SANTIDAD o SEPARACIÓN
"Dichoso el hombre que es
siempre temeroso de ofender a Dios."
Proverbios
28:14 - VM
Bien
puede decirse que la separación es la base de la obra de Dios en este mundo. Nosotros lo vemos en el terreno de la física,
al principio de la acción creadora de los seis días: "Y dijo Dios: Haya luz, y hubo
luz. Y vió Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas
llamó Noche. Y hubo tarde y hubo mañana el día primero." (Génesis 1: 3-5; VM).
Dios
se revela en Sus obras; Él da a conocer Su carácter que excluye todo lo que no está en armonía con Sí mismo. ¿No aprendemos
ya - como por anticipación - que "Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él."? (1 Juan 1:5).
Este
mismo principio se encuentra en el terreno moral y espiritual. Cuando las tinieblas de la idolatría cubrían la tierra
y el nombre de Dios, por así decirlo, había desaparecido de la escena de este mundo, Dios en Su soberana gracia, llamó
a Abraham y le hizo depositario de la promesa: La separación hacia Dios y para Él - como alguien ha dicho - es la base de su vida de fe: "El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham,
estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de
tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré." (Hechos 7: 2-3).
Notémoslo,
el Dios de la gloria no podía bajo ningún concepto asociar Su nombre al estado de cosas de los cuales Abraham debía separarse;
sino que era todo lo contrario, Él estaba absolutamente opuesto a ello. Y habiendo obedecido, Abraham fue puesto en íntima
relación con Dios. Fue justificado delante de los hombres por las obras de la fe: (Santiago 2: 21-23). El patriarca anduvo
con Dios y fue íntegro por lo cual le llamaron: "amigo de Dios". (Isaías 41:8; Santiago 2:23). A pesar de sus faltas,
por las cuales tuvo que ser reprendido por Dios - he aquí el testimonio que Dios se complace dar de Su piedad:
"Porque lo he escogido para que instruya a sus hijos y a su casa y a sus sucesores a mantenerse en el camino de YHVH practicando
justicia y derecho, para que cumpla YHVH sobre Abraham todo cuanto ha predicho acerca de él." (Génesis 18:19 - BTX). La separación
moral para Dios, iba pues a la par con la separación exterior. La primera justificaba en alguna manera a ésta y le daba todo
su valor. ¡Bienaventurado aquel que anda en las pisadas de la fe del patriarca! (Romanos 4:12).
Si
en Abraham tenemos el principio de la separación del mundo manifestado en un individuo públicamente, también podemos
observar el caso en un pueblo: nos referimos a Israel. Veamos de qué manera ha respondido este pueblo a su llamamiento
o vocación.
Conviene
tener presente que es en virtud de un sacrificio como esta separación para Dios tiene lugar; porque, ¿cómo el hombre pecador
podría responder por sí mismo al pensamiento de Dios si primero no está reconciliado con Él? Fue gracias a la sangre del cordero
pascual - figura de la de Cristo - como Israel amparado por Dios, escapo del juicio que cayó sobre Egipto, y fue vinculado
con Jehová. (Éxodo 12). Pero a partir de aquella fecha, el pueblo llevado ante Dios y puesto aparte para Él, fue llamado a
realizar la santidad práctica. Esto, lo podemos notar en algunos pasajes de la Palabra: "Vosotros
por tanto habéis de serme santos, porque yo, Jehová, soy santo; y os he separado de entre las naciones para que seáis míos."
(Levítico 20:26 - VM). ¿Ha respondido Israel al propósito de Dios? No era sino con esta condición que el Eterno sería
glorificado y el pueblo bendecido, como Moisés se los recordó: "Has declarado solemnemente hoy que Jehová es tu Dios, y
que andarás en sus caminos, y guardarás sus estatutos, sus mandamientos y sus decretos, y que escucharás su voz. Y Jehová
ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos;
a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová
tu Dios, como él ha dicho." (Deuteronomio 26: 17-19).
Cuantas
veces ellos son exhortados a la santidad práctica: "Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis,
y seréis santos, porque yo soy santo." (Levítico 11:44). Solamente con esta condición,
Israel podía ser el testigo del verdadero Dios en el mundo: su separación de las naciones debía ser, por así decirlo, como
la contrapartida, el resultado que depende de su posición de separación para Jehová.
No
olvidemos que Israel era un pueblo según la carne, en el cual, el estado del hombre pecador bajo los cuidados de Dios iba
a ser manifestado; pero los principios inalienables del gobierno de Dios son los mismos en todos los tiempos; y la historia
de Israel es para nuestra instrucción, a quienes ha llegado el fin de los siglos (1 Corintios 10:11 - VM).
Aquí,
cabe formularse una pregunta: ¿cómo este pueblo, privilegiado entre todos, ha respondido a los pensamientos de Dios?
¡Es lamentable!, aprendemos de fuente fidedigna, que toda la historia de este pueblo - desde el principio hasta el fin - testifica
de un modo evidente de su infidelidad a su Dios a pesar de todos los cuidados y de la larga paciencia de la cual fue objeto
de parte Suya. Sólo mencionaremos un pasaje entre otros muchos, para hacerlo resaltar, y que lo transcribiremos en su
totalidad:
"Por cuanto han dejado mi ley, que yo puse delante de ellos, y no han escuchado mi voz, ni han
caminado según ella, sino que han caminado en la dureza de su corazón, y en pos de los Baales, según les enseñaron sus padres,
por tanto, así dice Jehová de los Ejércitos; el Dios de Israel: He aquí que a este pueblo yo le daré a comer ajenjo, y haré
que beban aguas de hiel. Y los esparciré entre las naciones, que ni ellos ni sus padres han conocido; y enviaré en pos de
ellos la espada…" (Jeremías 9: 13-16; VM).
Este
pasaje basta para mostrarnos cuáles fueron para Israel las consecuencias de su infidelidad: "Lo-Ammi" (no es mi pueblo)
fue pronunciando sobre ellos (Oseas 1:9), que permanecerá hasta el momento en que por gracia, Dios les hará gozar
de la bendición prometida: "Porque los dones y la vocación [el llamamiento]
de Dios no están sujetos a cambio de ánimo." (Romanos 11:29 - VM). Toda la historia podría resumirse en
las siguientes palabras del profeta Malaquías: "Y no me temen a mí, dice Jehová de los Ejércitos." (Malaquías
3:5 - VM).
Ahora
bien, ¿qué enseñanza podemos sacar de esto para nosotros? Que a pesar de una separación exterior, no hay testimonio para
el Señor sin la santidad práctica y, por consiguiente, ninguna bendición; estas son dos cosas íntimamente unidas en la
santa Escritura.
Consideremos
ahora el asunto que nos ocupa, en el Nuevo Testamento. Una cosa nueva en él es revelada: La Asamblea de Dios que Él mismo
ha adquirido por la sangre de su Hijo. ("Tened cuidado de vosotros y de toda la grey,
en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con
la sangre de su propio hijo." Hechos 20:28 - BJ). Esta es integrada por todos los llamados y santificados en Cristo Jesús
(1 Corintios 1:2), sacados y separados tanto de entre los gentiles como de entre los judíos. Veamos cual era la condición
de los creyentes procedentes del judaísmo en relación con el medio en el cual se hallaban.
El
principio del libro de los Hechos los presenta reunidos en Jerusalén, esperando el cumplimiento de la promesa del Señor. (Lucas
24:49). Estaban congregados en un mismo lugar cuando el Espíritu Santo descendió sobre ellos y estableció por Su presencia
la casa de Dios. (Hechos 2:1). Después de la primera predicación del apóstol Pedro, tres mil almas fueron añadidas a la Asamblea
cristiana claramente separada del pueblo que le era hostil. Es por lo que se dice a esos nuevos convertidos: "Sed salvos
de esta perversa generación." (Hechos 2:40). Esta "perversa generación"
estaba integrada ¡es lamentable!, por los judíos, siempre opuestos a la obra de Dios.
Como
vemos al principio de la época evangélica, los creyentes procedentes del judaísmo eran separados del ambiente en el cual
se hallaban y formaban la Iglesia de Dios.
Estos
creyentes eran puestos aparte para la obediencia de Jesucristo y para ser rociados con Su sangre, así como el apóstol
Pedro lo escribe a los elegidos de la dispersión. Hijos de obediencia. (1 Pedro 1: 1, 2, 14), ellos tenían que poner
su conducta - según la particular mención hecha en las epístolas de Pedro - en armonía con su posición de separación
exterior. Tres motivos les son presentados a estos 'elegidos de la dispersión' en atención a un andar santo:
El
primero fue dirigido ya al antiguo
pueblo de Dios: "Sed santos, porque yo, Jehovah vuestro Dios, soy santo."
(Levítico 19:2 - RVA; 1 Pedro 1: 14, 16).
El
segundo motivo deriva del hecho de que invocaban a Dios como Padre, "Aquel que sin acepción de personas juzga según
la obra de cada uno." (1 Pedro 1:17).
Y
el tercero - de los más importantes para ser retenido en lo más profundo
de nuestro ser - es que, sabiendo que habían sido redimidos o rescatados de su vana manera de vivir..., por la sangre preciosa
de Cristo. (1 Pedro 1: 18, 19 - Biblia versión Inglesa de J. N. Darby). Notémoslo con sumo cuidado, el carácter de Dios
- del Dios santo - debe manifestarse en la vida diaria de aquellos que están vinculados con Él; y el temor de Dios es
como el broche de la santidad: "Portaos durante el tiempo de vuestra peregrinación con temor" les es recordado
aún. (1 Pedro 1:17 - VM).
Consideremos
ahora el estado de los cristianos de entre los gentiles; y para empezar diremos algo de quien fue su apóstol, y cuya
vida práctica ilustra de modo tan excelente la carrera del creyente: apartado él del pueblo judío, como de los gentiles, por
el llamamiento del Señor viene a ser Su testigo y Su siervo para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe por la
predicación del Evangelio (Hechos 26: 15-18).
Los
muy amados de Dios en Roma, a los cuales dirigió una de sus epístolas, eran los santos - puestos aparte para Dios - en virtud
del llamamiento del Evangelio. (Romanos 1:7). Pero no eran los únicos en este caso: los Corintios, a los cuales Pablo escribe
también, eran igualmente "santificados en Cristo Jesús", santos por su llamamiento, es decir: consagrados en virtud
del llamamiento de Dios; y además con ellos estaban comprendidos: "todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro
Señor Jesucristo." (1 Corintios 1: 2, 3 - VM).
La
Asamblea en Corinto - compuesta de los santificados en Cristo Jesús - era un testimonio para Cristo, carta de Cristo
para todos aquellos que les rodeaban y que estaban hundidos en las tinieblas de la idolatría. ¿Cómo realizaban esto los Corintios?
A pesar de los dones de gracia que poseían - pues no les faltaba ningún don - (1 Corintios 1:7), estos creyentes son reprendidos
por el apóstol, precisamente en la primera carta que les dirige, a causa de su conducta desordenada. En el cap.
1 se menciona divisiones que habían surgido entre ellos; en el cap. 5, fornicación; y en el cap. 6, pleitos. Todas estas cosas
eran sobremanera incompatibles con el honor debido al Señor con quien ellos profesaban hallarse en comunión (1 Corintios 1:9).
Es por esto que el apóstol, al principio de su epístola, reconociendo lo que son ellos y lo que poseen, desea llevarles e
introducirles a la conducta digna en relación con su posición y sus privilegios. Pues de ningún modo el Señor asociaría Su
nombre a un tal estado de cosas. ¿Qué efecto produjo aquella reprensión? La segunda epístola nos enseña, que los Corintios
fueron inducidos a juzgarse a sí mismos así como su propia conducta; por lo tanto el apóstol puede darles este testimonio:
"siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros." (2 Corintios
3:3). Y su corazón puede derramarse ahora hacia su propósito: "Nuestra boca os está abierta, oh Corintios,
nuestro corazón, se ha ensanchado. No tenéis un lugar estrecho en nuestro corazón; es en vuestros afectos donde no hay lugar
para mí. Así pues para recompensa de lo mismo (hablo como a hijos míos), ensanchaos también vosotros." (2 Corintios 6: 11-13 VM).
Y
he aquí en qué sentido debían ellos ensancharse: ¿Los creyentes, los cuales son llamados a practicar la justicia, pueden
acaso unirse bajo un mismo yugo con aquellos que practican la iniquidad? (Levítico 19:19; Deuteronomio 22:10).
¿Siendo ellos luz en el Señor, cómo podrían permanecer asociados con aquellos que en su estado natural andan en tinieblas?
¿Estando, pues, en relación con Cristo, y en comunión con Él, estarían quizá al mismo tiempo en concordia con Belial?
¿Siendo su porción aquella que Cristo les ha adquirido, como a su vez podrían ser también partícipes de aquella en donde el
incrédulo se encuentra siendo del mundo? ¿Siendo los cristianos el templo de Dios, qué acuerdo puede haber entre
ellos y los ídolos? Porque escrito está: "Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo:…y ellos serán mi pueblo." (Levítico 26:
11, 12; 2 Corintios 6:16).
Todos
estos motivos que vienen a sumarse los unos a los otros exigen esta conclusión: "…salid de en medio de ellos y separaos, dice el Señor, y no toquéis a cosa inmunda; y yo os recibiré…"
(Isaías 52:11; 2 Corintios 6:17).
¡Qué
estímulo más precioso hay a continuación en lo que sigue para aquel que desee ser obediente! ¡"Y seré vuestro padre, y
vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso!" (2 Corintios
6:18 - VM). Pero dos cosas son añadidas aún a lo que precede - ¡y cuán importantes son para retenerlas y para
ponerlas en práctica! - la verdadera santidad y el temor de Dios: "Teniendo pues tales promesas, amados míos, limpiémonos
de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios." (2 Corintios 7:1 - VM). Este temor, como lo notamos, y como ya lo hemos dicho, es el broche de la santidad
práctica; no es de ningún modo un temor servil, sino un temor filial producido por el sentimiento de la dignidad de Aquel
al cual pertenecemos y por el deseo de serle agradables, haciendo Su voluntad. Tal es pues, creemos, el sentido de este
pasaje: "Dichoso el hombre que es siempre temeroso de ofender a Dios." (Proverbios
28:14 - VM).
Al
principio de la economía o época evangélica, existían sobre la tierra, los Judíos, los Gentiles y la Iglesia de Dios. (1 Corintios
10:32). Estas tres divisiones existen todavía en nuestros días, con la diferencia de que el estado del mundo ha empeorado,
y que la Asamblea de Dios, considerada en cuanto a lo que ha sido confiado a la responsabilidad del hombre, se halla
en un estado decadente y la línea divisoria entre ésta y el mundo tiende a perderse de vista cada vez más. En estas condiciones,
¿cuál es la conducta digna que el creyente debe seguir? Es cierto que la responsabilidad individual siempre subsiste, a pesar
de la ruina ocasionada por nuestra infidelidad. La segunda epístola a Timoteo nos da las directrices necesarias. Conviene
no olvidarlo, el creyente debe ser testigo de Cristo y también Su siervo en todo tiempo. Por ello, tres cosas
importantes le son recordadas:
Si
Dios conoce a los suyos en medio de la confusión que existe en el seno de la cristiandad - y el sólido fundamento de Dios
subsiste - como hemos dicho, no es menos verdad que la responsabilidad del creyente permanece; y el primer deber que
le incumbe está expresado en estas solemnes palabras: "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor."
(2 Timoteo 2:19). Se comprende perfectamente que no se podría ser un testigo de Cristo de otra manera, ya que de ningún
modo puede ser asociado el nombre del Señor con el mal, cualquiera que sea.
Habiendo
venido a ser la casa de Dios ya una casa grande que contiene toda especie de vasos, los unos para honra y los otros para deshonra,
el deber del creyente está indicado en este sentido: "Si pues se purificase
[limpiase, apartase] alguno de éstos [vasos o personas], será un vaso para honra, santificado, útil a su
divino Dueño, y preparado para toda buena obra". (2 Timoteo 2:21 - VM). Aquí aprendemos a qué condición puede el siervo ser
útil a su divino Soberano y estar preparado para toda buena obra. Si es que queremos obrar prudentemente según el Señor, experimentaremos
la necesidad de conformarnos a estas normas. Pero observemos aún, que no hemos de limitarnos a eso. Queda pues, una tercera
cosa para realizar; y está explicada en los términos siguientes: "Mas huye de las pasiones juveniles, y sigue la justicia,
la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con corazón puro" (2 Timoteo 2:22 - VM). Recomendación de suma importancia
para ponerla por obra en estos días malos a los cuales hemos llegado. Se ha insistido últimamente sobre todo esto, en
otros libros y artículos, así que ya no volveremos a insistir en ello, pero deseamos señalar un punto que nos tomamos la libertad
de exponer al interés de los amados lectores: "Seguid el amor". ¿No es esto lo que el bienaventurado apóstol recomendaba
de modo especial a los creyentes de Corinto? (1 Corintios 14:1). ¿No es esto lo que practicaban tan admirablemente los primeros
discípulos y lo que el Señor mismo les enseñó antes de partir de este mundo? (Hechos 4:32; Juan 13: 34, 35)."En esto" les dijo: "conocerán todos que sois mis discípulos,
si tenéis amor los unos a los otros." (Juan 13:35 - VM).
Alguien ha dicho muy bien: «Hermanos aún apegados al mundo en múltiples formas,
se conducen a menudo mucho mejor, por su abnegación para con sus hermanos, que aquellos otros que insisten con énfasis
sobre la separación exterior. Si estas dos cosas no van a la par, el testimonio cristiano no tiene ningún valor real.» Y no olvidemos
nunca que el mundo será más constreñido por un testimonio dado bajo la forma del amor fraternal, que bajo la separación exterior.
Por eso Nehemías dijo a los príncipes: "¿No andaréis en el temor de nuestro Dios, para no ser oprobio de las naciones enemigas
nuestras?" (Nehemías 5:9).
Para terminar deseamos dejar sobre
el corazón de nuestros queridos lectores las siguientes palabras del Señor: "La santidad conviene a tu casa, Oh Jehová,
por los siglos y para siempre." (Salmo 93:5). "Porque ésta es la voluntad
de Dios, es a saber, vuestra santificación." (1 Tesalonicenses 4:3 - VM). Y "Dichoso el hombre que es siempre temeroso
de ofender a Dios." Proverbios 28:14 - VM).
L. P. B.
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 26.-