EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

EL CAMINO DE DIOS, Y CÓMO HALLARLO (C. H. Mackintosh)

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

EL CAMINO DE DIOS, Y CÓMO HALLARLO

 

 

Job 28; Lucas 11: 34-36

 

 

         "Esa senda no la conoce ave de rapiña, ni la ha visto ojo de halcón; no la han pisado las bestias soberbias, ni pasó jamás por ella león rugiente." (Job 28: 7, 8 - VM).

 

         ¡Qué inefable misericordia para uno que realmente desea andar con Dios, es saber que hay un camino para que él ande en él! Dios ha preparado una senda para Sus redimidos en la cual ellos pueden caminar con toda posible certeza, tranquilidad y firmeza. Es el privilegio de cada hijo de Dios, y de cada siervo de Cristo, estar tan seguro que él está en el camino de Dios como que su alma es salva. Esta puede parecer una declaración fuerte; pero la pregunta es, ¿Es ella verdad? Si es verdad, la declaración no puede ser demasiado fuerte. El hecho de afirmar, en un día como en el cual vivimos, y en medio de semejante escena como es aquella por la cual estamos pasando, que nosotros estamos seguros de estar en la senda de Dios, sin duda podría, a juicio de algunos, tener el sabor de la confianza en uno mismo y de dogmatismo. Pero, ¿qué dice la Escritura? Ella declara que «hay un camino» y también nos dice cómo hallarlo y cómo andar en ese camino. Sí; la mismísima voz que nos habla de la salvación de Dios para nuestras almas, nos habla también de la senda de Dios para nuestros pies;  - la mismísima autoridad que nos asegura que "el que cree en el Hijo tiene vida eterna" (Juan 3:36), nos asegura también que hay un camino tan claro que "el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará." (Isaías 35:8).

 

         Esto, repetimos, es una misericordia notable - una misericordia en todo tiempo, pero especialmente en un día de confusión y perplejidad como el día presente. Afecta profundamente advertir el estado de incertidumbre en el cual muchos del amado pueblo de Dios se hallan en el momento presente. No nos referimos ahora a la cuestión de la salvación, de esto hemos hablado largamente en otra parte; pero lo que tenemos ahora delante nuestro es la senda del Cristiano - lo que el debería hacer, donde debería hallarse, cómo debería conducirse en medio de la Iglesia profesante. ¿No es verdad que multitudes del pueblo del Señor están en un mar de dudas en cuanto a estas cosas? ¿Acaso no existen muchos que, si tuvieran que expresar los verdaderos sentimientos de sus corazones, deberían reconocer estar ellos mismos en una condición completamente inestable - deberían confesar que ellos no saben qué hacer, o dónde ir, o qué creer? Ahora bien, la pregunta es, ¿Dejaría Dios a Sus hijos, dejaría Cristo a Sus siervos, en tinieblas y confusión semejantes?

 

         No; mi amado Señor, siguiéndote a Tí

 

         y no en oscura incertidumbre,

 

         este pie obediente se mueve.

 

         ¿Puede un hijo no conocer la voluntad de su padre? ¿Puede un siervo no conocer la voluntad de su amo? Y si esto es así en nuestras relaciones terrenales, cuanto más plenamente nosotros podemos contar con ello con referencia a nuestro Padre y Maestro en el Cielo. Cuando Israel, en los tiempos antiguos, emergió del Mar Rojo, y estuvo sobre el margen de ese yermo grande y terrible situado entre ellos y la tierra de la promesa, ¿cómo iban ellos a saber su camino? La arena del desierto sin huellas los rodeaba por completo. Era en vano tratar de hallar alguna huella allí. Era una deprimente desolación en la cual el ojo del halcón no podía discernir una senda. Moisés sintió esto cuando dijo a Hobab, "Te ruego que no nos dejes; porque tú conoces los lugares donde hemos de acampar en el desierto, y nos serás en lugar de ojos." (Números 10:31). ¡Cuán bien pueden nuestros corazones comprender esta súplica conmovedora! ¡De qué manera uno anhela una guía humana en medio de una escena de perplejidad! ¡Con cuánta credulidad complaciente el corazón se adhiere a quien creemos competente para proporcionarnos una guía en momentos de tinieblas y dificultad!

 

         Y no obstante, podemos preguntar, ¿qué quiso Moisés con los ojos de Hobab? ¿No se había encargado Jehová, en gracia, de ser guía de ellos? Si, verdaderamente; pues se nos dice que, "El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato de Jehová los hijos de Israel partían, y al mandato de Jehová acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados. Cuando la nube se detenía sobre el tabernáculo muchos días, entonces los hijos de Israel guardaban la ordenanza de Jehová, y no partían. Y cuando la nube estaba sobre el tabernáculo pocos días, al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían. Y cuando la nube se detenía desde la tarde hasta la mañana, o cuando a la mañana la nube se levantaba, ellos partían; o si había estado un día, y a la noche la nube se levantaba, entonces partían. O si dos días, o un mes, o un año, mientras la nube se detenía sobre el tabernáculo permaneciendo sobre él, los hijos de Israel seguían acampados, y no se movían; mas cuando ella se alzaba, ellos partían. Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés." (Números 9: 15-23).

 

         Aquí estaba la guía divina - una guía, podríamos decir con seguridad, del todo suficiente para hacerles independientes de sus propios ojos, de los ojos de Hobab, y de los ojos de cualquier otro mortal. Es interesante notar que al principio del libro de Números, se dispuso que el arca del pacto debía hallar su lugar en el seno mismo de la congregación (Número 2:17); pero en el capítulo 10 se nos dice que cuando "partieron del monte de Jehová camino de tres días;. . .el arca del pacto de Jehová fue delante de ellos camino de tres días, buscándoles lugar de descanso." (Números 10:33). En lugar de que Jehová halle en el seno de Su pueblo redimido un lugar de reposo, Él se convierte en el Guía de viaje de ellos, y va delante de ellos a buscar un lugar de reposo para ellos. ¡Qué gracia conmovedora hay aquí! Si Moisés pedirá a Hobab que sea guía de ellos, y esto, también, en la cara misma de la provisión de Dios - aún la nube y la trompeta de plata, entonces Jehová dejará Su lugar en el centro de las tribus, e irá delante de ellos para buscarles un lugar de reposo. y, ¿Él no conocía bien el desierto? ¿No había de ser Él mejor para ellos que diez mil Hobabs? ¿No podían ellos confiar plenamente en Él? Ciertamente. Él no los guiaría por mal camino. Si Su gracia los había redimido de la servidumbre de Egipto, y los había conducido a través del Mar Rojo, ciertamente ellos podían confiar en la misma gracia para guiarles a través del desierto grande y terrible, y traerlos con seguridad a la tierra que fluye leche y miel.

 

         Pero se debe tener en consideración que, para beneficiarse de la guía divina, debe haber el abandono de nuestra voluntad propia, y de toda confianza en nuestros propios razonamientos, así como un abandono de toda confianza en los pensamientos y razonamientos de los demás. Si yo tengo a Jehová como mi Guía, yo no deseo mis propios ojos ni tampoco los ojos de un Hobab. Dios es suficiente: yo puedo confiar en Él. Él conoce todo el camino que cruza el desierto; y por eso, si yo mantengo mis ojos en Él, yo seré guiado rectamente.

 

         Pero esto con lleva a avanzar a la segunda división de nuestro asunto, a saber, ¿Cómo he de hallar yo el camino de Dios? Una pregunta de suma importancia, por cierto. ¿Adónde he de recurrir para hallar la senda de Dios? Si el ojo del halcón, tan agudo, tan potente, tan capaz de ver claramente a la distancia, no la ha visto - si el león joven. tan vigoroso en movimiento, tan majestuoso en porte, no ha pasado por ella - si el hombre no conoce su valor, y si no se ha de hallar en la tierra de los vivientes - si el abismo dice: No está en mí, y el mar dice: Ni conmigo - si no se podrán dar tesoros por ella, ni se pesará plata como peso suyo - si la riqueza del universo no se le puede igualar, y ninguna agudeza del hombre la descubre - entonces, ¿adónde he de recurrir?

 

         ¿Recurriré a esos grandes estándares de la ortodoxia que gobiernan el pensamiento y el sentimiento religioso de millones por toda la longitud y anchura de la Iglesia profesante? ¿Ha de ser hallada esta senda maravillosa de sabiduría con estos estándares? ¿Forman ellos alguna excepción a la norma grande, amplia, arrebatadora, de Job 28? Por cierto que no.

 

         ¿Qué tengo que hacer entonces? Yo sé que hay un camino. Dios, quien no puede mentir, declara esto, y yo lo creo; pero, ¿dónde lo he de hallar? "¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría? ¿Y dónde está el lugar de la inteligencia? Porque encubierta está a los ojos de todo viviente, Y a toda ave del cielo es oculta. El Abadón y la muerte dijeron: Su fama hemos oído con nuestros oídos." (Job 28: 20-22). ¿No parece un caso sin esperanza para un pobre mortal ignorante el hecho de buscar esta maravillosa senda? No. bendito sea Dios, de ninguna manera es un caso sin esperanza, pues "Dios entiende el camino de ella, Y conoce su lugar. Porque él mira hasta los fines de la tierra, Y ve cuanto hay bajo los cielos. Al dar peso al viento, Y poner las aguas por medida; Cuando él dio ley a la lluvia, Y camino al relámpago de los truenos, Entonces la veía él, y la manifestaba; La preparó y la descubrió también. Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia." (Job 28: 23-28).

 

         Aquí está, entonces, el secreto divino de la sabiduría: "El temor del Señor." Esto coloca a la conciencia directamente en la presencia de Dios, el cual es su único lugar verdadero. El objetivo de Satanás es mantener la conciencia fuera de este lugar - traerla bajo el poder y la autoridad del hombre - conducirla al sometimiento a los mandamientos y doctrinas de hombres - interponer algo entre la conciencia y la autoridad de Cristo el Señor, sin importar lo que ello sea; puede ser un credo o una confesión conteniendo una cantidad de verdad - puede ser la opinión de un hombre o de un conjunto de hombres - el juicio de algún maestro favorito - cualquier cosa, en resumen, ese objetivo de Satanás es venir y usurpar, en el corazón, el lugar que pertenece solamente a la Palabra de Dios. Esta es una trampa terrible, y un tropiezo - un obstáculo muy serio a nuestro progreso en los caminos del Señor. La Palabra de Dios debe gobernarme - la pura y sencilla Palabra de Dios, no la interpretación del hombre de la misma. Sin duda, Dios puede utilizar a un hombre para revelar esa Palabra a mi alma; pero en ese caso, no es la revelación de un hombre de la Palabra de Dios lo que me gobierna, sino la Palabra de Dios revelada mediante un hombre. Esto es de suma importancia.

 

         Nosotros debemos ser enseñados exclusivamente y gobernados exclusivamente por la Palabra del Dios vivo. Nada más nos mantendrá en línea recta, o dará solidez y consistencia a nuestro carácter y curso como Cristianos. Existe una fuerte tendencia dentro y alrededor de nosotros a ser regidos por los pensamientos y opiniones de los hombres - por esos grandes estándares de doctrina que los hombres han establecido.

 

         Esos estándares y opiniones pueden tener una gran cantidad de verdad en ellos - pueden ser todos verdaderos hasta donde ellos van; este no es el punto que está en cuestión ahora. Lo que queremos fijar en la mente de nuestro lector Cristiano es, que él no debe ser gobernado por los pensamientos de su semejante, sino sencilla y solamente por la Palabra de Dios. No tiene ningún valor sostener una verdad que procede del hombre; yo debo sostenerla directamente de Dios mismo. Dios puede utilizar a un hombre para comunicar Su verdad; pero a menos que yo la sostenga como de Dios, ella no tiene ningún poder divino sobre mi corazón y conciencia; no me lleva a un contacto vivo con Dios, sino que realmente obstaculiza ese contacto interponiendo algo entre mi alma y Su autoridad santa.

 

         Desearíamos grandemente entrar en detalles y hacer cumplir este gran principio; pero debemos abstenernos de ello en este momento, para develar al lector uno o dos puntos solemnes y prácticos expuestos en el undécimo capítulo de Lucas, puntos que, si son analizados, nos permitirán entender algo mejor de qué manera hallar el camino de Dios. Citaremos el pasaje en extenso. "La lumbrera del cuerpo es el ojo: por tanto, cuando tu ojo sea sencillo, todo tu cuerpo también estará lleno de luz; mas cuando sea malo, todo tu cuerpo también estará lleno de tinieblas. Mira, pues, que la luz que en ti hay, no sea tinieblas. Por tanto, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna tenebrosa, estará completamente lleno de luz, como cuando una lámpara con su resplandor te alumbra." (Lucas 11: 34-36 - VM).

 

         Aquí, entonces, se nos proporciona el verdadero secreto para discernir el camino de Dios. Puede parecer muy difícil que uno mantenga recto el curso, en medio del mar agitado de la Cristiandad. Tantas voces contradictorias llegan a nuestro oído. Tantas opiniones opuestas solicitan nuestra atención, los hombres de Dios difieren tanto en juicio, los matices  de opinión son tan múltiples, que parece imposible alcanzar una conclusión  sana. Nosotros acudimos a un hombre que, hasta donde podemos juzgar, parecer tener ojo sencillo, y él nos dice una cosa; acudimos a otro hombre que parece tener un ojo sencillo también, y él dice exactamente lo contrario. Entonces, ¿qué hemos de pensar?

 

         Bien, una cosa es cierta, y es que nuestro propio ojo no es sencillo cuando corremos, en incertidumbre y perplejidad, de un hombre a otro. El ojo sencillo está fijo sólo en Cristo, y así el cuerpo está lleno de luz. El israelita de tiempos antiguos no tenía que correr de allá para acá para consultar con su prójimo en cuanto al camino correcto. Cada uno tenía la misma guía divina, a saber, la columna de nube de día, y la columna de fuego de noche. En una palabra, el propio Jehová era la Guía infalible de cada miembro de la congregación. Ellos no fueron dejados a la guía del hombre más inteligente, sagaz ni experimentado en la asamblea; ni fueron dejados para seguir su propio camino; cada uno debía seguir al Señor. La trompeta de plata anunciaba a todos por igual el pensamiento de Dios; y nadie cuyo oído estuviera abierto y atento fue dejado en alguna pérdida. El ojo y el oído de cada uno debían ser dirigidos solamente a Dios, y no a un prójimo mortal. Este fue el secreto de la guía en el desierto sin huellas en tiempos antiguos, y este es el secreto de la guía en el vasto desierto moral a través del cual los redimidos de Dios están pasando ahora. Un hombre puede decir, «Escúchame»; y otro puede decir, «Óyeme»; y un tercero puede decir, «Que cada uno tome su propio camino.» El corazón obediente dice, en oposición a todo, «yo debo seguir a mi Señor.»

 

         Esto hace todo tan sencillo. Esto no tenderá, de ninguna manera, a fomentar un espíritu de altanera independencia; exactamente lo contrario. Mientras más soy enseñado a apoyarme sólo en Dios para ser guiado, más desconfiaré y quitaré la vista de mí mismo; y esto, ciertamente, no es independencia. Es verdad, me librará de que yo siga servilmente a algún hombre, pero permitiéndome sentir mi responsabilidad solamente para con Cristo; pero esto es precisamente lo se necesita tanto en el momento presente. Mientras más de cerca examinamos los elementos que están afuera en la Iglesia profesante, más nos convenceremos de nuestra necesidad personal de este sometimiento completo a la autoridad divina, que es sólo otro nombre para "el temor del Señor," o, "un ojo sencillo".

 

         Hay una frase breve, en la apertura de los Actos de los Apóstoles, que proporciona un antídoto perfecto contra la voluntad propia y el temor servil al hombre, tan dominante alrededor de nosotros, y esa es, "Debemos obedecer a Dios." (Hechos 5:29 - LBLA). ¡Qué expresión! "Debemos obedecer". Esta es el cura para la voluntad propia. "Debemos obedecer a Dios." Esta es el cura para el sometimiento servil a los mandamientos y doctrinas de hombres. Debe haber obediencia; pero ¿obediencia a qué? A la autoridad de Dios, y a eso sólo. Así el alma es preservada de la influencia de la incredulidad por una parte, y de la superstición por la otra. La infidelidad dice, «Haz lo que quieras.» La superstición dice, «Haz como el hombre te dice.» La fe dice, "Debemos obedecer a Dios".

 

         Aquí está el equilibrio santo del alma en medio de las influencias contradictorias y desconcertantes alrededor de nosotros en este nuestro día. Como siervo, yo debo obedecer a mi Señor; como hijo, yo debo escuchar los mandamientos de mi Padre. Ni tampoco estoy puesto para hacer menos que esto aunque mis consiervos y mis hermanos no me puedan entender. Debo recordar que el asunto inmediato de mi alma es con Dios mismo.

 

         Él ante quien los ancianos se inclinan,

 

         Con Él me entiendo por completo ahora.

 

         Es mi privilegio estar tan seguro de que tengo el pensamiento de mi Maestro en cuanto a mi senda, como que tengo Su Palabra para la seguridad de mi alma. Si no, ¿dónde estoy yo? ¿No es mi privilegio el tener un ojo sencillo? Sí, sin duda. ¿Y qué entonces? "Un cuerpo lleno de luz". Ahora bien, si mi cuerpo está lleno de luz, ¿puede estar mi mente llena de perplejidad? Imposible. Las dos cosas son enteramente incompatibles; y de ahí que cuando uno se hunde en oscura incertidumbre, es muy claro que su ojo no es sencillo. Él puede parecer muy sincero, puede estar muy ansioso de ser guiado por la senda correcta; pero él puede estar seguro de que existe la falta de un ojo sencillo — ese requisito previo imprescindible para la guía divina. La Palabra es clara, "si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz." (Mateo 6:22 - VM).

 

         Dios guiará siempre al alma obediente, humillada; pero, por otro lado, si nosotros no andamos según la luz comunicada, entraremos en las tinieblas. La luz que no nos influye llega a ser tinieblas, y ¡ah!, "¿cuántas no serán las mismas tinieblas?" (Mateo 6:23). Nada es más peligroso que alterar la luz que Dios da. Ello debe, tarde o temprano, conducir a las consecuencias más desastrosas. "Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas." (Lucas 11:35). "¡Oíd, y prestad atención! ¡No seáis altivos, porque Jehová ha hablado! ¡Dad gloria a Jehová vuestro Dios, antes que él cause tinieblas, y antes que tropiecen vuestros pies en las montañas tenebrosas; y mientras esperáis la luz, él la torne en sombra de muerte, y la convierta en densas tinieblas!" (Jeremías 13 : 15-16 - VM).

 

         Esto es profundamente solemne. ¡Qué contraste entre un hombre que tiene un ojo sencillo, y un hombre que no actúa en la luz que Dios le ha dado! El uno tiene su cuerpo lleno de luz; el otro tiene su cuerpo lleno de tinieblas: el uno no tiene ninguna parte oscura; el otro se hunde en groseras tinieblas: el uno es un portador de luz para otros; el otro es un tropiezo en el camino. Nosotros no conocemos nada más solemne que el acto judicial de Dios que vuelve realmente nuestra luz en tinieblas, porque nos hemos negado a actuar en la luz que Él se ha complacido impartirnos.

 

         Lector cristiano, ¿estás actuando conforme a tu luz? ¿Ha mandado Dios un rayo de la luz a tu alma? ¿Te ha mostrado Él algo malo en tus caminos o asociaciones? ¿Estás tú persistiendo en alguna línea de acción que la conciencia te dice que no está en plena conformidad con la voluntad de tu Maestro? Busca y ve. Da gloria al Señor tu Dios. Actúa en la luz. No vaciles. No pienses en las consecuencias. Obedece, te imploramos, la Palabra de tu Señor. Este mismo momento, al mismo tiempo que tu ojo escudriña estas líneas, permite que el propósito de tu alma sea el de separarse de la iniquidad dondequiera que la encuentres. No digas, ¿adónde iré? ¿Qué haré yo a continuación? Hay mal por todas partes. Ello es solamente escapar de un mal para hundirse en otro. No digas estas cosas; no discuta ni razones; no mires los resultados; no pienses en lo que el mundo ni la iglesia mundana dirá de ti; elévate por sobre todas estas cosas, y pisa la senda de luz — esa senda que resplandece cada vez más hasta el día perfecto de la gloria.

 

         Recuerda: Dios nunca da luz para dos pasos a la vez. Si Él te ha dado luz para un paso, entonces, en el temor y el amor de Su Nombre, da ese paso, y ciertamente conseguirás más luz — sí, "más y más". Pero si existe la negativa para actuar, la luz que está en ti llegará a ser groseras tinieblas, tus pies tropezarán en las montañas oscuras del error que yace en ambos lados de la senda recta y estrecha de la obediencia; y tú llegarás a ser un obstáculo en la senda de los demás.

 

         Algunos de los obstáculos más graves que yacen, en este momento, en la senda de investigadores ansiosos, se hallan en las personas de los que una vez parecieron poseer la verdad, pero que se han  apartado de ella. ¡La luz que estuvo en ellos ha llegado a ser tinieblas, y ¡oh, cuán grande y cuán horrorosa son esas tinieblas! ¡Cuán triste es ver a los que debían ser portadores de luz, actuando como un estorbo positivo a Cristianos recién convertidos y serios! Pero que los Cristianos recién convertidos no sean entorpecidos por ellos. La manera es simple. "El temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia." (Job 28:28).  Que cada uno oiga y obedezca para él mismo la voz del Señor. "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen." (Juan 10:27). ¡El Señor sea alabado por esta Palabra preciosa! Ella pone a cada uno en el lugar de responsabilidad directa para con Cristo mismo; nos dice claramente cuál es el camino de Dios, y, tan claro como esto, cómo hallarlo.

 

C. H. Mackintosh

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Octubre 2007.-

Título original en inglés:
GOD'S WAY, AND HOW TO FIND IT, by Charles Henry Mackintosh
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

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