LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Las parábolas que empiezan en
el capítulo 13 de Mateo, denotan en el ministerio del
Señor un cambio notable, que Él mismo explica a Sus discípulos
diciendo que no era dado a las muchedumbres conocer "los misterios"
del reino de los cielos (Mateo 13:11). La causa de este cambio la motivaba la obstinación del pueblo de Israel en no
reconocer a Jesús como el Cristo.
Antes que su rechazamiento fuese
plenamente probado, Jesús se dirigía a la nación en general, mostrando a los Judíos el poder divino, y declarándoles los principios
morales de Su Reino. Después de Su rechazamiento, se dirige sobre todo a los discípulos que se habían sido asociados a Él de una manera especial como "hermano, hermana y madre" (Mateo 12: 46-50); y si todavía dice alguna cosa a las multitudes, solamente es por medio
de las parábolas, cuyo sentido íntimo les estaba oculto a causa de la dureza de su corazón; pero, en particular, Él lo declaraba
todo a Sus discípulos.
Mediante la primera parábola, la del "sembrador" (Mateo 13: 3-9), Jesús enseña que la palabra misma del Reino había ya mudado de carácter para la nación de Israel.
En lugar de abrir al pueblo, como en el principio de Su predicación,
una puerta de bendición nacional - presentándose a
él como Jehová su Salvador, el Mesías Rey -, Él presenta la palabra como
hecha semejante a la semilla que, echada al vuelo sobre la tierra, produce fruto, o queda infructuosa según la naturaleza
del lugar en que cae. De cuatro clases de auditores de la Palabra,
una sola la comprende; en este caso, la palabra es realmente recibida en el corazón: es como la simiente caída
en buena tierra que lleva fruto y produce, un grano a ciento, otro a sesenta y otro a treinta. El enemigo de las almas está activo por todas partes en donde la Palabra es sembrada; cuando no puede arrebatarla
inmediatamente
del corazón, halla medio de hacerla infructuosa, sea ello mediante
las
pruebas de la vida y la persecución, o por el bienestar y los cuidados del mundo.
En resumen, pues, la predicación
de la Palabra del Reino quedaba sin efecto saludable
para la masa del pueblo Judío; porque no había más que algunos de entre ellos que la aprovechaban, y producían fruto
para la gloria de Dios. Pero la desobediencia de Israel, lejos de restringir la maravillosa gracia de Dios, ha tenido por
efecto extender los límites de la esfera en que la gracia obra, de manera que los Gentiles han venido a ser 'los objetos de la misericordia' (Romanos
11:30). Es esto lo que dice el Espíritu de Cristo en Isaías 49: 4-6: "Pero
yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y
mi recompensa con mi Dios. Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver
a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); dice:
Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también
te di por luz de las naciones, para que seas MI SALVACIÓN hasta lo postrero de la tierra."
Israel, no habiéndose rendido al llamamiento del Señor, los Judíos no habiendo querido que Jesús les reuniese
como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas (Mateo
23:37) - el Señor ha debido dejarles hasta el
momento en que, convertidos de corazón, dirán: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". Mas Jesús, el perfecto
siervo de Dios, debía ser glorificado a los ojos de Jehová a pesar de la falta de éxito aparente de Su obra cerca del pueblo de Israel; Él debía ser una luz para las naciones, la salud de Dios hasta lo postrero
de la tierra. He aquí por qué Jesús, rechazado por la casa de Israel, toma el carácter de sembrador. De aquí adelante es la
palabra misma de Dios sembrada en el corazón que debe producir los efectos de los cuales Dios tomará conocimiento, y sobre
este terreno el Gentil, lo mismo que el Judío, pueden tener parte al privilegio de ser asociados al Señor.
Jesús no empieza a hablar de
los secretos del Reino de los cielos antes que su rechazamiento fuese
evidenciado como fruto de la voluntad y del propósito deliberado de la nación de Israel. Lo hizo cuando los jefes le hubieron tratado como un impostor y hubieron atribuido al jefe de los demonios el poder
que Él desplegaba delante de ellos en Sus milagros y en Sus obras de gracia.
Israel debía ser puesto a prueba
hasta el extremo, por querer Dios en la historia de este pueblo mostrar lo que el hombre es. Así cuando Dios da a Israel las
promesas, éste no atiende a ellas; si Dios le pone bajo la ley, no la observa: cuando Dios le advierte por sus profetas, rehúsa escucharles, les ultraja, les persigue y les entrega a muerte.
En fin, Juan el Bautista viene a llamar el pueblo al arrepentimiento; le dice que el Reino de los cielos se ha acercado,
puesto que Aquel que debía reinar estaba allí, aun cuando ellos no le conociesen; pero, al mismo tiempo, se ve obligado a llamarles raza
de víboras, porque la mayoría de ellos no eran sinceros: aparentaban
haberse arrepentido, mientras que sus corazones estaban muy alejados de Dios. Entonces el Mesías mismo se presenta a los suyos;
mas cuando le han visto, le aborrecen, y tan luego como éste estuvo en Su poder, le clavaron a la cruz. El pueblo, entregándose a las falsas vanidades,
había abandonado la misericordia que Dios les había ofrecido (Jonás 2:8);
entonces Dios rechaza esta generación mala y hace caer sobre ella la sentencia de ceguera judicial ya decretado por Isaías (Isaías
6).
Históricamente esto no se cumplió hasta que ellos hubieron también rechazado al Espíritu Santo; pero en el Evangelio de Mateo
la historia de las dispensaciones está trazada con anticipación.
"Entonces,
acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas? El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os
es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará,
y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven,
y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis.
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyen pesadamente,
Y han cerrado sus ojos;
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y con el corazón entiendan,
Y se conviertan,
Y yo los sane.
Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que
muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron." (Mateo 13: 10-17).
Las cosas que los discípulos
de Jesús veían y oían entraban seguramente en la categoría de las "cosas mejores reservadas para nosotros (los creyentes
de esta dispensación), y de las cuales se trata en el final del capítulo 11 de
la epístola a los Hebreos. Ellas son mejores que aquellas
de que los profetas de la antigua alianza tenían conocimiento, a causa de que Jesús, rechazado de la tierra, toma Su asiento en los cielos, "a la diestra de la Majestad en las alturas",
y que Dios le asocia "muchos hijos" (véase Hebreos 2:10).
Desde el momento que el
Hijo del Hombre entra en el cielo, el Reino de los cielos es, de hecho, inaugurado. La profecía de Daniel
(Daniel 7) nos lo ha demostrado ya. Por otra parte, puesto que la autoridad
del Señor es desconocida sobre la tierra, los que reconocen esta autoridad se hallan necesariamente unidos a Jesús en
Su rechazamiento, y se hallan, por consiguiente, en una posición
de sufrimientos aquí abajo, para tener luego participación en Su gloria.
Se sigue de todo esto que el Reino actualmente es en misterio o que está 'escondido',
es decir, que existe realmente, puesto que el Hijo del Hombre que
ejerce la autoridad de él está en el cielo; pero en misterio, porque Dios tolera hasta el tiempo de la siega los escándalos
en el Reino, y porque la gloria y el poder del Reino no son aún manifestados al mundo, y no lo podrán ser antes que venga
el Rey. "Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el
cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo,
con poder y gran gloria." (Mateo 24:30). Hasta que llegue ese momento, el Reino toma un carácter 'misterioso' comprendido solamente por aquellos
que son instruidos en estas cosas por el Señor mismo.
La posición de Jesús en el cielo
da necesariamente a las bendiciones prometidas, un carácter celestial que
sobrepuja infinitamente todo lo que los profetas habían comprendido y anunciado; porque los creyentes de ahora somos
asociados a Jesús allí donde Él está. Para nosotros, el Reino no es ya la gloria celestial manifestada sobre la tierra
(esto es de lo que los profetas habían hablado), sino una
parte con Jesús en la gloria del mismo cielo. Nuestras bendiciones, esperanzas y goces han venido a ser celestiales.
De ahí viene también que Jesús, en Sus parábolas, podía descubrir
secretos 'que habían sido escondidos desde la fundación del mundo' (Mateo 13:35),
secretos que pertenecen a la posición de Jesús en el cielo y que son la porción de los que le estamos unidos por un tiempo
en una posición de sufrimiento sobre la tierra.
El reino de Jesús sobre la tierra,
es decir, la manifestación del Reino de los cielos, es diferido en tanto que dura "el día de Salvación." Al final de
este tiempo, que está determinado en los consejos secretos del Padre, el Hijo del Hombre volverá en gloria y, mediante el
juicio, quitará todo escándalo de Su Reino aquí abajo. En tanto
esto se cumple, los creyentes tienen participación en todo
lo que es celestial en el Reino; tienen delante de sí la
esperanza de hallarse pronto en la gloria con Jesús porque están unidos a Él de una manera infinitamente más íntima que si ellos tuviesen
parte en Su Reino terrenal.
Sin hacer mención de lo que les pertenece como siendo el "cuerpo" de Cristo - su Iglesia como tal -, no solamente son un pueblo
bendecido, sino que son personalmente los compañeros de Jesús rechazado de la tierra y glorificado en el cielo. Es esta unión con Jesús que da al creyente su verdadero carácter.
¡Que Dios nos conceda comprender y gozar de ello siempre más! "Fiel
es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor." (1 Corintios 1:9).
"Todo escriba docto en el reino de los cielos" - dice el Señor - "es semejante a un padre de familia,
que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas." (Mateo 13:52). Las "cosas viejas" anunciadas por los profetas y poseídas por los creyentes en virtud de la redención, tienen siempre su
realidad para la fe, porque los que se hallan sobre el principio de la fe son bendecidos con el creyente Abraham (Gálatas 3:9)
; pero hay, además, las "cosas nuevas" que dimanan, como consecuencia, de la muerte y de la resurrección de Jesús y de Su ascensión al cielo - cosas de las cuales ningún profeta del pacto antiguo había oído hablar -, cosas que habían estado escondidas en Dios desde las pasadas edades, pero que son reveladas ahora a los santos (1 Corintios
2:10; Efesios 3:5).
La forma escogida por el Señor
para descubrir a Sus discípulos los misterios del Reino de
los cielos, la de parábolas, se amoldaba bien al carácter escondido o misterioso que tomaba el reino por causa del rechazamiento
del Rey, y servía admirablemente para poner los secretos al alcance de aquellos que tenían oídos para oír. Pero las mismas parábolas eran un juicio sobre el pueblo incrédulo, como Jesús lo dice citando contra ellos
las palabras de Isaías. No quisieron recibir las palabras de Jesús y todo poder de comprenderlas les fue quitado.
Será útil recordar aquí, en
resumen, la manera cómo el testimonio de Juan
el Bautista y el de Jesús habían sido recibidos por la nación. El mismo Señor nos lo dice en la comparación referida en Mateo
11: 16-19. Juan había sido para las gentes de "esta generación"
como uno que endechaba; Él había venido en camino
de justicia y les había hablado de la ira de Dios, mas ellos no se lamentaron. Jesús había sido para ellos como
un tocador de flauta; Él les había predicado la gracia, mas ellos
no danzaron. - La conciencia de ellos no había sido herida para sentir
y confesar su pecado, y el corazón de ellos quedaba insensible al amor de Dios.
Este doble testimonio preparaba,
sin embargo, el camino al desenvolvimiento del Reino en su estado actual. La ejecución del juicio que Juan anunciaba
está suspendida durante este "día de salvación" en que la gracia reina. El jefe del Reino está en el cielo, mientras que los que
le son fieles sufren sobre la tierra. Pronto una multitud de profesantes
se introducen entre los verdaderos creyentes; los cuales pretenden reconocer la autoridad del Señor, mas su corazón está muy
lejos de Él. Es el estado de cosas producidas por las siembras: Dios, en sus designios, permite al Malo sembrar la cizaña allí donde el Hijo del Hombre ha sembrado la buena simiente; porque sólo el juicio hace separación entre lo verdadero y lo falso,
y el juicio no se realizará hasta el fin del siglo.
Notemos, para finalizar, que el rechazamiento de Jesús por el pueblo de Israel era, en los consejos de Dios,
el medio de cumplir lo que es moralmente necesario para establecer más tarde Su Reino en el mismo lugar donde reina el pecado, y para hacer que los pecadores tengan parte con Él en
la gloria, - Jesús ha debido morir por la nación de
Israel, y no solamente por esta nación, mas también para congregar en
uno los hijos de Dios dispersos (Juan 11:52). Es así que allí donde el pecado creció, la gracia ha sobreabundado (Romanos 5:20).
William
Joseph Lowe
Revista "VIDA CRISTIANA", Año
1959, No. 42.-