«LA IGLESIA
QUE ESTÁ EN TU CASA»
(Reflexiones sobre la epístola a Filemón)
Todas las citas bíblicas se encierran
entre
comillas dobles ("") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto
en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican
otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas,
Copyright 1986,
1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso
La
epístola que el apóstol Pablo dirige a Filemón es, por cierto, muy breve, pero
ello no debe llevarnos a atribuirle menor importancia. La Palabra de Dios es
rica e inagotable, y suele darnos en pocas palabras enseñanzas de sumo interés
y provecho para nuestras almas. Esta observación bien se puede aplicar a la epístola
a Filemón. En las presentes líneas, deseamos subrayar un punto muy útil de
considerar en relación con circunstancias y necesidades actuales.
El
apóstol dirige su carta "al amado Filemón, colaborador nuestro, y a la
amada hermana Apia, y a Arquipo nuestro compañero de milicia, y a la iglesia
que está (o, que se reúne) en tu casa." (Filemón 1, 2). Indudablemente, y
en muchos casos, las necesidades locales hacen que sea oportuno tener un local
especial para las reuniones de la asamblea, mayormente cuando el número de los
que se reúnen es elevado, y por lo tanto no podrían reunirse en casa de un
hermano de la localidad. A este propósito, no hemos de establecer reglas; cada
asamblea debe ser ejercitada ante el Señor para determinar las condiciones materiales
en que debe congregarse. Nos limitaremos aquí a presentar algunas
observaciones personales, sugeridas a la vez por lo que la Palabra nos declara
en el versículo 2 de la epístola a Filemón, y por algunas experiencias
realizadas en la práctica.
En
la cristiandad, cada denominación quiere tener su iglesia, su templo, su capilla,
o su local de reunión; lo cual se considera como una casa absolutamente
indispensable. Pero, hermanos, preguntémonos también si no existe en nosotros -
inconscientemente quizá - cierta tendencia a conformarnos al mundo religioso.
Llegamos a pensar, y a decir, que la presencia de un testimonio en una
localidad va condicionada primeramente por la existencia de una sala de
reunión.
Esta
consideración nos lleva a buscar un local - y lo hacemos algunas veces en
condiciones materiales que sobrepasan los recursos que Dios nos da, lo cual
debería incitarnos a mucha prudencia y reserva (por no decir más), cuando un
hermano podría tener el inestimable privilegio, como Filemón, de recibir a la
asamblea en su casa. Volvamos a decir que pueden existir numerosos casos
particulares. Con todo, la Palabra dice claramente: "la iglesia que está
en tu casa". Es de temer, hermanos, que hayamos llegado insensiblemente a
considerar lo excepcional, o lo particular, como si fuera una regla general, y
a estimar esta enseñanza que nos da la epístola a Filemón como aplicable
solamente en casos excepcionales; y alguna vez ello habrá sido causa de
tropiezo.
Cabe
decir que estas observaciones son presentadas aquí, no con espíritu de juicio o
crítica, sino como siendo el fruto de la meditación, y con el objeto de
incitar a los hermanos a considerar y meditar esos problemas, los cuales no
son solamente de orden material, sino que tienen repercusiones en el dominio
espiritual mucho más de lo que se suele pensar.
¿No
existe también en nosotros, hermanos, la tendencia a buscar el número; la
superioridad numérica, todo lo que cobra apariencia, y hasta la propensión a
jactarnos de esas cosas'? Es evidente que si son numerosos los creyentes en una
asamblea, necesitan un local adecuado y espacioso… Ambos problemas van ligados.
Pero la expresión de Filemón 2, "la iglesia que está en tu casa" debe
llevarnos a discernir cuán diferente de esta enseñanza es lo que vemos hoy
aplicado como regla general. Citaremos aquí un extracto de una carta de J. N. Darby
publicada en el "Messager Evangélique", año 1914, la cual merece
nuestra atención, y podremos meditarlo con provecho: «...Pienso que los
hijos de Dios no deberían
pretender establecer cosas que sobrepasen la fuerza que nos queda en el estado
actual de la Iglesia. De un modo general, creo que una reunión o asamblea
numerosa es un inconveniente, a causa de nuestra flaqueza. Con todo, es cierto
que el poder y la gracia de Dios no tienen límites. Pero considero que debemos
seguir los dos principios siguientes:
1.- tenernos el deber y el privilegio de
reunirnos en el Nombre de Jesús, para hallar la presencia del Señor, aprovechando
todo lo que Dios nos da;
2.- No debemos ir más allá de la fuerza
que en realidad poseemos, llevados por la pretensión de establecer iglesias.
Me
temo que en algunos casos hayamos olvidado lo que es la verdadera posición de
los hijos de Dios. Cuando somos demasiado flacos para congregar, o sea para
atraer a otros creyentes sobre el terreno de la verdad, el Espíritu Santo nos sigue
concediendo el privilegio de congregarnos en Asamblea; luego, si somos fieles
en la primera posición, habrá gracia y bendición y Dios permitirá hasta cierto
punto la realización de la segunda, llevando a otros creyentes al testimonio.
Muchas veces, las pretensiones de congregar o reunir van más allá del verdadero
poder espiritual. Reunirse es siempre
un deber y un privilegio de los cristianos, y creo que, al mismo tiempo, deben
desear la reunión de todos, tendiendo a ello por su fidelidad. Hagamos cuanto
podamos para ello, pero cuidemos mucho de no pretender más de lo que permite
nuestra verdadera fuerza espiritual pues, si lo hacemos, corremos el riesgo de
apartar o alejar las almas cuando vean la falta de bendición.» ¿Qué diría hoy
el autor de esta carta acerca de «la fuerza que nos queda»?
Se
alega, a veces, que es indispensable tener un local propio y público para que
las almas puedan ser invitadas y atraídas, y - de todos modos - para que
cualquiera tenga la posibilidad de entrar. La carta que acabamos de citar
contesta, en parte, a esta objeción, y añadiremos lo siguiente: ¿Dónde
hallamos, en la Palabra de Dios, algo que apoye este modo de ver? y ¿qué poder
espiritual ganaremos con grandes locales y reuniones numerosas? ¿Creemos acaso
que Dios no puede bendecir abundantemente como testimonio a "la iglesia
que está en tu casa"? El secreto de la bendición, amados hermanos, lo
hallamos al final del capítulo 2 del libro de los Hechos. Vemos primero el
estado espiritual de los santos, en los versículos 42 al 47: «perseveraban ...
tenían temor.... estaban juntos... unánimes en el templo». Luego, viene la bendición
dispensada: "Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban
siendo salvos." (Hechos 2:47 - LBLA). ¡Qué cuadro más hermoso y notable
del estado de una asamblea!: hermanos y hermanas quienes "perseveraban en
la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento
del pan y en las oraciones." (Hechos 2:42), caracterizados por el temor de
Dios, realizando unánimes una verdadera comunión los unos con los otros, "alabando
a Dios y teniendo favor con todo el pueblo" (Hechos 2:47). Sobre un semejante
estado espiritual y moral, Dios no deja de poner el sello de su bendición, y Él
mismo produce la prosperidad y el crecimiento numérico del testimonio.
Paul
Fuzier
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1960, No. 46.