EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

EL JUICIO Y EL ESTADO ETERNO (William Kelly)

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El Juicio y el Estado Eterno

 

Octava Conferencia acerca de la Segunda Venida y el Reino del Señor y Salvador Jesucristo

 

William Kelly

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito

 

Lectura Bíblica: Apocalipsis 20 , Apocalipsis 21: 1-8

 

Yo no he leído esta porción de la Escritura porque ella sea en modo alguno la única autoridad para las verdades del juicio y del estado eterno que es el asunto que voy a sostener y demostrar a partir de la palabra de Dios, sino porque (incluyendo Apocalipsis 19: 1, y lo que sigue) presenta el curso de los acontecimientos desde el regreso del Primogénito al mundo, a lo largo de todo el período de Su reino hasta que dicho reino sea entregado y Dios sea todo en todos. En la sabiduría de Dios esto estaba naturalmente reservado para el último libro de la Escritura y ello está de acuerdo de la manera más coherente con el carácter de Apocalipsis. No hay nada más claramente grabado sobre aquel libro que su carácter judicial. Por eso nosotros tenemos juicio en sus dos formas, a saber, juicio ejercido sobre los vivos durante el curso normal del reino de nuestro Señor y de Sus santos resucitados; y juicio ejercido sobre los muertos, los inicuos muertos, antes de que el reino finalice cuando toda la escena concluya con aquello que no tiene fin, a saber, el estado eterno.

 

Es cierto que en cuanto al significado pleno de aquel estado eterno sólo pocas Escrituras hablan de él. Hay una en palabras de profunda importancia, 1ª Corintios 15: 28, sobre la cual puedo explayarme un poco cuando llegue a estar ante nosotros comparándola con lo que tenemos aquí. Hay otra referencia en 2ª Pedro 3: 13. Pero en cuanto a las diversas aplicaciones del juicio, su verdadero carácter, las personas que serán sus objetos y el objetivo de Dios en todo ello, con independencia de cuál pueda ser su fase particular, la Escritura trata acerca de esos asuntos abundantemente. Pero se me debe permitir afirmar esto desde el comienzo, — a saber, que el juicio nunca es comprendido debidamente en su verdadera profundidad, así como en su amplitud, a menos que también la salvación sea correctamente comprendida. Confundir estas dos cosas es un gran esfuerzo del enemigo obrando sobre la incredulidad del hombre. El objetivo es evidente. El hombre en la carne, es decir, en su estado natural, nunca confía en Dios quien por Su parte, es evidente, no puede confiar en el hombre. El evangelio insta al hombre a confesar que su condición es tal que Dios no puede confiar en él; demanda en el nombre del Señor Jesús, debido al amor de Dios manifestado al darle a Él y en virtud de la obra eficaz que Él ha realizado, que el hombre confíe en Dios, — en una palabra, que se arrepienta y crea en el evangelio, que crea en el Señor Jesucristo y sea salvo. Hay una fuerza inmensa en las palabras "ser salvo". Incluso hay muchos de los hijos de Dios que tienen pensamientos muy imperfectos acerca de la salvación. Si en lugar de esta expresión nosotros insertáramos las palabras «ser perdonados» o "reconciliados con Dios", yo entiendo que la mayoría de cristianos en el momento actual vería muy poca diferencia; pero la salvación incluye mucho más que el perdón, por precioso que ello sea. La salvación incluye todo el alcance y el resultado de la obra de Cristo; ya sea que ustedes consideren la salvación en su sentido completo y a la luz celestial como se nos muestra en Efesios, o que ustedes añadan a la obra de Cristo Su sacerdocio y Su regreso en gloria, cualesquiera de las dos cosas va mucho más allá del perdón de los pecados y ambas son ciertas y Escriturales. La mayoría de los hijos de Dios en la actualidad en la tierra no sólo tienen percepciones escasas sino imprecisas al respecto, lo cual es demostrado por el hecho de que ellos están bajo la impresión de que los salvos deben ser juzgados como el hombre en general, — que todos los hombres, santos o pecadores, deben pasar igualmente por el juicio, el juicio eterno de Dios. Esto prevalece incluso en las mentes de los premilenaristas los cuales suponen a los santos juzgados antes y a los pecadores juzgados después del milenio. Si ellos sostuvieran que todos los hombres, santos o pecadores, van a ser igualmente manifestados ante el tribunal de Cristo; si sostuvieran que todos sin excepción van a dar cuenta de las cosas hechas por medio del cuerpo; si sostuvieran y enseñaran que Dios no sólo será engrandecido en el juicio de los que han despreciado a Cristo sino en la inconfundible evaluación del carácter y conducta de cada santo así como de cada pecador, ellos no sostendrían nada más de lo que a mi criterio la palabra de Dios aduce más claramente. Yo confieso que no me parece una evidencia de fortaleza sino de debilidad de fe cuando los verdaderos cristianos se arredran ante la verdad de ser manifestados ante el tribunal de Cristo y opinan que es una doctrina extraña y virtualmente un planteamiento de interrogantes en cuanto a la aceptación personal nuevamente. Pero ello no es así; la Escritura es muy explícita en cuanto a la aceptación actual y eterna y en cuanto a nuestra manifestación futura ante el Señor Jesús. Entonces, que nadie imagine que la doctrina que confío en demostrar ahora segura y claramente desde la palabra de Dios debilita la manifestación de toda alma en algún momento y por una asunto u otro ante nuestro Señor.

 

En 2ª Corintios 5 tenemos una declaración de peso, completa e inequívoca del pensamiento de Dios acerca de este asunto. Al destacar aquí la rica bendición del cristiano en el poder de la vida de Cristo comunicada al alma el apóstol muestra que esta vida es tal en su propio carácter que Cristo, la fuente de ella, sólo tiene que venir y de inmediato todo vestigio de lo mortal en el creyente es absorbido por la vida. Por eso está la expresión más fuerte posible de seguridad; pero en esto el apóstol se sitúa en terreno común con todos los demás santos y él reconoce como un asunto de conocimiento cristiano común que "si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos". Al mismo tiempo él muestra que lo que el creyente desea fervientemente no es ser 'desnudado', es decir, pasar por la muerte como si la muerte fuera un paso necesario en la senda del santo hacia la gloria. No es así en absoluto. "Deseando ardientemente ser revestidos" es la palabra, justo lo contrario de ser desnudado (2ª Corintios 5: 2 – VM) . Cuando el santo muere él abandona la corporal vivienda, él es desnudado, él parte para unirse a Cristo. En lugar de esperar en el cuerpo hasta que Cristo venga por él, el creyente se va para estar con Él. En este caso no hay tal cosa como que lo mortal sea "absorbido por la vida". (2ª Corintios 5: 4). Al contrario, él es llamado desde el cielo para ir al mundo. Como se dice, él está ausente del cuerpo, y presente con el Señor. (2ª Corintios 5: 9 – VM). Pero que el Señor venga y al instante responde a Su llamada y a Su presencia la vida que Él dio a todos los cristianos de la tierra, y no sólo a los que se encuentran vivos en aquel entonces sino a los que están muertos, — a los que durmieron en Cristo. Los muertos en Cristo resucitan primero (1ª Tesalonicenses 4: 16); pero más que eso, en el caso de los vivos lo mortal es absorbido por la vida. Estos necesariamente no sólo no mueren sino que la muerte no puede tener ningún posible dominio sobre ellos. Incluso ahora y hasta entonces lo mortal está en ellos pero para los santos que viven hasta que Cristo venga no hay muerte en absoluto. Obviamente hay ahora una tendencia a la muerte en el cuerpo natural del creyente como cualquier otra persona; pero en él y hasta el acto real de la muerte si muere, es sólo lo mortal. Cristo viene y de inmediato todo rastro de mortalidad es absorbido por la vida. Entonces esto que está tan por encima de los pensamientos naturales era de lo que el apóstol habla en cuanto a lo que todos deseaban fervientemente en aquel entonces. "Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida". (2ª Corintios 5: 4).

 

Más abajo él insiste en que "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo". (2ª Corintios 5: 10). Y aquí yo señalaría que hay una leve diferencia  en la forma pero bastante importante en el sentido que muestra que "todos nosotros", en el versículo 10 de 2ª Corintios 5 difiere esencialmente de "nosotros todos" en el versículo18 del capítulo tercero. En el capítulo tercero, "Nosotros todos (ἡμεῖς δὲ πάντες), mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor", significa todos los cristianos y los cristianos exclusivamente. Pero en el capítulo quinto hay una diferencia específica (τοὺς γὰρ πάντας ἡμᾶς) que hasta donde yo estoy enterado no ha sido notada, lo cual demuestra que un pensamiento más amplio está en la mente del Espíritu Santo, y que aunque obviamente los cristianos están incluidos la expresión abarca más que a los cristianos, de hecho, a todos los hombres sin excepción. Me parece que no debe haber vacilación alguna en afirmar esto; en todo caso esta es mi convicción. Es bien sabido que algunos han restringido 2ª corintios 5: 10 a los cristianos; pero a mi criterio ellos han pasado por alto el carácter integral del pasaje que sigue a continuación, pasaje que ellos se ven obligados a reducir e incluso a alterar infundadamente presentando incluso entonces una conclusión poco convincente y débil y que no logra dar valor a la frase clara a la que se alude que me parece expresamente calculada y, de hecho, configurada para insinuar una verdad diferente. Porque no es el modo de obrar del Espíritu de Dios variar el lenguaje de esta manera a menos que Él tenga algún sentido diferente que comunicar mediante ello. En 2ª Corintios 5: 10, el artículo griego así insertado da toda la amplitud posible, — "la totalidad de nosotros"; mientras que en 2ª Corintios 3: 18 es simplemente, "nosotros todos". Como hemos dicho, lo que confirma esto es el efecto producido y declarado inmediatamente después en el versículo 11 de 2ª Corintios 5 el cual muestra que el apóstol tenía más en su mente que los creyentes y la porción de ellos. "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo". (2ª Corintios 5: 10 – RVA).

 

Ahora bien, esto es claramente aplicable tanto a un creyente como a un incrédulo. Un incrédulo no tiene nada más que lo que es malo y cuando Dios entre en juicio con él todo será manifestado, cualesquiera que hayan sido sus pensamientos o los de otros en este mundo: él es juzgado y lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20: 15). No había habido amor alguno a la voluntad de Dios sino odio a ella; no había habido fe en el testimonio de Dios a su alma sino rechazo deliberado de él; no había habido asimiento alguno de la misericordia en la persona de Cristo sino que, por el contrario, todo fue despreciado o al menos se prescindió de ella. El juicio sigue su curso. No había habido más que maldad sin mezcla como se demostrará ante el tribunal de Cristo, cuyo nombre y preciosa sangre habían sido despreciados. En el creyente la cosecha tiene un carácter mezclado: hay bueno y hay malo. El Señor reconocerá y recompensará plenamente todo lo que haya sido fruto del Espíritu Santo obrando en el alma del creyente y en sus modos de obrar; pero en cuanto a lo malo será su propia satisfacción profunda y agradecida, al mismo tiempo que él lo reconoce plenamente, no meramente el saberlo borrado como un asunto de culpa contra su alma sino el hecho de encontrarse en perfecta comunión con el Señor acerca de ello; él verá y juzgará completamente según Dios con respecto a todo ello. Si hubiera una sola cosa ofensiva a Dios que el amor propio o la prisa o la voluntad lo hubieran cegado en esta vida entonces él la conocerá tal como él es conocido. Tan lejos de causar una sola vacilación en sus afectos, tan lejos de suscitar en su alma cualquier duda o pregunta acerca de la perfecta gracia de Dios, sería una pérdida positiva si el creyente no fuera puesto así en unicidad con el pensamiento y el juicio de Dios acerca de todo lo que él ha hecho aquí. Incluso en esta vida conocemos algo análogo. ¿Quién es aquel que ha pasado algún tiempo en las sendas del Señor que no ha experimentado lo que es ser puesto a un lado por un tiempo, — tener al Señor hablándole y evocando ante su alma aquello en lo que él había pensado demasiado acertadamente o lo que había pasado totalmente por alto? Es posible que mucho de lo hecho en la propia energía de su servicio hubiese sido olvidado fácilmente cuando se lo llevaba a cabo con deleite en la obra de Dios, aunque yo estoy suponiendo que también había lo que es dulce y de Dios en medio de todo. Pero aun así ciertamente hay no poco de naturaleza, no poco de naturaleza no juzgada e insospechado en los modos de obrar y en el testimonio de aquellos que aman al Señor. Ahora bien, ¿acaso sería para la gloria del Señor si estos errores e incluso incorrecciones no fueran notados por Él en ningún momento? Incluso en esta vida Él a menudo envía circunstancias de dolor, necesidad, enfermedad, desilusión, puede ser un encarcelamiento aislando de la actividad de la obra, para plantear preguntas necesarias para la salud del alma, — no en cuanto a la gracia salvadora de Dios ni en cuanto a la posición del creyente. Dudar de cualesquiera de las dos cosas es inexcusable: ninguna prueba conducirá jamás legítimamente a ello. Nada cuestiona la gracia o la fidelidad de Dios sino la carne, y la carne influenciada por Satanás. La verdad es que no hay en toda la Palabra un solo motivo, ni siquiera una excusa, presentados a un creyente para dudar de la gracia divina o de su propia bendición en Cristo. Pero ciertamente uno es convicto de asir débilmente la gracia de Dios si uno considera esta perfecta manifestación ante el tribunal de Cristo como siendo la más pequeña contradicción o incluso la menor dificultad posibles. ¡En definitiva, ello forma parte de los necesarios modos de obrar de Dios con Sus hijos! Y el principio de ello es cierto acerca de ellos incluso ahora pues el apóstol Pedro nos dice expresamente que el Padre juzga ahora. ¿es esto opuesto a Su amor? ¡Obviamente no! Tampoco será así en aquel entonces. El perfecto amor nos habrá llevado a ese lugar; porque, ¿en qué condición estaremos allí? Antes de que seamos manifestados en el tribunal de Cristo Él habrá venido por nosotros y nos habrá presentado en la casa de Su Padre en pura, sencilla y absoluta gracia. Apareceremos allí ya glorificados, y siendo nuestros cuerpos semejantes al de Cristo seremos incapaces de esa vergüenza natural que podía ser un dolor para nosotros aquí en esta vida. Nosotros nos sentiremos enteramente con Cristo en aquel entonces y consecuentemente estaremos completamente por encima de lo que será revelado allí. Todo justificará Sus modos de obrar aunque ello sea humillante para nosotros; pero nosotros sólo nos regocijaremos en Él, — sólo Le exaltaremos. Y yo no veo motivo alguno para dudar de que no sólo lo que hemos sido como creyentes será sacado a la luz sino toda nuestra vida desde el principio hasta el fin. ¿Y cuál será el resultado de ello? Una apreciación infinitamente profunda de la gracia de Dios; un profundo deleite en todos Sus modos de obrar y Sus objetivos, y sobre todo en Él mismo; y un sentido igualmente profundo de lo que la criatura y nosotros mismos hemos sido en cada forma o grado en que el yo obró aquí abajo. Dios no permita que nadie considere tal manifestación como una pérdida, pena o peligro a ser temido. Incluso aquí nosotros sabemos que la medida de ello es ganancia: ¿qué será en aquel momento y en aquel lugar?

 

Además, me parece que este es el motivo por el cual el Espíritu de Dios usa el lenguaje notable encontrado aquí porque no hay nada expresado acerca de ser juzgados en el pasaje. No sería verdad decir «es necesario que todos nosotros seamos juzgados ante el tribunal de Cristo» tal como puede ser demostrado mediante otras Escrituras. Nadie más que el injusto, el incrédulo, será juzgado; pero cada alma, buena o mala, creyente o incrédula, debe ser igualmente y perfectamente manifestada ante Su tribunal. Y lo que hace esto aún más evidente no es sólo la elección del lenguaje, "es necesario que todos nosotros comparezcamos " o "seamos manifestados"; sino también lo que sigue: "Conociendo, pues, el temor del Señor" (lo cual no hay fundamento alguno para debilitar) "Conociendo, pues, el temor (literal, el terror) del Señor, persuadimos a los hombres". (2a Corintios 5: 11). Esta es la demostración más sólida posible del gran alcance del precedente versículo 10 porque aquí se nos muestra el resultado sobre el espíritu de esa futura manifestación final, no en lo que se refiere a nosotros mismos sino a otros. Así, correctamente entendida, esta porción de la Escritura supone el más pleno descanso en la gracia de Dios aun cuando nosotros contemplemos solemnemente el tribunal de Cristo. No es un asunto de perturbación acerca de nuestras almas pero ello nos llena de ansiedad acerca de los "hombres" como tales. ¿Por qué acerca de los hombres y no acerca de los santos? Evidentemente y sólo porque el tribunal de Cristo no pondrá en riesgo en lo más mínimo la seguridad de un solo santo. Por lo tanto el lenguaje es cambiado y en lugar de adoptar la palabra "nosotros" o continuar con la frase anterior "todos nosotros", o cualquier cosa que presentaría al creyente solo, o al creyente con el incrédulo hasta cierto punto, tenemos la palabra cambiada: "Conociendo, pues, el temor (o terror) del Señor, persuadimos a los hombres". Es decir, nosotros salimos animados con el profundo sentimiento de lo que ese tribunal debe ser para el incrédulo. Sabemos que es un pensamiento solemne para un creyente aunque sumamente bienaventurado. Sabemos que nada sino la poderosa gracia de Dios en Cristo podría haber hecho que ello fuera una perspectiva feliz para nosotros. Pero cuanto más profunda y sólida es la convicción de que sólo Su gracia nos da paz estable en presencia del tribunal, tanto más sentimos en proporción lo que aquel tribunal será para los que no tienen a Cristo. Por eso el apóstol procede a hablar entonces del sentimiento común de sí mismo y de otros cristianos, de la terrible importancia del tribunal para el incrédulo, para persuadir a los hombres, como él lo llama; es decir, tratar de llevarlos al conocimiento de Cristo". Pero a Dios le es manifiesto lo que somos", él añade cuidadosamente aquí. En otras palabras, incluso ahora el espíritu del tribunal es verdadero para el creyente; no es que él no vaya a aparecer allí en breve sino que también ahora somos manifestados a Dios. Esto es muy cierto, y también muy importante. "A Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias". (2ª Corintios 5: 11).

 

Él podía hablar de una manera absoluta de ser manifestados a Dios; podía hablar pero de una manera esperanzada de ser manifestados a las conciencias de los creyentes porque podía haber influencias perturbadoras en el caso de ellos. Después de todo, esto sólo podía ser algo comparativo mientras yo repito que a Dios ya Le era absolutamente manifiesto lo que ellos eran. Por lo tanto el pasaje contiene la verdad de más peso afirmando plenamente la manifestación actual del creyente a Dios al mismo tiempo que también insiste en lo que es futuro y perfecto ante el tribunal de Cristo para el creyente en breve, e insinúa el efecto de la gracia en su corazón para buscar a los incrédulos, conociendo, tal como conocemos, el temor (terror) del Señor para ellos en breve (es decir, el juicio venidero, tan lleno de terrores para los incrédulos); porque todos seremos manifestados allí; no sólo el incrédulo sino también el creyente. El apóstol da por supuesta de la manera más enérgica la paz del creyente incluso al contemplar el tribunal. El efecto de esta revelación en él es no despertar ni una sola alarma en cuanto a sí mismo o en cuanto a sus hermanos. ¡Qué testimonio de una salvación plena, actual y eterna! Todas las energías de su alma son dedicadas a favor de los hombres que viven para el presente y para la tierra sin pensar en que ellos deben comparecer ante el tribunal de Cristo, ignorantes de su verdadero carácter e indiferentes a sus consecuencias.

 

Yo confío en que esto será suficiente para convencer a cualquier cristiano abierto a la convicción de que lejos de negar yo creo que no podemos dejar de insistir demasiado en la extensión así como en la certeza de la manifestación de todo hombre, creyente o no, ante el tribunal de Cristo. Pero por otra parte, observen ustedes bien que se trata de la manifestación de ellos. En el momento en que llegamos a hablar de juicio el Señor ya ha decidido por el cristiano. En Juan 5 se encontrará una clara evidencia inequívoca que demuestra la separación aun en este mundo entre creyente e incrédulo por medio del Señor Jesús. Esta real separación actual es sencillamente por la fe pero no lo es menos concordante con la verdad eterna de Dios. Yo no hablo de circunstancias externas, obviamente. El Señor lo presenta así en el versículo 21: "Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió". Por lo tanto es evidente que así como en Cristo se reúnen dos glorias, a Él también Le son atribuidas dos acciones. Una de ellas es en comunión con el Padre; la otra está limitada a Él solo. En comunión con el Padre Él vivifica o da vida. El motivo es evidente. La comunicación de vida emana de Su deidad. Nadie excepto una persona divina puede dar vida a los muertos. El Padre levanta a los muertos; así el Hijo da vida no sólo a los que el Padre quiere sino a los que Él quiere. Por lo tanto, siendo Él el Hijo, Él es soberano, igual a Dios. Independientemente de cuál sea el lenguaje de Su humildad como hombre, Él  nunca se abrogó aunque pudiera mantener en suspenso durante un tiempo Sus plenos derechos como persona divina, una con el Padre. Pero además el Padre no juzga. ¿Y cómo es esto? El Hijo juzga y sólo Él. Sin duda es el juicio de Dios pero es Su juicio administrado por el Hijo.

 

El Padre ha encomendado todo el juicio al Hijo. Y surge la pregunta, ¿por qué esta diferencia tan marcada de lenguaje? ¿Por qué en un caso el hecho de dar vida a quien Él quiere y en el otro el hecho de juzgar mediante esa autoridad que Le es dada por el Padre? Y la respuesta es porque el Señor Jesús nos da a conocer aquí que Su juicio está en la más estrecha conexión con Su asunción de la naturaleza humana.

 

El fundamento moral es evidente. ¿Por qué los hombres que rinden ostensiblemente homenaje a Dios Padre desprecian al Hijo? Ellos se aprovechan de la humillación del Hijo porque Él se complació en despojarse a Sí mismo, en tomar forma de siervo, en nacer de mujer, en hacerse hombre. El hombre miserable guiado por Satanás se atrevió a escupir en el rostro del Señor de gloria y a crucificarle entre ladrones. Su amor incomparable y del todo humilde brindó la oportunidad al hombre el cual fue demasiado locamente vil para perderla. La senda incrédula de cada alma demuestra la misma triste verdad. Es la historia de la raza desde el principio y lo será hasta el fin. Dios lo nota y lo vengará cuando Él pida cuentas de la sangre. (Salmo 9: 12). Pero además Él encomienda todo el juicio al Hijo. Él juzgará en la naturaleza misma en que fue menospreciado. Él no sólo juzgará como Dios aunque Él es Dios sino como hombre, un hombre una vez totalmente despreciado y rechazado porque aunque Hijo Él se dignó en participar de carne y sangre y convertirse así en Hijo del Hombre. El hombre será juzgado ante el Hombre que él aborreció hasta la muerte. El hombre estará en pie y temblará ante el Hombre exaltado, el Señor Jesucristo. Y así ello es tratado aquí: "El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida". (Juan 5: 22-24).

 

Obviamente el creyente no necesita juicio para apremiarlo a que honre al Hijo. En primer lugar, no hay nada que honre tanto al Hijo como la fe; por lo tanto, al oír la palabra de Cristo y creer a Aquel que envió a Cristo el creyente honra al Hijo de esa manera que es tan dulce para Él mismo y tan aceptable para el Padre el cual rechaza todo homenaje a expensas de Él. El creyente se inclina ante Él como Salvador; reconoce sus pecados seria y sinceramente; recibe vida y propiciación en Él y por medio de Él. Le confiesa como Señor; reconoce que es su Señor y su Dios. Por consiguiente el no necesita la presión judicial de Cristo para hacer que él una al Hijo con el Padre en igualdad de honra divina. Bien sabe él que nadie sino una persona divina, una con el Padre, podría darle esa vida que ha recibido en el Hijo de Dios. Tal como Él dice, "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna". Incluso ahora el Hijo de Dios da vida al creyente, y le da la forma más elevada de ella, — vida eterna. Entonces, ¿cómo puede él no inclinarse y bendecir al Señor Jesús? La consecuencia es que él no necesita nada que se lo imponga, como lo necesita el incrédulo que Le rechaza, prescinde de su cruz, niega por tanto la palabra y Su obra y por tanto él tiene que ser forzado de alguna otra manera para que todos honren al Hijo como honran al Padre.

 

Además, se dice aquí para su consuelo no sólo que "tiene vida eterna", sino que "no vendrá a condenación". Es bien sabido y se debe insistir en ello que esta palabra griega κρίσις (krísis) significa juicio, y no "condenación". Sorprendentemente ella está correctamente representada en la común versión papista de la Biblia aunque todos sabemos que la versión católica romana es demasiado a menudo inexacta y por lo demás defectuosa porque sigue el texto común de la Vulgata incluso en sus no pocos errores; sin embargo y por todo eso, siendo la Vulgata correcta en cuanto a este pasaje en particular la versión católica romana está por lo tanto mucho más cerca de la verdad de Dios en este capítulo que la Biblia protestante. La versión católica romana, fiel al latín, que aquí en nuestra versión es fiel al griego, permite y mantiene a lo largo de todo el contexto que hay dos tratos en oposición uno al otro, a saber, el que da vida y el que juzga. Este contraste es mantenido en todos los casos. El Hijo tiene vida porque Él es Dios; el Hijo juzga porque Él es hombre. Siendo Él la única persona de la Divinidad que se hizo hombre pero sin perder en modo alguno Sus derechos como Dios, Él es ordenado por Dios, el juez de vivos y muertos. Su resurrección demostró lo que Dios pensaba de Él y lo que quiere hacer por medio de Él, y cuál es el carácter, la posición y el destino del mundo que Le dio muerte. El Hijo, — el Hijo del Hombre, — juzgará al hombre. Por otra parte, el creyente Le reconoce no sólo como el Hijo del Hombre sino como Dios en y según Su palabra; consecuentemente él recibe vida eterna honrando la gloria divina del Señor Jesucristo. El incrédulo, tropezando más particularmente con Su deidad, rechaza a Él mismo, rechaza, como sabemos, Su obra en la expiación o manifiesta una indiferencia culpable al respecto aunque no la niegue abiertamente, — no tiene verdadera conciencia de sus pecados y por consiguiente no tiene temor a Dios alguno ni tiene apreciación alguna de Su juicio eterno.

 

De una u otra forma los hombres, los incrédulos, menosprecian si es que no se oponen, y en todos los casos prescinden del Hijo de Dios y en la medida en que ellos pueden en este mundo deshonran al Padre al deshonrarle a Él así. Entonces, ¿cómo honrarán ellos al Hijo? Ellos deben ser juzgados por Él. Han repudiado la vida eterna porque no recibieron al Hijo de Dios. Ahora ellos pueden evitar inclinarse ante el humillado Hijo del Hombre pero deben presentarse ante Él como el glorioso Juez para ser condenados para siempre. Pero en cuanto a aquellos que en este mundo Le recibieron, Le siguieron, Le adoraron mediante la fe en Su nombre, — ellos tienen vida eterna ahora y por lo tanto no necesitan ir a juicio. A decir verdad, Él fue juzgado en lugar de ellos en la cruz. Permítanme repetir que lo que se contrasta no es simplemente vida y condenación sino vida y juicio. Los hombres pueden adherirse a las opiniones de los traductores pero si la palabra original de Dios es la que decide yo desafío a cualquier hombre en el mundo a contradecir de manera justa lo que aquí se afirma. La verdad era demasiado fuerte para los que habían sido educados en las escuelas de teología; la gracia que subyace en ella era demasiado rica para mezclarse con sus catecismos y predicaciones. Pero en cuanto al significado sencillo y necesario de las palabras de nuestro Salvador no debiese haber vacilación; y yo estoy persuadido de que en proporción a la familiaridad con el lenguaje usado aquí y la verdad en todas partes, un cristiano franco no puede escapar de la fuerza de dicho lenguaje. No hay erudito griego que no sepa que hay otra palabra κατάκριμα (katákrima) cuya función es expresar condenación. (Véase Romanos 5: 16, 18, y Romanos 8: 1). La palabra usada aquí en todo significa simplemente "juicio". Incuestionablemente el resultado del juicio es condenación. Ojalá que nuestros traductores y otros hubiesen entendido esto minuciosamente porque este mismo resultado, que por lo demás es escrituralmente seguro, ¡excluye necesariamente al creyente! Aquí radica la importancia de la verdad que está ante nosotros. Ella desbarata la vana esperanza de la incredulidad y demuestra la absoluta necesidad de gracia. Ningún alma culpable puede entrar en el juicio de Dios sin ser puesta al descubierto en sus pecados. Es imposible que Dios no trate con ellas conforme a Su santidad.

 

Independientemente de quién sea el hombre, si él es juzgado, es juzgado por lo que ha hecho y por lo que él es; es sometido a juicio por sus pecados; y si es así, ¿qué hay más seguro de que él se pierda? ¡Entonces es en vano hablar de la misericordia de Dios! Su misericordia es manifestada y proclamada ahora en Cristo, el cual es el Hijo Salvador de Dios, pero en breve Él demostrará que también es el Juez de los hombres. Ustedes no pueden mezclar las dos cosas. Manifiestamente el incrédulo no tiene parte alguna en la salvación de Cristo; él no cree, él se mofa o detesta el testimonio de vida eterna en el Hijo de Dios. Por otra parte e igualmente el creyente no tiene parte alguna en el juicio que el Hijo del Hombre glorificado ejecutará en aquel entonces. Las dos cosas son mantenidas perfectamente separadas. No hay mezcla de ellas en lo más mínimo.

 

Por lo tanto nosotros podemos observar que la declaración del Señor Jesús es la más fuerte que podía ofrecer el lenguaje que Él pudo permitirse; y ¿dónde está el idioma más admirablemente preciso que el idioma griego? y ¿por quién dicho idioma es manejado con tanta precisión como lo hacen los escritores del Nuevo Testamento? Las palabras del Señor aquí registradas muestran que ello está decidido para siempre entre el creyente y el incrédulo. La verdad es que para el hombre todo gira en torno a Cristo. ¿Le menosprecio yo? Entonces yo desmiento el testimonio de Dios. Insulto la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo y demuestro que yo estoy en guerra con Dios. Yo no puedo hacer esto excepto para mi juicio eterno: "El que no cree, ya ha sido juzgado (κρίνεται, kekritai), porque no ha creído en el nombre del Unigénito Hijo de Dios… no verá vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él". (Juan 3: 18, 36 – BTX3, JND). Si yo Le recibo por medio de la fe tengo vida eterna en Él con la garantía de la palabra viva de Dios: "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no va a juicio (κρίσις (krísis)". (Juan 5: 24 – BTX3). Se trata de un sustantivo verbal formado a partir dela misma palabra que fue traducida correctamente como "juzga" y a la cual se alude en el versículo 22. Es esencial para el contexto que el mismo sentido sea conservado enteramente intacto. Sopesen ustedes lo que viene después: "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán". (Juan 5: 25). Manifiestamente tenemos vida nuevamente como el resultado de oír Su voz, — y esto también está sucediendo ahora. Los muertos, los espiritualmente muertos están siendo despertados para oír la voz del Señor Jesucristo, oída en aquel entonces cuando Él comenzó a hablar de la gran salvación, pero que aún continuó siendo anunciada "por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo". Y  cómo Él dijo, "los que la oyeren vivirán". Tal es el resultado manifiesto; el que cree "tiene vida eterna". "Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo". (Juan 5: 26). Yo entiendo que el motivo por el cual se dice que el Padre da esto al Hijo es porque Cristo el Hijo asume aquí tan completamente el lugar de un Enviado en humanidad sobre la tierra, aunque incluso Él no habla así hasta que Él hubo delatado, por así decirlo, Su gloria intrínseca como Uno con derecho personal a dar vida a quien Él quisiera. Sin embargo aquí, fiel al lugar que Él se había complacido en aceptar como hombre en sujeción a Dios el Padre, cuya gloria Él sostenía por encima de todas las cosas, Él habla sólo del Padre como habiendo dado al Hijo el tener vida en Sí mismo. Es parte de Su perfección como hombre el hecho de que Él no reivindicó como cosa presente todos o cualquiera de los derechos unidos con Su dignidad esencial sino que Él entró plenamente en la humillación mediante la cual sólo Dios podía ser reivindicado en Su gloria moral aquí abajo, sólo mediante la cual los consejos de la gracia a los perdidos podían hacerse santamente eficaces.

 

Por eso el Señor dice que el Padre ha "dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre". (Juan 5: 26, 27). La vida está en Él; Él también es el Juez designado. Luego tenemos el resultado final: "No os asombréis de esto, porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán". (Juan 5: 28, 29 – RVA). Aquí se trata de una hora, no de, "ahora es", sino de una hora totalmente futura; y no se trata de que se requiera fe, o de probada incredulidad sino de que "todos los que están en los sepulcros oirán su voz". Anteriormente la única parte expresamente tratada fue el creyente con su bendición; muerto ciertamente en cuanto a su estado por naturaleza pero vivificado al oír la voz del Hijo de Dios. Era una cosa personal individual para el alma; pero cuando llegamos a este futuro hecho de oír Su voz ya no se trata de un asunto de fe. Es el gran poder del Hijo de Dios aplicado absoluta y universalmente. Por lo tanto se dice, "todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán". ¿Significa esto que todos al mismo tiempo de modo que todos ellos forman una clase común? No sólo no existe tal doctrina en ninguna otra parte de la Biblia sino que este pasaje correctamente entendido lo excluye. Por popular que sea, la idea de una resurrección general carece totalmente de fundamento, — es más, es contraria a toda la Escritura. Sin duda dos o tres pasajes de la Palabra de Dios han sido interpretados para hablar de una resurrección indiscriminada de los muertos y ninguno más comúnmente o más constantemente que los versículos que tenemos ante nosotros. [Véase nota]. Sin embargo, no se trata simplemente de un error en cuanto a la fuerza del texto sino de un error fundamental que se encontrará que oscurece y debilita la salvación por gracia porque confunde los modos de obrar de Dios y borra esa diferencia actual que Dios desea manifiestamente hacer especialmente clara ahora para la fe, como lo será en breve cuando la confusión ya no sea posible.

 

[Nota]. La otra Escritura principalmente invocada es  Daniel 12: 2; pero sólo es necesaria un poco de  habilidad exegética para ver que la resurrección  de que se está tratando está ligada a la liberación de los judíos al final de esta era o siglo, y por lo tanto debe ser figurativa (como Isaías 26 y Ezequiel 37). Si ello fuese literal implicaría que tanto justos como injustos resucitarían antes del milenio lo cual contradice la Escritura más clara. Además, aquí en Daniel 12: 2, se habla de "muchos", no de los muchos, ni mucho menos de todos, contrariamente a la hipótesis.

 

Entonces ellos no debían maravillarse de que incluso ahora las almas muertas recibieran vida al oír a Cristo; pues vendría una maravilla más manifiesta cuando la voz del Hijo de Dios resuene en un día que es futuro. En aquel entonces "todos los que están en los sepulcros", (es decir, no los muertos moralmente sino todos los muertos literalmente) "oirán su voz y saldrán". Inmediatamente después estos no son vistos como una categoría común que yacían en las tumbas sino que por la resurrección son  divididos en dos clases distintas, — los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección [no de condenación sino] de juicio", — la misma palabra griega κρίσις krísis en todo. (Juan 5: 29). Ello no puede ser negado. Es en vano que doctos o ignorantes intenten glosas inteligentes o torpes acerca de la expresión. La palabra de Dios es demasiado sólida para que el hombre la tuerza. Sin duda la verdad es demasiado resplandeciente para los que sostienen el error vulgar en este caso particular. Este u otros motivos pueden haber influido en los traductores ingleses desde Tyndale: no pretendo juzgar el motivo pero el hecho es evidente. Y yo afirmo que "condenación" es una traducción errónea de la palabra griega κρίσις krísis, traducción para la cual no hay ninguna base defendible. El verbo significa y se traduce correctamente como "juzgar" (Juan 5: 22-30); el sustantivo significa "juicio", o el acto de juzgar, y debería haber sido traducido así y nada más, en todo (Juan 5: 24, 27, 29, 30).

 

Pero esto hace que la distinción de las dos clases que son levantadas de sus sepulcros sea manifiesta y completa. En cuanto a la primera, ellos son los que han practicado lo bueno (pues ya no son caracterizados sólo como creyentes); es una resurrección de vida. Como sometidos a Cristo en este mundo ellos tenían vida en Él, el Hijo; la resurrección de ellos es simplemente la consumación de la vida. Pues tanto el cuerpo como el alma serán vivificados. Es Cristo, como Hijo de Dios, quien les dio vida mediante la fe, incluso ahora y en este mundo; es Cristo quien los llamará de sus sepulcros en breve; y el poder de la vida que poseían en Él será manifiesto en aquel entonces para siempre.

 

En cuanto a los incrédulos ellos despreciaron al Hijo de Dios. No vieron Su gloria; no sintieron Su gracia. Por consiguiente ellos vivían, o más bien yacían en una muerte fija, muerte moral o espiritual ante Dios. No tenían vida ni siquiera mientras vivían porque no tenían al Hijo de Dios; y la consecuencia es que llamados de sus sepulcros ellos no conocen una resurrección de vida conforme al modelo de la de Cristo sino que simplemente resucitan para ser juzgados. Ellos salen a su debido tiempo (¡solemne pensamiento!) para que en el juicio puedan ser obligados a honrar a aquel Hijo a quien aquí despreciaron para vergüenza y ruina eternas de ellos, a honrar a Aquel que cuando ellos estaban vivos les salió al encuentro con clementes palabras de vida, si tan sólo hubieran escuchado su voz de gracia vivificadora. Pero ¡lamentablemente! Él (y como pronto se demostrará, todo en Él) fue definitivamente rechazado. Ellos no habían hecho aquí  más que cosas malas o sin valor y son llamados por el poder de Cristo. Es una resurrección de juicio.

 

Por lo tanto y más allá de toda controversia permanece el hecho patente de que tenemos dos resurrecciones diferenciadas aquí por el carácter de ellas, — resurrecciones no meramente separadas por el tiempo (lo cual es afirmado expresamente en otra parte, pero después de todo es un asunto bastante subordinado), sino en su propia naturaleza y consecuencias tan diferentes como puede ser posible. Una diferencia de carácter es una característica mucho más importante que una diferencia en cuanto al tiempo. Por mi parte y lejos de pensar tanto en el largo espacio que las separa, yo creo que si sólo fuera un minuto lo que separa la resurrección de vida y la resurrección de juicio, las características eternas y esenciales permanecerían; ya que una es una resurrección de vida que es dada por la gracia de Dios en Su Hijo y distingue siempre a los que Le han recibido aquí; la otra es una resurrección de juicio para los que no quieren tolerarlo a Él en este mundo pero que finalmente son obligados por el poder divino a honrar al Hijo como honran al Padre cuando es oída Su voz en gloria.

 

A esto responde el bien conocido pasaje del libro de Apocalipsis, pero no sólo a dicho libro; porque a decir verdad tenemos insinuaciones de las grandes diferencias que exhibe el estado de resurrección esparcidas por todo el Nuevo Testamento. Es cierto y es muy natural que la mayor parte del testimonio del Nuevo Testamento se refiera a la resurrección de los justos. Ciertamente explayarse en lo que es tan claro y bienaventurado como siendo el fruto de la gracia de Dios es mucho más dulce para el Espíritu Santo que hablar (excepto cuando era necesario como advertencia solemne) de lo que es el último y terrible recurso del juicio eterno. Sin embargo nosotros tenemos el doble hecho claramente afirmado en el Nuevo Testamento así como constantemente implícito.

 

Por ejemplo, en Lucas 14 nosotros oímos acerca de la resurrección de los justos, de aquellos que tuvieron una comunión tal con la gracia del Señor Jesucristo que produjo la justicia práctica, — dado que ciertamente la gracia es la única cosa que lo hace. Ellos tendrán su recompensa; no en este mundo (eso no sería un terreno o carácter de la fe) sino "en la resurrección de los justos". indudablemente esto concuerda con una resurrección separada o especial y la implica. Además, en Lucas 20 leemos que fue planteada la cuestión de la condición de los muertos resucitados. Los saduceos racionalistas de aquel tiempo le plantearon al Señor un enigma en cuanto a la resurrección. No se trató de un asunto de conciencia sino de mera curiosidad, si es que no se trató más bien de un intento de desconcertar a nuestro Señor y así desmontar la verdad. Pero el Señor respondió con Su perfecta sabiduría y demostró que el error estaba en sus propias mentes y que la fuente de ellos era el hecho de que ignoraban las Escrituras y el poder de Dios. (Véase también Mateo 22 y Marcos 12). Si ellos hubiesen conocido las Escrituras no habrían podido pasar por alto la resurrección tan firmemente afirmada en ellas; si ellos hubiesen conocido el poder de Dios, ¿cómo podría la mera dificultad para sus mentes interponerse en el camino? Se trató entonces de una cuestión de ignorancia humana. Dios siempre será hallado (¿y hay algo sorprendente en esto?) más sabio y más poderoso que el hombre. Pero el Señor, en Su solución del asunto aprovecha la ocasión para impartir una rica enseñanza en cuanto a la resurrección y más particularmente en cuanto a la resurrección en su único dulce y feliz sentido, — a saber, la "resurrección de vida" y "de los justos"; pues aunque no se la llame por ninguno de estos nombres en estos lugares en esencia es evidentemente la misma resurrección. El lenguaje es perfectamente claro. "Los que fueren tenidos por dignos", dice el Señor, "de alcanzar aquel siglo (o era) y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección". (Lucas 20: 35, 36). En esta notable exposición, ¿dónde se encuentra la menor apariencia de una resurrección general? El Señor habla únicamente de una resurrección bienaventurada: la otra ni siquiera aparece. Él describe una resurrección de los que son tenidos por dignos; Él alude a una era o siglo especial: "aquel siglo" (versículo 35) en contraste con "éste" (versículo 34); Él caracteriza la resurrección como de "entre los muertos" y no sólo "de los muertos"; Él limita esta resurrección a los hijos de Dios. Por lo tanto, hasta aquí nosotros encontramos que estos pasajes de la Escritura de ninguna manera mezclan a todas las clases de hombres en una resurrección común de sus sepulcros, sino que muy claramente destacan la resurrección que concierne a los santos aunque obviamente no niegan la otra. Al mismo Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (Hechos 24: 15), le debemos el registro de "que "ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos". Nuevamente no aparece aquí ninguna señal de una resurrección promiscua. La resurrección de dos clases es presentada a nosotros muy claramente. No es de otro modo en Juan 6 donde nuestro Señor presenta la negativa a toda pregunta acerca de una liberación terrenal llevada a cabo por un Mesías como el que esperaban los judíos. Él había descendido del cielo, siendo Él mismo el pan de vida, y vida eterna había sido dada a los que creían en Él en aquel momento en este mundo. Esto separa a los hombres aun ahora; pero Él añade: "Yo le resucitaré en el día postrero". (Juan 6: 40). Es evidente que no tenemos aquí ninguna confusión del creyente con el incrédulo; sino por el contrario tenemos la porción que pertenece clara y exclusivamente al creyente. Entonces, una vez más la evidencia en sí misma está en contra del esquema que agrupa a los hombres indistintamente, sean ellos justos o injustos.

 

Por otra parte así es cuando nosotros llegamos a las epístolas. La epístola a los Romanos la cual nos presenta el fundamento de toda la verdad individual (sólo aludiendo escasamente a las cosas colectivas en una parte de ella), no podía pasar por alto la resurrección: como la de Cristo, así la de aquellos que son Suyos. Pero el apóstol no va más allá de los santos resucitando de los muertos porque el principio de la resurrección de ellos radica en que ellos tienen el Espíritu de vida, de cuyo privilegio Romanos 8 habla tan ampliamente. "Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por", o a causa de, "su Espíritu que mora en vosotros". (Romanos 8: 11). Nosotros tenemos allí un principio de la clase más importante; pero, ¿qué puede marcar más claramente la diferencia? ¿Podría ser dicho esto de alguien que no sea creyente? El incrédulo no tiene el Espíritu de Cristo y no es de Él. Sólo el santo tiene el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de los muertos morando en él; por consiguiente en su caso no tenemos una resurrección como la destacada demostración del poder y autoridad del Hijo del Hombre para juzgar a los hombres e intimar el homenaje de ellos sino debido a la morada del Espíritu Santo. Por eso desde este momento el creyente tiene esa verdad acerca de él que lo diferencia para siempre del incrédulo. De hecho y conociendo que ello es así yo no puedo dejar de insistir en esta verdad como una verdad de la más práctica naturaleza, además de ser también, por lo demás, del mayor interés y de la mayor importancia posibles. Yo estoy persuadido de que ustedes encontrarán que siempre que hay un debilitamiento de la diferencia entre la resurrección de los justos y la de los injustos; en una palabra, siempre que los hombres imaginan una clase común de aquellos que son resucitados, al mismo tiempo hay siempre, más o menos, una nube sobre el evangelio de la gracia de Dios y una tendencia al menos a colocar al cristiano en un terreno común con el incrédulo. Yo no quiero dar a entender que hay un consciente plan deliberado; pero como resultado el efecto es esto mismo, como ya ha sido mencionado. Y no es de extrañar; porque cuando todas las sombras actuales se desvanecen, ellos realmente creen que todos sin excepción pasan por un juicio común, siendo el creyente juzgado no menos que el incrédulo, aunque uno no sabe de qué manera él es salvo. Pero el Señor niega el hecho y tal como hemos visto afirma en los términos más claros y positivos que el creyente no va a juicio sino que ha pasado de la muerte a la vida.

 

No se dejen ustedes impresionar por las vociferaciones farisaicas ni por las saduceas. Que ningún alma que ama al Señor y tiembla ante Su palabra abandone esta verdad trascendental ni permita que ella sea debilitada por la tradición o la filosofía. Reténganla ustedes como la palabra de Cristo. Las personas pueden vituperarlos como herejes, como orgullosos rechazadores de un dogma que el mundo cristiano adora. Pero permítanme recordarles que ustedes pertenecen a Cristo, no a ellos. Ellos no ejercen señorío sobre ustedes, por mucho que lo deseen: entonces no dejen que ellos tengan dominio sobre la fe de ustedes. Ustedes están ante el Señor; yo los encomiendo sólo a Su palabra. Inequívoca es Su seguridad de que "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no va a juicio". (Juan 5: 24 – BTX3). "Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida". (1ª. Juan 5: 11, 12). La vida y el juicio son irreconciliablemente distintos: ustedes no pueden tener ambos, aunque Cristo el Hijo da lo uno y ejecutará lo otro. Sus amigos y Sus enemigos son los objetos respectivamente.

 

Hasta aquí nosotros hemos visto la resurrección distintiva del santo mostrando evidentemente que la resurrección del resto de los muertos tiene un carácter muy diferente. Pero ello no está limitado a una sola epístola. En 1ª Corintios tenemos un capítulo entero (1ª Corintios 15) dedicado a la resurrección de los santos como siendo una escena enteramente por sí sola. Es imposible encontrar en ese capítulo la resurrección de los incrédulos excepto por implicación. Ellos son tan poco tratados como una compañía común que, por el contrario, todo el capítulo, largo como es y abundante en los detalles más importantes, trata la resurrección de los justos como un asunto completamente separado. Comenzando en el versículo 22 leemos estas palabras: "Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida". Nada puede ser más claro. La resurrección de Cristo fue una resurrección no meramente "de los muertos sino de entre los muertos. Nadie puede negarlo. La resurrección de los que son de Cristo es, sin duda, una resurrección de personas muertas (νεκρός, nekrós); pero es también una resurrección de entre los muertos (ἐκ νεκρός, ec nekrós). Consecuentemente tenemos aquí esta resurrección fijada al tiempo (no al tiempo del "fin", sino) al de Su venida, — "los que son de Cristo en su venida". Él viene en Su reino. La siguiente etapa es "el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte". (1ª Corintios 15: 24-26). Nosotros tenemos allí de la manera más clara posible una declaración de la resurrección separada de aquellos que son de Cristo y ni una palabra dicha acerca del resto. El asunto mencionado después no es la resurrección de los malos sino "el fin". La verdad es que "el fin" será sólo después de que los malos sean resucitados y juzgados porque el relato revelado al "fin" no es que Él resucita a los malos sino que entrega el reino. En 2ª Timoteo 4 nosotros vimos el juicio de los vivos y de los muertos ligado a Su aparición y Su reino; porque el reino incluye toda la acción de Su poder, desde Su aparición en el mundo hasta los cielos nuevos y tierra nueva en el pleno y final sentido de ellas. Por lo tanto, antes del "fin", antes de que Él haya entregado el reino a Dios, al Padre, los muertos deben ser resucitados y juzgados; pero lejos de confundir a los injustos con los justos en una resurrección general sólo podemos deducir a partir de otras Escrituras en qué lugar debemos insertar la resurrección de los injustos en este retrato. El capítulo como tal está dedicado y se explaya únicamente en la resurrección de los justos. Lo más que podemos aprender acerca de la resurrección de los injustos en lo que concierne a 1ª Corintios 15 es que dicha resurrección parece estar implicada en algunas de las afirmaciones, por muy ciertamente que ello sea revelado en otras Escrituras.

 

El capítulo quinto de 2ª Corintios es notablemente completo; pero nosotros podemos seguir adelante pues ya me he referido a él con cierta extensión. Sólo tenemos allí la esperanza de los santos, excepto que la manifestación de todos ante el tribunal de Cristo es revelada allí pero sin una insinuación acerca del momento o de las circunstancias para lo cual debemos buscar en otra parte.

 

En la epístola a los Filipenses tenemos un sorprendente testimonio de la especialidad de la resurrección de los santos. En Filipenses 3 el apóstol dice: "Y conocerle a Él, el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser como El en su muerte". (Filipenses 3: 10 – LBA). Todo esto es claramente para ser conocido ahora en este mundo; pero a continuación sigue el objetivo que él está esperando: " a fin de llegar a la resurrección de entre los muertos. " (versículo 11 – LBA).  Algunas versiones de este texto traducen como «resurrección de los muertos», pero yo no dudo al decir que ello es un error, aunque no es sólo un asunto de traducción sino de texto. Desgraciadamente los Testamentos Griegos comunes son tan defectuosos como los traductores de la versión inglesa de la Biblia KJV. Ustedes no tienen que imaginar que el estado real del texto en un Testamento Griego corresponde minuciosamente a la Escritura inspirada en su perfección original como tampoco lo hace la versión en inglés o cualquier otra versión. Lo que Dios escribió mediante los calígrafos inspirados era perfecto; pero además es evidente que los copistas e impresores no fueron inspirados y estoy seguro de que los editores tampoco. Por consiguiente nosotros tenemos algunas malas, otras buenas y otras mejores, aunque ninguna versión es tal que excluya la indagación o la necesidad de un juicio perspicaz. Pero sobre toda clase de excelentes testimonios y a pesar de los sistemas considerablemente diferentes de reseña entre los editores y las peculiaridades en muchos otros aspectos, ahora está establecido que el verdadero texto no es τῶν νεκρῶν, hormaō nekrós  sino τὴν ἐκ νεκρῶν   ho ec nekrós   (el último de los cuales yo no dudo que fue corrompido gradualmente hasta el primero). Ahora bien, no cabe duda de que el texto griego ἐξανάστασιν τὴν ἐκ νεκρῶν, exanástasis jo ec nekrós  significa "la resurrección de entre los muertos". Todos los críticos modernos de justa reputación (salvo uno a principios de este siglo 19) se han visto obligados por el peso de la evidencia interpretativa a llegar a un resultado, y a un resultado muy satisfactorio para la verdad especialmente porque ninguno de los que resolvieron así el texto eran ellos mismos conscientes de su significado; y en todo caso se debe pensar que todos los editores alemanes estaban inclinados al error que ahora es descartado de este texto. La expresión utilizada en el pasaje para "resurrección" es la más sólida que aparece en la palabra de Dios. Hay un énfasis redoblado en la frase. Ella parece estar diseñada forzosamente para expresar una resurrección peculiar, no colectiva. No es la palabra usual "resurrección"; pero la expresión «levantamiento hacia afuera» podría ayudar a comunicar el significado al lector español. Yo admito que dicha expresión no se adaptaría a la excelencia de nuestro idioma; pero puede por cierto ilustrar la palabra original si uno dijera «A fin de llegar a la resurrección (hacia afuera) de entre los muertos". Hay así un doble énfasis; uno desde la palabra misma que sólo es usada aquí en el Nuevo Testamento; el otro es el énfasis de la sólida frase regular para una resurrección ecléctica que sigue. Entonces, la verdadera lectura que refuerza la evidencia para una resurrección especial de los santos de entre los muertos es establecida sobre la evidencia que sería imposible considerar aquí. Pero yo puedo decir esto, a saber, que los editores dignos de mención (con una extraña excepción hace más de cincuenta años), ya sean creyentes o racionalistas, católicos romanos o protestantes, de la Alta Iglesia o de la Baja Iglesia, no importa quién, si ellos eran hombres competentes para dar una opinión sólida, están de acuerdo en el asunto. Este resultado es un feliz resultado porque tal como estaba el texto resultó ser una piedra de tropiezo para algunos que estaban demasiado influenciados por el texto crítico, el cual y por algún descuido continuó erróneamente el texto recibido en contra de sus propios testimonios. Pero en la actualidad el texto fiel puede ser considerado establecido en cuanto a este versículo. Tampoco hay ninguna duda justa en cuanto a la versión correcta. Como poca duda debiese haber acerca de la doctrina; porque no una resurrección que es una necesidad para todos sino sólo una de especial privilegio podría ser tal objeto de deseo para el corazón del apóstol. Él dice, por así decirlo: «No me importa cuál pueda ser el camino ahora que veo a Cristo y Su resurrección. La bendición de esa porción con Él es tal a mis ojos que aunque el camino sea siempre tan espinoso, doloroso y difícil, yo estoy aquí, dispuesto a pasar por cualquier cosa, a fin de estar en la resurrección de los santos, — esa resurrección especial de entre los muertos».

 

Como este me parece el claro alcance del pasaje, debe ser evidente que ello confirma hasta el último grado la verdad de una resurrección especial para los justos en la cual los injustos no tienen parte alguna. Una resurrección general en la que todos deben resucitar como resultado lógico haría inexplicable el ardor del apóstol. Tampoco se trata sólo de una "mejor resurrección", sino de una anterior; pues resucitar de entre los muertos supone necesariamente que hay muertos dejados atrás. Al igual que en el caso de Cristo así será con los que son de Cristo. Hay más alusiones pero no podemos extendernos ahora acerca de ellas. Al menos ha sido demostrado que el pasaje leído al principio de esta conferencia no es el único. Si nosotros no tuviéramos Apocalipsis la doctrina de la resurrección singular no sería un sonido extraño para el estudiante del Nuevo Testamento. No está confinada a ningún libro profético. No es que si ella apareciera sólo en Apocalipsis habría un motivo justo para dudar. Pero sabemos cuántos prejuicios ignorantes hay y ha habido durante mucho tiempo contra el Apocalipsis del apóstol Juan. Por eso yo pensé que sería deseable mostrar que a través de los Evangelios y Epístolas hay acerca de este tema una única doctrina que es decididamente adversa a la opinión común de que todos, buenos y malos, resucitan juntos. Nada se pierde de la verdad que el punto de vista común reconoce; pero en el esquema Escritural, ¡cuán grande es la ganancia! Si uno enseñara sólo una resurrección de los justos yo admito que esto sería una herejía porque borraría la resurrección de los injustos, — que es una de las verdades más solemnes de Dios como advertencia a los incrédulos. La verdad tal como Dios la expresa acrecienta la diferencia porque traza más clara y abrumadoramente la línea entre justos e injustos mientras que todo lo que es verdad en la otra opinión es mantenido. Sólo es descartado lo que oscurece y obstaculiza la verdad.

 

En Apocalipsis capítulo 20 encontramos en primer lugar que después de que la bestia ha sido juzgada y Satanás atado el profeta ve tronos y personas sentadas sobre ellos; luego aparecen ciertas almas incorpóreas de aquellos que habían padecido durante las persecuciones anteriores (Apocalipsis capítulo 6); y finalmente hay otros que rechazaron las seducciones así como los terrores de la escena apocalíptica final. (Apocalipsis capítulos 13-15). Pero estas almas fueron reunidas a sus cuerpos de modo que todos vivieron y tomaron parte en la primera resurrección, — estas dos clases sufrientes así como los entronizados de la primera cláusula del versículo 4. Por lo tanto hay tres grupos distintos en la escena.

 

En primer lugar hay tronos y los que se sientan sobre ellos, a quienes se les dio el juicio (no juzgados ellos, sino ellos juzgando). Obviamente estos no eran espíritus. ¿Quién oyó hablar alguna vez de espíritus ausentes del cuerpo sentados sobre tronos? Ellos eran hombres ya resucitados y glorificados y por eso el profeta habla sólo de "almas" después de hablar de éstos. ¿Quiénes eran ellos? Eran las huestes que habiendo sido arrebatadas antes salieron del cielo con Cristo. El capítulo anterior nos mostró los cielos abiertos y al Señor como hombre de guerra saliendo acompañado de ejércitos celestiales que ejecutaban el juicio junto con Él. (Ellos estaban vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, que como sabemos (comparen versículos 8 y 14), el lino fino expresa "las acciones justas de los santos", no las de los ángeles. Por lo tanto, no es temerario afirmar que aunque sin duda los ángeles vienen con Cristo, los que aquí son descritos como asociados con Él en este estilo y título triunfantes no pueden ser ángeles sino santos. Yo no puedo poner en duda que estas son las personas vistas sentadas sobre los tronos.

 

"Y vi las almas", etc. (Apocalipsis 20: 4). Estos eran otros, — obviamente no las mismas personas. En cuanto a esto hay hombres que lo reconocen con los que uno difiere ampliamente. De hecho es evidente que a los que ya están sentados sobre los tronos les siguen otras dos clases cuyas almas tenían que ser reunidas con sus cuerpos, y de los cuales (no de los primeros) era necesario decir, "vivieron y reinaron con Cristo". En cuanto a los primeros ellos estaban sobre tronos, viviendo y reinando ya. Las almas que son vistas a continuación de éstos eran de aquellos que habían padecido por la palabra de Dios y el testimonio de Jesús antes de que se tratara de la bestia o de su imagen. Pero por último vinieron otros que padecieron después, es decir, cuando se negaron a adorar a la bestia o a su imagen o a aceptar su marca en sus frentes o en sus manos. Estando estas dos clases aún en estado separado tuvieron que vivir y ser añadidas a las otras que acababan de llegar desde el cielo y que por algún tiempo fueron resucitadas de entre los muertos. Pero se dice que todos ellos tienen parte en "la primera resurrección". Por lo tanto claramente esta frase no implica que todos los que tienen parte en ella fueron resucitados juntos sino más bien que ella abarca a todos los que han resucitados de entre los muertos. Mucho antes de que comenzara el reino de los mil años el Señor fue resucitado así; — así también lo fueron los santos del Antiguo Testamento así como los que componen la Iglesia. Ahora bien, nosotros tenemos a los primeros y a los últimos sufrientes apocalípticos, a los que son hechos vivir y unirse a los que ya son vistos en tronos con el juicio dado a ellos. A los mártires anteriores se les dijo que debían esperar hasta que sus hermanos que debían ser muertos como ellos se cumpliera; porque el Señor tendría incluido el último objeto de la venganza de la bestia. (Apocalipsis 6: 11). Ahora se ha cumplido pues la bestia ha sido lanzada al infierno. (Apocalipsis 19: 20). De todo esto consiste la primera resurrección.

 

Sigue a continuación un breve pero gráfico esquema del reinado de mil años. No necesitamos discutir si son mil años simbólica o literalmente. No es que yo dude si ello ha de ser tomado literalmente. El punto importante que hay que ver y mantener es que se trata de un tiempo largo aunque limitado que se diferencia en su carácter de lo que existió antes así como de lo que le sigue a sí mismo. Es el reinado de Cristo con los santos glorificados durante un cierto período definido (no a través de la eternidad). Hay cambios sorprendentes en cuanto a las condiciones y circunstancias pero siguen existiendo sustancialmente los cielos y la tierra que existen ahora; la creación es liberada de la maldición; Satanás es atado; el hombre es bendecido; los santos están glorificados en su apropiado lugar celestial; Israel en el círculo terrenal interior y los gentiles en el círculo exterior; todo esto combinado y continuando a través del milenio. Es ostensible que todo esto difiere del antiguo esquema quiliasta (o milenarista). De hecho, no me sorprende que hombres serios se levantaran contra la noción de que el Señor Jesús viviría de nuevo como hombre en la tierra durante los mil años. Tal visión es tanto antibíblica como repulsiva; aunque fue doloroso que al descartar la paja, Orígenes y otros perdieran tanto del trigo. Pero los pensamientos de hombres buenos como Ireneo, Justino Mártir y otros estaban obstruidos con elementos que arruinaron en gran medida el testimonio de ellos y brindaron la ocasión a la reacción filosófica que alegorizó casi todo. La Escritura no violenta tanto los instintos espirituales de los hijos de Dios y nos capacita para abrazar lo bueno mientras rechazamos el mal.

 

En esta bienaventurada escena vemos los cielos puestos en conexión con la tierra, por lo cual la bendición emana desde el Altísimo hasta el más pequeño. Es el esquema de bendición divinamente ordenado con el hombre en Cristo en Su legítima jefatura para gloria de Dios. Allí están los santos glorificados en su lugar apropiado. El monte de la transfiguración presenta claramente sus componentes principales. El Señor Jesús es el principal de todos, con Pedro, Santiago y Juan; santos pero en sus cuerpos naturales no transformados en la tierra. Pero, ¿acaso no discernimos también a Moisés representando a los santos muertos resucitados y a Elías a los santos vivos transformados en inmediata proximidad de Cristo? Los representantes de los resucitados y de los transformados entran con su Señor en la nube; lo cual no se dice de Pedro, Santiago y Juan sino que de ellos se dice más bien que tuvieron temor al ver esto porque la nube era la señal peculiar de la presencia de Jehová. (Véase Mateo capítulo 17). Hay así una prodigiosa cercanía concedida a los santos glorificados: si bien éstos con el Señor tendrán estrechos vínculos de asociación con los de la tierra, sólo ellos disfrutarán de esa entrada especial e inmediata a la presencia de Dios. A decir verdad y en todo sentido nuestra comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Los santos que aún estaban en sus cuerpos naturales no entraron allí. Pedro erró en esta misma ocasión; así que no hay duda alguna de que  el milenio no estará exento. Pero entonces el Señor gobernará rectamente y Su poder controlará todo lo que requiere ser mantenido bajo control. Ese siglo o era no se caracteriza por la extinción absoluta del mal sino por el glorioso poder del Señor en gobierno: estando Satanás impedido de tentar a los hombres en la tierra. Obviamente todo el mal ha desaparecido para siempre de los cielos tal como la eternidad lo verá finalmente desterrado también de la tierra nueva.

 

Pero durante el reinado milenial de los santos resucitados con Cristo, en la tierra no se verá más que el mal controlado y su gran fuente expulsada por el momento pero no extinguida aún, mientras que el poder benéfico de Dios será conspicuo en todas partes. La consecuencia es que al final de los mil años el Señor presentará una demostración de que incluso después del gobierno bienaventurado y perfecto de Cristo el hombre es tan propenso como siempre a abandonar a Dios y a Su bendición por Satanás. Ninguna demostración de la benignidad del Señor, ninguna liberación externa de la esclavitud de Satanás es suficiente. Si no se lo regenera él instantáneamente caerá presa después de la revelación de la gloria tanto como ahora en presencia de la gracia revelada de Dios. Satanás es soltado una vez más como para poner a prueba este tremendo experimento. (Apocalipsis 20: 7-15). Inmediatamente las naciones contenidas de la tierra, especialmente de las partes más distantes, se apartan de su justo benefactor; ¡ellas prefieren a Satanás! Las naciones son descritas aquí bajo el símbolo de Gog y Magog, con evidente alusión a Ezequiel el cual presentó la caída del último enemigo gentil antes del milenio, así como el apóstol Juan presenta aquí el último enemigo terrenal después de él. Ellos se reúnen contra la Jerusalén terrenal pero se levantan para caer para siempre. El fuego de Dios desciende y los consume. Heridos así ellos se unen al resto de los muertos que la primera resurrección dejó atrás. La siguiente escena muestra a todos estos muertos resucitando para la resurrección de juicio. Son los injustos desde el principio del mundo y que ahora deben comparecer ante el gran trono blanco. "Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección". Los no bienaventurados, los impíos esperan (yo no la llamaré como Dios no la ha llamado, «la segunda resurrección», sino ¡lamentablemente! "la segunda muerte "). (Apocalipsis 20: 6). El asunto del juicio divino era tan terrible, así como el carácter de los que lo componían, que sólo pudo ser expresado correctamente en estos términos de grave impronta.

 

Allí están (Apocalipsis 20: 12), los grandes y los pequeños, "ante el trono" (que es la verdadera traducción); pero ¿dónde es esto? Justo antes (versículo 11) se nos dijo que la tierra y el cielo huyeron, y ningún lugar se encontró para ellos.; después de lo cual no se ve "tronos" sino "un gran trono blanco" ante el cual están de pie los muertos para ser juzgados. ¿Aparece el Señor en este momento? Por el contrario, ello es la desaparición de todo el sistema de cosas al cual Él podía venir y por lo tanto si el Señor espera que llegue aquel momento es imposible que se pueda decir de Él en ningún sentido justo que Él vino a este mundo (οἰκουμένη, oikouméne). Porque se dice expresamente que la tierra y el cielo huyeron en aquel momento y esto con una declaración adicional que muestra cuán completa fue la disolución, — a saber, "ningún lugar se encontró para ellos". Ellos no reaparecen hasta después de que el juicio de los muertos haya concluido. La venida de Cristo al mundo está descrita realmente en el capítulo 19, antes del milenio. Al final del milenio no hay ninguna venida de Cristo sino una partida, por así decirlo, del cielo y la tierra que ahora existen. Entonces encontramos a los muertos de pie ante el trono, libros abiertos, con otro libro, el libro de la vida, y los muertos juzgados por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. ¿Cómo es esto? ¿Por qué se dice que éstos, sin excepción, son juzgados según sus obras; porque se repite solemnemente en el versículo 13 que fue juzgado cada uno (o todo hombre) según sus obras? Ello es debido a que  todos ellos son incrédulos.

 

De este modo, la palabra del Señor permanece para siempre. Él había dicho en la tierra que el creyente no va a juicio. (Juan 5: 24). Por lo tanto el creyente manifestado como él será ciertamente nunca podrá ir a juicio porque esto falsificaría Sus palabras, las cuales son la verdad. Sólo el incrédulo será juzgado. Además, esto confirma poderosamente lo que por otra parte es tan claro y cierto, a saber, que ya hemos tenido la resurrección de los justos o creyentes. Por consiguiente, las únicas personas dejadas en sus sepulcros fueron los incrédulos. De este modo todo está de acuerdo con la perfecta armonía de la verdad de Dios. Los malos, y sólo ellos, son juzgados, cada uno según sus obras. Esto no podría ser si hubiera habido un solo creyente entre estos muertos. Por otra parte, no hay aquí señal alguna de una resurrección general. Los injustos son resucitados al final y son juzgados ya que los justos habían sido resucitados mucho antes y se les había dado el juicio sin el menor indicio de ser juzgados. ¿Necesito yo comentar de qué manera coinciden el Evangelio y el Apocalipsis de Juan? Pero puede surgir la pregunta, ¿cómo es posible que no haya creyentes? ¿Qué será de los muchos justos que vivan durante el milenio? Es muy natural que las personas consulten por qué ellos no están incluidos en este juicio. Pero es evidente que ellos no podrían estar y por este sencillo motivo, a saber, sólo los muertos están de pie y son juzgados (Apocalipsis 20: 12), mientras que por otra parte no hay motivo para creer que un solo santo morirá durante el milenio. El motivo es manifiesto. Satanás no estará allí sino que estará atado; y Cristo estará allí y reinará en justicia. Por lo tanto, en ausencia de aquel que tiene el poder de la muerte, en presencia de Aquel que tiene el poder de la vida, ¿qué tiene de extraño el hecho de que los justos de aquel día vivan durante todo el período milenial, y sean cada uno de ellos testigos del Dios viviente que los lleva más allá de los límites que eran fatales para los hombres incluso en el estado antediluviano? Notoriamente, antes del diluvio ninguno alcanzó la barrera de los mil años. Pero las cosas ya no se rigen según aquel hombre por quien el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte. (Romanos 5: 12). Es el reinado del hombre Cristo Jesús que en todo sentido dará vida más abundante y demostrará que Dios no hizo al hombre para morir sino para vivir. Consecuentemente, todo justo que viva entonces vivirá hasta el final sin muerte. Por lo tanto yo entiendo que Isaías 65: 20-22 afirma que el que muere a los cien años de edad no es más que un niño, e incluso entonces no muere, salvo bajo una maldición especial. Esta es la excepción que confirma la regla. En aquel día la muerte no es extinguida hasta el fin de ella, pero ello es sólo en juicio directo del pecado. En ninguna parte se dice que los justos mueran. El hombre llenará entonces sus días; pero para ello él está en deuda con el Segundo Hombre, el vencedor de Satanás.

 

¿Estamos nosotros esperando estas cosas? ¿O estamos engañados en la mentira de esperar que lo que ahora existe debe existir siempre? Sin embargo, el resplandeciente milenio tendrá un fin y hay revelada una escena espantosa al final cuando el cielo y la tierra pasarán. El Señor no satisface nuestra curiosidad informándonos de lo que Él hará con los justos que estén vivos en aquel entonces; pero nosotros podemos estar seguros de esto, a saber, de que como los que vivan son Sus santos, Él no actuará de manera indigna de Él sino que actuará en Su gracia habitual con ellos. Él debe hacer todo lo que es bueno y grande. Nosotros no tenemos derecho a preguntar lo que Él no nos ha dicho; debemos dejar con Él todo lo no revelado. Ello no nos concierne. Pero lo que sí concierne a los hombres es lo que ha de acontecer a aquellos que no tienen ahora al Señor Jesús como de ellos. Todos los malos muertos antes o después del diluvio, antes o después de Cristo, antes o después de la primera resurrección, resucitarán; los justos muertos habían resucitado, los malos aún yacían muertos; pero ahora los muertos están de pie ante el trono y son juzgados. (Apocalipsis 20: 11 y sucesivos). Dos elementos entran en este juicio. Por una parte son abiertos los libros en los que, según el símbolo, estaban escritas sus obras que luego serán juzgadas. Por otra parte el libro de la vida es abierto. Allí está la responsabilidad humana; pero está también el testimonio de la soberanía divina. Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. (Hebreos 9: 27). La gracia de vida en Cristo fue rechazada; la muerte no pudo ser evadida ni ahora el juicio. Los hombres fueron juzgados, cada uno según sus obras. Los libros proclamaron que sus hechos eran malos. El libro de la vida guardaba silencio; ninguno de sus nombres se hallaba inscrito en él. Así todos los testimonios estuvieron perfectamente de acuerdo. Porque los libros de las obras demostraban la justa exposición de ellos a la ira de Dios; mientras que en el libro de la vida no había ni una sola palabra que desalentara Su ira; y como se dice aquí, "el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego". (Apocalipsis 20: 15). Ni un solo indicio es presentado acerca de que alguno hubiese estado inscrito en él. Por lo tanto la única alusión al libro de la vida es puramente negativa y cada imagen no sirve más que para aumentar la solemnidad de la escena. No hay duda acerca de que cuando antes del reino milenial la voz del Señor Jesús llamó a los santos resucitados para que estuvieran con Él, muchos cuerpos fueron recogidos del mar y muchas almas del hades. Pero nada se dice aquí, salvo acerca de los perdidos que habían sido dejados atrás, o de aquellos añadidos a ellos después. Porque para el día de la bienaventuranza no hubo un pensamiento tal como el de saquear el mar y el hades, si se me permite decirlo así; y muy justa y dignamente, porque se trató sencillamente de Cristo y de los que eran Suyos. Había tal vínculo entre ellos, — tal gran poder los unía a Cristo, que a Su voz se levantaron al instante. Pero ahora el toque de difuntos perdidos resuena en estas terribles palabras: "El mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras". (Apocalipsis 20: 13). Tanto si era el océano inquieto y desenfrenado que retenía sus cuerpos, como si era el mundo invisible que retenía sus almas, ambos son obligados a entregar al fin sus prisioneros al Juez. Ningún poder pudo retenerlos, ni ningún lugar secreto pudo ocultarlos, cuando el Hijo del Hombre los reclamó para el juicio.

 

El estado eterno no requerirá muchas palabras. La verdad es que la Escritura sólo nos da breves explicaciones acerca de él; y probablemente esto es así porque en nuestra condición actual somos muy poco capaces de estimar sus condiciones. Es evidente que sus detalles no pueden ser especialmente calculados para influir sobre el alma. Sin embargo, en la medida en que era necesario para nosotros y debido a Dios ya que era una parte de Su benignidad y sabiduría decirnos acerca de todo, Él da a conocer lo suficiente para ponernos en posesión de las grandes características distintivas de la eternidad.

 

Los únicos tres pasajes en los que pienso en este momento que se refieren al estado eterno positivamente y sin mezcla de cualquier otra cosa, se encuentran en 1ª Corintios 15: 24, 28; en 2ª Pedro 3: 13; y en Apocalipsis 21: 1-8.

 

En 1ª Corintios 15 la Escritura habla así de ello: "Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia". (versículo 24); y más claramente aún en el versículo 28, "Pero luego que todas las cosas le estén sujetas", etc. El reino milenial no es la perfección absoluta excepto en la fuente del poder y la condición de los santos en lo alto, o los glorificados. Pero en cuanto a la tierra, todavía habrá mal, — reprimido, de hecho, mediante poder aunque mostrando su existencia a través de toda esa era. "Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".

 

De este modo el rasgo característico del milenio aquí señalado es el hombre exaltado. Jesucristo es Señor y Cabeza sobre todas las cosas para gloria de Dios Padre; pero aun así el pensamiento prominente es el hombre en Él. Aquel que se humilló a Sí mismo es altamente exaltado en aquel entonces. En el estado eterno no es tanto la idea del hombre, por así decirlo, puesto así sobre la creación sino Dios siendo todo en todos. Sin embargo nosotros debemos tener cuidadosamente en cuenta que si se dice que Dios es todo en todos, ello no se refiere sólo al Padre sino también al Hijo y al Espíritu Santo. Tal es la gran distinción de la eternidad: Dios es todo en todos. Es la primera lección que el Nuevo Testamento nos presenta acerca de este estado, y es una lección muy importante.

 

En el siguiente lugar 2ª Pedro 3 nos dice que la justicia mora en los cielos nuevos y tierra nueva. En el milenio la justicia gobernaba. El mal estaba allí y necesitaba control, aunque lo encontró; en la eternidad el mal desaparece: el gobierno ya no es necesario.

 

Encontraremos todo esto confirmado en Apocalipsis 21: 1-8: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más". La desaparición del mar es un amplio hecho físico que diferencia el estado eterno de todo lo que alguna vez existió. No necesito decir que tal como el mundo existe ahora la inexistencia del mar sería fatal para todo lo de la vida natural. ¡Cuán vasto sería entonces el cambio! El hecho es que toda mera naturaleza habrá desaparecido completamente; el curso de las dispensaciones habrá terminado en aquel entonces; todo estará fijado para siempre. La consecuencia es que no encontrará lugar en aquel entonces lo que era necesario mientras la tierra era la escena de las dispensaciones y épocas divinas, y ¡es lamentable! de los inquietos proyectos del hombre con toda su corrupción y violencia, con una creación inferior arruinada. La vida animal y vegetal ya no estarán en consideración. Dios será todo en todos.

 

Además, la nueva Jerusalén desciende del cielo, de Dios, "dispuesta como una esposa ataviada para su marido". (Apocalipsis 21: 2). Antes de que comenzara el milenio la esposa estaba completa y las bodas tuvieron lugar en lo alto. Por lo tanto es en vano pensar que la Iglesia siguiera en proceso de formación en la tierra durante el milenio. ¿Dirá alguien que después de las bodas la esposa todavía tenía que completarse? ¿Puede uno concebir una interpretación más llena de despropósito? La hermosa verdad en la descripción del comienzo de Apocalipsis 21 es que aunque hayan transcurrido mil años hay una frescura inmutable en la esposa, — una eterna floración, si se me permite la expresión. Ella desciende para ser el tabernáculo o morada de Dios mismo en esta santa y gloriosa escena. Ella había sido glorificada con Cristo durante el milenio; pero, ¿acaso podría surgir el pensamiento de que porque Dios es desde entonces todo en todos ella había perdido su lugar especial? Esto es respondido en el hecho de que la nueva Jerusalén desciende de nuevo a la nueva y eterna creación de Dios. Obviamente ella había desaparecido de abajo (como sin duda también los santos mileniales que vivían antes en la tierra) cuando todo se convulsionó y los elementos siendo quemados se fundieron; pero ella desciende ahora del cielo a la escena eterna. La nueva Jerusalén estaba en eterna bienaventuranza mucho antes y por eso corresponde más al nuevo estado. "Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres". No es 'con Israel', ni "'con las naciones', sino "con los hombres".

 

Además, presten ustedes atención a la expresión, "el tabernáculo de Dios". No es 'el tabernáculo de Jehová de los ejércitos'; no es 'el tabernáculo de Jehová', ni de ningún nombre dispensacional; sino que es Dios, el cual es todo en todos. Vean ustedes de qué manera esto armoniza con todo lo que ya hemos tenido ante nosotros. Las epístolas de Pablo y de Pedro y Apocalipsis se sostienen mutuamente. "El tabernáculo de Dios con los hombres". ¿Qué es esto? Es la nueva Jerusalén que desciende. Es allí donde Dios tiene especialmente Su morada; que ahora, como nunca antes tan plenamente, ocupa un lugar con los hombres. ¿Y quiénes son ellos? Me parece que aquí tienen ustedes una respuesta a la pregunta acerca de qué fue de los santos justos que estaban muertos. De los malos y de su muerte y juicio hemos tenido la historia de Dios en Apocalipsis 20. Ahora tenemos una insinuación para satisfacer el deseo del alma, en la medida que es justo, de saber qué fue de los justos que vivieron durante el milenio. Nosotros vimos que ellos no tuvieron parte en aquel juicio santísimo e implacable que consignó al lago de fuego a todos los que estaban en él. El tabernáculo de Dios [símbolo de la Iglesia glorificada en la que Él moraba] está con los hombres. Por consiguiente, Él reside con estos hombres y ellos son Su pueblo, y Dios mismo está con ellos, su Dios. Además, como se nos dice, Él enjugará "toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida". (Apocalipsis 21: 4-6). Luego viene la promesa.

 

Pero otra palabra no debe ser pasada por alto pues no existe una declaración más solemne, — hombres padeciendo la ira de Dios en esta condición eterna final y fija de todas las cosas y de todos los hombres, cuando Dios es todo en todos. Si tenemos el tabernáculo de Dios como el círculo interior; si tenemos a los hombres fuera de aquel tabernáculo pero aun así bendecidos para siempre en proximidad a él, Dios mismo residiendo con ellos, Él Dios de ellos así como ellos son Su pueblo, — aun en aquel inmutable estado tenemos el retrato espantoso de "los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos" que tienen "su parte en el lago que arde con fuego". (Apocalipsis 21: 8). Con independencia de cuál sean el gozo y la alegría del milenio, independientemente de cuál sea la santa bienaventuranza de los cielos nuevos y tierra nueva, la misma garantía de Dios que nos da a conocer los privilegios eternos de los que son Suyos declara la ruina y el tormento eternos de los que Le desprecian. No hay esperanza de cambio alguno en la condición de ellos. La última visión que la palabra de Dios concede de la eterna bendición derramada por Dios entre los hombres como tales cuando sean llevados a la última condición fija en los cielos nuevos y tierra nueva, tiene al mismo tiempo el lago de fuego con todos sus horrores sin fin como el fondo oscuro pero no menos seguro para Sus enemigos de todas las dispensaciones.

 

Que nuestro clemente Dios bendiga Su palabra, — la bendiga para Sus hijos—, ¡la bendiga como una advertencia para aquellos que todavía son impenitentes! ¡por amor de Jesús! Ciertamente "el tiempo está cerca". "Amén; sí, ven, Señor Jesús".

 

William Kelly

 

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2023

 

Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:

BTX3 = Biblia Textual 3ª. Edición (Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.).

JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby).

KJV = King James 1769 (conocida también como la "Authorized Version en inglés").

LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano).

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

Título original en inglés:
"THE JUDGMENT AND THE ETERNAL STATE", by William Kelly
Traducido con permiso
Publicado originalmente en Inglés
Traducido con permiso

Versión Inglesa