamado a actuar así para Él porque Él es santo. Yo también encuentro a otros, nos reunimos como Sus miembros para adorar al Padre, para recordar a nuestro Señor; pero, ello es como miembros de Cristo, y, actuando en la verdad de aquel cuerpo del cual somos miembros, — podemos estar juntos, — ¡y en ningún otro terreno!  (Quiero decir, ningún otro terreno conforme a Dios). Estamos así en una amplitud de verdad que abarca a ¡cada miembro de Cristo sobre la faz de la tierra!

 

Esto es procurar "con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". (Efesios 4: - – RVA). Nosotros no podemos guardar, ni romper, la unidad del cuerpo, — eso es guardado intacto por el Espíritu, a pesar de cada fracaso del hombre. Pero, nosotros somos llamados a procurar "con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz".

 

Entonces, ¿qué es esta unidad? Es el poder y el principio mediante el cual los santos pueden andar juntos en sus apropiadas relaciones en el cuerpo, y como miembros de Cristo. Ella puede implicar mi separación de un miembro debido a que él está unido en la práctica, o religiosamente, a aquello que no resistirá la prueba de la palabra de Dios. Ella puede llamarme a andar con otro que esté andando en piedad, y en su verdad. Yo puedo encontrar un alma fiel que ve la verdad hasta cierto punto, pero no más allá; yo disfruto con él de todo lo que él disfruta en la unidad del Espíritu. Suponga que una nueva luz llega a su alma, y que él la rechaza, ¡entonces nos separamos! Yo nunca debo debilitar la senda en la que he sido llamado a andar transigiendo con él acerca de la verdad. Todo esto involucra al cuerpo de Cristo; él es el terreno de acción, porque el Espíritu de Dios lo mantiene.

 

Asimismo, esta unidad excluye por completo la individualidad. Nadie puede tomar un lugar aislado. Si él es llamado a estar solo en alguna localidad debido a la palabra de Dios, ello lo coloca en comunión, y en un terreno común, en todo el mundo, en otras localidades, con todos los que están andando en una verdad tal. También, ello excluye la individualidad cuando, estando junto con otros, uno podría ser tentado a actuar en independencia de los demás miembros de Cristo para actuar por sí mismo, no en comunión con el resto. Ello nos arranca, también, de todo sistema del hombre. Pero nos mantiene en esa unidad que es ¡conforme a Dios!

 

Ahora bien, aquí está el fundamento divino y positivo bajo nuestros pies en este día de ruina. Esta no es meramente una senda negativa. Ella es bastante amplia para todos, porque abarca a todos en su amplitud, ya sea que ellos estén allí, o no. Ella excluye el mal de en medio de ella, como es conocido y aceptado; admitirlo causaría que ella dejara de ser la unidad del Espíritu. Ella no es meramente unidad (o, unión) de Cristianos, — lo cual es el rechazo de la verdad del cuerpo de Cristo. Cuán a menudo vemos el esfuerzo para estar juntos aparte de su verdad, meramente como creyentes en el Señor. Entonces pueden hacer muchas unidades, y unir el nombre de Cristo a ellas, y llamarlo la iglesia. Dios une la unidad a Cristo, ¡no Cristo a la unidad! Por tanto, ella debe ser verdadera en naturaleza a Él cuyo cuerpo ella es; ella debe ser, de manera práctica, santa y verdadera. (Apocalipsis 3: 7).

 

Puede sobrevenir la prueba, y el enemigo puede procurar estropear este esfuerzo de los fieles para actuar para con Dios. Puede ser que también se deba recurrir a la disciplina para mantener fieles y correctamente a los que han sido así reunidos. Cuando esto es así, la acción tomada en un lugar en el Espíritu, y en obediencia a la Palabra, gobierna todas las demás, donde el pueblo de Dios en otra parte está actuando en la verdad. La mesa del Señor, estando puesta como aquello en que nosotros reconocemos la unidad del cuerpo de Cristo (1ª Corintios 10: 16, 17), está en medio de aquellos que han sido reunidos al nombre de Cristo. (Mateo 18: 20). Uno que está a esa mesa en comunión en una parte del mundo, como con los que están procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu, está en comunión con todos, dondequiera que ellos se puedan encontrar. Uno que deja de estar en comunión en un lugar, deja de estar en comunión en todos los lugares. Por lo tanto, la individualidad es imposible aparte de la unidad; o la unidad aparte de la individualidad.

 

Es solamente en la iglesia de Dios, o en su principio, que hemos mantenido ambas cosas. En el catolicismo nosotros vemos unidad, pero no individualidad; en otras sectas vemos individualidad, pero no unidad. En la unidad del Espíritu tenemos ambas cosas, y sólo allí.

 

Entonces el clamor de los demás es, «Tú quieres que nosotros vayamos a ti, y oigamos la verdad; ¿por qué no vienes tú a nosotros?» La pregunta es muy natural, pero la respuesta es evidente: a saber, «nosotros nunca podemos corregir el mal mezclándonos con él; nosotros deseamos la bendición de ustedes; deseamos que ustedes que no están con nosotros puedan actuar de acuerdo con lo que ustedes son, como miembros de Cristo por medio de un mismo Espíritu, y con nosotros en ¡la única posición divina en la tierra!» Si la conciencia suya se sometiera a la verdad, usted sería el primero en culparnos por haberla debilitado o falsificado, mezclándola con el error para ganar a otros para que estén con nosotros. Si usted es un miembro de Cristo (nosotros asumimos que usted anda en rectitud de alma delante de Dios), su derecho es evidente para estar a la mesa del Señor con nosotros. No osamos pedir otros términos para que usted esté en su lugar verdadero. Yo He oído que otros han dicho que buscamos más, como promesas rigurosas, que no irá usted a ninguna otra reunión de cristianos, y cosas por el estilo. Esto sería poco inteligente en nosotros de la manera más categórica; nosotros estaríamos haciendo que la membresía de Cristo y la santidad al caminar, sean más que su derecho al lugar que es suyo. [ver nota]. Su venida para ayudarnos a ser fieles al Señor debería recibir una calurosa bienvenida de nosotros en Su nombre. No sospechemos de ningún otro motivo en los que vienen, más que nuestro propio deseo, por medio de la gracia, de hacer lo mismo. A menudo he visto venir almas con toda sencillez, las cuales se espantarían si se las colocara bajo condición; pues cuando vinieron, encontraron allí Su presencia, ¡y nunca más se marcharon! Un alma que se encuentra con Cristo probablemente no procuraría deambular de nuevo por otras sendas, aunque esta pueda ser una senda de vituperio "fuera del campamento" con Él.

 

[Nota]. Ahora, prácticamente todos los lugares están leudados.

 

Una palabra ahora, en conclusión, en cuanto al lugar de aquellos que están juntos en la verdad, en estos postreros días. Algunas veces nosotros oímos que ellos son "un testimonio". Yo pregunto, ¿un testimonio de qué? Y yo respondo por todos, Nosotros somos un testimonio del estado actual de la iglesia de Dios, no de lo que ella fue una vez, sino de lo que ella es. Pero suponiendo que nosotros somos así realmente un testimonio de su fracaso, esto implica mucho más de lo que pensaríamos a primera vista. En un caso tal, nosotros debemos ser tan verdaderos en principio y en práctica ¡como aquello que ha fracasado! Aunque es sólo un fragmento del todo, este debe ser un fragmento verdadero. Esto nos mantendrá siempre humildes a nuestros propios ojos, y como siendo nada a la vista de los demás. Por tanto, mientras nosotros seamos un testimonio de este carácter, ¡por gracia nunca fracasaremos! Sólo el Señor será nuestra fortaleza y nuestro sostén en días de ruina, y de los tiempos peligrosos de los postreros días.

 

En la gran esfera de la profesión cristiana en la tierra, — es decir, la iglesia responsable, o "casa de Dios", donde este mismo y solo Espíritu mora y opera, existe una corriente divina, en la cual los fieles se encontrarán. En uno de los grandes lagos, o mares interiores, de Suiza, nosotros encontramos lo que ilustrará lo que deseo dar a entender. Uno de los grandes ríos europeos desemboca en este mar interior en uno de sus extremos, y sale por el otro; pero se da el caso de que es fácil seguir la corriente del río a través de la vasta extensión de agua. Están, también, como algo natural, los remolinos, y el agua quieta, la cual está cerca de la corriente, y el agua muerta (el fenómeno que atrapa a los barcos en medio del océano), afuera de su influencia. Así es en la casa profesante. Están aquellos que se encuentran en la corriente del Espíritu dentro del gran cuerpo profesante; hay otros cuya posición estaría cerca de ella, aunque no en el caudal; sino, por así decirlo, en los remolinos que están cerca. Hay otros que se han desviado, y han sido arrastrados al agua quieta, y parecen no recuperarse nunca. Hay también otros, que se encuentran en el agua muerta, fuera del alcance del caudal, o incluso de su influencia. Es conveniente, por lo tanto, que cada uno se pregunte realmente, «¿Dónde estoy yo?» «¿Soy yo como una astilla, o una hoja marchita, estoy en los remolinos, o en el agua quieta, o en el caudal?» Si estamos en el último, somos llevados en esa única senda, en la frescura y en la energía del un mismo y solo Espíritu de Dios, en la verdad de ese un solo y mismo cuerpo de Cristo, del que somos miembros vivos; fieles a Aquel que nos ama, pero sin voluntad propia y obedientes en Sus manos, el cual puede usar para Su propia gloria, y para bendición de los demás, al más débil de los vasos, si él está en la corriente de Su Espíritu, en la verdad.

 

F. G. Patterson

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Enero 2021.

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

 

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).


Título original en inglés:
The Walk of Saints According to the Spirit , by F. G. Patterson 
Traducido con permiso
Publicado por:

Versión Inglesa