SINOPSIS
de
los Libros
de
la Biblia
MATEO
Capítulos 15 - 28
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales
como:
Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza)
Capítulo 15
El rechazo de Dios al sistema Judío
Este capítulo muestra al hombre y a Dios, el contraste moral entre la doctrina de Cristo y la de los Judíos;
y así, el sistema Judío es rechazado moralmente por Dios. Cuando hablo del sistema, hablo de su completa condición moral,
sistematizada por la hipocresía que intentaba ocultar la iniquidad, aumentándola a los ojos de Dios, ante quien ellos se presentaban a sí mismos. Utilizaban Su nombre más que las leyes de la conciencia natural,
bajo el pretexto de la piedad, sólo para hundirse más profundamente. Es de esta manera que un sistema religioso llega a ser
el gran instrumento del poder del enemigo, y más aún cuando aquello que lleva todavía el nombre, fue instituido por Dios.
Pero entonces el hombre es juzgado, ya que el Judaísmo era el hombre con la ley de Dios y el cultivo de Dios.
La exposición y el juicio del Señor
de la hipocresía de los líderes, egoísmo y maldad
El juicio que pronuncia el Señor sobre este sistema de hipocresía, mientras manifestaba el consecuente rechazo
de Israel, da origen a enseñanza que va mucho más lejos; y la cual, escudriñando el corazón del hombre y juzgando al hombre
de acuerdo a lo que proviene de él, demuestra que el corazón es una fuente de toda iniquidad; y, de este modo, hace evidente
que toda verdadera moralidad tiene su base en la convicción y la confesión del pecado. Porque sin esto, el corazón es siempre
falso y se halaga a sí mismo en vano. Jesús va así a la raíz de todo, y sale de las relaciones especiales y temporales de
la nación Judía para entrar en la verdadera moralidad que pertenece a todas las edades. Los discípulos no observaban las tradiciones
de los ancianos; de estas el Señor no se ocupaba. Él se sirve de la acusación, para poner sobre la conciencia de sus acusadores,
que el juicio ocasionado por el rechazo del Hijo de Dios fue aprobado también sobre el terreno de aquellas relaciones que
existían ya entre Dios e Israel. Ellos invalidaban el mandamiento de Dios por medio de sus tradiciones; y ello, en un grado
muy importante, y un punto sobre el cual dependían incluso todas las bendiciones terrenales para los hijos de Israel. Por
medio de sus propias ordenanzas, Jesús expone también la hipocresía consumada, el egoísmo y maldad de aquellos que pretendían
guiar al pueblo y formar sus corazones para la moralidad y la adoración de Jehová. Isaías ya había pronunciado su juicio.
El hombre mostrado tal como es ante Dios
Después, Él muestra a la multitud que esta cuestión era acerca de lo que el hombre era, de lo que procedía de
su corazón, de su interior; y señala las tristes corrientes que fluyen de ese manantial corrompido. Pero era la simple verdad
con respecto al corazón del hombre, como Dios lo conocía, lo que escandalizaba a los hombres del mundo, justos ante sus propios
ojos, lo cual era incomprensible incluso para los discípulos. Nada es más sencillo que la verdad cuando esta es conocida;
nada es más difícil y más oscuro cuando se tiene que formar un juicio respecto a esta verdad por medio del corazón del hombre,
el cual no posee la verdad; porque este juzga según sus propios pensamientos, y la verdad no está en él. En una palabra, Israel,
y más especialmente el Israel religioso, es puesto en contraste con la verdadera moralidad: el hombre es colocado bajo su
apropiada responsabilidad, y en sus verdaderos aspectos ante Dios.
Formas externas o pureza interna
Jesús escudriña el corazón; pero, actuando en gracia, Él actúa según el corazón de Dios, y lo manifiesta saliendo,
tanto para lo uno como para lo otro, de los términos convencionales de la relación de Dios con Israel. Una Persona divina,
Dios, puede andar en el pacto que Él ha dado, pero no puede estar limitada por él. Y la infidelidad de Su pueblo hacia este
pacto es la ocasión de la revelación de Él, saliendo más allá de ese lugar. Y noten, aquí, el efecto de la religión tradicional
de cegar el juicio moral. ¿Qué era más claro y más llano que lo que salía de la boca y del corazón contaminaba al hombre,
y no lo que él comía? Pero los discípulos, a través de la vil influencia de la enseñanza Farisaica que ponía las formas exteriores
en el lugar de la pureza interior, no lo comprendían.
La petición de la mujer Cananea;
la dureza aparente del Señor
Cristo deja ahora las fronteras de Israel y Sus razonamientos con los sabios de Jerusalén, para visitar aquellos
lugares que estaban más alejados de los privilegios Judíos. Él va a la costa de Tiro y Sidón, las ciudades que Él mismo había
utilizado como ejemplos de los que estaban más lejanos del arrepentimiento; vean el capítulo 11, donde Él las clasifica con
Sodoma y Gomorra, como estando ellos más endurecidos que ellas. Una mujer sale de estas regiones. Ella era una mujer de la
raza maldita, según los principios que distinguían a Israel. Era una cananea. Ella viene a implorar la intercesión de Jesús
a causa de su hija, quien estaba poseída por un demonio.
Al pedir este favor, ella se dirige a Jesús por el título cuya fe le hacía saber que tenía relación con los Judíos:
"Hijo de David." Esto da ocasión a un rápido progreso de la posición del Señor, y, al mismo tiempo, de las condiciones bajo
las cuales el hombre podía esperar compartir el efecto de Su bondad, sí, para la revelación de Dios mismo.
Como el Hijo de David, Él no tiene nada que ver con una mujer cananea. No le devuelve respuesta.
Los discípulos deseaban deshacerse de ella concediéndole su petición, para dar por finalizada su importunidad. El Señor les
contesta que Él no fue enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Esta era, de hecho, la verdad. Cualesquiera
hayan sido los consejos de Dios manifestados con ocasión de Su rechazo (véase Isaías 49), Él era el ministro de la circuncisión
para la verdad de Dios, a fin de cumplir Sus promesas hechas a los padres.
Tomando su verdadero lugar, la mujer Cananea experimenta
la bondad soberana y divina de Dios para con los Gentiles
La mujer, en un lenguaje más simple y directo, con la expresión más natural de sus sentimientos, ruega por la
misericordiosa intercesión de Aquel en cuyo poder ella confiaba. El Señor le responde que no está bien quitarles el pan a
los hijos y echarlo a los perrillos. Vemos aquí Su verdadera posición, venido a Israel; las promesas eran para los hijos del
reino. El Hijo de David era el ministro de estas promesas. ¿Podía Él, como tal, borrar la distinción del pueblo de Dios?
Pero esa fe que saca fuerza de la necesidad, y que no encuentra recurso sino en el Señor mismo, acepta la humillación
de su posición y juzga que con Él hay pan para el hambre de aquellos que no tienen derecho a él. Se persevera, también, porque
hay una sentida necesidad, y fe en el poder de Aquel que ha venido en gracia.
¿Qué había hecho el Señor con Su aparente dureza? Había traído a la pobre mujer a la expresión, al sentido, de
su verdadero lugar ante Dios, es decir, a la verdad en cuanto a ella misma. Pero entonces, ¿era verdadero decir que Dios era
menos bondadoso de lo que ella creía, menos rico en misericordia hacia el necesitado cuya sola esperanza y confianza reposaba
en esa misericordia? Esto hubiera sido negar el carácter y la naturaleza de Dios, de los cuales Él era la expresión, la verdad
y el testigo en la tierra; hubiera sido negarse Él mismo, así como el objetivo de Su misión. Él no podía decir: 'Dios no tiene
ni una migaja para ellos'. Él responde, con plenitud de corazón: "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres."
Dios sale de los estrechos límites de Su pacto con los Judíos, para actuar en Su soberana bondad conforme a Su naturaleza.
Él sale para ser Dios en bondad, y no meramente Jehová en Israel.
El sentido de necesidad y la fuente de bendición
Pero esta bondad es ejercida hacia una persona que es llevada, en presencia de esta bondad, a saber que ella
no tiene ningún derecho a ella. Hasta aquí, la aparente aspereza del Señor la había estado guiando. Ella recibió todo de gracia,
mientras que en sí misma ella no merecía nada. Es así, y solamente así, que cada alma obtiene la bendición. No se trata simplemente
del sentido de la necesidad - la mujer lo tenía desde el principio - sino de
aquello que la trajo allí. No basta simplemente con reconocer que el Señor Jesús puede suplir esa necesidad - la mujer vino con este conocimiento; debemos estar en presencia de la única fuente de bendición y ser llevados
a sentir que, aunque estemos allí, no tenemos ningún derecho a beneficiarnos de ella. Y esta es una posición terrible. Cuando
se llega a esto, todo es gracia. Dios puede entonces actuar conforme a Su propia bondad, y Él responde a cada deseo que el
corazón puede formular para su felicidad.
El corazón del hombre y el corazón de Dios;
De este modo, vemos a Cristo como un ministro de la circuncisión para la verdad de Dios, para cumplir las promesas
hechas a los padres, y para que los Gentiles pudieran también glorificar a Dios por Su misericordia, como está escrito. Al
mismo tiempo, esta última verdad pone de manifiesto la verdadera condición del hombre, y la plena y perfecta gracia de Dios.
Él actúa sobre esta gracia, mientras permanece fiel a Sus promesas; y la sabiduría de Dios se manifiesta de un modo que despierta
nuestra admiración.
Vemos hasta qué punto la introducción de la historia de la mujer sirofenicia en este lugar, desarrolla e ilustra
esta parte de nuestro Evangelio. El principio del capítulo muestra la condición moral de los Judíos, la falsedad de la religiosidad
sacerdotal y Farisaica; saca a la luz el estado real del hombre como tal, de qué cosa era fuente su corazón, y luego revela
el corazón de Dios manifestado en Jesús. Sus tratos con esta mujer manifiestan la fidelidad de Dios a Sus promesas; y la bendición
que se concede finalmente exhibe la gracia plena de Dios en relación con la declaración de la verdadera condición del hombre,
aceptada por la conciencia - la gracia elevándose por encima de la maldición que se cernía sobre el objeto de esta gracia
- elevándose por sobre todo para hacerse ella misma un camino para la necesidad que la fe presentaba ante ella.
En Galilea; renovadas evidencias de las misericordias
y piedades de Jehová
El Señor parte ahora de allí y va a Galilea, a donde Él estaba en relación con el remanente despreciado de los
Judíos. No era Sión, ni el templo, ni Jerusalén, sino los pobres del rebaño, donde el pueblo estaba asentado en tinieblas
(Isaías 8-9). Allí Sus compasiones siguen a este pobre remanente, y son nuevamente ejercidas a favor de ellos. Él renueva
las evidencias, no solamente de Sus tiernas misericordias, sino de Su presencia que satisfacía a los pobres de Su pueblo con
pan. Aquí, sin embargo, no es en el poder administrador con el cual Él podía investir a Sus discípulos, sino de acuerdo a
Su propia perfección y actuando por Sí mismo. Él provee para el remanente de Su pueblo. Por consiguiente, es la plenitud de
siete canastas de lo que sobró de los pedazos lo que es recogido. Se marcha también sin que nada más suceda allí.
Hemos visto la eterna moralidad, y la verdad en sus partes intrínsecas, sustituida por la hipocresía de las formas,
el uso del hombre de la religión legalista y la demostración de que el corazón del hombre es una fuente de mal y nada más;
el corazón de Dios plenamente revelado, que se eleva sobre toda dispensación para mostrar plena gracia en Cristo. De esta
forma las dispensaciones son puestas a un lado, aunque son del todo reconocidas, y, al hacerse esto, el hombre y Dios son
mostrados plenamente. Es un capítulo maravilloso en cuanto a lo que es eterno en verdad acerca de Dios, y en cuanto a lo que
la revelación de Dios muestra que es el hombre. Y esto, observen, brinda la ocasión para la revelación de la asamblea en el
próximo capítulo, la cual no es una dispensación, sino que está fundada en lo que Cristo es, el Hijo del Dios viviente. En
el capítulo 12, Cristo fue dispensacionalmente rechazado, y el reino de los cielos fue sustituido en el capítulo 13. Aquí
el hombre es puesto a un lado, así como lo que él había hecho de la ley, y Dios actúa en Su propia gracia sobre todas las
dispensaciones. Luego vienen la asamblea y el reino en gloria.
Capítulo 16
La respuesta del Señor a la incredulidad en el corazón
y en la voluntad
El capítulo 16 va más allá de la revelación de la simple gracia de Dios. Jesús revela lo que estaba a punto de
ser formado en los consejos de esa gracia, donde Él era reconocido, mostrando el rechazo de los orgullosos entre Su pueblo,
mostrando que los aborrece así como ellos Le aborrecen (Zacarías 11). Cerrando sus ojos (por la perversidad de la voluntad)
a las maravillosas y benéficas señales de Su poder, que Él dispensó constantemente sobre los pobres que le buscaban, los Fariseos
y los Saduceos - sorprendidos por estas manifestaciones y, no obstante, descreídos de corazón y de voluntad - demandan una señal del cielo. Él los reprende por su incredulidad, mostrándoles que ellos sabían discernir
las señales del clima; sin embargo, las señales de los tiempos eran mucho más sorprendentes. Eran la generación adúltera y
mala, y Él los deja: significativas expresiones de lo que estaba sucediendo ahora en Israel.
Los discípulos olvidadizos son advertidos
y su memoria estimulada en gracia paciente
Él previene a Sus olvidadizos discípulos contra las maquinaciones de estos sutiles adversarios de la verdad,
y de Aquel a quien Dios había enviado a revelarla. Israel es abandonado, como nación, en las personas de sus líderes. Al mismo
tiempo, Él, en paciente gracia, recuerda a Sus discípulos lo que Sus palabras querían decirles.
La revelación del Padre de la Persona de Cristo a Pedro
Después, Él hace a Sus discípulos la pregunta acerca de lo que los hombres dicen en general de Él. Todo era un
asunto de opinión, no de fe; es decir, la incertidumbre propia de la indiferencia moral, de la ausencia de esa necesidad consciente
del alma que sólo puede descansar en la verdad, en el Salvador que uno ha hallado. Él les pregunta, entonces, qué pensaban
ellos mismos de Él. Pedro, a quien el Padre se había dignado revelársele, declara su fe diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente." Aquí no hay ninguna incertidumbre, ni una mera opinión, sino el efecto poderoso de la revelación,
hecha por el Padre mismo, de la Persona de Cristo, al discípulo que Él había elegido para este privilegio.
Tres clases de personas son mostradas
La condición del pueblo se manifiesta aquí de una manera notable, no como en el capítulo precedente, con respecto
a la ley, sino con respecto a Cristo, quien había sido presentado a ellos. Vemos esto en contraste con la revelación de Su
gloria hecha a aquellos que le seguían. Tenemos así tres clases de personas: en primer lugar, los altivos e incrédulos Fariseos;
en segundo lugar, las personas que reconocían y estaban conscientes de que había un poder y una autoridad divinos en Cristo,
pero que quedaban indiferentes; y por último, la revelación de Dios y la fe dada divinamente.
La gracia contrastada con la desobediencia a la ley
y la perversión de la ley
En el decimoquinto capítulo, la gracia de una que no tenía más esperanza que en ella es puesta en contraste con
la desobediencia y la perversión hipócrita de la ley, mediante la cual los escribas y Fariseos buscaban cubrir su desobediencia
con la apariencia de piedad.
La revelación de la Persona de Cristo como el fundamento
de la asamblea y de la administración del reino
El decimosexto capítulo, juzgando la incredulidad de los Fariseos con respecto a la Persona de Cristo, y poniendo
aparte a estos hombres perversos, introduce la revelación de Su Persona como el fundamento de la asamblea, que iba a tomar
el lugar de los Judíos como los testigos de Dios en la tierra; y anuncia los consejos de Dios referentes a su establecimiento.
Nos muestra, junto a ello, la administración del reino, tal como estaba siendo establecido ahora en la tierra.
Cristo el Mesías, el Hijo de Dios
Consideremos, en primer lugar, la revelación de Su Persona.
Pedro confiesa que Él es el Cristo, el cumplimiento de las promesas hechas por Dios, y de las profecías que anunciaban
su realización. Él era Aquel que iba a venir, el Mesías que Dios había prometido.
Además, Él era el Hijo de Dios. El segundo Salmo había declarado que, a pesar de las intrigas de los líderes
del pueblo y de la presuntuosa animosidad de los reyes de la tierra, el Rey de Dios sería ungido sobre el monte de Sión. Él
era el Hijo, engendrado por Dios. Los reyes y los jueces de la tierra [42] son llamados a someterse a Él, para no ser heridos
con la vara de Su poder cuando tome a las naciones por herencia Suya. Así, el verdadero creyente esperaba al Hijo de Dios
nacido a su debido tiempo en esta tierra. Pedro confesó que Jesús es el Hijo de Dios. También lo hizo Natanael: "Tú eres el
Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel." (Juan 1:49). Y, aún después, Marta hizo
lo mismo.
[42] El estudio de los Salmos nos habrá hecho comprender que esta es la relación con el establecimiento del
remanente Judío, en bendición, en los últimos días.
El Hijo del Dios viviente; la roca fundamental
del inmutable poder de vida
Sin embargo Pedro, especialmente enseñado por el Padre, añade a esta confesión una sencilla palabra, pero llena
de poder: "Tú eres . . . el Hijo del Dios viviente." No sólo Aquel que cumple las promesas y responde a las profecías;
es del Dios viviente que Él es el Hijo, de Aquel en quien está la vida y en quien hay poder vivificador.
Él hereda ese poder de vida en Dios, que nada puede vencer ni destruir. ¿Quién puede vencer el poder de Aquel
- de este Hijo - que vino de "el que vive"? Satanás tiene el poder de la muerte; es él quien sujeta al hombre bajo el dominio
de esta terrible consecuencia del pecado; y ello, por el justo juicio de Dios, el cual constituye su poder. La expresión "las
puertas del Hades", del mundo invisible, se refiere a este reino de Satanás. Es, entonces, sobre este poder, el cual deja
la plaza fuerte del enemigo sin fuerza, que la asamblea es edificada. La vida de Dios no será destruida. El Hijo del Dios
viviente no será vencido. Aquello, pues, que Dios fundamenta sobre esta roca de inmutable poder de vida en Su Hijo, no será
destruido por el reino de la muerte. Si el hombre ha sido vencido y ha caído bajo el poder de este reino, Dios, el Dios viviente,
no será vencido por este. Es sobre esto que Cristo edifica Su asamblea. Es la obra de Cristo basada en Él como Hijo del Dios
viviente, no del primer Adán ni basada en él - es Su obra cumplida según el poder que esta verdad revela. La Persona de Jesús,
el Hijo del Dios viviente, es su fortaleza. Es la resurrección lo que lo ha demostrado. En ella, Él es declarado Hijo de Dios
con poder. Por consiguiente, no es durante Su vida, sino cuando resucitó de entre los muertos que Él comienza esta obra. La
vida estaba en Él; pero no es sino hasta después que el Padre hubiera destruido las puertas del Hades - no, hasta que Él mismo
lo haya hecho en Su divino poder y resucitase - que Él comienza a edificar por medio del Espíritu Santo, habiendo ascendido
a lo alto, aquello que el poder de la muerte o del que lo poseía - ya vencido - nunca puede destruir. Es Su Persona la que
es aquí contemplada, y es sobre Su persona que todo está fundamentado. La resurrección es la prueba de que Él es el Hijo del
Dios viviente, y de que las puertas del Hades no pueden hacer nada contra Él; su poder está destruido por ella. De este modo,
vemos cómo la asamblea (aunque formada en la tierra) es mucho más que una dispensación, el reino no lo es.
La obra de la cruz era necesaria; pero no se trata aquí de aquello que el justo juicio de Dios demandaba, ni
de la justificación de un individuo, sino de aquello que anulaba el poder del enemigo. Era la Persona de Aquel que a Pedro
se le concedió reconocer, quien vivía conforme al poder de la vida de Dios. Era una revelación peculiar y directa desde el
cielo, dada por el Padre. Sin duda Cristo había dado pruebas suficientes de quién era Él; pero estas no habían demostrado
nada al corazón del hombre. La revelación del Padre era la manera de conocer quién era Él, y esto iba más allá de las esperanzas
de un Mesías.
El nombre dado a Pedro
Aquí, entonces, el Padre había revelado directamente la verdad de la propia Persona de Cristo, una revelación
que iba más allá de todos los asuntos acerca de las relaciones con los Judíos. Sobre este fundamento, Cristo edificaría Su
asamblea. Pedro, ya nombrado así por el Señor, recibe una confirmación de ese título en esta ocasión. El Padre había revelado
a Simón, el hijo de Jonás, el misterio de la Persona de Jesús; y en segundo lugar, Jesús anuncia también, por medio del nombre
que le da [43], la estabilidad, la firmeza, la constancia y la fortaleza práctica de Su siervo favorecido por gracia. El derecho
de conceder un nombre pertenece a un superior que puede asignar, al que lo lleva, su lugar y su autoridad, en la familia o
en la situación en que se encuentra. El derecho, allí donde es real, supone discernimiento e inteligencia en aquello que está
sucediendo. Adán da nombre a los animales. Nabucodonosor da nuevos nombres a los Judíos cautivos; el rey de Egipto la da un
nuevo nombre a Eliaquim, a quien había colocado en el trono. Jesús, por lo tanto, toma este lugar cuando Él dice, 'El Padre
te ha revelado esto; y yo también te doy un lugar y un nombre relacionados
con esta gracia. Es sobre aquello que el Padre te ha revelado que Yo voy a edificar Mi asamblea [44], contra la cual (fundamentada
en la vida que viene de Dios) las puertas del reino de la muerte nunca prevalecerán; y Yo, el que edifico, y edifico sobre
esta base inamovible - te doy el lugar de una piedra (Pedro) en relación con este templo viviente. Mediante el don
de Dios, tú perteneces ya por naturaleza al edificio - una piedra viva, poseyendo el conocimiento de la verdad que es el fundamento,
y que hace de cada piedra una parte del edificio.' Pedro fue una piedra tal de forma preeminente por medio de esta confesión;
y lo fue anticipadamente por la elección de Dios. Esta revelación fue hecha soberanamente
por el Padre. El Señor le asigna, al mismo tiempo, su lugar, poseyendo el derecho de administración y autoridad en el reino
que Él iba a establecer.
[43] El pasaje (capítulo 16:18) debería leerse: "Y yo también te digo a ti."
[44] Es importante distinguir aquí la Iglesia que Cristo edifica, aún inacabada, pero que Él mismo edifica,
de aquello que es edificado bajo la responsabilidad del hombre y manifestado como un todo en el mundo. En Efesios 2: 20-21
y 1 Pedro 2: 4-5, tenemos este divino edificio creciendo y siendo edificado. No se encuentra ninguna mención de la obra humana
en ninguno de los dos pasajes; es una obra divina. En 1 Corintios 3, Pablo es un perito arquitecto; otros pueden edificar
madera, heno y hojarasca. La confusión de estos ha sido la base para la formación del Papado y otras corrupciones halladas
en la llamada iglesia. La Iglesia del Señor, contemplada en su realidad, es una obra divina que Cristo lleva a cabo y que
permanece.
Hasta aquí con respecto a la asamblea, mencionada ahora por primera vez, y con respecto a los Judíos habiendo
sido rechazados a causa de su incredulidad, y al hombre hecho pecador convicto.
El reino de Dios en la tierra gobernado desde el cielo;
sus llaves
Otro asunto se presenta relacionado con esto de la asamblea que el Señor iba a edificar, a saber, el reino que
iba a ser establecido. Tenía que tener la forma del reino de los cielos; así era en los consejos de Dios; pero iba a ser establecido
ahora de manera peculiar, habiendo sido rechazado el Rey en la tierra.
Pero, habiendo sido rechazado como Él fue, las llaves del reino estaban en manos del Señor; Su autoridad le pertenecía
a Él. Él conferiría estas llaves a Pedro, el cual, cuando Él se hubiese marchado, debería abrir sus puertas al Judío primeramente,
y después a los Gentiles. Debería también ejercer la autoridad del Señor dentro del reino, de modo que todo lo que atara en
la tierra en el nombre de Cristo (el verdadero Rey, aunque ascendido al cielo) sería atado en el cielo; y si él desataba algo
en la tierra, su acción debía ser ratificada en el cielo. En una palabra, él tenía el poder de mando en el reino de Dios en
la tierra, teniendo ahora este reino el carácter de reino de los cielos, porque su Rey estaba en el cielo [45], y el cielo
había de sellar sus actos con su autoridad. Pero es el cielo autorizando sus actos terrenales, no el atarlos o desatarlos
para el cielo. La asamblea relacionada con el carácter de Hijo del Dios viviente y edificada por Cristo, aunque formada en
la tierra, pertenece al cielo; el reino, aunque gobernado desde el cielo, pertenece a la tierra - tiene su lugar y administración
allí.
[45] Observen aquí lo que he hablado en otro lugar - no hay llaves que pertenezcan o que hayan sido dadas a
la iglesia o asamblea. Pedro tenía las llaves de la administración en el reino. Pero la idea de llaves en relación con la
Iglesia, o el poder de las llaves en la Iglesia, es una pura falacia. No existen en absoluto. La Iglesia es edificada; los
hombres no edifican con llaves, y es Cristo (no Pedro) quien la edifica. Además, los actos así permitidos eran actos de administración
aquí abajo. El cielo daba su aprobación sobre ellos, pero estos no estaban relacionados con el cielo, sino con la administración
terrenal del reino. Además, hay que observar que lo que aquí se confiere es individual y personal. Se trataba de un nombre
y una autoridad conferidos sobre Simón, el hijo de Jonás. Algunas observaciones adicionales aquí podrán ayudarnos a comprender
mejor el significado de estos capítulos. En la parábola del sembrador (capítulo 13), la Persona del Señor no es presentada
sino sólo el hecho de que está sembrando, no segando. En la primera similitud del reino, Él es el Hijo del Hombre, y el campo
es el mundo. Él realmente está fuera del Judaísmo. En el capítulo 14, tenemos el estado de cosas desde el rechazo de Juan
hasta el tiempo que el Señor es reconocido a Su regreso, donde Él había sido rechazado. En el capítulo 15, es la controversia
moral, y Dios mismo en gracia por encima del mal. Sobre este punto no me detendré más. Pero en el capítulo 16 tenemos a la
Persona del Hijo de Dios, el Dios viviente, y de ahí la asamblea, y Cristo el edificador; en el capítulo 17, el reino con
el Hijo del Hombre viniendo en gloria. Las llaves (por mucho que el cielo aprobara el uso que Simón hiciera de ellas) eran,
como hemos visto, del reino de los cielos (no de la asamblea); y este reino, como la parábola de la cizaña muestra, había
de corromperse y echarse a perder irremediablemente. Cristo edifica la Iglesia, no Pedro. Compárese 1 Pedro 2: 4-5.
Los propósitos futuros de Dios en la asamblea y el reino
relacionados con Pedro
Entonces, estas cuatro cosas son declaradas por el Señor en este pasaje: primeramente, la revelación hecha por
el Padre a Simón; en segundo lugar, el nombre dado a este Simón por Jesús, quien iba a edificar la Iglesia sobre el fundamento
revelado en aquello que el Padre le había dado a conocer a Simón; tercero, la asamblea edificada por Cristo mismo, todavía
incompleta, sobre el fundamento de la Persona de Jesús reconocido como Hijo del Dios viviente. En cuarto lugar, las llaves
del reino que debían ser dadas a Pedro, es decir, la autoridad en el reino como administrándolo de parte de Cristo, ordenando
en él aquello que era Su voluntad, y que debía ser ratificado en el cielo. Todo esto está relacionado con Simón personalmente,
en virtud de la elección del Padre (quien, en Su sabiduría, le había escogido para que recibiera esta revelación) y de la
autoridad de Cristo (quien había conferido sobre él, el nombre que le distinguía de manera personal en el gozo de este privilegio).
La muerte del Señor anunciada; la transición desde
el sistema Mesiánico al establecimiento de la asamblea
En cuanto al Señor, habiéndonos hecho conocer de esta forma los propósitos de Dios con respecto al futuro - propósitos
que serían cumplidos en la asamblea y en el reino - ya no había lugar para Su presentación a los Judíos como el Mesías. No
es que Él abandonaba el testimonio, lleno de gracia y de paciencia hacia el pueblo, el cual Él había dado en todo Su ministerio.
No; ese, en realidad, continuaba, pero los discípulos tenían que comprender que ya no era tarea de ellos anunciar al pueblo
que Él era el Cristo. A partir de este momento, también, Él comenzó a enseñar a Sus discípulos que debía sufrir, ser muerto
y resucitar.
Pedro haciendo la obra del adversario;
el único camino es la cruz
Pero, a pesar de lo bendecido y honrado que fue Pedro por la revelación que el Padre le había hecho, su corazón
se aferraba todavía de manera carnal a la gloria humana de su Maestro (en realidad, a la suya propia) y estaba lejos aún de
elevarse a la altura de los pensamientos de Dios. ¡Es lamentable, pero él no es el único ejemplo de esto! Estar convencido
de las verdades más exaltadas, e incluso gozar verdaderamente de ellas como verdades, es algo muy distinto que tener el corazón
formado según los sentimientos, y del andar aquí abajo, los cuales están de acuerdo con esas verdades. No se trata de que
haga falta sinceridad en el disfrute de la verdad. Lo que hace falta es tener la carne y el yo mortificados - estar muertos
al mundo. Nosotros podemos gozar sinceramente de la verdad enseñada por Dios, y, aun así, no poseer la carne mortificada o
el corazón en un estado que esté de acuerdo a esa verdad, en lo que involucra las cosas de aquí abajo. Pedro (honrado así
últimamente por la revelación de la gloria de Jesús, y hecho depositario, de un modo muy especial, de la administración del
reino dado al Hijo, y teniendo un lugar distinguido en aquello que debía seguir al rechazo del Señor por los Judíos) está
haciendo ahora la obra del adversario con respecto a la perfecta sujeción de Jesús al sufrimiento e ignominia que debían introducir
esta gloria y caracterizar al reino. ¡Es lamentable!, el caso estaba claro; él ponía la mira en las cosas de los hombres y
no en las de Dios. Pero el Señor, en fidelidad, rechaza a Pedro en este asunto, y enseña a Sus discípulos que el único camino,
el señalado y necesario camino, es la cruz; si alguien quería seguirle, ese es el camino que Él tomó. Además,
¿qué aprovecharía al hombre si salvase su vida y lo perdiese todo - ganar el mundo y perder su alma? Porque esta era la cuestión
[46], y no la gloria exterior del reino.
[46] En la epístola de Pedro, hallamos constantemente estos mismos pensamientos - las palabras "esperanza viva",
"piedra viva" - aplicadas a Cristo, y después a los Cristianos. Y nuevamente, de acuerdo a nuestro asunto, la salvación por
la vida en Cristo, el Hijo del Dios viviente, nosotros nos encontramos con esto: "obteniendo el fin de vuestra fe, que es
la salvación de vuestras almas." (1 Pedro 1:9). Podríamos leer todos los versículos mediante los cuales el apóstol presenta
su enseñanza.
Incredulidad entre los Judíos
y en los corazones de los discípulos
Habiendo examinado este capítulo, como la expresión de la transición del sistema Mesiánico al establecimiento
de la asamblea fundamentada en la revelación de la Persona de Cristo, deseo también dirigir la atención a los caracteres de
la incredulidad que son desarrollados aquí, tanto entre los Judíos como en los corazones de los discípulos. Será provechoso
observar las formas de esta incredulidad.
En primer lugar, ella toma la forma más vulgar de pedir una señal del cielo. Los Fariseos y los Saduceos se unen
para mostrar su insensibilidad a todo lo que el Señor había hecho. Requieren una prueba para sus sentidos naturales, es decir,
para su incredulidad. Ellos no creerán a Dios, ni prestando atención a Sus palabras ni contemplando Sus obras. Dios tenía
que satisfacer su obstinación, lo cual no sería fe ni la obra de Dios. Tenían entendimiento para las cosas humanas que estaban
manifestadas en forma bastante menos clara, pero ningún entendimiento para las cosas de Dios. Un Salvador perdido para ellos,
como Judíos en la tierra, sería la única señal que se les concedería. Ellos tendrían que someterse, lo quisieran o no, al
juicio de la incredulidad que ellos exhibían. El reino les sería quitado, el Señor los deja. La señal de Jonás está relacionada
con el tema de todo el capítulo.
A continuación, vemos esta misma falta de atención hacia el poder manifestado en las obras de Jesús; pero no
se trata ya de la oposición de la voluntad descreída; la ocupación del corazón en las cosas del presente, aleja a los tales
de la influencia de las señales que se habían dado. Esto es debilidad, no mala voluntad. No obstante, ellos son culpables,
pero Jesús los llama "hombres de poca fe", en vez de "hipócritas" y "generación mala y adúltera."
Vemos, entonces, a la incredulidad manifestándose bajo la forma de opinión indolente, la cual prueba que el corazón
y la conciencia no están interesados en un asunto que debería gobernarlos - un asunto que, si el corazón enfrentara realmente
su verdadera importancia, este no descansaría hasta llegar a la certeza con respecto a este asunto. Aquí el alma no siente
la necesidad; consecuentemente, no hay discernimiento. Cuando el alma siente esta necesidad, sólo hay una cosa que puede satisfacerla;
no puede haber descanso hasta que se encuentra. La revelación de Dios que creó esta necesidad, no deja al alma en paz hasta
que tiene la seguridad de poseer aquello que la despertó. Aquellos que no son sensibles a esta necesidad podrán descansar
en probabilidades, cada cual conforme a su carácter natural, su educación, sus circunstancias. Hay bastante como para despertar
la curiosidad - la mente está ocupada en ella, y juzga. La fe tiene necesidades, y, en principio, inteligencia en cuanto al
objeto que satisface esas necesidades; el alma es ejercitada hasta que encuentra lo que necesita. El hecho es que Dios está
ahí.
La fe viva de Pedro como una piedra viva en el templo
Este es el caso de Pedro. El Padre le revela al Hijo a él. Aunque débil, se halló en él fe viva, y vemos la condición
de su alma cuando dice: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que
tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." ¡Dichoso el hombre a quien Dios revela verdades tales como estas, en quien
Él despierta estas necesidades! Podrá haber conflicto, mucho que aprender, mucho que mortificar, pero el consejo de Dios está
allí, y la vida relacionada con este. Hemos visto su efecto en el caso de Pedro. Cada cristiano tiene su lugar en el templo
del cual Pedro era una piedra tan eminente. ¿Quiere decir esto que el corazón sea, prácticamente, digno de la revelación que
se le hace? No; después de todo, puede estar la carne no mortificada aún en aquel punto donde la revelación toca nuestra posición
terrenal.
La revelación dada a Pedro implicando el rechazo de Cristo
en la tierra; la cruz como la entrada al reino
De hecho, la revelación hecha a Pedro implicaba el rechazo de Cristo en la tierra - conducía necesariamente a
Su humillación y muerte. Ese era el punto. Para sustituir la revelación del Hijo de Dios, la asamblea y el reino celestial,
por la manifestación del Mesías en la tierra, ¿qué podía significar, excepto que Jesús iba a ser entregado a los Gentiles
para ser crucificado, y después de esto que resucitase? Pero moralmente, Pedro no había llegado a esto. Al contrario, su corazón
carnal se beneficiaba de la revelación hecha a él, y de aquello que Jesús le había dicho, para exaltarse a sí mismo. Él vio,
por lo tanto, la gloria personal sin percibir las consecuencias prácticas morales. Él comienza a reprender al Señor, e intenta
disuadirle del camino de la obediencia y la sujeción. El Señor, siempre fiel, le trata como un adversario. ¡Es lamentable!
¡Cuán a menudo hemos gozado de una verdad, y gozado sinceramente, y no obstante hemos fracasado en las consecuencias prácticas
a las que nos conducía en la tierra! Un Salvador celestial glorificado, el cual edifica la asamblea, implica el llevar la
cruz en la tierra. La carne no comprende esto. Elevará a su Mesías al cielo, si ustedes lo desean; pero tomar su porción de
la humillación, lo cual sigue forzosamente, no es su idea de un Mesías glorificado. La carne debe ser mortificada para tomar
este lugar. Debemos poseer la fortaleza de Cristo por medio del Espíritu Santo. Un cristiano que no esté muerto al mundo,
no es sino una piedra de tropiezo para todo aquel que busca seguir a Cristo.
Estas son las formas de incredulidad que preceden a una verdadera confesión de Cristo, y las cuales se hallan,
¡lamentablemente! en aquellos que sinceramente le han confesado y le conocen (no mortificando la carne de tal manera que el
alma pueda caminar a la altura de lo que aprendió de Dios y su entendimiento espiritual siendo oscurecido al pensar en las
consecuencias que la carne rechaza).
El título glorioso de "Hijo del Hombre"
reemplazando el de Mesías
Pero si la cruz era la entrada al reino, la revelación de la gloria no se tardaría. Siendo el Mesías rechazado
por los Judíos, un título más glorioso y de trascendencia mucho más profunda es manifestado: el Hijo del Hombre vendrá en
la gloria del Padre (pues Él era el Hijo de Dios) y recompensará a cada hombre conforme a sus obras. Había allí incluso algunos
que no gustarían la muerte (pues ellos estaban hablando de esto) hasta que hubieran visto la manifestación de la gloria del
reino que pertenecía al Hijo del Hombre.
Podemos observar aquí el título de "Hijo de Dios" establecido como el fundamento; y el de Mesías, dejado por
lo que respecta al testimonio dado en ese tiempo, y sustituido por el de "Hijo del Hombre", el cual Él toma al mismo tiempo
que el de Hijo de Dios, y que poseía una gloria que le pertenecía a Él por Su derecho propio. Vendría en la gloria de Su Padre
como Hijo de Dios, y en Su propio reino como Hijo del Hombre.
Cristo como el Hijo del Hombre en los Salmos
Es interesante recordar aquí la enseñanza dada a nosotros al comienzo del libro de los Salmos. El hombre justo,
distinguido de la congregación de los malos, ha sido presentado en el primer salmo. Luego, en el segundo, tenemos la rebelión
de los reyes de la tierra y de los gobernantes en contra del Señor y de Su Ungido (es decir, de Su Cristo). Ahora bien, sobre
este se declara el decreto de Jehová. Adonai, el Señor, se burlará de ellos desde el cielo. Además, el Rey de Jehová será
establecido sobre el Monte Sión. Este es el decreto: "Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy [47]." A los
reyes de la tierra y a los jueces se les ordena honrar al Hijo (N. del T.: o "Besad al Hijo", como reza el versículo 12 del
Salmo 2 en la Versión Moderna).
[47] Hemos visto que Pedro fue más allá de esto. Cristo es visto aquí como el Hijo nacido en la tierra en el
tiempo, no como el Hijo desde la eternidad en el seno del Padre. Pedro, sin la plena revelación de esta última verdad, ve
que Él es el Hijo según el poder de la vida divina en Su propia Persona, sobre la cual la asamblea podía ser consecuentemente
edificada. Pero tenemos que considerar aquí aquello que pertenece al reino.
Ahora, en los salmos siguientes, toda esta gloria es oscurecida. La angustia del remanente, en el que Cristo
tiene una parte, es relatada. Luego, en el Salmo 8, se le menciona como el Hijo del Hombre, Heredero de todos los derechos
conferidos soberanamente sobre el hombre por los consejos de Dios. El nombre de Jehová llega a ser grande en toda la tierra
("admirable" - Versión Moderna). Estos salmos no van más allá de la parte terrenal de estas verdades, excepto donde está escrito:
"El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos" (Salmo 2:4); mientras que en Mateo 16, la relación del
Hijo de Dios con esto, Su venida con Sus ángeles (para no decir nada de la asamblea) son puestas ante nosotros. Es decir,
vemos que el Hijo del Hombre vendrá en la gloria del cielo. No que su morada allí sea la verdad declarada; sino que Él es
investido con la gloria más alta del cielo cuando Él viene a establecer Su reino en la tierra. Él viene en Su reino. Este
es establecido en la tierra; pero viene para tomarlo con la gloria del cielo. Esto es expuesto en el capítulo siguiente, conforme
a la promesa aquí en el versículo 28.
Una muestra de la gloria venidera dada
para confirmar la fe de los discípulos
En cada Evangelio que habla de ella, la transfiguración sigue inmediatamente a la promesa de no gustar la muerte
antes de ver el reino del Hijo del Hombre. Y no solamente esto, sino que Pedro (en su segunda Epístola, 1:16) hablando de
la escena declara que fue una manifestación del poder y de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dice que la palabra profética
les fue confirmada al ver ellos Su majestad, de modo que ellos sabían de qué hablaban al serles dado a conocer el poder y
la venida de Cristo, tras haber contemplado Su majestad. De hecho, es precisamente en este sentido que el Señor habla de ello
aquí, como ya hemos visto. Era una muestra de la gloria en la cual Él vendría después, dada para confirmar la fe de Sus discípulos
en la perspectiva de Su muerte, la cual Él les había anunciado recién.
Capítulo 17
La transfiguración
Jesús los conduce a un monte alto, y allí es transfigurado ante ellos:
"Resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz." Moisés y Elías aparecieron también hablando
con Él. Dejo el tema del discurso de ellos, el cual es profundamente interesante, hasta que lleguemos al Evangelio de Lucas,
quien añade algunas circunstancias más, las cuales, en algunos aspectos, dan otro aspecto a esta escena.
Aquí el Señor aparece en gloria, y Moisés y Elías con Él: uno es el legislador de los Judíos; el otro (casi distinguidos
por igual), el profeta que intentó hacer volver a las diez tribus apostatas a la adoración de Jehová, y quien, desesperanzado
a causa del pueblo, regresó a Horeb, desde donde la ley fue dada, y después fue tomado al cielo sin pasar por la muerte.
El error de Pedro; el Objeto de la complacencia del Padre
ha de ser el nuestro
Estas dos personas, ilustres de forma preeminente en los tratos de Dios con Israel, uno como el fundador y el
otro como restaurador del pueblo en relación con la ley, aparecen en compañía de Jesús. Pedro (impresionado por esta aparición,
gozándose de ver a su Maestro asociado con estos pilares del sistema Judío, con tales eminentes siervos de Dios, ignorante
de la gloria del Hijo del Hombre y olvidando la revelación de la gloria de Su Persona como el Hijo de Dios) desea construir
tres enramadas, y colocar a los tres al mismo nivel como oráculos. Pero la gloria de Dios se manifiesta; es decir, la señal
conocida en Israel como la morada (Shekinah) de esa gloria [48]; y la voz del Padre es escuchada. La gracia puede colocar
a Moisés y Elías en la misma gloria que la del Hijo de Dios, y asociarlos con Él; pero si la locura del hombre, en su ignorancia,
los quiere situar juntos como teniendo la misma autoridad sobre el corazón del creyente, el Padre debe vindicar de inmediato
los derechos de Su Hijo. No pasa un momento antes de que la voz del Padre proclame la gloria de la Persona de Su Hijo, Su
relación con Él, que Él es el objeto de todo Su afecto, y en quien tiene toda Su complacencia. Es a Él a quien los
discípulos tienen que oír. Moisés y Elías han desaparecido. Cristo está allí solo, como el Único que ha de ser glorificado,
el Único que enseñaría a aquellos que escuchen la voz del Padre. El Padre mismo le distingue y le presenta a la atención de
los discípulos, no porque fuese digno del amor de ellos, sino como el objeto de Su propia complacencia. En Jesús, Él
mismo estaba muy complacido. Así, los afectos del Padre se nos presentan como los que gobiernan los nuestros - colocando ante
nosotros un objeto común. ¡Qué posición para unas pobres criaturas como nosotros! ¡Qué gracia! [49]
[48] Pedro, enseñado por el Espíritu Santo, la llama "la magnífica gloria." (2 Pedro 1:17).
[49] No era en relación con la divina validez del testimonio de ellos que Moisés y Elías desaparecieran. No
podía haber una confirmación más firme de ello, como de hecho Pedro dice, que esta escena. Pero no sólo no eran ellos los
sujetos del testimonio de Dios como Cristo lo era, sino que su testimonio no se refería, ni sus exhortaciones llegaban, a
las cosas celestiales que iban a ser reveladas ahora en asociación con el Hijo del cielo. Incluso Juan el Bautista hace esta
diferencia (Juan 3: 13, 31-34). De ahí, como se presenta allí, que el Hijo del Hombre deba ser levantado. Así el Señor encarga
aquí a los discípulos que no dijeran que Él era el Mesías, pues el Hijo del Hombre tenía que sufrir (véase Juan 12:27). La
historia Judía fue cerrada en el capítulo 12, de hecho en el capítulo 11, y el terreno del cambio implicó que tanto Juan como
Él fueron rechazados, la perfecta sumisión, entonces todas las cosas son entregadas a Él por Su Padre, y Él revela al Padre
(compárese con Juan 13, 14). Pero en Mateo 13 - aparte del Judaísmo, Él comienza con lo que traía, sin buscar fruto en el
hombre.
Jesús el único dispensador del conocimiento
y la mente de Dios
Al mismo tiempo, la ley y toda idea de su restauración bajo el antiguo pacto, habían pasado; y Jesús, glorificado
como Hijo del Hombre, e Hijo del Dios viviente, permanece el solo dispensador del conocimiento y la mente de Dios. Los discípulos
se postran sobre sus rostros, sienten temor, al oír la voz de Dios. Jesús, para quien esta gloria y esta voz eran familiares,
les anima, como siempre hizo cuando estaba en la tierra, diciendo: "no temáis." Estando
con Aquel que era el objeto del amor del Padre, ¿por qué debían temer? Su mejor Amigo era la manifestación de Dios en la tierra,
la gloria le pertenecía a Él. Moisés y Elías habían desaparecido, y la gloria también, la cual los discípulos no podían aún
soportar. Jesús - que había sido manifestado así a ellos en la gloria dada a Él, y en los derechos de Su gloriosa persona,
en Sus relaciones con el Padre - permanece el mismo para con ellos como siempre le habían conocido. Pero esta gloria no tenía
que ser el tema de su testimonio hasta que Él, el Hijo del Hombre, hubiese resucitado de entre los muertos - el sufriente
Hijo del Hombre. La gran prueba sería dada entonces, de que Él era el Hijo de
Dios con poder. El testimonio de ello debía ser rendido, y Él ascendería personalmente a esa gloria que acababa de resplandecer
ante sus ojos.
La venida y el rechazo de Elías y del Hijo del Hombre
Pero surge una dificultad en las mentes de los discípulos, provocada por la doctrina de los escribas con respecto
a Elías. Ellos habían dicho que Elías debía venir antes de la manifestación del Mesías; y, de hecho, la profecía de Malaquías
autorizaba esta expectativa. ¿Por qué entonces, preguntan ellos, dicen los escribas que Elías debía venir primero (es decir,
antes de la manifestación del Mesías); considerando que nosotros hemos visto ahora que Tú eres Él, sin haber venido Elías?
Jesús confirma las palabras de la profecía, añadiendo que Elías debía restaurar todas las cosas: "Mas", continúa el Señor,
"os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre
padecerá de ellos." Entonces ellos comprendieron que Él hablaba de Juan el Bautista, quien vino en el espíritu y poder de
Elías, como había declarado el Espíritu Santo por medio de Zacarías su padre.
Digamos unas cuantas palabras sobre este pasaje. Primeramente, cuando el Señor dice, "A la verdad, Elías viene
primero, y restaurará todas las cosas", Él no hace más que confirmar aquello que los escribas habían dicho, según la profecía
de Zacarías, como si Él hubiese dicho, 'Ellos tienen razón'. Él declara entonces el efecto de la venida de Elías: "restaurará
todas las cosas." Pero el Hijo del Hombre tenía que venir todavía. Jesús había dicho a Sus discípulos, "No acabaréis de recorrer
todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre." (Mateo 10:23). No obstante, Él había venido e incluso en
ese momento estaba hablando con ellos. Pero esta venida del Hijo del Hombre de la que hablaba, es Su venida en gloria, cuando
Él será manifestado como el Hijo del Hombre en juicio conforme a Daniel 7. Fue así que todo lo que se había dicho a los Judíos
tenía que cumplirse; y en el Evangelio de Mateo, Él les habla en relación con esta expectativa. Sin embargo, era necesario
que Jesús fuera presentado a la nación y sufriera. Era necesario que la nación fuese sometida a prueba por la presentación
del Mesías de acuerdo a la promesa. Esto fue hecho, y como Dios había también predicho por los profetas, fue "despreciado entre los hombres" (Isaías 53:3). De esta manera Juan fue también delante de Él, según Isaías
40, como la voz en el desierto, incluso en el espíritu y poder de Elías; él fue rechazado como el Hijo del Hombre también
lo sería. [50]
[50] De ahí que Juan rechace también la aplicación de Malaquías 4: 5-6 a él mismo, mientras que Isaías 40 y
Malaquías 3:1 se aplican a él en Lucas 1:76; 7:27.
El rechazo del Hijo del Hombre; la nación puesta a un lado
temporalmente y la restauración de todas las cosas
El Señor, entonces, por medio de estas palabras, declara a Sus discípulos, en relación con la escena que recién
habían dejado, y con toda esta parte de nuestro Evangelio, que el Hijo del Hombre, tal como era presentado ahora a los Judíos,
iba a ser rechazado. Este mismo Hijo del Hombre iba a ser manifestado en gloria, como la habían visto por un momento en el
Monte. Elías, en realidad, tenía que venir, como los escribas habían dicho; pero ese Juan el Bautista había cumplido ya con
aquel cargo en poder para la presentación del Hijo del Hombre; la cual (siendo abandonados los Judíos, como convenía, a su
propia responsabilidad) terminaría sólo en Su rechazo, y en la nación puesta a un lado hasta los días en los cuales Dios comenzaría
de nuevo a relacionarse con Su pueblo, todavía querido para Él, cualquiera que fuese su condición. Él restauraría, entonces,
todas las cosas (una obra gloriosa que Él cumpliría trayendo de nuevo a Su Primogénito al mundo). La expresión "restaurará
todas las cosas", se refiere aquí a los Judíos, y es empleada moralmente. En Hechos 3, se refiere al efecto de la propia
presencia del Hijo del Hombre.
El último paso en la prueba de los Judíos; gracia pura
La presencia temporal del Hijo del Hombre fue el momento en que fue cumplida una obra de la que la gloria eterna
dependía, y en la cual Dios ha sido plenamente glorificado, por sobre y más allá de toda dispensación, y en la cual Dios,
y también el hombre, ha sido revelado, una obra en la que incluso la gloria exterior del Hijo del Hombre no es sino el fruto,
en cuanto ello depende de Su obra, y no de Su divina Persona; una obra en la que, en un sentido moral, Él fue perfectamente
glorificado al glorificar de manera perfecta a Dios. Con todo, con respecto a las promesas hechas a los Judíos, este no fue
sino el último paso en la prueba a la que ellos estaban sujetos por la gracia. Dios bien sabía que rechazarían a Su Hijo;
pero no los consideraría definitivamente culpables hasta que no lo hubieran hecho realmente. Así, en Su divina sabiduría (mientras
que después cumpliría Sus promesas inmutables) Él les presenta a Jesús - Su Hijo, el Mesías de ellos. Les proporciona todas
las pruebas necesarias. Les envía a Juan el Bautista en el espíritu y poder de Elías, como precursor Suyo. El Hijo de David
nace en Belén con todas las señales que deberían haberles convencido; pero ellos estaban cegados por su orgullo y justicia
propia, y rechazaron todo. No obstante, todo esto resultó en Jesús, en gracia, adaptándose Él mismo, en cuanto a Su posición,
a la mísera condición de Su pueblo. Así también Él, como el Antitipo de David rechazado en su tiempo, compartía la aflicción
de Su pueblo. Si los Gentiles los oprimían, el Rey debía asociarse con la angustia de ellos, al tiempo que daba toda prueba
de lo que Él era y los buscaba en amor. Al ser Él rechazado, todo se transforma en gracia pura. Ellos ya no tienen derecho
a nada conforme a las promesas, y se ven reducidos a recibir todo desde esa gracia, así como un pobre Gentil lo haría. Dios
no fallará en la gracia. De esta manera, Él les hace ver su propia posición de pecadores, y cumplirá, no obstante, Sus promesas.
Este es el tema de Romanos 11.
Juan el Bautista y Elías
Ahora bien, el Hijo del Hombre que regresará, será este mismo Jesús que se marchó. Los cielos le recibirán hasta
los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21), de las cuales los profetas han hablado. Pero aquel que tenía
que ser Su precursor en esta presencia temporal aquí no podía ser el mismo Elías. Por consiguiente, Juan estaba conformado
a la manifestación de entonces del Hijo del Hombre, salvo la diferencia que manaba necesariamente de la Persona del Hijo del
Hombre, que no podía ser sino una, mientras que este no podía ser el caso con Juan el Bautista y Elías. Pero del mismo modo
que Jesús manifestó todo el poder del Mesías y todos Sus derechos sobre todo lo que pertenecía a ese Mesías, sin asumir todavía
la gloria externa ya que aún no había llegado Su tiempo (Juan 7), así Juan cumplió moralmente y en poder la misión de Elías
para preparar el camino del Señor delante de Él (según el verdadero carácter de Su venida, como se cumplió entonces) y respondió
literalmente a Isaías 40, e incluso a Malaquías 3, los únicos pasajes aplicados a él. Esta es la razón por la que Juan dijo
que él no era Elías y por la que el Señor dijo, "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir." (Mateo 11:14).
Por lo tanto, Juan tampoco se aplicó nunca Malaquías 4:5-6 a sí mismo; pero él se anuncia a sí mismo como cumpliendo Isaías
40:3-5, y ello en cada uno de los Evangelios, independientemente de su carácter particular. [51]
[51] Ver la nota anterior.
La incredulidad del creyente;
la necesidad sentida y su remedio
Pero prosigamos con nuestro capítulo. Si el Señor asciende a la gloria, Él desciende ahora a este mundo en Espíritu
y compasión, y se encuentra con el gentío y el poder de Satanás, con los cuales nosotros tenemos que ver. Mientras el Señor
estaba en el Monte, un pobre padre había traído a los discípulos a su hijo que era lunático y estaba poseído por un demonio.
Aquí se desarrolla otro carácter de la incredulidad del hombre, aquella incluso del creyente - inhabilidad para hacer uso
del poder que está, por así decirlo, a su disposición en el Señor. Cristo, Hijo de Dios, Mesías, Hijo del Hombre, había vencido
al enemigo, había atado al hombre fuerte y tenía el derecho a echarlo fuera. Como hombre, el Obediente a pesar de a las tentaciones
de Satanás, Él le había vencido en el desierto, y como hombre tenía el derecho de despojarle de su dominio sobre un hombre
en cuanto a este mundo; y esto es lo que hizo. Al echar fuera demonios y sanar a los enfermos, Él liberaba al hombre del poder
del enemigo. "Dios", dijo Pedro, "ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo
bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo." (Hechos 10:38). Ahora bien, este poder debería haber sido utilizado
por los discípulos, quienes tenían que haber conocido de qué modo valerse de él ellos mismos, por la fe, de aquello que Jesús
había manifestado así en la tierra; pero no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, ¿de qué aprovechaba traer este poder aquí
abajo si los discípulos no tenían fe para utilizarlo? El poder estaba allí; el hombre podía beneficiarse por medio de él para
la completa liberación de toda la opresión del enemigo; pero él no tenía fe para hacerlo - incluso ni los creyentes la tenían.
La presencia de Cristo en la tierra no era de utilidad, cuando incluso Sus propios discípulos no sabían cómo sacar provecho
de este poder. Había más fe en el hombre que trajo a su hijo que en ellos, pues la necesidad sentida le trajo a su remedio.
Por tanto, todos quedan bajo la sentencia del Señor: "¡Oh generación incrédula y perversa!" Él debe dejarlos; y aquello que
la gloria había revelado arriba, la incredulidad lo comprendería abajo.
Fe individual satisfecha con bendición
Observen que no se trata aquí del mal en el mundo el que pone término a una particular intervención de Dios;
al contrario, da ocasión para la intervención en gracia. Cristo vino a causa del control de Satanás sobre los hombres. Él
se marcha porque aquellos que le habían recibido eran incapaces de utilizar el poder que Él trajo consigo, y que Él otorga
para su liberación; no pueden valerse de él mediante las ventajas mismas que entonces gozaban. Faltaba la fe. No obstante,
observen también esta verdad importante y conmovedora que, mientras tal dispensación de Dios continua, Jesús no falla para
satisfacer la fe individual con bendición, incluso cuando Sus discípulos no pueden glorificarle por medio del ejercicio
de la fe. La misma sentencia que juzga la incredulidad de los discípulos, llama al angustiado padre al goce de la bendición.
Después de todo, para ser capaces nosotros mismos de hacer buen uso de Su poder, debemos estar en comunión con Él por la energía
práctica de la fe.
Él bendice, entonces, al pobre padre según su necesidad; y, lleno de paciencia, reanuda el curso de la enseñanza
que estaba dando a Sus discípulos sobre el asunto de Su rechazo y Su resurrección como Hijo del Hombre. Amando al Señor, e
incapaces de hacer pasar sus pensamientos por encima de las circunstancias del momento, están turbados; y no obstante, esto
era redención, salvación, la gloria de Cristo.
La enseñanza del Maestro; asociación con Él
No obstante, antes de ir más allá y de enseñarles aquello que debía ser la porción de los discípulos de un Maestro
así rechazado, y la de la posición que tenían que ocupar, Él les presenta Su gloria divina y la asociación de ellos con Aquel
que la tenía, del modo más conmovedor, si podían al menos comprenderlo; y al mismo tiempo, con perfecta condescendencia y
ternura hacia ellos, se sitúa Él mismo con ellos, o mejor dicho, Él los coloca en el mismo lugar con Él mismo, como Hijo del
gran Rey del templo y de toda la tierra.
Las dos dracmas: condescendencia divina
Los que cobraban las dos dracmas para el servicio del templo vienen
y le preguntan a Pedro si su Maestro no lo pagaba. Siempre pronto a adelantarse a todo, olvidando la gloria que había visto
y la revelación hecha a él por el Padre, Pedro, descendiendo al nivel común de sus propios pensamientos, ansioso de que su
Maestro fuera considerado un buen Judío y sin consultarle a Él, contesta a la pregunta afirmativamente. El Señor se anticipa
a Pedro al entrar en la casa, y le muestra Su divino conocimiento de lo que ya había sucedido a distancia de Él. Al mismo
tiempo, Él habla de Pedro y de Sí mismo como hijos los dos del Rey del templo (Hijo de Dios manteniendo aún con paciente bondad
Su humilde lugar como Judío) y, por lo tanto, libres ambos del impuesto. Pero ellos no debían ofender. Él, entonces, ordena
a la creación (porque Él puede hacer todas las cosas, ya que Él conoce todas las cosas) y hace que un pez traiga
precisamente la suma requerida, y uniendo de nuevo el nombre de Pedro con el Suyo. Él dijo, "para que no les demos
motivo de escándalo" (Mateo 17:27 - Versión Moderna), "dáselo por mí y por ti." ¡Maravillosa y divina condescendencia! Él
que es quien escudriña los corazones, y que dispone a voluntad de toda la creación, el Hijo del soberano Señor del templo,
pone a sus pobres discípulos en la misma relación con Su Padre celestial, con el Dios que era adorado en ese templo. Se somete
a las demandas que habrían sido debidamente hechas a los extranjeros, pero Él coloca a Sus discípulos en Sus propios privilegios
como Hijo. Vemos muy claramente la relación entre esta conmovedora expresión de gracia divina y el tema de estos capítulos.
Ella demuestra todo el significado del cambio que estaba teniendo lugar.
Las epístolas de Pedro en relación con los capítulos 16-17
Es interesante observar que la primera epístola de Pedro se basa en Mateo 16, y la segunda en el capítulo 17,
que hemos estado considerando recién [52]. En el capítulo 16, Pedro, enseñado por el Padre, confiesa que el Señor es el Hijo del Dios viviente; y el Señor dijo que sobre esa roca edificaría Su iglesia, y que aquel
que tenía el poder de la muerte no prevalecería contra ella. Así también Pedro, en su primera epístola, declara que ellos
habían nacido de nuevo para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Ahora bien, es por medio de esta resurrección que el poder de la vida del Dios viviente fue manifestado.
Después, él llama a Cristo la piedra viva, a quien acercándonos, como piedras vivas, somos edificados como un templo santo
para el Señor.
[52] Ambas epístolas, después de declarar la redención por medio de la sangre preciosa de Cristo y de ser nacidos
de la semilla incorruptible de la Palabra, tratan del gobierno de Dios; la primera, de su aplicación para los Suyos guardándolos,
y la segunda, para los inicuos y para el mundo, continuando así hasta los elementos que siendo quemados se fundirán, y hasta
llegar a los cielos nuevos y tierra nueva.
En su segunda epístola, él recuerda, de manera especial, la gloria de la transfiguración, como una prueba de
la venida y del reino del Hijo del Hombre. Por consiguiente, él habla en esa epístola del juicio del Señor.
Capítulo 18
Los caminos de Dios en el nuevo orden de cosas;
el carácter del verdadero testimonio a ser rendido
En el capítulo 18, los grandes principios apropiados a un nuevo orden de cosas son dados a conocer a los discípulos.
Examinemos un poco estas dulces y preciosas enseñanzas del Señor.
Ellas pueden ser contempladas de dos maneras. Ellas revelan los caminos de Dios con respecto a aquello que debía
tomar el lugar del Señor en la tierra, como un testimonio de la gracia y de la verdad. Además de esto, describen el carácter
que es, en sí mismo, el verdadero testimonio que debe ser rendido.
Este capítulo da por supuesto que Cristo ha sido ya rechazado y está ausente, y que la gloria del capítulo 17
no ha llegado aún. Pasa por sobre el capítulo 17 para enlazarse con el capítulo 16 (excepto en cuanto a que los últimos versículos
del capítulo 17 entregan un testimonio práctico de Su abdicación a Sus verdaderos derechos
hasta que Dios los vindique). El Señor habla de los dos asuntos contenidos en el capítulo 16: el reino y la iglesia.
"Como niños" - el espíritu que conviene a los seguidores
de un Señor rechazado
Aquello que sería apropiado al reino era la mansedumbre de un niño, la cual es incapaz de afirmar sus propios
derechos ante un mundo que la ignora - el espíritu de dependencia y humildad. Ellos debían ser como niños. En ausencia de
Su Señor rechazado, este era el espíritu que convenía a Sus seguidores. Aquel que recibía a un niño en el nombre de Jesús,
le recibía a Él. Por otro lado, el que ponía una piedra de tropiezo en el camino de uno de estos pequeños que creían en Jesús
[53], sería visitado con el más terrible juicio. ¡Es lamentable! el mundo hace esto, pero, ¡ay del mundo por este motivo!
En cuanto a los discípulos, si aquello que ellos más valoraban se convertía en lazo, debían sacarlo y cortarlo, ejerciendo
un cuidado extremo, en gracia, para no ser lazos a un pequeño que cree en Cristo, y ejerciendo una severidad implacable en
cuanto a ellos mismos, con respecto a cualquier cosa que pudiese ser un lazo para ellos mismos. La pérdida de lo más precioso
aquí no era nada, comparado con su eterna condición en otro mundo; porque esa era la cuestión ahora, y el pecado no podía
tener un lugar en la casa de Dios. El cuidado hacia los demás, incluso hacia los más débiles, la severidad con el yo, era
la norma para que en el reino no existiera ningún lazo ni ningún mal. En cuanto a la ofensa, gracia plena al perdonar. No
tenían que menospreciar a estos pequeños; porque si eran incapaces de abrirse camino en este mundo, ellos eran los objetos
del favor especial del Padre, como aquellos que, en las cortes terrenales, tenían el privilegio peculiar de ver el rostro
del rey. No es que no hubiera pecado en ellos, sino que el Padre no menospreciaba a aquellos que estaban lejos de Él. El Hijo
del Hombre había venido para salvar a los perdidos [54]. Y no era la voluntad del Padre que ninguno de Estos se perdiera.
Él hablaba, no lo dudo, de niños como aquellos que Él tomaba en Sus brazos; pero Él inculca a Sus discípulos el espíritu de
humildad y dependencia por una parte, y por la otra el espíritu del Padre que ellos tenían que imitar, a fin de ser verdaderamente
los hijos del reino; y a no andar en el espíritu del hombre que busca mantener su lugar y propia importancia, sino a humillarse
y someterse al desprecio; y al mismo tiempo (y esto es la verdadera gloria) imitar al Padre, el cual considera a los humildes
y los admite en Su presencia. El Hijo del Hombre había venido a favor de los que no tenían valor. Este es el espíritu de la
gracia del que se habla al final del capítulo 5. Es el espíritu del reino.
[53] El Señor distingue aquí a un creyente pequeño. En los otros versículos, Él habla de un niño, haciendo de
su carácter, como tal, un modelo de aquél del Cristiano en este mundo.
[54] Como doctrina, la condición de pecado del niño, y su necesidad del sacrificio de Cristo, son expresados
amorosamente aquí. Él no dice aquí "buscar" refiriéndose a ellos. El empleo aquí de la parábola de la oveja perdida es sorprendente.
La asamblea ha de ocupar el lugar de Cristo en la tierra;
Cristo en medio
Pero, más especialmente, la asamblea tenía que ocupar el lugar de Cristo en la tierra. Con respecto a las ofensas
contra uno mismo, este mismo espíritu de mansedumbre es el que convenía a Su discípulo; él tenía que ganar a su hermano. Si
este último le escuchaba, el asunto debía quedar enterrado en el corazón del ofendido; si no, dos o tres más, entonces, debían
ser llevados ante el ofensor por la persona ofendida para alcanzar su conciencia, o para hacer de testigos; pero si de nada
servían estos medios designados, debía darse a conocer a la asamblea; y si esto no producía sumisión, aquel que había hecho
el mal tenía que ser considerado por el otro como un extraño, igual que un pagano y un publicano lo eran para Israel. La disciplina
pública de la asamblea no es tratada aquí, sino el espíritu en el cual los cristianos tenían que caminar. Si el ofensor agachaba
la cabeza cuando se le hablaba, debía perdonársele incluso setenta veces siete al día. Pero aunque no se hable de la disciplina
de Cristo, vemos que la asamblea tomaba el lugar de Israel en la tierra. A ella se le aplicaban, de ahí en adelante, lo interno
y lo externo. El cielo ratificaría aquello que la asamblea atase en la tierra, y el Padre concedería la oración de
dos o tres que convinieran en hacer juntos su petición; ya que Cristo estaría en medio de dondequiera que dos o tres se reunieran
en, o hacia Su nombre [55]. Así, para las decisiones, para las oraciones, ellos eran como Cristo en la tierra, porque Cristo
mismo estaba allí con ellos. ¡Solemne verdad! inmenso favor otorgado a dos o tres cuando están congregados verdaderamente
en Su nombre; pero que llega a ser un asunto profundamente triste cuando esta
unidad es fingida, mientras la realidad no está allí. [56]
[55] Es importante hacer memoria aquí que - mientras el Espíritu Santo es plenamente reconocido personalmente
en Mateo, como en el nacimiento del Señor, y (en el capítulo 10) como actuando y hablando en los discípulos en su servicio,
como una Persona divina, como ocurre siempre que nosotros sólo de Él podemos actuar rectamente - la venida del Espíritu Santo,
en el orden de la dispensación divina, no forma parte de la enseñanza de este evangelio, aunque sea reconocido como un hecho
en el capítulo 10. La consideración de Cristo en Mateo concluye con Su resurrección, y el cuerpo Judío es enviado desde Galilea
al mundo como un cuerpo aceptado para evangelizar a los Gentiles, y Él declara que estaría con ellos hasta el fin del mundo.
Así que, aquí está Él en medio de dos o tres congregados a Su nombre. La iglesia no es aquí el cuerpo formado por medio del
bautismo del Espíritu Santo; no es la casa donde mora el Espíritu Santo en la tierra; sino que donde dos o tres se congregaban
a Su nombre, allí estaba Cristo. Ahora bien, no dudo que todo bien de la vida, y la Palabra de vida, vienen del Espíritu,
pero esto es otra cosa, y la asamblea aquí no es el cuerpo, ni la casa, formada por medio del descenso del Espíritu Santo.
Esta era una enseñanza y revelación consecuentes, y continúa siendo benditamente cierta; pero se trata de Cristo en medio
de aquellos reunidos a Su nombre. Incluso en el capítulo 16 es Él quien edifica, pero eso es otro asunto. Por supuesto que
es de manera espiritual que Él está presente.
[56] Es muy asombroso encontrar aquí que, la única sucesión en el cargo de atar y desatar que permite el Cielo,
es aquella de dos o tres congregados en el nombre de Cristo.
El espíritu del reino - gracia y humildad
Otro elemento del carácter apropiado al reino, que había sido manifestado en Dios y en Cristo, es la gracia perdonadora.
En esto también los hijos del reino tienen que ser imitadores de Dios, y perdonar siempre. Esto se refiere solamente a los
males causados a uno, y no a la disciplina pública. Debemos perdonar hasta el final, o mejor dicho, no tiene que haber un
final; así como Dios nos ha perdonado todas las cosas. Al mismo tiempo, creo que aquí se describen las dispensaciones de Dios
a los Judíos. Ellos no sólo habían quebrantado la ley, sino que habían dado muerte al Hijo de Dios. Cristo intercedió por
ellos, diciendo, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." En respuesta a esta oración, un perdón provisional fue
predicado por el Espíritu Santo, por boca de Pedro. Pero esta gracia también fue rechazada. Cuando se trataba de mostrar gracia
a los Gentiles, quienes sin duda, les debían a los Judíos los cien denarios, no escucharían acerca de ello, y ellos son entregados
al castigo [57], hasta que el Señor pudiera decir, 'Han recibido doble paga por todos sus pecados.'
[57] Esta entrega, y la apertura formal del lugar celestial intermediario en relación con el Hijo del Hombre
en gloria, está en Hechos 7, donde Esteban relata la historia de ellos desde Abraham, el primero llamado como raíz de la promesa,
hasta aquel momento.
En una palabra, el espíritu del reino no es poder exterior, sino humildad; pero en esta condición hay cercanía
al Padre, y entonces es fácil ser manso y humilde en este mundo. Uno que ha gustado el favor de Dios no buscará grandeza en
la tierra; él está imbuido del espíritu de gracia, aprecia a los humildes, perdona a aquellos que le han hecho mal, está cerca
de Dios y se asemeja a Él en sus modos. El mismo espíritu de gracia reina, ya sea en la asamblea o en sus miembros. Este solo
representa a Cristo en la tierra; y con él se relacionan aquellas normas que se fundamentan sobre la aceptación de un pueblo
que pertenece a Dios. Dos o tres realmente reunidos en el nombre de Jesús actúan con Su autoridad, y gozan de Sus privilegios
con el Padre, pues Jesús mismo está allí en medio de ellos.
Capítulo 19
Principios que gobiernan la naturaleza humana;
el verdadero carácter del vínculo matrimonial
Este capítulo continúa con el asunto del espíritu apropiado para el reino de los cielos, y profundiza en los
principios que gobiernan la naturaleza humana, y en aquello que se introducía ahora divinamente. Una pregunta hecha por los
Fariseos - pues el Señor se ha acercado a Judea - da lugar a la exposición de Su doctrina sobre el matrimonio; y, prescindiendo
de la ley, dada a raíz de la dureza de sus corazones, Él regresa [58] a lo instituido por Dios, según lo cual un hombre y
una mujer tenían que unirse y ser uno a los ojos de Dios. Él establece, o mejor dicho, restablece, el verdadero carácter del
indisoluble vínculo del matrimonio. Lo llamo indisoluble, porque la excepción del caso de infidelidad, no lo es; la persona
culpable ya había roto el vínculo. Ya no eran hombre y mujer una sola carne. Al mismo tiempo, si Dios daba poder espiritual
para ello, era mejor aún permanecer soltero.
[58] La relación es trazada aquí entre lo nuevo y la naturaleza, como Dios la había formado originalmente, pasando
por sobre la ley como algo meramente interpolado. Era un poder nuevo, porque el mal había entrado, pero reconocía la creación
de Dios, al tiempo que probaba el estado del corazón, sin ceder ante su debilidad. El pecado ha corrompido lo que Dios creó
bueno. El poder del Espíritu de Dios, dado a nosotros mediante la redención, eleva al hombre y su camino fuera de la total
condición de carne, introduce un nuevo poder divino por medio del cual el hombre camina en este mundo, según el ejemplo de
Cristo. Pero con esto está la sanción más plena de lo que el propio Dios estableció originalmente. Es bueno, aunque podía
existir lo que era mejor. La manera en que la ley es pasada por alto para retroceder hasta la institución original de Dios,
donde el poder espiritual no sacó totalmente el corazón de toda la escena, aunque anduviera en ella, es muy sorprendente.
En el casamiento, en el niño, en el carácter del hombre joven, lo que es de Dios y amoroso por naturaleza, es aceptado por
Dios. Pero el estado del corazón del hombre es escudriñado. Esto no depende del carácter sino del motivo, y es totalmente
probado por Cristo (hay un cambio total de dispensación, pues las riquezas fueron prometidas a un Judío fiel) y un Cristo
rechazado - la senda al cielo - todo, y la prueba de todo lo que es del corazón del hombre.
Dios hizo al hombre recto con ciertas relaciones familiares. El pecado corrompió
totalmente esta antigua o primera creación del hombre. La venida del Espíritu Santo ha introducido un poder que levanta, en
el Segundo Hombre, de la vieja creación a la nueva, y nos da cosas celestiales - sólo que no aún con respecto al vaso, el
cuerpo; pero no puede desconocer o condenar aquello que Dios creó en el principio. Esto es imposible. En el principio, Dios
los creó. Cuando llegamos a la condición celestial, todo esto, aunque no son frutos de sus ejercicios en gracia, desaparece.
Si un hombre, en el poder del Espíritu Santo, tiene el don para hacerlo, y ser enteramente celestial, tanto mejor; pero está
muy mal condenar o hablar en contra de las relaciones que Dios creó originalmente, o subestimar o detraerse de la autoridad
que Dios relacionó con ellas. Si un hombre puede vivir plenamente por encima y fuera de estas relaciones para servir a Cristo,
está del todo bien; pero es raro y excepcional.
Enseñanza con respecto a los niños
Entonces Él renueva Su enseñanza con respecto a los niños, al tiempo que testifica de Su afecto hacia ellos:
aquí me parece que es más bien en relación con la ausencia de todo lo que ata al mundo, a sus distracciones y codicias, y
reconociendo lo que es amable, confiable y externamente sin mancha por naturaleza; mientras que, en el capítulo 18, era el
carácter intrínseco del reino. Después de esto, Él muestra (con referencia a la introducción del reino en Su Persona) la naturaleza
de la completa consagración y sacrificio de todas las cosas, a fin de poder seguirle, si verdaderamente ellos sólo buscaban
agradar a Dios. El espíritu del mundo se oponía en todos los sentidos - pasiones carnales, y riqueza. No hay duda de que la
ley de Moisés refrenaba estas pasiones; pero las aceptaba como realidad, y, en algunos sentidos, las soportaba. Según la gloria
del mundo, un niño no era de valor. ¿Qué poder podía haber ahí? Esto es de valor a los ojos del Señor.
Los motivos del corazón puestos a prueba;
riquezas terrenales
La ley prometía vida al hombre que la guardaba. El Señor la hace sencilla y práctica en sus demandas, o más bien,
recapacita sobre ellas en su verdadera sencillez. Las riquezas no estaban prohibidas por la ley; es decir, aunque la obligación
moral entre el hombre y sus semejantes era mantenida por la ley, aquello que ataba el corazón al mundo no era juzgado por
ella. Lo estaba, más bien, la prosperidad, conforme al gobierno de Dios, relacionada con la obediencia a ella. Porque ello
implicaba a este mundo, y al hombre viviendo en él, y probado él allí. Cristo reconoce esto; pero los motivos del corazón
son probados. La ley era espiritual, y, el Hijo de Dios estaba allí; hallamos de nuevo lo que hallamos antes - el hombre probado
y descubierto, y Dios revelado. Todo es intrínseco y eterno en su naturaleza, pues Dios es ya revelado. Cristo juzga todo
aquello que tiene un mal efecto sobre el corazón y que actúa por su egoísmo, y lo separa así de Dios. "Vende lo que tienes",
dice Él, "y sígueme." ¡Es lamentable! el joven no supo renunciar a sus posesiones, a su comodidad, a él mismo. "Difícilmente",
dice el Señor, "entrará un rico en el reino de los cielos." Esto era manifiesto: era el reino de Dios, de los cielos; el yo
y el mundo no tenían lugar en él. Los discípulos, quienes no comprendían que no había ningún bien en el hombre, estaban sorprendidos
al ver que alguien tan favorecido y tan dispuesto debiera estar todavía lejos de la salvación. ¿Quién, entonces, podría tener
éxito? Entonces, toda la verdad sale a la luz. Es imposible para los hombres. Ellos no pueden vencer los deseos de la carne.
Moralmente, y en cuanto a su voluntad y a sus afectos, estos deseos son el hombre. Uno no puede hacer blanco a un negro, o
quitarle las manchas al leopardo: aquello que ellos exhiben está en su naturaleza. Pero para Dios, ¡bendito sea Su nombre!
todas las cosas son posibles.
Renunciación por causa de Cristo; su recompensa
Estas enseñanzas acerca de las riquezas dan origen a la pregunta de Pedro: ¿Cuál será la porción de aquellos
que han renunciado a todo? Esto nos lleva a retroceder a la gloria del capítulo 17. Habría una regeneración; el estado de
cosas debía ser totalmente renovado bajo el dominio del Hijo del Hombre. En aquel entonces ellos se sentarían sobre doce tronos,
juzgando a las doce tribus de Israel. Ellos tendrían el primer lugar en la administración del reino terrenal. Cada uno, no
obstante, tendría su propio lugar; pues por cualquier cosa que uno renunciara por amor de Jesús, recibiría cien veces más
y la vida eterna. No obstante, estas cosas no serían decididas por las apariencias aquí; ni por el lugar que los hombres ocuparan
en el antiguo sistema y ante los hombres: algunos que eran los primeros serían los últimos, y los últimos primeros. De hecho,
había que temer que el corazón carnal tomase este estímulo, dado en forma de recompensa por toda su labor y todos sus sacrificios,
en un espíritu mercenario, e intentase hacer a Dios su deudor; y, por lo tanto, en la parábola por medio de la cual el Señor
continúa Su discurso (capítulo 20), Él establece el principio de gracia y de la soberanía de Dios en aquello que Él da, y
hacia aquellos a quienes Él llama, de manera muy distinguible, y hace que Sus dones, dados a quienes Él introduce en Su viña,
dependan de Su gracia y de Su llamamiento.
Capítulo 20
Obreros en la viña del Dios;
el llamamiento de Dios y Su gracia
Podemos observar que, cuando el Señor responde a Pedro, esto fue la consecuencia de haber dejado todo por Cristo
a Su llamado. El motivo era Cristo mismo; por lo tanto Él dice: "Vosotros que me habéis seguido." (Mateo 19:28). Él habla también de aquellos que lo habían hecho por amor a Su nombre. Este era el motivo. La recompensa
es un estímulo, cuando, por causa de Él, estamos ya en el camino. Este es siempre el caso cuando se habla de recompensa en
el Nuevo Testamento [59]. Aquel que fue llamado a la hora undécima, dependía de esta llamada para su entrada en la obra; y
si, en su bondad, el patrón escogía darle tanto como a los demás, ellos deberían haberse alegrado por ello. Los primeros se
adhirieron a la justicia; ellos recibieron aquello que se acordó; los últimos gozaron de la gracia de su señor. Y hay que
observar que ellos aceptan el principio de la gracia, de la confianza en ella. '¡Yo daré lo que sea correcto!' El gran punto
en la parábola es ese: confianza en la gracia del señor de la viña, y la gracia como el terreno de la acción de ellos. Pero
¿quién lo comprendía? Un Pablo podía entrar en la obra tarde, habiéndole llamado Dios, y ser un testimonio más fuerte de la
gracia que los obreros que habían trabajado desde el amanecer del día del evangelio.
[59] En realidad, la recompensa, en la Escritura, siempre es un estímulo para aquellos que están angustiados
y sufren al haber entrado, por motivos más elevados, en el camino de Dios. Así Moisés; así incluso Cristo, cuyo motivo en
amor perfecto conocemos, aunque por el gozo puesto ante Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza. Él fue el Autor y
Consumador (gr.: arjegos kai teleiotés - Hebreos 12:2) en la senda de la fe.
Participación en los sufrimientos del Señor
El Señor prosigue, más tarde, el asunto con Sus discípulos. Sube a Jerusalén, donde el Mesías debió haber sido
recibido y coronado, para ser rechazado y ser muerto, pero para resucitar más tarde; y cuando los hijos de Zebedeo vienen
y le piden los dos primeros lugares en el reino, Él responde que, de hecho, podía conducirlos al sufrimiento; pero en cuanto
a los primeros lugares en Su reino, no podía otorgárselos, excepto (conforme a los consejos del Padre) a aquellos para quienes
el Padre los había preparado. ¡Maravillosa abnegación! Es por el Padre, por nosotros, que Él obra. Él no dispone de nada.
Puede otorgar a aquellos que le sigan una parte en Sus sufrimientos; todo lo demás será dado según los consejos del Padre.
¡Pero qué verdadera gloria para Cristo y qué perfección en Él, y qué privilegio para nosotros tener sólo este motivo, y participar
en los sufrimientos del Señor! ¡Y qué purificación de nuestros corazones carnales se nos propone aquí, al hacernos actuar
solamente para un Cristo sufriente, compartiendo Su cruz, y encomendándonos a Dios para la recompensa!
El espíritu de Cristo un espíritu de servicio
Entonces, el Señor aprovecha la ocasión para explicar los sentimientos que convienen a Sus seguidores, cuya perfección
habían visto en Él mismo. En el mundo, se buscaba una autoridad; pero el espíritu de Cristo era un espíritu de servicio, que
llevaba a la elección del lugar más bajo, y a la completa entrega hacia los demás. Principios preciosos y perfectos, la plena
perfección resplandeciente de lo que se manifestó en Cristo. La renunciación a todo, a fin de depender confiadamente en la
gracia de Aquel a quien servimos, la consiguiente prontitud a ocupar el lugar más bajo, y ser así el siervo de todos - este
debía ser el espíritu de aquellos que tienen parte en el reino establecido ahora por el Señor rechazado. Esto es lo que conviene
a Sus seguidores. [60]
[60] Observen la manera en que los hijos de Zebedeo y su madre vienen para procurarse el lugar más alto, en
el momento en que el Señor se estaba preparando abiertamente a ocupar el más bajo. ¡Lamentablemente! nosotros vemos tanto
del mismo espíritu. El efecto era manifestar cómo se había Él despojado absolutamente de todo. Estos son los principios del
reino celestial: perfecta renunciación propia a ser satisfecha en completa abnegación; éste es el fruto del amor que no busca
lo suyo propio - la productividad que brota de la ausencia de buscar lo propio; sujeción cuando se es menospreciado; mansedumbre
y humildad de corazón. El espíritu de servicio hacia los demás es aquello que el amor produce al mismo tiempo que la humildad,
la cual está satisfecha con este lugar. El Señor cumplió esto incluso hasta la muerte, dando Su vida en rescate por muchos.
La última presentación de Cristo a Israel como el Hijo de David; el comienzo de las escenas finales de Su vida
Con el final del versículo 28, termina esta porción del Evangelio, y comienzan las escenas finales de la vida
del bendito Salvador. En el versículo 29 [61]. comienza Su última presentación a Israel como Hijo de David, el Señor, el verdadero
Rey de Israel, el Mesías. Comienza Su carrera en este aspecto en Jericó, el lugar donde Josué entró en la tierra - el sitio
sobre el cual la maldición había permanecido tanto tiempo. Él abre los ojos ciegos de Su pueblo que cree en Él y le recibe
como el Mesías, porque tal era Él en verdad, aunque rechazado. Ellos le saludan como Hijo de David, y Él responde a su fe
abriéndoles sus ojos. Ellos le siguen - una figura del verdadero remanente de Su pueblo, que le esperará.
[61] El caso del ciego en Jericó es, en todos los tres primeros Evangelios, el comienzo de las circunstancias
finales de la vida de Cristo, que condujeron a la cruz, dando fin al contenido general y a las enseñanzas de cada uno. De
ahí que se hable de Él como Hijo de David, siendo la última presentación de Él como tal a ellos, el testimonio de Dios siendo
dado a Él como tal.
Capítulo 21
La entrada del Señor en Jerusalén como Rey y Señor
Seguidamente (capítulo 21), disponiendo de todo lo que concernía a Su pueblo deseoso, Él hace Su entrada en Jerusalén
como Rey y Señor, según el testimonio de Zacarías. Pero aunque entra como Rey - el último testimonio a la ciudad amada, la
cual (para ruina de ellos) iba a rechazarle -, Él llega como un Rey manso y humilde. El poder de Dios influencia el corazón
de la multitud, y ellos le saludan como Rey, como Hijo de David, haciendo uso del lenguaje proporcionado en el Salmo 118 [62],
que celebra el día de reposo milenario introducido por el Mesías, para ser reconocido entonces por el pueblo. La multitud
tiende sus mantos para preparar el camino para su manso, aunque glorioso Rey; ellos cortan ramas de los árboles para darle
testimonio; y Él es conducido en triunfo a Jerusalén mientras el pueblo aclama: "¡Hosanna (excepto ahora) al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" Felices de ellos si sus corazones habían sido cambiados
para retener este testimonio en el Espíritu. Pero Dios dispuso soberanamente sus corazones para que dieran este testimonio.
Él no podía permitir que Su Hijo fuera rechazado sin haberlo recibido.
[62] Este Salmo es peculiarmente profético del tiempo de Su futuro recibimiento, y es citado a menudo en relación
con ello.
El Rey examina todo como el Juez verdadero
Ahora el Rey va a hacer un examen de todo, manteniendo todavía Su posición de humildad y de testimonio. Al parecer,
las diferentes clases acuden para juzgarle, o para dejarle perplejo; pero, de hecho, se presentan todos ellos ante Él para
recibir de Sus manos, uno después del otro, el juicio de Dios respecto a ellos. Es una sorprendente escena que se abre ante
nosotros - el verdadero Juez, el Rey eterno, presentándose por última vez a Su pueblo rebelde con el testimonio más pleno
de Sus derechos y de Su poder, y ellos, acudiendo para atormentarle y condenarle, llevados por su misma malicia, a pasar ante
Él, uno después del otro, exponiendo su verdadera condición, para recibir de Sus labios el juicio que les corresponde, sin
que Él olvide por un momento (excepto cuando purificaba el templo, antes que comenzara esta escena) la posición del Testigo
fiel y Verdadero en toda mansedumbre en la tierra.
El Señor como Mesías y Jehová
La diferencia entre las dos partes de esta historia es discernible. La primera presenta al Señor en Su carácter
de Mesías y Jehová. Como Señor, Él ordena que le sea traída el asna. Entra en la ciudad, según la profecía, como Rey. Él purifica
el templo con autoridad. En respuesta a las objeciones de los sacerdotes Él cita el Salmo 8, que habla de la manera en que
Jehová le glorificó y cómo perfeccionó las alabanzas debidas a Él de boca de los niños. En el templo Él sana también a Israel.
Luego los deja, no posando ya en la ciudad, la cual Él ya no podía reconocer, sino que posa fuera con el remanente. El día
siguiente, en una figura sorprendente, Él exhibe la maldición que estaba a punto de caer sobre la nación. Israel era la higuera
de Jehová; pero inutilizaba la tierra. Estaba cubierta con hojas, pero no había fruto. La higuera, condenada por el Señor,
está seca en el presente. Es una figura de esta desdichada nación, del hombre en la carne contando con todas las ventajas,
el cual no llevaba fruto para el Labrador.
Sin fruto para Dios
Israel poseía, de hecho, todas las formas exteriores de la religión, y eran celosos de la ley y de las ordenanzas,
pero no daban fruto para Dios. En lo que respecta a su posición responsable de producir fruto, es decir, bajo el antiguo pacto,
nunca lo van a hacer. Su rechazo de Jesús puso fin a toda esperanza. Dios actuará en gracia bajo el nuevo pacto; pero este
no es el tema aquí. La higuera es Israel tal como era, el hombre cultivado por Dios, pero en vano. Todo había terminado. Aquello
que Él dijo a los discípulos acerca de quitar una montaña, siendo un gran principio general, se refiere también, no lo dudo,
a lo que debería acontecer en Israel mediante el ministerio de ellos. Vistos corporativamente en la tierra como una nación,
Israel iba a desaparecer, y a perderse entre los Gentiles. Los discípulos eran aquellos que Dios había aceptado de acuerdo
a su fe.
Detalles del juicio sobre las varias clases de personas
de la nación
Vemos al Señor entrando en Jerusalén como un rey - Jehová, el Rey de Israel - y el juicio pronunciado sobre la
nación. Después siguen los detalles del juicio sobre las distintas clases de que se componía. En primer lugar, están los principales
sacerdotes y los ancianos, quienes deberían haber guiado al pueblo; estos se acercan al Señor y cuestionan Su autoridad. Dirigiéndose
así a Él, ellos toman el lugar de cabezas de la nación, y asumen el papel de jueces, capaces de pronunciarse sobre la validez
de cualesquiera reclamaciones que podían ser hechas; si no era así, ¿por qué tenían que preocuparse por Jesús?
El Señor, en Su infinita sabiduría, les hace una pregunta que somete a prueba su capacidad, y que por la confesión
que le dieron demostraron ser incapaces. ¿Cómo juzgarle entonces? [63] Era inútil decirles en qué se fundamentaba Su autoridad.
Era demasiado tarde ahora para explicárselo. Le hubieran apedreado si Él hubiera argüido sobre el verdadero origen de ella.
Él replica, 'Decidan acerca de la misión de Juan el Bautista.' Si ellos no podían hacer esto, ¿por qué investigar acerca de
la Suya? No podían. Si reconocían que Juan había sido enviado por Dios, habría sido reconocer a Cristo. Al negarlo, ellos
habrían perdido su influencia sobre el pueblo. En cuanto a la conciencia, no había nada que hacer con ellos. Confesaron su
incapacidad. Jesús, entonces, rechaza la competencia de ellos como líderes y guardianes de la fe del pueblo. Se habían juzgado
a ellos mismos; y el Señor procede a testificarles su conducta y los tratos del Señor con ellos, claramente ante sus ojos,
desde el versículo 28 al capítulo 22:14.
[63] El recurrir a la conciencia es a menudo la respuesta más sabia, cuando la voluntad es perversa.
Perversidad y rebelión; auto-condenación
En primer lugar, mientras profesaban hacer la voluntad de Dios, ellos no la hacían; mientras que los declaradamente
impíos se habían arrepentido y habían hecho Su voluntad. Ellos, viendo esto, se endurecieron aún más. Reitero, no sólo su
conciencia natural permanecía intacta, ya fuera por el testimonio de Juan o a la vista del arrepentimiento en los demás, sino
que aunque Dios había empleado todos los medios para hacerlos producir frutos dignos de Su cultivo, Él no halló nada en ellos
sino perversidad y rebelión. Los profetas habían sido rechazados, y Su Hijo también lo sería. Deseaban tener Su herencia para
ellos solos. No podían sino reconocer que, en tal caso, la consecuencia tenía que ser necesariamente la destrucción de aquellos
hombres malos, y la entrega de la viña a otros. Jesús aplica esta parábola a ellos mismos, citando el Salmo 118, el cual anuncia
que la piedra rechazada por los edificadores llegaría a ser la piedra principal del ángulo; y además, que cualquiera que cayese
sobre esta piedra - como la nación lo estaba haciendo en esos momentos - sería quebrantado. Los principales sacerdotes y los
Fariseos entendieron que Él hablaba de ellos, pero no se atrevieron a poner sus manos sobre Él porque la multitud le consideraba
un profeta. Esta es la historia de Israel, como bajo responsabilidad, hasta los
postreros días. Jehová estaba buscando fruto en Su viña.
Capítulo 22
La fiesta de bodas; la gracia despreciada por Israel;
su juicio; la introducción de los Gentiles
En el capítulo 22, la conducta de ellos con respecto a la invitación de la gracia es presentada a su vez. La
parábola es, por lo tanto, una semejanza del reino de los cielos. El propósito de Dios es honrar a Su Hijo celebrando Su boda.
Antes de todo los Judíos, quienes ya estaban invitados, son convidados a la fiesta de bodas. Pero estos no quisieron venir.
Esto fue llevado a cabo durante la vida de Cristo. Después, estando todas las cosas preparadas, de nuevo Él envía a Sus mensajeros
para inducirlos a venir. Esta es la misión de los apóstoles a la nación, cuando la obra de la redención haya sido consumada.
Y ellos, o bien desprecian el mensaje, o matan a los mensajeros [64]. El resultado es la destrucción de aquellos hombres malos
y su ciudad. Esta es la destrucción que cayó sobre Jerusalén. Rechazando ellos la invitación, los desvalidos, los Gentiles,
aquellos que estaban fuera, son llevados adentro a la fiesta, y la boda se llenó de convidados. Otra cosa se presenta ahora.
Es cierto que hemos visto el juicio de Jerusalén en esta parábola, pero, como es una semejanza del reino, tenemos el juicio
de aquello que está también dentro del reino. Debe haber disposición para la ocasión. Para una fiesta de bodas debe haber
un traje de boda. Si Cristo tiene que ser glorificado, todo debe ser conforme a Su gloria. Podrá haber una entrada exterior
en el reino, una profesión de Cristianismo; pero aquel que no esté vestido con aquello que pertenece a la fiesta, será echado
fuera. Debemos vestirnos de Cristo mismo. Por otro lado, todo está preparado - no se requiere nada. No les correspondía a
los convidados traer nada; el Rey suministró todo. Pero debemos imbuirnos del espíritu de aquello que se hace. Si existe alguna
idea de lo que es idóneo para una fiesta de bodas, lo más apropiado sería sentir la necesidad de aparecer vestido de boda:
si no, el honor del Hijo del Rey ha sido olvidado. El corazón era extraño a ello; el hombre mismo se convertirá en un extraño
por medio del juicio del Rey cuando Él tome conocimiento de los convidados que han entrado.
Así también la gracia ha sido mostrada a Israel, y ellos son juzgados por rehusar la invitación del gran Rey
a la boda de Su Hijo. Y luego, es juzgado también el abuso de esta gracia por aquellos que parecen aceptarla. Es manifestada
la introducción de los Gentiles.
Aquí concluye la historia del juicio de Israel en general, y del carácter que el reino asumiría.
[64] Desprecio y violencia son las dos formas del rechazo del testimonio de Dios, y del verdadero testigo. Ellos
aborrecen al uno y aman al otro, o estiman al uno y menosprecian el otro.
Los Fariseos y los Herodianos reciben respuesta
Después de esto (capítulo 22:15 y siguientes), vienen las diferentes clases de Judíos, cada una a su vez. En
primer lugar, los Fariseos y los Herodianos (es decir, aquellos que favorecían la autoridad de los Romanos, y aquellos que
se oponían a ella) buscan enredar a Jesús en Sus dichos. El bendito Señor les responde con esa sabiduría perfecta que siempre
exhibió en todo lo que Él dijo y en todo lo que Él hizo. Por parte de ellos, era pura maldad manifestando una total falta
de conciencia. Era su propio pecado que les había traído bajo el yugo Romano - una posición verdaderamente contraria a aquella
que debería haber pertenecido al pueblo de Dios en la tierra. Aparentemente, por consiguiente, Cristo debiera o bien convertirse
en un objeto de sospecha para las autoridades, o renunciar a Su derecho de ser el Mesías, y consecuentemente el Libertador.
¿Quién había suscitado este dilema? Fue el fruto de sus propios pecados. El Señor les muestra que ellos mismos habían aceptado
el yugo. El dinero llevaba la marca de ello: que lo den, pues, a aquellos a quienes pertenece, y que den también - lo cual
no estaban haciendo - a Dios lo que es de Dios. Él los deja bajo el yugo, el cual estaban obligados a confesar que habían
aceptado. Él les recuerda los derechos de Dios, los cuales habían olvidado. Por otra parte, de una fortaleza tal ha sido el
estado de Israel conforme al establecimiento del poder en Nabucodonosor, como "una vid de mucho ramaje, de poca altura." (Ezequiel
17:6).
La incredulidad de los Saduceos
Los Saduceos vienen seguidamente ante Él, preguntándole acerca de la resurrección, pensando probar su absurdidad.
Así, en cuanto la condición de la nación fue exhibida en Su discurso con los Fariseos, la incredulidad de los Saduceos es
manifestada aquí. Ellos sólo pensaban en las cosas de este mundo, buscando negar la existencia de otro. Pero cualquiera que
fuese el estado de degradación y sometimiento en que el pueblo había caído, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, no cambiaba.
Las promesas hechas a los padres permanecían seguras, y los padres estaban viviendo para gozar de estas promesas en el futuro.
Era la Palabra y el poder de Dios lo que se cuestionaba. El Señor los mantiene con poder y evidencia. Se hizo callar a los
Saduceos.
La esencia de la ley perfecta
Los intérpretes de la ley, sorprendidos por Su respuesta, hacen una pregunta, que da ocasión al Señor para extraer
de toda la ley, aquello que, a los ojos de Dios, es su esencia, presentando así su perfección, y aquello que - cualquiera
sea la manera como pueda alcanzarse - constituye la felicidad de aquellos que caminan en ello. Sólo la gracia se eleva más
alto.
Aquí finaliza el interrogatorio de ellos. Todo es juzgado, todo es traído a la luz con respecto a la posición
del pueblo, y las sectas de Israel; y el Señor ha expuesto ante ellos los perfectos pensamientos de Dios acerca de ellos,
tanto en el tema de su condición, de Sus promesas, o de la sustancia de la ley.
La pregunta del Señor; su única respuesta;
la verdadera posición de Cristo
Era ahora el turno del Señor para proponer Su pregunta, a fin de presentar Su propia posición. Él pide a los
Fariseos que reconcilien el título de Hijo de David con aquel de Señor, que David mismo le dio, y ello en relación con la
ascensión de este mismo Cristo a la diestra de Dios hasta que hubiera puesto a sus enemigos por estrado de Sus pies, y Él
hubiese establecido Su trono en Sión. Ahora bien, esta era la posición completa de Cristo en ese momento. Ellos fueron incapaces
de contestarle, y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. De hecho, comprender ese Salmo (Salmo 110), hubiera sido comprender
todos los caminos de Dios con respecto a Su Hijo en el momento que ellos iban a rechazarle. Esto concluyó, inevitablemente,
estos discursos, mostrando la verdadera posición de Cristo, quien, aunque Hijo de David, debía ascender a lo alto para recibir
el reino, y, mientras lo esperaba, debía sentarse a la diestra de Dios conforme a los derechos de Su gloriosa Persona - el
Señor de David, así como el Hijo de David.
La condición, los privilegios y la responsabilidad
de todas las clases de Judíos
Hay otro punto de interés a ser observado aquí. En estas entrevistas y estos discursos con las diferentes clases
de los Judíos, el Señor presenta todos los aspectos de la condición de los Judíos respecto a sus relaciones con Dios, y, después,
la posición que Él mismo tomó. Primeramente, Él muestra la posición nacional de ellos hacia Dios, bajo responsabilidad ante
Él, según la conciencia natural y los privilegios que les pertenecían. El resultado iba a ser que ellos serían cortados, y
la introducción de otros en la viña del Señor. De esto se trata el capítulo 21: 28-46. Luego Él expone la condición de ellos
respecto a la gracia del reino, y la introducción de pecadores Gentiles. Aquí también el resultado es que son cortados y la
destrucción de la ciudad [65]. Más tarde, los Herodianos y los Fariseos, los amigos de los Romanos y sus enemigos, los supuestos
amigos de Dios, dan evidencia de la verdadera posición de los Judíos con respecto al poder imperial de los Gentiles y con
respecto a Dios. En Su entrevista con los Saduceos, Él muestra la certeza de las promesas hechas a los padres, y la relación
en que Dios permanecía con ellos respecto a la vida y la resurrección. Después de esto, Él pone el verdadero significado de
la ley ante los escribas; y luego, la posición que Él tomó, siendo Él mismo el Hijo de David, según el Salmo 110, el cual
estaba ligado a Su rechazo por los líderes de la nación que estuvieron alrededor de Él.
[65] Observen aquí que, desde el capítulo 21:28 hasta el final, tenemos la responsabilidad de la nación contemplada
en posesión de sus privilegios originales, conforme a los cuales ellos deberían haber dado fruto. No habiendo hecho esto,
otros son puestos en el lugar de ellos. Esta no fue la causa del juicio que fue, y todavía va a ser de un modo mucho más terrible,
ejecutado en Jerusalén, y que incluso entonces produjo la destrucción de la ciudad. La muerte de Jesús, el último de los que
fueron enviados a buscar fruto, trae el juicio sobre Sus homicidas (Mateo 21:
33-41). La destrucción de Jerusalén es la consecuencia del rechazo del testimonio del reino enviado para llamarlos a la gracia.
En el primer caso, el juicio fue sobre los labradores - los escribas, los principales sacerdotes, y los líderes del pueblo.
El juicio ejecutado por causa del rechazo del testimonio acerca del reino va más allá (ver capítulo 22:7). Algunos desprecian
el mensaje, y otros maltratan a los mensajeros; y, al ser la gracia así rechazada, la ciudad es quemada y sus habitantes cortados.
Comparen con el capítulo 23:36, y vean la profecía histórica en Lucas 21. La distinción se mantiene en todos los tres Evangelios.
Capítulo 23
La posición de los discípulos como parte de la nación
El capítulo 23 muestra claramente cuán lejos son contemplados los discípulos en relación con la nación, ya que
ellos eran Judíos, aunque el Señor juzga a los líderes, quienes engañaban al pueblo y deshonraban a Dios con su hipocresía.
Él habla a la multitud y a Sus discípulos, diciendo: "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos." Siendo,
de esta manera, expositores de la ley, tenían que ser obedecidos de acuerdo a todo lo que ellos decían conforme a esa ley,
aunque su propia conducta no fuera sino hipocresía. Lo que es importante aquí es la posición de los discípulos; esta es, de
hecho, la misma que la de Jesús. Ellos están en relación con todo lo que es de Dios en la nación, es decir, con la nación
como pueblo reconocido por Dios - por consiguiente, con la ley que poseía autoridad de Dios. Al mismo tiempo, el Señor juzga,
y los discípulos también tenían que juzgar, en la práctica, el andar de la nación, tal como los representaban públicamente
sus líderes. Mientras ellos aún forman parte de la nación, debían evitar cuidadosamente el andar de los escribas y los Fariseos.
Después de reprocharles su hipocresía a estos pastores de la nación, el Señor señala la manera con que ellos mismos condenaban
las acciones de sus padres - que edificaban los sepulcros de los profetas a quienes habían matado. Ellos eran, en ese momento,
los hijos de aquellos que los mataron, y Dios iba a someterlos a prueba enviándoles también profetas, sabios y escribas, y
ellos llenarían la medida de su iniquidad dando muerte a todos ellos y persiguiéndolos - condenados así por sus propias bocas
- a fin de que toda la sangre justa que se había derramado, desde la de Abel hasta la del profeta Zacarías, viniese sobre
esta generación. ¡Horrible carga de culpa acumulada desde el principio de la enemistad que el hombre pecador, situado bajo
responsabilidad, ha mostrado siempre al testimonio de Dios; y que crecía a diario porque la conciencia se endurecía más cada
vez que resistía este testimonio! Por medio del sufrimiento de sus testigos, la verdad era tanto más manifiesta. Era una roca,
puesta en evidencia, a ser evitada en el camino del pueblo. Pero ellos persistieron en su mal andar, y cada paso que daban,
cada acto similar, era la prueba de una terquedad aún creciente. La paciencia de Dios, mientras actuaba en gracia en el testimonio,
no había dejado de prestar atención a los caminos de ellos, y bajo esta paciencia se había acumulado todo. Todo sería amontonado
sobre la cabeza de esta generación réproba.
Observen aquí que el carácter dado a los apóstoles y a los profetas Cristianos. Ellos son escribas, sabios, profetas,
enviados a los Judíos - a la siempre rebelde nación. Esto presenta muy claramente el aspecto bajo el cual este capítulo los
considera. Incluso los apóstoles son "sabios", "escribas", enviados a los Judíos como tales.
Pero la nación - Jerusalén, la ciudad amada por Dios - es culpable, y es juzgada. Cristo, como hemos visto, desde
la curación del ciego cerca de Jericó, se presenta como Jehová el Rey de Israel. ¡Cuán a menudo Él habría juntado a los hijos
de Jerusalén, y ellos no quisieron! Y ahora su casa quedaría desolada hasta que (al ser convertidos sus corazones) utilizaran
el lenguaje del Salmo 118, y, deseándolo, saludaran en Su llegada al que venía en nombre de Jehová, buscando la liberación
de manos de Él y rogándole por ella - en una palabra, hasta que exclamaran Hosanna al que venía. No verían más a Jesús hasta
que, humillados de corazón, llamaran bendito a Aquel que estaban esperando, y a quien ahora rechazaban - resumiendo, hasta
que estuvieran preparados de corazón. La paz debía seguir a Su venida, y el deseo la precederla.
La posición de los Judíos ante Dios
Los últimos tres versículos exhiben claramente la posición de los Judíos, o de Jerusalén, como el centro del
sistema ante Dios. Desde tiempo atrás, y muchas veces, Jesús, Jehová el Salvador, habría juntado a los hijos de Jerusalén
como una gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, pero ellos no quisieron. Su casa permanecería abandonada y desierta,
pero no para siempre. Después de haber dado muerte a los profetas, y apedreado
a los mensajeros enviados a ellos, habían crucificado a su Mesías, y rechazaron y mataron a aquellos que Él envió para anunciarles
la gracia, incluso después de Su rechazo. Por consiguiente, no le iban a ver más hasta que se hubieran arrepentido y el deseo
de verle se produjera en sus corazones, de tal modo que estuvieran preparados para bendecirle, y confesaran su prontitud para
hacerlo. El Mesías, quien estaba a punto de dejarlos, no sería visto más por ellos hasta que el arrepentimiento hubiese vuelto
sus corazones hacia Aquel que ahora estaban rechazando. Entonces, ellos le verían. El Mesías, viniendo en el nombre de Jehová,
será manifestado a Su pueblo Israel. Es Jehová su Salvador quien va a aparecer, y el Israel que le había rechazado
le vería como tal. El pueblo volvería así al goce de su relación con Dios.
Tal es el retrato moral y profético de Israel. Los discípulos, como Judíos, eran vistos como parte de la nación,
aunque como un remanente espiritualmente apartado de ella, y dando testimonio en ella.
Capítulo 24
El discurso del monte de los Olivos: profecía y enseñanza
Hemos visto ya que el rechazo del testimonio en gracia acerca del reino, es la causa del juicio que cae sobre
Jerusalén y sus habitantes. Ahora, en el capítulo 24, tenemos la posición de este testimonio en medio del pueblo; la condición
de los Gentiles, y la relación en la cual permanecían ante el testimonio dado por los discípulos; después de esto, la condición
de Jerusalén, a consecuencia de su rechazo del Mesías y del menosprecio del testimonio; y, luego, el trastorno universal al
final de aquellos días: un estado de cosas que deberá cesar por la aparición del Hijo del Hombre, y por la reunión de los
elegidos de Israel desde los cuatro vientos.
Debemos examinar este notable pasaje, presentado ya como profecía y enseñanza a los discípulos para su guía en
el camino que deben seguir en medio de los acontecimientos futuros.
Jesús se marcha del templo, y esto para siempre - un acto solemne, el cual, podemos decir, ejecutaba el juicio
que Él acababa de pronunciar. La casa estaba ahora desierta. Los corazones de los discípulos estaban todavía ligados a ella
por su anterior atractivo. Ellos dirigen la atención del Señor hacia los magníficos edificios que lo componían. Jesús les
anuncia su completa destrucción. Sentados aparte con Él en el monte de los Olivos, los discípulos preguntan cuándo tenían
que suceder estas cosas, y cuál sería la señal de Su venida y la del fin del siglo. Ellos clasifican la destrucción del templo,
el regreso de Cristo, y el fin del siglo, como un solo acontecimiento. Debemos observar que el fin del siglo es aquí el fin
del período durante el cual Israel estaba sujeto a la ley bajo el antiguo pacto: un período que tenía que cesar, dando lugar
al Mesías y al nuevo pacto. Observen también que el asunto es aquí el gobierno de la tierra por parte de Dios, y los juicios
que deben tener lugar a la venida de Cristo, la cual pondría fin al presente siglo. Los discípulos confundían aquello que
el Señor había dicho acerca de la destrucción del templo, con este período [66]. El Señor trata el asunto desde Su propio
punto de vista (es decir, con respecto al testimonio que los discípulos tenían que rendir en relación con los Judíos durante
Su ausencia y hasta el fin del siglo). Él no añade nada acerca de la destrucción de Jerusalén, la cual ya había anunciado.
El tiempo de Su venida estaba oculto a propósito. Además, la destrucción de Jerusalén por Tito puso fin, de hecho, a la posición
que las enseñanzas de Cristo tenían en perspectiva. No existía ya ningún testimonio reconocible entre los Judíos. Cuando esta
posición sea retomada, la aplicabilidad del pasaje también comenzará de nuevo. Después de la destrucción de Jerusalén hasta
esa época, sólo la Iglesia es tenida en consideración.
[66] De hecho, esta posición de Israel, y el testimonio relacionado con ella, fueron interrumpidos por la destrucción
de Jerusalén; y esta es la razón por la cual se hace mención aquí de este acontecimiento, en relación con esta profecía, de
la cual ciertamente no es el cumplimiento. El Señor no ha venido todavía, ni la gran tribulación; pero el estado de cosas
al cual el Señor alude, hasta el final del versículo 14, fue violenta y judicialmente interrumpido por la destrucción de Jerusalén,
de modo que bajo este punto de vista existe una relación.
La división del discurso
El discurso del Señor se divide en tres partes:
1. La condición general de los discípulos y del mundo durante el tiempo del testimonio, hasta el final del versículo
14.
2. El período marcado por el hecho de que la abominación desoladora se halla en el lugar santo (versículo 15).
3. La venida del Señor y la reunión de los escogidos en Israel (versículo 29).
El testimonio entre el pueblo y entre los Gentiles
hasta el fin del siglo
El tiempo del testimonio de los discípulos está caracterizado por falsos Cristos y falsos profetas entre los
Judíos; por la persecución de aquellos que dan testimonio, quienes son delatados a los Gentiles. Pero hay aún algo más definido
con respecto a esos días. Habría falsos Cristos en Israel. Habría guerras, hambres, pestilencias, terremotos. Ellos no debían
turbarse, porque aún no sería el fin. Estas cosas iban a ser sólo un principio de dolores. Eran, principalmente, cosas exteriores.
Había otros acontecimientos que los llevarían a mayores pruebas, y los probarían más completamente - cosas más desde adentro.
Los discípulos serían entregados, se les daría muerte y serían "aborrecidos de
todas las naciones." (Mateo 24:9 - Versión Moderna). La consecuencia, entre quienes hacían profesión, iba a ser que muchos
tropezarían; se traicionarían unos a otros. Surgirían falsos profetas que engañarían a muchos, y debido al aumento de la iniquidad,
el amor de muchos se enfriaría - un triste cuadro. Pero estas cosas darían oportunidad para el ejercicio de una fe que hubiera
sido probada. El que perseverare hasta el fin, sería salvo. Esto concierne a la esfera del testimonio en particular. Aquello
que dice el Señor, no está absolutamente limitado al testimonio en Canaán; sino que ya que es desde allí que el testimonio
se expande, todo está relacionado con esa tierra como el centro de los caminos de Dios. Pero, añadido a esto, el Evangelio
del reino sería predicado en todo el mundo para testimonio a todas las naciones, y entonces vendría el fin. Ahora bien, aunque
el cielo será la fuente de la autoridad cuando sea establecido el reino, Canaán y Jerusalén serán sus centros terrenales.
De modo que la idea del reino, extendiéndose por todo el mundo, vuelve nuestros pensamientos hacia la tierra de Israel. Es
de "este evangelio del reino" [67] del que se habla aquí. No es la proclamación de la unión de la Iglesia con Cristo, ni de
la redención en su plenitud, predicada y enseñada por los apóstoles después de la ascensión, sino el reino que iba que ser
establecido en la tierra, como Juan el Bautista y como el Señor mismo habían anunciado. El establecimiento de la autoridad
universal del Cristo ascendido, debería ser predicado en todo el mundo para probar la obediencia de ellos, y para proporcionar
el objeto de la fe a aquellos que tenían oídos para oír.
[67] El Evangelio del reino se limitaba a Israel en el capítulo 10, y aquí, aunque sin ser el tema de la enseñanza,
es el tema supuesto hasta el versículo 14, pero no se hace ninguna diferencia formal: la misión en el capítulo 28 es a los
Gentiles; pero luego no hay nada del reino, sino más bien al contrario, aunque Cristo sólo resucite, pero toda potestad le
es dada en el cielo y en la tierra.
Esta es la historia general de aquello que tendría lugar hasta el fin del siglo, sin entrar en el asunto de la
proclamación que fundó la asamblea propiamente dicha. La destrucción inminente de Jerusalén, y la negativa de los Judíos a
recibir el Evangelio, hicieron que Dios levantara un testimonio especial por medio de Pablo, sin anular la verdad del reino
venidero. Lo que sigue después, demuestra que tal avance del testimonio del reino tendrá lugar al final, y que ese testimonio
alcanzará a todas las naciones antes de la venida del juicio que pondrá término a este siglo.
La gran tribulación; "el tiempo del fin"
Pero habrá un momento cuando, dentro de una cierta esfera (es decir, en Jerusalén y en sus cercanías), comenzaría
un tiempo especial de sufrimiento en cuanto al testimonio en Israel. Al hablar de la abominación desoladora, el Señor nos
remite a Daniel para que podamos entender de qué habla Él. Ahora bien, Daniel (cap. 12, donde se habla de esta tribulación)
nos trae definitivamente a los postreros días - el momento cuando Miguel se levantará por el pueblo de Daniel, es decir, los
Judíos, los cuales están bajo la dominación de los Gentiles - los tiempos en los cuales sobrevendrá un tiempo de angustias,
tal como no ha acontecido nunca, ni lo habrá, y en el cual el remanente será liberado. En la última parte del capítulo anterior
de ese profeta, este tiempo es llamado "el tiempo del fin" (N. del T.: Daniel 11:40 - Versión Moderna; la versión Reina-Valera
1960 traduce "al cabo del tiempo"), y la destrucción del rey del norte es declarada proféticamente. Ahora bien, el profeta
anuncia que 1.335 días antes de la plena bendición (¡Bienaventurado el que tiene parte en ella!) el continuo sacrificio será
quitado y será establecida la abominación desoladora; que desde ese momento habrá 1.290 días (es decir, un mes más que los
1.260 días mencionados en Apocalipsis capítulo 12, durante los cuales la mujer que huye de la serpiente es sustentada en el
desierto; y también más que los tres años y medio de Daniel 7). Al final, como vemos aquí, viene el juicio y el reino es dado
a los santos.
La época y el pueblo a quienes se aplica la profecía
Así se demuestra que este pasaje se refiere a los postreros días y a la posición de los Judíos en aquel tiempo.
Los acontecimientos del tiempo pasado desde que el Señor hablara de ello, confirman este pensamiento. Ni en 1.260 días, ni
en 1.260 años, después de los días de Tito, ni en 30 días o años más tarde, ocurrió jamás ningún acontecimiento que pudiera
ser el cumplimiento de estos días indicados en Daniel. Los períodos pasaron hace muchos años. Israel no ha sido liberado,
ni Daniel ha recibido su heredad al fin de aquellos días (Daniel 12:13). Es igualmente claro que se trata de Jerusalén en
este pasaje, y sus cercanías; pues a los que están en Judea se les ordena huir a los montes. Los discípulos que estarán allí
en ese momento, tendrán que orar para que su huida no sea en día de reposo - un testimonio adicional de que los sujetos de
esta profecía son los Judíos; pero también un testimonio del tierno cuidado que tiene el Señor para con los que son Suyos,
pensando incluso en medio de estos acontecimientos sin precedentes, de que el momento de su huida no fuera en invierno.
El remanente Judío está en consideración, no la asamblea
Además de esto, otras circunstancias demuestran, si son necesarias más pruebas, que se trata del remanente Judío,
y no de la asamblea. Sabemos que todos los creyentes serán arrebatados para encontrarse con el Señor en el aire. Más tarde,
ellos volverán con Él. Pero aquí habrá falsos Cristos en la tierra, y el pueblo dirá, "está en el desierto", "está en los
aposentos". Pero los santos que serán arrebatados y que volverán con el Señor, no tienen nada que ver con falsos Cristos en
la tierra, ya que ellos irán al cielo para estar allí con Él, antes de que Él regrese a la tierra; aunque es fácil entender
que los Judíos, quienes están esperando la liberación terrenal, estén sujetos a tales tentaciones, y que sean engañados por
ellas a menos que Dios mismo los guarde.
La venida del Hijo del Hombre
Esta parte, entonces, de la profecía, se aplica a los postreros días, los últimos tres años y medio antes del
juicio que será derramado repentinamente a la venida del Hijo del Hombre. El Señor regresará de repente como el resplandor
de un rayo, como águila a recoger su presa, al lugar donde se halla el objeto de Su juicio. Inmediatamente después de la tribulación
de aquellos últimos tres años y medio, todo el sistema jerárquico de gobierno será conmovido y caerá completamente. Entonces,
aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder
y gran gloria. Este versículo 30 contiene la respuesta a la segunda parte de la pregunta de los discípulos en el versículo
3. El Señor da a Sus discípulos la advertencia necesaria para su guía; pero el mundo no verá señales, por muy claras que ellas
puedan ser para aquellos que entienden. Pero esta señal sería en el momento de la venida del Señor. El resplandor de Su gloria
que ellos habían despreciado, les mostraría quién era Aquel que venía ahora; y sería algo inesperado. ¡Qué terrible momento
cuando, en lugar de un Mesías que respondía a su mundanal orgullo, el Cristo a quien despreciaron aparecerá en los cielos!
Después el Hijo del Hombre, así venido y manifestado, enviaría a reunir a todos los escogidos de Israel de los
cuatro vientos. Es esto lo que finaliza la historia de los Judíos, e incluso aquella de Israel, en respuesta a la pregunta
de los discípulos, y revela los tratos de Dios con respecto al testimonio entre el pueblo que le había rechazado, anunciando
el momento de su profunda angustia, y el juicio que será derramado en medio de esta escena cuando Jesús venga, siendo trastornados
completamente todos los poderes grandes y pequeños.
La importancia de la captura de Jerusalén;
los Judíos como una raza distinta hoy en día
El Señor entrega la historia del testimonio en Israel, y la del pueblo mismo, desde el momento de Su partida
hasta Su regreso; pero no se especifica la duración del tiempo durante el cual no debería existir ni pueblo, ni templo, ni
ciudad. Es esto lo que da importancia a la captura de Jerusalén. No se nos habla aquí de la misma en términos directos - el
Señor no la describe; pero esto puso fin a aquel orden de cosas al cual se aplica Su discurso, y esta aplicación no es reanudada
hasta que Jerusalén y los Judíos están nuevamente presentes. El Señor lo anunció al principio. Los discípulos pensaron que
Su venida tendría lugar al mismo tiempo que ese acontecimiento. Les responde de manera tal que Su discurso les sería de utilidad
a ellos hasta la captura de Jerusalén. Pero una vez mencionada la abominación desoladora, nos vemos transportados a los postreros
días.
Los discípulos tenían que comprender las señales que Él les daba. He dicho ya que la destrucción de Jerusalén,
por el hecho mismo, interrumpió la aplicación de Su discurso. La nación Judía fue puesta aparte; pero el versículo 34 tiene
un sentido mucho más amplio, y uno más apropiado realmente a ello. Judíos incrédulos iban a existir, como tales, hasta que
todo fuera cumplido. Comparen con Deuteronomio 32: 5 y 32: 20, donde está especialmente en vista este juicio sobre Israel.
Dios oculta Su rostro de ellos hasta que vea cuál será el fin de ellos, pues son una generación perversa, hijos en los cuales
no hay fe. Eso ha sucedido. Ellos son una raza distinta de personas hasta estos días. Esa generación existe en la misma condición
- un monumento a la permanente certeza de los tratos de Dios, y de las palabras del Señor.
Para concluir, el gobierno de Dios, ejercido con respecto a este pueblo, ha sido descrito hasta su final. El
Señor viene, y Él junta a los escogidos dispersos de Israel.
El juicio de naciones en la tierra según
su trato a los mensajeros del reino
La historia profética continúa en el capítulo 25:31, el cual está relacionado con el capítulo 24:30. Y así como
el capítulo 24:31 relata la reunión de Israel después de la venida del Hijo del Hombre, el capítulo 25:31 anuncia Sus tratos
en juicio con los Gentiles. Él aparecerá, indudablemente, como el relámpago con respecto a la apostasía, la cual será un cuerpo
muerto ante Sus ojos. Pero cuando Él vendrá solemnemente para tomar Su lugar terrenal en gloria, eso no pasará como
el relámpago. Él se sentará en el trono de Su gloria, y todas las naciones se reunirán ante Él en Su trono judicial, y ellas
serán juzgadas conforme a su trato otorgado a los mensajeros del reino, quienes habían salido a predicarles. Estos mensajeros
son los hermanos (capítulo 25:40); aquellos que los recibieron son las ovejas; los que descuidaron el mensaje de ellos son
los cabritos. Entonces, el relato que comienza en el capítulo 25:31, de la separación de las ovejas y los cabritos, y de su
resultado, retrata a las naciones que son juzgadas en la tierra según el trato dado a esos mensajeros. Es el juicio de los
vivos, al menos en cuanto a las naciones - un juicio de carácter tan final como aquel de los muertos. No se trata del juicio
de Cristo en batalla, como en Apocalipsis 20:4. Yo hablo del principio o, más bien, del carácter del juicio. No dudo que estos
hermanos son Judíos, así como lo eran los discípulos, es decir, aquellos que estarán en una posición similar en cuanto a su
testimonio. Los Gentiles, quienes habían recibido este mensaje, serían aceptados como si hubieran tratado a Cristo de la misma
manera. El Padre de Cristo les había preparado para el goce del reino; y ellos deberían entrar en él, estando aún en la tierra,
pues Cristo había descendido en el poder de la vida eterna. [68]
[68] No hay terreno posible para aplicar esta parábola a lo que se le da el nombre de juicio general, una expresión,
de hecho, verdaderamente contraria a la Escritura. En primer lugar, hay tres grupos, no solamente dos - hay cabritos, ovejas
y hermanos; luego, es el juicio de los Gentiles solamente; y, además, el terreno de juicio es completamente inaplicable a
la gran masa, incluso, de estos últimos. El terreno de juicio es la manera en que estos hermanos han sido recibidos. Ninguno
ha sido enviado a la vasta mayoría de los Gentiles en el transcurso de los siglos. Dios pasaba por alto los tiempos de esta
ignorancia, y otra base de juicio respecto a ellos se da al principio de la epístola a los Romanos. Se ha tratado de los Cristianos
y los Judíos en el capítulo 24 y en el anticipo que hicimos de parte del capítulo 25. Son precisamente ellos a quienes el
Señor hallará en la tierra cuando Él venga, y quienes serán juzgados conforme al trato otorgado a los mensajeros que Él ha
enviado.
Los discípulos de Cristo fuera del testimonio en Israel
Por el momento, he pasado por sobre todo lo que hay el capítulo 24:31 y el capítulo 25:31, porque el fin de este
capítulo 24 completa todo lo concerniente al gobierno y al juicio de la tierra. Pero hay una clase de personas cuya historia
nos es dada en sus grandes rasgos morales, como intermedio, entre estos dos versículos
que he mencionado.
Estos son los discípulos de Cristo, fuera del testimonio llevado en medio de Israel, a quienes Él encomendó Su
servicio y una posición relacionada con Él mismo, durante Su ausencia. Esta posición y este servicio están en relación
con Cristo mismo, y no en relación con Israel, dondequiera que este servicio se cumpla.
Juicio discernidor en los días postreros
en la propia casa del Señor
Hay, no obstante, y antes de que lleguemos a estos, algunos versículos de los que no he hablado todavía, los
cuales se aplican más particularmente al estado de cosas en Israel, como advertencia a los discípulos que están allí, y describen
el juicio discernidor que tiene lugar entre los Judíos en los postreros días. Hablo de ellos aquí debido a que toda esta parte
del discurso - a saber, desde el capítulo 24:31 al capítulo 25:31 - es una exhortación, un sermón del Señor, sobre el tema
de sus deberes durante Su ausencia. Me refiero al capítulo 24: 32-44. Estos versículos hablan de la continua expectativa,
impuesta sobre los discípulos, por la ignorancia de ellos acerca del momento en que el Hijo del Hombre vendría, y en la cual
los discípulos fueron dejados intencionalmente (y el juicio es un juicio terrenal); mientras que a partir del versículo 45,
el Señor se dirige de manera más directa y, a la vez, en un modo más general, acerca de la conducta de ellos durante Su ausencia,
no en relación con Israel, sino con los Suyos - Su casa. Él les había encomendado la tarea de suministrarles comida apropiada
a su debido tiempo. Esta es la responsabilidad del ministerio en la asamblea.
Responsabilidad colectiva en el servicio
Es importante observar que, en la primera parábola, el estado de la asamblea es contemplado como un todo; la
parábola de las vírgenes y la de los talentos entregan una responsabilidad individual. De ahí que el siervo que es
infiel es cortado y tiene su porción con los hipócritas. El estado de la asamblea responsable depende de su espera de Cristo,
o del corazón de ellos diciendo que Él retarda Su venida. Sería a Su regreso que el juicio sería pronunciado sobre su fidelidad
en el intervalo. La fidelidad debería ser aprobada en ese día. Por otra parte, el olvido práctico de Su venida conducirá al
libertinaje y a la tiranía. No se trata aquí de un sistema intelectual: el siervo malo dice en su corazón: "Mi señor
tarda en venir"; su voluntad estaba implicada en ello. El resultado fue que se manifestó la voluntad carnal. Ya no era el
servicio consagrado a Su casa, con un corazón atento a la aprobación del Maestro cuando regresara; sino mundanalidad en la
conducta, y la asunción de una autoridad arbitraria, propiciadas por el servicio que se le encomendó. Come y bebe con los
borrachos, se une al mundo y participa de sus costumbres; golpea a sus consiervos como él quiere. Tal es el efecto de aplazar
durante Su ausencia, deliberadamente en el corazón, la venida del Señor y tratar que la asamblea se instale aquí abajo. ¿No
es un cuadro demasiado verdadero?
Recompensa por el servicio en la asamblea
¿Qué es lo que ha sucedido con aquellos que tenían el lugar de servicio en la casa de Dios? Las consecuencias
para ambas partes son estas: el siervo fiel, quien a partir del amor y devoción para con su Maestro se dedicó al bienestar
de Su casa, al regreso de su Maestro, debía ser puesto a cargo de todos Sus bienes; aquellos que han sido fieles en
el servicio de la casa, serán puestos sobre todas las cosas por el Señor, cuando Él tome Su lugar de poder y actúe como Rey.
Todas las cosas son entregadas en manos de Jesús por el Padre. Aquellos que, en humildad, hayan sido fieles a Su servicio
durante Su ausencia, serán puestos sobre todo lo que es encomendado a Él, es decir, sobre todas las cosas - estas no son sino
los "bienes" de Jesús. Por otro lado, aquel que durante la ausencia del Señor se haya establecido como maestro y haya continuado
según el espíritu de la carne y del mundo al que se había unido, no solamente tendría la porción del mundo; su Maestro vendría
repentinamente, y él recibiría el castigo de los hipócritas. ¡Qué lección para aquellos que se arrogan un lugar de servicio
en la asamblea! Observen aquí que no se dice que sea un borracho, sino que come y bebe con aquellos que lo son. Se alía con
el mundo y sigue sus costumbres. Este es, además, el aspecto general que el reino asumirá en aquel día, aunque el corazón
del siervo malo sea perverso. El Esposo ciertamente esperaría; y las consecuencias que se podían esperar del corazón del hombre
no tardarán en realizarse. Pero el efecto, encontramos luego, es hacer manifiestos a aquellos que poseían [69] realmente la
gracia de Cristo y a aquellos que no la poseían.
[69] ¡Qué solemne testimonio dado aquí del efecto de la pérdida, por parte de la Iglesia, de la expectativa
constante del regreso del Señor! Lo que provoca que la Iglesia profesante se someta a opresión jerárquica y a mundanalidad,
como para ser cortados al fin como hipócritas, es que diga en el corazón: "mi señor tarda en venir", abandonando la esperanza
constante. Esta ha sido la fuente de la ruina. La verdadera posición cristiana se perdió tan pronto ellos empezaron a posponer
la venida del Señor; y son tratados, tomen nota, aunque en ese estado, como el siervo responsable.
Capítulo 25
Las diez vírgenes: responsabilidad individual
durante la ausencia de Cristo
Los profesantes, durante la ausencia del Señor, son presentados aquí como vírgenes que salieron a encontrar al
Esposo y a iluminarle el camino a casa. En este pasaje, Él no es el Esposo de la Iglesia. Nadie más sale a Su encuentro, en
ocasión de Su boda con la Iglesia en el cielo. La Esposa no aparece en esta parábola. Si hubiera sido introducida, habría
sido Jerusalén en la tierra. La asamblea no es vista en estos capítulos como tal.
Aquí se trata de la responsabilidad personal [70] durante la ausencia de Cristo. Aquello que caracterizaba a
los fieles en este período, era que ellos salían del mundo, del Judaísmo, de todos sitios, incluso de la religión relacionada
con el mundo, para ir y encontrar al Señor que venía. El remanente Judío, al contrario, le espera en el lugar donde están.
Si esta expectación fuese real, la característica de alguien gobernado por ella sería el pensamiento de aquello que era necesario
para Aquel que venía - la luz, el aceite. De otra manera, ser compañeros, mientras tanto, de los profesantes, y llevar lámparas
con ellos, satisfaría el corazón. No obstante, todas tomaron una posición: salen fuera, dejan la casa para salir al encuentro
del Esposo. Él se tarda. Esto también ha tenido lugar. Todas se duermen. Toda la Iglesia profesante ha perdido el pensamiento
del regreso del Señor - incluso los fieles que tienen el Espíritu. Estos también deben haber entrado de nuevo para dormirse
tranquilamente en algún lugar de descanso para la carne. Pero a medianoche, inesperadamente, surge el clamor: "¡Aquí viene
el esposo; salid a recibirle." ¡Es lamentable! necesitaban el mismo llamado del principio. Nuevamente debían salir
a recibirle. Las vírgenes se levantan y arreglan sus lámparas. Hay tiempo suficiente entre el clamor de medianoche y la llegada
del Esposo para probar la condición de cada una. Había algunas que no tenían aceite en sus lámparas. Sus lámparas se estaban
apagando [71]. Las prudentes tenían aceite. Era imposible para ellas compartirlo con las demás. Solamente aquellas que lo
poseían entraron con el Esposo para participar de la boda. Él rehusó reconocer a las otras. ¿Qué tenían que hacer ellas allí?
Las vírgenes tenían que dar luz con sus lámparas. No lo habían hecho. ¿Por qué tendrían que compartir la fiesta? Habían fracasado
en cumplir lo que les daba este lugar. ¿Qué derecho tenían de estar en la fiesta? Las vírgenes de la fiesta eran vírgenes
que acompañaban al Esposo. Estas no lo habían hecho así. No fueron admitidas. Pero incluso las fieles habían olvidado la venida
de Cristo. Se durmieron. Pero al menos, poseían lo esencial concerniente a ello. La gracia del Esposo hace que surja el clamor
que proclama Su llegada. Éste las despierta: tienen aceite en sus vasos; y la tardanza, que hace que las lámparas de las imprudentes
se apaguen, da tiempo a las fieles para estar preparadas y hallarse en su lugar; y, por olvidadizas que hayan sido ellas,
entran con el Esposo a las bodas. [72]
[70] El siervo en el capítulo 24 nos habla de la responsabilidad colectiva.
[71] La palabra significa, más bien, 'antorchas'. Con ellas tenían, o debían tener, aceite en recipientes para
alimentar la llama.
[72] Y tomen nota que aquí, el despertar es por el clamor; éste las despierta a todas. Hay bastante como para
levantar a todos los profesantes a la necesaria actividad; pero el efecto de esto es ponerlos a prueba, y separarlos. No era
el tiempo de dar aceite o suministrar gracia a aquellos que ya eran profesantes; la conversión no es el tema de la parábola.
El asunto de obtener aceite, no lo dudo, es solamente mostrar que no era el momento de obtenerlo.
Fidelidad individual para con un Maestro ausente;
los tres siervos
Pasamos ahora del estado del alma al servicio.
Porque verdaderamente (versículo 14) se trata de un hombre que se había ido lejos de su casa - pues el Señor
habitaba en Israel - y quien entrega sus bienes a sus propios siervos, y luego se va. Aquí tenemos los principios que caracterizan
a los siervos fieles, o lo contrario. No es ahora la expectación individual, y la posesión del aceite, requisito para un lugar
en el glorioso séquito del Señor; tampoco es la posición pública y general de aquellos que estaban en el servicio del Maestro,
caracterizada como una posición y un todo, y por lo tanto, representados por un único siervo; se trata de fidelidad individual
en el servicio, como antes en la espera del Esposo. El Maestro a Su regreso arreglará cuentas con cada uno. Ahora bien, ¿cuál
era la posición de ellos? ¿Cuál era el principio que produciría fidelidad? Observemos, antes de nada, que no se da a entender
que se trata de dones providenciales, ni de posesiones terrenales. Estos no son los "bienes" que Jesús encomendó a Sus siervos
cuando se marchó. Estos eran dones que les capacitaban para trabajar a Su servicio mientras Él estaba ausente. El Maestro era soberano y sabio. Él daba distintamente a cada uno, y a cada cual de acuerdo a
su capacidad. Cada uno estaba capacitado para el servicio en el que era empleado, y los dones necesarios para su cumplimiento
fueron entregados a ellos. La fidelidad para realizarlo era la única cosa en cuestión. Aquello que distinguía a los fieles
de los infieles, era la confianza en su Maestro. Ellos tenían suficiente confianza en Su bien conocido carácter, en Su bondad,
Su amor, en trabajar sin ser autorizados de ningún otro modo que no fuera por su conocimiento de Su carácter personal, y por
la inteligencia que esa confianza y ese conocimiento producían. ¿Para qué darles cantidades de dinero, sino para que negociaran
con ellas? ¿Había fracasado en Su sabiduría cuando Él entregó estos dones? La consagración que fluía del conocimiento de su
Maestro, contaba con el amor de Aquel a quien conocía. Ellos trabajaron, y fueron recompensados. Este es el verdadero carácter,
y la fuente, del servicio en la Iglesia. Esto era lo que le faltaba al tercer siervo. No conocía a Su Maestro - no confiaba
en Él. Ni siquiera pudo hacer lo que era consistente con sus propios pensamientos. Él esperaba alguna autorización que le
brindaría seguridad contra el carácter que su corazón atribuía falsamente a su Maestro. Aquellos que conocían el carácter
de su Maestro, entraron en Su gozo.
La diferencia entre esta parábola y la de Lucas 19
Hay esta diferencia entre la parábola aquí y la de Lucas 19, y es que en esta última cada hombre recibe una mina;
su responsabilidad es lo único que interesa. Y, por consiguiente, aquel que ganó diez minas es puesto sobre diez ciudades.
Aquí están involucradas la soberanía y la sabiduría de Dios, y el que trabaja es guiado por el conocimiento que él tiene de
su Maestro; y los consejos de Dios en gracia se cumplen. Aquel que tiene más, recibe aún más. Al mismo tiempo, la recompensa
es más general. Aquel que ha ganado dos talentos, y el que ha ganado cinco, entran de igual modo en el gozo del Señor al cual
habían servido. Le habían conocido en Su verdadero carácter, y entran en Su gozo pleno. ¡El Señor nos lo otorga!
La parábola de las diez vírgenes limitada a
la porción celestial del reino
Hay mucho más que esto en la segunda parábola - la de las vírgenes. Se refiere más directa y exclusivamente al
carácter celestial de los Cristianos. No se trata de la asamblea, propiamente llamada, como un cuerpo; sino que los fieles
salieron a encontrar al Esposo que volvía para las bodas. Al tiempo de Su regreso para ejecutar juicio, el reino de
los cielos asumirá el carácter de personas salidas del mundo, y todavía más del Judaísmo - de todo aquello que, en lo que
respecta a la religión, pertenece a la carne - de toda forma mundana establecida - para tener que ver solamente con la venida
del Señor, y salir a encontrarle. Este era el verdadero carácter de los fieles desde el principio, teniendo parte en el reino
de los cielos, si hubieran comprendido la posición en la que fueron colocados por el rechazo del Señor. Las vírgenes, es cierto,
habían entrado de nuevo; y esto falseó su carácter; pero el clamor de medianoche las devolvió de nuevo a su verdadero lugar.
En la primera parábola, y en la de Lucas, el asunto tratado es Su regreso a la tierra, y el galardón individual - los resultados,
en el reino, de su conducta durante la ausencia del Rey [73]. El servicio y sus resultados no son el tema en la parábola de
las vírgenes. Aquellas que no tenían aceite, no entran en absoluto. Esto es suficiente. Las otras tienen la bendición en común;
ellas entran con el Esposo a la boda. No se trata de galardón particular, ni de diferencia de conducta entre ellas. Era la
expectación del corazón, aunque la gracia tuvo que hacer que la volvieran a sentir. Cualquiera que hubiera sido el lugar de
servicio, la recompensa era segura. Esta parábola se aplica y se limita a la porción celestial del reino como tal. Es una
semejanza del reino de los cielos.
[73] En la parábola de los talentos en Mateo, tenemos, en realidad, el gobierno sobre muchas cosas, el reino,
pero se hace más patente mediante la expresión, "entra en el gozo de tu señor"; y se otorga la bendición sobre todos los que
fueron igualmente fieles en el servicio, fuesen estos grandes o pequeños.
La tardanza del Maestro
Podemos observar aquí también, que la tardanza del Maestro se observa del mismo modo en la tercera parábola -
"después de mucho tiempo" (Mateo 25:19). La fidelidad y constancia de ellos fueron puestas así a prueba. Que el Señor permita
que seamos hallados fieles y consagrados, ahora al final de los tiempos, para que pueda decirnos: '¡Buenos siervos y fieles!'.
Es digno de observar que en estas parábolas, aquellos que están en el servicio, o que aparecen primero, son los que se encuentran
al final. El Señor no extendería la suposición de la tardanza más allá de, "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado."
[74]
[74] De igual manera en las iglesias en el libro del Apocalipsis, Él toma iglesias existentes, aunque no dudo
que es una historia completa de la Iglesia.
El lloro y el crujir de dientes son la porción de aquel que no ha conocido a su Maestro, del que le ha ultrajado
con los pensamientos que tenía acerca de Su carácter.
El juicio de los vivos en la tierra; los cuatro grupos diferentes
En el versículo 31 se reanuda la historia profética conectándose con el versículo 31 del capítulo 24. Allí veíamos
al Hijo del Hombre aparecer como un relámpago, y después juntando al remanente de Israel desde los cuatro extremos de la tierra.
Pero esto no es todo. Si Él aparece así de una manera tan repentina como inesperada, Él también establece Su trono de juicio
y gloria en la tierra. Si Él destruye a Sus enemigos a quienes encuentra en rebeldía contra Él, se sienta igualmente sobre
Su trono para juzgar a todas las naciones. Este es el juicio de los vivos en la tierra. Cuatro grupos diferentes son hallados
juntamente: el Señor, el Hijo del Hombre mismo - los hermanos - las ovejas - y los cabritos. Yo creo que aquí los hermanos
son Judíos, Sus discípulos como Judíos, a quienes utilizó como Sus mensajeros para predicar el reino durante Su ausencia.
El Evangelio del reino tenía que ser predicado como un testimonio a todas las naciones; y luego vendría el fin del siglo.
En el momento del que se habla aquí, esto se había hecho ya. El resultado se manifestaría ante el trono del Hijo del Hombre
en la tierra.
Él llama a estos mensajeros, por tanto, Sus hermanos. Les había dicho que serían maltratados; y así lo fueron.
Con todo, hubo algunos quienes recibieron su testimonio.
El afecto del Rey para con Sus fieles siervos
y el valor de ellos
Ahora bien, tal era Su afecto por Sus siervos fieles, y de tal modo los valoraba, que Él juzgó a aquellos a quienes
se había enviado el testimonio, según la manera en que ellos recibieron a estos mensajeros, ya fuera bien o mal, como si lo
hubieran hecho con Él mismo. ¡Qué estímulo para Sus testigos durante ese tiempo de angustia, en que la fe de ellos estaría
en servicio mientras eran probados! Al mismo tiempo, moralmente, era justicia hacia aquellos que fueron juzgados; pues habían
rechazado el testimonio sin importarles quiénes lo rendían. Tenemos también el resultado de su conducta, tanto del uno como
del otro. Es el Rey - pues este es el carácter que Cristo ha tomado ahora en la tierra - quien pronuncia el juicio; y Él llama
a las ovejas (aquellos que habían recibido a los mensajeros y se habían compadecido de ellos en sus aflicciones y persecuciones)
para que heredasen el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo; pues tal había sido el propósito de Dios con
respecto a esta tierra. Él siempre tuvo a la vista el reino. Ellos eran los benditos de Su Padre (del Padre del Rey). No se
trataba de hijos que entendían su propia relación con su Padre; sino que eran los receptores de la bendición del Padre del
Rey de este mundo. Además, tenían que entrar a la vida eterna; pues tal era el poder, por medio de la gracia, de la palabra
que habían recibido en su corazón. Poseyendo la vida eterna, serían bendecidos en un mundo igualmente bendecido.
Aquellos que habían despreciado el testimonio, y a los que lo rendían, habían despreciado al Rey que los envió;
y debían ir al castigo eterno.
El efecto del regreso de Cristo
Así, el efecto total de la venida de Cristo con respecto al reino y a Sus mensajeros durante Su ausencia, queda
manifestado: con respecto a los Judíos, hasta el versículo 31 del capítulo 24; con respecto a Su siervos durante Su ausencia,
hasta el final del versículo 30 del capítulo 25, incluyendo el reino de los cielos en su condición actual, y las recompensas
celestiales que serán dadas; y después, desde el versículo 31 al final de capítulo 25, con respecto a las naciones que serán
bendecidas en la tierra a Su regreso.
Capítulo 26
El anuncio del Señor de Su traición y muerte;
los consejos de Dios y Su sumisión
El Señor había terminado Sus discursos. Él se prepara (capítulo 26) para sufrir, y para dar Su último y conmovedor
adiós a Sus discípulos, a la mesa de Su última pascua en la tierra, en la cual Él instituyó el simple y precioso memorial
que evoca Sus sufrimientos y Su amor con un interés tan profundo. Esta parte de nuestro Evangelio no requiere mucha explicación,
pero no porque sea de menos interés, sino porque necesita ser sentido en lugar de ser explicado.
¡Con qué sencillez el Señor anuncia lo iba a suceder! (vers. 2). Él había llegado ya a Betania, seis días antes
de la Pascua (Juan 12:1): Él permaneció allí, a excepción de la última cena, hasta que fue tomado prisionero en el jardín
de Getsemaní, aunque visitó Jerusalén y participó de Su última comida allí.
Hemos examinado ya los discursos pronunciados durante aquellos seis días, así como Sus acciones, tales como la
purificación del templo. Aquello que precede a este capítulo 26, o bien es la manifestación de Sus derechos como Emanuel,
Rey de Israel, o es el juicio del gran Rey con respecto al pueblo - un juicio expresado en discursos frente a los cuales el
pueblo no tenía respuesta; o, finalmente, la condición de Sus discípulos durante Su ausencia. Tenemos ahora Su sujeción a
los sufrimientos que le fueron establecidos, al juicio que estaba a punto de ser ejecutado sobre Él; pero que era, en verdad,
sólo la consumación de los consejos de Dios Su Padre, y de la obra de Su mismo amor.
Los inicuos consejos del hombre cumpliendo
los maravillosos consejos de Dios
La escena del temible pecado del hombre en la crucifixión de Jesús, se despliega ante nuestros ojos. Pero el
Señor mismo (cap. 26:1) la anuncia de antemano, con toda la serenidad de Aquel que había venido para este propósito. Antes
de que las consultas de los principales sacerdotes tuviesen lugar, Jesús habla de ella como un asunto ya zanjado: "Sabéis
que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado."
Luego (versículo 3), los sacerdotes, los escribas y los ancianos se reúnen para concertar sus planes a fin de
echar mano sobre Su Persona, y deshacerse de Él.
En una palabra, en primer lugar, los maravillosos consejos de Dios, y la sumisión de Jesús, conforme a
Su conocimiento de esos consejos y de las circunstancias que iban a darles cumplimiento; y, luego, los consejos inicuos
del hombre, que no hacen sino cumplir aquellos de Dios. Su premeditado arreglo de no prenderle en la fiesta por temor del
pueblo (cap. 26:25) no era de Dios, y fracasa: Él tenía que sufrir en la fiesta.
Judas en manos de Satanás por intención divina
Judas no fue sino el instrumento de la malicia de ellos en manos de Satanás; quien, después de todo, no hizo
más que preparar estas cosas conforme a la intención divina. Desearon, pero en vano, evitar prenderle durante la fiesta, por
temor de la multitud, que tal vez intercedería por Jesús si Él apelaba a ellos. Ellos lo habían hecho así en Su entrada en
Jerusalén. Supusieron que Jesús lo haría, pues la iniquidad siempre cuenta con encontrar sus propios principios en los demás.
Esta es la razón por la cual la iniquidad fracasa tan frecuentemente en engañar al justo - ellos son simples y naturales.
Aquí se trataba de la voluntad de Dios que Jesús tuviese que sufrir en la fiesta. Pero Él había preparado un clemente alivio
para el corazón de Jesús - más un bálsamo para Su corazón que para Su cuerpo - una circunstancia que emplea el enemigo para
llevar a Judas al extremo y a asociarse con los principales sacerdotes.
En Betania por última vez; la estimación de María
de la preciosidad del Señor es aceptada
Betania (ligada en la memoria a los últimos momentos de paz y tranquilidad en la vida del Salvador, el lugar
donde moraban Marta y María, y Lázaro, el muerto resucitado) -Betania [75] recibe a Jesús por última vez: el bienaventurado y fugaz retiro de un corazón que, siempre dispuesto a derramarse en amor, siempre fue angustiado
en un mundo de pecado, que no podía ni sabía corresponderle; con todo, un corazón que nos ha dado, en Sus relaciones con esta
amada familia, el ejemplo de un afecto perfecto, y humano, que hallaba dulzura en ser respondido y apreciado. La proximidad
de la cruz, donde Él tendría que poner Su rostro como un pedernal, no privó a este corazón del gozo o de la dulzura de esta
comunión, al tiempo que la volvía solemne y afectuosa. Al hacer la obra de Dios, Él no cesó de ser Hombre. En todo condescendió
para ser nuestro. No podía reconocer ya a Jerusalén, y este santuario le cobijó por un momento de la ruda mano del hombre.
Aquí Él pudo mostrar lo que siempre fue como hombre. Es correcto que la acción de alguien que, en cierto modo, podía apreciar
lo que Él sentía [76] (cuyo afecto penetró instintivamente en la creciente enemistad contra el objeto que ella amaba y que
fue hecha surgir por ello) y el acto que expresó el valor que su corazón daba a Su hermosura y gracia, hubiesen de ser contados
en todo el mundo. Esto es una escena, un testimonio, que acerca la sensibilidad
del Señor a nosotros, que despierta un sentimiento en nuestros corazones que santifica, al vincularlos a Su Persona amada.
[75] No fue en casa de Marta que sucedió esta escena, sino en la de Simón el leproso: Marta servía y Lázaro
se sentaba a la mesa. Esto hace que el acto inteligente de María sea más enteramente personal.
[76] No hallamos ningún ejemplo de que los discípulos entendieran alguna vez lo que Jesús les decía.
La vida diaria del Señor; Su estimación de
la devoción de María
Su vida diaria mantenía su alma en una tensión continua, en proporción a la fuerza de Su amor - una vida de consagración
en medio del pecado y la miseria. Por un momento Él pudo, y reconocería (en presencia del poder del mal, que ahora se manifestaba,
y del amor que se aferraba a Él, inclinándose ante el mismo, mediante el verdadero conocimiento de Él cultivado a las plantas
de Sus pies) aquella devoción a Él mismo, hecha surgir por aquello ante lo que Su alma, con divina perfección, se inclinaba.
Él podía decir una palabra inteligente, su verdadero significado, de aquello sobre lo cual, de manera silenciosa, obraba el
afecto divino [77]. El lector hará bien en estudiar cuidadosamente esta escena de conmovedora condescendencia y derramamiento
de corazón. Jesús, Emanuel, el Rey y Juez supremo, ha estado haciendo que todas las cosas fueran pasando ante Él en juicio
(desde el cap. 21 hasta el final del 25). Había terminado aquello que tenía que decir. Su tarea aquí, en este sentido, estaba
cumplida. Él toma ahora el lugar de Víctima; Él sólo tenía que sufrir, y se puede permitir libremente gozar las conmovedoras
expresiones de afecto que fluyen de un corazón consagrado a Él. Él podía solamente probar la miel y seguir de largo; pero
Él la saboreó y no rechazó un afecto que Su corazón pudo y supo apreciar.
[77] Cristo satisface el corazón de la pobre mujer en la ciudad en la que fue pecadora, expuso allí los pensamientos
de Dios, y se los contó a ella. Satisface aquí el corazón de María, y justifica y satisface su afecto, y dio la estimación
divina de lo que ella hizo. Él satisfizo el corazón de María Magdalena en el sepulcro, para quien el mundo era algo vacío
si Él no se hallaba allí, y revela los pensamientos de Dios en sus formas más elevadas de bendición. Tal es el efecto de estar
unidos a Cristo.
Profundo afecto por el Señor ocasionado
por la perfección de Jesús
Reitero, observen el efecto del profundo afecto para con el Señor. Este afecto respira necesariamente la atmósfera
en que, en aquel momento, se hallaba el Señor. La mujer que le ungió no estaba informada de las circunstancias que estaban
a punto de suceder, ni era ella una profetisa. Pero la proximidad de esa hora de tinieblas era sentida por una cuyo corazón
estaba fijo en Jesús [78]. Las diferentes formas del mal se desarrollaban ante Él, manifestándose con sus colores verdaderos;
y, bajo la influencia de un amo, Satanás, se amontonaban alrededor del único objeto contra quien valía la pena formar esta
concentración de malicia, y quien sacó su verdadero carácter a la luz del día.
[78] La enemistad de los principales de Israel era conocida por los discípulos: "Rabí, ahora procuraban los
judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?" (Juan 11:8). Y después por Tomás - un testimonio de gracia al amor de aquel que
después mostró su incredulidad acerca de la resurrección de Jesús - "Vamos también nosotros, para que muramos con él." (Juan
11:16). El corazón de María sintió, indudablemente, esta enemistad, y mientras esta crecía, su apego al Señor crecía con ella.
Pero la perfección de Jesús, que hizo ocasionó la enemistad, ocasionó el afecto en ella; y ella (por decirlo
así) en el afecto reflejaba la perfección; y cuando esa perfección fue puesta en acción y sacada a la luz por la enemistad,
igualmente lo hacía su afecto. Así, el corazón de Cristo no podía sino satisfacerlo. Jesús, a causa de esta enemistad, era
aún más el objeto que ocupaba un corazón que, conducido indudablemente por Dios, se daba cuenta, instintivamente, de lo que
sucedía. El tiempo del testimonio, e incluso el de la explicación de Su relación con todos los que le rodeaban, había finalizado.
Su corazón era libre para gozar de los afectos buenos, verdaderos y espirituales, de los que Él era objeto; y los que, cualquiera
que fuese su forma humana, mostraban tan claramente su origen divino, en que estaban unidos a ese objeto sobre el cual, en
este momento solemne, se centraba toda la atención del cielo.
La omnisciencia del Señor
Jesús mismo era consciente de Su posición. Sus pensamientos estaban puestos en Su partida. Durante el ejercicio
de Su poder, Él se oculta - Él se olvida de Sí mismo. Pero ahora, oprimido, rechazado, y como un cordero conducido
al matadero, siente que es el justo objeto de los pensamientos de aquellos que le pertenecen, de todos los que tienen corazones
que aprecien aquello que Dios aprecia. Su corazón está lleno de los sucesos venideros. Ver versículos 2, 10-13, 21.
El tacto de la devoción
Pero aún unas pocas palabras sobre la mujer que le ungió. El efecto de tener el corazón fijo afectuosamente en
Jesús, se muestra en esta mujer de manera extraordinaria. Ocupada con Él, se muestra sensible ante Su situación. Ella siente
lo que le afecta a Él, y esto hace que sus afectos actúen en conformidad a la devoción especial que inspira esa situación.
Mientras el odio contra Él se levantaba hasta alcanzar carácter homicida, el espíritu de devoción a Él crece en ella en respuesta
a ello. Consecuentemente, con el tacto de la devoción, ella hace precisamente lo que requería Su situación. La pobre mujer
no era inteligentemente consciente de esto; con todo, ella hizo lo que era correcto. El valor que ella le daba a la Persona
del Señor Jesús, tan infinitamente preciosa para ella, hizo que se percatara de aquello que pasaba por Su mente. A sus ojos,
Cristo estaba investido de todo el interés de Sus circunstancias; y ella prodiga sobre Él aquello que expresaban sus afectos.
Fruto de este sentimiento, su acción fue conforme a las circunstancias; y, aunque fue solamente el instinto de su corazón,
Jesús le da a ello todo el valor que Su perfecta inteligencia podía atribuirle, incluyendo de inmediato los sentimientos de
su corazón y los acontecimientos venideros.
El egoísmo, la insensibilidad y la traición de los demás
sacadas a la luz por la devoción de María
Pero este testimonio de afecto y devoción a Cristo saca a la luz el egoísmo, la insensibilidad, de los demás.
Ellos culpan a la pobre mujer. ¡Triste prueba (por no hablar de Judas [79]) de cuán pocos afectos apropiados despierta necesariamente
en nuestros corazones, el conocimiento de aquello que concierne a Jesús! Después de esto, Judas sale y acuerda, con los desdichados
sacerdotes, entregarles a Jesús por el precio de un esclavo.
[79] El corazón de Judas fue la fuente de este mal, pero los otros discípulos, no ocupándose de Cristo, caen
en la trampa.
El Señor continua Su carrera de amor; y como Él había aceptado el testimonio afectuoso de la pobre mujer, así
Él otorga ahora a Sus discípulos uno de infinito valor para nuestras almas. El
versículo 16 concluye el asunto del cual hemos estado hablando: el conocimiento de Cristo, según Dios, el conocimiento de
aquello que le aguardaba; la conspiración de los sacerdotes; el afecto de la pobre mujer, aceptado por el Señor; la egoísta
insensibilidad de los discípulos; la traición de Judas.
El memorial de la verdadera Pascua; un Salvador muerto;
un orden de cosas enteramente nuevo
El Señor instituye ahora el memorial de la verdadera pascua. Envía a los discípulos a hacer los preparativos
para la celebración de la fiesta en Jerusalén. Él señala a Judas como aquel que le entregaría a los Judíos. Se observará que
no fue solamente Su conocimiento acerca de aquel que le traicionaría, lo que el Señor expresa aquí - Él sabía eso cuando le
llamó; sino que Él dice, "uno de vosotros me va a entregar." Era eso lo que conmovía Su corazón: Él deseaba también
que eso conmoviera el corazón de los demás.
Luego, Él señala que es un Salvador muerto el que ha de ser recordado. Ya no es un asunto del Mesías vivo: todo
eso había terminado. No era ya el recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Cristo, y Cristo muerto,
comenzó un orden de cosas enteramente nuevo. Ellos tenían que pensar ahora en Él - en Él, muerto en la tierra. Él dirige,
entonces, la atención de ellos a la sangre del nuevo pacto, añadiendo aquello que alcanza a otros aparte de los Judíos, sin
nombrarlos - "por muchos es derramada." Además, esta sangre no es, como en el Sinaí, solamente para confirmar el pacto,
por la fidelidad por la que ellos eran responsables; fue derramada para remisión de los pecados. De modo que la cena del Señor
presenta el recuerdo del Jesús muerto, quien, al morir, ha roto con el pasado; puso el fundamento del nuevo pacto; obtuvo
la remisión de los pecados; y abrió la puerta a los Gentiles. Es sólo en Su muerte que la cena nos lo presenta a nosotros.
Su sangre está aparte de Su cuerpo: Él está muerto. No es Cristo viviendo en la tierra, ni Cristo glorificado en el cielo.
Él está separado de Su pueblo, por lo que respecta a sus goces en la tierra; pero ellos tenían que esperarle como el compañero
de la felicidad que Él ha asegurado para ellos - pues Él condesciende a serlo - en tiempos mejores: "No beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día que la beba nuevo [80] con vosotros en el reino de
mi Padre." Pero una vez rotos estos vínculos, ¿quién, sino Jesús, podía soportar el conflicto? Todos le abandonarían. Los
testimonios de la Palabra debían cumplirse. Estaba escrito: "Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas."
(Mateo 26:31).
[80] "Nuevo" (gr.: kainós) no significa nuevamente, sino de una forma completamente nueva.
La promesa de un Salvador resucitado en Galilea
No obstante, Él iría, para renovar Sus relaciones, como un Salvador resucitado, con estos pobres del rebaño,
hasta el mismo lugar donde ya se había identificado con ellos durante Su vida. Él iría delante de ellos a Galilea. Esta promesa
es muy notable, porque el Señor reanuda, bajo una forma nueva, Su relación Judía con ellos y con el reino. Podemos observar
aquí que, así como Él había juzgado a todas las clases (hasta el final del cap. 25), Él exhibe ahora el carácter de Su relación
con todos aquellos entre quienes Él mantenía alguna. Ya se trate de la mujer, o de Judas, o de los discípulos, cada uno toma
su lugar en relación con el Señor. Esto es todo lo que hallamos aquí. Si Pedro tenía la energía natural suficiente como para
ir un poco más allá, sería sólo para una caída más profunda en el lugar donde sólo el Señor sabía permanecer en pie.
En Getsemaní en súplica con Su Padre;
la anticipación de la copa de sufrimiento
Él se aísla ahora para presentar, suplicando a Su Padre, los sufrimientos que le esperaban.
Pero al tiempo que se aísla para orar, Él toma a tres de Sus discípulos para que en aquella hora solemne puedan
velar con Él. Eran los mismos tres que estuvieron con Él durante la transfiguración. Tenían que ver Su gloria en el reino,
y Sus sufrimientos. Él se va un poco adelante de ellos. En cuanto a los discípulos, ellos se duermen, tal como lo hicieron
en el monte de la transfiguración. La escena aquí está descrita en Hebreos 5:7. Jesús no estaba bebiendo aún la copa, pero
ella estaba ante Sus ojos. En la cruz sí la bebió, fue hecho pecado por nosotros, Su alma sintiéndose desamparada por Él.
Aquí se trata del poder de Satanás, utilizando la muerte como un terror con el cual poder vencerle. Pero la consideración
de este asunto tendrá su lugar más apropiado cuando lleguemos al Evangelio de Lucas.
Sumisión completa
Vemos aquí Su alma bajo el peso de la muerte - por anticipación - como Él solo podía conocerlo, y esta no había
perdido aún su aguijón. Nosotros sabemos quién tiene el poder de la muerte, y la muerte todavía tenía todo el carácter de
la paga del pecado, y la maldición, del juicio de Dios. Pero Él vela y ora. Como hombre, sometido por Su amor a esta acometida,
en presencia de la más poderosa tentación a la cual Él había sido expuesto, por una parte Él vela; y por otra, Él presenta
Su angustia a Su Padre. Su comunión no fue interrumpida aquí, por muy grande que hubiese sido Su angustia. Esta angustia sólo
le acerca más, con toda sumisión y confianza, a Su Padre. Pero si teníamos que ser salvos, si Dios tenía que ser glorificado
en Aquel que se había hecho cargo de nuestra causa, la copa no debía pasar de Él. Su sumisión es completa.
Se hace recordar a Pedro la falsa confianza
Él dulcemente recuerda a Pedro su falsa confianza [81], haciéndole consciente de su debilidad. Pero Pedro tenía
demasiada confianza en sí mismo como para sacar provecho de ello. Se despierta de su sueño, pero su confianza en sí mismo
no es sacudida. Fue necesaria una experiencia más triste para su curación.
[81] Es maravilloso ver al Señor en la plena agonía de la copa anticipada, aun solamente presentándola a Su Padre, no bebiéndola; no obstante, volviéndose a los discípulos y hablándoles
en gracia serena, como si estuvieran en Galilea, y regresando Él mismo al terrible conflicto de espíritu exactamente por aquello
que estaba ante Su alma. En Mateo, Él es víctima, agrego, y todo agravio, sin circunstancia que lo alivie, es lo que Su alma
halla aquí.
La copa tomada de manos del Padre
Por tanto, el Señor toma la copa, pero Él la toma de manos de Su Padre. Fue Su voluntad que Él la bebiera.
Entregándose así por completo a Su Padre, no es de manos de Sus enemigos, ni de Satanás (aunque ellos fueran los instrumentos)
que Él la toma. De acuerdo a la perfección con la que Él se había sometido a la voluntad de Dios en este asunto, encomendando
todo a Él, es solamente de Su mano que Él la recibe. Es la voluntad del Padre. Así nosotros escapamos de segundos motivos
y de las tentaciones del enemigo, buscando solamente la voluntad de Dios que dirige todas las cosas. Es de Él que recibimos
la aflicción y la prueba, cuando estas vienen.
La traición; sometimiento a la maldad del hombre,
el poder de las tinieblas y el juicio de Dios del pecado;
en manos de los Judíos
Los discípulos no necesitan velar más: ha llegado la hora [82]. Él tenía que ser entregado en manos de los hombres.
Esto ya era decir mucho. Judas le señaló con un beso. Jesús sale a encontrar la multitud, reprendiendo a Pedro por buscar
resistir con armas carnales. Si Cristo hubiera deseado escapar, Él podía haber pedido doce legiones de ángeles, y los habría
tenido; pero todas las cosas tenían que cumplirse [83]. Era la hora de Su sometimiento a los efectos de la maldad del hombre
y del poder de las tinieblas, y al juicio de Dios contra el pecado. Él es el Cordero que va al matadero. Luego, todos los
discípulos le abandonan. Él se entrega, reconviniendo a la multitud que se acercaba lo que estaba haciendo. Si nadie puede
probar que es culpable, Él no negará la verdad. Confiesa la gloria de Su Persona como Hijo de Dios, y declara a partir de
entonces que ellos verían al Hijo del Hombre, no ya en la humildad de Aquel que no quebraría la caña cascada, sino viniendo
en las nubes del cielo y sentándose a la diestra del poder. Habiendo dado este testimonio, es condenado por causa de lo que
dijo de Sí mismo - por la confesión de la verdad. Los testigos falsos no tuvieron éxito. Los sacerdotes y los principales
de Israel eran culpables de Su muerte, en virtud de su propio rechazo del testimonio que Él rindió a la verdad. Él era la
Verdad; ellos estaban bajo el poder del padre de mentira. Rechazaron al Mesías, al Salvador de Su pueblo. No vendría más a
ellos, excepto como Juez.
[82] Me propongo hablar de los sufrimientos del Señor cuando estudiemos el Evangelio de Lucas, en donde son
descritos con más detalle; ya que es como Hijo del Hombre que Él es allí especialmente presentado.
[83] Observen aquí el lugar que el Señor da a las Escrituras en un momento tan crucial y solemne: "que así se
haga", puesto que fue allí (vers. 54). Ellas son la Palabra de Dios.
Jesús como la víctima
Le insultan y le denigran. Cada uno ¡es lamentable! ocupa, como hemos visto, su propio lugar - Jesús, el de Víctima;
los demás, el lugar de traición, de abandono, de negación del Señor. ¡Qué escena! ¡Qué
momento solemne! ¿Quién podía permanecer en ella? Cristo solo podía pasar por ese momento con constancia. Y pasó por
este momento como una víctima. Como tal, debía ser desnudado de todo (Mateo 27:28), y ello en presencia de Dios. Todo lo demás
desapareció, salvo el pecado que condujo a esto; y, según la gracia, eso también antes de la poderosa eficacia de este acto.
Pedro, confiado en sí mismo, dudando, reconocido, respondiendo falsamente, jurando, niega a su Maestro; y, dolorosamente convencido
de la absoluta impotencia del hombre contra el enemigo de su alma y contra el pecado, sale y llora amargamente; lágrimas,
que no pueden borrar su culpa, pero que, demostrando la existencia, a través de la gracia, de un corazón recto, testifican
de la impotencia que la rectitud de corazón no puede remediar. [84]
[84] Pienso que se podrá ver, al comparar los Evangelios, que el Señor fue interrogado en casa de Caifás en
el transcurso de la noche, cuando Pedro le niega, y que se reunieron formalmente de nuevo por la mañana, y, al interrogar
al bendito Señor, recibieron de Él la confesión por la que le condujeron a Pilato. Durante la noche se trató solamente de
líderes activos. Por la mañana hubo una reunión formal del Sanedrín.
Capítulo 27
Entregado a los Gentiles;
la maldad de Satanás y la maldad del hombre exhibidas
Después de esto, los desdichados sacerdotes y principales del pueblo entregan su Mesías a los Gentiles, tal como
Él había contado a Sus discípulos. Judas, desesperado bajo el poder de Satanás, se ahorca, tras haber arrojado la recompensa
de su iniquidad a los pies de los principales sacerdotes y ancianos. Satanás fue obligado a testificar, incluso a través de
una conciencia que él traicionó, de la inocencia del Señor. ¡Qué escena! Luego, los sacerdotes que no habían tenido escrúpulos
al comprar Su sangre a Judas, dudan en poner el dinero en el tesoro del templo, pues era precio de sangre. En presencia de
lo que estaba sucediendo, el hombre fue obligado a mostrarse tal como era, y el poder de Satanás sobre él. Después de consultar,
ellos compran un campo para sepultura de los extranjeros. A ojos de ellos, estos eran lo suficientemente profanos como para
esto, con tal que ellos mismos no se contaminaran con tal clase de dinero. Con todo, era el tiempo de la gracia de Dios para
el extranjero, y del juicio sobre Israel. Además, establecieron, por medio de esto, un memorial perpetuo de su propio pecado
y de la sangre que había sido derramada. Acéldama (Hechos 1:19) es todo lo que queda en este mundo de las circunstancias de
este gran sacrificio. El mundo es un campo de sangre, pero habla de cosas mejores que la de Abel.
Sabemos que esta profecía (versículo 9) está en el libro de Zacarías. El nombre "Jeremías" puede haberse deslizado
en el texto cuando no había nada más que la expresión "por el profeta"; o quizás podría ser porque Jeremías estaba primero
en el orden prescrito por los Talmudistas para los libros de profecía; por la
misma razón, muy probablemente, ellos decían también: "Jeremías, o alguno de los profetas", como en el capítulo 16:14. Pero
este no es el lugar para discutir este asunto.
El Rey de los Judíos ante Pilatos; la condenación de Pilatos
La parte de ellos en la escena Judía concluye. El Señor está en pie ante Pilato. Aquí la pregunta no es si Él es Hijo de Dios, sino si Él es el Rey de los Judíos. Aunque Él era esto, con todo, fue sólo
en el carácter de Hijo de Dios que permitiría que los Judíos le recibieran. Si le hubieran recibido como Hijo de Dios, Él
habría sido su Rey. Pero eso no podría ser: Él debía cumplir la obra de expiación. Habiéndole rechazado como Hijo de Dios,
los Judíos le niegan ahora como Rey de ellos. Pero los Gentiles también se hacen culpables en la persona de su jefe en Palestina,
cuyo gobierno había sido puesto en sus manos. El jefe Gentil debería haber reinado en justicia. El representante de ellos
en Judea, reconoce la malicia de los enemigos de Cristo; su conciencia, alarmada por el sueño que tuvo su esposa, intenta
evadir la culpa de condenar a Jesús. Pero el verdadero príncipe de este mundo, en lo que respecta al ejercicio actual del
dominio, era Satanás. Pilato, lavándose sus manos (fútil intento de exonerarse) entrega al inocente a la voluntad de Sus enemigos,
diciendo, al mismo tiempo, que no halla delito en Él. Y les suelta a los Judíos a un hombre culpable de sedición y homicidio,
en lugar del Príncipe de vida. Pero fue nuevamente sobre Su propia profesión, y solamente sobre ésa, que Él fue condenado,
profesando lo mismo en el tribunal Gentil, tal como Él lo había hecho en el tribunal Judío, la verdad en cada uno, dando testimonio
de la buena profesión concerniente a la verdad acerca de aquellos que tenía delante.
La elección de los Judíos de Barrabás;
un Salvador rechazado, la piedra de toque universal
Barrabás [85], la expresión del espíritu de Satanás, que era homicida desde el principio, y de la rebelión en
contra de la autoridad que Pilato debía mantener allí - Barrabás era querido por los Judíos; y con él, la equivocada indolencia
de su gobernante, quien fue impotente contra el mal, procuró satisfacer la voluntad del pueblo al cual debería haber gobernado.
"Todo el pueblo" se hizo culpable de la sangre de Jesús en la solemne expresión, que sigue cumpliéndose hasta este día, hasta
que la gracia soberana, según el propósito de Dios, la quite - solemne pero terrible palabra, "Su sangre sea sobre nosotros,
y sobre nuestros hijos." ¡Triste y horrible ignorancia que la propia voluntad ha traído sobre un pueblo que rechazó la luz!
¡Es lamentable! de qué manera, digo nuevamente, cada cual ocupa su lugar en presencia de esta piedra de toque - un Salvador
rechazado. La compañía de los Gentiles, los soldados, ocupan su lugar burlándose, con la brutalidad habitual en ellos como
paganos y verdugos, así como lo harán los Gentiles en gozosa adoración cuando
Aquel de quien ellos se burlaron será verdaderamente el Rey de los Judíos en gloria. Jesús soporta todo. Era la hora de Su
sometimiento al pleno poder del mal: la paciencia debe tener su obra perfecta, a fin de que Su obediencia pudiera ser completa
en todos los aspectos. Él soportó todo sin socorro, en lugar de fracasar en la obediencia a Su Padre. ¡Qué diferencia entre
esto y la conducta del primer Adán rodeado de bendiciones!
[85] Es extraño decirlo, pero este nombre significa hijo de Abba (Abba = padre), como si Satanás se burlara
de ellos con el nombre.
La crucifixión; el abismo de Sus sufrimientos
Cada cual debe ser siervo del pecado, o de la tiranía de la iniquidad en esta hora solemne, en la cual todo es
sometido a prueba. Obligan a uno llamado Simón - conocido después, según parece, entre los discípulos - a llevar la cruz de
Jesús; y el Señor es conducido al lugar de Su crucifixión. Él rehúsa allí aquello que podría haberle entorpecido. Él no evitará
la copa que tenía que beber, ni se privará de Sus facultades a fin de permanecer insensible a lo que era la voluntad de Dios
en cuanto a lo que Él debía sufrir. Las profecías de los Salmos se cumplen en Su Persona, por medio de aquellos que poco pensaban
en lo que estaban haciendo. Al mismo tiempo, los Judíos tuvieron éxito en llegar al último grado de vileza. Su Rey
fue colgado. Tienen que soportar la vergüenza a pesar de ellos. ¿De quién era la culpa? Pero, endurecidos e insensibles, comparten
con un malhechor la miserable satisfacción de insultar al Hijo de Dios, su Rey, el Mesías, para su propia ruina, y citan (cuán
ciega es la incredulidad) de sus propias escrituras, como expresión de lo que pensaban, aquello que en ellos fue puesto en
boca de los enemigos incrédulos de Jehová. Jesús lo sintió todo; pero la angustia de Su prueba, donde, después de todo, Él
era un testimonio fiel y sosegado, y el abismo de Sus sufrimientos, contenían algo mucho más terrible que toda esta malicia
o abandono del hombre. Indudablemente, "los ríos alzaron su sonido."(Salmo 93:3) [86]. Una tras otra, las olas de la impiedad
arremetieron contra Él; pero las profundidades que le aguardaban debajo, ¿quién podía sondearlas? Sólo Su corazón,
Su alma - el vaso de un amor divino - podía sumergirse más profundo que el fondo de aquel abismo que el pecado había
abierto para el hombre, para llevar a lo alto a aquellos que permanecían allí, después de haber soportado Él sus dolores en
Su propia alma. Un corazón que había sido siempre fiel, fue abandonado por Dios. Allí donde el pecado llevó al hombre, allí
el amor llevó al Señor, pero con una naturaleza y una percepción en las que no existían distancias ni separaciones, de modo
que pudiera sentirse el pecado en toda su plenitud. Nadie sino Él, que estaba en ese lugar, podía sondearlo o sentirlo.
[86] En Mateo encontramos, reunidos a propósito, la deshonra hecha al Señor y los insultos que se le hicieron,
y en Marcos, el abandono de Dios.
Abandonado por Dios; glorificando a Dios
Es, también, un espectáculo maravilloso ver al único hombre justo en el mundo exclamar al final de Su vida que
fue abandonado por Dios. Pero fue así como Él glorificó a Dios como nadie podía haberlo hecho
nunca, y donde nadie sino Él pudo haberlo hecho - hecho pecado, en presencia de Dios como tal, sin ningún velo que
ocultara, ni misericordia que lo cubriera o lo soportara.
Los padres, llenos de fe, habían experimentado, en su angustia, la fidelidad de Dios, quien respondió la expectativa
de sus corazones. Pero Jesús (en cuanto a la condición de Su alma en aquel momento) clamó en vano. "Gusano, y no hombre" (Salmo
22:6) ante la vista de todos, tuvo que soportar el abandono del Dios en quien Él confiaba.
Al estar los pensamientos de ellos lejos de los Suyos, aquellos que le rodearon ni siquiera entendieron Sus palabras,
pero ellos cumplieron las profecías por medio de su ignorancia. Jesús, dando testimonio por la intensidad de Su voz que no
era el peso de la muerte lo que le oprimía, entregó el espíritu.
La eficacia de la muerte de Cristo; el velo rasgado
Este Evangelio nos presenta la eficacia de Su muerte en un doble aspecto. En primer lugar, el velo del templo
se rasgó en dos, de arriba abajo. Dios, quien había estado siempre oculto detrás del velo, se descubre completamente por medio
de la muerte de Jesús. La entrada en el lugar santo se hace evidente - un camino nuevo y vivo que Dios ha abierto para nosotros
a través del velo. Todo el sistema Judío, las relaciones del hombre con Dios bajo sus modos, su sacerdocio, todo se derrumbó
al rasgarse el velo. Cada uno se halló, pues, ante la presencia de Dios sin ningún velo de por medio. Los sacerdotes tenían
que estar siempre en Su presencia. Pero, por este mismo hecho, el pecado, que habría hecho imposible para nosotros que estuviéramos
allí, fue, para el creyente, quitado completamente delante de Dios. El Dios santo, y el creyente, limpiado de sus pecados,
son reunidos por medio de la muerte de Cristo. ¡Qué amor fue aquel que cumplió con esto!
La resurrección; pecadores sin temor ante Dios
En segundo lugar, aparte de esto, fue tal la eficacia de Su muerte, que cuando Su resurrección hubo roto los
lazos que los apresaban, muchos de los muertos aparecieron en la ciudad - testigos de Su poder, quien, habiendo sufrido la
muerte, se levantó por sobre ella, y la venció, y destruyó su poder, o lo tomó en Sus propias manos. La bendición estaba ahora
en la resurrección.
Por lo tanto, la presencia de Dios sin un velo, y de pecadores sin pecado ante Él, prueba la eficacia de los
sufrimientos de Cristo.
La resurrección de los muertos, sobre los cuales el rey de los terrores no tenía más derechos, mostró la eficacia
de la muerte de Cristo para los pecadores, y el poder de Su resurrección. El Judaísmo ha terminado para aquellos que tienen
fe, al igual que el poder de la muerte. El velo se rasgó. El sepulcro entregó su presa; Él es el Señor de los muertos y de
los vivos. [87]
[87] La gloria de Cristo en ascensión, y como Señor de todo, no entra, históricamente, en el ámbito de Mateo.
El primer testimonio de fe entre los Gentiles
de la Persona de Cristo
Hay, todavía, un testimonio especial del grandioso poder de Su muerte, por la importancia de estas palabras:
"Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo." (Juan 12:32). El centurión que estaba de guardia en la
crucifixión del Señor, viendo el terremoto y las cosas que habían sido hechas, temblando, confiesa la gloria de Su Persona;
y, extraño como él es a Israel, rinde el primer testimonio de fe entre los Gentiles: "Verdaderamente, éste era Hijo de Dios."
El instinto del afecto; al pie de la cruz
Pero la narración sigue. Algunas pobres mujeres - a quienes la devoción otorga a menudo, de parte de Dios, más
valor que a los hombres en su posición más responsable y ocupada - permanecían cerca de la cruz, observando lo que hacían
a Aquel que amaban. [88]
[88] La parte que ocupan las mujeres en toda esta historia es muy instructiva, especialmente para ellas. La
actividad del servicio público, aquel que puede ser llamado 'obra', pertenece naturalmente a los hombres (todo lo que pertenece
a lo designado generalmente como ministerio) aunque las mujeres comparten una actividad muy preciosa en privado. Pero hay
otro aspecto de la vida cristiana que les pertenece exclusivamente a ellas, y es la consagración amante y personal a Cristo.
Es una mujer la que ungió al Señor mientras los discípulos murmuraban; son mujeres las que estaban cerca de la cruz cuando
todos, excepto Juan, le habían abandonado; son mujeres las que vinieron al sepulcro y fueron enviadas a anunciar la verdad
a los apóstoles, quienes, después de todo, habían regresado a sus propios hogares; son mujeres las que ministraron las necesidades
del Señor. Y, en realidad, esto tiene un alcance mayor. La consagración al servicio quizás sea la parte del hombre; pero el
instinto de afecto, aquel que entra más íntimamente en la posición de Cristo, y que está, de este modo, más directamente en
relación con Sus sentimientos, en comunión más cercana con los sufrimientos de Su corazón - esta es la parte de la mujer: ciertamente una parte feliz. La actividad del servicio para Cristo, pone al hombre
un poco fuera de esta posición, por lo menos si el Cristiano no es vigilante. No obstante, todo tiene su lugar. Hablo de aquello
que es característico; pues hay mujeres que han servido mucho, y hombres que han sentido mucho. Observen aquí también, creo
que es algo que ya he hecho notar, que esta adhesión del corazón hacia Jesús es la posición donde se reciben las comunicaciones
del verdadero conocimiento. Todo el primer evangelio es anunciado a la pobre mujer que era pecadora y que lavó Sus pies; a
María, se le anuncia que está derramando el bálsamo para Su muerte; a María Magdalena, nuestra elevada posición; a Juan que
estaba cerca de Su pecho, se anuncia la comunión que Pedro deseaba. Y aquí, las mujeres tienen una mayor participación.
Pero ellas no eran las únicas que llenaban el lugar de los aterrados discípulos. Otros - y esto ocurre a menudo
- a quienes el mundo había sujetado, una vez que la profundidad de su afecto es despertada
por el asunto de Sus sufrimientos, los sufrimientos de Aquel que ellos realmente amaban, cuando el momento es tan doloroso
que los demás quedan aterrorizados, entonces (estimulados por el rechazo de Cristo) sienten que ha llegado el momento de tomar
una decisión, y convertirse en intrépidos confesantes del Señor. Asociados hasta aquí con aquellos que le habían crucificado,
ellos deben aceptar ahora este hecho, o bien declararse ellos mismos. Por gracia, ellos hacen esto último.
"Con los ricos fue en Su muerte"
Dios había preparado todo de antemano. Su Hijo iba a tener Su tumba con los ricos. José va audazmente a ver a Pilato y pide el cuerpo de Jesús. Él envuelve el cuerpo, que Pilato le entrega, en una
sábana limpia, y lo pone en su propio sepulcro, el cual nunca había servido para ocultar la corrupción del hombre. María Magdalena
y la otra María [89], pues estas eran conocidas, se sentaron cerca del sepulcro, resignadas por todo lo que quedaba de su
fe hacia Aquel que habían amado y seguido con adoración durante Su vida.
[89] Es decir, María la mujer de Cleofás, y madre de Jacobo y José, mencionada constantemente como "la otra
María." En Juan 19:25, la expresión "María mujer de Cleofás" ha sido tomada como aposición* de la expresión "y la hermana
de Su madre." Pero esto es simplemente un error. Se trata de otra persona. Había cuatro mujeres: tres Marías, y la hermana
de Su madre.
(*N. del T.: Aposición = Reunión de dos o más sustantivos sin conjunción. Ejemplo: Jerusalén, capital de
Israel.)
El testimonio involuntario de la incredulidad
Pero la incredulidad no tiene fe en sí misma, y temiendo el caso de que aquello que niega sea verdad, desconfía
de todo. Los principales sacerdotes solicitaron a Pilato que asegurara el sepulcro, a fin de frustrar cualquier intento que
los discípulos pudieran hacer para fundamentar la doctrina de la resurrección en la ausencia del cuerpo de Jesús de la tumba
en que había sido puesto. Pilato les ofrece asegurar el sepulcro ellos mismos;
así que todo lo que hicieron sirvió para que fuesen ellos mismos, testigos involuntarios del hecho, y nos asegura el cumplimiento
de lo que ellos temían. Así, Israel fue culpable de este esfuerzo de inútil resistencia al testimonio que Jesús había
rendido a Su propia resurrección. Ellos testificaban su verdad contra ellos mismos. Las precauciones que Pilato tal vez no
habría tomado, ellos las llevaron hasta el extremo, de manera que todo error en cuanto al hecho de Su resurrección era imposible.
El ministerio y el servicio de Jesús aún con
los pobres del rebaño
La resurrección del Señor es relatada brevemente en Mateo. El objetivo es, reitero, después de la resurrección,
relacionar el ministerio y servicio de Jesús - ahora transferido a Sus discípulos - con los pobres del rebaño, el remanente
de Israel. Él los reunió de nuevo en Galilea, donde les había enseñado constantemente, y donde los menospreciados de entre
el pueblo habitaban lejos del orgullo de los Judíos. Esto relacionó la obra de ellos con la de Él, en aquello que la distinguía
de manera especial con referencia al remanente de Israel.
Capítulo 28
Plena seguridad de la fe del hecho de
la resurrección del Señor
Examinaré los detalles de la resurrección en otro lugar. Aquí sólo considero su significado en este Evangelio.
El día de reposo terminó (al atardecer del Sábado, para nosotros - cap. 28), las dos Marías vienen a ver el sepulcro. En aquel
momento, esto fue todo lo que hicieron. Los versículos 1 y 2, no son consecutivos, los versículos 2, 3 y 4 van juntos. Cuando
ocurrió el terremoto y las circunstancias que lo acompañaron, nadie se hallaba allí excepto los soldados. De noche todo era
seguro. Los discípulos no sabían nada de ello en la mañana. Cuando las mujeres llegaron al amanecer, el ángel que estaba sentado
a la puerta del sepulcro las tranquilizó con las noticias de la resurrección del Señor. El ángel del Señor había descendido
y había abierto la puerta de la tumba, la cual el hombre había cerrado con toda posible precaución [90]. Colocando allí a
los soldados, ellos, en realidad, lograron solamente tener asegurada mediante testigos irreprochables, la verdad de la predicación
de los discípulos. Las mujeres, en su visita al atardecer anterior, y en la mañana cuando el ángel les habló, recibieron plena
seguridad para su fe acerca del hecho de Su resurrección. Todo lo que es presentado aquí son los hechos. Las mujeres habían
estado allí al atardecer. La intervención del ángel certificó a los soldados el verdadero carácter de Su abandono de la tumba;
y la visita de las mujeres en la mañana estableció el hecho de Su resurrección como un objeto de fe para ellas mismas. Ellas
van y lo anuncian a los discípulos, quienes, lejos de haber hecho aquello que los Judíos les imputaban, ni siquiera creían
las afirmaciones de las mujeres. Jesús mismo aparece a las mujeres que volvían del sepulcro, habiendo creído las palabras
del ángel.
[90] Pero yo percibo que el Señor Jesús había abandonado la tumba antes que la piedra fue hecha rodar; eso era
para los ojos mortales.
La comisión de los discípulos
Como ya he dicho, Jesús se relaciona con Su obra anterior entre los pobres del rebaño, lejos de la sede de la
tradición Judía, y del templo, y de todo aquello que vinculaba al pueblo con Dios según el antiguo pacto. Él ordena a los
discípulos que le fueran a encontrar allí, y ellos le hallan allí, y le reconocen; y es allí, en esta escena anterior de los
trabajos de Cristo, según Isaías 8 y 9, donde reciben su comisión de parte de Él. De ahí que en este Evangelio no tenemos,
en absoluto, la ascensión de Cristo, sino que tenemos que toda potestad le es dada a Él en el cielo y en la tierra, y conforme
a ello, la comisión dada a Sus discípulos alcanza a todas las naciones (Gentiles). A ellos debían proclamar Sus derechos,
y hacerlos discípulos.
Un Salvador resucitado, poderoso; la revelación y
la confesión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como
el nombre santo para todas las naciones
No obstante, no era solamente el nombre del Señor, ni en relación con Su trono en Jerusalén. Al ser Señor del
cielo y de la tierra, Sus discípulos tenían que anunciarle por todas las naciones fundamentando su doctrina sobre la confesión
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tenían que enseñar, no la ley, sino los preceptos de Jesús. Él estaría con ellos,
con los discípulos que así le confesaran, hasta el fin del mundo. Es esto lo que relaciona todo lo que será consumado hasta
que Cristo se siente sobre el gran trono blanco, con el testimonio que Él mismo rindió en la tierra en medio de Israel. Es
el testimonio del reino, y de su Cabeza, una vez rechazada por un pueblo que no le conoció. Vincula el testimonio a las naciones
con un remanente en Israel que reconoce a Jesús como el Mesías, pero ahora resucitado de entre los muertos, como Él había
dicho, pero no a Cristo conocido como ascendido a las alturas. Ni tampoco presenta a Jesús solamente, ni a Jehová, como no
siendo ya el sujeto del testimonio, sino como la revelación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como el nombre santo
por medio del cual las naciones se relacionaban con Dios.
J. N. Darby
Traducido del
Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-