Revista VIDA CRISTIANA (1953-1960)


Revista VIDA CRISTIANA (1953-1960)

NOTAS SOBRE LA REGENERACIÓN (C. H. Mackintosh)

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

NOTAS SOBRE LA REGENERACIÓN

 

 

"Respondió Jesús y le dijo: . . . el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios."

(Juan 3:3)

 

 

         Pocos asuntos han suscitado mayor dificultad y perplejidad que el de la regeneración, o sea, el nuevo nacimiento. Muchísimos creyentes, objetos del nuevo nacimiento, ignoran su significado y más aún: que esto se ha operado en ellos mismos. Muchos, si fuesen a expresar sus pensamientos, dirían: - «¡Oh, si yo supiese con certeza que he pasado de muerte a vida!... ¡si solamente supiese que he nacido de nuevo! ¡que feliz sería!» Y así permanecen en la duda día tras día, año tras año. A veces creen, llenos de esperanza, que el cambio se ha realizado en ellos; pero pronto abandonan tal pensamiento creyéndolo ilusorio.

 

         ¡Lo que sucede es que juzgan el asunto por sus propios sentimientos y experiencia, en vez de hacerlo a través de la enseñanza de la Palabra de Dios! En muchos, el error prevalece al colocar el efecto antes que la causa; vale decir, por predicar la regeneración y sus frutos y no a Cristo.

 

         Consideraremos, pues:

 

1.- ¿Qué es la regeneración?

2.- ¿Cómo se produce? y

3.- ¿Cuáles son sus resultados?

 

 

1.- ¿Qué es la regeneración?

 

 

         Muchos se figuran que es un cambio radical, operado por el Espíritu Santo, hasta que la vieja naturaleza quede exterminada, lo que involucra dos errores:

 

(a) En cuanto a la verdadera condición de la vieja naturaleza y

(b) respecto de la personalidad del Espíritu Santo.

 

En otras palabras, figurarse eso es negar la irremediablemente arruinada naturaleza humana y representar al Espíritu Santo más como una influencia que como una Persona.

 

         Veamos lo que dice la Palabra de Dios con referencia a la naturaleza del hombre: "Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal." (Génesis 6:5). Las palabras "todo", "de continuo" y "solamente" excluyen toda idea de mejoramiento. (Véase también Salmo 14: 2, 3; Isaías 1: 5, 6; Isaías 40:6). "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y desesperadamente malo." (Literalmente, "incurable, desahuciado" Jeremías 17:9 - VM). Tomemos también algunos textos del Nuevo Testamento: "Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, . . . pues él sabía lo que había en el hombre." (Juan 2: 24, 25). "Lo que es nacido de la carne, carne es." (Juan 3:6). Léase también Romanos 3: 9-19; Romanos  8:7; Efesios 2:12. Podríamos multiplicar las citas, pero no es necesario. Las mencionadas prueban que la naturaleza humana es 'corrompida', cual "podrida llaga", "inútil" y "sin esperanza". ¿Cómo, entonces, podría reformarse y menos aún transformarse? (Jeremías 13:23).

 

         Pero el método divino no consiste en reformar una cosa arruinada, sino en crear algo enteramente nuevo. La finalidad del Evangelio no es la de mejorar al hombre, como si le pusieran un remiendo en su vestido viejo y gastado, sino de proveerle de uno nuevo. La ley y los mandamientos (que el hombre no cumplió) no surtieron efecto alguno. El Evangelio, por el contrario, nos muestra a Cristo magnificando la ley y haciéndola honorable; nos revela a Cristo muriendo en la cruz y clavando allí las ordenanzas que nos eran contrarias; presenta a Cristo levantado de la tumba y ocupando su asiento - como el conquistador - a la diestra de la Majestad en las alturas y finalmente declara que todos los que creen en Su nombre son participantes de Su propia vida y son "uno" con el Señor resucitado. (Léanse cuidadosamente los siguientes pasajes: Juan 20:31; Hechos 13:39; Romanos 6: 4-11; Efesios 2: 1-6; Efesios 3: 14-19; Colosenses 2: 10-15).

 

         Es de suma importancia conocer claramente el asunto, porque si creemos que se operará un cambio paulatino en la vieja naturaleza, permaneceremos con ansiedad, duda y temores, hasta comprobar - desilusionados - que la carne es siempre la carne (Juan 3:6). Por las Escrituras entendemos que Dios considera a la carne como muerta y se nos insta a hacerla morir (Colosenses 3:5), subyugarla y negarla en todos sus deseos y obras. Vemos el fin de la vieja naturaleza en la cruz de Cristo: "Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos." (Gálatas 5:24).

 

         No dice aquí que los que son de Cristo tratan de mejorar y reformar su carne, sino que la "la han crucificado". ¿Y cómo pueden realizarlo? Por el poder del Espíritu Santo; no en la vieja naturaleza sino en la nueva, capacitándolos para relegar al viejo hombre donde la cruz lo ha colocado: en el lugar de la muerte.

 

         Dios no esperaba nada de la carne, y nosotros debemos hacer lo mismo. Su afirmación concluyente es: "consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios…" (Romanos 6:11). Inmenso alivio para el corazón que ha tratado en vano de mejorar su naturaleza y buscando el fundamento de la paz sobre una reforma gradual y que comprueba que, como siempre, sigue odiando la santidad, pero amando el pecado. ¡Porque su ansiedad y duda se convierten en paz y gozo al saber que Dios no espera que aquella mejore, pues la considera muerta, pero a él lo considera vivo en Cristo!

 

         La regeneración es, pues, un nuevo nacimiento, es la dación - o comunicación - de una nueva vida; la implantación de una nueva naturaleza; la formación de un nuevo hombre. La vieja naturaleza permanece con todas sus características, pero la nueva es introducida también con todas sus cualidades y tendencias, mas éstas son espirituales, divinas, del cielo. Como el agua busca siempre su propio nivel, así sus aspiraciones apuntan siempre al cielo, de donde ha emanado. La regeneración es para el alma lo que el nacimiento de Isaac fue para la casa de Abraham (Génesis 21). Ismael siguió siendo Ismael, pero Isaac fue introducido; del mismo modo, la vieja naturaleza sigue siendo la misma, pero la nueva es introducida en la vida del creyente: "lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." (Juan 3:6). Así como el niño participa de la naturaleza de sus padres, el creyente es hecho "participante de la naturaleza divina" (2 Pedro 1:4). "De su propia voluntad él nos engendró." (Santiago 1:18 - VM).

 

         Finalmente, la regeneración es solamente obra de Dios, desde el principio hasta el fin. Él es quien obra, el hombre es el feliz y privilegiado objeto. No se busca su colaboración en una obra que tendrá que llevar siempre el sello de una sola mano todopoderosa. Dios actuó solo en la creación, solo en la redención y de igual manera solo en la gloriosa obra de la regeneración.

 

 

2.- ¿Cómo se produce el nuevo nacimiento?

 

 

         "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?" (Juan 3:4). Seguramente que no. No tendría mayor valor un segundo nacimiento natural que el primero. Ni aunque naciese diez mil veces, pues, "lo que es nacido de la carne, carne es." (Juan 3:6). Y es imposible convertir la carne en espíritu. Si esta verdad fuese más conocida, centenares cesarían en sus inútiles esfuerzos y obras religiosas, que no son más que amontonar 'trapos de inmundicia.' (Isa. 64:6).

 

         Pero lo que interesa es la respuesta al '¿cómo?' del hombre: "el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,[a] espíritu es. . . El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu." (Véase Juan 3: 5, 6 y 8; 1 Corintios 2:14).

 

         La expresión "naciere de agua" ha suscitado en todo tiempo discusión y controversia; pero hasta el indocto creyente recibe gracia especial para entender el volumen inspirado, comparando Escritura con Escritura. En Juan 1: 12, 13, leemos: " Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios." Se deduce en este pasaje que un creyente en Cristo es alguien que ha 'nacido de nuevo', que es 'nacido de Dios'. Todos los que por el poder de Dios el Espíritu Santo, creen en Dios el Hijo, son nacidos de Dios el Padre. La obra completa de la regeneración es divina; por lo tanto, en vez de preguntar al igual que Nicodemo: - «¿Cómo puedo yo nacer otra vez?"», yo debo, sencillamente arrojarme en los brazos de Jesús y así habré nacido de nuevo. (Véase Juan 5:24; Juan 6:47; Juan 20:31).

 

         Hay poder vivificante en el Cristo que revela la Palabra de Dios, y en la Palabra que revela a Cristo. "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán." Y para disipar toda duda en cuanto a que los muertos puedan oír, añade: - "No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz." (Juan 5: 25 y 28).

 

         Pero algún amado lector preguntará: - «¿Qué relación tiene todo esto con la palabra "agua"?» Y responderemos: «Tanta como para demostrar que el nuevo nacimiento se produce, como la nueva vida se comunica, por  la voz de Cristo, la cual es realmente la Palabra de Dios (Santiago 1:18; 1 Pedro 1:23). Santiago declara que somos engendrados "por la Palabra de verdad" y Pedro manifiesta que somos "renacidos…por la Palabra de Dios". Es obvio, pues, que el Señor, al hablar de nacer 'de agua' representa, bajo esta figura, la Palabra de Dios; figura o símbolo que 'un maestro de Israel' podía haber entendido con sólo estudiar Ezequiel 36: 25-27. Hay un hermoso pasaje en la Epístola a los Efesios (5: 25-26), donde dice que "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra." (Véase también, Tito 3: 5-7).

 

         Esta verdad se confirma en la respuesta que da el Señor al "¿cómo puede esto hacerse?" (Juan 3:9) de Nicodemo. Le presenta como ejemplo la serpiente de metal; los israelitas mordidos eran sanados con una sencilla mirada a la serpiente alzada; el pecador perdido, al mirar por fe a Jesús (primero sobre la cruz y luego sobre el trono) halla la vida. Muchos tropiezan en esto porque están preocupados en el 'proceso de la regeneración' en vez de someterse a la Palabra regeneradora. Y no puede ser de otra manera, pues existe una inseparable conexión entre el objeto que miramos y el efecto que tal mirada produce. No se ordena a los israelitas mirar a su herida, sino a la serpiente. Del mismo modo, el pecador no debe mirarse a sí mismo sino al Señor, "Mirad a mí y sed salvos." (Isaías 45:22).

 

 

3.- ¿Cuáles son sus resultados?

 

 

         Como tercer y último punto, consideraremos los 'resultados de la regeneración', punto - sobra decirlo - de sumo interés. ¿Quién podrá jamás apreciar debidamente la preciosa relación entre Dios como Padre y el privilegiado creyente como hijo, como resultado del nuevo nacimiento? (1 Juan 3: 1-3; Romanos 8: 14-17). Es de suma importancia conocer la distinción entre "vida" y "paz".

 

         La primera es el resultado de nuestra unión con la Persona de Cristo; la última es el resultado de Su obra (Romanos 5:1; Colosenses 1:20). Es posible desconocer el alcance de la aceptación del Evangelio, así como el hijo de un noble puede ignorar las ventajas de su parentesco. Pero esto no modifica en nada el hecho. Pues al instante de creer en Cristo uno es hecho 'hijo de Dios', y por ende 'heredero de Dios'. (Véase: 1 Juan 3:1; 1 Pedro 1:23; 2 Pedro 1:4; Romanos 8:17; Gálatas 4:7). La verdad en cuanto a Cristo es la simiente de la vida eterna; por tanto, al que acepta dicha verdad por la fe le es impartida la vida.

 

         Noten que esto es cuanto afirma la Palabra de Dios, se trata pues de un testimonio divino, y no de humanos sentimientos. No recibimos la vida por 'sentir' algo en nosotros, sino creyendo en Cristo. Y para esto tenemos la autoridad de la Palabra eterna de Dios: - Las 'Santas Escrituras'. Conviene entender bien eso. Muchos esperan ver en ellos mismos las evidencias o pruebas de la vida nueva, en vez de mirar hacia fuera, al Objeto que imparte dicha vida. Si bien es verdad que quien cree en el Hijo de Dios "tiene el testimonio en sí mismo" (1 Juan 5:10), es también cierto que si tomo tal testimonio como 'objeto' o centro de mi vida espiritual, viviré sumido en dudas e incertidumbre. Por el contrario, si Cristo llena mi visión, el testimonio en mí estará revestido de toda Su divina integridad y poder, y mi conciencia hallará reposo.

 

         Ilustremos esta verdad. Si colocamos un gran peso sobre el cadáver de un hombre, éste no lo sentirá; por más que se aumente, quedará inconsciente ¡porque no tiene vida! Pero supongamos que la recuperase; ¿qué sucedería? Experimentaría una terrible sensación por el enorme peso. Ahora bien, ¿qué necesitaría para disfrutar de la vida que ha recibido? Está claro: quitar de encima de él toda la carga. De la misma manera, el pecador que ha recibido la vida, recibe asimismo una espiritual sensibilidad por medio de la cual siente cualquier carga que presione su conciencia y corazón, pero si ignora el alcance de la fe en el unigénito Hijo de Dios, no sabrá como librarse de ella. Pero una simple mirada al sacrificio terminado de Cristo bastará para que vea que ahora goza del favor de Dios, porque todos sus pecados fueron sepultados para siempre en las aguas del eterno olvido. Y nada turbará el profundo reposo resultante.

 

         Considerando a Dios como mi Juez y ocupando yo el lugar del pecador perdido, necesito "la preciosa sangre de Cristo"; pues así Dios puede ser "justo, y justificador de aquel que tiene fe en Jesús." (Romanos 3:26 - VM). Todo ha sido cumplido entre Dios y Cristo, y mi Juez se ha declarado satisfecho por la resurrección de mi Substituto, sentándole a la diestra de su majestad en las alturas; y veo, con gozo inefable, que Dios, en su eterno consejo, me buscó con amor y me introdujo en Su familia cual hijo adoptivo, engendrándome por la Palabra de verdad y rodeándome de todos los privilegios del divino círculo familiar. Y cual el vacilante bebé, aunque incapaz de promover el interés de su padre, es objeto de solicitud, y cuidado, y éste no le cambiaría por diez mil mundos, el corazón de mi Padre está lleno de tierno amor, no porque en mí haya algo de bueno, sino porque soy Su hijo.

 

         Pero pensar, como algunos piensan, que necesitamos cierto poder 'para creer', y que para creer tenemos que ser 'elegidos', está tan lejos de la verdad, como que lleva la forma de un absurdo y peligroso fatalismo que destruye la responsabilidad del hombre y arroja deshonor sobre la administración moral de Dios. Pero solamente en la tierra se arguye de esta manera. Cuando el alma no arrepentida desemboque del estrecho acueducto del tiempo en el vasto mar de la eternidad, comprenderá la solemnidad de aquellas palabras: «Yo quise... pero vosotros no quisisteis». Y nadie se atreverá desde allí a culpar a Dios de su eterna ruina. En verdad, en las Escrituras se enseña tanto de la responsabilidad del hombre como de la soberanía de Dios.

 

         Pero otro aspecto de los resultados de la regeneración, lo constituye la disciplina; y esto porque somos hijos de Dios. Si yo veo a un niño ajeno cometer una mala acción, no me incumbe castigarlo. Para hacerlo, debería estar unido a él por los vínculos paternales y conocer los afectos y responsabilidad que entraña tal parentesco. Igualmente nuestro Padre, en Su abundante gracia y fidelidad, no toleraría nada en nosotros que fuese indigno de Él, que afectara nuestra paz e impidiese bendiciones (Hebreos 12: 9-10). Todo en nuestro Padre es perfecto amor; si nos alimenta con pan, lo hace con amor y si deja caer Su vara sobre nosotros, también lo hace con amor, porque "Dios es amor"; aunque a veces la niebla que rodea nuestros espíritus es tan densa que impide ver con claridad Su actitud hacia nosotros. Mientras tanto, Satanás desarrollará una actividad febril para arrojar sus dardos de dudas y sugestiones diabólicas de las cuales tiene la aljaba llena.

 

         El principal propósito de nuestro Padre es colocarnos en condiciones de participar de la santidad divina; perder esto de vista sería caer en un espíritu de esclavitud con respecto de nosotros mismos y de juicio para con nuestros hermanos; y puede ocurrir que juzguemos erróneamente a nuestros hermanos cuando se hallen visitados en manera especial por la mano de Dios, en mente, cuerpo o circunstancias. Es un principio enteramente falso creer que la prueba « debe siempre a una causa pecaminosa. Las experiencias a que Dios nos somete pueden ser tanto 'preventivas' como 'correctivas'.

 

         Citaré un ejemplo: Mi niño está en la habitación en dulce intimidad conmigo, cuando llega una persona que quizás diga algunas cosas que no deseo oiga mi hijo, a quien, sin más explicaciones, ordeno salir de la habitación. Bien; si él no confiase en mí, podría interpretar mal mi actitud y poner en duda mi amor; pero apenas el visitante ha salido, llamo a mi hijo y le explico detalladamente el asunto; de tal manera que él entra en una renovada experiencia del amor de su padre, olvidándose en seguida del mal rato que ha pasado. Pues bien, así sucede frecuentemente con nuestros pobres corazones. Razonemos cuando deberíamos confiarnos, reposarnos; dudamos en vez de depender; la confianza en el inmutable amor de nuestro Padre es el mejor correctivo.

 

         ¡Eterno e infinito amor, que nos ha levantado de nuestro miserable estado a la categoría de "hijos de Dios"! ¡Oh, que vivamos continuamente en la atmósfera de tal amor, hasta que entremos en la eterna e inquebrantable comunión de la casa de nuestro Padre!

 

         ¡Dios nos ayude, por Su Espíritu Santo, a comprender, más y más el significado y poder de la regeneración, y a compenetrarnos de esto, para que, sabiendo qué es y cómo se produce, sus resultados se traduzcan, se manifiesten en nuestras vidas!

 

Adaptado de C. H. Mackintosh

 

Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 23.-

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