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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas
dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
BJ = Biblia de Jerusalén
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada
en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también como Santa Biblia "Vida Abundante")
VM = Versión Moderna, traducción de 1893
de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
PRIMAVERA DE LA IGLESIA
El asunto que deseo presentar al cristiano lector es
de lo más interesante. Todo lo que pasa a nuestro alrededor nos anuncia que nos hallamos en los
últimos
días y en los tiempos peligrosos que señalaron los apóstoles (1 Timoteo 4:1; 2 Timoteo 3:1;
1 Juan
2:18; 2 Pedro 3:3). No hablo aquí de las dificultades políticas y sociales, esto pertenece al mundo; hablo
de lo que toca a "la fe que una vez fué entregada a los santos" (Judas 3 - VM), e importa al cristiano
saber cuál es, respecto a las cosas de la fe, la senda dé Dios en los tiempos difíciles, a fin de andar por ella con la debida
obediencia. Es evidente que tan sólo puede conocerse esa senda - la expresión de la voluntad de Dios
- por
la lectura y meditación de Su Palabra; en la Sagrada Escritura, divinamente inspirada. Supongo, pues, que
el amado lector está plenamente convencido de que las Escrituras contienen toda la Palabra de Dios, nada
más que Su Palabra, y que de este modo es para el lector la autoridad suprema, la única norma a la cual
todo cristiano está en el deber de someterse.
Todo lector atento de las Escrituras no puede menos que
estar impresionado por el contraste que existe entre la Iglesia, tal cual nos la presenta el Nuevo Testamento,
y el estado de la Cristiandad en la actualidad. Es la primera cosa sobre la cual me detendré y que es necesario hacer resaltar.
Durante su tránsito en la tierra, nuestro Señor Jesucristo había reunido a Su alrededor un remanente sacado del pueblo de Israel. Estos eran Sus
discípulos, los que habían creído en El y habían respondido a Su llamamiento. De ellos dijo, tras haber sido rechazado
por los líderes o principales de los Judíos: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis
hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre."
(Mateo 12: 48-50). Jesús no reconocía en Israel a nadie más que a los que - adhiriéndose a su Persona
- hacían
la voluntad de Dios. En todo tiempo, lo que caracteriza a los que agradan a Dios, y forman un remanente en medio del mal, es la obediencia.
Siguiendo más adelante en el relato evangélico, después
de la confesión de Pedro: - "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mateo 16:16), oímos al Señor anunciar,
a Sus discípulos este gran hecho: "Sobre esta roca - [sobre la verdad capital que encierra esta confesión] - edificaré
mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (Mateo, 16:18). La iglesia debía reemplazar a Israel;
era aún una cosa venidera que Cristo debía edificar; una cosa propia de El - "mi iglesia
o asamblea" - y
la que una vez establecida estaba protegida, asegurada contra todos los esfuerzos del enemigo por el poder viviente del
Hijo de Dios. Tal es la primera mención hecha de la Iglesia en la Biblia.
Mientras Cristo estuvo en esta tierra, "en los días
de su carne", no existía pues la Iglesia. Las piedras vivas que debían integrarla se hallaban allí en la persona de Pedro
y de otros discípulos, mas Cristo no había aún consumado la redención ni había mostrado, por Su
resurrección, Su poder de vida que triunfa de la muerte y de aquel que tenía el poder de la muerte (Hebreos 2:14).
Pues es sobre Cristo, "declarado ser Hijo de Dios, con poder, según el espíritu de santidad,
por su resurrección de entre los muertos" (Romanos 1:4 - VM), que la Iglesia había de ser fundada. Además, otro acontecimiento debía
verificarse todavía. El Espíritu Santo había sido prometido, mas no podía venir antes de que Jesús hubiese sido
glorificado (Juan 15:26; Juan 7:39). El Espíritu Santo era el poder que debía reunir las piedras vivas y compaginarlas
sobre la roca, a fin de que se levantase el edificio.
En cumplimiento de la promesa del Señor, el día de
Pentecostés, el Espíritu Santo vino sobre los que estaban reunidos en Jerusalén (Hechos 2: 1-4), y desde aquel momento la Asamblea, la Iglesia,
empezó a existir. En lugar del Templo, Dios tuvo sobre la tierra una "morada…por el Espíritu" (Efesios 2:22), en medio de aquellos sobre quienes fue derramado el Espíritu
Santo, y desde entonces, jamás ha tenido otra.
La Asamblea, de la cual el Señor había dicho que la
edificaría, había nacido; la componían los que habían creído en el Señor Jesucristo y habían sido bautizados por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). Tan pronto se verificó este importante hecho, los que el
Señor había llamado, los apóstoles, Pedro en primer lugar [1], empiezan a predicar las Buenas Nuevas de Salvación
(Hechos 2:14). Muchos creen en la Palabra de Dios, son salvados, bautizados y son añadidos - ¿a dónde? - a la Asamblea (Hechos 2:47).
[1]
Esto no quiere decir que admitamos la pretendida primacía de Pedro. Pero aquí le vemos obrar según lo que el Señor le ha confiado
(Mateo 16:19); con una llave (la predicación del Evangelio) abre simbólicamente a los Judíos el reino de los cielos, como más tarde - con otra - lo
abrirá a los Gentiles (Hechos 10).
Hasta entonces la Iglesia no había franqueado los límites
de Jerusalén; pero muy pronto va a extenderse la obra. De los Judíos pasa a los Samaritanos, luego a los gentiles
(Hechos, capítulos 8 al 10), y por doquier donde almas son convertidas al Señor, ellas se congregan y forman - en
los diversos lugares - asambleas o iglesias locales, las cuales en el Nuevo Testamento no reciben otro nombre,
otra denominación que la de "iglesias de Dios", o "iglesias de Cristo",
o "iglesias de Dios en Cristo", con la indicación de la ciudad o comarca en que éstas radicaban. Así se mencionan las iglesias de Judea, de Galilea y de Samaria (Hechos 9:31); la iglesia de Antioquía, de Siria y de Cilicia, de Galacia y de Asia
(Hechos 13:1; Hechos 15:41; Gálatas 1:2; 1 Corintios 16:19), la iglesia de Dios que está
en Corinto,
la de los Tesalonicenses en Dios Padre, las iglesias de Cristo (1
Corintios 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; Romanos 16:16) y los que componen estas asambleas son llamados "los santos", "los fieles",
"los discípulos", "los hermanos" (Hechos 26:10; Efesios 1:1; Hechos 9:1; Hechos 20:7;
Hechos 11:12. - Sería
demasiado largo citar todos los pasajes que contienen estas expresiones).
Pero aunque hubiese iglesias locales en
diferentes lugares; sobresale una gran verdad, un hecho notable, del conjunto de los escritos del Nuevo Testamento,
y es que todas estas iglesias formaban sobre la tierra un solo cuerpo - la Asamblea o Iglesia de Dios - de la cual cada asamblea local era la expresión en
el lugar donde se encontraba.
De este modo dice el Señor: "edificaré mi iglesia". Es pues una. El apóstol Pablo habla a los ancianos de la iglesia en Éfeso
de la
Asamblea o Iglesia de Dios "la cual él ganó por su propia sangre" (Hechos 20:28), o mejor dicho:
"por la sangre de su propio (Hijo)", como verdaderamente ha de traducirse ("que él se adquirió
con la sangre de su propio hijo." Hechos 20:28 - BJ). A Timoteo, le dice: "La casa de Dios que es la Iglesia [o la Asamblea] del Dios viviente" (1 Timoteo 3:15); aun aquí vemos que es una sola. "Porque por
un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio
a beber de un mismo Espíritu." (1 Corintios 12:13). Sigue escribiendo el apóstol a los Corintios. "Hay un solo
cuerpo y un solo Espíritu" (Efesios 4:4 - RVA), y este cuerpo es la
Asamblea, porque Pablo aún añade: "[Dios] le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con
respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo" (Efesios 1: 22, 23 - VM), "Él es la cabeza (o jefe) del cuerpo." (Colosenses
1:18).
Todos estos pasajes demuestran la unidad de la Iglesia,
y, observad que se trata en todos ellos de la Iglesia sobre la tierra, de su manifestación aquí como un solo
cuerpo, y que, en cualquier lugar que fuera donde se reunían cristianos, eran allí todos juntos la expresión de
la Iglesia universal de Dios, o de Cristo, sin que ningún otro nombre les distinguiese, a no ser - tal
vez - los sobrenombres y 'sambenitos' que les aplicarían sus adversarios, tales
como los de "nazarenos", de "Secta…que en todas partes se habla
contra ella",
de "camino que ellos llaman herejía", etc. (Hechos 24:5; Hechos 28:22; Hechos 24:14).
Había, pues, aunque en diferentes lugares, una sola
asamblea cristiana, la Asamblea de Dios, claramente distinguida, como cuerpo, de todo cuanto la rodeaba, bien sea judíos
o gentiles, como lo prueba el siguiente pasaje: "No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni
a la iglesia de Dios." (1 Corintios 10:32).
Queda pues patente que, cuando un alma había sido convertida
al Señor, no tenía que buscar cuál era la congregación a la cual debía unirse. No existía más que una asamblea de Dios
en cada lugar, y el alma que había creído, por esta misma razón formaba parte de aquella asamblea,
y era a ella incorporada, viniendo así, al mismo tiempo, a integrar el cuerpo de la Iglesia de Dios en todo lugar [2].
La Iglesia era distinta del mundo y era una, conforme al deseo expresado por el Salvador en Su oración: "para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que
el mundo crea que tú me enviaste." (Véase Juan 17: 14, 20, 21). Se entraba allí, no por adherirse a un credo cualquiera, no después
de una más o menos larga instrucción, sino por la conversión, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación
del Espíritu Santo" (Léase Hechos 16: 31-34; Hechos 2: 38, 41; Tito 3:5 - VM
"no a causa de obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino conforme a su misericordia él nos salvó, por medio del lavamiento
de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo", etc.).
[2]
Así, por ejemplo, aun cuando pudiese haber muchos puntos de reunión en un mismo lugar (ciudad o aldea), no había más que una
asamblea de Dios, y una carta o epístola dirigida a la asamblea de aquel lugar llegaba seguramente a su destino.
Las asambleas locales estaban en comunión visible
y palpable unas con otras, porque todos aquellos que las componían se consideraban como miembros
del mismo cuerpo (Romanos 12: 4, 5; 1 Corintios 12: 12, 26, 27). En
una misma asamblea local, esta comunión de los miembros del cuerpo, de los unos con los otros, hallaba su expresión en
la Mesa del Señor, en el partimiento del pan. Dice el apóstol; "El
pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque habiendo un solo
pan, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; porque todos participamos de aquel pan, que es uno solo." (1 Corintios
10: 16, 17 - VM).
Por lo tanto, siendo
todos los creyentes miembros del cuerpo de Cristo - que es la asamblea -, la Mesa en la cual
uno se hallaba en diferentes lugares, era una sola y misma Mesa del Señor. El que se hallaba sentado a la
Mesa del Señor en Corinto y partía el pan allí, en plena comunión, se sentaba también a la Mesa del
Señor en Roma y podía asimismo "partir el pan" en dicha ciudad. La unidad, lo mismo que la comunión entre las asambleas
locales, era expresada y mantenida de este modo.
Lo era aun de otra manera. Vemos a la asamblea de Antioquía enviar
subsidio a los menesterosos de la iglesia en Jerusalén (Hechos 11: 27-30); esta misma asamblea, envía a Pablo
y a Bernabé con algunos otros, a Jerusalén para exponer a los apóstoles y a los ancianos una cuestión
relativa a la observancia de las ceremonias judaicas por parte de los gentiles. ¿Debían o no observarlas? Tomada
la decisión, queda confirmada la comunión entre las iglesias locales de Judea y las de los gentiles (Hechos 15: 30, 31; Hechos 16: 4, 5). Otro hecho que prueba dicha unidad y comunión (muy distintas que una simple 'federación', 'denominación' o de cualquier 'compañerismo'") son las cartas de recomendación dadas a los cristianos que
pasaban de una a otra asamblea (Hechos 18:27).
A
esto se refiere incluso el libre ejercicio de los dones en las asambleas. Los obreros del Señor, sin recibir órdenes de ningún hombre,
ni de ninguna organización humana, sino únicamente movidos por el Espíritu Santo, van a evangelizar o se presentan en las
diversas asambleas, para enseñar o edificar, según el don que han recibido del Señor (Hechos 9:20; Hechos 8: 4, 5, 26 y 40; Hechos 13:2; Hechos 18: 24-27; 1 Corintios 16:12, etc.). Ninguno
se llama a sí mismo o es llamado "pastor" de una asamblea; en cambio existen en cada una muchos "ancianos" (llamados
alguna vez "obispos" o sea "supervisores"), pero no se halla rastro de una jerarquía, ni de una consagración - u
ordenación - aparte de la del Espíritu Santo. No se ve en todo eso clero alguno.
[3]
Véase sobre este particular: "ACERCA DE DONES Y CARGOS EN LA IGLESIA", por J. N. Darby, y "ACERCA DEL MINISTERIO: SU NATURALEZA, FUENTE, PODER, Y RESPONSABILIDAD, por J. N. Darby. (Nota del Transcriptor).
Los santos o creyentes se juntan alrededor del Señor,
para el "partimiento del pan" en memoria de Él, en Su muerte (Hechos 20:7; 1 Corintios
11: 20-26).
Si en una reunión, alguno tiene un salmo, una enseñanza, o lo que fuere dado por Dios para edificar la asamblea, obra
con toda libertad (1 Corintios 14: 26-33). Si alguien poseía un don tal cual un apóstol, por ejemplo, y se
hallaba presente, la asamblea se felicitaba de poder oírle. Pero, en la asamblea apostólica, en esa primavera
de la Iglesia, no vemos ni reglamento, ni organización de ninguna especie, ni constitución alguna, ni 'pacto de iglesia', o cosas semejantes. Se acataba la presencia del Espíritu Santo en la asamblea, y su guía o dirección,
en consonancia con la doctrina de los Apóstoles.
DISCIPLINA
Podían producirse desórdenes, e introducirse errores
diversos. En tal caso, se ejercía la disciplina según las enseñanzas dadas por los Apóstoles. Se
quitaba al perverso de la asamblea, o se separaban del hereje, según el caso (1 Corintios 5:13; Tito 3: 10-11;
2 Juan 9, 10). Mas estas indicaciones se creían ser suficientes, porque en Corinto, por ejemplo, donde había al
mismo tiempo mal moral y mal doctrinal, el apóstol no constituye ninguna autoridad, ni de un hombre ni de muchos, para mantener
el orden y la doctrina; era la asamblea misma la que debía purificarse del mal, siguiendo para ello las exhortaciones del
apóstol inspirado, y cuyas palabras son mandamientos del Señor (1 Corintios 5: 2, 7; 1 Corintios 14:37). La Iglesia, la
asamblea entera, era responsable de separarse del mal, de mantener el orden y de guardar la sana doctrina.
CONCLUSION
Tal era, en aquellos días, la Iglesia de Dios sobre
la tierra, a todos visible. Era una, no teniendo otro nombre o denominación que el de "Asamblea de Dios" o "de Cristo".
Se entraba en ella por la conversión, aun cuando hubiese un signo
exterior de esta entrada en la profesión cristiana - a saber: el bautismo. Un ministerio libre, según
el don de gracia recibido, podía ejercerse allí, y la disciplina, llevada a cabo por la misma Iglesia, excluía al malo
y al hereje. La Asamblea, la Iglesia, era así a la faz del mundo un testimonio único de la presencia
del Espíritu Santo, de la glorificación de Cristo y del poder vivificante de la gracia.
A. L.
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 26.-
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