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Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""),
se indican otras versiones, tales como:
NTPESH =
NUEVO TESTAMENTO DE LA BIBLIA PESHITTA En Español, Traducción de los Antiguos Manuscritos Arameos. Editorial: Broadman & Colman Publishing Group. Copyright:
© 2006 por Instituto Cultural Álef y Tau, A.C.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también
como Santa Biblia "Vida Abundante")
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
EL DISCÍPULO AMADO
Algunos
pasajes del Evangelio según Juan nos presentan un alma que gozaba de una manera real del amor de
Cristo, un alma «arraigada y cimentada en el amor.» (Efesios 3:17). Pedro amaba al Señor, pero sabemos cuál fue su caída y
lo que la había causado: su confianza en su propio amor. Sin duda es de desear que nuestros corazones sean más henchidos de
amor para Aquel que tanto nos amó, pero nuestro amor es demasiado inconstante para que podamos edificar sobre este
terreno. Necesitamos cimientos más sólidos. Juan - tantas veces presentado con Pedro en los evangelios - no habla de
su amor por el Señor; no dice: "Aunque todos se escandalicen
de ti, yo nunca me escandalizaré", "Señor,
dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte", "Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi
vida pondré por ti." (Mateo 26:33; Lucas 22:33;
Juan 13:37). Pero él es llamado "el discípulo
a quien amaba Jesús" (Juan 21:20). Lo que le ocupa, no es su amor hacia su Maestro, es el amor con el cual Él le ama. ¡Le basta saber que es amado
por Jesús!
Gozar del amor del Señor produce resultados prácticos en los
cuales es útil fijar nuestra atención. Primero, el yo es puesto de lado; Juan no está ocupado de sí mismo, no piensa más que en Aquél que le ama. Si se ve obligado,
conducido por el Espíritu, a hablar de sí mismo, se olvida de sí hasta ni siquiera dar su nombre; todas las cosas las
hace converger en Jesús, él no es otra cosa que el objeto de Su amor. En el evangelio que ha escrito, divinamente inspirado,
ni una sola vez cita su nombre; cada vez que ha de hablar de sí mismo, es siempre "el discípulo a quien amaba Jesús." Algunos han llegado hasta dudar de que éste evangelio haya sido escrito por él: es un pensamiento erróneo,
pero esto muestra hasta qué punto Juan se olvida de sí mismo, ¡se halla tan ocupado del amor del Señor! Todos experimentamos cuán difícil es desprendernos del yo egoísta alrededor del cual gravita
generalmente toda nuestra existencia. "El discípulo a quien amaba Jesús" nos da el secreto para ello.
En la primera parte del capítulo 13 del evangelio según Juan, vemos
al Señor ejerciendo el oficio que aún hoy sigue siendo el Suyo. Quiere otorgarnos una parte con Él, y para eso nos purifica
de toda inmundicia. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin." (Juan 13:1 -
VM). Esta parte con Él, es el conocimiento de Su amor introduciéndonos en el gozo de su comunión.
Pero, ¿es que dejamos siempre al Señor lavar nuestros pies? ¡Cuán lamentable! ¡muchas veces la Palabra ejerce tan poca acción
en nuestras conciencias!
La segunda parte del capítulo nos ocupa del reposo que dimana de
la acción purificadora de la Palabra. ¿Por qué gozamos tan poco de este reposo? Precisamente porque nuestros pies
no siempre están lavados. Cuando no hay la acción purificadora del agua - es decir, la Palabra - no se conoce el reposo. Juan
no había opuesto ninguna resistencia a la obra que el Señor quería realizar, porque estaba "recostado al lado de
Jesús", gozando de Su amor. En él hay un sitio para cada uno de los redimidos, tal como lo expresamos a veces en
un himno: «En el cielo Señor, Tú nos has preparado un lugar, junto a Ti... » Permanecer recostado sobre el pecho de Jesús,
es estar tan cerca de Él que Su amor inunde nuestros corazones. Pero primero es necesario que todo esté en regla entre Él
y nosotros.
El Señor dijo a sus discípulos: "uno de vosotros me va a entregar." (Juan
13:21). Solemne palabra que les preocupa a todos. Un peso abrumador que cae sobre el corazón de
cada uno. ¿Es posible que uno de los que le habían seguido, uno de los que poseían la vida eterna entregara a su Maestro?
¡Qué propicia era esta palabra del Señor para sondear sus corazones y sus conciencias!, y ¡qué apresuramiento tienen ellos de ver quitado este peso que les oprime y angustia a todos! Sólo el Señor puede
decir quién es el que le ha de entregar. Pero, ¿quién puede preguntárselo? ¿Será Pedro? No, Pedro en sí mismo no ha comprendido
muy bien que uno solo se halla en estado de recibir las comunicaciones del Señor, es "el discípulo a quien amaba Jesús." Es
a él a quien se dirige: le hace señas para que pregunte "quién era aquel de quien hablaba." ¡Y Juan se recuesta cerca del
pecho de Jesús! Está en el lugar bendito en el cual se recibe la comunicación de Sus pensamientos. Es siempre verdad
que "El secreto de Jehovah es para los que le temen." (Salmo 25:14 - RVA).
Por este motivo, podemos notar que Juan recibió más tarde las revelaciones consignadas en el libro
del Apocalipsis. Es, proféticamente, testigo de la venida del Señor (Juan 21:22) y el libro del Apocalipsis nos presenta
Su venida en gracia como también en juicio. ¡Maravillosa revelación dada al "discípulo a quien amaba Jesús"! ¡En cuántas circunstancias
de nuestras vidas individuales, de nuestras vidas de familia, o en la vida de la asamblea quisiéramos conocer el pensamiento
del Señor! Permanecemos preocupados, no sabiendo qué hacer, careciendo de discernimiento espiritual. ¿Por qué? Porque
no estamos en el lugar que ocupaba "el discípulo a quien amaba Jesús." Sólo el goce de Su amor nos conducirá al conocimiento
de Su pensamiento.
En el capítulo 19 de este mismo evangelio, contemplamos a
nuestro adorable Salvador crucificado. Todos están contra Él: los ancianos, los príncipes de los sacerdotes, los jefes
del pueblo, cuantos pasaban por allí. Algunos, no obstante, estaban "junto a la cruz de Jesús". ¡Cuán sensible a ello
fue el Señor! Los nombres de los que allí estaban han sido inscritos en el Santo Libro. Hoy todavía, en este mundo, todos
están contra Él, sigue siendo "despreciado y desechado entre los hombres." (Isaías 53:3). ¡Qué gozo para Su corazón cuando
algunos toman parte con Él en Su posición de rechazamiento! ¿Pensamos bastante en ello, y somos dichosos en asociarnos
a Él para proporcionarle tal gozo? La primera que es nombrada entre las personas que estaban cerca de su cruz es
"su madre". ¡Qué dolor para el corazón de esta madre! Había llegado el momento en que se realizaba la profecía
del anciano Simeón: "Una espada traspasará tu misma alma." (Lucas 2:35). Sólo el Señor podía comprender tal dolor,
sólo Él podía simpatizar con tal sufrimiento. ¡Aún más! si Él comprende la angustia de un corazón de madre, ¿qué dirá
tratándose de "su madre"? Ha terminado el tiempo del servicio, durante el cual estaba obligado a hablar así: "Mujer ¿qué tengo
yo que ver contigo?" (Juan 2:4 - VM). Ahora puede dar libre curso a los afectos de Su corazón. Es muy de notar el ver
que en el evangelio que pone de relieve la divinidad de Su persona, tenemos la expresión de Sus sentimientos humanos,
cuando pasa por los dolores de la cruz. En medio de sufrimientos indecibles, piensa en Su madre. ¡Qué modelo tan perfecto!...
Nosotros, los que todavía tenemos una madre a quien amar, no olvidemos nunca lo que hubo en el corazón del Señor
para con "su madre" en el momento supremo.
"Cuando
vio Jesús a su madre..." Ella es lo que tiene de más querido aquí
abajo, sin duda - y comprende su dolor. No quiere dejarla sola en medio de este mundo. ¿A quién confiarla? ¿Quién podría cuidarla
como "el discípulo a quien amaba Jesús"? Un objeto común unirá a María y a Juan: la persona de Jesús.
Al que goza de su amor, al que está "arraigado y cimentado en
el amor", es a quien el Señor confiará lo que le es más precioso en la tierra. Hoy día, ¿no es Su Asamblea? Para
servir a los santos, para servir a la Asamblea, hay que conocer el amor de Aquél que "amó a la iglesia, y se entregó
a sí mismo por ella" (Efesios 5:25). Según la medida en que gozaremos de este amor, podrá Él concedernos el privilegio
de servir, de ocuparnos de esta Asamblea a la que Él sustenta y regala.
La escena que podemos considerar en el primer párrafo del
capítulo 21 del evangelio según Juan nos permite descubrir una cuarta enseñanza. Siete discípulos salieron a pescar, ilustración
de un servicio cumplido sin ninguna dirección del Maestro, según el pensamiento del corazón natural. Tal servicio es sin fruto
alguno. El Señor quiere hacernos ver palpablemente la vanidad de nuestros propios esfuerzos: "Hijitos, ¿tenéis algo de comer?" Él sabía que ellos no tenían nada, pero esta pregunta es para llevarnos - como a los discípulos
en otro tiempo - a confesar nuestra incapacidad: "Le respondieron:
No." Cuando esta
lección ha sido aprendida, el Señor Su poder, ¡y con qué amor lo hace! Los discípulos echan la red allí donde ordenó
el Maestro, y "no la podían sacar, por la gran cantidad de peces." ¿Quién era Aquél que había obrado
así? Nadie lo sabía, antes de que obrara: "los discípulos no se daban
cuenta de que era Jesús." (Juan 21:4 - NTPESH).
Pero, después de Su intervención, ¿quién le reconocerá? ¿No había de ser Pedro? Ya le había visto
de semejante manera en la escena del lago de Genesaret (Lucas 5: 1-11). Pero para reconocer al Señor, no se debe recurrir
ni a la energía, ni a la memoria, es la comunión con Él lo que es necesario. Por esto, únicamente "aquel discípulo a quien
Jesús amaba" es el que puede exclamar: "¡Es el Señor!" (Juan 21:7).
Había gozado de tal manera de Su amor que cuando discierne las manifestaciones en poder, tiene forzosamente que decir: «¡sólo
Él puede obrar así!»
El conocimiento de Su Persona, el disfrute de Su amor nos conducirán
a reconocer Su mano, potente y misericordiosa, en las circunstancias que tenemos que atravesar. Podemos decir con reconocimiento
y adoración: le conozco, sólo Él puede obrar así. En Sus hechos Le discerniremos.
Finalmente, la última parte del capítulo 21 nos dará una quinta enseñanza. Pedro es restaurado, el Señor le ha llevado a juzgar lo que le había conducido
a tan dolorosa caída y ahora puede decirle: "Sígueme." Entonces, volviéndose, ve que les seguía "el discípulo a
quien amaba Jesús." Juan no necesitó ser impulsado a seguir al Señor, después de una restauración consecutiva de su caída.
La confianza que podríamos tener en nuestro amor hacia el Señor nos llevará a las tristes experiencias de Pedro, mientras
que el goce del amor del Señor nos preservará de toda caída. No fue necesaria ninguna llamada del Señor para
que Juan le siguiera. La persona de Jesús tenía para él tal atractivo que no necesitaba ninguna orden ni ningún aliento.
Es Su amor que atrae al corazón. Así podremos seguirle sin ningún esfuerzo, sin ningún constreñimiento.
Pero, ¿cómo realizar lo que tan perfectamente realizaba "el discípulo
a quien amaba Jesús"? Sentimos en nosotros nuestra inmensa flaqueza y clamamos a Aquél en el cual reside la fuerza
para ayudarnos. Pero, ¿lo hacemos con bastante fe? Pedimos, pero sin confiar mucho que podremos gozar bastante del amor
del Señor para manifestar prácticamente lo que hemos podido considerar en estos diferentes pasajes. Pedimos muchas
veces sin gran convicción, más o menos resignados a que no haya ninguna transformación en nuestra vida cristiana. ¿Por qué
sucede esto? Nuestra flaqueza es grande, es verdad. Pero nos dirigimos a "aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos." (Efesios 3:20 - RVA). Y, añade el
apóstol, "según el poder que actúa en nosotros." (Efesios 3:30 - RVA). No se trata de liberaciones exteriores
que Él puede obrar en nuestro favor - algo que hace a menudo - sino de una obra interior. Es el poder que actúa
"en nosotros". Él quiere pues obrar en nuestro corazón y realizar
a este respecto "mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos." ¡Contemos con Él para este trabajo
que nos llevará a gozar profundamente en nuestras almas de Su amor insondable e inconmensurable!
¡Qué resultados serán manifestados entonces en nuestra vida
individual, como también "con todos los santos", estando todos sustentados
y ocupados de su amor! El nombre del Señor será glorificado en cada uno de los Suyos y en la Asamblea. "A él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los
siglos. Amén." (Efesios 3:21).
Paul
Fuzier
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 21.-
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