"Sin nosotros reináis"
1ª
Corintios 4: 8
F.
W. Grant
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que
además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
La Historia Profética de la Iglesia
5ª
conferencia
Lectura
Bíblica: Apocalipsis 2: 23-29
Como
ya he dicho, tenemos aquí el fruto completo y maduro de la decadencia de la Iglesia. Tenemos, en cierto sentido, el
desarrollo perfecto, "el grano lleno en la espiga" listo para la hoz del juicio cuando Él venga de nuevo,
— una venida anunciada aquí por primera vez en estos discursos. El fruto maduro nos habla de lo que el árbol
es, el fin nos habla de lo que la cosa ha sido desde el principio. Si nosotros consideramos la iglesia de Tiatira, o más
bien la mujer Jezabel, veremos que en todos los sentidos la palabra de Cristo y la persona de Cristo son reemplazadas por
ella. Es la Iglesia la que es el maestro y no Cristo; y la Iglesia ha entrado desapercibida en el trono y está reinando
sobre la tierra antes que haya llegado el tiempo del Señor para reinar, — es decir, en el único sentido
en que Sus santos podrían compartir el Reino con Él.
Veremos
directamente que hay un sentido en el cual Él reina ahora. Pero éste no es un trono que el Señor pueda
compartir con Sus santos. Aquel trono está aún por ser instalado, y la Iglesia que reina mientras tanto sin
Cristo está realmente reinando al margen de Él, cumpliendo las palabras dirigidas mucho antes a la iglesia en
Corinto: "Sin nosotros reináis". (1ª Corintios 4: 8). Ellos habían prescindido de los apóstoles
y estaban reinando mientras éstos todavía padecían. Ellos no estaban reinando. Leemos, "según
pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros", dice uno de éstos, "como a
sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres". (1ª
Corintios 4: 9).
Ciertamente
los apóstoles, con independencia de lo que pueda ser cierto acerca de sus sucesores, no reinaron. Ellos lo negaron
de la manera más completa posible. Y todo el Nuevo Testamento está en contra de la idea de que alguien reina
ahora hasta que el Señor mismo venga y tome para sí aquel trono que, como dije antes, Él puede compartir
con Su pueblo.
Pero consideremos ahora este estado de cosas en Tiatira, y veremos cómo es en realidad una negación
perfecta, puedo decir, de dos grandes características del Cristianismo. Estas dos grandes características son,
por una parte, la ausencia de Cristo como rechazado y la Iglesia como doliente hasta que Él regrese;
y, por el otro, la supremacía del Espíritu Santo, mientras tanto, como descendido al mundo para
representar al Señor Jesucristo. Estas son realmente las dos formas de negación que son vistas de una manera
flagrante en la iglesia de Roma, — la mujer Jezabel. Estas son las dos cosas prominentemente negadas allí. Ella
reina, en su pensamiento merecidamente, con derecho incluso sobre reyes, — Cristo mismo no estando aquí pero
todavía siendo rechazado, — y hay un vicario de Cristo, un vicario humano en lugar del Divino.
Jezabel ha usurpado la autoridad y los atributos del Divino. Ella reina, en lugar de estar sometida; y su infalibilidad se
convierte en su negación práctica de la de Él.
Consideremos
estas dos cosas. En primer lugar, tengamos sin embargo claridad en cuanto a que el Señor reina ahora. Yo no tengo intención
de negar eso, como una verdad, sino por el contrario, mi intención es afirmarlo de la manera más plena. Hay
un Reino, — el Reino de los cielos ahora. No caigamos en el error de que el Reino de los cielos no existe ahora. Este
reino existe aunque en una forma de la cual los profetas del Antiguo Testamento no sabían nada. Existe en esa forma
llamada en el capítulo 13 del evangelio según Mateo, "los misterios del reino de los cielos".
(Mateo 13: 11). Esta forma de misterio es una forma de la cual los profetas y los hombres espirituales de antaño no
sabían nada, y de la que no dijeron nada. Esto había estado oculto desde los siglos y edades. Tal como ustedes
encuentran en el mismo capítulo en que el Señor habló en parábolas, para que se cumpliese lo que
fue dicho por el profeta, diciendo: "Abriré en parábolas mi boca; Declararé cosas escondidas desde
la fundación del mundo". (Mateo 13: 35).
Eso
es lo que tenemos aquí: a saber, lo que ha sido mantenido en secreto desde la fundación del mundo. El Reino
no era un secreto. Era bastante claro que el Mesías iba a tener un reino e iba a sentarse en el trono. Pero el trono
y el Reino en la forma en que los tenemos ahora, (el Hijo de Dios sentado en el trono del Padre, — no
el Hijo del hombre sentado en Su propio trono, un trono humano, — sino el Hijo de Dios sentado en el trono de Su Padre)
no es doctrina del Antiguo Testamento. Y un Reino con el Rey rechazado y ausente, y los verdaderos discípulos padeciendo
en lugar de reinar, es un pensamiento igualmente extraño allí.
Si
ustedes consideran el final del capítulo 3 de Apocalipsis encontrarán que el Señor le recuerda a Laodicea:
"Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con
mi Padre en su trono". Y en el momento en que ustedes piensan en eso, — el Hijo de Dios en el trono del Padre,
ustedes verán que Él no podía compartir ese trono con Sus discípulos. Ninguno de nosotros podría
sentarse en el trono del Padre; y así, aunque es muy cierto que Él está reinando ahora, no es cierto
que Sus discípulos estén reinando con Él ahora. Eso es falso, completamente falso. Él está
reinando ahora en el trono del Padre, y nosotros hemos sido trasladados, como dice el primer capítulo de la epístola
a los Colosenses: "trasladados "al reino de su amado Hijo" (Colosenses 1: 13), no al reino del Hijo del Hombre
sino al reino del amado Hijo de Dios.
Ustedes
observarán que en la aparición del Señor, en el día de Su manifestación, Él aparece
como el Hijo del Hombre. Leemos, "y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo". (Mateo
24: 30). Eso introduce el Reino del Hijo del Hombre. Y volviendo al libro de Daniel ustedes verán en el séptimo
capítulo la manera en que el Hijo del Hombre viene y recibe un reino. Además, en la primera parte de este
libro de Apocalipsis, en el primer capítulo, es Uno semejante al Hijo del Hombre el que anda en medio de los candeleros,
y que por lo tanto habla como tal a Laodicea.
Ahora
bien, cuando el Hijo del Hombre asume Su propio trono, como tal, Él tiene un trono para compartir con Su pueblo. Él
tendrá a Su pueblo para compartir ese trono con Él: pero mientras tanto hablar acerca de compartir Su trono
es ignorancia absoluta; pues nadie sino Él mismo puede llenar el trono de Dios, — el trono del Padre. Aquel es
el trono que Él tiene ahora como Hijo de Dios. Su propio trono Él lo asume como Hijo del Hombre, y entonces,
y sólo entonces, nosotros reinamos con Él.
Ahora
bien, eso nos presenta claramente y de una vez el estado de las cosas en aquel momento. Mientras tanto, ¿qué
tenemos aquí? Pues, el padecimiento, como era de esperar. El Rey es rechazado, aunque está en el trono de Dios.
Dios Le ha colocado allí hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies, y eso, por muy en breve que pueda
suceder, todavía no es así.
Ustedes
encontrarán que el Salmo 2 está lleno de este pensamiento. Recordarán que el apóstol cita aquel
Salmo al principio del libro de los Hechos como siendo verdadero acerca del Señor en aquel día, cuando el mundo
entero se unió, las naciones y el pueblo de Israel también, contra el Rey a quien Dios había ungido en
el santo monte de Sion, — el Rey de los judíos. Pero la muerte no puede retenerle: Él es sacado del sepulcro
sellado. "El que se sienta entronizado en los cielos se reirá" (Salmo 2: 4 - VM)), — y es allí
donde Él está sentado, "en los cielos". "Entonces les hablará en su ira, y en su ardiente
indignación los conturbará". (Salmo 2: 6 – VM). Entonces sale la voz de Dios; " Pero yo he puesto
mi rey sobre Sion, mi santo monte". Y el Señor dice: "Yo publicaré el decreto; Jehová me ha
dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy", — esto es como hombre. 'te he engendrado hoy"
no sería aplicable al Señor como el Unigénito del Padre. Ello es cierto acerca de Él como nacido
en la tierra. "Pídeme, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines
de la tierra. Los regirás con cetro (vara) de hierro ". (Salmo 2: 8, 9 - NC). Una palabra muy sorprendente
tenemos allí: esa palabra "regirás". Las palabras en Apocalipsis 2: 27 son palabras evidentemente
tomadas de ese segundo salmo. Ese 'regir', aunque con cetro (vara) de hierro, es realmente pastorear. En el capítulo
2 del Evangelio de Mateo la cita de Miqueas presenta el mismo pensamiento: "Y tú, Belén… de ti saldrá
un gobernante que pastoreará a mi pueblo Israel". (Mateo 2: 6 - RVA). Es la misma expresión: "pastoreará
su rebaño". (Miqueas 5: 4 – VM). De Belén había salido anteriormente el rey-pastor de Dios,
el rey David, el tipo mismo de Cristo: y donde Él gobierna con vara de hierro, eso es, no obstante, el cuidado y el
amor de un pastor. El amor, si es necesario, puede golpear. Es un error imaginar cualquier inconsistencia en esto. La "vara
de hierro" es tanto para preservar como para destruir; es más, la preservación es el fin que está
en perspectiva; es "destruir a los que destruyen la tierra" (Apocalipsis 11: 15-19), y hacer incluso que la tierra
sea un lugar donde florezca la paz como efecto de la justicia.
"Pídeme",
dice Jehová, y Él no ha pedido; — Él todavía está sentado en paciencia, y nosotros
estamos por lo tanto, como el apóstol Juan, "en el reino y en la paciencia de Jesucristo". (Apocalipsis 1:
9). Su paciencia es ahora salvación. Cuando la paciencia termine, y la demora no sería bendición, no
sería paciencia, sino debilidad, Él toma los confines de la tierra con la vara de hierro para Su posesión,
— no con el evangelio, como la gente imagina. El capítulo 26 del libro de Isaías muestra que la gracia
ha sido probada y ha sido encontrada infructuosa. El evangelio ha estado saliendo durante siglos y no ha tenido ningún
efecto en la conversión de la masa de la humanidad. Cuando el Señor venga esta confederación de las naciones
contra Él se mostrará a sí misma en todo su carácter, tal como lo describe el Salmo. Dirán
más que nunca: "Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas". (Salmo 2: 3). Y "entonces
les hablará en su ira, y en su ardiente indignación los conturbará". (Salmo 2: 6 – VM). Él
usará, en contraste con la gracia, la vara de hierro; y aquí Él asocia a Su pueblo consigo mismo: "Al
que venciere y guardare hasta el fin las obras que yo ordeno, le daré autoridad sobre las naciones; y las pastoreará
con vara de hierro", — la misma palabra - "quebrantándolas como se quebrantan los vasos de alfarero;
como yo también he recibido de mi Padre; y le daré la estrella matutina". (Apocalipsis 2; 26-28 –
NTVHA).
Allí
tienen ustedes lo que estamos esperando. Mientras tanto, tener un reino, pretender regir, o tener el control en un mundo donde
Satanás es realmente dios y príncipe es sólo y necesariamente llegar a un acuerdo con Satanás.
Nosotros podemos estar seguros de que aquel que ofreció al Señor todos los reinos de la tierra y la gloria de
ellos no tardaría en tentar a Su pueblo de la misma manera. Y él así lo ha hecho. Pero la Iglesia no
ha sido fiel como lo fue el Señor. Ella ha sido alagada hasta llevarla a creer que el mundo estaba cada vez mejor,
cuando debiese haberse avergonzado por ser menos desagradable para el mundo de lo que Él fue, y ha aceptado la idea
de un Milenio con Cristo ausente y el diablo estando aquí.
Cuando
el Milenio llegue realmente y antes que ustedes oigan hablar del reinado de los santos, el reinado de Satanás llega
a su fin. Satanás es atado, y arrojado al abismo, y encerrado por mil años. (Apocalipsis 20: 1-3). No
hay reinado de Satanás en aquel entonces, — a Satanás no se le permite reinar mientras el Señor
está reinando. Cristo viene para suprimir toda oposición y tener dominio indiscutible. Como consecuencia, ustedes
encontrarán que una creencia real en la venida del Señor es por lo tanto algo muy práctico.
Por
otra parte, si nosotros creemos que en general el mundo va bien, y que su conversión mediante el Evangelio progresa,
yo pregunto, ¿cómo puede esto no afectar toda nuestra estimación de su carácter y nuestra necesidad
de estar separados de él? ¿Cómo podríamos entonces hablar del mundo como algo que debe ser vencido,
— un escenario en el que todos los que viven piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución?
¿Acaso cargaron ellos con la cruz en generaciones pasadas para que nosotros pudiéramos llevar la corona hoy?
De este modo, todo el carácter de la vida cristiana es cambiado en este aspecto.
El
propio Señor muestra que la usurpación de la autoridad y las usanzas mundanas son el resultado de postergar
Su venida: "Si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir", ¿qué
sucederá entonces? Él comenzará "a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos"
(Mateo 24: 45-51). — Ya existe lo que sólo se perfecciona en Jezabel.
Por
lo tanto, el tiempo del reinado de la Iglesia fue necesariamente el tiempo de su peor corrupción. Los hombres lo llaman
la Edad Oscura, la Edad Media, y este fue un paso muy claro más allá de la condición de Pérgamo
que estuvimos considerando anteriormente. Allí, si la Iglesia estaba unida al mundo, no era todavía su dueña,
su ama. Por el contrario, los emperadores cristianos eran los que regían , convocaban concilios, colocaban y destituían
obispos, y tenían en todos los sentidos el control. De modo que la Iglesia se convirtió, para sus propios intereses
sin duda, pero aun así, — en una mera herramienta en manos de ellos.
Además,
en las iglesias de la Reforma, (en la medida en que eran iglesias establecidas, iglesias oficiales) allí los que gobernaban
el Estado obtuvieron jurisdicción eclesiástica, y se convirtieron en cabezas de la Iglesia en sus respectivos
países. Esto fue malo, un mal terrible, pero no es Jezabel. Jezabel tenía su pie (y en teoría siempre
tiene su pie) sobre los cuellos de los reyes, — y citaba claramente la Escritura para su supremacía: la misma
Escritura que las personas están citando ahora en nombre de lo que ellos llaman un milenio espiritual. Las promesas
del Antiguo Testamento a un pueblo terrenal, (que el apóstol en el capítulo 9 de la epístola a los Romanos
reivindica como pertenecientes aún a Israel) estas promesas son espiritualizadas, como ellos lo llaman, al ser aplicadas
a la Iglesia. En la Versión Autorizada de la Biblia en inglés (KJV) ustedes pueden encontrar constantemente
tales aplicaciones en los encabezados de los capítulos y también en las páginas. Pero la espiritualización
de las profecías es, de hecho, y si me permiten usar esta expresión, la 'carnalización'
de la Iglesia. Porque las promesas no se espiritualizan. Lo terrenal no se traslada a lo celestial, pero promesas terrenales
son aplicadas como tales a un pueblo celestial, — ¿con qué resultado posible sino el de hacer terrenal
al pueblo?
No
me malinterpreten ustedes. Si como cristianos nosotros somos "bendecidos con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo" (Efesios 1: 3), tenemos derecho a asirnos de toda bendición espiritual,
y por fe reclamarla como nuestra. Así, si Dios dijo a un santo de antaño "No te dejaré, ni te desampararé"
(Josué 1: 5), el apóstol nos dice que así podemos decir confiadamente: "El Señor es mi ayudador".
(Hebreos 13: 6). Las promesas hechas a Moisés o a Josué podemos aplicarlas a nosotros mismos. Esto no las quita
de aquellos a quienes fueron dirigidas, ni nos autoriza a aplicar promesas en cuanto a primacía en la tierra y cosas
semejantes de la misma manera. "Toda bendición espiritual en los lugares celestiales" distingue
suficientemente nuestra porción.
Esto
no se limita a Roma: está en todas partes. Roma lo ha exteriorizado al máximo; Roma nos ha presentado el fruto
maduro y ¿cuál ha sido el fruto? ¿Cuál ha sido su reinado? Como ustedes saben, en la medida en
que ella en realidad lo ha cumplido, ello ha sido un reino de terror para todos los verdaderos santos de Dios. Ellos fueron
cazados en las cuevas y cavernas de la tierra, para escapar del poder de la que se llamaba a sí misma 'la Iglesia'.
Babilonia, tal como la tenemos en el capítulo 17 del libro de Apocalipsis, "ebria de la sangre de los santos,
y de la sangre de los mártires de Jesús". Así es como ella usó el poder que reclama.
Pero
como he dicho, no podemos dejar esto allí. No podemos decir: «Eso
es catolicismo romano y nosotros no tenemos nada que ver con ello».
Los principios están a nuestro alrededor en el día actual. Nosotros podemos haber renunciado a los frutos de
la doctrina, pero ¿hemos renunciado a la doctrina misma? ¿Hemos tomado estas palabras del Señor como
verdaderas y aplicables, — ahora como siempre, — "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá;
y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará"? (Lucas 19: 23, 24). Estas palabras
son tan verdaderas hoy como en el día en que fueron pronunciadas. ¿Las hemos comprendido? ¿Hemos aceptado
la alternativa, — los principios de Su reino ahora, en el tiempo de Su paciencia?
Entonces,
¿qué nos queda? — nos queda la cruz. La gloria más allá y la cruz por el camino son principios
que el Señor conecta entre sí; y no obstante lo abrupta que pueda ser la senda, es la única senda donde
la gloria resplandece. Dios nos ha "llamado "por su propia gloria y virtud". (2ª Pedro 1: 3 - NC). "Virtud"
es aquí 'coraje', necesario para las dificultades del camino. Somos "fortalecidos con todo poder, conforme
a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar
de la herencia de los santos en luz". (Colosenses 1: 11, 12). La peregrinación de Israel por el desierto es figura
de nuestro andar de fe sobre un suelo donde nada crece para nosotros de manera natural; nuestro pan, -nuestro sustento, —
tiene que venir desde el cielo; la huella de la gloria es rastreada sobre arenas estériles. Más aún,
es un país enemigo; las circunstancias están contra nosotros; el mundo está contra nosotros. Podemos
comprar incluso una tregua sólo mediante infidelidad. Nosotros somos los descendientes de mártires y confesantes.
Somos los seguidores de Aquel a quien el mundo crucificó, y que nos ha dejado un ejemplo para que sigamos Sus pisadas
en medio de aquellos que interiormente son tan hostiles como siempre, incluso bajo el atuendo del propio cristianismo. Sus
propias palabras nos advierten: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por
eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí
me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán
la vuestra". (Juan 15: 18-20).
¿Ha
disipado la nueva luz del presente siglo diecinueve estas cosas como siendo ellas ilusiones? ¿o son estas cosas
realmente ciertas acerca de nosotros? ¿acaso no estaría bien preguntarnos aquí esta noche? ¿Qué
cruz llevamos? — ¿Llevo yo alguna? Las personas han caído tan bajo que a veces hablan acerca de tomar
su cruz al levantarse a hablar en las reuniones. Y si ese no es nuestro pensamiento, aun así ¿hasta qué
punto comprendemos en absoluto que hay una cruz? Las pruebas comunes que nos sobrevienen como hombres, como estando aún
en la carne, no son la cruz. La cruz es lo que es nuestro como cristianos, y sigue siendo nuestro en la
medida en que somos cristianos de manera práctica.
El
Señor no ha cambiado Sus pensamientos porque la Iglesia haya comprado su paz con el mundo mediante un compromiso vergonzoso.
No, Sus pensamientos permanecen allí en la Palabra, tan nítidos, claros e inequívocos como siempre lo
fueron. Y aquellos que pueden leer estos pasajes como si significaran todo lo contrario han perdido el poder de interpretar
la Escritura, — o más bien, la Escritura ha perdido su verdadero poder sobre ellos.
Unas
pocas palabras ahora acerca de otra cosa.
Si
la Iglesia reina en ausencia de Cristo pues entonces debe haber algo que Le represente aquí abajo. Él
debe tener un vicario. Él no está presente (ni siquiera el mundo puede errar en cuanto a eso) excepto espiritualmente.
Él está a la diestra de Dios. Esa es la fe común del cristianismo y es la fe incluso de Roma.—
aunque a pesar de ello sus altares Le proclaman continuamente presente de manera corpórea; la fe del cristianismo es
que Cristo está ausente. Pero un reino visible requiere tener una cabeza visible. Y yo no necesito decirles que ellos
le han dado una. El Papa es, para Roma, el vicario de Cristo; ello es el desarrollo natural del pensamiento de gobierno eclesiástico
que históricamente lo precedió y condujo a ello; y que se extiende mucho más allá de Roma. El
presbiterianismo, la prelatura y el papado no son más que tres pasos en la misma dirección. Los apóstoles
ya no existen, y la Iglesia queda huérfana si no es gobernada de manera visible. El gobierno jerárquico en alguna
forma es una necesidad para ella.
Ahora
bien, el Señor tiene en verdad un Vicario durante Su ausencia, — un Guía perfecto e infalible para Su
pueblo, así como un libro-guía absolutamente perfecto. La Iglesia no sólo tiene un libro perfecto de
doctrina, sino también a Uno que es el Intérprete y Administrador de esta. La característica del pueblo
de Dios es que "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios". (Romanos
8: 14). Tan distintiva y tan maravillosa bendición es la presencia del Espíritu Santo con nosotros ahora que,
aunque los discípulos fueron bendecidos en los días de nuestro Señor por el hecho de Su presencia con
ellos, más allá de todas las generaciones anteriores, sin embargo Él pudo decirles: "Os conviene
que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré".
(Juan 16: 7).
Su
presencia en el creyente hace que incluso su cuerpo sea templo del Espíritu Santo. Igualmente, Su presencia en la Iglesia
hace que ella sea también "templo del Dios viviente". Además, considerando a la Iglesia como el cuerpo
de Cristo, Él es el solo Espíritu que anima el cuerpo. Así como en el cuerpo natural todos los miembros
se mueven bajo el control del espíritu, así también en el cuerpo de Cristo. Si los miembros de un cuerpo
no comprenden y no se mueven en armoniosa sujeción al espíritu nosotros hablamos de enfermedad; y ello no es
menos cierto, sino más verdaderamente así en el cuerpo de Cristo.
Si
nosotros abrimos el libro de los Hechos, encontraremos en todas partes Su presencia, — más grande que los apóstoles,
más alta que los más altos de allí. Desde el día de Su descenso en Pentecostés, Él
es supremo sobre todo; y esa supremacía se convierte en la armonía de acción, la unidad de espíritu
en la asamblea. Él llama de manera soberana a los instrumentos como Él quiere, y tan soberanamente usa a quien
Él llama. "Apartadme a Bernabé y a Saulo", Él dice a los profetas y maestros de Antioquía,
"para la obra a que los he llamado… Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron
a Seleucia". (Hechos 13: 2-4). Cuán extraño es leer como se considera un poder conferido al
hombre para transmitir un cargo lo que es realmente el nombramiento de individuos por el propio Espíritu Santo, como
llamados y enviados por Él: y uno de ellos es el hombre que afirma que su propio apostolado no es "de
hombres ni por hombre "! (Gálatas 1: 1).
Leemos
también, "Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar
la palabra en Asia… intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió". (Hechos
16: 6, 7). "Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo
por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén". (Hechos 21: 4). No era de manera común realmente,
quizás no a menudo, que la orden del Espíritu era expresada de manera tan audible; pero la forma de comunicación
no era más que circunstancial, y no la esencia del asunto. Él estaba presente, Consolador, Guía,
Maestro, Testigo; Espíritu del cuerpo, "repartiendo a cada uno en particular como él quiere" (1ª
Corintios 12: 11); una Persona divina, con poder divino y autoridad divina.
Sin
embargo, ¡nunca es visto! Reconozco que ello es el defecto fatal en todo esto para la mayoría. Ellos pueden ver
la Biblia, pero para ellos no es suficientemente clara. Ellos no pueden ver el Espíritu de Dios y, lamentablemente,
no pueden creer en él de una manera práctica. "Al cual el mundo no puede recibir", dice el propio
Señor acerca del Espíritu Santo, "porque no le ve, ni le conoce". (Juan 14: 16, 17). Y cuando la línea
divisoria entre la Iglesia y el mundo desaparece, ¿quién puede extrañarse de que esta incredulidad impregna
la masa de aquello que profesa ser de Cristo? No es sólo Roma la que niega al bendito Espíritu el lugar que
Él ha venido a ocupar. La incredulidad que ha negado la suficiencia de la Escritura, y la ha complementado mediante
credos que pronto vendrán a suplantarla, ha negado de la misma manera la suficiencia del Espíritu Santo, y ha
complementado Su autoridad con gobiernos jerárquicos para los cuales, con independencia de cuál sea la teoría,
Él es prácticamente innecesario.
Si
ustedes preguntan a las personas acerca de qué entienden ellas por gobierno eclesiástico, ustedes obtendrán
diversas respuestas, sin duda; pero todas coincidirán sustancialmente en una cosa. Esa única cosa es la omisión
de lo que es la piedra angular del arco. Algunos les dirán que ellos creen en una forma episcopal de gobierno; otros,
en una presbiteriana; otros, en una congregacional. Y si además les preguntan dónde sitúan ellos al Espíritu
Santo, encontrarán a la mayoría de las personas negando incluso cualquier presencia especial del Espíritu
Santo como caracterizando esta época. Ellos les dirán, hasta cierto punto verdaderamente, que el Espíritu
de Dios ha estado actuando siempre en el mundo desde su creación; que el nuevo nacimiento ha sido siempre Su obra desde
Abel, o desde Adán hasta este momento. Ellos creen también en ciertos dones especiales en el día de Pentecostés,
y por algún tiempo después. Pero ellos no entienden y no creen en una "venida" distintiva del Espíritu
en el lugar de Cristo, una venida tan importante en carácter que fue conveniente incluso que Cristo se marchara para
que nosotros pudiéramos tenerla. Un hombre bien conocido, un teólogo evangélico, el Dr. Hugh McNeile, de Liverpool, cuando tuvo que admitir que una "venida"
personal del Espíritu Santo después de la ascensión de Cristo era enseñada en la Palabra, él
sólo pudo explicarlo por la suposición de que durante la vida del Señor en la tierra toda la operación
del Espíritu se limitó solamente a Él, de modo que los treinta y tres años de la presencia de
nuestro Señor fueron años en los que no pudo tener lugar ninguna conversión en absoluto, — ¡un
tiempo estéril en la historia del mundo, y una total ausencia de influencias espirituales!
De
este modo, ustedes encontrarán que la fe básica en la presencia del Espíritu Santo pocas veces
es ahora fe en una Persona. Es 'influencia', como la lluvia, o el rocío, o la suave brisa, —
y éstas son figuras verdaderas y Escriturales hasta ahora, pero bastante impersonales. Estas personas hablan de una
'medida del Espíritu', y cada nueva conmoción del corazón que encuentran es un nuevo "bautismo"
del Espíritu. El resultado evidente y necesario es que pierden el primer requisito para la fe en Él como alguien
que desciende para hacerse cargo en lugar de Cristo en la tierra, para morar como Dios en la casa de Dios, para animar y gobernar
el cuerpo de Cristo así como el espíritu en el hombre guía y gobierna el cuerpo natural.
Por
eso el gobierno de la Iglesia en el pensamiento de las personas no tiene nada que ver realmente con Su presencia aquí.
Obispos, sacerdotes y diáconos pueden necesitar, y obviamente necesitan, Sus influencias. Lo mismo ocurre en teoría
con el Papa. Pero prácticamente el orden de las cosas está (dentro de ciertos límites, ya sea de la tradición
eclesiástica o de la Escritura, en la medida en que se supone que la Escritura sirve) en manos humanas, y sujeto a
voluntades humanas. Ellos afirman, «La Iglesia tiene poder para decretar ritos y ceremonias, y tiene autoridad en controversias
de fe». «Y a esos [ministros] debiésemos considerarlos legalmente llamados y enviados, los cuales son escogidos
y llamados a esta obra POR HOMBRES que tienen autoridad pública que les ha sido dada en la congregación, para
llamar y enviar ministros a la viña del Señor». Pero el Espíritu Santo puede no haberlos 'llamado
o enviado'. Bueno, obviamente; y se ha provisto para ello: porque ellos también afirman que «aunque en la Iglesia visible los malos están siempre mezclados con los buenos, y
a veces los malos tienen la autoridad principal en la administración de la Palabra y los Sacramentos, sin embargo,
por cuanto no hacen lo mismo en su propio nombre, sino en el de Cristo, y MINISTRAN POR SU COMISIÓN Y AUTORIDAD, ¡podemos
usar su ministerio, tanto en oír la palabra de Dios, como en recibir el sacramento»!
De
este modo ellos pueden tener la comisión de Cristo aunque el Espíritu Santo no los haya 'llamado o enviado';
y Cristo y el Espíritu Santo son puestos en duda; ¡y la Iglesia puede continuar ordenando y ordenando con independencia
del Espíritu mismo!
Y
esto es orden; mientras aquellos que desean ceder la sujeción sólo a la Palabra y al Espíritu
de Dios son condenados por ser rebeldes contra la autoridad propiamente dicha, y seguramente terminarán en confusión
y (como algunos han dicho) por así decirlo, ¡'hechos trizas! Sin embargo, la fe seguirá a donde Dios
conduzca, reconociendo ciertamente que en Su senda todo será confusión que no es sujeción; y que, dejándole
a Él fuera, nosotros al menos no tenemos recurso alguno. Que así sea. Continuaremos con el asunto.
Es
imposible que el gobierno designado por Dios pudiese adaptarse a las iglesias configuradas según un modelo humano.
El único gobierno posible debe estar disponible para espirituales y no espirituales, creyentes e incrédulos
por igual. El mundo siempre dice realmente: «Ni siquiera sabemos
si existe el Espíritu Santo», y considera que hablar
de Él es misticismo, y la fe en Él, fanatismo y confusión. Pero la fe, para ser fe, debe estar en lo
invisible. En el yugo desigual de la fe y la incredulidad, los creyentes deben descender al nivel de sus compañeros
de yugo. La incredulidad no puede elevarse hasta la fe. Por lo tanto, la fe debe descender a la incredulidad. Lamentablemente,
eso ha sucedido.
Los
efectos de todo esto ya los hemos tenido ante nosotros en algunos aspectos. Los principios que han conducido a ellos son prolíficos
en maldad, pero son los principios mismos los que nos ocupan ahora. Roma, a la que hemos llegado en esta epístola,
muestra hacia dónde tendió desde el principio el curso de alejamiento de Dios. Aquel que rige el curso de este
mundo lo ha gobernado, y ahora se ve claramente que se trata del asalto deliberado del adversario contra la verdad de Dios.
Él nos ha hecho olvidar el rechazo de Cristo por parte del mundo, en los abrazos del mundo; ha cambiado la cruz de
una disciplina interior a un ornamento exterior; ha remplazado el Espíritu deshonrado, por dignidades jerárquicas;
la venida del Señor, por un milenio eclesiástico. Gracias a Dios, aunque la corriente corre fuerte todavía
es posible vencer; y las palabras finales del Señor aquí nos lo recuerdan. Guardémoslas en nuestros corazones.
"Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá
con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre; y le
daré la estrella de la mañana".
"El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias". (Apocalipsis 2: 26-29).
F.
W. Grant
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2024
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales
por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
NTVHA = Nuevo Testamento Versión Hispano-Americana (Publicado
por: Sociedad Bíblica Británica y Extranjera y por la Sociedad Bíblica Americana, 1ª. Edición
1916)
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada
por Editorial Mundo Hispano).
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).