INTRODUCCIÓN AL APOCALIPSIS
Esta porción de las Sagradas Escrituras reclama, de modo especial, la atención de cada cristiano. Las demás partes de la Palabra
de Dios no nos son dirigidas de la misma manera. Esta es la "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio..." (Apocalipsis 1:1). Dios entregó dicha revelación al Hombre glorioso y ungido
que está sentado a Su diestra; es por tanto Su revelación. Trata de temas que son de un interés manifiesto para
Dios y para Jesucristo y que, por consiguiente, no pueden carecer de un profundo interés para sus siervos; porque
es a siervos, a esclavos, que son manifestadas aquí "las cosas que deben suceder pronto". Este libro se dirige a los santos, considerados en su responsabilidad en cuanto a su servicio, ocupándose
de los intereses de su Señor.
Ahora bien, ¿hasta qué
punto revestimos dicho carácter? El hecho de que poseamos tan poco la actitud y el espíritu del siervo explica,
probablemente, la poca inclinación de muchos cristianos para ocuparse del presente libro. Estamos propensos a buscar
nuestros intereses y no los de Cristo y cuando es así, no podemos ser fieles esclavos.
Juan alude aquí a sí mismo,
no como apóstol, sino como esclavo y como hermano. Integraba esta compañía en el sufrimiento: "Yo Juan, vuestro hermano,
y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo." (Apocalipsis 1:9). Dicha revelación fue comunicada a un hombre que sufría por la Palabra de Dios
y por el testimonio de Jesús, y la dio a conocer a todos cuantos participaban - por lo menos en cierta medida
- del mismo padecimiento.
Si hubiera mayor fidelidad,
resultaría mayor sufrimiento y este libro del Apocalipsis sería mucho más apreciado. Se ha notado en la historia de la
iglesia, que en los períodos de marcada persecución (como en tiempos de los mártires) este libro fue particularmente
apreciado por los santos que hallaron en él un consuelo y un apoyo manifiestos.
Por otra parte, es cierto
que - para quien se afana en vincular el cristianismo al mundo, y piensa que las cosas en este mundo se van mejorando
- dicho "Apocalipsis" o "Revelación" carecerá en absoluto del menor interés. Todos los que se nutren de semejantes ideas
no están, desde luego, dispuestos a reconocer que sobre el sistema de este mundo, se avecina el juicio de Dios. El mundo
en su conjunto está puesto en maldad; es preciso que desaparezca y de lugar a una cosa nueva. Las iglesias (o asambleas) han
sido verdaderos luminares; han padecido sus miembros como testigos de un Mesías rechazado, y el mundo - bajo todos
sus aspectos - presenta una escena de desorden moral. He aquí el verdadero carácter
de las cosas de esta tierra, y ello está claramente expuesto en este libro, con todas las consecuencias que se derivan de
ello.
El considerar semejantes
cosas en el temor de Dios, implica serios ejercicios frente a los cuales muchos se niegan a ejercitarse, y es tal vez
uno de los motivos por los que este libro ha sido tan despreciado.
En realidad, el Apocalipsis
está lleno de estímulo para todos los que temen a Dios y aman a nuestro Señor Jesucristo, porque muestra el triunfo de Dios
sobre todas las formas del poder del maligno. Hace resaltar el carácter de dicho poder, y cuál será su fin, pero nos lo muestra
quebrantado y puesto a un lado, para dar lugar al "poder y el reino de nuestro Dios, y la soberanía de su Cristo." (Apocalipsis 12:10 - VM). Abarca un ámbito vastísimo, pues revela todo lo que
acontecerá a todas las cosas en el universo moral, a fin de establecer para siempre la gloria de Dios y la plena bendición
del hombre rescatado por la redención, trátese de la iglesia (cuerpo de Cristo) o de otras familias de redimidos (los
santos del A. T.; los "millares de millares" de entre las naciones - Apocalipsis 5:11 - VM).
En este libro vemos cómo
Dios hace de nosotros sus confidentes, en un momento muy especial. Cristo ha sido manifestado en carne; se encaminó hasta
la cruz para cumplir la Redención y ascendió a los cielos como Hombre resucitado. La iglesia - dejada en la tierra para
ser testigo suyo durante el tiempo de Su rechazo - ha fracasado en su misión. ¿Qué pasará entonces?
Se nos habla aquí de "las
cosas que deben suceder pronto" (Apocalipsis 1:1), y si anhelamos
ser servidores dignos de toda confianza, los acontecimientos que se dan a conocer serán del mayor interés para nosotros.
Nuestros corazones, hondamente conmovidos por el amor de Jesucristo, y por la manera en que dicho amor se manifestó en
la muerte, tocados asimismo por la consciencia de la maravillosa posición en la cual dicho amor nos ha puesto como sacerdote
para Su Dios y Padre, han de tener (en cuanto a todo lo que Le place revelarnos) un interés profundo e inteligente.
"Porque el tiempo está
cerca" (Apocalipsis 1:3). Nosotros estamos más bien dispuestos
a dejar estas cosas para más tarde, más el Señor quisiera vernos meditarlas como estando cercanas y el Espíritu, por la lectura
del presente libro, las coloca muy cerca de nosotros. Si leemos y oímos las palabras de estas profecías, es para que
guardemos las cosas que están escritas en ellas. Ellas tienen grandísimo valor, y no fueron escritas para satisfacer
nuestra mera curiosidad acerca de las cosas futuras. El leerlas, oírlas y guardarlas encierra una especial bendición.
Para nosotros que atravesamos
los "últimos días", nos importa pasar por el serio ejercicio que produce
un tal libro y ser, asimismo, consolados y firmemente asentados. Sólo el verdadero fundamento de Dios puede preservarnos de
ser conmovidos en días como éstos. En un ambiente de inseguridad, imperando por doquier en la tierra, el Apocalipsis
puede relacionar nuestra fe con la firmeza del Trono celestial y con Aquel que está sentado allí: "el que es y que
era y que ha de venir, el Todopoderoso." (Apocalipsis 1:8). Esto es lo
que infunde seguridad, para que no seamos conmovidos en medio de los temblores y sacudidas de este mundo.
Uno de los principales
propósitos de este libro profético es preservar a los santos de volverse "terrenales", haciéndonos poner todas
nuestras esperanzas y anhelos arriba en los cielos, y llevándonos allí en espíritu. Encierra muchas lecciones,
tanto para el corazón como para la conciencia. ¿Hay, acaso, algo que infunde mayor ánimo que la visión de la victoria final,
incluso en medio de la ruina y apostasía de la iglesia? Además, al proseguir la lectura del libro, se estimulan,
de modo vivido, la fe y el amor, viendo aparecer diferentes clases o familias de santos, llamadas por la divina
gracia y mantenidas para servir de testimonio a Dios en medio de condiciones espantosas.
En lo que representa,
es Juan un hombre interesantísimo. Dijo de él Jesús: "Si quiero que él quede hasta que yo venga..." (Juan 21:22); representa, pues, lo que permanece hasta el fin. La primera fase de la historia de la iglesia
queda vinculada con Jerusalén y el ministerio de Pedro; la segunda se relacionó con los resultados de los trabajos
apostólicos de Pablo y con su ministerio; y la tercera se relaciona con el ministerio de Juan. En los primeros
capítulos del libro de los Hechos es Jerusalén el centro, mas el capítulo 7 descubre lo que se llamó 'la nueva metrópolis'.
Estando Jesús a la diestra del Padre llamó otro apóstol a quien confió una misión especial y el ministerio de Pablo tuvo por
resultado la formación de iglesias (o asambleas) locales entre los gentiles. La Segunda Epístola a Timoteo y los capítulos
2 y 3 del Apocalipsis nos muestran el resultado de esa fase o época particular; vemos allí, asimismo, que las asambleas han
fallado en cuanto a su responsabilidad local.
Al final del libro, con
afecto tierno y resplandeciente, Juan, mira hacia arriba y exclama: "Amen, ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22:20 - VM); muestra también al Espíritu y a la Esposa diciendo: "¡Ven!", y cómo la santa ciudad descenderá del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de Dios. Representa estos santos
y vivos afectos que pueden ser conservados a través de todo, aunque la iglesia haya faltado y que - al final - responden plenamente
al amor de Cristo; Aquel que viene.
Me parece que nosotros
acariciamos la idea de ser hallados aquí con semejantes afectos. No nos garantizarán un lugar importante en este
mundo; en vez de ensancharnos, es probable que seamos cada vez más reducidos. Cabe la posibilidad de que tengamos que
contentarnos de un "Patmos", pero allí estaremos felices si, a semejanza de Juan, tenemos una clara visión
de todo cuanto será introducido pronto por nuestro Señor Jesucristo.
"Al que nos ama y nos
ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria
y el poder por los siglos de los siglos. Amén." (Apocalipsis 1: 5, 6 - BJ).
C.
A. C.
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1955, No. 18.-