"HIERE A AMALEC"
(1º. Samuel capítulo 15)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto
en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
RVR1909 = Versión Reina-Valera Revisión 1909 (con permiso de Trinitarian Bible Society, London,
England)
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión
1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
El cuadro sucinto del reinado de Saúl termina con el último versículo del capítulo 14 del libro
primero de Samuel. En el capítulo 15, que nos proponemos meditar aquí, hallamos los motivos del rechazamiento definitivo
de Saúl, rechazamiento que necesita la introducción de David, el rey según Dios.
Sabemos que Saúl representa la carne profesando servir a Dios, y —como tal— ocupada en
Su obra. Para demostrar la incapacidad de la carne en esas condiciones, Dios la ha puesto a prueba de diversas maneras,
desde el capítulo 9 de este libro. Pero queda una última prueba: La carne —que pretende obrar por Dios— ¿qué
hará en el conflicto con Amalec, figura de Satanás, principal obstáculo a la marcha del pueblo hacia Canaán?
Dios había dicho (Deuteronomio 25: 17-19): "Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino,
cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que
iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios. Por tanto, cuando Jehová tu Dios
te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que Jehová tu Dios
te da por heredad para que la poseas, BORRARÁS LA MEMORIA DE AMALEC de debajo del cielo; NO LO OLVIDES."
Ahora bien, a pesar de todas las faltas de Saúl, Dios había dado reposo a Israel 'de todos sus enemigos
de alrededor'. Había tocado la hora a Amalec, enemigo cruel y cobarde, que acuchillaba a todos los débiles de Israel que se
atrasaban. Jehová había jurado que tendría guerra contra Amalec de generación en generación (Éxodo 17:16). De modo
que todos los que deseaban en su corazón la gloria de Dios y de Su pueblo Israel debían —llegado el momento— sin
consideración alguna destruir completamente, y no perdonar al enemigo que les había cerrado el camino cuando subían de
Egipto (1º. Samuel 15: 2 y 3). Su fin debía ser "eterna perdición" (Números 24:20 - VM) según la profecía que Balaam fue obligado
a pronunciar: "su postrimería perecerá para siempre" (Números 24:20 – RVR1909). Indudablemente que Dios se había
servido de él como de un azote para castigar a su pueblo rebelde (compárese con Números 14: 39-45); no obstante, seguía
siendo el enemigo declarado, tipo de Satanás, que intenta oponerse al pueblo de Dios desde el principio de la marcha
en el desierto. Es contra este enemigo que el cristiano es llamado a luchar sin tregua, y a estar firme contra las asechanzas
del diablo, luchando contra las "huestes espirituales de iniquidad en las regiones celestiales." (Efesios 6: 11-12: VM).
En esta lucha, Israel había salido vencedor en otros tiempos, cuando, bebiendo del agua de la peña herida (es decir, gustando
en figura la presencia del Espíritu Santo, posterior a la muerte de Cristo) y conducido por Josué, tipo de Cristo, en
el poder del Espíritu, pudo derrotar a Amalec (Éxodo 16). Pero ahora, ¿qué hará la carne? ¿Será capaz de oponerse
al Enemigo y de vencerle?
Al principio, se muestra capaz, EN APARIENCIA. Saúl se levanta, al oír el mandamiento de Dios, se
pone a la cabeza del pueblo, hace retirar al Ceneo, que se había mostrado amigo del pueblo de Dios (Jueces 4:11), y hiere
a Amalec y a todo su pueblo. Pero no ejecuta completamente el mandamiento de Jehová. Así es como obra la carne. No sabe ser
inactiva hasta el fin, cuando Dios se lo manda —prueba de ello son los siete días de Gilgal (1º. Samuel 10:8)—
y no puede ser activa hasta el fin, como lo prueba este capítulo 15. Para Jehová, ejecutar de modo incompleto un mandamiento,
es lo mismo que no ejecutarlo. Dios declara: "Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y
no ha cumplido mis palabras." (1º. Samuel 15:11).
¡Qué pena más profunda le causa todo esto a Samuel! Aun sabiendo que Saúl era rechazado, intercede
por él durante la noche. Samuel, como lo sabemos, oraba, intercedía siempre por todos, por los desobedientes, por
los malos, por cada uno. Se aflige, ora, pero OBEDECE: es lo propio de la fe, y esto contrasta absolutamente con la conducta
de Saúl. Leemos: "se apesadumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche. Madrugó luego Samuel para ir a encontrar a Saúl."
(1º. Samuel 15: 11, 12). ¿Y qué había hecho Saúl? Se había levantado un trofeo, un monumento, atribuyéndose su victoria,
pues la carne, aún ocupada en la obra de Dios, NO PUEDE HACER LA OBRA PARA ÉL.
Saúl le dice a Samuel que viene a su encuentro: "Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra
de Jehová." (versículo 13). ¡Qué pronto se alaba! Veremos en el versículo 20 como se excusa, y en el versículo 24 cómo
se acusa, siempre con la misma prontitud, esa prontitud que bien lleva su sello. Pero Dios no se contenta con palabras.
"¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos?" (versículo 14)… Saúl, que acababa
de declarar: "yo HE CUMPLIDO la palabra de Jehová" se descarga ahora de la falta, para atribuirla al pueblo, cuando él
y el pueblo habrán obrado de común acuerdo (compárese con el versículo 9: "perdonaron... no lo quisieron destruir"); dice:
"De Amalec los han traído; porque EL PUEBLO perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, PARA SACRIFICARLAS A JEHOVÁ TU
DIOS, pero lo demás LO DESTRUÍMOS." (versículo 15). En esas pocas palabras, vemos a Saúl alabarse, acusar a sus cómplices,
disfrazar su desobediencia con el nombre de servicio por Jehová. ¡Qué ceguera más triste! Samuel va a convencerle; pero,
en primer lugar, le recuerda que al principio era modesto, pequeño a sus ojos; era su carácter natural, y Dios le había
bendecido ¿Por qué motivo, pues, no había obedecido a la voz de Jehová, y se había rebelado contra su mandamiento? Saúl le
contesta: "Antes bien HE obedecido la voz de Jehová, y FUI a la misión que Jehová me envió, y HE TRAIDO a Agag rey de Amalec,
y HE DESTRUIDO a los amalecitas. Mas EL PUEBLO tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios
a Jehová tu Dios en Gilgal." (versículos 20 y 21).
Para él, el sacrificio vale más que la obediencia; pero "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos
y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar
atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación."
(versículos 22 y 23). Dios declara pues, que el sacrificio sin la obediencia no vale más que la idolatría. ¡Qué verdad más
solemne! El primer atributo de la fe es LA OBEDIENCIA. El apóstol Pablo había recibido su apostolado "para LA OBEDIENCIA A
LA FE en todas las naciones" (Romanos 1:5). Por otra parte, la Palabra nos enseña que hay muchas cosas que Dios
prefiere al sacrificio; "porque misericordia quiero, y no sacrificio;
y conocimiento de Dios más que holocaustos" (Oseas 6:6). Y en Mateo
9:13 el Señor dijo a los fariseos "Id, pues, y aprended lo que significa: misericordia quiero, y no sacrificio."
La obediencia es lo que caracteriza a todos los hombres de fe, desde Abraham, padre de los
creyentes, el cual obedeció, y salió "sin saber a dónde iba." (Hebreos 11:8).
Ahora
bien, consideremos cuáles fueron para Saúl las consecuencias de su desobediencia: "Por cuanto tú desechaste la palabra de
Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey." (1º. Samuel 15:23). Unos años antes,
en Gilgal, Jehová le había dicho, por Samuel: "tu reino no será duradero" (1º. Samuel 13:14). Ahora el golpe final le
es dado: "Jehová te ha desechado." (versículo 16).
¿Cómo
recibe Saúl esta sentencia? Confiesa su pecado, pero lo hace sin humillación, esperando poder evitar aun las consecuencias.
"Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos."
(versículo 24). Algunas excusas, como siempre, pero una prontitud sorprendente para confesar el mal que había negado unos
momentos antes. No hay, en todo esto, ningún ejercicio de conciencia. En vez de tomar sobre sí el pecado, de confesarlo plenamente,
Saúl prefiere alegar su cobardía ante el pueblo como circunstancia atenuante. ¡Cuán diferente es el "contra ti, contra
ti solo he pecado" que salió de la conciencia tocada de David, después de su caída! (Salmo 51). Saúl espera obtener el
perdón y ser restaurado. Pero es demasiado tarde, la sentencia es definitiva, porque Dios es Dios, y "el Vencedor" (1º. Samuel
15:29 – RVR1909) o "la Gloria (la fortaleza)" (VM) de Israel "no mentirá, ni se arrepentirá" (1º. Samuel 15:29). "Yo
he pecado" dice otra vez el desgraciado Saúl; "pero te ruego que ME HONRES delante de los ancianos de mi pueblo y delante
de Israel." (versículo 30). Hasta el fin, Saúl piensa EN SÍ MISMO y en su propia reputación. Samuel le honra, en efecto,
pero luego le abandona: esto nos enseña que mientras tanto Dios no haya ejecutado la sentencia sobre las autoridades establecidas
por Él, nosotros hemos de reconocerlas.
"Y
adoró Saúl a Jehová" (versículo 31), pero fue sin provecho para Dios y para él. En consecuencia, la sentencia de Dios contra
Amalec es puesta en manos de Samuel; es él quien corta en pedazos a Agag en Gilgal. Luego se va a Rama, a casa de su padre,
donde llora y se lamenta por Saúl. Saúl sube a su casa, y en lo sucesivo habrá una separación completa entre él y el profeta.
Henri Rossier
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1964, No. 67.-
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