¿CÓMO CONOCER LA VOLUNTAD DE
DIOS?
Amado hermano:
No cabe imaginarse que
un hijo - que suele descuidar a su padre y
que sería del todo indiferente en cuanto a los pensamientos y a la voluntad de éste - supiera
con seguridad lo que le agradaría al presentarse tal o cual circunstancia difícil. Así hay ciertas cosas que Dios deja
intencionalmente en lo vago, o desconocido, para que el estado de un alma sea probado o ejercitado. Si en vez del hijo se
tratara de la mujer, no tendría probablemente la menor duda: sabría inmediatamente lo que agradaría a su esposo, aunque éste
no hubiese dicho la menor palabra. Esta prueba no puede usted evitarla; Dios no permite que escapemos
a ella: "Si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará
lleno de luz." (Mateo 6:22 - VM). Este modo fácil y confortable
(al que alude usted) de conocer la voluntad de Dios independientemente de nuestro propio estado espiritual no existe.
Un obstáculo: nuestra
"importancia"
Hay otra cosa. A menudo
nos damos demasiada importancia y nos imaginamos - sin motivo - que Dios tiene una determinada voluntad o propósito para nosotros en tal o cual circunstancia. Y,
en realidad, Dios nada tiene que decirnos al respecto, y toda esa agitación suscitada en nosotros por el asunto que nos
ocupa no es otra cosa sino el mal. La voluntad de Dios es que sepamos ocupar tranquilamente
un lugar que nos corresponde, un lugar muchas veces insignificante.
Otras veces intentamos
averiguar cómo Dios quiere que actuemos en ciertas circunstancias, cuando Su única voluntad es que no estemos allí de ningún modo, y, de tener una conciencia despierta, ésta
nos llevaría a salir en seguida de dicho lugar. Así, muchas veces, nuestra propia voluntad nos ha colocado allí y bien quisiéramos apoyarnos en la mano de Dios, siendo
guiados por Él, en el camino de nuestra propia voluntad. Este es un caso muy corriente.
Comunión
Este usted seguro de que
si nos mantenemos cerca de Dios, Él no nos dejará ignorar Sus designios. En el
transcurso de una larga vida de actividad, Dios, en Su amor, puede hacernos
sentir nuestra dependencia cuando tenemos alguna veleidad de obrar según nuestra propia voluntad, al no revelarnos
inmediatamente la Suya; pero de todas formas permanece el principio: "Si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz." De donde resulta, como
cosa cierta, que si todo el cuerpo no está lleno de luz, el ojo no es sencillo.
«¡Pobre
consuelo es éste!», me dirá usted. No, por el contrario, es un dulce y precioso consuelo
para aquéllos cuyo propósito es de tener el ojo sencillo y de andar con Dios. No sólo para ser librados objetivamente - por así decirlo - por medio del conocimiento de Su voluntad,
sino de andar con Él: "Si alguno anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo. Pero si alguno anda de noche,
tropieza, porque la luz no está en él" (Juan 11: 9-10; VM). Siempre es el mismo
principio. "El que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida" (Juan 8:12
- VM).
En vano intentaréis sustraeros
a esta ley moral del cristianismo: resulta imposible. "Por esta causa nosotros también, desde el
día que lo oímos, no cesamos de rogar a Dios, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría
e inteligencia espiritual; para que andéis como es digno del Señor, a fin de que le agradéis en todo, produciendo fruto en
todo género de obra buena, y creciendo en el conocimiento de Dios." (Colosenses 1: 9-10; VM).
La relación entre estas
cosas es de inestimable valor para el alma. Necesitamos conocer al Señor para andar de manera digna de Él, y crecer en el
conocimiento de Dios. Así leemos aún en la carta a los Filipenses:
"Y esto le ruego a Dios: Que vuestro amor abunde más y más, en ciencia y en todo
discernimiento; de modo que podáis aprobar las cosas que son excelentes; a fin de que seáis sinceros e
irreprensibles hasta el día de Cristo." (Filipenses 1
:9-10; VM). Y finalmente: "En cambio, el hombre espiritual
lo juzga todo, mientras que él no es juzgado por nadie." (1 Corintios 2:15 - RVA).
Es, pues, la voluntad
de Dios, y una voluntad de gracia, que los hombres no seamos capaces de discernir Su voluntad de
ningún otro modo que según nuestro propio estado espiritual; y, en general, cuando
pensamos tener un criterio sobre las circunstancias, o acerca de éstas, es Dios quien nos enjuicia a nosotros y nuestro estado.
Repito,
que nuestra única preocupación es de mantenernos cerca de Dios. No sería manifestar amor de parte de Dios el dejarnos descubrir
Su voluntad; de otro modo semejante cosa podría convenir a un director de conciencia; pero el amor de Dios no puede dejar
que vayamos a descubrir y corregir nuestro propio estado moral. De modo que si
usted quiere averiguar cómo podrá descubrir la voluntad de Dios en sus detalles - fuera de dicho estado -, usted busca mal; y esto se puede
ver diariamente.
Así verá usted a un cristiano
sumido en la duda y la perplejidad allí donde otro - más espiritual - lo ve todo diáfano como en pleno día; se asombra de que haya una dificultad, y reconoce que es sencillamente
el estado del primero lo que le impide ver: "porque aquel que no tiene estas cosas está ciego,
teniendo cerrados los ojos" (2 Pedro 1:9 - VM).
Las circunstancias.
Por lo que toca a las
circunstancias, pienso que el hombre puede ser guiado por medio de ellas; y la Escritura, habla de dicho asunto, aunque lo
describe como: «Ser sujetado con cabestro
y con freno.» "Te haré entender, y te enseñaré
el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos." (Salmo 32). Tal es la promesa y el privilegio de la fe que se
mantiene lo suficientemente cerca de Dios como para captar Su pensamiento tan sólo en Su mirada; siendo Él fiel para dirigirlo
así y prometiendo hacerlo. Dios nos exhorta a no ser como el caballo, o como el mulo, los cuales son incapaces de entender
inteligentemente la comunicación de los pensamientos y de los deseos de su amo; necesitan estar sujetos con cabestro
y con freno, lo cual vale más, desde luego, que tropezar, caer, o correr en otra dirección que la que marca el que conduce;
pero, al final de cuentas, es un triste estado. Esto es, pues, lo que se llama ser guiado por las circunstancias. Dios es
lleno de bondad por ocuparse así de nosotros, pero esto revela en nosotros un triste estado.
Conviene
distinguir aquí entre enjuiciar las circunstancias actuando uno en medio de ellas, o bien ser llevado por las mismas;
aquel que así es llevado obra siempre como si estuviese ciego en cuanto al conocimiento de la voluntad de Dios. Semejante
dirección, o conducta, carece en absoluto de ética por cuanto es una fuerza procedente de fuera la que le obliga.
Pero es muy probable que yo no tenga ninguna idea preconcebida sobre cuanto enredaré, y que desconozco las circunstancias
en las cuales me hallaré, no pudiendo tomar, por consiguiente, ninguna decisión de antemano. Y sin embargo, cuando dichas
circunstancias se presentarán juzgaré - con el más nítido criterio divino, cuál es el camino de la voluntad de Dios, cuál
es el pensamiento y el poder del Espíritu en medio de estos acontecimientos. Y esto exige precisamente un mayor grado
de espiritualidad: en vez de ser llevado por las circunstancias, Dios nos guía, permaneciendo suficientemente cerca de
Él para juzgar lo que conviene, en el momento oportuno. No bastan 'impresiones'. Desde luego, Dios puede sugerir una
cosa a nuestra mente - y lo hace por Su Espíritu - ; mas cuando se percibe su carácter moral y su conveniencia estas cosas
pueden ser tan diáfanas como en pleno día.
En
respuesta a la oración, Dios puede alejar ciertas influencias carnales y dejar así que obren poderosamente en nuestra mente
ciertos motivos espirituales que dan importancia a un deber moral completamente nublado por la preocupación de alguno de nuestros
deseos, de alguna codicia nuestra. Esto se deja ver entre dos hombres: el uno puede carecer del discernimiento espiritual
para descubrir el bien, pero si el otro le indica este bien, lo ve entonces claramente él mismo. Todos no son ingenieros para
poder construir una carretera, mas el que conduce un automóvil bien sabe lo que es una buena carretera, una vez hecha.
Así también, las impresiones que vienen de Dios no permanecen siempre en el estado de impresiones, sino que son generalmente
claras, siempre que se producen. Sin embargo, no dudo de que, si andamos con El y si le escuchamos, Dios produzca a menudo
dicha claridad en el alma.
Si,
como usted dice, Satanás pone trabas, no está demostrado que Dios mismo no haya permitido estas trabas, u obstáculos, al cumplimiento
de algún buen deseo; obstáculos causados por la acumulación del mal en las circunstancias que nos rodean, o por el poder
avasallador del mal sobre otras personas.
¿Podemos obrar sin conocer
la voluntad de Dios?
Su
tercera pregunta presupone que una persona esté obrando sin conocer la voluntad de Dios, lo que no debería ocurrir nunca.
La única regla que puede darse al respecto, es la de nunca actuar cuando se desconoce dicha voluntad. Si actúa usted
sin conocerla estará al capricho de las circunstancias; porque Dios está dominando todo, porque este es el caso supuesto de
su pregunta. Mas, ¿por qué obrar si desconozco la voluntad de Dios? Tal vez me detendrá (con algún obstáculo), porque
si no ando suficientemente cerca de Él y convencido de mi nulidad, no tendré tal vez bastante fe para cumplir lo que tengo
bastante luz para discernir.
Si
hacemos nuestra propia voluntad o si andamos descuidadamente, Dios en Su gracia puede advertirnos por medio de un obstáculo
- si lo tenemos en cuenta - , mientras que los simples pasan adelante y reciben el daño. (Proverbios 22:3.) Allí donde hay
mucha actividad y trabajo, Dios puede permitir que Satanás suscite obstáculos, a fin de que nos mantengamos en Su dependencia;
pero jamás permite Dios que Satanás haga otra cosa que obrar sobre la carne. Daña, si dejamos la puerta abierta entre él y
nosotros, porque nos hemos alejado de Dios; pero en los demás casos, Dios se sirve de él tan sólo como instrumento para probarnos,
a fin de alejar lo que sería para nosotros un peligro o un lazo induciéndonos a la soberbia. Dios permite a Satanás que dañe
o haga sufrir la carne, y también el espíritu exteriormente, a fin de que el hombre interior sea conservado incólume y salvo.
Si
se trata de algo más, tenemos que achacarlo a nuestros propios 'peros', nuestras propias objeciones, o a los resultados
de nuestra dejadez, la cual - por medio de estos 'peros' - abrió la puerta al enemigo para turbarnos con dudas y dificultades,
como si éstas tuviesen sitio entre Dios y nosotros - por cuanto ya no sabemos 'ver lejos' porque "pues Aquel que fue
engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca." (1 Juan 5:18).
Finalmente,
el asunto es moral. Si surge una cuestión particular que somos incapaces de resolver en seguida, notaremos a menudo que no
se plantearía si estuviésemos en buen estado espiritual. Si no es el caso, sólo resta humillarnos por todo cuanto se trata,
y luego averiguar si la Escritura nos da una norma para orientarnos; pero aquí resulta evidente que la espiritualidad
lo hace todo. Siempre que pueda aplicarse, el principio de considerar lo que Jesús hubiese hecho en semejante caso es excelente,
pero cuán a menudo no estamos en las circunstancias en las cuales Él se hubiera encontrado.
¿Cuál es el origen de
nuestros deseos?
A menudo,
resulta útil preguntarnos asimismo: ¿de dónde, o por qué nace en nosotros el deseo o el pensamiento de hacer esto o aquello?,
y al hacerlo, llegué a la convicción de que uno llega así a decidirse sobre la mitad de los casos engorrosos en los cuales
podemos encontrarnos. Otra tercera parte se debe a la precipitación, o a un mal precedente. Si el pensamiento es de Dios,
y no sólo de la carne, tan sólo hemos de esperar en Dios en cuanto a la manera y a los medios por los cuales seremos pronto
dirigidos. Hay casos en que precisamos dirección sin motivos, como cuando vacilamos en hacer tal o cual visita. Una vida de
amor más fervorosa, o un amor más inteligentemente ejercitado por la comunión con Dios aclarará del todo los motivos de un
lado o de otro y descubriremos, tal vez, que un lado - o aspecto - era tan sólo dictado por el egoísmo.
«¿Y«»,
me dirá usted, «si no se trata de amor o de obediencia?» Pues bien, entonces le tocará a usted darme la razón, darme un motivo
para obrar de tal o cual manera. Si le mueve su propia voluntad, no puede usted obligar a la sabiduría de Dios que ella sea
el comodín de su capricho: esto es otra clase de numerosas dificultades las cuales Dios nunca resolverá. En estos casos,
nos enseñará, en gracia, la obediencia, y nos mostrará cuanto tiempo hemos perdido en nuestra actividad. Por fin, "Encaminará
a los humildes por el juicio, Y enseñará a los mansos su carrera." (Salmo 25:9).
Le
he dicho todo cuanto me viene a la mente de momento, y me temo que le habré dado poca satisfacción. Mas acuérdese de que sólo
la sabiduría de Dios nos guía en el camino de la voluntad de Dios. Si actúa nuestra propia voluntad, Dios no puede ser el
servidor de ésta; esto es lo que debemos descubrir en primer lugar. Es el secreto de la vida de Cristo. No conozco otro
principio del cual se valga Dios, aunque Él perdona y lo domina todo. Usted me ha preguntado en cuanto a ser dirigido: Dios
guía al nuevo hombre, el cual no tiene otro pensamiento que Cristo, y Él mortifica al viejo hombre; Él
nos purifica así para que llevemos fruto.
Carta de J. N. Darby
*
* * * * * *
"Entonces dije:
He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad." "Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo,
sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y
la voluntad de Jehová será en su mano prosperada." (Hebreos 10:7; Isaías 53:10).
"El
que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios …" "Aquel
siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes." (Juan
7:17; Lucas 12:47).
"Y
el Dios de paz . . . os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable
delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén." (Hebreos 13: 20, 21).
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1957, Nos. 28 y 29.-