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Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""),
se indican otras versiones, tales como:
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
CRISTO, EL CORDERO PASCUAL
Cristo es nuestro alimento.
He aquí otro aspecto bajo el cual Él se presenta a nosotros; aspecto simbolizado en la economía -- o dispensación -- levítica,
porque los sacerdotes recibieron las más exactas y minuciosas instrucciones acerca de los sacrificios o porciones de las ofrendas,
de las cuales podían disponer para alimentarse. (Ver Levítico 7). Pero, había distinciones. En determinados casos, toda la
familia del sacerdote podía usar de este privilegio (Levítico 6:18; 7:6, etc.) y en estos casos, en especial, figura el privilegio
actual que tienen los creyentes de nutrirse de Cristo. Nuestro Señor mismo invita a sus discípulos a hacerlo: "Yo soy el pan
vivo que descendió del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente: y el pan que yo daré es mi carne, que doy
por la vida del mundo. Por tanto los judíos disputaron entre sí diciendo: ¿Cómo puede este hombre darnos su carne a comer? Jesús, pues, les dijo: En verdad, en verdad os digo: A menos que comáis la carne del
Hijo del hombre, y bebáis su sangre, no tendréis vida en vosotros . . . El que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí,
y yo en él. Como el Padre viviente me envió, y yo vivo por medio del Padre, así el que me come, éste también vivirá por medio
de mí." etc. (Juan 6:51-57; VM).
Aquí se trata de comer la carne del Hijo del Hombre, de beber Su
sangre, y de alimentarse de Cristo mismo; pero, cotejando este pasaje con otros hallamos que, de un modo general, somos llamados
a nutrirnos de Cristo bajo tres aspectos distintos:
1.- como cordero pascual,
2.- como maná y
3.- como trigo del país,
porque -- casi sobra
decirlo -- son figuras de Cristo. En el citado pasaje del Evangelio según Juan, tenemos a Cristo presentado mayormente como
el maná (Juan 6: 32, 33, 48-50, etc.), pero también como el cordero pascual (comparen
el versículo 4 con el 53, etc.); pero es en las epístolas dónde hallamos lo referente a la tercera figura: espigas de la tierra
(Josué 5:11).
1.- Consideremos,
en primer lugar, a Cristo como el cordero pascual para alimento de su pueblo. Repasemos la historia de Israel: vemos que celebraron
la pascua en Egipto (Éxodo 12), en el desierto (Números 9), y en el país (Josué 5). Y surge aquí la pregunta, ¿cuándo nos
alimentamos de Cristo como cordero pascual? Se dice -- a veces -- que sólo lo hacemos al principio, cuando convictos, de pecado,
tememos acercarnos a Dios como Juez, y que -- tan pronto como obtenemos la liberación -- dejamos de alimentarnos de este modo.
Si así fuera, ¿por qué celebró Israel la pascua en el desierto y en la tierra de promisión? Creo, pues, que nunca dejaremos
de celebrar la pascua: y que, además, el sitio dónde nos alimentaremos así de Cristo depende del estado de nuestra alma.
Todo creyente ha experimentado lo que significa nutrirse del cordero
pascual en Egipto. Despertados por el Espíritu de Dios, alarmados por el juicio pendiente sobre nosotros, no temiendo la condenación
a causa de la sangre derramada, ¡con qué gozo nos hemos alimentado del Cordero que satisfizo los derechos de la santidad de
Dios, llevando nuestros pecados sobre el madero! Lo hemos comido con hierbas amargas, desde luego, porque entonces veíamos
nuestros pecados tal como Dios los considera; teníamos los lomos ceñidos, con el calzado en los pies, y el bordón en la mano,
por cuanto Egipto era ya -- moralmente -- un desierto para nosotros, y tan sólo esperábamos una palabra del Señor para iniciar
nuestra peregrinación. Era un tiempo memorable para nosotros, pues era el principio de los meses, el primero de los meses
del año de nuestra vida espiritual.
Todo creyente ha pasado por esta experiencia, pero es de temer
que muchos tan sólo se alimenten del cordero asado durante toda su vida en Egipto. No conociendo la liberación por medio de
la muerte y resurrección de Cristo, y, tal vez, sin conocer ni siquiera la paz con Dios como perteneciendo a todos cuantos
están amparados por la sangre, tan sólo se nutren de un Cristo que, por su muerte, les ha abierto un camino hacia un Dios
juez; y por consiguiente, no conocen a Dios como a su Padre en Cristo Jesús. Semejante estado de ánimo es muy de lamentar,
porque resulta, o de una falsa enseñanza, o de una falta de fe en la plenitud de la gracia de Dios.
Fuera de Egipto, Israel celebró la pascua en el desierto y Dios
les mandó hacerla "conforme a todos sus reglamentos y conforme a todas sus observancias." (Números 9:3 - VM). El desierto
es el lugar donde se halla todo creyente considerado como peregrino. El mundo ha venido a ser un desierto para él, lo atraviesa
como si no estuviera en é|, porque espera el retorno de su Señor. Pero, ¿cómo se alimenta de Cristo el creyente en el desierto
como del Cordero que ha de ser inmolado? Es por la participación en gracia del poder de la muerte y resurrección de Cristo
que nosotros fuimos sacados del país enemigo, librados del poder de Satanás, y rescatados para Dios. En el desierto, celebrarnos
la pascua como memorial de nuestra liberación de Egipto, vemos en ella a Cristo bajando hasta la muerte, al que no sólo recibió,
hasta el fin, el juicio que merecíamos, sino que anuló todo el poder del enemigo, destruyendo al que tenía el poder de la
muerte, librándonos de la esclavitud y otorgándonos la libertad de hijos de Dios con la capacidad de servirle. En el desierto,
pues, comemos el cordero pascual como peregrinos y extranjeros que conocen la liberación, pero que aún no han llegado al país
del cual el Señor les habló.
Así que, como peregrinos, no sólo apreciamos (según la medida de
nuestra fe) esta preciosa sangre, hallando nuestras delicias en contemplar su eficacia que nos ampara contra toda acusación
del enemigo, sino que, además, nos gozamos de la muerte de Cristo en sí misma, en virtud de nuestra muerte (y de nuestra resurrección)
en Él, las cuales nos han introducido en una posición nueva, desde la cual podemos considerar la muerte y el juicio como estando
muy alejados de nosotros.
En la tierra de Canaán, la pascua tomó otro carácter que corresponde
también a la posición del creyente de hoy en día. Es evidente que, para el Israelita que había pasado el Jordán, la pascua
debía tener un significado mucho más completo que cuando estaba aún en el desierto. Debía ser para él el memorial no sólo
de la liberación de Egipto y de su esclavitud, sino de una salvación cumplida.
Porque si estaba en la tierra prometida, era a causa de la sangre derramada. Este hecho demostraba, por otra parte, la fidelidad
de Dios, el cual cumplió todo cuanto prometió: "No faltó ni una palabra siquiera de toda aquella buena promesa que había hecho
Jehová a la casa de Israel; todo sucedió." (Josué 21:45 - VM). En otros términos, el cumplimiento de los designios de Dios
descansa sobre la sangre del cordero pascual. Para todos los que habían cruzado el Jordán, la sangre debía tener mucho más
valor -- si es que tenían los ojos abiertos -- que cuando atravesaban aún el triste desierto.
Aún hoy ocurre lo mismo, nuestra posición corresponde exactamente
a la de Israel en la tierra prometida; en efecto, no sólo Dios nos ha vivificado juntamente con Cristo, sino que nos resucitó
juntamente con Él, "y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales en Cristo
Jesús." (Efesios 2:6 - VM). Esta es la posición de todo creyente delante de Dios; ¿la ocupamos? Esta pregunta depende
de otra: ¿Conocemos la muerte y la resurrección con
Cristo, tanto como en Él y
por medio de él? ¿Hemos atravesado
tanto el Jordán como el Mar Rojo? Es nuestro privilegio; ningún descanso deberíamos tener hasta que -- por la gracia de Dios
-- sepamos que estamos sentados, en espíritu, en lugares celestiales.
Pero si estamos allí, no podemos prescindir de la pascua. Por otra
parte, cuanto más entendemos el carácter de la posición en la cual somos introducidos, tanto mejor se nos revela las riquezas
de la gracia de Dios, y tanto más miramos con gozo a la cruz, a la muerte de Aquel cuya preciosa sangre es la única que ha
podido abrirnos la entrada a los lugares celestiales. Pero, ahora, el alimentarnos de Cristo tendrá mayormente el carácter
de comunión con Dios en la muerte de Su Hijo. Entonces se abrirán nuestros ojos, no tanto para descubrir las bendiciones que
nos han sido adquiridas por esta muerte, como para ver de qué manera ésta glorificó plenamente a Dios en todos sus atributos.
Haremos fiesta con Dios (si se nos permite expresarlo así) cuando celebraremos la pascua en los lugares celestiales; y nuestras
almas serán mantenidas así en la adoración y la alabanza; en una palabra, la adoración de los redimidos sentados en regiones
celestiales y alimentándose del cordero inmolado es la más alta expresión del culto. Porque estamos sentados allí en paz delante
de Dios, poseyendo ya nuestro sitio y estando en Su presencia; es únicamente entonces cuando podemos tener comunión con Sus
pensamientos y con Su gozo en la muerte de Su Hijo.
Vemos, pues, que gozamos de Cristo como del Cordero pascual en
todos los grados de nuestra experiencia; pero el lugar en el cual lo hacemos -- Egipto, el desierto o la tierra prometida
-- dependerá del estado de nuestra alma. Y, por cierto, cuando estamos reunidos para recordar la muerte del Señor hasta que
venga, tanto los que están en el desierto como los que han llegado en la tierra de promisión pueden estar juntos. Se alimentan
igualmente de la muerte de Cristo, se acuerdan de Él como de un muerto, independientemente de cuál sea la diferencia que pueda
existir en el modo de entender, apreciar o conocerlo. En el cielo, contemplaremos esta muerte con una adoración siempre creciente,
porque la sangre del Cordero será el tema que ocupará a los santos glorificados durante la eternidad.
CRISTO, EL MANÁ
2.- Cristo, como
Maná, es asimismo el alimento de su pueblo. El maná se diferencia del cordero pascual en que el primero se menciona tan sólo
en el desierto. Israel recibió el maná sólo tras haber sido llevado más allá del Mar Rojo (Éxodo 16); y cesó al día siguiente
de haber comido del trigo de la tierra: "y nunca más tuvieron los hijos de Israel el maná, sino que comieron los frutos de
la tierra de Canaán aquel año". (Josué 5:12 - VM). Era, pues, el alimento del desierto para Israel; Cristo es, asimismo, el
maná del creyente, o su alimento, en el desierto. Pero conviene hacer aquí una distinción. La historia de Israel viajando
a través del desierto, pasando el Jordán y conquistando el país, es típica; sabemos que sólo podía estar en un sitio a la
vez. En cambio el creyente está al mismo tiempo en el desierto y en lugares celestiales. En cuanto al servicio, en cuanto
al testimonio que ha de dar de Cristo en esta tierra, y como peregrino que espera el retorno del Señor, está en el desierto;
pero su posición delante de Dios, como unido a Cristo crucificado, está siempre en los lugares celestiales; el hecho de que
ocupe o no su posición es otro asunto. Suponiendo, pues, que conozca el lugar que le corresponde, él necesita el maná y el
trigo del país al mismo tiempo. En otras palabras, necesita alimentarse de Cristo de dos maneras distintas. Nunca estará en
Egipto, cualesquiera sean sus experiencias, por cuanto sería negar la realidad de su liberación por medio de la muerte y resurrección
de Cristo. Un alma interesada puede estar en Egipto, pero un creyente -- me refiero a aquel que ha sido introducido en la
verdadera posición de Cristiano, por el Espíritu que habita en él -- ha acabado para siempre con Egipto porque el mundo ha
llegado a ser un desierto para él; y es mientras él está en el cielo cuando se alimenta de Cristo como del Maná.
¿Qué es, pues, el maná para el cristiano? Es Cristo en la encarnación,
un Cristo humillado. Jesús les dijo: "En verdad, en verdad os digo: No fué Moisés quien os dió el pan del cielo; mi Padre
empero os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo, y da vida al mundo . . .
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron: éste es el pan que desciende del cielo, para que uno pueda comer
de él, y no morir. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente: y el pan
que yo daré es mi carne, que doy por la vida del mundo." (Juan, 6: 32, 33, 49, 50 y 51 - VM).
Cristo era así el maná en todo cuanto Él era en la carne; expresaba
lo que era, sea como dando a conocer al Padre, sea como hombre perfecto. Su gracia, Su compasión, Su simpatía, Su ternura
y Su amor y Su dulzura y Su humildad, Su paciencia, Su perdón, Su ejemplo, todas estas cosas se hallan en el maná que Dios
nos ha dado por comida durante nuestra estancia en el desierto. "Por lo cual nosotros también, teniendo en derredor nuestro
una tan grande nube de testigos, descargándonos de todo peso, y del pecado que estrechamente nos cerca, corramos con paciencia
la carrera que ha sido puesta delante de nosotros; mirando a Jesús, autor y consumador de nuestra fe, el cual por el gozo
que fué puesto delante de él, soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra de Dios. Pues considerad
a aquel que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis, desmayando en vuestras almas."
(Hebreos 12: 1-3 - VM).
Somos exhortados, entonces, a alimentarnos de Cristo como del maná
para sostenernos en medio de las pruebas, de las dificultades y de las persecuciones que encontramos atravesando el desierto.
Pedro también, escribiendo a los de la dispersión en Ponto y en Galacia, etcétera, nos presenta siempre a Cristo bajo este
aspecto. "Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis,
esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían,
no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él
mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia;
y por cuya herida fuisteis sanados." (1 Pedro 2: 20-24). (Véase también 1 Pedro 3: 17-18).
También el apóstol Pablo
nutre a los santos del maná. Ejemplo
de ello lo tenemos en Filipenses 2: 5-9, aunque haya mucho más en ese pasaje; y es un maná muy precioso. "y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." Pero es en los Evangelios
donde se halla mayormente el maná y donde puede recogerse para las necesidades diarias: porque es allí donde vemos desarrollarse
esta maravillosa vida, la vida de Aquel que fue el hombre perfecto y al mismo tiempo Dios manifestado en carne.
Dos cosas conviene notar, en cuanto a la manera de recoger y utilizar
el maná. Los israelitas salían fuera del campamento para recoger diariamente cierta
medida. (Éxodo 16:4). A nosotros nos hace falta bajar con el mismo propósito. Quiero decir que, a menos que conozcamos nuestra posición en los lugares celestiales,
y lo que significa en realidad nutrirse del trigo de la tierra, no podremos alimentarnos del maná. Es lo que vemos, de modo
notable, en el ministerio del apóstol Pablo: él comenzó con Cristo en la gloria. Debe ser lo mismo con nosotros. Si sabemos
que estamos unidos con un Cristo glorificado, si conocemos nuestra posición en Él delante de Dios, podremos hallar nuestro
deleite en alimentarnos de Cristo como maná. En el orden cronológico, el maná vino antes que el trigo de la tierra. Pero para
el creyente es el orden inverso, por la sencilla razón de que Dios ha intervenido en la presentación de Cristo a las almas.
A semejanza de Pablo, predicamos un Cristo en la gloria, y sólo al apropiárnoslo así -- no antes -- es como podemos hallar
nuestro alimento en un Cristo humillado, mientras atravesamos el desierto. Experimentan una gran pérdida, y, por consiguiente,
también flaqueza, aquellos que nunca oyen hablar de Cristo en la gloria; los que no saben nada del Sabio que vivió en esta
tierra cuando fue hecho a semejanza de los hombres.
Otra observación que ha sido repetida a menudo es que no se podía
hacer reservas del maná. "Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer" (Éxodo 16:16) y si alguien recogía mayor cantidad
-- a no ser que fuese para el sábado (o, día de reposo) -- aquel maná se echaba a perder.
Queridos amigos, debemos alimentarnos de continuo de Cristo, día
tras día, hora tras hora, y no recibamos más de lo debido para el momento presente. Así es como estaremos en una continua
dependencia, y como nuestros ojos estarán clavados siempre en Cristo. "Como el Padre viviente me envió, y yo vivo por medio
del Padre, así es el que me come, éste también vivirá por medio de mí." (Juan 6:57 - VM).
CRISTO, EL TRIGO DEL PAÍS
3.- Nos queda aún
por considerar a Cristo como el trigo de la tierra. En el conocido pasaje de Josué 5: 10-12, tenemos la pascua, el maná y
el trigo de la tierra mencionados juntos, y este hecho hace que la interpretación sea clara y sencilla. Si, pues, el maná
representa a Cristo en su encarnación, así como el país de Canaán representa los lugares celestiales, el trigo de la tierra
es figura de Cristo en la gloria. En las epístolas, incluso en aquellas donde los creyentes son considerados como viviendo
sobre la tierra (Colosenses, Filipenses, 2 Corintios), y no como sentados en lugares celestiales en Cristo (Efesios), el trigo
de la tierra nos es presentado como la vida y fortaleza de nuestras almas; como el alimento que nos es propio. Porque -- aunque
estamos aún en la tierra -- estamos unidos a Cristo donde quiera que esté.
Consideremos en primer lugar a los Colosenses: "Si, pues, fuisteis
resucitados juntamente con Cristo, buscad aquellas cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra; porque ya moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Colosenses 3: 1-3; VM). Ciertamente, leemos
aquí "las cosas de arriba" pero es evidente que esta palabra abarca toda la esfera de bendiciones de las cuales Cristo en
la gloria es el centro; en una palabra, las bendiciones espirituales en los lugares celestiales -- de los cuales somos hechos
partícipes -- y que están todas resumidas en Cristo. Esto es el trigo de la tierra, el fruto del país de Canaán, la propia
comida y el alimento de cuantos han muerto y resucitado con Cristo.
La misma verdad nos es presentada en Filipenses 3. Tenemos allí
a un Cristo glorificado llenando el alma del apóstol y plenamente suficiente para su corazón. Así, pues, si tenemos el maná
en el punto 2 de este escrito, tenemos ciertamente el trigo de la tierra en el punto 3. Puede citarse, además, 2 Corintios
3:18: "Empero nosotros todos, con rostro descubierto, mirando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en
la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor" (2 Corintios 3:18 - VM). Esto nos da a entender
también cuánta importancia reviste para nosotros la continua expectación de Cristo. Nos atrae hacia la persona de Cristo glorificado,
une nuestros corazones a Él y llena nuestras almas del ardiente deseo de ver ese tiempo en que seremos semejantes a Él, porque
le veremos tal como Él es (1 Juan 3:2).
Todos estos pasajes, y muchos otros, nos muestran a Cristo en la
gloria como el trigo de la tierra; es el alimento del cual no podemos prescindir; da mayor fuerza a los santos que cualquier
otro. Es un alimento celestial para un pueblo celestial; y es tan sólo cuando lo comemos que nosotros podemos ser fortalecidos
en el Señor y en el poder de Su fortaleza (Efesios 6:10 - VM); podemos luchar contra el enemigo para la posesión de nuestra
herencia; quiero decir, para que tomemos posesión de ésta; podemos someternos voluntariamente a todo; en comunión con los
sufrimientos de Cristo, siendo hechos semejantes a Él en su muerte si -- en alguna manera -- llegásemos a la resurrección
de entre los muertos (Filipenses 3), cuando seremos glorificados con Aquel que ha sido la fortaleza y el alimento de nuestras
almas.
Conviene notar,
asimismo, que no tenemos poder para manifestar a Cristo en este mundo, si no nos hemos ocupado de Él en la gloria. Siempre
hemos de tenerle delante de nosotros en esta posición; y así será si -- enseñados por el Espíritu Santo -- podemos decirle:
"Todas mis fuentes [las fuentes de mi gozo] están en ti". (Salmo 87:7). Y esto es lo que Él mismo desea, porque dijo a Sus
discípulos, hablando del Espíritu de verdad que había de venir: "El me glorificará; . . . Todo lo que tiene el Padre es mío;
por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber." (Juan 16: 14, 15).
Alimentarse de Cristo, estar ocupado con El, he aquí el principio
y el fin de la vida cristiana; estar ocupado con Su muerte, esta muerte que es el fundamento -- no sólo de nuestra redención
y de nuestra liberación --, sino también del restablecimiento de todas las cosas; estar ocupados con Él en Su encarnación,
cuando, aunque Hijo, aprendió la obediencia por lo que sufrió, cuando -- como hombre obediente y dependiente -- halló su comida
en hacer la voluntad del Padre y en acabar su obra, y que glorificase así a Dios en todos los detalles de esta vida santa.
Y -- sobre todo -- estar ocupado con Él en la gloria, como el Hombre glorificado; con Él, centro de todos los designios de
Dios y objeto de todas Sus delicias, en quien Su corazón tiene contentamiento.
Así es como -- estando ocupados con Cristo, alimentándonos de Él
y contemplándole --, gozamos de la comunión con Dios en el poder del Espíritu, siendo así capacitados para comprender Sus
pensamientos acerca de Su Hijo, e incluso para compartir Sus afectos por Aquel que está ahora sentado a Su diestra. En realidad,
¡allí está la fuente de todo progreso, de todo poder y de toda bendición! Bien lo sabe Satanás, y por lo tanto intenta siempre
desviar nuestros pensamientos para ocuparlos en cosas terrenales. Es preciso que seamos vigilantes, que mantengamos nuestros
corazones y conciencias despiertos, a fin de poder descubrir y juzgar a la vez, sin la menor consideración, todo cuanto pudiera
seducir nuestras almas y apartarlas de la contemplación de Cristo.
¡Señor Jesús, precioso Salvador! ¡Muéstrate siempre ante nuestras
almas y manifiéstate de tal modo a ellas en Tu gracia y hermosura que, atrayendo todos nuestros afectos, nuestro afán sea
verdaderamente no tener nada, no ver nada y no conocer nada fuera de Ti; porque en Ti habita la plenitud de la divinidad corporalmente
y estamos completos, perfectos en ti!
Traducido de Le Messager Evangélique
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1958, Nos. 33 y 34, Año 1959, No. 37.-
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