La Tribulación
y los que han de
pasar por ella
Sexta Conferencia acerca
de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo
William
Kelly
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito
Lectura
Bíblica: Mateo 24: 15-32
El
tema a considerar
esta noche es la gran tribulación, — la luz que la Escritura proporciona en
cuanto a aquellos sobre quienes ella caerá y en cuanto a aquellos que escaparán
de ella, aunque destinados según la palabra de Dios a estar en aquel entonces
en la tierra; y, por consiguiente, su carácter y objetivo en el pensamiento de
Dios.
Es
indiscutible
que el cristiano debe decidirse a soportar tribulación en este mundo. Nuestro
Señor no prepara a Sus discípulos para otra porción. "Estas cosas os he
dicho, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis tribulación", dijo
Él: "pero tened buen ánimo; yo he vencido al mundo". (Juan 16: 33 –
VM). Por lo tanto, la cuestión no es en absoluto si el cristiano ha de esperar
tribulación a su paso por este mundo: no hay duda alguna en cuanto a ello. Pero
surge una pregunta importante en cuanto a esa tribulación especialmente definida
al final de esta era de la cual hablan los profetas en el Antiguo Testamento y
sobre la cual nuestro Señor nos enseña en dos de los Evangelios. En el último
libro profético del Nuevo Testamento se alude a ella más de una vez como un
hecho relacionado.
Mi
ocupación
será presentar ahora con la ayuda del Señor Su propio testimonio inerrante
porque nosotros no tenemos libertad para especular acerca de este tema, así
como no la tenemos para especular sobre otros. Que habrá tal tribulación final
sólo lo sabemos de parte de Dios mismo. Por lo tanto, nada más que Su palabra
puede decir como una verdad claramente comprobada y cierta a quiénes afecta la
tribulación. Cualquier otra cosa no es más que fantasía, sentimiento, o razonamiento
antes de examinar el asunto y por lo tanto es impertinente y sin valor.
Un propósito principal de la Escritura es librar al alma de la especulación.
Cuando los hombres no procuran comprender la palabra profética de Dios ellos
mismos comienzan a profetizar en menor o mayor medida. Si ellos no se erigen en
profetas al menos debiesen serlo si presumen hablar del futuro al margen de la
Escritura directa y positiva. Ahora bien, el cristiano no debe anticipar el
futuro sino creer con toda sencillez lo que Dios le ha dicho y le ha presentado.
Esta es la verdadera cura para la especulación. Al examinar la palabra de Dios
no hay duda alguna de que nosotros necesitamos acercarnos a ella con espíritus disciplinados
y dependientes. En esto no se puede confiar en ninguna preparación excepto en la
que proviene del Espíritu Santo el cual obra de dos maneras más particularmente
para producir esta correcta condición de alma. La primera manera es por medio
de Cristo conocido como nuestra porción y siendo conscientes de ello. Ningún
hombre que no descansa en cuanto a su propia relación con Dios en Cristo está
en un estado competente o adecuado para entrar como uno debiese entrar en el
estudio de la profecía. Hay otra cosa que también es necesaria, —a saber, el
espíritu de juicio propio y de desconfianza en uno mismo que preserva a uno de
la prisa y de la confianza ya sea en nuestros propios pensamientos o en las
opiniones de los demás. Sólo Dios puede guardar y guiar a personas como nosotros,
pero Él ha demostrado Su voluntad de guiarnos porque ha hablado con tanta
liberalidad en Su palabra y también nos ha dado Su Espíritu el cual escudriña
todas las cosas, sí, las cosas profundas de Dios. Dios ha levantado el velo del
futuro; nos ha abierto lo que de otro modo habría estado en tinieblas
impenetrables de modo que habría sido mera locura y presunción que nosotros
intentásemos mirar al futuro. El Espíritu nos muestra ahora las cosas que han
de venir (Juan 16: 13), ¿le estamos glorificando a Él y al Señor Jesús prestando
atención?
No había nada que distinguiera más a Dios de
los vanos ídolos de las naciones tal como Isaías nos dice en los capítulos 12,
44, 48. ¿Cuál de dichos ídolos podía revelar el futuro? Sus videntes podían
adivinar; podían desconcertar con oráculos ambiguos. Sólo Dios podía hablar con
claridad y certeza de lo que aún no se había cumplido y a Él le ha complacido
comunicar a Sus hijos el futuro tal como Él lo conoce y esto con respecto a la
tierra y sus habitantes en general no sólo lo que concierne a Sus hijos. Es una
demostración muy sorprendente de Su confianza en Su pueblo el hecho de que Él nos
permita ver lo que afecta a los demás. Él nos habla de Israel; nos habla de los
gentiles; nos habla del mundo exterior y de su destino: Así Él había tratado
antaño con Abraham: Él no sólo le habló de lo que le afectaba a él y a su
familia y de la línea de la promesa que era de ellos sino que después de haber
aclarado, enderezado y liberado su corazón mediante amorosas comunicaciones que
mostraban Su profundo interés personal en él y en su posteridad para siempre, difundió
ante él también el juicio inminente sobre el mundo de aquel día, sobre Sodoma y
Gomorra donde los aborrecibles procederes del hombre clamaban tan enérgicamente
por divina venganza.
Esto y más que esto hace Dios ahora en el Nuevo
Testamento. En primer lugar, Él revela a Su Hijo y a ese Hijo totalmente
rechazado por los hombres, y si había alguna diferencia especialmente por los
judíos. Luego Él lleva a aquellos a quienes la gracia da vida eterna en Él a
saber que, sobre el Cristo rechazado, el Hijo del Dios viviente, fue edificada
Su Iglesia, tal como hemos visto. Pero habiendo llevado al cristiano al
conocimiento de la redención por Su sangre, el perdón de pecados, habiéndole
dado una nueva vida, habiendo Cristo mismo resucitado de entre los muertos,
habiendo Él enviado al Espíritu Santo desde el cielo para unir al creyente con
Cristo a Su diestra, entonces es cuando preeminentemente el cristiano es
introducido en la confianza de los pensamientos y de los consejos de Dios.
Habiendo ya bendecido a la Iglesia con la más alta bendición no se trata
meramente de revelar a ella lo que es su propia porción sino que en verdad
todos los planes que giran alrededor de Cristo para Su propia gloria. La
Iglesia ya ha sido rodeada de favores y privilegios hasta el extremo de ser de
tal manera amada que Dios mismo no podría amar más al cristiano. Yo digo reverentemente,
aunque también denodadamente que infinito como es Su amor Dios no amará al
santo en la gloria más de lo que Él lo ama ahora en medio de todos sus
defectos, debilidades y fracasos diarios con la continua necesidad de
humillarse ante Su vista.
Es en presencia de la certeza de un amor tan
perfecto como éste, de la conciencia de la unión con Cristo en esa nueva
naturaleza que no peca sino que ama todo lo que está en Dios y es de Dios, que
vive de Cristo y en Cristo y para Cristo, estando el Espíritu Santo morando
allí, — es en presencia de todo esto que Dios puede decirnos Sus pensamientos
tratándonos como amigos tal como nuestro Señor mismo hizo y dijo; porque todo
lo que el Padre le había dicho Él nos lo dijo. En el momento que comprendemos
esta maravillosa verdad y la profundidad y extensión de Su gracia para con
nosotros en Cristo nosotros no nos asombramos porque en aquel momento ello deja
de ser un asunto de nuestro mérito o competencia en el menor grado. ¿Acaso
Cristo no lo merece? ¿No es el Espíritu Santo competente? Y así ustedes verán
que ello está enteramente fundamentado en la preciosa verdad de que la Iglesia
es el cuerpo y la esposa de Cristo. Ahora bien, el proceder propio de quien ama
a su esposa es abrirle los secretos de su corazón (¡y extraño sería que él no
lo hiciera!). Y ciertamente con independencia de lo que un esposo terrenal
pueda hacer a su esposa nosotros siempre estamos seguros de que Cristo estima
debidamente lo que la relación implica y nunca falla en nada. Además, la sangre
de Cristo ha lavado a cada creyente y lo ha hecho tan limpio ante Dios que el
Espíritu Santo puede descender en virtud y como testimonio de ello y establecer
Su morada como enviado del cielo en el creyente en la tierra. No es en el cielo
donde recibimos el Espíritu Santo sino aquí en la tierra. Siendo Él una Persona
divina, ¿cómo puede ser esto? ¿Es porque lo merecemos? No, sino porque la
sangre de Cristo no puede merecer menos. Por eso es que el Espíritu Santo puede
descender y tener perfecta afinidad con la nueva creación que somos hechos en
Cristo y Él puede morar justa y santamente allí debido a la sangre de Cristo
que nos limpia de todo pecado.
Por lo tanto, es para coronar este asombroso
lugar de bendición y privilegio que es nuestro en Cristo que Dios se ha
complacido quitar el velo del futuro y Él nos hace saber que hay otros en los
cuales Él está interesado tanto como en nosotros mismos. Hubo un tiempo en que
debimos sentir envidia y celos pues, ¿qué es el hombre? Hubo un tiempo en que
incluso como creyentes estábamos tan llenos, ¡lamentablemente! de nuestros
miserables yo que habríamos pensado que se nos había quitado algo si hubiéramos
oído que había otros completamente distintos de nosotros i y que sin embargo
eran tan verdaderamente objetos de Su amor! ¿Es ello así ahora? Ni mucho menos.
Gracias a Dios podemos deleitarnos en Él y en todo lo que Él siente y hace. Que
el Señor ame como sólo Él puede amar, nosotros más nos regocijamos. Estamos
seguros de que es para Su gloria; estamos seguros de que Cristo es más
magnificado. La consecuencia es que la Iglesia confiada en el amor de Cristo
por ella en Su perfecto e incomparable afecto por el cristiano se deleita en
las efusiones de Su benignidad con independencia de cuáles puedan ser ellas. Es
el gozo de aquellos que son el cuerpo de Cristo, la morada de Dios en el
Espíritu, saber que antes de que estos altos privilegios fueran impartidos,
conocidos y disfrutados había en el mundo aquellos a quienes Él amaba
verdaderamente y que estarán en la gloria celestial.
En el Antiguo Testamento nunca se habla de los
santos como siendo ellos el cuerpo de Cristo o la morada de Dios en el
Espíritu. No se alarmen ustedes. Probablemente todo lo que ustedes entienden
por "la Iglesia", lo poseían los santos del Antiguo Testamento.
¿Están seguros de que ustedes entienden lo que la Escritura da a entender
mediante la palabra Iglesia? Sin duda ustedes la consideran como el conjunto de
los redimidos, de todos los que son amados por Dios y nacidos del Espíritu
Santo, de todos los que creen en Cristo y por tanto tienen vida eterna y van a
estar en el cielo. Ahora bien, yo estoy totalmente de acuerdo con ustedes en afirmar
todo esto acerca de los santos del Antiguo Testamento, sólo que ustedes se
equivocan al llamarlos por eso la Iglesia, el cuerpo de Cristo porque ninguno
de estos privilegios, ricos como ellos pueden ser, es la bienaventuranza peculiar
de la Iglesia ni todos ellos combinados la componen. Si estoy en lo cierto
ustedes ignoran claramente la naturaleza de la Iglesia. Y es evidente que no
hay una sola bendición que ustedes reclamen para los santos del Antiguo Testamento
que yo tampoco pueda afirmar acerca de ellos. La diferencia no radica aquí,
pero sigue siendo cierto que hay bendiciones distintivas por la incomparable
gracia de Dios en virtud de la redención consumada, de un Cristo resucitado y del
Espíritu que mora, en las cuales muchos cristianos han entrado débilmente, si
es que han entrado en absoluto.
Yo no digo esto en lo más mínimo como
recriminación a nadie. No hay ninguna persona aquí a menos que él tenga una
memoria corta y traicionera que no pueda mirar hacia atrás y recordar cuando él
no sabía nada más al respecto de lo que sabían sus vecinos. Entonces es Dios
quien ha estado despertando últimamente a Sus hijos a muchas verdades
trascendentales pero olvidadas. Y lo que yo pienso que debiese dar confianza a
un investigador que procura examinar la Palabra en oración es esto, a saber,
que si el recientemente recuperado ingreso a los privilegios especiales de la
Iglesia es la enseñanza de Dios, entonces ello es siempre inseparable de una
comprensión más completa de la redención y consecuentemente de un disfrute más
profundo de paz y libertad en las relaciones del alma con nuestro Dios y Padre
y con el Señor Jesús. El precioso resultado es una separación práctica del
mundo más allá de nuestra experiencia anterior y un servicio más sencillo y consagrado
en testimonio rendido a Cristo.
Se admite plenamente que nada más que la
Escritura puede decidir esto así como cualquier otro asunto pero yo pienso que
también podemos hablar aquí de una percepción ampliada de la verdad de Dios en
general como el fruto de entender el misterio de Cristo y la Iglesia. Pero
miremos un poco hacia atrás a la época y a las circunstancias en que nuestro
Señor pronunció el maravilloso discurso del cual han sido leídos algunos
versículos como prefacio y ello tenderá a que todo el campo de visión sea más
claro.
¿En qué condiciones estaban los discípulos
cuando nuestro Señor reveló el futuro tan plenamente en el monte de los Olivos?
¿Conocían ellos en aquel entonces la redención por Su sangre, el perdón de
pecados? ¿Tenían ellos en aquel entonces el Espíritu Santo, el Consolador?
¿Tenían el Espíritu Santo sellándolos, las arras de la herencia? ¿Habían sido ellos
bautizados por el Espíritu Santo en un solo cuerpo? Ellos eran creyentes, sin
duda, y tenían vida eterna pero no tenían ninguna de estas bendiciones
adicionales mencionadas. Ellos esperaban ser redimidos, conocer el perdón de
sus pecados como algo presente.
¿Estoy yo hablando sin la Biblia? Yo
simplemente estoy exponiendo la verdad que el Espíritu Santo ha establecido en
Romanos 3: 25 donde con una palabra peculiar él distingue entre la relación del
creyente del Antiguo Testamento con la redención y la de los creyentes ahora.
Esto no debiese sorprender a nadie porque si se me permite usar el nombre de
algún hombre en una ocasión como ésta yo puedo mencionar que un bien conocido
dignatario del cual no se puede imaginar que simpatice con mis puntos de vista
o posición admite este hecho plenamente. El libro del Arzobispo de Dublín
acerca de los Sinónimos del Nuevo Testamento es familiarmente conocido y nadie
puede acusar a ese autor de pensamientos avanzados en cuanto a la verdad
profética o dispensacional. Por consiguiente, él puede ser aceptado como
suficientemente ecuánime para formular el significado de la palabra en la
cláusula que ha sido traducida en nuestra común versión de la Biblia como,
"haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados".
(Romanos 3: 25). Obviamente no se trata en
modo alguno de un asunto de autoridad humana ni de si tal autoridad fuera
posible y admisible, ello es necesario porque el hecho es abundantemente claro
y cierto. Yo me limito a aludir a ello para que otros puedan convencerse de que
no se trata de algo recóndito sino de algo generalmente reconocido. Entonces si yo no recuerdo
mal el Dr. Trench admite y en términos
bastante enérgicos que el "perdón (ἄφεσις, áfesis) de pecados" (como es mostrado por ejemplo en Efesios 1: 7 lo
cual es la porción actual del creyente) es muy distinta de lo que el Espíritu
dice del trato de Dios con los santos del Antiguo Testamento. Lo de ellos era
propiamente pasar por alto (πάρεσις, páresis), lo nuestro es perdón.
De este
modo,
aparte de la morada del Espíritu Santo en el cristiano o del hecho de que él es
miembro del cuerpo de Cristo, incluso en el asunto de la gran obra de la
redención el Espíritu de Dios se ha complacido en emplear un término peculiar
para describir la relación de los santos de antaño como siendo distinta de la
nuestra. El matiz exacto del significado es que los pecados de ellos fueron
pasados por alto o tolerados, — no perdonados en el sentido pleno. Aquel fue el
tiempo de la paciencia de Dios lo cual no puede ser dicho acerca de este tiempo
cuando independientemente de la ley ha sido manifestada la justicia de Dios.
(Romanos 3: 21). Dios no usaría la palabra "perdón" al comparar así
la aplicación pasada de Su justicia con la actual. En el pasado Él se abstuvo
de considerar los pecados de los santos; Él los pasó por alto. Pero en cuanto a
los creyentes de ahora es un "perdón de pecados" positivo. ¿Cuál es
la diferencia? ¡Ah! ¿Es posible que algún hijo de Dios ante la sabiduría de
Dios que distingue tan claramente Sus modos de obrar pueda hacer la pregunta: «¿Cuál es la diferencia?» ¿Ustedes preguntan
realmente para entender la diferencia o con un espíritu objetor? Una cosa es
procurar apreciar el pensamiento revelado de Dios; otra muy distinta es
preguntar con una especie de desdén «¿Cuál es la diferencia?» sin que importe la respuesta. Ello es además el sentimiento
de
otros que siempre que de una manera u otra sus propios pecados sean perdonados
y lleguen al cielo para ellos toda la consulta es frívola. Ay del hijo de Dios
que menosprecia así las sabias y bondadosas comunicaciones de Dios. ¿Acaso no
es Cristo precioso para Dios? ¿No es Su obra intrínseca e infinitamente
preciosa para Dios? Entonces si Dios hace una diferencia, ¿quiénes somos
nosotros para poner reparos, para tratarlo a la ligera o para preguntar con
este espíritu egoísta como si fuera meramente un asunto de teólogos que litigan
en lugar de Su propia y más digna manera de magnificar a Su Hijo y la obra de
Su Hijo?
Ahora
bien, es Dios quien ha hecho esta
diferencia en Su palabra. Dios mismo llama Su trato con los pecados pasados, es
decir, los pecados de los creyentes del Antiguo Testamento en tiempos pasados,
mediante un término diferente y para nosotros inusual. Mediante la expresión,
"los pecados pasados", Él no se refiere a nuestra vida pasada sino a
los pecados de los creyentes en tiempos pasados y Dios expresa Su trato con los
pecados de ellos como «pasados por alto». Mirando adelante hacia Cristo Él no
juzgaría a los antiguos. En virtud de la obra prevista de la gloriosa persona
de Cristo el cual después de manifestar perfecta justicia en Él mismo como
hombre en la tierra padeció por el pecado y de tal manera glorificó a Dios en
la forma en que dicho pecado fue llevado y juzgado en la cruz que llegó a ser
un asunto de la justicia de Dios para el creyente, — en virtud de esto fue que
Dios pasó por alto los pecados en otro tiempo. Pero, ¿acaso no iba a haber más
que esto? ¿Se trata ahora de un escueto «pasar por alto»? ¿Es simplemente la
paciencia de Dios del pasado? Presten ustedes atención al cambio de tono en el
momento en que el apóstol habla de lo que está sucediendo ahora. "Con la
mira de manifestar en este tiempo" [en contraste con el pasado] — "con
la mira de manifestar en este tiempo su justicia", sin una palabra añadida
acerca de Su paciencia. (Romanos 3: 26). De hecho, introducir ahora el
pensamiento de la paciencia de Dios es una impugnación de la eficacia infinita
de la sangre de Cristo derramada. Supongan que ustedes han contraído una deuda
y que un hombre acaudalado se hace responsable por ustedes, es muy comprensible
que el acreedor se abstenga de demandarlos sabiendo que el aval de ustedes es
la parte responsable con quien él cuenta. Pero cuando la deuda es pagada, ¿sigue
él o alguien hablando de su paciencia? La solvencia del aval fue el motivo de
la paciencia del acreedor cuando la deuda aún no estaba saldada; él sabía que
la responsabilidad sería debidamente cumplida. Pero cuando todo ha sido pagado,
¿acaso no hay diferencia? ¿Dónde está entonces la paciencia? Tal es también la
analogía ahora. Si ustedes supieran lo que es estar bajo la presión de una
deuda y tal vez estar en prisión por ella sabrían la diferencia entre todo eso
y el hecho de estar fuera de la prisión cuando la deuda fuese pagada. Hasta que
la obra de Cristo fue hecha, con independencia de cuáles podían ser la bondad y
la misericordia de Dios ello era simplemente pasar por alto pecados por Su
paciencia. Por el contrario, en este momento se trata del despliegue glorioso
de Su justicia en virtud de la cual Él no sólo puede permitirse perdonar sino
justificar conforme a todo el valor de Su sacrificio y a toda la aceptación de Él
mismo resucitado de los muertos.
Todo esto muestra claramente que aunque los
discípulos fueron bendecidos por el Señor cuando Él estaba en la tierra ellos iban
a convertirse en poseedores de una bendición aún más profunda. Por mi parte
considero como una de las señales ominosas de este nuestro día que los hombres
consideren como un cuento extraño la afirmación de estos privilegios más
profundos que han venido por medio de la obra consumada de Cristo en la tierra
y en la gloria en el cielo. En mi opinión ello es el síntoma más triste
indicativo de dónde están realmente los corazones de los hijos de Dios. Pero
con independencia de cómo pueda ser esto, por las propias declaraciones de
nuestro Señor no hay duda de que Él no podía enviarles el Consolador en aquel
entonces. Él debía partir y así enviar el Espíritu Santo. Consecuentemente Él
se fue y vino el Consolador quien había de permanecer con ellos para siempre; y
así Él lo hace. ¿Es esto nada? ¿Es sólo una pequeña circunstancia? ¿Es lo
esencial en sus mentes llegar al cielo en vez de ser enviados al infierno? ¿Es
este el estándar que ustedes tienen de lo que es esencial? Entonces yo los entiendo,
aunque no puedo comprender tal pensamiento o sentimiento. Porque a decir verdad
ustedes están pensando sólo en ustedes mismos y están envueltos en ello y ustedes
piensan, ¿es Dios? No, Él está lleno de pensamientos acerca de Su Hijo y
así nos bendice plenamente. ¿Han notado ustedes alguna vez que cuando un hombre
escudriña la Biblia simplemente para satisfacer sus propias necesidades su
necesidad es satisfecha sólo parcialmente porque Cristo está oculto de él? Dios
tampoco bendecirá plenamente en Su propio detrimento. No es que Dios no va a
ser misericordioso con una pobre alma que procura saber la manera en que ella
se va salvar de la ira venidera pero ciertamente es una bendición reducida la
que es obtenida donde esto es todo; es una bendición reducida por la propia
incredulidad de dicha alma porque en la medida en que el yo es el pensamiento
más importante Cristo está velado. La gracia infinita de Dios está, por así
decirlo, restringida a la medida de las propias necesidades de uno lo cual es inconmensurablemente
inferior a la plenitud de Cristo.
Puede parecer que estas observaciones
preliminares hechas ahora están algo alejadas del objetivo de esta conferencia,
pero yo confío que ustedes las encontrarán realmente pertinentes cuando nos
dediquemos a la consideración de nuestro tema.
El Señor comienza con sus discípulos tal como ellos
son. Él se dirige a ellos como Sus seguidores, los compañeros de un Cristo
rechazado, el Hijo del Hombre que iba a padecer en la cruz. Él se dirige a
ellos allí donde estaban en aquel entonces. En otras palabras, Él no se dirige
a ellos en relación con el lugar de ellos en el cielo como miembros de Su
cuerpo, que era aquello en lo que ellos se iban a convertir pero que en realidad
no eran hasta que fueran bautizados por el Espíritu Santo. Él se dirige a ellos
en Su gracia, ocupadas como estaban sus mentes con la tierra y sus esperanzas,
con la nación y la ciudad y el templo de los judíos. Mientras ellos señalaban
los edificios del santuario mundano le preguntaron cuándo sería la destrucción
que Él acababa de advertirles y qué señal habría de Su venida y del fin del
siglo o era (o "del mundo", tal como traducen algunas versiones de la
Biblia en castellano); pues apenas es necesario decir a muchos de los que están
aquí que la palabra (κόσμος, koosmos) para "mundo" como sistema
material es completamente distinta de
la aquí empleada (αἰών, aión),
que significa un curso de tiempo, edad o era gobernada por ciertos
principios distintivos en este mundo. La confusión de ambas cosas es una de las
características desafortunadas de algunas de nuestras Biblias en castellano,
aunque no de nuestra Biblia más comúnmente usada, la versión Reina-Valera 1960.
Con independencia de cómo puede ser esto nuestro Señor procede a responder a las
preguntas de ellos acerca del templo y de su destrucción y acerca de Su venida
al final de la era, acontecimientos que ellos juntaron. Su explicación haría
evidente para ellos una medida de error mezclada con estas preguntas porque en
este discurso Él aclara todo lo que estaba enmarañado en los pensamientos de
ellos. Él les pide que se cuiden de ser engañados; porque muchos vendrán en Su
nombre, diciendo: "Yo soy el Cristo". ¡Permítanme preguntar si éste
es el carácter del engaño de la Iglesia! ¿Es este el tipo de cosas a las que
los cristianos están sometidos ahora? ¿Ha sido este alguna vez el caso en lo
que es llamado 'cristiandad'? Claramente no lo es. Como norma los así llamados
'países cristianos' no han sido sometidos a prueba con el asunto de hombres que
pretenden ser el Mesías en persona. Sin duda ha habido muchos que se han
exaltado a sí mismos y virtualmente han reclamado lo que es prerrogativa de Él;
pero ellos nunca soñaron con erigirse ellos mismos ni sus seguidores los
erigieron como siendo Cristos. Todos sabemos que no son pocos los que por medio
de intelectualismo y de confianza en sí mismos en las cosas divinas han
introducido falsas doctrinas; pero la suposición de ser el Mesías ha quedado
confinada a uno o dos fanáticos dementes pues ciertamente ese parece ser un
carácter de maldad adecuado a la condición y circunstancias reales de los
judíos mucho más que a los cristianos.
Luego nuestro Señor abriendo el tema explica
que todos los alborotos generales de los que Él les advirtió, — nación
levantándose contra nación y reino contra reino, — no eran sino el principio de
dolores. Luego Él entra de lleno en los detalles específicos que debiesen dejar
fuera de toda duda lo que Él tiene en perspectiva. Los versículos 15 y 16 de
Mateo 24 nos presentan un indicio muy claro. "Cuando veáis en el lugar
santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee,
entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes". ¿Es ésta
una descripción de la posición del cristiano o de la Iglesia? En las
circunstancias actuales, ¿qué podría llevar a la Iglesia de regreso a Judea?
¿Por qué habrían de reunirse todos los cristianos del mundo en aquel lugar por
encima de todos los demás? La pregunta misma es suficiente para disipar toda la
falacia de un pensamiento tan burdo. El Señor no está hablando de los
cristianos como tales. Él está describiendo a personas cerca de encontrarse
ellas mismas al final de la era o siglo en circunstancias análogas a las de los
discípulos judíos que estaban alrededor de Él en aquel entonces. Se supone que
los judíos, pocos o muchos, van a tener un templo en Jerusalén y obviamente van
estar en su tierra y algunos de ellos serán hombres piadosos. Es una escena del
final de la era porque es evidente que el Señor habla de Su venida sobre las
nubes del cielo tal como Él lo hará inmediatamente después de la tribulación de
aquellos días.
Por lo tanto, es imposible aplicar esta
profecía en toda su extensión al sitio de Jerusalén por parte de Tito o a las
aflicciones que ellos soportaron como consecuencia de su caída. De hecho, es
evidente que la pregunta era acerca del fin de esta era y claramente éste no ha
llegado aún. Como siendo esto una muestra de una clase similar de creyentes que
aún se han de levantar en Jerusalén y Judea al final, Él los prepara para
ciertos engaños peculiares que podrían afectar la mente judía en cualquier
momento desde Su rechazo y que a la larga les habrán dado a conocer un poder
especial mediante aparentes y en cierto sentido reales señales y prodigios para
engañar a las almas. Él les proporciona ciertas señales por medio de las cuales
ellos podrían escapar tanto del engaño como de la tribulación de aquellos días:
"Cuando veáis… la abominación desoladora". (Mateo 24: 15 y sucesivos).
¿Cuál es el significado de la frase? El término "abominación" en las Escrituras
es habitualmente la palabra para un ídolo como los de Moab y los de Amón en el
Antiguo Testamento. No hay motivo alguno para suponer que dicha palabra significa
cualquier otra cosa en el Nuevo Testamento. En el relato presentado acerca de Babilonia
en Apocalipsis no hay duda alguna de que ella, la madre de las rameras, es
descrita allí como caracterizada también por sus abominaciones o idolatrías.
(Apocalipsis 17). ¡Lamentablemente nosotros sabemos que ¡así ha sido en la
cristiandad! La ciudad que se asienta sobre las siete colinas siempre ha sido
famosa por sus idolatrías: como en los tiempos paganos, así ahora; y así será ella
hasta su juicio por parte de Dios. Aunque Babilonia asuma una nueva forma
adaptada a los días finales habrá una insignia similar de idolatría inveterada
hasta el final. Aquí también yo pienso que no puede haber duda alguna de que
nuestro Señor se refería a un ídolo. Pero además este debe ir acompañado de una
cierta peculiaridad. No se trata simplemente de un objeto embaucador sino de
uno que aseguraría consigo la desolación porque el Señor lo llama la
"abominación desoladora". Por otra parte, de ello "habló el
profeta Daniel", el cual define el tiempo, el lugar y las circunstancias
en el capítulo 12. El llamado a prestar atención a esto es hecho por el Señor y
no por los teólogos como algunos han conjeturado extrañamente contra toda
evidencia y todo hecho. Además, dicha abominación iba a estar donde no debía,
"en el lugar santo", lo cual me parece a mí y a pesar de la ausencia
del artículo definido griego y más allá de toda justa duda, que debe significar
el santuario en Jerusalén.
Por tanto, el Señor está hablando acerca de
Judea, de discípulos judíos, de un objeto final especial de idolatría fatal; y
por eso aquí habla de dicho objeto como estando en alguna parte del templo lo
cual, obviamente, resultaba familiar para los discípulos. Si la referencia
hubiera sido a algún otro santuario o lugar yo concibo que ciertamente ello habría
sido definido más cuidadosamente. Cuando ellos vieran aquel ídolo instalado
allí, ídolo del cual habló el profeta Daniel (que ellos harían bien no sólo en
leer sino en entender), que ello les sea señal para una huida instantánea.
Nosotros encontraremos la importancia de esto en unos momentos; pero por lo que
la Escritura dice la advertencia del Señor estaba allí. Él previó que ella
sería malinterpretada. Él sabía que la cristiandad ignoraría y olvidaría a
Israel, sus peligros y sus esperanzas; Él sabía que siendo los gentiles (sabios
en su propia opinión, véase Romanos capítulo 11, el objetivo y el alcance de la
profecía como si Israel hubiera caído irrevocablemente y se les hubiese cedido
a ellos el llamamiento de Dios para siempre) estarían absortos en sus propias
circunstancias. Ellos aplicarían pasajes como éstos meramente a lo que era del pasado
en cuanto a judíos y a paganos o tal vez si fueran entusiastas polemistas
podrían ver en ellos una nube pendiendo sobre el protestantismo, si no sobre católicos,
o a la inversa. Por consiguiente, el Señor recordó a los discípulos el profeta
Daniel el cual habla de esta abominación desoladora como 1290 días antes de las
escenas finales de la liberación de Israel, no cuando el cautiverio romano y la
dispersión. Con exacta conformidad nuestro Señor habla de su instalación antes
de la tribulación sin paralelo pero breve que es seguida inmediatamente
por Su reunión del Israel escogido. Por lo tanto, es evidente que se trata de
la misma escena y sin embargo futura.
La instalación de este ídolo en el lugar santo
es la señal designada por el Señor para que los discípulos escapen.
"Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes". (Mateo 24:
16). Además, tan rápida debía ser la huida que el que estuviese en la azotea ni
siquiera debía descender para tomar sus pertenencias de su casa, — ni siquiera
debía volver atrás desde los campos para tomar su capa. Ni un momento debía ser
perdido por la simple vida. Aflicción, dolor para aquellas cuyos niños estaban
por nacer o recién habían nacidos pues, ¿cómo podrían ellas huir así? Además,
ellos debían orar para que su huida no fuera en invierno ni en día de reposo.
¿Cómo es que entra aquí el día de reposo? Es bien sabido, — y yo confío
que todos los creyentes aquí presentes lo sepan, — que el día para nosotros es
el primer día de la semana. Con esta afirmación no es mi intención
rebajar la santidad del día que el Señor se ha complacido en iniciar y dar al
cristiano sino todo lo contrario. La diferencia entre el día de reposo judío y nuestro
primer día de la semana no es que el séptimo día o día de reposo sea más santo
sino más bien que su santidad es de carácter inferior a la que ahora reviste el
primer día de la semana a los ojos del cristiano. El día de reposo era un día
de descanso externo; era un día en el que todos, esclavos, es más, las bestias
de carga mismas debían disfrutar de reposo según el mandamiento. El primer día
de la semana como tal no es ni de la primera creación ni de la ley como lo es el
día de reposo. Dicho día es de manera característica de la nueva creación y de
la gracia en contraste con las asociaciones del día de reposo. Ello no es la
época en la que encontramos al primer hombre, Adán, un hombre no caído, ni es
la señal que Dios posteriormente hizo tan especial entre Él e Israel; sino es el
día infinitamente más resplandeciente que sólo es conocido por la fe y que fue
inaugurado por el Segundo hombre triunfante para siempre sobre el pecado, la
muerte y el juicio, el cual en virtud de Su propio triunfo ha sacado de sus
pecados a aquellos que creen en Él incluso ahora para Dios. Es por ello que yo
reivindico para el primer día de la semana un carácter de santidad que
trasciende tanto el día de reposo adámico o mosaico de Jehová, así como el
Segundo hombre es superior al primero y también tanto como la gracia se eleva
por encima de la ley.
Pero de lo que
se habla aquí no es del primer día de la semana en la perspectiva de los
cristianos sino de aquel día muy diferente, el día de reposo en la perspectiva
de los discípulos judíos presentes en aquel momento y de los futuros. Por consiguiente,
el contexto está en consonancia con el día de reposo. Se trata de que los de
Judea y no otros huyan a los montes vecinos ya que la señal era un ídolo instalado
en algún lugar del Templo de Jerusalén. Por eso es que ellos deben orar para
que su huida no pueda ser en aquel día como tampoco en invierno. ¿Hay aquí
algún cristiano que tendría conciencia acerca de huir él mismo u otro en el primer
día de la semana si ello fuera cuestión de vida o muerte? ¿Tendría él alguna
aprensión por motivos justos o de gracia para viajar tantas millas en aquel
día? Ciertamente si el cristiano estuviera bajo la ley en cuanto al día de
reposo nada justificaría tales infracciones de la misma. Tampoco el Señor
debilita sino que mantiene la autoridad de aquel día mediante Su instrucción de
que oren por cualquier otro día. La pregunta para nosotros es, ¿Estamos bajo la
autoridad del día de reposo? ¿O nuestro día es el primer día de la semana? Si
nosotros estuviéramos realmente en el primer caso nuestro deber sería claro y
no podríamos hacer tales cosas correctamente en el día de reposo. Por el contrario,
si es el primer día de la semana ustedes pueden magnificarlo conforme a lo que
está previsto para glorificarle a Él. Supongan ustedes que un hombre pudiera
caminar veinte millas el primer día de la semana y predicar veinte sermones,
¿creen ustedes que él sería culpable de una mala obra? Yo pienso que no y sin
duda sería un servicio bueno y aceptable si él predicara la verdad. Pero aquí
los discípulos están manifiestamente bajo la ley del día de reposo. Entonces,
¡cuán evidentemente es otro el ambiente que ustedes poseen como cristianos! La
obligación del día de reposo estaba bien para los que estaban bajo la ley. El
cristiano está en relación con un Salvador muerto y resucitado y el primer día
de la semana es el símbolo de su bendición. Por ello es que la Iglesia
universal celebra el primer día de la semana y no el día de reposo, y con toda
razón, aunque (es extraño decirlo) muchos de los que lo hacen creen que se
trata de la misma cosa.
Entonces todo
esto indica un carácter diferente de testimonio y una clase distinta de
discípulos. Ambos aparecerán a su debido tiempo en Jerusalén antes de que
termine el siglo o era actual. Este futuro remanente judío está representado
por los hombres que estaban en aquel entonces ante el Señor el cual por ello Él
comienza, como ustedes habrán observado, con el lugar de ellos como discípulos
judíos. El discurso surge de las preguntas de ellos acerca de las
anticipaciones judías. El Señor les responde en conformidad. Por tanto, ellos debían
orar para que su huida no sea en invierno (lo que crearía impedimentos
naturales) ni en día de reposo (cuando la ley prohibiría una huida de cualquier
distancia que merecería ser recorrida). Los que están en la mente del Señor y
en el ámbito de esta parte del discurso son judíos y no cristianos. Y así el
gran argumento aquí es escapar con la vida natural. ¿Acaso ustedes no saben que
el lenguaje del Espíritu para el cristiano es totalmente diferente? Morir por
Cristo es la mayor honra para un cristiano. Por tanto, en su caso que es el
caso de quien espera la resurrección y el cielo con Cristo en lo alto como su
esperanza apropiada no se trata de que la carne se salve, pero aquí se trata
exactamente de esto. ¿Qué debo yo inferir de todo esto? Debo inferir que no es
una descripción de cristianos a lo que el Señor se dedica aquí sino de judíos
piadosos y especialmente al final del siglo o era. Estas dos clases de personas
son discípulos, pero sus asociaciones y expectativas son judías. La tierra, la
ciudad, el santuario, la ley del día de reposo los distinguen claramente. Los
puntos prominentes no sólo de las circunstancias externas sino de la
experiencia de sus almas y de su andar y adoración están más bien en contraste
con el cristianismo que de acuerdo con él.
Nuestro Señor
dice inmediatamente después, "porque habrá entonces gran tribulación, cual
no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá". ¿No
estoy yo plenamente justificado al decir que no hay evidencia alguna de que
esta tribulación recae sobre los cristianos en lo que este pasaje se refiere?
Las indicaciones anteriores apuntan clara y exclusivamente a discípulos judíos
que se encontrarán en Judea en el día postrero, apegados a la ley y al
testimonio y guardando los mandamientos de Dios tal como es dicho en otra parte
y teniendo el testimonio (es decir, el testimonio profético) de Jesucristo,
pero a pesar de ello o más bien a causa de ello no estando en los plenos
privilegios de los cristianos ahora. Ellos serán discípulos judíos en relación
con el lugar santo y por lo tanto ofendidos por un ídolo instalado allí; ellos
estarán guardando el séptimo día y no el primero. Esta Escritura prueba que
estos que están en Judea y sólo ellos han de huir a los montes y escapar así de
la más feroz de todas las tribulaciones; [véase nota] pues se dice expresamente
que superará a todas desde la creación hasta el final de los tiempos. No se
encuentra ni un indicio de cristianos donde se habla de ella.
[Nota]. Toda la descripción muestra
que se trata de una tribulación tan breve como violenta. Por lo tanto, es un
error buscar su cumplimiento en la larga historia de los judíos dispersos por
la tierra. No es así: es en Jerusalén donde esta tribulación hace
estragos porque los montes cercanos ocultarán al remanente; y tan terrible es
su furia, que "si no se abreviasen aquellos días, ninguna carne
podría salvarse; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán
abreviados" (Mateo 24: 22 – VM), lenguaje
claramente inconsistente con una referencia a los prolongados padecimientos de
los judíos en tierras gentiles. Se trata de una crisis corta y futura en la
tierra.
Esta conclusión está totalmente confirmada por
lo que sigue a continuación pues nuestro Señor nos dice, "si no se
abreviasen aquellos días, ninguna carne podría salvarse". (Mateo
24: 22 – VM) Se trata de la vida de este mundo; y la importancia de la vida
natural para el judío es que él espera que el Mesías venga a este mundo y reine
sobre Israel. Y así el Señor reinará. Pero si el judío desea esperarle ello es
para que Él lo bendiga como un hombre vivo en el mundo. Es decir, es el hecho
de que la carne se salve tal como leemos aquí. Él espera que el Mesías exalte
la nación de ellos, bendiga la tierra de ellos, derrote a sus enemigos y
confiera todo otro bien en aquel día resplandeciente de gloria que ha de amanecer
sobre el mundo. Y ello es esencialmente muy cierto, aunque la verdad incluso
para Israel va mucho más allá.
Pero Cristo les advierte aún más, —"Entonces, si alguno os dijere:
Mirad,
aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis". Permítanme
preguntar si una persona cristiana estaría en peligro por anuncios tales como
estos. Supongan ustedes que un predicador les dijera «¡He
aquí! Cristo está en
la ciudad, o en la capital de la nación», ¿acaso no juzgarían ustedes que
el varón era (apenas un tunante, —
esto es demasiado extravagante
para eso, pero) que él estaba enajenado? «¿El Señor Jesús está en la ciudad?», —«¿Cómo? ¿Tengo yo
que ir a la capital para ver al Señor?» «No», dice enseguida el cristiano, «yo sé que Él viene,
pero vendrá desde el cielo para llevarme allí; y cuando Él descienda en el aire
yo Le oiré y Le veré y en aquel instante seré arrebatado y transformado en la
semejanza de la gloria Suya para estar con Él donde Él está, en la casa del
Padre en lo alto». Por otra parte, el judío espera a Cristo en la tierra
y es correcto que
Le espere allí, y otro profeta judío proporciona la base firme para ello.
¿Acaso no ha dicho Zacarías que Sus pies se afirmarán sobre el monte de los
Olivos? (Véase Zacarías 14). Sin duda él lo ha hecho y por lo tanto si el judío
está ocupado en una expectativa tal no sería innatural para él esperar algún
movimiento preparatorio antes de aquella gran exhibición pública en favor de su
nación. Él podría recibir fácilmente el rumor de que el gran Libertador ya estuviera
en el desierto donde se esperaba que los fieles se dirigieran; o que Él estuviera
en los aposentos secretos donde ellos debían reunirse a Su alrededor. Nosotros podemos
concebir fácilmente estos fraudes impíos de Satanás para engañar en aquel
tiempo a los escogidos que tuviesen tales expectativas. Así se les
podría decir que su Mesías estaba todavía fuera o secretamente dentro según
conviniera mejor al objetivo del enemigo y al agravio de los piadosos. Y
nosotros sabemos que se levantarán falsos Cristos y falsos profetas que harán
grandes señales y prodigios; más aún, sabemos que el Anticristo va a ser aceptado
por la masa como Cristo. Si fuere posible estas cosas podrían engañar a los
escogidos entre los judíos; pero, ¿podría el cristiano siempre tan débil y sin
enseñanza dar crédito a tales engaños? Yo pienso humilde pero firmemente que
ello es imposible. Él tendría que haber renunciado a todas sus esperanzas
puestas en Cristo en el cielo, a toda la común fe que el Espíritu Santo le
había comunicado y confirmado en lo más íntimo de su alma antes de poder él
exponerse a la influencia de estas pretensiones y rumores tan bien calculados
como indudablemente lo están para engañar al judío. Porque el profeta declara
que ellos tendrán a Cristo viniendo a la tierra para turbación de sus enemigos;
y no podrían ser distraídos injustificadamente por informes de que Él está aquí
o allá antes de esa gran manifestación sobre el monte de los Olivos. Por consiguiente,
para un remanente judío todo esto era de la más profunda importancia y
el Señor les advierte de antemano. (Mateo 24: 23-26). El Espíritu Santo nunca
advierte así al cristiano. Como las advertencias para nosotros ello se ajusta a
la condición de aquellos que son advertidos. Nosotros sabemos que seremos
arrebatados para encontrarnos con el Señor en el aire.
Pero aunque los discípulos judíos de aquel día
no tuvieran tanta esperanza como la nuestra ellos no van a ser engañados
por estos llamamientos para ir de acá para allá. Ellos no deben salir ni
tampoco ellos deben creer lo que los hombres digan acerca de alguna
presencia secreta. "Porque como el relámpago que sale del oriente y se
muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del
Hombre". Ella será instantánea y pública. Todo pensamiento acerca de
aplicar esto a la pasada toma de Jerusalén es un completo despropósito. ¿Acaso
los romanos salieron del oriente? ¿Se mostraron ellos hasta el occidente? Yo pensaría
que la dirección del movimiento de ellos fue justo lo contrario de lo que está
predicho aquí. Pero cuando el Hijo del Hombre venga en presencia corporal tal
es sin duda el símil apropiado para exponerlo; como un relámpago será la súbita
y resplandeciente aparición del Señor Jesús desde el cielo. ¿Es esa nuestra
esperanza? ¿Presenta alguna vez la Escritura a nuestro Señor como relámpago
viniendo a tomar a la Iglesia? ¿Es así como un Esposo viene a buscar a su
Esposa? Por otra parte, si Él viene en aquel entonces y viene así a juzgar, si
la abominación desoladora contamina el lugar santo en Jerusalén, si un hombre,
el Anticristo, se sienta en el templo como Dios, yo puedo entender que el
resplandor del relámpago sería una figura muy apropiada para venir y lidiar así.
Incongruente como ello es para la paz inefable y el gozo celestial del
encuentro entre el Esposo y la Esposa, es precisamente adecuado para Su
presencia en juicio que es necesaria para liberar al judío.
Pero hay más, "Dondequiera que estuviere
el cuerpo muerto". (Mateo 24: 28). Entonces, ¿a esto se ha llegado? ¡El
"cuerpo muerto"! ¿Es esto también la Iglesia? ¿Llama el Señor a Su
cuerpo un "cuerpo muerto"? ¡Ah! Qué locura y qué agravio cuando los
hombres leen las Escrituras según la tradición o según su propia voluntad.
Aquel que hace que el yo sea su único objeto incluso en las Escrituras, aquel que
no deja espacio para el judío sino que encuentra al cristiano aquí, allá y en
todas partes, invariablemente trae una calamidad sobre su propia cabeza. En
lugar del precioso cuerpo de Cristo formado por el Espíritu Santo en unión con
Él en lo alto este sistema nos reduce aquí a un ¡"cuerpo muerto!" En
lugar de la esperanza bienaventurada en que Aquel que ama a la Iglesia la tome
para Sí mismo para que podamos estar con Él en el cielo, son las águilas, o los
buitres (como algunas versiones traducen) juntándose. Por otra parte, otros
desde la antigüedad hasta nuestros días invierten la aplicación, pero, ¿con qué
resultado? ¿Alguna mejora? Puede parecer increíble pero la triste verdad es que
hombres serios han sido engañados por la irreverente exégesis de que los
santos, los santos resucitados y trasladados son las águilas y que el
bendito Señor (¡que Él perdone el agravio!) es el cuerpo muerto, el objeto que junta
estas aves de rapiña. Yo no siento que ninguna de las dos explicaciones merezca
más palabras en refutación, pero infundadas e incluso profanas como ellas son,
el punto importante que debemos notar es que dichas explicaciones parecen ser
la necesaria consecuencia de aplicar el pasaje como se hace popularmente a la
venida de Cristo a tomar a los santos a Sí mismo en lo alto, y a mi parecer la
más ofensiva de estas abominaciones rivales es la deducción más lógica a partir
de estas premisas erróneas. Tomen ustedes el texto en relación con el juicio de
los judíos y todo es claro, solemne y armonioso con otras Escrituras. Donde la
vida ha huido y no hay más que muerte moral, a pesar de la alta pretensión allí
se concentrarán los instrumentos de la venganza final y divina. Nosotros
estamos aquí en terreno terrenal y no en esperanzas celestiales. Estamos
contemplando el mal desesperado que caracterizará a Jerusalén en los postreros
días. Por consiguiente, las águilas llegan allí, el juicio implacable y diverso
se desarrolla cuando el Señor erradicará toda abominación y pondrá fin a todo
desolador y socorrerá a Su escogido pero por largo tiempo débil Israel, algunos
de los cuales habían estado huyendo aterrorizados para escapar para siempre de
la tribulación de los días pasados.
Entonces, ¿es demasiado fuerte afirmar que no
hay un pensamiento ni una figura que se ajuste a la esperanza de la Iglesia
mientras que todo es exactamente característico del trato del Señor con los
judíos en el día postrero? Puede ser dicho que se acaba de dar la impresión de
que algunas porciones de estos capítulos son realmente aplicables a la
cristiandad. Ello es reafirmado ahora porque no me cabe duda alguna de que este
discurso de nuestro Señor no se limita a los judíos. Lo que demuestra esto es
que hacia el final del capítulo 25 nosotros tenemos presentado al Hijo del
Hombre sentado en el trono de Su gloria cuando Él viene y todos los santos
ángeles con Él y entonces serán reunidas delante de Él todas las naciones. Estos
no son judíos, obviamente. Por lo tanto, nosotros debemos por lo menos dejar
entrar a los gentiles, a todos los que serán reunidos delante del trono del Hijo
del Hombre. Este no es el trono en el que Él juzgará a los muertos porque no es
Escritural y es absurdo imaginar tal cosa como que ante el gran trono blanco
habrá naciones como tales. ¿Quién ha oído hablar de tal pensamiento o expresión
como "naciones" después de la resurrección? ¿Acaso no está la noción
de "todas las naciones" enteramente limitada y sólo adecuada a
hombres viviendo en la tierra? Siendo esto así nosotros tenemos una separación
hecha por el Rey (pues es en esta calidad que el Hijo del Hombre actúa aquí)
entre aquellos de los cuales se demostró que eran justos por una parte y
aquellos que fueron tan manifiestamente injustos por la otra; pero yo repito
que es un trato con naciones por solemne y final que este sea. Así, al
principio de este gran discurso profético de nuestro Señor se termina con los
judíos y al final de él con los gentiles. Pero, ¿qué ocupa su porción central?
Esa es la parte cristiana. Por eso lo que distinguía a la primera sección, — la
pregunta acerca del fin del siglo, una multitud de asociaciones locales y
legales como la expresa alusión al santuario, el día de reposo y la tierra de
Judea con los montes vecinos, — todo esto desaparece por completo. Ciertamente
estas cosas no tienen nada que ver con el mundo en su conjunto. Ellas pertenecen
específica y únicamente a una pequeña parte de la tierra y a sus habitantes, a
la Tierra Santa y a los judíos, y a partir del versículo 15 a una breve crisis
que lleva sus desastres a un punto culminante y es seguida por la liberación y
la reunión final de ellos de los cuatro vientos por el Hijo del Hombre. (Mateo
24: 31).
Pero tal vez se pueda argüir como se ha hecho,
que el término "escogidos" debe significar los cristianos. Ahora
bien, yo preguntaría a todos los tales si realmente piensan que el Señor no ha
escogido a nadie más que a los cristianos. ¿Privarían ellos al Señor de Su
prerrogativa de escoger como Él quiera conforme a Sus soberanas voluntad y
sabiduría? Es evidente que la ignorancia en cuanto a Él y a Su palabra es el
verdadero motivo por el cual los hombres toman tan extraño terreno y hacen una
reducción tal de los maravillosos propósitos y modos de obrar de Dios. Ello no
es más que otra forma de esa deplorable incredulidad que nos mantuvo tanto
tiempo sin Cristo y que brota siempre e inmediatamente después de que tenemos a
Cristo. Pero tan cierto como ella lo hace, dicha incredulidad oscurece la vista
y restringe el corazón en cuanto a abrazar el vasto alcance del amor de Dios y
las variadas glorias en las que Cristo manifestará a los Suyos. De hecho,
Cristo no sólo se relacionará con los judíos sino también con los gentiles
además de con la Iglesia, Su cuerpo. Por lo tanto, es evidente que para saber
quiénes son los que están contemplados en particular en una determinada
Escritura nosotros debemos interpretar siempre el texto por el contexto. Si el
apóstol está exponiendo el privilegio cristiano y habla de los escogidos como
en Romanos 8 sabemos que él no se refiere a nada más que a la elección
cristiana; pero si Isaías está ocupado con los judíos en el predicho día de
gloria de ellos (Isaías 65: 8-25), y habla de "mis escogidos", él se
refiere sólo a los escogidos judíos. El entorno del texto particular
proporciona el único medio seguro de decidir el sentido de la Biblia; y de
hecho un principio similar es aplicable a cualquier otro libro. Si es así, en
Mateo 24 el Señor tiene en perspectiva únicamente a los escogidos relacionados
con Judea. Así como Él murió por esa nación y no exclusivamente por los hijos
de Dios dispersos, así Él habla ahora de Sus israelitas escogidos en cada
tierra del exilio de ellos bajo el cielo.
Esto está confirmado por el hecho de que aquí
no hay ninguna insinuación de que alguno sea llevado al cielo. No hay alusión
alguna a la resurrección en absoluto. Él había hablado de la salvación de la
carne tal como vimos que los israelitas vivos tenían que ocultarse de los
peligros y guardarse de los engaños de los últimos días de este siglo o era. Y
ahora cuando Él viene en la hora de la más profunda necesidad de ellos, cuando
parecen estar muy cerca de ser destruidos para siempre y Él aparece de repente sobre
las nubes del cielo, ¿cuál es el efecto? "Inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su
resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos
serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo;
y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre
viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus
ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro
vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro". (Mateo 24: 29-31). Todas
las tribus de la tierra se lamentan y esto es antes de que Sus escogidos sean juntados
por los mensajeros providenciales de Su voluntad.
Ahora bien, si ustedes aplican esto al traslado
o arrebatamiento cristiano es obvio que la interpretación de ustedes hace que
la Escritura se contradiga a sí misma. Porque cuando Pablo escribía a los
Colosenses él dice que, "cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria".
(Colosenses 3: 4). Cuando nuestro Señor
se dirige aquí a los discípulos judíos acerca del futuro de ellos Él les habla
de Su venida visible sobre las nubes del cielo, y de cómo todas las tribus de
la tierra (o del país, como el contexto parece dar a entender que
significa) lamentarán al verle viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y
gran gloria; después de lo cual Él envía Sus ángeles con gran voz de trompeta
para juntar a Sus escogidos desde todas partes. Evidentemente la masa habrá
visto a Cristo y estará llena de angustia al verle antes de que los escogidos
sean juntados para estar bajo el Hijo del Hombre. No hay indicio alguno de que ellos
son arrebatados o de que ellos aparecen con Cristo. Por tanto, la verdad de la
Escritura es perfectamente clara siempre que nosotros distingamos los grupos de
personas de los que trata el Señor. Si el tema es acerca de cristianos, el
lugar de ellos está con Él en el cielo y ellos Le acompañarán cuando Él venga
del cielo; o más bien, en las palabras perfectamente exactas del apóstol,
cuando Cristo, nuestra vida se manifieste ellos también serán
manifestados con Él en gloria. Mientras que en Mateo 24 Cristo se manifiesta y
todas las tribus de la tierra se turban al verle; y entonces los escogidos de
Israel son juntados por los ángeles de los cuatro vientos, desde un extremo del
cielo hasta el otro.
Por eso nosotros tenemos que notar y no identificar
sino contrastar entre los dos grupos de personas. Es verdad que ambos están
destinados para ser bendecidos, pero uno de ellos es para los lugares
celestiales con Cristo y por lo tanto son manifestados con Él cuando Él se
manifiesta desde el cielo; el otro es juntado en la tierra (donde ellos están)
por intervención de ángeles. Los agentes providenciales de Dios son empleados para
juntar a Su pueblo disperso por el mundo. La parábola de la higuera (Mateo 24:
32, 33) lo confirma a uno en cuanto a esto porque la higuera es la insignia
permanente de Israel nacionalmente. Así también "esta generación"
(versículo 34) no tiene nada que ver con el cristiano sino que se refiere a esa
raza de judíos rechazadora de Cristo y que aún no se ha extinguido. Las
palabras del Señor en cuanto a todo esto son seguras con independencia de lo
que la teología pueda decir: "El cielo y la tierra pasarán", pero ellas
no pasarán. Sin embargo, es un día y una hora ocultos pero tan seguros como los
días de Noé y según ese modelo pues el remanente piadoso que sobreviva pasará a
través de estas escenas de juicio y vivirá para gobernar la tierra renovada, en
vez de ser trasladado como lo será la Iglesia, como Enoc, a los reinos en lo
alto. Por lo tanto, ello es lo opuesto a nuestra porción porque aquí uno es
tomado en juicio, el otro dejado en misericordia. (Mateo 24: 36-41).
Los tres versículos siguientes (42-44) son una
especie de transición pues son la aplicación justa de lo que había sido exhortado
como motivo para velar y para preparación para la venida del Hijo del hombre y
una introducción a lo que sigue a continuación. Luego a partir del versículo 45
viene la parte claramente cristiana de la profecía del Señor que consiste en
tres parábolas intermedias: la de los siervos, la de las diez vírgenes y la de
los talentos. Éstas parábolas componen la parte que se relaciona con la
cristiandad. En vez de ser el orden una dificultad como podría parecer, tras
una apresurada ojeada este me parece también perfectamente hermoso. El Señor
comienza con los judíos porque los discípulos que le rodeaban se encontraban en
aquel entonces en circunstancias judías de manera práctica. Cuando Él ha
expuesto el destino de ellos con especial referencia al fin del siglo y a Su
venida Él pasa a la parte cristiana en lenguaje parabólico que se desplegaría
sobre estos mismos discípulos cuando los judíos rechazaran el testimonio del
Espíritu Santo; es decir, lenguaje que descarta toda alusión al judío y asume
ese carácter amplio que exige el cristianismo. La enseñanza es presentada aquí en
las formas más generales porque el Señor está mirando hacia adelante a los
cristianos en cualquier o cada parte de la tierra; y por lo tanto nosotros no
oímos más de la tribulación sin precedentes, ni del fin del siglo, como tampoco
oímos más acerca de la tierra, o del santuario, o del día de reposo. Por último
y tal como vimos cuando los puntos de vista parabólicos de la parte cristiana
llegan a su término, un retrato final concluye la profecía acerca de los
gentiles que serán reunidos delante del Hijo del hombre cuando Él venga a
reinar sobre la tierra (Mateo 25: 31-46); pero esto es sólo para presentar un
bosquejo completo de la significación de estos dos capítulos.
Permítanme mencionar tan brevemente como ello
pueda ser las otras Escrituras que se refieren a la tribulación. Lo que hemos
visto en Mateo 24 es lo más detallado.
Como ustedes recordarán nuestro Señor se
refiere al profeta Daniel en el primer evangelio así que podemos recurrir a él
a continuación. En Daniel 12 (el capítulo citado) nosotros leemos estas
palabras alentadoras: "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran
príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo". ¿Puede haber una
duda acerca de a qué pueblo se refiere el pueblo de Daniel? ¿Eran ellos
gentiles o eran ellos judíos? No puede ser puesto en duda. Fue de los judíos y
de sus angustias y degradación de lo que Daniel trató, durante cuyos tiempos a
los gentiles sería asignado el poder supremo en la tierra; y por consiguiente
el objetivo de la profecía en todas partes es mostrar la caída de los gentiles
para finalmente dar paso a los judíos. ¡Cuán necesario era esto para fortalecer
a Daniel o a cualquier israelita como él frente a las angustias que habían
acontecido en aquel entonces y que aún aguardaban a los judíos! Ellos habían
sido llevados al cautiverio por la primera de las potencias imperiales gentiles
de las que el profeta recibe un relato mesurado en el sucesivo ascenso y caída de
ellos durante los cuales los judíos iban a padecer. Pero incluso desde el
principio Dios quiso dar consolación a Su siervo con la certeza de que los
soberbios gentiles debían ser juzgados y los judíos finalmente liberados.
Cuando ellos llegaran a su más profunda angustia el arcángel Miguel los
defendería contra todos los adversarios. Tal es el cariz crítico de los asuntos
traídos aquí ante Daniel. "En aquel tiempo se levantará Miguel (en lugar de
que a los judíos se les permita padecer más), el gran príncipe que está de
parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue
desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu
pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro".
En apariencia es evidente con qué exactitud
esta afirmación se ajusta a la significancia clara de la profecía de nuestro
Señor. En la porción de la profecía en que Él proporciona las exigencias
especiales de los discípulos judíos en el día postrero (representados por los
cuatro hombres que estaban con Él en aquel momento), allí, y sólo allí, hay
alguna referencia a esta tribulación sin parangón. Es nuestro Señor mismo quien
cita al profeta Daniel con un encargo de entenderlo. Nosotros abrimos Daniel y
como se podía esperar aparece sustancialmente la misma verdad. No es que
nuestro Señor se limita a presentar o reiterar los recursos de Su siervo sino
que Él conocía Su propia palabra y Él no podía cuando menos malinterpretarla.
"El que lee, entienda". (Mateo 24: 15). Somos nosotros los que
tenemos que tener cuidado; somos nosotros los que necesitamos entender lo que
leemos. ¿Cómo es que polémicos teólogos han introducido aquí al Papa? Ellos lo
han hecho porque estaban ocupados en sus propias cosas no en las cosas de
Jesucristo. (Filipenses 2: 21). Esta Escritura en Daniel no tiene que ver con
el Papa con independencia de cuál ha sido la larga serie de impiedades y
crueldades atroces perpetradas por el Papado. Yo no dudo que este es un sistema
que encarna esencialmente aunque no exclusivamente el misterio de la iniquidad
y que la gran ramera de Apocalipsis 17 encuentra su centro en Roma. Pero hay
otro carácter de cosas aquí. Es presuntuoso determinar de antemano que no puede
haber altura o profundidad de iniquidad más audaz que la que ha habido. Es
contrario a toda analogía que el mal no va a estar en su grado máximo cuando
caiga el juicio. Es vano e incrédulo razonar en contra de la clara Escritura.
"Vuélvete aún, y verás abominaciones mayores". (Ezequiel 8: 6, 13,
15). La idolatría de Israel fue herida por Asiria y Babilonia tal como fue el
rechazo de Cristo por los inconscientes romanos. ¿Qué sucederá cuando el
Anticristo sea recibido? Angustia jamás imaginada se desencadena sobre los
hijos del pueblo de Daniel, pero ello sucede inmediatamente antes de la
liberación triunfante de los piadosos. ¿Acaso no es locura aplicar esto al Papado?
Es un despropósito igual de grande, si no mayor por parte de los racionalistas los
cuales sólo pueden ver en ello algún pasado asedio a la ciudad de Jerusalén.
Que ellos sopesen un motivo decisivo. Ha habido muchos asedios a Jerusalén y hubo
uno muy resaltado desde que apareció el Evangelio; pero ¿fueron liberados los
judíos en aquel entonces? ¿Vino el Señor sobre las nubes del cielo para juntar
a sus escogidos por medio de ángeles cuando la ciudad fue invadida por los
romanos bajo Tito?
A algunos de quienes están aquí puede ser de
interés notar aquí la divina exactitud con la que nuestro Señor predijo el
asedio romano tal como está registrado en el Evangelio de Lucas capítulo 21.
Esto es omitido en el pasaje correspondiente de Mateo e incluso de Marcos. Pero
Lucas menciona como un acontecimiento previo a los tiempos del fin que
Jerusalén se vería "rodeada de ejércitos". El Señor destaca esta
característica. Había habido muchos asedios a la ciudad santa pero se dice que sólo
una vez Jerusalén fue sitiada así. Además, nuestro Señor diferencia esa ocasión
de las futuras. Examinen ustedes Lucas 21 y encontrarán que el cerco de
Jerusalén con ejércitos, su caída y el cautiverio de los judíos suceden
expresamente antes de que comience el tiempo del fin. (Comparen los versículos 20-24
con los versículos 25-28). Después de la toma se supone que Jerusalén será
todavía hollada durante un período determinado, aunque no medido. "Y
Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles
se cumplan". Esto aún continúa. La escena final no sólo se caracteriza por
tal tribulación que excede todo el pasado de los judíos, no sólo por la
angustia de las gentes sino también por el hecho de que este mayor tiempo de
dolor es seguido inmediatamente por una victoria sin precedente para los
judíos. La destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos no fue seguida
por la liberación sino por la servidumbre; no por la reunión de los hijos de
Israel en su propia tierra sino por el hecho de haber ellos sido llevados
cautivos a todas las naciones. Por tanto, los hechos y sobre todo el relato de
Lucas nos permiten mostrar el claro contraste de lo que sucedió en aquel entonces
con lo que sucederá en breve. Así, la conclusión es cierta e inevitable para el
creyente, a saber, que tanto el Señor como Daniel hablan del "tiempo de
angustia" sin igual para el judío. Es una tribulación que debe caer sobre
aquel pueblo y ella precede a la poderosa liberación que claramente aún no ha sido
realizada a favor de ellos. De este modo la tribulación debe ser futura porque
la liberación es incuestionablemente futura pues la palabra de Dios las une
inseparablemente. Inmediatamente después de la tribulación de aquellos
días sigue la aparición o manifestación de nuestro Señor para rescatarlos de la
ruina y de todo otro mal y aflicción. Ni lo uno ni lo otro pueden ser todavía
un hecho consumado.
Es bueno comentar claramente que en las
Escrituras que hemos examinado hasta ahora el pueblo que está en consideración
sobre el cual cae la tribulación son los judíos. Ni una palabra se dice acerca
de cristianos. Sin duda hay algunas otras Escrituras que pueden ser presentadas.
En ellas debe ser mostrado, si es que en alguna parte, que los cristianos
estarán en la tierra en aquel momento a fin de propugnar que los cristianos han
de pasar por ella. No bastarán nociones vagas, ni teorías; aunque yo puedo
decir que uno bien podría asombrarse de aquellos que hablan acerca del honor de
pasar por estas escenas de horror terrenal. ¿Comprenden estos especuladores la
importancia moral de ello? ¿Conocen ellos los fundamentos retributivos de esa
tribulación? Probablemente ellos ni siquiera han pensado en investigar. Yo comparto
el parecer de ustedes en cuanto a que soportar la tentación en cualquier momento
es bienaventurado; padecer por causa de la justicia no deja de tener
recompensa; padecer por Cristo y con Cristo es la preciosa porción del
cristiano fiel. "Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución", como nos dice el apóstol (2ª Timoteo 3: 12); pero,
¿hay alguien tan poco instruido como para imaginar que éste es el carácter de
la tribulación de los postreros días? Si ello fuera el honor y el privilegio
que ellos tan apresuradamente han asumido, ¿creen ellos que el Señor les diría
a los discípulos cómo escapar de ella? es más, ¿haría Él que huir de ella a las
montañas sea un asunto de obediencia? ¿Es esto coherente? ¿Le hace Él saber alguna
vez al cristiano la manera en que ha de escapar de la tribulación? No hay
confusión más absurda en todas sus partes. Los casos están en contraste, no son
iguales. La porción asignada, el privilegio y la gloria del cristiano es
padecer por Cristo. Nadie debe ser conmovido por estas aflicciones y menos aún
huir de ellas como si fueran un mal; "porque vosotros mismos sabéis",
dice el apóstol Pablo a los nuevos creyentes, "que a esto estamos
destinados". (1ª Tesalonicenses 3: 3 – VM). Tal es la doctrina del Nuevo
Testamento para el cristiano. "A vosotros os es concedido a causa de
Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él".
(Filipenses 1: 29).
Entonces, si pasar por esta gran tribulación es
un premio, ¿cómo es que el Señor enseña tan cuidadosamente a Sus fieles cómo
privarse de ese honor? El simple hecho es que todo el sistema que así razona o
imagina está en desacuerdo con la palabra de Dios. La tribulación de aquellos
días no es un honor sino el castigo más severo contra el pecado, la
incredulidad y la apostasía. Es un castigo judicial sobre la nación judía
porque ellos quebrantaron la ley, despreciaron al Mesías, y en aquel entonces
habrán recibido al Anticristo, "el rey". ¿Acaso es un honor ser azotado
por la maldad más desesperada contra Dios y Su Cristo? ¿Acaso es un honor
encontrarse con una tribulación que es el azote divino para toda esta
iniquidad? Sin embargo, este es el carácter de la tribulación que algunos tan
desconsideradamente han pensado que es un honor y así lo han llamado. Consecuentemente
la Escritura demuestra que el pueblo que se rebeló contra Dios, crucificó a su
Mesías, despreció el Evangelio y se inclinó ante la bestia y el falso profeta
padecerá en definitiva esta tribulación. Caerá sobre ellos cuando el Anticristo
haya instalado un ídolo en Jerusalén y él piense hacer allí todo a su manera
apoyado, ¡cuán lamentable! por las potencias de Occidente. Tal es el futuro
asignado por la Escritura al imperio revivido con sus reinos divididos de
Europa. Uniéndose a los judíos apóstatas (pues el judaísmo y la cristiandad aún
se aunarán), ellos serán los soportes materiales del hombre que se instalará como
siendo Dios en el templo de Jerusalén, el cual no obstante también allí establecerá
la idolatría. A este fin tiende todo. Es el Occidente educado y civilizado el
que ante el mundo sostendrá y glorificará, no al Salvador, sino al hijo de
perdición, el instrumento final del poder de la serpiente en engaño y destrucción
para los días finales. El desolador, el azote asirio, descenderá sobre estas
víctimas de Satanás. El Oriente, perverso como es y como lo será en aquel entonces,
no está dispuesto en modo alguno a respaldar la apostasía y al hombre de pecado
y así derramará sus innumerables huestes sobre Palestina en castigo bajo Dios
sobre el inicuo y su partido. Por eso Jerusalén adquiere en aquel día tan
doloroso interés e importancia; porque Dios permite que el gran desolador
(cualesquiera que sean sus designios) descienda como una avalancha desde el
Norte y desde el Oriente. "He aquí, Jehová tiene uno que es fuerte y
poderoso; como turbión de granizo y como torbellino trastornador, como ímpetu
de recias aguas que inundan; él derriba a tierra con una mano". (Isaías
28: 2 – RV1977). Este ataque de las potencias orientales despertará y atraerá
de inmediato a Occidente a Palestina, y allí tanto Occidente como Oriente
encontrarán sucesivamente su perdición a manos del Señor. Sin embargo, antes de
esto el poder oriental azotará a los judíos; pero si los fieles oyen la
advertencia de nuestro Señor ellos mismos escaparán por completo de la
tribulación. Los fieles de Judea huirán según Su palabra y serán ocultados de
los hombres de modo que cuando el Señor destruya a todos los apóstatas, judíos
o gentiles, a todos Sus enemigos, sean de Occidente o de Oriente, Él juntará de
nuevo a todo el Israel de Dios que pueda estar disperso sobre la faz de la
tierra en aquel entonces, sean éstos u otros.
Entonces yo repito que en el Nuevo Testamento
se habla de la tribulación como la diaria compañera del cristiano. Es un don de
gracia del que el santo no debe huir sino dar gracias a Dios y armarse de
valor; mientras que trasciende toda controversia el hecho de que cuando la
tribulación predicha por el Señor y los profetas caiga sobre Judea y Jerusalén
nuestro Señor mismo proporciona expresamente instrucciones minuciosas para que
los fieles que están allí escapen. Y algunos dirán que ésta es la tribulación
que todos debiésemos considerar tan gloriosa y que es una absoluta cobardía
eludirla. La obsesión no podría ir más lejos. Hermanos míos, si esto no fuera
más que la palabra del Señor y no el paripé de la ignorancia, ¿quién de
nosotros no acogería, por Su gracia, el fuego o el agua en obediencia y amor a
Él? Pero ello es exactamente lo contrario de todo lo que Él enseña incluso para
el futuro remanente judío. En verdad Él ha dado al cristiano algo
incomparablemente mejor y más arduo también; no una gran prueba sino por el
contrario y si él es fiel una prueba continua de seducción por una parte y de
tribulación por la otra. Yo pregunto a ustedes que conocen su propio corazón, ¿acaso
ustedes encuentran que es una prueba más severa soportar alguna prueba aguda y
pesada pero única, o pasar con dificultad y soportar la vergüenza, una pérdida
y una aflicción emocional incesantes y aun así ser fieles a Cristo elevándose
ustedes por fe por encima del mundo y aun en la tristeza regocijarse en la
porción que Dios les ha dado? No corresponde a ningún creyente establecer una
comparación vana o menospreciar esa joya del martirio que nunca perderá su resplandor
a los ojos de Cristo o de aquellos que son Suyos; pero a mi entender incluso en
el bienaventurado apóstol a quien le fue dada esa gracia nada es más excelente
que el amor y la fe que hicieron que toda su vida fuese un diario morir. Vivir
a Cristo es morir así en este mundo.
Por otra parte, independientemente de lo que
puedan soñar los hombres, en la Escritura la última tribulación (Daniel 12,
Mateo 24, etc.) no es presentada ni una sola vez como un honor para los que han
pasado a través de ella sino como un azote mortal sobre los judíos impíos y
apóstatas porque recibieron al Anticristo después de rechazar al Cristo de
Dios.
Hay otra porción en el Antiguo Testamento que
reclama nuestra atención, — a saber, Jeremías 30: 7, aunque uno puede ser más
breve porque la declaración es tan clara que el argumento o incluso la
exposición es innecesaria. Nosotros leemos allí, "¡Ah, cuán grande es
aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para
Jacob; pero de ella será librado". Se trata de la única doctrina
invariable en todas partes: no es la Iglesia sino es Jacob quien es visto en
esta catástrofe. Con la misma certeza él será librado de ella. Hay aquí
nuevamente un tercer testimonio en el mismo sentido de que la angustia especial
que dará fin al siglo y que obviamente será en este mundo recae sobre el pueblo
judío, pero ellos serán librados de ella. Ello es sin duda un testimonio breve,
pero, ¿pueden ustedes concebir alguna otra palabra que pueda añadir a su
fuerza? No hay alusión alguna a que un cristiano esté allí a menos, de hecho,
en círculos donde prevalece la extraordinaria ilusión de entender que
"Jacob", e "Israel", y "Sión", y
"Jerusalén", y casi todo lo demás, significan el cristiano o la
Iglesia. Nuevamente es aquel viejo sistema contra el cual les he advertido, — es
nada más que el yo que tanto estropea y oscurece la verdad y casi borra a
Cristo de la Biblia. Hagan ustedes que todo sea la Iglesia y destruirán la
Iglesia de la manera más eficaz. De ese modo se desvanece toda singularidad de
la verdad.
Podemos volver ahora al Nuevo Testamento una
vez más señalando de paso que Marcos 13 coincide con el pasaje correspondiente
de Mateo sin añadir nada relevante para nuestro propósito actual. Aquel que lo
lea puede convencerse de que en la escena de esta última aflicción se da a
entender que nadie más que israelitas están allí. Sin embargo, hay un pasaje en
Apocalipsis que exige una mayor atención.
En Apocalipsis capítulo 7 tenemos en primer
lugar a Dios sellando por medio de un ángel poderoso a cierto conjunto
regularmente numerado de las doce tribus de Israel. No hay duda alguna en
cuanto a que esas doce tribus descritas como están allí con sus nombres dados
no pueden ser aplicadas a nadie más que a las doce tribus literales de Israel.
Puede haber una pregunta justa acerca de por qué la tribu de Dan es omitida,
aunque yo no voy a intentar una respuesta y de hecho es mejor ser perfectamente
claro, — yo no tengo ninguna respuesta satisfactoria para dar. Pero las indicaciones
de que las tribus de Israel deben ser tomadas en su significado literal son
confirmadas por la consideración de la visión que sigue inmediatamente a
continuación. Porque el profeta ve otra multitud que nadie puede contar y de la
cual se dice que es de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Es decir,
es tan expresamente un cuerpo gentil como los ciento cuarenta y cuatro mil eran
de las tribus de Israel. Ahora bien, es de esta multitud gentil que la
Escritura declara: "Estos son los que han salido de la gran tribulación".
(Apocalipsis 7: 14).
Permítanme corregir aquí lo que yo presumo que
debe haber sido un error involuntario en la versión común inglesa de la Biblia
(KJV). Es universalmente admitido por todos los que tienen derecho a hablar con
ponderación acerca de este punto que el verdadero, claro y único significado
del texto es, "de la gran tribulación". La diferencia es
inmensa. Si simplemente miro a la multitud y digo: «Salen de gran
tribulación», yo puedo
espiritualizar y decir: «Aquí está la Iglesia: ellos siempre
han estado en gran tribulación en el
mundo y saldrán de ella al fin a la gloria celestial». En el momento
en que ustedes lo
traducen como debiese ser, — a saber, "de la gran
tribulación", esta vaga forma de entenderlo es abandonada por ser inaplicable.
¿Cómo puede ser dicho que la Iglesia saldrá de la gran tribulación? ¿Ha existido
"la gran tribulación" desde antes de Pentecostés hasta que Cristo
venga? Por el contrario, los profetas judíos, así como nuestro Señor
demostraron que habrá una breve crisis de tremenda angustia al final de este
siglo o era de la cual los discípulos fieles enseñados por Cristo estarán
exentos de ese día. Pero la masa de los judíos será visitada por ella y ellos probarán
su horrenda amargura. Los que son fieles, el Israel de Dios, serán salvados de
ella. Apocalipsis añade nueva información; este libro no insinúa una tribulación
del mismo carácter sin precedente, sino que ella es "la gran
tribulación". Probablemente antes del tiempo de la que está en Mateo 24: ella
ciertamente será más amplia en contexto si no tan excesiva. De ella sale la
multitud innumerable de gentiles salvados que Juan vio en la visión.
Puede ser bueno señalar algunos rasgos
distintivos en la escena para la formación de un sano discernimiento acerca de
ella. En primer lugar, observen ustedes quién es el que explica acerca de esta
tribulación. Es uno de los ancianos que como ya hemos visto son los
representantes simbólicos de los santos celestiales vistos como habiendo sido hechos
un sacerdocio real para Dios. Yo no tengo la menor duda acerca de esto.
Entonces uno de los ancianos explica al profeta de quiénes está compuesta esta
multitud gentil que es vista ahora por primera vez. La otra compañía sellada y
numerada consistía en un cuerpo de cada una de las doce tribus de Israel. Esta
es una multitud innumerable de entre los gentiles. Así como en la profecía de
nuestro Señor (Mateo 24 y 25) había necesidad de cristianos así como de
discípulos judíos, así como acerca de los gentiles al final, también la hay
aquí. Los ancianos responden a los cristianos que se supone que están en aquel entonces
en el cielo y cuyo privilegio es entender el pensamiento de Dios acerca de todas
estas páginas. Una observación antigua y verdadera es que siempre que se
requiere entendimiento espiritual en Apocalipsis los ancianos son los que lo
exhiben. Ello no es algo sorprendente pues Dios ha sobreabundado en gracia para
con nosotros en toda sabiduría e inteligencia y ciertamente una bendición tan
selecta no desaparecerá en el cielo. Además, como dice el apóstol Pablo:
"Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1ª Corintios 2: 14-16); y el
motivo de ello es debido a que no sólo tenemos una nueva naturaleza sino que tenemos
el Espíritu Santo morando en nosotros, y el "Espíritu todo lo escudriña,
aun lo profundo de Dios". (1ª Corintios 2: 9, 10). Por eso en las
epístolas de Juan nosotros encontramos que toda la familia de Dios, incluso los
más jóvenes en la fe o los niños de la familia, se caracterizan por conocer "todas
las cosas" en virtud de esa unción del Santo que ellos tienen. (1ª. Juan
2: 20). Las circunstancias de aquí pueden impedir el despliegue de este poder
del Espíritu en ellos pero en lo alto todos los obstáculos desaparecen. Todos
conoceremos como somos conocidos. Todo lo que es hecho los ancianos lo entienden:
el cielo y los modos de obrar de Dios son familiares para ellos. Si los seres
vivientes dan honra y gloria a Dios ellos se levantan en seguida de sus tronos
y se postran ante Él en adoración. Por eso ellos también entonan cánticos
adecuados a cada circunstancia que los convoca. Si Dios en el trono es
celebrado ellos alaban consecuentemente. Si el Cordero toma el libro y abre los
sellos al instante se encuentra a los ancianos con un nuevo cántico:
"Digno eres… porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido
para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación". (Véase Apocalipsis
5). Con independencia de cuál sea el tema los ancianos exhiben una inteligencia
divina. ¿De quién más se podría afirmar que tiene esta notable inteligencia
espiritual? Lo que caracteriza a un ángel es su poder. Ellos son "poderosos
en fortaleza", como dice la Escritura. (Salmo 103: 20). Son los seres que llevan
a efecto los arreglos providenciales de Dios. Por otra parte, nosotros encontramos
que los seres vivientes presiden la ejecución de Sus juicios en la tierra. Por
lo tanto, los cuatro seres vivientes en Apocalipsis 6 están activos al abrirse
los primeros sellos y ordenan a cada agente que salga sucesivamente para
realizar su obra designada en la tierra. Pero cuando el entendimiento del
pensamiento de Dios en el cielo es lo que debe ser mostrado por cualquier
criatura allí los ancianos son los apropiados. Ellos cantan los cánticos más
dulces en el cielo; adoran más frecuentemente y de manera más característica
que cualesquiera otros. En ellos se combinan la posición exaltada en tronos, el
cargo activo como sacerdotes así como la inteligencia profética. En el hogar,
en la presencia de Dios, ellos tienen amorosa comunión no sólo con el trono y con
lo que de él emana sino con Aquel que está sentado en el trono y con el
Cordero. Ahora bien, ¿qué cuerpo en el cielo es tan capaz de responder
adecuadamente a todas estas cosas como lo hace la asamblea o Iglesia de Dios
llevada al cielo y glorificada allí? Los ancianos pueden incluir a los santos
del Antiguo Testamento, pero ciertamente a la Iglesia también, si es que esto no
está limitado a ella.
En algún momento no definido por fechas o signos
externos la Iglesia será tomada y llevada al cielo al encuentro del Señor. En
el momento en que los santos celestiales han sido retirados los planes de Dios
para la tierra serán desplegados. Habiendo desaparecido así el misterio de
Cristo y de la Iglesia Dios contempla las dos clases públicas de hombres, — a
saber, judíos y gentiles. Nosotros encontramos esta multitud numerada escindida
de Israel. ¿Acaso no considerará Dios en Su misericordia a los gentiles para
llamar a alguno de entre ellos? Él llamará de entre ellos a una multitud
innumerable. Puesto que la gran tribulación ocurre justo antes de que la mano
de Dios se vuelva para la bendición del mundo, justo antes de que nuestro Señor
en persona venga desde el cielo para ejecutar venganza, así de esta tribulación
se ve surgir un nuevo cuerpo de personas que son caracterizadas especialmente. Estas
personas no son santos del Antiguo Testamento, ni de la Iglesia. No son santos
mileniales sino una multitud innumerable de toda tribu, pueblo, nación y lengua
que salen de la gran tribulación. Ellos no adoran como los ancianos; no cantan
como ellos; no son descritos como estando sentados en tronos o como teniendo
coronas sobre ellos o ejerciendo funciones sacerdotales, — nada por el estilo. En
la visión ellos no cantan sino que dicen: "Amén. La bendición y la gloria
y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza,
sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén. Entonces uno de los
ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes
son, y de dónde han venido?” (Apocalipsis 7: 12, 13). Ellos son redimidos,
obviamente. Están embelesados,
no lo niego ni por un momento, pero este embeleso es de un carácter inferior al
de los santos celestiales. Por consiguiente, sigue a continuación esta otra
descripción. "Estos son los que han salido de la gran tribulación".
No me importa qué juez elijan ustedes ya que cualquier hombre familiarizado con
el idioma es suficiente independientemente de cuáles sean sus puntos de vista.
Yo desafío a cualquier hombre competente en el mundo a que niegue que el
significado es, "la gran tribulación". Cuando ustedes han
aprendido que se trata de la gran tribulación el motivo para hacer que esto
sea un retrato de la Iglesia en general desaparece para siempre. No hay ningún
sentido justo en el que pueda decirse que todos los cristianos "han salido
de la gran tribulación"; pero en este caso cada uno de estos santos
sale de la gran tribulación. Al menos la Escritura habla así y ella no puede
ser quebrantada. La señal principal sobre ellos que dilucida el caso de estos
gentiles es la salida de ellos de la gran tribulación. Ellos han sido
bendecidos; han sido lavados en la sangre del Cordero; pero ellos no tienen las
propiedades distintivas de la Iglesia. No son de aquel "nuevo hombre"
donde no hay ni judío ni gentil. (Efesios 2: 15; Gálatas 3: 28). Por una parte
está un cuerpo de judíos bienaventurados, por otra está esta multitud de
gentiles bienaventurados. Pero hay un lugar especial para cristianos que por
medio del derribo de la pared intermedia de separación son llamados en un solo
cuerpo al cielo. Nosotros no sólo somos extranjeros aquí en el sentido más potente
sino que pertenecemos a Cristo como estando unidos a Él por encima de todas las
distinciones tales como las de judío y gentil. Si un judío o un gentil entra en
la Iglesia en este terreno él deja de ser judío o gentil y se convierte en
cristiano. Las antiguas características desaparecen porque eran terrenales;
ahora hay un solo nuevo hombre. Cristo está en el cielo y nosotros somos
miembros de Él. Cristo es quien caracteriza ahora al creyente. En breve y tal como
hemos visto Dios tendrá un pueblo de entre los judíos; Él tendrá también un
pueblo de entre los gentiles; pero tal como vemos aquí ellos no estarán
mezclados. Ellos son presentados claramente en la visión como dos grupos
separados y ambos están muy aparte de los ancianos. Sin embargo y siendo
extraño decirlo la obra más popular de nuestros días acerca de Apocalipsis
afirma que la innumerable multitud de gentiles se compone, ¿cómo? — se compone
sumando los sucesivos ciento cuarenta y cuatro mil de Israel ¡de época a época!
Yo no sé cuántas épocas son requeridas para que un número dado de judíos se
convierta en innumerables gentiles. Sin embargo, esta es la teoría de que de
uno u otro modo esta multitud de gentiles sale del cuidadosamente medido número
de las tribus de Israel. De esta referencia ustedes pueden deducir cuán
extremadamente opuesto a la verdad de la palabra de Dios debe ser cualquier
juicio de la clara Escritura donde los hombres pierden de vista la gran verdad
de la Iglesia como un cuerpo celestial en el que no hay judío ni gentil, porque
estamos fundamentados en Cristo crucificado y estamos unidos a Él glorificado a
la diestra de Dios.
Cuando nuestro Señor murió y resucitó y fue al
cielo hubo un completo abandono en cuanto a principio de toda conexión con los
judíos por un tiempo, independientemente de cuál podía ser la paciente
persistencia del testimonio misericordioso de Dios. El Señor Jesús nacido en el
mundo era un israelita, Cabeza y Rey de ellos, el Mesías; pero, "si a
Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así". (2ª Corintios 5:
16). El Cristo con el que estamos relacionados es sin duda la bendita persona
que nació en Belén. Sin embargo, nosotros no estamos en relación con Él según
ese modelo ni de ninguna manera terrenal. No tenemos que ver con Cristo en la
tierra cumpliendo las promesas aquí abajo, o en todo caso como "siervo de
la circuncisión para mostrar la verdad de Dios". (Romanos 15: 8). Nosotros
comenzamos con Cristo quien murió por nuestros pecados; porque como dice el
apóstol Pablo: "primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras". (1a
Corintios 15: 3). Por lo tanto y por así decirlo, nosotros Le seguimos a través
de la resurrección hasta el cielo y allí encontramos el carácter apropiado de
la Iglesia en asociación con Cristo y con Su gloria en lo alto.
En Apocalipsis 7 aparecen otros hechos, — a saber,
una inmensa masa de gentiles que serán sacados de la gran tribulación diferenciados
de los millares sellados de Israel. ¿Dónde está la Iglesia en todo esto? En
ninguna parte, en absoluto. Pero no sólo ustedes no pueden proporcionar prueba alguna
de que un solo cristiano (propiamente llamado así) estará en la gran
tribulación o saldrá de ella, sino que yo puedo ir más lejos y presentarles una
clara refutación de ello. Lógicamente esto no es necesario por mi parte. En ustedes
está la responsabilidad de demostrar lo que se defiende; si ustedes afirman una
doctrina ustedes mismos tienen la obligación de demostrarla. Aquel que sostiene
que la Iglesia cristiana va a estar en la gran tribulación en todo o en parte
ciertamente debiese ser capaz de traer alguna Escritura clara, — por lo menos un
texto, — para un asunto tan serio. ¿Por qué él lo cree si no puede presentar
ninguna? Ello es debido a que en su propia mente él confía en la tradición. No
tiene Escritura alguna para su pensamiento; rechaza pasajes claros que muestran
que sólo los judíos tienen que ver con la angustia sin parangón, que sólo gentiles
salen de la gran tribulación sin una palabra acerca de cristianos en ambos
casos. Sin embargo, algunos prefieren atenerse a lo que otros han dicho o a lo
que ellos mismos han imaginado antes. Me atreveré a decir que nadie que primero
escudriñó la Biblia para ver de quién habla el Señor, o de quién hablaron los
profetas como pasando a través de la tribulación, jamás sacó tal conclusión. El
hecho es que la gente ha llevado sus pensamientos a la Escritura y como
resultado han buscado confirmación. Ellos han visto que ha de haber almas
salvas que deben pasar a través de esa tribulación; a éstas ellos llaman la
Iglesia y entonces concluyen que todo el asunto está cerrado a favor de ellos. Debido
a su ignorancia en cuanto a la Iglesia ellos no se dan cuenta de que el caso ni
siquiera es aludido. Cuando la actual obra de Dios de reunir a la Iglesia y
llevarla al cielo esté completa el Señor emprenderá una nueva tarea con los
judíos y los gentiles porque Él quiere magnificar Su misericordia con respecto
a ambos para la tierra. Acerca de este asunto tan importante podré explayarme
más otro día, si el Señor lo permite.
Pero yo creo que hay clara evidencia en la
Escritura de que los fieles de la Iglesia no estarán en la gran tribulación; y
en Apocalipsis 3: 10, está escrito: "Por cuanto has guardado la palabra de
mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir
sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra". Ahora
bien, me parece que no puede haber ninguna duda justa, (aunque no es llamada
aquí "la gran tribulación" así como tampoco es nombrada así en
Jeremías 30) de que el mismo hecho sustancial está incluido. Los pasajes ya comentados
en Mateo 24, Marcos 13 y Daniel 12 hablan exclusivamente de la escena en Judea.
El pasaje en Apocalipsis 7 trata de una tribulación más extensa de la cual
salen gentiles perdonados y bendecidos; pero aun así yo entiendo que se trata
casi del mismo tiempo, aunque las esferas puedan ser diferentes. Jeremías habla
del "tiempo de angustia para Jacob". (Jeremías 30: 7). El apóstol Juan
habla de "la hora de la prueba". El Señor promete eximir no sólo de la
tribulación sino de la "prueba"; y no de la prueba (de cualquier
tipo, seductora, o incluso de la que puede ser terrible y peligrosa), sino
"de la hora de la prueba". Él guardará de esa hora que
contiene la gran tribulación que viene para probar a los que moran sobre la
tierra. Él guardará a los que son fieles a Él.
Pues bien, ¿cuál es aquí la fuerza de la última
palabra para todos los fieles? No sólo dice Él : "yo vengo pronto"
(es decir, Él coloca la esperanza apropiada del cristiano ante el corazón
cristiano); Él no sólo dice: "vengo pronto"; sino: "Por cuanto
has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de
la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran
sobre la tierra". ¿Significa esto meramente preservar el poder mientras
esa prueba acosa al hombre? ¿Dónde hay algo particular en esto? El Señor
guardará a todos los Suyos: los israelitas sellados, los innumerables gentiles,
todos son guardados en lo que se refiere a la mera preservación. Entonces, ¿dónde
está la fuerza especial de la promesa que el Señor garantiza aquí a Sus
seguidores, de que si guardamos la palabra de Su paciencia Él también nos
guardará? Es decir, si tenemos comunión con Cristo al esperar mientras Él
espera. Yo entiendo que esto es verdaderamente Su paciencia, — un pensamiento
maravilloso: Cristo está esperando para venir y tomarnos a Sí mismo. (Apocalipsis
1: 9; Juan 14: 3). Nosotros estamos llamados a esperar Su venida. La Esposa
tiene comunión con el Esposo esperando encontrarse con el Señor en el aire; y
si guardamos la palabra de Su paciencia Él nos guardará de la hora de la prueba
que vendrá sobre el mundo. Además, presten ustedes atención al hecho de que ello
no es sólo para guardarnos durante ella, sino guardarnos de ella; no sólo fuera
de su alcance sino fuera de su tiempo. ¿Qué pueden deducir ustedes de manera
justa de estas palabras? Yo debo entender que según el estándar y la aprobación
filadelfios los fieles no van estar en absoluto en esa escena o en esa hora. Es
una promesa en la perspectiva de la venida del Señor para tomar consigo a
aquellos de la Iglesia que Le esperan; mientras que la gran tribulación
pertenece a aquella porción del Apocalipsis que supone que el traslado o
arrebatamiento ya ha tenido lugar y que judíos y gentiles (no la Iglesia) son
los objetos de los tratos de Dios en la tierra.
Así, Apocalipsis 4 nos muestra a los santos
celestiales glorificados estando ya en lo alto. Hasta el final de Apocalipsis
11 (donde el primer volumen, por así decirlo, de Apocalipsis termina) tenemos
varias visiones en las que ellos son presentados en lo alto. ¿Y cuál es el
curso de los acontecimientos en la tierra que coinciden con la presencia de
ellos en lo alto? ¿Cuál es el carácter revelado de dichos acontecimientos? En
secuencia regular el profeta tiene desplegado ante él y para nuestra enseñanza
el progreso del juicio providencial, primero más general y después más directo
y específico. El enemigo no está ocioso, ya sea en la violencia contra los
santos que padecen hasta la muerte o en remplazo de lo cual cautivando a los
que moran en la tierra. Me parece que ello es, en resumen, el comienzo de la
predicha "hora de la prueba", de la que el Señor prometió a los fieles
cristianos exención. Hay discípulos después de eso como acabamos de ver; pero el
testimonio de ellos difiere esencialmente del nuestro y vuelve mucho más al
tipo veterotestamentario. Sea ello como fuere, lo que puede ser llamado el
segundo volumen de Apocalipsis comienza con el capítulo 12, o más estrictamente
con el último versículo del capítulo 11. Volvemos nuevamente al comienzo de ese
capítulo que presenta el símbolo de una mujer encinta vista con dolores de
parto según el consejo divino, y a la que se opone el poder abiertamente hostil
de Satanás en la forma del emperador romano. Pero a pesar de su odio el hijo
varón que nace es arrebatado para Dios y para Su trono. ¿Quién y de quién es
esta simiente de mujer, este varón de poder? Indiscutiblemente se trata de Cristo,
el cual había de nacer de Israel según la profecía; y de hecho así fue, — el
hijo varón destinado a regir las naciones con vara de hierro. (Apocalipsis 12:
5). Pero, ¿por qué Él es presentado así aquí tanto tiempo después del hecho
histórico? Porque se trata de Cristo implicando el traslado o arrebatamiento
de los santos (en Su persona, por así decirlo) al cielo. El libro de Apocalipsis
sobre todo en la parte profética adopta el estilo del Antiguo Testamento de
manera natural. Yo admito que es el estilo místico de mostrar el rapto o
arrebatamiento de los santos; obviamente no es el estilo literal que no se
ajusta al método apocalíptico. Por lo demás no hay en el libro alusión alguna a
este gran acontecimiento si no está así envuelto en la persona de Cristo el
niño varón, y no aparece ningún motivo adecuado para explicar el arrebatamiento
de Cristo en este punto. Observen también que no hay fecha, aunque las fechas
comienzan en el capítulo anterior y siguen después en este capítulo y en el
siguiente. No se dice cuánto tiempo trascurre después del arrebatamiento al
cielo, antes de que la mujer esté en el desierto para su tiempo señalado y la
batalla en el cielo; pero ciertamente se trata de un acontecimiento que aunque
es trascendental debe venir primero.
Por tanto, los tres primeros capítulos del
libro no son sino preliminares a la profecía propiamente dicha y contienen las
cosas vistas y "las que son". Luego y antes de comenzar están "las
[cosas] que han de ser después de estas" (Apocalipsis 1: 19, y desde el
comienzo mismo del capítulo 4 vemos, no el traslado de los santos sino a los
santos ya trasladados y glorificados bajo el símbolo de los veinticuatro
ancianos. Como vimos, el segundo volumen del libro los representa de una forma
que se ajusta más a la mente judía. De este modo, de principio a fin de la ley
o de los profetas, siempre que se pueda suponer que algún tipo o profecía se
aplica estricta y plenamente a los cristianos, individual o colectivamente, el
Antiguo Testamento dice de Cristo lo que el Nuevo Testamento dice de la
Iglesia. Tomemos por ejemplo ese audaz desafío de Isaías 50: 8 donde leemos, "Cercano
está de mí el que me salva; ¿quién contenderá conmigo?", etc. ¿De quién
habla el profeta? De Cristo, efectivamente. Pero lo mismo que el Antiguo
Testamento predijo de Cristo en Isaías el Nuevo Testamento lo afirma acerca de
los cristianos en Romanos 8. Y esto es mucho más sorprendente, porque en Isaías
50 el final del capítulo revela otra clase de santos muy distinta: judíos
piadosos de los últimos días que oyen la voz del siervo de Dios, andando en
tinieblas y sin ver la luz. Yo soy consciente de que ha habido y hay quienes
aplican los versículos 10 y 11, así como el resto, a los cristianos de ahora;
pero el motivo es obvio, a saber, ellos no entienden el cristianismo. Nosotros
leemos en el Nuevo Testamento que el que sigue a Cristo "no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida". Tal es la descripción que nuestro Salvador
hace del cristiano. (Juan 8: 12). Él no
anda en tinieblas. Así nos dice Pablo: "erais tinieblas, mas ahora
sois luz en el Señor". (Efesios 5: 8). Así leemos en 1a. Juan 1: 6, 7). Ustedes
pueden estar seguros que este hecho de hacer retroceder a las almas a las
condiciones judías es teología puritana, donde ello no es debido a la levadura
de los Padres o a lo que llevó a error a Padres o Puritanos. Los Puritanos
parecen haber caído bajo la ley mucho más de lo que lo hicieron los antiguos
Reformadores los cuales de hecho habían salido de alguna manera de la
influencia de los Padres. Pero esto es con el propósito de explicar los efectos
producidos, y se procura mantener en la mente de los cristianos en la
actualidad.
Entonces yo concluyo con la convicción de que la
opinión aquí sostenida es producto de una investigación minuciosa de cada
pasaje distintivo que la Escritura ofrece acerca del tema de la gran
tribulación. Estaré agradecido a cualquiera que me presente otros pasajes que
se refieran a ella; pero yo no estoy al tanto de ellos. Yo demando a aquellos que
me han oído esta noche si pueden precisar una sola Palabra que haga suponer que
un cristiano o la Iglesia esté en la tierra cuando llegue la gran tribulación.
¿Acaso no hemos visto que la doctrina del Antiguo y del Nuevo Testamento, — de
Jeremías, de Daniel, del Señor Jesús y del apóstol Juan, — es ésta: a saber, que
justo antes de que el Señor aparezca en gloria vendrá la última y sin par
angustia de Israel, si bien Jacob será librado de ella; que habrá,
(sustancialmente en la misma época pero probablemente algo más larga y
comenzando antes de ella,) "la gran tribulación", de la cual saldrá
una multitud de gentiles; pero que tanto Jacob como
los gentiles son totalmente distintos del cristiano o de la Iglesia. En cuanto
al cristiano la promesa positiva del Señor es que a los que han guardado la
palabra de Su paciencia Él los guardará de la hora de la prueba que está a
punto de venir sobre el mundo entero para probar a los que moran sobre la
tierra.
Pero, ¿qué sucede con los incrédulos? ¿Qué
acerca de la cristiandad profesante? Yo no tengo ni una palabra de consuelo para
decir; porque así como la hora de la prueba vendrá ciertamente sobre la nación
judía como castigo de su incredulidad al rechazar a Aquel que vino en el nombre
de Su Padre, el Cristo verdadero, y al recibir a aquel que viene en su propio
nombre, así también será un tiempo de angustia y de oscuridad, de terror y
ruina, para la cristiandad corrupta y apóstata; así como nuestro Señor advirtió
a Tiatira que arrojaría a Jezabel en cama, y en gran tribulación a los que con
ella adulteran. (Apocalipsis 2). Crean
ustedes a la palabra de Dios. Formar un juicio de lo que viene basado en lo que
podemos ver a nuestro alrededor es terreno resbaladizo e indica una confianza
ilimitada en uno mismo y en la humanidad, formarse un juicio de lo que viene
basado en lo que podemos ver a nuestro alrededor; especialmente si ese juicio
parece contradecir la clara advertencia de la Escritura. Ahora bien, la palabra
de Dios es clara en cuanto a que Dios está a punto de enviar un poder engañoso
para que los hombres crean la mentira (2ª Tesalonicenses 2: 11, 12); porque Él entregará
a la cristiandad, como una vez entregó al judaísmo y al paganismo, a su propia
perdición rebelde. ¿Y qué no merece la cristiandad de Sus manos? Hablo de la infiel
profesión de Cristo en todas partes. Tratada con infinita misericordia,
bendecida con los mayores favores y los más ricos privilegios, la cristiandad
ha perdido su senda en cuanto a la verdad y la santidad y ha perdido el sentido
de la gracia y de la gloria en Cristo mucho más de lo que ha perdido terreno en
el dominio exterior real sobre el mundo. Y sin embargo esto no es poco porque
vastas extensiones de la tierra que una vez estuvieron cubiertas por la
profesión cristiana ahora han retrocedido al paganismo o al Islamismo. Toda
persona familiarizada con los hechos de la historia eclesiástica primitiva sabe
que esta es la verdad en lo que respecta a una inmensa parte de Asia, así como
de África. Yo no estoy negando la misericordia de Dios que obra por medio de
hombres que envían Biblias y misioneros aquí y allá por el mundo en estos días;
pero tales sociedades no son ahora una contradicción sino más bien una
confirmación de la triste realidad que ellos encuentran por todas partes, y
menos aún son un motivo para que el día del Señor no fulgure con luz abrasadora
sobre las tinieblas morales de la cristiandad. Por el contrario, aquí están las
indicaciones demasiado seguras de la gran crisis final, — a saber, la masa de
hombres que no sólo se asientan en la infidelidad sino en esa fase de ella que asume
el carácter de cristianismo apóstata; no el escepticismo profano de un Rousseau
o un Voltaire, sino la infidelidad teológica del día, — la de los hombres que
todavía profesan ser cristianos, sí, maestros y dignatarios, puede ser en altas
posiciones, magisteriales o episcopales. Tampoco ello está limitado a un cuerpo
en particular. El accionar de este espíritu maligno es casi universal. El catolicismo
lo encubre ampliamente. Dicho espíritu ha encontrado extensos escondites entre
los disidentes, así como en las instituciones religiosas nacionales de estos
países protestantes. Por eso es que yo no menciono el hecho para lapidar a
individuos sino para orar para que aquellos que aman a Cristo puedan trabajar
más fervientemente porque ellos saben acerca de la creciente y temible ciénaga
de engaño en la que la cristiandad está a punto de caer. Cuanto más seguro
estoy del amor de Cristo, tanto más actuará sobre mi alma; cuanto más seguro
estoy de la destrucción que espera al mundo, tanto mayor es la necesidad de
advertir a los hombres, por si acaso algunos pueden ser salvos. Por lo tanto,
que Dios bendiga Su verdad y mantenga los ojos de Sus hijos en la venida de
Cristo, libres de especulaciones ansiosas acerca de las angustias predichas
para la tierra, como si tal debiera ser la senda de ellos al cielo. Esperándole
en la comunión de Su paciencia seremos arrebatados para encontrarle y estar con
Él antes de que la hora de la prueba envuelva a este mundo culpable.
William Kelly
Traducido
del inglés por: B.R.C.O. – Enero 2023
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
KJV = King James 1769 (conocida también como
la "Authorized Version en
inglés")
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995,
1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RV1977 =
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).