Sinopsis de los Libros de la Biblia - Nuevo Testamento (J. N. Darby)

MATEO 15 - 28

ÍNDICE SINOPSIS N.T.
INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO
MATEO 1 - 14
MATEO 15 - 28
MARCOS
LUCAS 1 - 8
LUCAS 9 - 24
JUAN 1 - 12
JUAN 13 - 21
HECHOS
LAS EPÍSTOLAS: INTRODUCCIÓN
ROMANOS
1 CORINTIOS
2 CORINTIOS
GÁLATAS
EFESIOS
FILIPENSES
COLOSENSES
1 TESALONICENSES
2 TESALONICENSES
1 TIMOTEO
2 TIMOTEO
TITO
FILEMÓN
HEBREOS
SANTIAGO
1 PEDRO
2 PEDRO
1 JUAN
2 JUAN
3 JUAN
JUDAS
APOCALIPSIS

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

SINOPSIS

de los Libros

de la Biblia

 

 

MATEO

Capítulos 15 - 28

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

Capítulo 15

 

El rechazo de Dios al sistema Judío

 

Este capítulo muestra al hombre y a Dios, el contraste moral entre la doctrina de Cristo y la de los Judíos; y así, el sistema Judío es rechazado moralmente por Dios. Cuando hablo del sistema, hablo de su completa condición moral, sistematizada por la hipocresía que intentaba ocultar la iniquidad, aumentándola a los ojos de Dios, ante  quien ellos se presentaban a sí mismos. Utilizaban Su nombre más que las leyes de la conciencia natural, bajo el pretexto de la piedad, sólo para hundirse más profundamente. Es de esta manera que un sistema religioso llega a ser el gran instrumento del poder del enemigo, y más aún cuando aquello que lleva todavía el nombre, fue instituido por Dios. Pero entonces el hombre es juzgado, ya que el Judaísmo era el hombre con la ley de Dios y el cultivo de Dios.

 

La exposición y el juicio del Señor

de la hipocresía de los líderes, egoísmo y maldad

 

El juicio que pronuncia el Señor sobre este sistema de hipocresía, mientras manifestaba el consecuente rechazo de Israel, da origen a enseñanza que va mucho más lejos; y la cual, escudriñando el corazón del hombre y juzgando al hombre de acuerdo a lo que proviene de él, demuestra que el corazón es una fuente de toda iniquidad; y, de este modo, hace evidente que toda verdadera moralidad tiene su base en la convicción y la confesión del pecado. Porque sin esto, el corazón es siempre falso y se halaga a sí mismo en vano. Jesús va así a la raíz de todo, y sale de las relaciones especiales y temporales de la nación Judía para entrar en la verdadera moralidad que pertenece a todas las edades. Los discípulos no observaban las tradiciones de los ancianos; de estas el Señor no se ocupaba. Él se sirve de la acusación, para poner sobre la conciencia de sus acusadores, que el juicio ocasionado por el rechazo del Hijo de Dios fue aprobado también sobre el terreno de aquellas relaciones que existían ya entre Dios e Israel. Ellos invalidaban el mandamiento de Dios por medio de sus tradiciones; y ello, en un grado muy importante, y un punto sobre el cual dependían incluso todas las bendiciones terrenales para los hijos de Israel. Por medio de sus propias ordenanzas, Jesús expone también la hipocresía consumada, el egoísmo y maldad de aquellos que pretendían guiar al pueblo y formar sus corazones para la moralidad y la adoración de Jehová. Isaías ya había pronunciado su juicio.

 

El hombre mostrado tal como es ante Dios

 

Después, Él muestra a la multitud que esta cuestión era acerca de lo que el hombre era, de lo que procedía de su corazón, de su interior; y señala las tristes corrientes que fluyen de ese manantial corrompido. Pero era la simple verdad con respecto al corazón del hombre, como Dios lo conocía, lo que escandalizaba a los hombres del mundo, justos ante sus propios ojos, lo cual era incomprensible incluso para los discípulos. Nada es más sencillo que la verdad cuando esta es conocida; nada es más difícil y más oscuro cuando se tiene que formar un juicio respecto a esta verdad por medio del corazón del hombre, el cual no posee la verdad; porque este juzga según sus propios pensamientos, y la verdad no está en él. En una palabra, Israel, y más especialmente el Israel religioso, es puesto en contraste con la verdadera moralidad: el hombre es colocado bajo su apropiada responsabilidad, y en sus verdaderos aspectos ante Dios.

 

Formas externas o pureza interna

 

Jesús escudriña el corazón; pero, actuando en gracia, Él actúa según el corazón de Dios, y lo manifiesta saliendo, tanto para lo uno como para lo otro, de los términos convencionales de la relación de Dios con Israel. Una Persona divina, Dios, puede andar en el pacto que Él ha dado, pero no puede estar limitada por él. Y la infidelidad de Su pueblo hacia este pacto es la ocasión de la revelación de Él, saliendo más allá de ese lugar. Y noten, aquí, el efecto de la religión tradicional de cegar el juicio moral. ¿Qué era más claro y más llano que lo que salía de la boca y del corazón contaminaba al hombre, y no lo que él comía? Pero los discípulos, a través de la vil influencia de la enseñanza Farisaica que ponía las formas exteriores en el lugar de la pureza interior, no lo comprendían.

 

La petición de la mujer Cananea;

la dureza aparente del Señor

 

Cristo deja ahora las fronteras de Israel y Sus razonamientos con los sabios de Jerusalén, para visitar aquellos lugares que estaban más alejados de los privilegios Judíos. Él va a la costa de Tiro y Sidón, las ciudades que Él mismo había utilizado como ejemplos de los que estaban más lejanos del arrepentimiento; vean el capítulo 11, donde Él las clasifica con Sodoma y Gomorra, como estando ellos más endurecidos que ellas. Una mujer sale de estas regiones. Ella era una mujer de la raza maldita, según los principios que distinguían a Israel. Era una cananea. Ella viene a implorar la intercesión de Jesús a causa de su hija, quien estaba poseída por un demonio.

Al pedir este favor, ella se dirige a Jesús por el título cuya fe le hacía saber que tenía relación con los Judíos: "Hijo de David." Esto da ocasión a un rápido progreso de la posición del Señor, y, al mismo tiempo, de las condiciones bajo las cuales el hombre podía esperar compartir el efecto de Su bondad, sí, para la revelación de Dios mismo.

Como el Hijo de David, Él no tiene nada que ver con una mujer cananea. No le devuelve respuesta. Los discípulos deseaban deshacerse de ella concediéndole su petición, para dar por finalizada su importunidad. El Señor les contesta que Él no fue enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Esta era, de hecho, la verdad. Cualesquiera hayan sido los consejos de Dios manifestados con ocasión de Su rechazo (véase Isaías 49), Él era el ministro de la circuncisión para la verdad de Dios, a fin de cumplir Sus promesas hechas a los padres.

 

Tomando su verdadero lugar, la mujer Cananea experimenta

la bondad soberana y divina de Dios para con los Gentiles

 

La mujer, en un lenguaje más simple y directo, con la expresión más natural de sus sentimientos, ruega por la misericordiosa intercesión de Aquel en cuyo poder ella confiaba. El Señor le responde que no está bien quitarles el pan a los hijos y echarlo a los perrillos. Vemos aquí Su verdadera posición, venido a Israel; las promesas eran para los hijos del reino. El Hijo de David era el ministro de estas promesas. ¿Podía Él, como tal, borrar la distinción del pueblo de Dios?

Pero esa fe que saca fuerza de la necesidad, y que no encuentra recurso sino en el Señor mismo, acepta la humillación de su posición y juzga que con Él hay pan para el hambre de aquellos que no tienen derecho a él. Se persevera, también, porque hay una sentida necesidad, y fe en el poder de Aquel que ha venido en gracia.

¿Qué había hecho el Señor con Su aparente dureza? Había traído a la pobre mujer a la expresión, al sentido, de su verdadero lugar ante Dios, es decir, a la verdad en cuanto a ella misma. Pero entonces, ¿era verdadero decir que Dios era menos bondadoso de lo que ella creía, menos rico en misericordia hacia el necesitado cuya sola esperanza y confianza reposaba en esa misericordia? Esto hubiera sido negar el carácter y la naturaleza de Dios, de los cuales Él era la expresión, la verdad y el testigo en la tierra; hubiera sido negarse Él mismo, así como el objetivo de Su misión. Él no podía decir: 'Dios no tiene ni una migaja para ellos'. Él responde, con plenitud de corazón: "Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres." Dios sale de los estrechos límites de Su pacto con los Judíos, para actuar en Su soberana bondad conforme a Su naturaleza. Él sale para ser Dios en bondad, y no meramente Jehová en Israel.

 

El sentido de necesidad y la fuente de bendición

 

Pero esta bondad es ejercida hacia una persona que es llevada, en presencia de esta bondad, a saber que ella no tiene ningún derecho a ella. Hasta aquí, la aparente aspereza del Señor la había estado guiando. Ella recibió todo de gracia, mientras que en sí misma ella no merecía nada. Es así, y solamente así, que cada alma obtiene la bendición. No se trata simplemente del sentido de la necesidad  - la mujer lo tenía desde el principio - sino de aquello que la trajo allí. No basta simplemente con reconocer que el Señor Jesús puede suplir esa necesidad - la  mujer vino con este conocimiento; debemos estar en presencia de la única fuente de bendición y ser llevados a sentir que, aunque estemos allí, no tenemos ningún derecho a beneficiarnos de ella. Y esta es una posición terrible. Cuando se llega a esto, todo es gracia. Dios puede entonces actuar conforme a Su propia bondad, y Él responde a cada deseo que el corazón puede formular para su felicidad.

 

El corazón del hombre y el corazón de Dios;

 

De este modo, vemos a Cristo como un ministro de la circuncisión para la verdad de Dios, para cumplir las promesas hechas a los padres, y para que los Gentiles pudieran también glorificar a Dios por Su misericordia, como está escrito. Al mismo tiempo, esta última verdad pone de manifiesto la verdadera condición del hombre, y la plena y perfecta gracia de Dios. Él actúa sobre esta gracia, mientras permanece fiel a Sus promesas; y la sabiduría de Dios se manifiesta de un modo que despierta nuestra admiración.

Vemos hasta qué punto la introducción de la historia de la mujer sirofenicia en este lugar, desarrolla e ilustra esta parte de nuestro Evangelio. El principio del capítulo muestra la condición moral de los Judíos, la falsedad de la religiosidad sacerdotal y Farisaica; saca a la luz el estado real del hombre como tal, de qué cosa era fuente su corazón, y luego revela el corazón de Dios manifestado en Jesús. Sus tratos con esta mujer manifiestan la fidelidad de Dios a Sus promesas; y la bendición que se concede finalmente exhibe la gracia plena de Dios en relación con la declaración de la verdadera condición del hombre, aceptada por la conciencia - la gracia elevándose por encima de la maldición que se cernía sobre el objeto de esta gracia - elevándose por sobre todo para hacerse ella misma un camino para la necesidad que la fe presentaba ante ella.

 

En Galilea; renovadas evidencias de las misericordias

y piedades de Jehová

 

El Señor parte ahora de allí y va a Galilea, a donde Él estaba en relación con el remanente despreciado de los Judíos. No era Sión, ni el templo, ni Jerusalén, sino los pobres del rebaño, donde el pueblo estaba asentado en tinieblas (Isaías 8-9). Allí Sus compasiones siguen a este pobre remanente, y son nuevamente ejercidas a favor de ellos. Él renueva las evidencias, no solamente de Sus tiernas misericordias, sino de Su presencia que satisfacía a los pobres de Su pueblo con pan. Aquí, sin embargo, no es en el poder administrador con el cual Él podía investir a Sus discípulos, sino de acuerdo a Su propia perfección y actuando por Sí mismo. Él provee para el remanente de Su pueblo. Por consiguiente, es la plenitud de siete canastas de lo que sobró de los pedazos lo que es recogido. Se marcha también sin que nada más suceda allí.

Hemos visto la eterna moralidad, y la verdad en sus partes intrínsecas, sustituida por la hipocresía de las formas, el uso del hombre de la religión legalista y la demostración de que el corazón del hombre es una fuente de mal y nada más; el corazón de Dios plenamente revelado, que se eleva sobre toda dispensación para mostrar plena gracia en Cristo. De esta forma las dispensaciones son puestas a un lado, aunque son del todo reconocidas, y, al hacerse esto, el hombre y Dios son mostrados plenamente. Es un capítulo maravilloso en cuanto a lo que es eterno en verdad acerca de Dios, y en cuanto a lo que la revelación de Dios muestra que es el hombre. Y esto, observen, brinda la ocasión para la revelación de la asamblea en el próximo capítulo, la cual no es una dispensación, sino que está fundada en lo que Cristo es, el Hijo del Dios viviente. En el capítulo 12, Cristo fue dispensacionalmente rechazado, y el reino de los cielos fue sustituido en el capítulo 13. Aquí el hombre es puesto a un lado, así como lo que él había hecho de la ley, y Dios actúa en Su propia gracia sobre todas las dispensaciones. Luego vienen la asamblea y el reino en gloria.

 

Capítulo 16

 

La respuesta del Señor a la incredulidad en el corazón

y en la voluntad

 

El capítulo 16 va más allá de la revelación de la simple gracia de Dios. Jesús revela lo que estaba a punto de ser formado en los consejos de esa gracia, donde Él era reconocido, mostrando el rechazo de los orgullosos entre Su pueblo, mostrando que los aborrece así como ellos Le aborrecen (Zacarías 11). Cerrando sus ojos (por la perversidad de la voluntad) a las maravillosas y benéficas señales de Su poder, que Él dispensó constantemente sobre los pobres que le buscaban, los Fariseos y los Saduceos - sorprendidos por estas manifestaciones y, no obstante, descreídos de corazón y de voluntad -  demandan una señal del cielo. Él los reprende por su incredulidad, mostrándoles que ellos sabían discernir las señales del clima; sin embargo, las señales de los tiempos eran mucho más sorprendentes. Eran la generación adúltera y mala, y Él los deja: significativas expresiones de lo que estaba sucediendo ahora en Israel.

 

Los discípulos olvidadizos son advertidos

 y su memoria estimulada en gracia paciente

 

Él previene a Sus olvidadizos discípulos contra las maquinaciones de estos sutiles adversarios de la verdad, y de Aquel a quien Dios había enviado a revelarla. Israel es abandonado, como nación, en las personas de sus líderes. Al mismo tiempo, Él, en paciente gracia, recuerda a Sus discípulos lo que Sus palabras querían decirles.

 

La revelación del Padre de la Persona de Cristo a Pedro

 

Después, Él hace a Sus discípulos la pregunta acerca de lo que los hombres dicen en general de Él. Todo era un asunto de opinión, no de fe; es decir, la incertidumbre propia de la indiferencia moral, de la ausencia de esa necesidad consciente del alma que sólo puede descansar en la verdad, en el Salvador que uno ha hallado. Él les pregunta, entonces, qué pensaban ellos mismos de Él. Pedro, a quien el Padre se había dignado revelársele, declara su fe diciendo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." Aquí no hay ninguna incertidumbre, ni una mera opinión, sino el efecto poderoso de la revelación, hecha por el Padre mismo, de la Persona de Cristo, al discípulo que Él había elegido para este privilegio.

 

Tres clases de personas son mostradas

 

La condición del pueblo se manifiesta aquí de una manera notable, no como en el capítulo precedente, con respecto a la ley, sino con respecto a Cristo, quien había sido presentado a ellos. Vemos esto en contraste con la revelación de Su gloria hecha a aquellos que le seguían. Tenemos así tres clases de personas: en primer lugar, los altivos e incrédulos Fariseos; en segundo lugar, las personas que reconocían y estaban conscientes de que había un poder y una autoridad divinos en Cristo, pero que quedaban indiferentes; y por último, la revelación de Dios y la fe dada divinamente.

 

La gracia contrastada con la desobediencia a la ley

y la perversión de la ley

 

En el decimoquinto capítulo, la gracia de una que no tenía más esperanza que en ella es puesta en contraste con la desobediencia y la perversión hipócrita de la ley, mediante la cual los escribas y Fariseos buscaban cubrir su desobediencia con la apariencia de piedad.

 

La revelación de la Persona de Cristo como el fundamento

de la asamblea y de la administración del reino

 

El decimosexto capítulo, juzgando la incredulidad de los Fariseos con respecto a la Persona de Cristo, y poniendo aparte a estos hombres perversos, introduce la revelación de Su Persona como el fundamento de la asamblea, que iba a tomar el lugar de los Judíos como los testigos de Dios en la tierra; y anuncia los consejos de Dios referentes a su establecimiento. Nos muestra, junto a ello, la administración del reino, tal como estaba siendo establecido ahora en la tierra.

 

Cristo el Mesías, el Hijo de Dios

 

Consideremos, en primer lugar, la revelación de Su Persona.

Pedro confiesa que Él es el Cristo, el cumplimiento de las promesas hechas por Dios, y de las profecías que anunciaban su realización. Él era Aquel que iba a venir, el Mesías que Dios había prometido.

Además, Él era el Hijo de Dios. El segundo Salmo había declarado que, a pesar de las intrigas de los líderes del pueblo y de la presuntuosa animosidad de los reyes de la tierra, el Rey de Dios sería ungido sobre el monte de Sión. Él era el Hijo, engendrado por Dios. Los reyes y los jueces de la tierra [42] son llamados a someterse a Él, para no ser heridos con la vara de Su poder cuando tome a las naciones por herencia Suya. Así, el verdadero creyente esperaba al Hijo de Dios nacido a su debido tiempo en esta tierra. Pedro confesó que Jesús es el Hijo de Dios. También lo hizo Natanael: "Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel." (Juan 1:49). Y, aún después,  Marta hizo lo mismo.

 

[42] El estudio de los Salmos nos habrá hecho comprender que esta es la relación con el establecimiento del remanente Judío, en bendición, en los últimos días.

 

El Hijo del Dios viviente; la roca fundamental

del inmutable poder de vida

 

Sin embargo Pedro, especialmente enseñado por el Padre, añade a esta confesión una sencilla palabra, pero llena de poder: "Tú eres . . . el Hijo del Dios viviente." No sólo Aquel que cumple las promesas y responde a las profecías; es del Dios viviente que Él es el Hijo, de Aquel en quien está la vida y en quien hay poder vivificador.

Él hereda ese poder de vida en Dios, que nada puede vencer ni destruir. ¿Quién puede vencer el poder de Aquel - de este Hijo - que vino de "el que vive"? Satanás tiene el poder de la muerte; es él quien sujeta al hombre bajo el dominio de esta terrible consecuencia del pecado; y ello, por el justo juicio de Dios, el cual constituye su poder. La expresión "las puertas del Hades", del mundo invisible, se refiere a este reino de Satanás. Es, entonces, sobre este poder, el cual deja la plaza fuerte del enemigo sin fuerza, que la asamblea es edificada. La vida de Dios no será destruida. El Hijo del Dios viviente no será vencido. Aquello, pues, que Dios fundamenta sobre esta roca de inmutable poder de vida en Su Hijo, no será destruido por el reino de la muerte. Si el hombre ha sido vencido y ha caído bajo el poder de este reino, Dios, el Dios viviente, no será vencido por este. Es sobre esto que Cristo edifica Su asamblea. Es la obra de Cristo basada en Él como Hijo del Dios viviente, no del primer Adán ni basada en él - es Su obra cumplida según el poder que esta verdad revela. La Persona de Jesús, el Hijo del Dios viviente, es su fortaleza. Es la resurrección lo que lo ha demostrado. En ella, Él es declarado Hijo de Dios con poder. Por consiguiente, no es durante Su vida, sino cuando resucitó de entre los muertos que Él comienza esta obra. La vida estaba en Él; pero no es sino hasta después que el Padre hubiera destruido las puertas del Hades - no, hasta que Él mismo lo haya hecho en Su divino poder y resucitase - que Él comienza a edificar por medio del Espíritu Santo, habiendo ascendido a lo alto, aquello que el poder de la muerte o del que lo poseía - ya vencido - nunca puede destruir. Es Su Persona la que es aquí contemplada, y es sobre Su persona que todo está fundamentado. La resurrección es la prueba de que Él es el Hijo del Dios viviente, y de que las puertas del Hades no pueden hacer nada contra Él; su poder está destruido por ella. De este modo, vemos cómo la asamblea (aunque formada en la tierra) es mucho más que una dispensación, el reino no lo es.

La obra de la cruz era necesaria; pero no se trata aquí de aquello que el justo juicio de Dios demandaba, ni de la justificación de un individuo, sino de aquello que anulaba el poder del enemigo. Era la Persona de Aquel que a Pedro se le concedió reconocer, quien vivía conforme al poder de la vida de Dios. Era una revelación peculiar y directa desde el cielo, dada por el Padre. Sin duda Cristo había dado pruebas suficientes de quién era Él; pero estas no habían demostrado nada al corazón del hombre. La revelación del Padre era la manera de conocer quién era Él, y esto iba más allá de las esperanzas de un Mesías.

 

El nombre dado a Pedro

 

Aquí, entonces, el Padre había revelado directamente la verdad de la propia Persona de Cristo, una revelación que iba más allá de todos los asuntos acerca de las relaciones con los Judíos. Sobre este fundamento, Cristo edificaría Su asamblea. Pedro, ya nombrado así por el Señor, recibe una confirmación de ese título en esta ocasión. El Padre había revelado a Simón, el hijo de Jonás, el misterio de la Persona de Jesús; y en segundo lugar, Jesús anuncia también, por medio del nombre que le da [43], la estabilidad, la firmeza, la constancia y la fortaleza práctica de Su siervo favorecido por gracia. El derecho de conceder un nombre pertenece a un superior que puede asignar, al que lo lleva, su lugar y su autoridad, en la familia o en la situación en que se encuentra. El derecho, allí donde es real, supone discernimiento e inteligencia en aquello que está sucediendo. Adán da nombre a los animales. Nabucodonosor da nuevos nombres a los Judíos cautivos; el rey de Egipto la da un nuevo nombre a Eliaquim, a quien había colocado en el trono. Jesús, por lo tanto, toma este lugar cuando Él dice, 'El Padre te  ha revelado esto; y yo también te doy un lugar y un nombre relacionados con esta gracia. Es sobre aquello que el Padre te ha revelado que Yo voy a edificar Mi asamblea [44], contra la cual (fundamentada en la vida que viene de Dios) las puertas del reino de la muerte nunca prevalecerán; y Yo, el que edifico, y edifico sobre esta base inamovible - te doy el lugar de una piedra (Pedro) en relación con este templo viviente. Mediante el don de Dios, tú perteneces ya por naturaleza al edificio - una piedra viva, poseyendo el conocimiento de la verdad que es el fundamento, y que hace de cada piedra una parte del edificio.' Pedro fue una piedra tal de forma preeminente por medio de esta confesión; y lo fue anticipadamente por la elección de Dios. Esta revelación fue hecha  soberanamente por el Padre. El Señor le asigna, al mismo tiempo, su lugar, poseyendo el derecho de administración y autoridad en el reino que Él iba a establecer.

 

[43] El pasaje (capítulo 16:18) debería leerse: "Y yo también te digo a ti."

 

[44] Es importante distinguir aquí la Iglesia que Cristo edifica, aún inacabada, pero que Él mismo edifica, de aquello que es edificado bajo la responsabilidad del hombre y manifestado como un todo en el mundo. En Efesios 2: 20-21 y 1 Pedro 2: 4-5, tenemos este divino edificio creciendo y siendo edificado. No se encuentra ninguna mención de la obra humana en ninguno de los dos pasajes; es una obra divina. En 1 Corintios 3, Pablo es un perito arquitecto; otros pueden edificar madera, heno y hojarasca. La confusión de estos ha sido la base para la formación del Papado y otras corrupciones halladas en la llamada iglesia. La Iglesia del Señor, contemplada en su realidad, es una obra divina que Cristo lleva a cabo y que permanece.

 

Hasta aquí con respecto a la asamblea, mencionada ahora por primera vez, y con respecto a los Judíos habiendo sido rechazados a causa de su incredulidad, y al hombre hecho pecador convicto.

 

El reino de Dios en la tierra gobernado desde el cielo;

sus llaves

 

Otro asunto se presenta relacionado con esto de la asamblea que el Señor iba a edificar, a saber, el reino que iba a ser establecido. Tenía que tener la forma del reino de los cielos; así era en los consejos de Dios; pero iba a ser establecido ahora de manera peculiar, habiendo sido rechazado el Rey en la tierra.

Pero, habiendo sido rechazado como Él fue, las llaves del reino estaban en manos del Señor; Su autoridad le pertenecía a Él. Él conferiría estas llaves a Pedro, el cual, cuando Él se hubiese marchado, debería abrir sus puertas al Judío primeramente, y después a los Gentiles. Debería también ejercer la autoridad del Señor dentro del reino, de modo que todo lo que atara en la tierra en el nombre de Cristo (el verdadero Rey, aunque ascendido al cielo) sería atado en el cielo; y si él desataba algo en la tierra, su acción debía ser ratificada en el cielo. En una palabra, él tenía el poder de mando en el reino de Dios en la tierra, teniendo ahora este reino el carácter de reino de los cielos, porque su Rey estaba en el cielo [45], y el cielo había de sellar sus actos con su autoridad. Pero es el cielo autorizando sus actos terrenales, no el atarlos o desatarlos para el cielo. La asamblea relacionada con el carácter de Hijo del Dios viviente y edificada por Cristo, aunque formada en la tierra, pertenece al cielo; el reino, aunque gobernado desde el cielo, pertenece a la tierra - tiene su lugar y administración allí.

 

[45] Observen aquí lo que he hablado en otro lugar - no hay llaves que pertenezcan o que hayan sido dadas a la iglesia o asamblea. Pedro tenía las llaves de la administración en el reino. Pero la idea de llaves en relación con la Iglesia, o el poder de las llaves en la Iglesia, es una pura falacia. No existen en absoluto. La Iglesia es edificada; los hombres no edifican con llaves, y es Cristo (no Pedro) quien la edifica. Además, los actos así permitidos eran actos de administración aquí abajo. El cielo daba su aprobación sobre ellos, pero estos no estaban relacionados con el cielo, sino con la administración terrenal del reino. Además, hay que observar que lo que aquí se confiere es individual y personal. Se trataba de un nombre y una autoridad conferidos sobre Simón, el hijo de Jonás. Algunas observaciones adicionales aquí podrán ayudarnos a comprender mejor el significado de estos capítulos. En la parábola del sembrador (capítulo 13), la Persona del Señor no es presentada sino sólo el hecho de que está sembrando, no segando. En la primera similitud del reino, Él es el Hijo del Hombre, y el campo es el mundo. Él realmente está fuera del Judaísmo. En el capítulo 14, tenemos el estado de cosas desde el rechazo de Juan hasta el tiempo que el Señor es reconocido a Su regreso, donde Él había sido rechazado. En el capítulo 15, es la controversia moral, y Dios mismo en gracia por encima del mal. Sobre este punto no me detendré más. Pero en el capítulo 16 tenemos a la Persona del Hijo de Dios, el Dios viviente, y de ahí la asamblea, y Cristo el edificador; en el capítulo 17, el reino con el Hijo del Hombre viniendo en gloria. Las llaves (por mucho que el cielo aprobara el uso que Simón hiciera de ellas) eran, como hemos visto, del reino de los cielos (no de la asamblea); y este reino, como la parábola de la cizaña muestra, había de corromperse y echarse a perder irremediablemente. Cristo edifica la Iglesia, no Pedro. Compárese 1 Pedro 2: 4-5.

 

Los propósitos futuros de Dios en la asamblea y el reino

relacionados con Pedro

 

Entonces, estas cuatro cosas son declaradas por el Señor en este pasaje: primeramente, la revelación hecha por el Padre a Simón; en segundo lugar, el nombre dado a este Simón por Jesús, quien iba a edificar la Iglesia sobre el fundamento revelado en aquello que el Padre le había dado a conocer a Simón; tercero, la asamblea edificada por Cristo mismo, todavía incompleta, sobre el fundamento de la Persona de Jesús reconocido como Hijo del Dios viviente. En cuarto lugar, las llaves del reino que debían ser dadas a Pedro, es decir, la autoridad en el reino como administrándolo de parte de Cristo, ordenando en él aquello que era Su voluntad, y que debía ser ratificado en el cielo. Todo esto está relacionado con Simón personalmente, en virtud de la elección del Padre (quien, en Su sabiduría, le había escogido para que recibiera esta revelación) y de la autoridad de Cristo (quien había conferido sobre él, el nombre que le distinguía de manera personal en el gozo de este privilegio).

 

La muerte del Señor anunciada; la transición desde

el sistema Mesiánico al establecimiento de la asamblea

 

En cuanto al Señor, habiéndonos hecho conocer de esta forma los propósitos de Dios con respecto al futuro - propósitos que serían cumplidos en la asamblea y en el reino - ya no había lugar para Su presentación a los Judíos como el Mesías. No es que Él abandonaba el testimonio, lleno de gracia y de paciencia hacia el pueblo, el cual Él había dado en todo Su ministerio. No; ese, en realidad, continuaba, pero los discípulos tenían que comprender que ya no era tarea de ellos anunciar al pueblo que Él era el Cristo. A partir de este momento, también, Él comenzó a enseñar a Sus discípulos que debía sufrir, ser muerto y resucitar.

 

Pedro haciendo la obra del adversario;

el único camino es la cruz

 

Pero, a pesar de lo bendecido y honrado que fue Pedro por la revelación que el Padre le había hecho, su corazón se aferraba todavía de manera carnal a la gloria humana de su Maestro (en realidad, a la suya propia) y estaba lejos aún de elevarse a la altura de los pensamientos de Dios. ¡Es lamentable, pero él no es el único ejemplo de esto! Estar convencido de las verdades más exaltadas, e incluso gozar verdaderamente de ellas como verdades, es algo muy distinto que tener el corazón formado según los sentimientos, y del andar aquí abajo, los cuales están de acuerdo con esas verdades. No se trata de que haga falta sinceridad en el disfrute de la verdad. Lo que hace falta es tener la carne y el yo mortificados - estar muertos al mundo. Nosotros podemos gozar sinceramente de la verdad enseñada por Dios, y, aun así, no poseer la carne mortificada o el corazón en un estado que esté de acuerdo a esa verdad, en lo que involucra las cosas de aquí abajo. Pedro (honrado así últimamente por la revelación de la gloria de Jesús, y hecho depositario, de un modo muy especial, de la administración del reino dado al Hijo, y teniendo un lugar distinguido en aquello que debía seguir al rechazo del Señor por los Judíos) está haciendo ahora la obra del adversario con respecto a la perfecta sujeción de Jesús al sufrimiento e ignominia que debían introducir esta gloria y caracterizar al reino. ¡Es lamentable!, el caso estaba claro; él ponía la mira en las cosas de los hombres y no en las de Dios. Pero el Señor, en fidelidad, rechaza a Pedro en este asunto, y enseña a Sus discípulos que el único camino, el señalado y necesario camino, es la cruz; si alguien quería seguirle, ese es el camino que Él tomó. Además, ¿qué aprovecharía al hombre si salvase su vida y lo perdiese todo - ganar el mundo y perder su alma? Porque esta era la cuestión [46], y no la gloria exterior del reino.

 

[46] En la epístola de Pedro, hallamos constantemente estos mismos pensamientos - las palabras "esperanza viva", "piedra viva" - aplicadas a Cristo, y después a los Cristianos. Y nuevamente, de acuerdo a nuestro asunto, la salvación por la vida en Cristo, el Hijo del Dios viviente, nosotros nos encontramos con esto: "obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas." (1 Pedro 1:9). Podríamos leer todos los versículos mediante los cuales el apóstol presenta su enseñanza.

 

Incredulidad entre los Judíos

y en los corazones de los discípulos

 

Habiendo examinado este capítulo, como la expresión de la transición del sistema Mesiánico al establecimiento de la asamblea fundamentada en la revelación de la Persona de Cristo, deseo también dirigir la atención a los caracteres de la incredulidad que son desarrollados aquí, tanto entre los Judíos como en los corazones de los discípulos. Será provechoso observar las formas de esta incredulidad.

En primer lugar, ella toma la forma más vulgar de pedir una señal del cielo. Los Fariseos y los Saduceos se unen para mostrar su insensibilidad a todo lo que el Señor había hecho. Requieren una prueba para sus sentidos naturales, es decir, para su incredulidad. Ellos no creerán a Dios, ni prestando atención a Sus palabras ni contemplando Sus obras. Dios tenía que satisfacer su obstinación, lo cual no sería fe ni la obra de Dios. Tenían entendimiento para las cosas humanas que estaban manifestadas en forma bastante menos clara, pero ningún entendimiento para las cosas de Dios. Un Salvador perdido para ellos, como Judíos en la tierra, sería la única señal que se les concedería. Ellos tendrían que someterse, lo quisieran o no, al juicio de la incredulidad que ellos exhibían. El reino les sería quitado, el Señor los deja. La señal de Jonás está relacionada con el tema de todo el capítulo.

A continuación, vemos esta misma falta de atención hacia el poder manifestado en las obras de Jesús; pero no se trata ya de la oposición de la voluntad descreída; la ocupación del corazón en las cosas del presente, aleja a los tales de la influencia de las señales que se habían dado. Esto es debilidad, no mala voluntad. No obstante, ellos son culpables, pero Jesús los llama "hombres de poca fe", en vez de "hipócritas" y "generación mala y adúltera."

Vemos, entonces, a la incredulidad manifestándose bajo la forma de opinión indolente, la cual prueba que el corazón y la conciencia no están interesados en un asunto que debería gobernarlos - un asunto que, si el corazón enfrentara realmente su verdadera importancia, este no descansaría hasta llegar a la certeza con respecto a este asunto. Aquí el alma no siente la necesidad; consecuentemente, no hay discernimiento. Cuando el alma siente esta necesidad, sólo hay una cosa que puede satisfacerla; no puede haber descanso hasta que se encuentra. La revelación de Dios que creó esta necesidad, no deja al alma en paz hasta que tiene la seguridad de poseer aquello que la despertó. Aquellos que no son sensibles a esta necesidad podrán descansar en probabilidades, cada cual conforme a su carácter natural, su educación, sus circunstancias. Hay bastante como para despertar la curiosidad - la mente está ocupada en ella, y juzga. La fe tiene necesidades, y, en principio, inteligencia en cuanto al objeto que satisface esas necesidades; el alma es ejercitada hasta que encuentra lo que necesita. El hecho es que Dios está ahí.

 

La fe viva de Pedro como una piedra viva en el templo

 

Este es el caso de Pedro. El Padre le revela al Hijo a él. Aunque débil, se halló en él fe viva, y vemos la condición de su alma cuando dice: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." ¡Dichoso el hombre a quien Dios revela verdades tales como estas, en quien Él despierta estas necesidades! Podrá haber conflicto, mucho que aprender, mucho que mortificar, pero el consejo de Dios está allí, y la vida relacionada con este. Hemos visto su efecto en el caso de Pedro. Cada cristiano tiene su lugar en el templo del cual Pedro era una piedra tan eminente. ¿Quiere decir esto que el corazón sea, prácticamente, digno de la revelación que se le hace? No; después de todo, puede estar la carne no mortificada aún en aquel punto donde la revelación toca nuestra posición terrenal.

 

La revelación dada a Pedro implicando el rechazo de Cristo

en la tierra; la cruz como la entrada al reino

 

De hecho, la revelación hecha a Pedro implicaba el rechazo de Cristo en la tierra - conducía necesariamente a Su humillación y muerte. Ese era el punto. Para sustituir la revelación del Hijo de Dios, la asamblea y el reino celestial, por la manifestación del Mesías en la tierra, ¿qué podía significar, excepto que Jesús iba a ser entregado a los Gentiles para ser crucificado, y después de esto que resucitase? Pero moralmente, Pedro no había llegado a esto. Al contrario, su corazón carnal se beneficiaba de la revelación hecha a él, y de aquello que Jesús le había dicho, para exaltarse a sí mismo. Él vio, por lo tanto, la gloria personal sin percibir las consecuencias prácticas morales. Él comienza a reprender al Señor, e intenta disuadirle del camino de la obediencia y la sujeción. El Señor, siempre fiel, le trata como un adversario. ¡Es lamentable! ¡Cuán a menudo hemos gozado de una verdad, y gozado sinceramente, y no obstante hemos fracasado en las consecuencias prácticas a las que nos conducía en la tierra! Un Salvador celestial glorificado, el cual edifica la asamblea, implica el llevar la cruz en la tierra. La carne no comprende esto. Elevará a su Mesías al cielo, si ustedes lo desean; pero tomar su porción de la humillación, lo cual sigue forzosamente, no es su idea de un Mesías glorificado. La carne debe ser mortificada para tomar este lugar. Debemos poseer la fortaleza de Cristo por medio del Espíritu Santo. Un cristiano que no esté muerto al mundo, no es sino una piedra de tropiezo para todo aquel que busca seguir a Cristo.

Estas son las formas de incredulidad que preceden a una verdadera confesión de Cristo, y las cuales se hallan, ¡lamentablemente! en aquellos que sinceramente le han confesado y le conocen (no mortificando la carne de tal manera que el alma pueda caminar a la altura de lo que aprendió de Dios y su entendimiento espiritual siendo oscurecido al pensar en las consecuencias que la carne rechaza).

 

El título glorioso de "Hijo del Hombre"

reemplazando el de Mesías

 

Pero si la cruz era la entrada al reino, la revelación de la gloria no se tardaría. Siendo el Mesías rechazado por los Judíos, un título más glorioso y de trascendencia mucho más profunda es manifestado: el Hijo del Hombre vendrá en la gloria del Padre (pues Él era el Hijo de Dios) y recompensará a cada hombre conforme a sus obras. Había allí incluso algunos que no gustarían la muerte (pues ellos estaban hablando de esto) hasta que hubieran visto la manifestación de la gloria del reino que pertenecía al Hijo del Hombre.

Podemos observar aquí el título de "Hijo de Dios" establecido como el fundamento; y el de Mesías, dejado por lo que respecta al testimonio dado en ese tiempo, y sustituido por el de "Hijo del Hombre", el cual Él toma al mismo tiempo que el de Hijo de Dios, y que poseía una gloria que le pertenecía a Él por Su derecho propio. Vendría en la gloria de Su Padre como Hijo de Dios, y en Su propio reino como Hijo del Hombre.

 

Cristo como el Hijo del Hombre en los Salmos

 

Es interesante recordar aquí la enseñanza dada a nosotros al comienzo del libro de los Salmos. El hombre justo, distinguido de la congregación de los malos, ha sido presentado en el primer salmo. Luego, en el segundo, tenemos la rebelión de los reyes de la tierra y de los gobernantes en contra del Señor y de Su Ungido (es decir, de Su Cristo). Ahora bien, sobre este se declara el decreto de Jehová. Adonai, el Señor, se burlará de ellos desde el cielo. Además, el Rey de Jehová será establecido sobre el Monte Sión. Este es el decreto: "Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy [47]." A los reyes de la tierra y a los jueces se les ordena honrar al Hijo (N. del T.: o "Besad al Hijo", como reza el versículo 12 del Salmo 2 en la Versión Moderna).

 

[47] Hemos visto que Pedro fue más allá de esto. Cristo es visto aquí como el Hijo nacido en la tierra en el tiempo, no como el Hijo desde la eternidad en el seno del Padre. Pedro, sin la plena revelación de esta última verdad, ve que Él es el Hijo según el poder de la vida divina en Su propia Persona, sobre la cual la asamblea podía ser consecuentemente edificada. Pero tenemos que considerar aquí aquello que pertenece al reino.

 

Ahora, en los salmos siguientes, toda esta gloria es oscurecida. La angustia del remanente, en el que Cristo tiene una parte, es relatada. Luego, en el Salmo 8, se le menciona como el Hijo del Hombre, Heredero de todos los derechos conferidos soberanamente sobre el hombre por los consejos de Dios. El nombre de Jehová llega a ser grande en toda la tierra ("admirable" - Versión Moderna). Estos salmos no van más allá de la parte terrenal de estas verdades, excepto donde está escrito: "El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos" (Salmo 2:4); mientras que en Mateo 16, la relación del Hijo de Dios con esto, Su venida con Sus ángeles (para no decir nada de la asamblea) son puestas ante nosotros. Es decir, vemos que el Hijo del Hombre vendrá en la gloria del cielo. No que su morada allí sea la verdad declarada; sino que Él es investido con la gloria más alta del cielo cuando Él viene a establecer Su reino en la tierra. Él viene en Su reino. Este es establecido en la tierra; pero viene para tomarlo con la gloria del cielo. Esto es expuesto en el capítulo siguiente, conforme a la promesa aquí en el versículo 28.

 

Una muestra de la gloria venidera dada

para confirmar la fe de los discípulos

 

En cada Evangelio que habla de ella, la transfiguración sigue inmediatamente a la promesa de no gustar la muerte antes de ver el reino del Hijo del Hombre. Y no solamente esto, sino que Pedro (en su segunda Epístola, 1:16) hablando de la escena declara que fue una manifestación del poder y de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dice que la palabra profética les fue confirmada al ver ellos Su majestad, de modo que ellos sabían de qué hablaban al serles dado a conocer el poder y la venida de Cristo, tras haber contemplado Su majestad. De hecho, es precisamente en este sentido que el Señor habla de ello aquí, como ya hemos visto. Era una muestra de la gloria en la cual Él vendría después, dada para confirmar la fe de Sus discípulos en la perspectiva de Su muerte, la cual Él les había anunciado recién.

 

Capítulo 17

 

La transfiguración

 

Jesús los conduce a un monte alto, y allí es transfigurado ante  ellos: "Resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz." Moisés y Elías aparecieron también hablando con Él. Dejo el tema del discurso de ellos, el cual es profundamente interesante, hasta que lleguemos al Evangelio de Lucas, quien añade algunas circunstancias más, las cuales, en algunos aspectos, dan otro aspecto a esta escena.

Aquí el Señor aparece en gloria, y Moisés y Elías con Él: uno es el legislador de los Judíos; el otro (casi distinguidos por igual), el profeta que intentó hacer volver a las diez tribus apostatas a la adoración de Jehová, y quien, desesperanzado a causa del pueblo, regresó a Horeb, desde donde la ley fue dada, y después fue tomado al cielo sin pasar por la muerte.

 

El error de Pedro; el Objeto de la complacencia del Padre

ha de ser el nuestro

 

Estas dos personas, ilustres de forma preeminente en los tratos de Dios con Israel, uno como el fundador y el otro como restaurador del pueblo en relación con la ley, aparecen en compañía de Jesús. Pedro (impresionado por esta aparición, gozándose de ver a su Maestro asociado con estos pilares del sistema Judío, con tales eminentes siervos de Dios, ignorante de la gloria del Hijo del Hombre y olvidando la revelación de la gloria de Su Persona como el Hijo de Dios) desea construir tres enramadas, y colocar a los tres al mismo nivel como oráculos. Pero la gloria de Dios se manifiesta; es decir, la señal conocida en Israel como la morada (Shekinah) de esa gloria [48]; y la voz del Padre es escuchada. La gracia puede colocar a Moisés y Elías en la misma gloria que la del Hijo de Dios, y asociarlos con Él; pero si la locura del hombre, en su ignorancia, los quiere situar juntos como teniendo la misma autoridad sobre el corazón del creyente, el Padre debe vindicar de inmediato los derechos de Su Hijo. No pasa un momento antes de que la voz del Padre proclame la gloria de la Persona de Su Hijo, Su relación con Él, que Él es el objeto de todo Su afecto, y en quien tiene toda Su complacencia. Es a Él a quien los discípulos tienen que oír. Moisés y Elías han desaparecido. Cristo está allí solo, como el Único que ha de ser glorificado, el Único que enseñaría a aquellos que escuchen la voz del Padre. El Padre mismo le distingue y le presenta a la atención de los discípulos, no porque fuese digno del amor de ellos, sino como el objeto de Su propia complacencia. En Jesús, Él mismo estaba muy complacido. Así, los afectos del Padre se nos presentan como los que gobiernan los nuestros - colocando ante nosotros un objeto común. ¡Qué posición para unas pobres criaturas como nosotros! ¡Qué gracia! [49]

 

[48] Pedro, enseñado por el Espíritu Santo, la llama "la magnífica gloria." (2 Pedro 1:17).

 

[49] No era en relación con la divina validez del testimonio de ellos que Moisés y Elías desaparecieran. No podía haber una confirmación más firme de ello, como de hecho Pedro dice, que esta escena. Pero no sólo no eran ellos los sujetos del testimonio de Dios como Cristo lo era, sino que su testimonio no se refería, ni sus exhortaciones llegaban, a las cosas celestiales que iban a ser reveladas ahora en asociación con el Hijo del cielo. Incluso Juan el Bautista hace esta diferencia (Juan 3: 13, 31-34). De ahí, como se presenta allí, que el Hijo del Hombre deba ser levantado. Así el Señor encarga aquí a los discípulos que no dijeran que Él era el Mesías, pues el Hijo del Hombre tenía que sufrir (véase Juan 12:27). La historia Judía fue cerrada en el capítulo 12, de hecho en el capítulo 11, y el terreno del cambio implicó que tanto Juan como Él fueron rechazados, la perfecta sumisión, entonces todas las cosas son entregadas a Él por Su Padre, y Él revela al Padre (compárese con Juan 13, 14). Pero en Mateo 13 - aparte del Judaísmo, Él comienza con lo que traía, sin buscar fruto en el hombre.

 

Jesús el único dispensador del conocimiento

y la mente de Dios

 

Al mismo tiempo, la ley y toda idea de su restauración bajo el antiguo pacto, habían pasado; y Jesús, glorificado como Hijo del Hombre, e Hijo del Dios viviente, permanece el solo dispensador del conocimiento y la mente de Dios. Los discípulos se postran sobre sus rostros, sienten temor, al oír la voz de Dios. Jesús, para quien esta gloria y esta voz eran familiares, les anima, como siempre hizo cuando estaba en la tierra, diciendo: "no temáis."  Estando con Aquel que era el objeto del amor del Padre, ¿por qué debían temer? Su mejor Amigo era la manifestación de Dios en la tierra, la gloria le pertenecía a Él. Moisés y Elías habían desaparecido, y la gloria también, la cual los discípulos no podían aún soportar. Jesús - que había sido manifestado así a ellos en la gloria dada a Él, y en los derechos de Su gloriosa persona, en Sus relaciones con el Padre - permanece el mismo para con ellos como siempre le habían conocido. Pero esta gloria no tenía que ser el tema de su testimonio hasta que Él, el Hijo del Hombre, hubiese resucitado de entre los muertos - el sufriente Hijo del Hombre. La gran prueba sería  dada entonces, de que Él era el Hijo de Dios con poder. El testimonio de ello debía ser rendido, y Él ascendería personalmente a esa gloria que acababa de resplandecer ante sus ojos.

 

La venida y el rechazo de Elías y del Hijo del Hombre

 

Pero surge una dificultad en las mentes de los discípulos, provocada por la doctrina de los escribas con respecto a Elías. Ellos habían dicho que Elías debía venir antes de la manifestación del Mesías; y, de hecho, la profecía de Malaquías autorizaba esta expectativa. ¿Por qué entonces, preguntan ellos, dicen los escribas que Elías debía venir primero (es decir, antes de la manifestación del Mesías); considerando que nosotros hemos visto ahora que Tú eres Él, sin haber venido Elías? Jesús confirma las palabras de la profecía, añadiendo que Elías debía restaurar todas las cosas: "Mas", continúa el Señor, "os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos." Entonces ellos comprendieron que Él hablaba de Juan el Bautista, quien vino en el espíritu y poder de Elías, como había declarado el Espíritu Santo por medio de Zacarías su padre.

Digamos unas cuantas palabras sobre este pasaje. Primeramente, cuando el Señor dice, "A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas", Él no hace más que confirmar aquello que los escribas habían dicho, según la profecía de Zacarías, como si Él hubiese dicho, 'Ellos tienen razón'. Él declara entonces el efecto de la venida de Elías: "restaurará todas las cosas." Pero el Hijo del Hombre tenía que venir todavía. Jesús había dicho a Sus discípulos, "No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre." (Mateo 10:23). No obstante, Él había venido e incluso en ese momento estaba hablando con ellos. Pero esta venida del Hijo del Hombre de la que hablaba, es Su venida en gloria, cuando Él será manifestado como el Hijo del Hombre en juicio conforme a Daniel 7. Fue así que todo lo que se había dicho a los Judíos tenía que cumplirse; y en el Evangelio de Mateo, Él les habla en relación con esta expectativa. Sin embargo, era necesario que Jesús fuera presentado a la nación y sufriera. Era necesario que la nación fuese sometida a prueba por la presentación del Mesías de acuerdo a la promesa. Esto fue hecho, y como Dios había también predicho por los profetas, fue  "despreciado entre los hombres" (Isaías 53:3). De esta manera Juan fue también delante de Él, según Isaías 40, como la voz en el desierto, incluso en el espíritu y poder de Elías; él fue rechazado como el Hijo del Hombre también lo sería. [50]

 

[50] De ahí que Juan rechace también la aplicación de Malaquías 4: 5-6 a él mismo, mientras que Isaías 40 y Malaquías 3:1 se aplican a él en Lucas 1:76; 7:27.

 

El rechazo del Hijo del Hombre;  la nación puesta a un lado

temporalmente y la restauración de todas las cosas

 

El Señor, entonces, por medio de estas palabras, declara a Sus discípulos, en relación con la escena que recién habían dejado, y con toda esta parte de nuestro Evangelio, que el Hijo del Hombre, tal como era presentado ahora a los Judíos, iba a ser rechazado. Este mismo Hijo del Hombre iba a ser manifestado en gloria, como la habían visto por un momento en el Monte. Elías, en realidad, tenía que venir, como los escribas habían dicho; pero ese Juan el Bautista había cumplido ya con aquel cargo en poder para la presentación del Hijo del Hombre; la cual (siendo abandonados los Judíos, como convenía, a su propia responsabilidad) terminaría sólo en Su rechazo, y en la nación puesta a un lado hasta los días en los cuales Dios comenzaría de nuevo a relacionarse con Su pueblo, todavía querido para Él, cualquiera que fuese su condición. Él restauraría, entonces, todas las cosas (una obra gloriosa que Él cumpliría trayendo de nuevo a Su Primogénito al mundo). La expresión "restaurará todas las cosas", se refiere aquí a los Judíos, y es empleada moralmente. En Hechos 3, se refiere al efecto de la propia presencia del Hijo del Hombre.

 

El último paso en la prueba de los Judíos; gracia pura

 

La presencia temporal del Hijo del Hombre fue el momento en que fue cumplida una obra de la que la gloria eterna dependía, y en la cual Dios ha sido plenamente glorificado, por sobre y más allá de toda dispensación, y en la cual Dios, y también el hombre, ha sido revelado, una obra en la que incluso la gloria exterior del Hijo del Hombre no es sino el fruto, en cuanto ello depende de Su obra, y no de Su divina Persona; una obra en la que, en un sentido moral, Él fue perfectamente glorificado al glorificar de manera perfecta a Dios. Con todo, con respecto a las promesas hechas a los Judíos, este no fue sino el último paso en la prueba a la que ellos estaban sujetos por la gracia. Dios bien sabía que rechazarían a Su Hijo; pero no los consideraría definitivamente culpables hasta que no lo hubieran hecho realmente. Así, en Su divina sabiduría (mientras que después cumpliría Sus promesas inmutables) Él les presenta a Jesús - Su Hijo, el Mesías de ellos. Les proporciona todas las pruebas necesarias. Les envía a Juan el Bautista en el espíritu y poder de Elías, como precursor Suyo. El Hijo de David nace en Belén con todas las señales que deberían haberles convencido; pero ellos estaban cegados por su orgullo y justicia propia, y rechazaron todo. No obstante, todo esto resultó en Jesús, en gracia, adaptándose Él mismo, en cuanto a Su posición, a la mísera condición de Su pueblo. Así también Él, como el Antitipo de David rechazado en su tiempo, compartía la aflicción de Su pueblo. Si los Gentiles los oprimían, el Rey debía asociarse con la angustia de ellos, al tiempo que daba toda prueba de lo que Él era y los buscaba en amor. Al ser Él rechazado, todo se transforma en gracia pura. Ellos ya no tienen derecho a nada conforme a las promesas, y se ven reducidos a recibir todo desde esa gracia, así como un pobre Gentil lo haría. Dios no fallará en la gracia. De esta manera, Él les hace ver su propia posición de pecadores, y cumplirá, no obstante, Sus promesas. Este es el tema de Romanos 11.

 

Juan el Bautista y Elías

 

Ahora bien, el Hijo del Hombre que regresará, será este mismo Jesús que se marchó. Los cielos le recibirán hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas (Hechos 3:21), de las cuales los profetas han hablado. Pero aquel que tenía que ser Su precursor en esta presencia temporal aquí no podía ser el mismo Elías. Por consiguiente, Juan estaba conformado a la manifestación de entonces del Hijo del Hombre, salvo la diferencia que manaba necesariamente de la Persona del Hijo del Hombre, que no podía ser sino una, mientras que este no podía ser el caso con Juan el Bautista y Elías. Pero del mismo modo que Jesús manifestó todo el poder del Mesías y todos Sus derechos sobre todo lo que pertenecía a ese Mesías, sin asumir todavía la gloria externa ya que aún no había llegado Su tiempo (Juan 7), así Juan cumplió moralmente y en poder la misión de Elías para preparar el camino del Señor delante de Él (según el verdadero carácter de Su venida, como se cumplió entonces) y respondió literalmente a Isaías 40, e incluso a Malaquías 3, los únicos pasajes aplicados a él. Esta es la razón por la que Juan dijo que él no era Elías y por la que el Señor dijo, "Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir." (Mateo 11:14). Por lo tanto, Juan tampoco se aplicó nunca Malaquías 4:5-6 a sí mismo; pero él se anuncia a sí mismo como cumpliendo Isaías 40:3-5, y ello en cada uno de los Evangelios, independientemente de su carácter particular. [51]

 

[51] Ver la nota anterior.

 

La incredulidad del creyente;

la necesidad sentida y su remedio

 

Pero prosigamos con nuestro capítulo. Si el Señor asciende a la gloria, Él desciende ahora a este mundo en Espíritu y compasión, y se encuentra con el gentío y el poder de Satanás, con los cuales nosotros tenemos que ver. Mientras el Señor estaba en el Monte, un pobre padre había traído a los discípulos a su hijo que era lunático y estaba poseído por un demonio. Aquí se desarrolla otro carácter de la incredulidad del hombre, aquella incluso del creyente - inhabilidad para hacer uso del poder que está, por así decirlo, a su disposición en el Señor. Cristo, Hijo de Dios, Mesías, Hijo del Hombre, había vencido al enemigo, había atado al hombre fuerte y tenía el derecho a echarlo fuera. Como hombre, el Obediente a pesar de a las tentaciones de Satanás, Él le había vencido en el desierto, y como hombre tenía el derecho de despojarle de su dominio sobre un hombre en cuanto a este mundo; y esto es lo que hizo. Al echar fuera demonios y sanar a los enfermos, Él liberaba al hombre del poder del enemigo. "Dios", dijo Pedro, "ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo." (Hechos 10:38). Ahora bien, este poder debería haber sido utilizado por los discípulos, quienes tenían que haber conocido de qué modo valerse de él ellos mismos, por la fe, de aquello que Jesús había manifestado así en la tierra; pero no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, ¿de qué aprovechaba traer este poder aquí abajo si los discípulos no tenían fe para utilizarlo? El poder estaba allí; el hombre podía beneficiarse por medio de él para la completa liberación de toda la opresión del enemigo; pero él no tenía fe para hacerlo - incluso ni los creyentes la tenían. La presencia de Cristo en la tierra no era de utilidad, cuando incluso Sus propios discípulos no sabían cómo sacar provecho de este poder. Había más fe en el hombre que trajo a su hijo que en ellos, pues la necesidad sentida le trajo a su remedio. Por tanto, todos quedan bajo la sentencia del Señor: "¡Oh generación incrédula y perversa!" Él debe dejarlos; y aquello que la gloria había revelado arriba, la incredulidad lo comprendería abajo.

 

Fe individual satisfecha con bendición

 

Observen que no se trata aquí del mal en el mundo el que pone término a una particular intervención de Dios; al contrario, da ocasión para la intervención en gracia. Cristo vino a causa del control de Satanás sobre los hombres. Él se marcha porque aquellos que le habían recibido eran incapaces de utilizar el poder que Él trajo consigo, y que Él otorga para su liberación; no pueden valerse de él mediante las ventajas mismas que entonces gozaban. Faltaba la fe. No obstante, observen también esta verdad importante y conmovedora que, mientras tal dispensación de Dios continua, Jesús no falla para satisfacer la fe individual con bendición, incluso cuando Sus discípulos no pueden glorificarle por medio del ejercicio de la fe. La misma sentencia que juzga la incredulidad de los discípulos, llama al angustiado padre al goce de la bendición. Después de todo, para ser capaces nosotros mismos de hacer buen uso de Su poder, debemos estar en comunión con Él por la energía práctica de la fe.

Él bendice, entonces, al pobre padre según su necesidad; y, lleno de paciencia, reanuda el curso de la enseñanza que estaba dando a Sus discípulos sobre el asunto de Su rechazo y Su resurrección como Hijo del Hombre. Amando al Señor, e incapaces de hacer pasar sus pensamientos por encima de las circunstancias del momento, están turbados; y no obstante, esto era redención, salvación, la gloria de Cristo.

 

La enseñanza del Maestro; asociación con Él

 

No obstante, antes de ir más allá y de enseñarles aquello que debía ser la porción de los discípulos de un Maestro así rechazado, y la de la posición que tenían que ocupar, Él les presenta Su gloria divina y la asociación de ellos con Aquel que la tenía, del modo más conmovedor, si podían al menos comprenderlo; y al mismo tiempo, con perfecta condescendencia y ternura hacia ellos, se sitúa Él mismo con ellos, o mejor dicho, Él los coloca en el mismo lugar con Él mismo, como Hijo del gran Rey del templo y de toda la tierra.

 

Las dos dracmas: condescendencia divina

 

Los que cobraban las dos dracmas para el servicio del templo  vienen y le preguntan a Pedro si su Maestro no lo pagaba. Siempre pronto a adelantarse a todo, olvidando la gloria que había visto y la revelación hecha a él por el Padre, Pedro, descendiendo al nivel común de sus propios pensamientos, ansioso de que su Maestro fuera considerado un buen Judío y sin consultarle a Él, contesta a la pregunta afirmativamente. El Señor se anticipa a Pedro al entrar en la casa, y le muestra Su divino conocimiento de lo que ya había sucedido a distancia de Él. Al mismo tiempo, Él habla de Pedro y de Sí mismo como hijos los dos del Rey del templo (Hijo de Dios manteniendo aún con paciente bondad Su humilde lugar como Judío) y, por lo tanto, libres ambos del impuesto. Pero ellos no debían ofender. Él, entonces, ordena a la creación (porque Él puede hacer todas las cosas, ya que Él conoce todas las cosas) y hace que un pez traiga precisamente la suma requerida, y uniendo de nuevo el nombre de Pedro con el Suyo. Él dijo, "para que no les demos motivo de escándalo" (Mateo 17:27 - Versión Moderna), "dáselo por mí y por ti." ¡Maravillosa y divina condescendencia! Él que es quien escudriña los corazones, y que dispone a voluntad de toda la creación, el Hijo del soberano Señor del templo, pone a sus pobres discípulos en la misma relación con Su Padre celestial, con el Dios que era adorado en ese templo. Se somete a las demandas que habrían sido debidamente hechas a los extranjeros, pero Él coloca a Sus discípulos en Sus propios privilegios como Hijo. Vemos muy claramente la relación entre esta conmovedora expresión de gracia divina y el tema de estos capítulos. Ella demuestra todo el significado del cambio que estaba teniendo lugar.

 

Las epístolas de Pedro en relación con los capítulos 16-17

 

Es interesante observar que la primera epístola de Pedro se basa en Mateo 16, y la segunda en el capítulo 17, que hemos estado considerando recién [52]. En el capítulo 16, Pedro, enseñado por el Padre, confiesa que el  Señor es el Hijo del Dios viviente; y el Señor dijo que sobre esa roca edificaría Su iglesia, y que aquel que tenía el poder de la muerte no prevalecería contra ella. Así también Pedro, en su primera epístola, declara que ellos habían nacido de nuevo para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Ahora bien, es  por medio de esta resurrección que el poder de la vida del Dios viviente fue manifestado. Después, él llama a Cristo la piedra viva, a quien acercándonos, como piedras vivas, somos edificados como un templo santo para el Señor.

 

[52] Ambas epístolas, después de declarar la redención por medio de la sangre preciosa de Cristo y de ser nacidos de la semilla incorruptible de la Palabra, tratan del gobierno de Dios; la primera, de su aplicación para los Suyos guardándolos, y la segunda, para los inicuos y para el mundo, continuando así hasta los elementos que siendo quemados se fundirán, y hasta llegar a los cielos nuevos y tierra nueva.

 

En su segunda epístola, él recuerda, de manera especial, la gloria de la transfiguración, como una prueba de la venida y del reino del Hijo del Hombre. Por consiguiente, él habla en esa epístola del juicio del Señor.

 

Capítulo 18

 

Los caminos de Dios en el nuevo orden de cosas;

el carácter del verdadero testimonio a ser rendido

 

En el capítulo 18, los grandes principios apropiados a un nuevo orden de cosas son dados a conocer a los discípulos. Examinemos un poco estas dulces y preciosas enseñanzas del Señor.

Ellas pueden ser contempladas de dos maneras. Ellas revelan los caminos de Dios con respecto a aquello que debía tomar el lugar del Señor en la tierra, como un testimonio de la gracia y de la verdad. Además de esto, describen el carácter que es, en sí mismo, el verdadero testimonio que debe ser rendido.

Este capítulo da por supuesto que Cristo ha sido ya rechazado y está ausente, y que la gloria del capítulo 17 no ha llegado aún. Pasa por sobre el capítulo 17 para enlazarse con el capítulo 16 (excepto en cuanto a que los últimos versículos del capítulo 17 entregan un testimonio práctico de Su abdicación a Sus verdaderos derechos  hasta que Dios los vindique). El Señor habla de los dos asuntos contenidos en el capítulo 16: el reino y la iglesia.

 

"Como niños" - el espíritu que conviene a los seguidores

de un Señor rechazado

 

Aquello que sería apropiado al reino era la mansedumbre de un niño, la cual es incapaz de afirmar sus propios derechos ante un mundo que la ignora - el espíritu de dependencia y humildad. Ellos debían ser como niños. En ausencia de Su Señor rechazado, este era el espíritu que convenía a Sus seguidores. Aquel que recibía a un niño en el nombre de Jesús, le recibía a Él. Por otro lado, el que ponía una piedra de tropiezo en el camino de uno de estos pequeños que creían en Jesús [53], sería visitado con el más terrible juicio. ¡Es lamentable! el mundo hace esto, pero, ¡ay del mundo por este motivo! En cuanto a los discípulos, si aquello que ellos más valoraban se convertía en lazo, debían sacarlo y cortarlo, ejerciendo un cuidado extremo, en gracia, para no ser lazos a un pequeño que cree en Cristo, y ejerciendo una severidad implacable en cuanto a ellos mismos, con respecto a cualquier cosa que pudiese ser un lazo para ellos mismos. La pérdida de lo más precioso aquí no era nada, comparado con su eterna condición en otro mundo; porque esa era la cuestión ahora, y el pecado no podía tener un lugar en la casa de Dios. El cuidado hacia los demás, incluso hacia los más débiles, la severidad con el yo, era la norma para que en el reino no existiera ningún lazo ni ningún mal. En cuanto a la ofensa, gracia plena al perdonar. No tenían que menospreciar a estos pequeños; porque si eran incapaces de abrirse camino en este mundo, ellos eran los objetos del favor especial del Padre, como aquellos que, en las cortes terrenales, tenían el privilegio peculiar de ver el rostro del rey. No es que no hubiera pecado en ellos, sino que el Padre no menospreciaba a aquellos que estaban lejos de Él. El Hijo del Hombre había venido para salvar a los perdidos [54]. Y no era la voluntad del Padre que ninguno de Estos se perdiera. Él hablaba, no lo dudo, de niños como aquellos que Él tomaba en Sus brazos; pero Él inculca a Sus discípulos el espíritu de humildad y dependencia por una parte, y por la otra el espíritu del Padre que ellos tenían que imitar, a fin de ser verdaderamente los hijos del reino; y a no andar en el espíritu del hombre que busca mantener su lugar y propia importancia, sino a humillarse y someterse al desprecio; y al mismo tiempo (y esto es la verdadera gloria) imitar al Padre, el cual considera a los humildes y los admite en Su presencia. El Hijo del Hombre había venido a favor de los que no tenían valor. Este es el espíritu de la gracia del que se habla al final del capítulo 5. Es el espíritu del reino.

 

[53] El Señor distingue aquí a un creyente pequeño. En los otros versículos, Él habla de un niño, haciendo de su carácter, como tal, un modelo de aquél del Cristiano en este mundo.

 

[54] Como doctrina, la condición de pecado del niño, y su necesidad del sacrificio de Cristo, son expresados amorosamente aquí. Él no dice aquí "buscar" refiriéndose a ellos. El empleo aquí de la parábola de la oveja perdida es sorprendente.

 

La asamblea ha de ocupar el lugar de Cristo en la tierra;

Cristo en medio

 

Pero, más especialmente, la asamblea tenía que ocupar el lugar de Cristo en la tierra. Con respecto a las ofensas contra uno mismo, este mismo espíritu de mansedumbre es el que convenía a Su discípulo; él tenía que ganar a su hermano. Si este último le escuchaba, el asunto debía quedar enterrado en el corazón del ofendido; si no, dos o tres más, entonces, debían ser llevados ante el ofensor por la persona ofendida para alcanzar su conciencia, o para hacer de testigos; pero si de nada servían estos medios designados, debía darse a conocer a la asamblea; y si esto no producía sumisión, aquel que había hecho el mal tenía que ser considerado por el otro como un extraño, igual que un pagano y un publicano lo eran para Israel. La disciplina pública de la asamblea no es tratada aquí, sino el espíritu en el cual los cristianos tenían que caminar. Si el ofensor agachaba la cabeza cuando se le hablaba, debía perdonársele incluso setenta veces siete al día. Pero aunque no se hable de la disciplina de Cristo, vemos que la asamblea tomaba el lugar de Israel en la tierra. A ella se le aplicaban, de ahí en adelante, lo interno y lo externo. El cielo ratificaría aquello que la asamblea atase en la tierra, y el Padre concedería la oración de dos o tres que convinieran en hacer juntos su petición; ya que Cristo estaría en medio de dondequiera que dos o tres se reunieran en, o hacia Su nombre [55]. Así, para las decisiones, para las oraciones, ellos eran como Cristo en la tierra, porque Cristo mismo estaba allí con ellos. ¡Solemne verdad! inmenso favor otorgado a dos o tres cuando están congregados verdaderamente en Su nombre; pero que llega a ser un asunto  profundamente triste cuando esta unidad es fingida, mientras la realidad no está allí. [56]

 

[55] Es importante hacer memoria aquí que - mientras el Espíritu Santo es plenamente reconocido personalmente en Mateo, como en el nacimiento del Señor, y (en el capítulo 10) como actuando y hablando en los discípulos en su servicio, como una Persona divina, como ocurre siempre que nosotros sólo de Él podemos actuar rectamente - la venida del Espíritu Santo, en el orden de la dispensación divina, no forma parte de la enseñanza de este evangelio, aunque sea reconocido como un hecho en el capítulo 10. La consideración de Cristo en Mateo concluye con Su resurrección, y el cuerpo Judío es enviado desde Galilea al mundo como un cuerpo aceptado para evangelizar a los Gentiles, y Él declara que estaría con ellos hasta el fin del mundo. Así que, aquí está Él en medio de dos o tres congregados a Su nombre. La iglesia no es aquí el cuerpo formado por medio del bautismo del Espíritu Santo; no es la casa donde mora el Espíritu Santo en la tierra; sino que donde dos o tres se congregaban a Su nombre, allí estaba Cristo. Ahora bien, no dudo que todo bien de la vida, y la Palabra de vida, vienen del Espíritu, pero esto es otra cosa, y la asamblea aquí no es el cuerpo, ni la casa, formada por medio del descenso del Espíritu Santo. Esta era una enseñanza y revelación consecuentes, y continúa siendo benditamente cierta; pero se trata de Cristo en medio de aquellos reunidos a Su nombre. Incluso en el capítulo 16 es Él quien edifica, pero eso es otro asunto. Por supuesto que es de manera espiritual que Él está presente.

 

[56] Es muy asombroso encontrar aquí que, la única sucesión en el cargo de atar y desatar que permite el Cielo, es aquella de dos o tres congregados en el nombre de Cristo.

 

El espíritu del reino - gracia y humildad

 

Otro elemento del carácter apropiado al reino, que había sido manifestado en Dios y en Cristo, es la gracia perdonadora. En esto también los hijos del reino tienen que ser imitadores de Dios, y perdonar siempre. Esto se refiere solamente a los males causados a uno, y no a la disciplina pública. Debemos perdonar hasta el final, o mejor dicho, no tiene que haber un final; así como Dios nos ha perdonado todas las cosas. Al mismo tiempo, creo que aquí se describen las dispensaciones de Dios a los Judíos. Ellos no sólo habían quebrantado la ley, sino que habían dado muerte al Hijo de Dios. Cristo intercedió por ellos, diciendo, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." En respuesta a esta oración, un perdón provisional fue predicado por el Espíritu Santo, por boca de Pedro. Pero esta gracia también fue rechazada. Cuando se trataba de mostrar gracia a los Gentiles, quienes sin duda, les debían a los Judíos los cien denarios, no escucharían acerca de ello, y ellos son entregados al castigo [57], hasta que el Señor pudiera decir, 'Han recibido doble paga por todos sus pecados.'

 

[57] Esta entrega, y la apertura formal del lugar celestial intermediario en relación con el Hijo del Hombre en gloria, está en Hechos 7, donde Esteban relata la historia de ellos desde Abraham, el primero llamado como raíz de la promesa, hasta aquel momento.

 

En una palabra, el espíritu del reino no es poder exterior, sino humildad; pero en esta condición hay cercanía al Padre, y entonces es fácil ser manso y humilde en este mundo. Uno que ha gustado el favor de Dios no buscará grandeza en la tierra; él está imbuido del espíritu de gracia, aprecia a los humildes, perdona a aquellos que le han hecho mal, está cerca de Dios y se asemeja a Él en sus modos. El mismo espíritu de gracia reina, ya sea en la asamblea o en sus miembros. Este solo representa a Cristo en la tierra; y con él se relacionan aquellas normas que se fundamentan sobre la aceptación de un pueblo que pertenece a Dios. Dos o tres realmente reunidos en el nombre de Jesús actúan con Su autoridad, y gozan de Sus privilegios con el Padre, pues Jesús mismo está allí en medio de ellos.

 

Capítulo 19

 

Principios que gobiernan la naturaleza humana;

el verdadero carácter del vínculo matrimonial

 

Este capítulo continúa con el asunto del espíritu apropiado para el reino de los cielos, y profundiza en los principios que gobiernan la naturaleza humana, y en aquello que se introducía ahora divinamente. Una pregunta hecha por los Fariseos - pues el Señor se ha acercado a Judea - da lugar a la exposición de Su doctrina sobre el matrimonio; y, prescindiendo de la ley, dada a raíz de la dureza de sus corazones, Él regresa [58] a lo instituido por Dios, según lo cual un hombre y una mujer tenían que unirse y ser uno a los ojos de Dios. Él establece, o mejor dicho, restablece, el verdadero carácter del indisoluble vínculo del matrimonio. Lo llamo indisoluble, porque la excepción del caso de infidelidad, no lo es; la persona culpable ya había roto el vínculo. Ya no eran hombre y mujer una sola carne. Al mismo tiempo, si Dios daba poder espiritual para ello, era mejor aún permanecer soltero.

 

[58] La relación es trazada aquí entre lo nuevo y la naturaleza, como Dios la había formado originalmente, pasando por sobre la ley como algo meramente interpolado. Era un poder nuevo, porque el mal había entrado, pero reconocía la creación de Dios, al tiempo que probaba el estado del corazón, sin ceder ante su debilidad. El pecado ha corrompido lo que Dios creó bueno. El poder del Espíritu de Dios, dado a nosotros mediante la redención, eleva al hombre y su camino fuera de la total condición de carne, introduce un nuevo poder divino por medio del cual el hombre camina en este mundo, según el ejemplo de Cristo. Pero con esto está la sanción más plena de lo que el propio Dios estableció originalmente. Es bueno, aunque podía existir lo que era mejor. La manera en que la ley es pasada por alto para retroceder hasta la institución original de Dios, donde el poder espiritual no sacó totalmente el corazón de toda la escena, aunque anduviera en ella, es muy sorprendente. En el casamiento, en el niño, en el carácter del hombre joven, lo que es de Dios y amoroso por naturaleza, es aceptado por Dios. Pero el estado del corazón del hombre es escudriñado. Esto no depende del carácter sino del motivo, y es totalmente probado por Cristo (hay un cambio total de dispensación, pues las riquezas fueron prometidas a un Judío fiel) y un Cristo rechazado - la senda al cielo - todo, y la prueba de todo lo que es del corazón del hombre.

Dios hizo al hombre recto con ciertas relaciones familiares. El pecado corrompió totalmente esta antigua o primera creación del hombre. La venida del Espíritu Santo ha introducido un poder que levanta, en el Segundo Hombre, de la vieja creación a la nueva, y nos da cosas celestiales - sólo que no aún con respecto al vaso, el cuerpo; pero no puede desconocer o condenar aquello que Dios creó en el principio. Esto es imposible. En el principio, Dios los creó. Cuando llegamos a la condición celestial, todo esto, aunque no son frutos de sus ejercicios en gracia, desaparece. Si un hombre, en el poder del Espíritu Santo, tiene el don para hacerlo, y ser enteramente celestial, tanto mejor; pero está muy mal condenar o hablar en contra de las relaciones que Dios creó originalmente, o subestimar o detraerse de la autoridad que Dios relacionó con ellas. Si un hombre puede vivir plenamente por encima y fuera de estas relaciones para servir a Cristo, está del todo bien; pero es raro y excepcional.

 

Enseñanza con respecto a los niños

 

Entonces Él renueva Su enseñanza con respecto a los niños, al tiempo que testifica de Su afecto hacia ellos: aquí me parece que es más bien en relación con la ausencia de todo lo que ata al mundo, a sus distracciones y codicias, y reconociendo lo que es amable, confiable y externamente sin mancha por naturaleza; mientras que, en el capítulo 18, era el carácter intrínseco del reino. Después de esto, Él muestra (con referencia a la introducción del reino en Su Persona) la naturaleza de la completa consagración y sacrificio de todas las cosas, a fin de poder seguirle, si verdaderamente ellos sólo buscaban agradar a Dios. El espíritu del mundo se oponía en todos los sentidos - pasiones carnales, y riqueza. No hay duda de que la ley de Moisés refrenaba estas pasiones; pero las aceptaba como realidad, y, en algunos sentidos, las soportaba. Según la gloria del mundo, un niño no era de valor. ¿Qué poder podía haber ahí? Esto es de valor a los ojos del Señor.

 

Los motivos del corazón puestos a prueba;

riquezas terrenales

 

La ley prometía vida al hombre que la guardaba. El Señor la hace sencilla y práctica en sus demandas, o más bien, recapacita sobre ellas en su verdadera sencillez. Las riquezas no estaban prohibidas por la ley; es decir, aunque la obligación moral entre el hombre y sus semejantes era mantenida por la ley, aquello que ataba el corazón al mundo no era juzgado por ella. Lo estaba, más bien, la prosperidad, conforme al gobierno de Dios, relacionada con la obediencia a ella. Porque ello implicaba a este mundo, y al hombre viviendo en él, y probado él allí. Cristo reconoce esto; pero los motivos del corazón son probados. La ley era espiritual, y, el Hijo de Dios estaba allí; hallamos de nuevo lo que hallamos antes - el hombre probado y descubierto, y Dios revelado. Todo es intrínseco y eterno en su naturaleza, pues Dios es ya revelado. Cristo juzga todo aquello que tiene un mal efecto sobre el corazón y que actúa por su egoísmo, y lo separa así de Dios. "Vende lo que tienes", dice Él, "y sígueme." ¡Es lamentable! el joven no supo renunciar a sus posesiones, a su comodidad, a él mismo. "Difícilmente", dice el Señor, "entrará un rico en el reino de los cielos." Esto era manifiesto: era el reino de Dios, de los cielos; el yo y el mundo no tenían lugar en él. Los discípulos, quienes no comprendían que no había ningún bien en el hombre, estaban sorprendidos al ver que alguien tan favorecido y tan dispuesto debiera estar todavía lejos de la salvación. ¿Quién, entonces, podría tener éxito? Entonces, toda la verdad sale a la luz. Es imposible para los hombres. Ellos no pueden vencer los deseos de la carne. Moralmente, y en cuanto a su voluntad y a sus afectos, estos deseos son el hombre. Uno no puede hacer blanco a un negro, o quitarle las manchas al leopardo: aquello que ellos exhiben está en su naturaleza. Pero para Dios, ¡bendito sea Su nombre! todas las cosas son posibles.

 

Renunciación por causa de Cristo; su recompensa

 

Estas enseñanzas acerca de las riquezas dan origen a la pregunta de Pedro: ¿Cuál será la porción de aquellos que han renunciado a todo? Esto nos lleva a retroceder a la gloria del capítulo 17. Habría una regeneración; el estado de cosas debía ser totalmente renovado bajo el dominio del Hijo del Hombre. En aquel entonces ellos se sentarían sobre doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel. Ellos tendrían el primer lugar en la administración del reino terrenal. Cada uno, no obstante, tendría su propio lugar; pues por cualquier cosa que uno renunciara por amor de Jesús, recibiría cien veces más y la vida eterna. No obstante, estas cosas no serían decididas por las apariencias aquí; ni por el lugar que los hombres ocuparan en el antiguo sistema y ante los hombres: algunos que eran los primeros serían los últimos, y los últimos primeros. De hecho, había que temer que el corazón carnal tomase este estímulo, dado en forma de recompensa por toda su labor y todos sus sacrificios, en un espíritu mercenario, e intentase hacer a Dios su deudor; y, por lo tanto, en la parábola por medio de la cual el Señor continúa Su discurso (capítulo 20), Él establece el principio de gracia y de la soberanía de Dios en aquello que Él da, y hacia aquellos a quienes Él llama, de manera muy distinguible, y hace que Sus dones, dados a quienes Él introduce en Su viña, dependan de Su gracia y de Su llamamiento.

 

Capítulo 20

 

Obreros en la viña del Dios;

el llamamiento de Dios y Su gracia

 

Podemos observar que, cuando el Señor responde a Pedro, esto fue la consecuencia de haber dejado todo por Cristo a Su llamado. El motivo era Cristo mismo; por lo tanto Él dice: "Vosotros que me habéis seguido." (Mateo 19:28).  Él habla también de aquellos que lo habían hecho por amor a Su nombre. Este era el motivo. La recompensa es un estímulo, cuando, por causa de Él, estamos ya en el camino. Este es siempre el caso cuando se habla de recompensa en el Nuevo Testamento [59]. Aquel que fue llamado a la hora undécima, dependía de esta llamada para su entrada en la obra; y si, en su bondad, el patrón escogía darle tanto como a los demás, ellos deberían haberse alegrado por ello. Los primeros se adhirieron a la justicia; ellos recibieron aquello que se acordó; los últimos gozaron de la gracia de su señor. Y hay que observar que ellos aceptan el principio de la gracia, de la confianza en ella. '¡Yo daré lo que sea correcto!' El gran punto en la parábola es ese: confianza en la gracia del señor de la viña, y la gracia como el terreno de la acción de ellos. Pero ¿quién lo comprendía? Un Pablo podía entrar en la obra tarde, habiéndole llamado Dios, y ser un testimonio más fuerte de la gracia que los obreros que habían trabajado desde el amanecer del día del evangelio.

 

[59] En realidad, la recompensa, en la Escritura, siempre es un estímulo para aquellos que están angustiados y sufren al haber entrado, por motivos más elevados, en el camino de Dios. Así Moisés; así incluso Cristo, cuyo motivo en amor perfecto conocemos, aunque por el gozo puesto ante Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza. Él fue el Autor y Consumador (gr.: arjegos kai teleiotés - Hebreos 12:2) en la senda de la fe.

 

Participación en los sufrimientos del Señor

 

El Señor prosigue, más tarde, el asunto con Sus discípulos. Sube a Jerusalén, donde el Mesías debió haber sido recibido y coronado, para ser rechazado y ser muerto, pero para resucitar más tarde; y cuando los hijos de Zebedeo vienen y le piden los dos primeros lugares en el reino, Él responde que, de hecho, podía conducirlos al sufrimiento; pero en cuanto a los primeros lugares en Su reino, no podía otorgárselos, excepto (conforme a los consejos del Padre) a aquellos para quienes el Padre los había preparado. ¡Maravillosa abnegación! Es por el Padre, por nosotros, que Él obra. Él no dispone de nada. Puede otorgar a aquellos que le sigan una parte en Sus sufrimientos; todo lo demás será dado según los consejos del Padre. ¡Pero qué verdadera gloria para Cristo y qué perfección en Él, y qué privilegio para nosotros tener sólo este motivo, y participar en los sufrimientos del Señor! ¡Y qué purificación de nuestros corazones carnales se nos propone aquí, al hacernos actuar solamente para un Cristo sufriente, compartiendo Su cruz, y encomendándonos a Dios para la recompensa!

 

El espíritu de Cristo un espíritu de servicio

 

Entonces, el Señor aprovecha la ocasión para explicar los sentimientos que convienen a Sus seguidores, cuya perfección habían visto en Él mismo. En el mundo, se buscaba una autoridad; pero el espíritu de Cristo era un espíritu de servicio, que llevaba a la elección del lugar más bajo, y a la completa entrega hacia los demás. Principios preciosos y perfectos, la plena perfección resplandeciente de lo que se manifestó en Cristo. La renunciación a todo, a fin de depender confiadamente en la gracia de Aquel a quien servimos, la consiguiente prontitud a ocupar el lugar más bajo, y ser así el siervo de todos - este debía ser el espíritu de aquellos que tienen parte en el reino establecido ahora por el Señor rechazado. Esto es lo que conviene a Sus seguidores. [60]

 

[60] Observen la manera en que los hijos de Zebedeo y su madre vienen para procurarse el lugar más alto, en el momento en que el Señor se estaba preparando abiertamente a ocupar el más bajo. ¡Lamentablemente! nosotros vemos tanto del mismo espíritu. El efecto era manifestar cómo se había Él despojado absolutamente de todo. Estos son los principios del reino celestial: perfecta renunciación propia a ser satisfecha en completa abnegación; éste es el fruto del amor que no busca lo suyo propio - la productividad que brota de la ausencia de buscar lo propio; sujeción cuando se es menospreciado; mansedumbre y humildad de corazón. El espíritu de servicio hacia los demás es aquello que el amor produce al mismo tiempo que la humildad, la cual está satisfecha con este lugar. El Señor cumplió esto incluso hasta la muerte, dando Su vida en rescate por muchos.

 

La última presentación de Cristo a Israel como el Hijo de David; el comienzo de las escenas finales de Su vida

 

Con el final del versículo 28, termina esta porción del Evangelio, y comienzan las escenas finales de la vida del bendito Salvador. En el versículo 29 [61]. comienza Su última presentación a Israel como Hijo de David, el Señor, el verdadero Rey de Israel, el Mesías. Comienza Su carrera en este aspecto en Jericó, el lugar donde Josué entró en la tierra - el sitio sobre el cual la maldición había permanecido tanto tiempo. Él abre los ojos ciegos de Su pueblo que cree en Él y le recibe como el Mesías, porque tal era Él en verdad, aunque rechazado. Ellos le saludan como Hijo de David, y Él responde a su fe abriéndoles sus ojos. Ellos le siguen - una figura del verdadero remanente de Su pueblo, que le esperará.

 

[61] El caso del ciego en Jericó es, en todos los tres primeros Evangelios, el comienzo de las circunstancias finales de la vida de Cristo, que condujeron a la cruz, dando fin al contenido general y a las enseñanzas de cada uno. De ahí que se hable de Él como Hijo de David, siendo la última presentación de Él como tal a ellos, el testimonio de Dios siendo dado a Él como tal.

 

Capítulo 21

 

La entrada del Señor en Jerusalén como Rey y Señor

 

Seguidamente (capítulo 21), disponiendo de todo lo que concernía a Su pueblo deseoso, Él hace Su entrada en Jerusalén como Rey y Señor, según el testimonio de Zacarías. Pero aunque entra como Rey - el último testimonio a la ciudad amada, la cual (para ruina de ellos) iba a rechazarle -, Él llega como un Rey manso y humilde. El poder de Dios influencia el corazón de la multitud, y ellos le saludan como Rey, como Hijo de David, haciendo uso del lenguaje proporcionado en el Salmo 118 [62], que celebra el día de reposo milenario introducido por el Mesías, para ser reconocido entonces por el pueblo. La multitud tiende sus mantos para preparar el camino para su manso, aunque glorioso Rey; ellos cortan ramas de los árboles para darle testimonio; y Él es conducido en triunfo a Jerusalén mientras el pueblo aclama: "¡Hosanna (excepto ahora) al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" Felices de ellos si sus corazones habían sido cambiados para retener este testimonio en el Espíritu. Pero Dios dispuso soberanamente sus corazones para que dieran este testimonio. Él no podía permitir que Su Hijo fuera rechazado sin haberlo recibido.

 

[62] Este Salmo es peculiarmente profético del tiempo de Su futuro recibimiento, y es citado a menudo en relación con ello.

 

El Rey examina todo como el Juez verdadero

 

Ahora el Rey va a hacer un examen de todo, manteniendo todavía Su posición de humildad y de testimonio. Al parecer, las diferentes clases acuden para juzgarle, o para dejarle perplejo; pero, de hecho, se presentan todos ellos ante Él para recibir de Sus manos, uno después del otro, el juicio de Dios respecto a ellos. Es una sorprendente escena que se abre ante nosotros - el verdadero Juez, el Rey eterno, presentándose por última vez a Su pueblo rebelde con el testimonio más pleno de Sus derechos y de Su poder, y ellos, acudiendo para atormentarle y condenarle, llevados por su misma malicia, a pasar ante Él, uno después del otro, exponiendo su verdadera condición, para recibir de Sus labios el juicio que les corresponde, sin que Él olvide por un momento (excepto cuando purificaba el templo, antes que comenzara esta escena) la posición del Testigo fiel y Verdadero en toda mansedumbre en la tierra.

 

El Señor como Mesías y Jehová

 

La diferencia entre las dos partes de esta historia es discernible. La primera presenta al Señor en Su carácter de Mesías y Jehová. Como Señor, Él ordena que le sea traída el asna. Entra en la ciudad, según la profecía, como Rey. Él purifica el templo con autoridad. En respuesta a las objeciones de los sacerdotes Él cita el Salmo 8, que habla de la manera en que Jehová le glorificó y cómo perfeccionó las alabanzas debidas a Él de boca de los niños. En el templo Él sana también a Israel. Luego los deja, no posando ya en la ciudad, la cual Él ya no podía reconocer, sino que posa fuera con el remanente. El día siguiente, en una figura sorprendente, Él exhibe la maldición que estaba a punto de caer sobre la nación. Israel era la higuera de Jehová; pero inutilizaba la tierra. Estaba cubierta con hojas, pero no había fruto. La higuera, condenada por el Señor, está seca en el presente. Es una figura de esta desdichada nación, del hombre en la carne contando con todas las ventajas, el cual no llevaba fruto para el Labrador.

 

Sin fruto para Dios

 

Israel poseía, de hecho, todas las formas exteriores de la religión, y eran celosos de la ley y de las ordenanzas, pero no daban fruto para Dios. En lo que respecta a su posición responsable de producir fruto, es decir, bajo el antiguo pacto, nunca lo van a hacer. Su rechazo de Jesús puso fin a toda esperanza. Dios actuará en gracia bajo el nuevo pacto; pero este no es el tema aquí. La higuera es Israel tal como era, el hombre cultivado por Dios, pero en vano. Todo había terminado. Aquello que Él dijo a los discípulos acerca de quitar una montaña, siendo un gran principio general, se refiere también, no lo dudo, a lo que debería acontecer en Israel mediante el ministerio de ellos. Vistos corporativamente en la tierra como una nación, Israel iba a desaparecer, y a perderse entre los Gentiles. Los discípulos eran aquellos que Dios había aceptado de acuerdo a su fe.

 

Detalles del juicio sobre las varias clases de personas

 de la nación

 

Vemos al Señor entrando en Jerusalén como un rey - Jehová, el Rey de Israel - y el juicio pronunciado sobre la nación. Después siguen los detalles del juicio sobre las distintas clases de que se componía. En primer lugar, están los principales sacerdotes y los ancianos, quienes deberían haber guiado al pueblo; estos se acercan al Señor y cuestionan Su autoridad. Dirigiéndose así a Él, ellos toman el lugar de cabezas de la nación, y asumen el papel de jueces, capaces de pronunciarse sobre la validez de cualesquiera reclamaciones que podían ser hechas; si no era así, ¿por qué tenían que preocuparse por Jesús?

El Señor, en Su infinita sabiduría, les hace una pregunta que somete a prueba su capacidad, y que por la confesión que le dieron demostraron ser incapaces. ¿Cómo juzgarle entonces? [63] Era inútil decirles en qué se fundamentaba Su autoridad. Era demasiado tarde ahora para explicárselo. Le hubieran apedreado si Él hubiera argüido sobre el verdadero origen de ella. Él replica, 'Decidan acerca de la misión de Juan el Bautista.' Si ellos no podían hacer esto, ¿por qué investigar acerca de la Suya? No podían. Si reconocían que Juan había sido enviado por Dios, habría sido reconocer a Cristo. Al negarlo, ellos habrían perdido su influencia sobre el pueblo. En cuanto a la conciencia, no había nada que hacer con ellos. Confesaron su incapacidad. Jesús, entonces, rechaza la competencia de ellos como líderes y guardianes de la fe del pueblo. Se habían juzgado a ellos mismos; y el Señor procede a testificarles su conducta y los tratos del Señor con ellos, claramente ante sus ojos, desde el versículo 28 al capítulo 22:14.

 

[63] El recurrir a la conciencia es a menudo la respuesta más sabia, cuando la voluntad es perversa.

 

Perversidad y rebelión; auto-condenación

 

En primer lugar, mientras profesaban hacer la voluntad de Dios, ellos no la hacían; mientras que los declaradamente impíos se habían arrepentido y habían hecho Su voluntad. Ellos, viendo esto, se endurecieron aún más. Reitero, no sólo su conciencia natural permanecía intacta, ya fuera por el testimonio de Juan o a la vista del arrepentimiento en los demás, sino que aunque Dios había empleado todos los medios para hacerlos producir frutos dignos de Su cultivo, Él no halló nada en ellos sino perversidad y rebelión. Los profetas habían sido rechazados, y Su Hijo también lo sería. Deseaban tener Su herencia para ellos solos. No podían sino reconocer que, en tal caso, la consecuencia tenía que ser necesariamente la destrucción de aquellos hombres malos, y la entrega de la viña a otros. Jesús aplica esta parábola a ellos mismos, citando el Salmo 118, el cual anuncia que la piedra rechazada por los edificadores llegaría a ser la piedra principal del ángulo; y además, que cualquiera que cayese sobre esta piedra - como la nación lo estaba haciendo en esos momentos - sería quebrantado. Los principales sacerdotes y los Fariseos entendieron que Él hablaba de ellos, pero no se atrevieron a poner sus manos sobre Él porque la multitud le consideraba un profeta. Esta es la historia de Israel, como bajo  responsabilidad, hasta los postreros días. Jehová estaba buscando fruto en Su viña.

 

Capítulo 22

 

La fiesta de bodas; la gracia despreciada por Israel;

su juicio; la introducción de los Gentiles

 

En el capítulo 22, la conducta de ellos con respecto a la invitación de la gracia es presentada a su vez. La parábola es, por lo tanto, una semejanza del reino de los cielos. El propósito de Dios es honrar a Su Hijo celebrando Su boda. Antes de todo los Judíos, quienes ya estaban invitados, son convidados a la fiesta de bodas. Pero estos no quisieron venir. Esto fue llevado a cabo durante la vida de Cristo. Después, estando todas las cosas preparadas, de nuevo Él envía a Sus mensajeros para inducirlos a venir. Esta es la misión de los apóstoles a la nación, cuando la obra de la redención haya sido consumada. Y ellos, o bien desprecian el mensaje, o matan a los mensajeros [64]. El resultado es la destrucción de aquellos hombres malos y su ciudad. Esta es la destrucción que cayó sobre Jerusalén. Rechazando ellos la invitación, los desvalidos, los Gentiles, aquellos que estaban fuera, son llevados adentro a la fiesta, y la boda se llenó de convidados. Otra cosa se presenta ahora. Es cierto que hemos visto el juicio de Jerusalén en esta parábola, pero, como es una semejanza del reino, tenemos el juicio de aquello que está también dentro del reino. Debe haber disposición para la ocasión. Para una fiesta de bodas debe haber un traje de boda. Si Cristo tiene que ser glorificado, todo debe ser conforme a Su gloria. Podrá haber una entrada exterior en el reino, una profesión de Cristianismo; pero aquel que no esté vestido con aquello que pertenece a la fiesta, será echado fuera. Debemos vestirnos de Cristo mismo. Por otro lado, todo está preparado - no se requiere nada. No les correspondía a los convidados traer nada; el Rey suministró todo. Pero debemos imbuirnos del espíritu de aquello que se hace. Si existe alguna idea de lo que es idóneo para una fiesta de bodas, lo más apropiado sería sentir la necesidad de aparecer vestido de boda: si no, el honor del Hijo del Rey ha sido olvidado. El corazón era extraño a ello; el hombre mismo se convertirá en un extraño por medio del juicio del Rey cuando Él tome conocimiento de los convidados que han entrado.

Así también la gracia ha sido mostrada a Israel, y ellos son juzgados por rehusar la invitación del gran Rey a la boda de Su Hijo. Y luego, es juzgado también el abuso de esta gracia por aquellos que parecen aceptarla. Es manifestada la introducción de los Gentiles.

Aquí concluye la historia del juicio de Israel en general, y del carácter que el reino asumiría.

 

[64] Desprecio y violencia son las dos formas del rechazo del testimonio de Dios, y del verdadero testigo. Ellos aborrecen al uno y aman al otro, o estiman al uno y menosprecian el otro.

 

Los Fariseos y los Herodianos reciben respuesta

 

Después de esto (capítulo 22:15 y siguientes), vienen las diferentes clases de Judíos, cada una a su vez. En primer lugar, los Fariseos y los Herodianos (es decir, aquellos que favorecían la autoridad de los Romanos, y aquellos que se oponían a ella) buscan enredar a Jesús en Sus dichos. El bendito Señor les responde con esa sabiduría perfecta que siempre exhibió en todo lo que Él dijo y en todo lo que Él hizo. Por parte de ellos, era pura maldad manifestando una total falta de conciencia. Era su propio pecado que les había traído bajo el yugo Romano - una posición verdaderamente contraria a aquella que debería haber pertenecido al pueblo de Dios en la tierra. Aparentemente, por consiguiente, Cristo debiera o bien convertirse en un objeto de sospecha para las autoridades, o renunciar a Su derecho de ser el Mesías, y consecuentemente el Libertador. ¿Quién había suscitado este dilema? Fue el fruto de sus propios pecados. El Señor les muestra que ellos mismos habían aceptado el yugo. El dinero llevaba la marca de ello: que lo den, pues, a aquellos a quienes pertenece, y que den también - lo cual no estaban haciendo - a Dios lo que es de Dios. Él los deja bajo el yugo, el cual estaban obligados a confesar que habían aceptado. Él les recuerda los derechos de Dios, los cuales habían olvidado. Por otra parte, de una fortaleza tal ha sido el estado de Israel conforme al establecimiento del poder en Nabucodonosor, como "una vid de mucho ramaje, de poca altura." (Ezequiel 17:6).

 

La incredulidad de los Saduceos

 

Los Saduceos vienen seguidamente ante Él, preguntándole acerca de la resurrección, pensando probar su absurdidad. Así, en cuanto la condición de la nación fue exhibida en Su discurso con los Fariseos, la incredulidad de los Saduceos es manifestada aquí. Ellos sólo pensaban en las cosas de este mundo, buscando negar la existencia de otro. Pero cualquiera que fuese el estado de degradación y sometimiento en que el pueblo había caído, el Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, no cambiaba. Las promesas hechas a los padres permanecían seguras, y los padres estaban viviendo para gozar de estas promesas en el futuro. Era la Palabra y el poder de Dios lo que se cuestionaba. El Señor los mantiene con poder y evidencia. Se hizo callar a los Saduceos.

 

La esencia de la ley perfecta

 

Los intérpretes de la ley, sorprendidos por Su respuesta, hacen una pregunta, que da ocasión al Señor para extraer de toda la ley, aquello que, a los ojos de Dios, es su esencia, presentando así su perfección, y aquello que - cualquiera sea la manera como pueda alcanzarse - constituye la felicidad de aquellos que caminan en ello. Sólo la gracia se eleva más alto.

Aquí finaliza el interrogatorio de ellos. Todo es juzgado, todo es traído a la luz con respecto a la posición del pueblo, y las sectas de Israel; y el Señor ha expuesto ante ellos los perfectos pensamientos de Dios acerca de ellos, tanto en el tema de su condición, de Sus promesas, o de la sustancia de la ley.

 

La pregunta del Señor; su única respuesta;

la verdadera posición de Cristo

 

Era ahora el turno del Señor para proponer Su pregunta, a fin de presentar Su propia posición. Él pide a los Fariseos que reconcilien el título de Hijo de David con aquel de Señor, que David mismo le dio, y ello en relación con la ascensión de este mismo Cristo a la diestra de Dios hasta que hubiera puesto a sus enemigos por estrado de Sus pies, y Él hubiese establecido Su trono en Sión. Ahora bien, esta era la posición completa de Cristo en ese momento. Ellos fueron incapaces de contestarle, y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. De hecho, comprender ese Salmo (Salmo 110), hubiera sido comprender todos los caminos de Dios con respecto a Su Hijo en el momento que ellos iban a rechazarle. Esto concluyó, inevitablemente, estos discursos, mostrando la verdadera posición de Cristo, quien, aunque Hijo de David, debía ascender a lo alto para recibir el reino, y, mientras lo esperaba, debía sentarse a la diestra de Dios conforme a los derechos de Su gloriosa Persona - el Señor de David, así como el Hijo de David.

 

La condición, los privilegios y la responsabilidad

de todas las clases de Judíos

 

Hay otro punto de interés a ser observado aquí. En estas entrevistas y estos discursos con las diferentes clases de los Judíos, el Señor presenta todos los aspectos de la condición de los Judíos respecto a sus relaciones con Dios, y, después, la posición que Él mismo tomó. Primeramente, Él muestra la posición nacional de ellos hacia Dios, bajo responsabilidad ante Él, según la conciencia natural y los privilegios que les pertenecían. El resultado iba a ser que ellos serían cortados, y la introducción de otros en la viña del Señor. De esto se trata el capítulo 21: 28-46. Luego Él expone la condición de ellos respecto a la gracia del reino, y la introducción de pecadores Gentiles. Aquí también el resultado es que son cortados y la destrucción de la ciudad [65]. Más tarde, los Herodianos y los Fariseos, los amigos de los Romanos y sus enemigos, los supuestos amigos de Dios, dan evidencia de la verdadera posición de los Judíos con respecto al poder imperial de los Gentiles y con respecto a Dios. En Su entrevista con los Saduceos, Él muestra la certeza de las promesas hechas a los padres, y la relación en que Dios permanecía con ellos respecto a la vida y la resurrección. Después de esto, Él pone el verdadero significado de la ley ante los escribas; y luego, la posición que Él tomó, siendo Él mismo el Hijo de David, según el Salmo 110, el cual estaba ligado a Su rechazo por los líderes de la nación que estuvieron alrededor de Él.

 

[65] Observen aquí que, desde el capítulo 21:28 hasta el final, tenemos la responsabilidad de la nación contemplada en posesión de sus privilegios originales, conforme a los cuales ellos deberían haber dado fruto. No habiendo hecho esto, otros son puestos en el lugar de ellos. Esta no fue la causa del juicio que fue, y todavía va a ser de un modo mucho más terrible, ejecutado en Jerusalén, y que incluso entonces produjo la destrucción de la ciudad. La muerte de Jesús, el último de los que fueron enviados a buscar fruto, trae el juicio sobre Sus homicidas  (Mateo 21: 33-41). La destrucción de Jerusalén es la consecuencia del rechazo del testimonio del reino enviado para llamarlos a la gracia. En el primer caso, el juicio fue sobre los labradores - los escribas, los principales sacerdotes, y los líderes del pueblo. El juicio ejecutado por causa del rechazo del testimonio acerca del reino va más allá (ver capítulo 22:7). Algunos desprecian el mensaje, y otros maltratan a los mensajeros; y, al ser la gracia así rechazada, la ciudad es quemada y sus habitantes cortados. Comparen con el capítulo 23:36, y vean la profecía histórica en Lucas 21. La distinción se mantiene en todos los tres Evangelios.

 

Capítulo 23

 

La posición de los discípulos como parte de la nación

 

El capítulo 23 muestra claramente cuán lejos son contemplados los discípulos en relación con la nación, ya que ellos eran Judíos, aunque el Señor juzga a los líderes, quienes engañaban al pueblo y deshonraban a Dios con su hipocresía. Él habla a la multitud y a Sus discípulos, diciendo: "En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos." Siendo, de esta manera, expositores de la ley, tenían que ser obedecidos de acuerdo a todo lo que ellos decían conforme a esa ley, aunque su propia conducta no fuera sino hipocresía. Lo que es importante aquí es la posición de los discípulos; esta es, de hecho, la misma que la de Jesús. Ellos están en relación con todo lo que es de Dios en la nación, es decir, con la nación como pueblo reconocido por Dios - por consiguiente, con la ley que poseía autoridad de Dios. Al mismo tiempo, el Señor juzga, y los discípulos también tenían que juzgar, en la práctica, el andar de la nación, tal como los representaban públicamente sus líderes. Mientras ellos aún forman parte de la nación, debían evitar cuidadosamente el andar de los escribas y los Fariseos. Después de reprocharles su hipocresía a estos pastores de la nación, el Señor señala la manera con que ellos mismos condenaban las acciones de sus padres - que edificaban los sepulcros de los profetas a quienes habían matado. Ellos eran, en ese momento, los hijos de aquellos que los mataron, y Dios iba a someterlos a prueba enviándoles también profetas, sabios y escribas, y ellos llenarían la medida de su iniquidad dando muerte a todos ellos y persiguiéndolos - condenados así por sus propias bocas - a fin de que toda la sangre justa que se había derramado, desde la de Abel hasta la del profeta Zacarías, viniese sobre esta generación. ¡Horrible carga de culpa acumulada desde el principio de la enemistad que el hombre pecador, situado bajo responsabilidad, ha mostrado siempre al testimonio de Dios; y que crecía a diario porque la conciencia se endurecía más cada vez que resistía este testimonio! Por medio del sufrimiento de sus testigos, la verdad era tanto más manifiesta. Era una roca, puesta en evidencia, a ser evitada en el camino del pueblo. Pero ellos persistieron en su mal andar, y cada paso que daban, cada acto similar, era la prueba de una terquedad aún creciente. La paciencia de Dios, mientras actuaba en gracia en el testimonio, no había dejado de prestar atención a los caminos de ellos, y bajo esta paciencia se había acumulado todo. Todo sería amontonado sobre la cabeza de esta generación réproba.

Observen aquí que el carácter dado a los apóstoles y a los profetas Cristianos. Ellos son escribas, sabios, profetas, enviados a los Judíos - a la siempre rebelde nación. Esto presenta muy claramente el aspecto bajo el cual este capítulo los considera. Incluso los apóstoles son "sabios", "escribas", enviados a los Judíos como tales.

Pero la nación - Jerusalén, la ciudad amada por Dios - es culpable, y es juzgada. Cristo, como hemos visto, desde la curación del ciego cerca de Jericó, se presenta como Jehová el Rey de Israel. ¡Cuán a menudo Él habría juntado a los hijos de Jerusalén, y ellos no quisieron! Y ahora su casa quedaría desolada hasta que (al ser convertidos sus corazones) utilizaran el lenguaje del Salmo 118, y, deseándolo, saludaran en Su llegada al que venía en nombre de Jehová, buscando la liberación de manos de Él y rogándole por ella - en una palabra, hasta que exclamaran Hosanna al que venía. No verían más a Jesús hasta que, humillados de corazón, llamaran bendito a Aquel que estaban esperando, y a quien ahora rechazaban - resumiendo, hasta que estuvieran preparados de corazón. La paz debía seguir a Su venida, y el deseo la precederla.

 

La posición de los Judíos ante Dios

 

Los últimos tres versículos exhiben claramente la posición de los Judíos, o de Jerusalén, como el centro del sistema ante Dios. Desde tiempo atrás, y muchas veces, Jesús, Jehová el Salvador, habría juntado a los hijos de Jerusalén como una gallina junta sus polluelos debajo de sus alas, pero ellos no quisieron. Su casa permanecería abandonada y desierta, pero no para siempre. Después de haber dado muerte a  los profetas, y apedreado a los mensajeros enviados a ellos, habían crucificado a su Mesías, y rechazaron y mataron a aquellos que Él envió para anunciarles la gracia, incluso después de Su rechazo. Por consiguiente, no le iban a ver más hasta que se hubieran arrepentido y el deseo de verle se produjera en sus corazones, de tal modo que estuvieran preparados para bendecirle, y confesaran su prontitud para hacerlo. El Mesías, quien estaba a punto de dejarlos, no sería visto más por ellos hasta que el arrepentimiento hubiese vuelto sus corazones hacia Aquel que ahora estaban rechazando. Entonces, ellos le verían. El Mesías, viniendo en el nombre de Jehová, será manifestado a Su pueblo Israel. Es Jehová su Salvador quien va a aparecer, y el Israel que le había rechazado le vería como tal. El pueblo  volvería así al goce de su relación con Dios.

Tal es el retrato moral y profético de Israel. Los discípulos, como Judíos, eran vistos como parte de la nación, aunque como un remanente espiritualmente apartado de ella, y dando testimonio en ella.

 

Capítulo 24

 

El discurso del monte de los Olivos: profecía y enseñanza

 

Hemos visto ya que el rechazo del testimonio en gracia acerca del reino, es la causa del juicio que cae sobre Jerusalén y sus habitantes. Ahora, en el capítulo 24, tenemos la posición de este testimonio en medio del pueblo; la condición de los Gentiles, y la relación en la cual permanecían ante el testimonio dado por los discípulos; después de esto, la condición de Jerusalén, a consecuencia de su rechazo del Mesías y del menosprecio del testimonio; y, luego, el trastorno universal al final de aquellos días: un estado de cosas que deberá cesar por la aparición del Hijo del Hombre, y por la reunión de los elegidos de Israel desde los cuatro vientos.

Debemos examinar este notable pasaje, presentado ya como profecía y enseñanza a los discípulos para su guía en el camino que deben seguir en medio de los acontecimientos futuros.

Jesús se marcha del templo, y esto para siempre - un acto solemne, el cual, podemos decir, ejecutaba el juicio que Él acababa de pronunciar. La casa estaba ahora desierta. Los corazones de los discípulos estaban todavía ligados a ella por su anterior atractivo. Ellos dirigen la atención del Señor hacia los magníficos edificios que lo componían. Jesús les anuncia su completa destrucción. Sentados aparte con Él en el monte de los Olivos, los discípulos preguntan cuándo tenían que suceder estas cosas, y cuál sería la señal de Su venida y la del fin del siglo. Ellos clasifican la destrucción del templo, el regreso de Cristo, y el fin del siglo, como un solo acontecimiento. Debemos observar que el fin del siglo es aquí el fin del período durante el cual Israel estaba sujeto a la ley bajo el antiguo pacto: un período que tenía que cesar, dando lugar al Mesías y al nuevo pacto. Observen también que el asunto es aquí el gobierno de la tierra por parte de Dios, y los juicios que deben tener lugar a la venida de Cristo, la cual pondría fin al presente siglo. Los discípulos confundían aquello que el Señor había dicho acerca de la destrucción del templo, con este período [66]. El Señor trata el asunto desde Su propio punto de vista (es decir, con respecto al testimonio que los discípulos tenían que rendir en relación con los Judíos durante Su ausencia y hasta el fin del siglo). Él no añade nada acerca de la destrucción de Jerusalén, la cual ya había anunciado. El tiempo de Su venida estaba oculto a propósito. Además, la destrucción de Jerusalén por Tito puso fin, de hecho, a la posición que las enseñanzas de Cristo tenían en perspectiva. No existía ya ningún testimonio reconocible entre los Judíos. Cuando esta posición sea retomada, la aplicabilidad del pasaje también comenzará de nuevo. Después de la destrucción de Jerusalén hasta esa época, sólo la Iglesia es tenida en consideración.

 

[66] De hecho, esta posición de Israel, y el testimonio relacionado con ella, fueron interrumpidos por la destrucción de Jerusalén; y esta es la razón por la cual se hace mención aquí de este acontecimiento, en relación con esta profecía, de la cual ciertamente no es el cumplimiento. El Señor no ha venido todavía, ni la gran tribulación; pero el estado de cosas al cual el Señor alude, hasta el final del versículo 14, fue violenta y judicialmente interrumpido por la destrucción de Jerusalén, de modo que bajo este punto de vista existe una relación.

 

La división del discurso

 

El discurso del Señor se divide en tres partes:

1. La condición general de los discípulos y del mundo durante el tiempo del testimonio, hasta el final del versículo 14.

2. El período marcado por el hecho de que la abominación desoladora se halla en el lugar santo (versículo 15).

3. La venida del Señor y la reunión de los escogidos en Israel (versículo 29).

 

El testimonio entre el pueblo y entre los Gentiles

hasta el fin del siglo

 

El tiempo del testimonio de los discípulos está caracterizado por falsos Cristos y falsos profetas entre los Judíos; por la persecución de aquellos que dan testimonio, quienes son delatados a los Gentiles. Pero hay aún algo más definido con respecto a esos días. Habría falsos Cristos en Israel. Habría guerras, hambres, pestilencias, terremotos. Ellos no debían turbarse, porque aún no sería el fin. Estas cosas iban a ser sólo un principio de dolores. Eran, principalmente, cosas exteriores. Había otros acontecimientos que los llevarían a mayores pruebas, y los probarían más completamente - cosas más desde adentro. Los discípulos serían entregados, se les daría  muerte y serían "aborrecidos de todas las naciones." (Mateo 24:9 - Versión Moderna). La consecuencia, entre quienes hacían profesión, iba a ser que muchos tropezarían; se traicionarían unos a otros. Surgirían falsos profetas que engañarían a muchos, y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriaría - un triste cuadro. Pero estas cosas darían oportunidad para el ejercicio de una fe que hubiera sido probada. El que perseverare hasta el fin, sería salvo. Esto concierne a la esfera del testimonio en particular. Aquello que dice el Señor, no está absolutamente limitado al testimonio en Canaán; sino que ya que es desde allí que el testimonio se expande, todo está relacionado con esa tierra como el centro de los caminos de Dios. Pero, añadido a esto, el Evangelio del reino sería predicado en todo el mundo para testimonio a todas las naciones, y entonces vendría el fin. Ahora bien, aunque el cielo será la fuente de la autoridad cuando sea establecido el reino, Canaán y Jerusalén serán sus centros terrenales. De modo que la idea del reino, extendiéndose por todo el mundo, vuelve nuestros pensamientos hacia la tierra de Israel. Es de "este evangelio del reino" [67] del que se habla aquí. No es la proclamación de la unión de la Iglesia con Cristo, ni de la redención en su plenitud, predicada y enseñada por los apóstoles después de la ascensión, sino el reino que iba que ser establecido en la tierra, como Juan el Bautista y como el Señor mismo habían anunciado. El establecimiento de la autoridad universal del Cristo ascendido, debería ser predicado en todo el mundo para probar la obediencia de ellos, y para proporcionar el objeto de la fe a aquellos que tenían oídos para oír.

 

[67] El Evangelio del reino se limitaba a Israel en el capítulo 10, y aquí, aunque sin ser el tema de la enseñanza, es el tema supuesto hasta el versículo 14, pero no se hace ninguna diferencia formal: la misión en el capítulo 28 es a los Gentiles; pero luego no hay nada del reino, sino más bien al contrario, aunque Cristo sólo resucite, pero toda potestad le es dada en el cielo y en la tierra.

 

Esta es la historia general de aquello que tendría lugar hasta el fin del siglo, sin entrar en el asunto de la proclamación que fundó la asamblea propiamente dicha. La destrucción inminente de Jerusalén, y la negativa de los Judíos a recibir el Evangelio, hicieron que Dios levantara un testimonio especial por medio de Pablo, sin anular la verdad del reino venidero. Lo que sigue después, demuestra que tal avance del testimonio del reino tendrá lugar al final, y que ese testimonio alcanzará a todas las naciones antes de la venida del juicio que pondrá término a este siglo.

 

La gran tribulación; "el tiempo del fin"

 

Pero habrá un momento cuando, dentro de una cierta esfera (es decir, en Jerusalén y en sus cercanías), comenzaría un tiempo especial de sufrimiento en cuanto al testimonio en Israel. Al hablar de la abominación desoladora, el Señor nos remite a Daniel para que podamos entender de qué habla Él. Ahora bien, Daniel (cap. 12, donde se habla de esta tribulación) nos trae definitivamente a los postreros días - el momento cuando Miguel se levantará por el pueblo de Daniel, es decir, los Judíos, los cuales están bajo la dominación de los Gentiles - los tiempos en los cuales sobrevendrá un tiempo de angustias, tal como no ha acontecido nunca, ni lo habrá, y en el cual el remanente será liberado. En la última parte del capítulo anterior de ese profeta, este tiempo es llamado "el tiempo del fin" (N. del T.: Daniel 11:40 - Versión Moderna; la versión Reina-Valera 1960 traduce "al cabo del tiempo"), y la destrucción del rey del norte es declarada proféticamente. Ahora bien, el profeta anuncia que 1.335 días antes de la plena bendición (¡Bienaventurado el que tiene parte en ella!) el continuo sacrificio será quitado y será establecida la abominación desoladora; que desde ese momento habrá 1.290 días (es decir, un mes más que los 1.260 días mencionados en Apocalipsis capítulo 12, durante los cuales la mujer que huye de la serpiente es sustentada en el desierto; y también más que los tres años y medio de Daniel 7). Al final, como vemos aquí, viene el juicio y el reino es dado a los santos.

 

La época y el pueblo a quienes se aplica la profecía

 

Así se demuestra que este pasaje se refiere a los postreros días y a la posición de los Judíos en aquel tiempo. Los acontecimientos del tiempo pasado desde que el Señor hablara de ello, confirman este pensamiento. Ni en 1.260 días, ni en 1.260 años, después de los días de Tito, ni en 30 días o años más tarde, ocurrió jamás ningún acontecimiento que pudiera ser el cumplimiento de estos días indicados en Daniel. Los períodos pasaron hace muchos años. Israel no ha sido liberado, ni Daniel ha recibido su heredad al fin de aquellos días (Daniel 12:13). Es igualmente claro que se trata de Jerusalén en este pasaje, y sus cercanías; pues a los que están en Judea se les ordena huir a los montes. Los discípulos que estarán allí en ese momento, tendrán que orar para que su huida no sea en día de reposo - un testimonio adicional de que los sujetos de esta profecía son los Judíos; pero también un testimonio del tierno cuidado que tiene el Señor para con los que son Suyos, pensando incluso en medio de estos acontecimientos sin precedentes, de que el momento de su huida no fuera en invierno.

 

El remanente Judío está en consideración, no la asamblea

 

Además de esto, otras circunstancias demuestran, si son necesarias más pruebas, que se trata del remanente Judío, y no de la asamblea. Sabemos que todos los creyentes serán arrebatados para encontrarse con el Señor en el aire. Más tarde, ellos volverán con Él. Pero aquí habrá falsos Cristos en la tierra, y el pueblo dirá, "está en el desierto", "está en los aposentos". Pero los santos que serán arrebatados y que volverán con el Señor, no tienen nada que ver con falsos Cristos en la tierra, ya que ellos irán al cielo para estar allí con Él, antes de que Él regrese a la tierra; aunque es fácil entender que los Judíos, quienes están esperando la liberación terrenal, estén sujetos a tales tentaciones, y que sean engañados por ellas a menos que Dios mismo los guarde.

 

La venida del Hijo del Hombre

 

Esta parte, entonces, de la profecía, se aplica a los postreros días, los últimos tres años y medio antes del juicio que será derramado repentinamente a la venida del Hijo del Hombre. El Señor regresará de repente como el resplandor de un rayo, como águila a recoger su presa, al lugar donde se halla el objeto de Su juicio. Inmediatamente después de la tribulación de aquellos últimos tres años y medio, todo el sistema jerárquico de gobierno será conmovido y caerá completamente. Entonces, aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Este versículo 30 contiene la respuesta a la segunda parte de la pregunta de los discípulos en el versículo 3. El Señor da a Sus discípulos la advertencia necesaria para su guía; pero el mundo no verá señales, por muy claras que ellas puedan ser para aquellos que entienden. Pero esta señal sería en el momento de la venida del Señor. El resplandor de Su gloria que ellos habían despreciado, les mostraría quién era Aquel que venía ahora; y sería algo inesperado. ¡Qué terrible momento cuando, en lugar de un Mesías que respondía a su mundanal orgullo, el Cristo a quien despreciaron aparecerá en los cielos!

Después el Hijo del Hombre, así venido y manifestado, enviaría a reunir a todos los escogidos de Israel de los cuatro vientos. Es esto lo que finaliza la historia de los Judíos, e incluso aquella de Israel, en respuesta a la pregunta de los discípulos, y revela los tratos de Dios con respecto al testimonio entre el pueblo que le había rechazado, anunciando el momento de su profunda angustia, y el juicio que será derramado en medio de esta escena cuando Jesús venga, siendo trastornados completamente todos los poderes grandes y pequeños.

 

La importancia de la captura de Jerusalén;

los Judíos como una raza distinta hoy en día

 

El Señor entrega la historia del testimonio en Israel, y la del pueblo mismo, desde el momento de Su partida hasta Su regreso; pero no se especifica la duración del tiempo durante el cual no debería existir ni pueblo, ni templo, ni ciudad. Es esto lo que da importancia a la captura de Jerusalén. No se nos habla aquí de la misma en términos directos - el Señor no la describe; pero esto puso fin a aquel orden de cosas al cual se aplica Su discurso, y esta aplicación no es reanudada hasta que Jerusalén y los Judíos están nuevamente presentes. El Señor lo anunció al principio. Los discípulos pensaron que Su venida tendría lugar al mismo tiempo que ese acontecimiento. Les responde de manera tal que Su discurso les sería de utilidad a ellos hasta la captura de Jerusalén. Pero una vez mencionada la abominación desoladora, nos vemos transportados a los postreros días.

Los discípulos tenían que comprender las señales que Él les daba. He dicho ya que la destrucción de Jerusalén, por el hecho mismo, interrumpió la aplicación de Su discurso. La nación Judía fue puesta aparte; pero el versículo 34 tiene un sentido mucho más amplio, y uno más apropiado realmente a ello. Judíos incrédulos iban a existir, como tales, hasta que todo fuera cumplido. Comparen con Deuteronomio 32: 5 y 32: 20, donde está especialmente en vista este juicio sobre Israel. Dios oculta Su rostro de ellos hasta que vea cuál será el fin de ellos, pues son una generación perversa, hijos en los cuales no hay fe. Eso ha sucedido. Ellos son una raza distinta de personas hasta estos días. Esa generación existe en la misma condición - un monumento a la permanente certeza de los tratos de Dios, y de las palabras del Señor.

Para concluir, el gobierno de Dios, ejercido con respecto a este pueblo, ha sido descrito hasta su final. El Señor viene, y Él junta a los escogidos dispersos de Israel.

 

El juicio de naciones en la tierra según

su trato a los mensajeros del reino

 

La historia profética continúa en el capítulo 25:31, el cual está relacionado con el capítulo 24:30. Y así como el capítulo 24:31 relata la reunión de Israel después de la venida del Hijo del Hombre, el capítulo 25:31 anuncia Sus tratos en juicio con los Gentiles. Él aparecerá, indudablemente, como el relámpago con respecto a la apostasía, la cual será un cuerpo muerto ante Sus ojos. Pero cuando Él vendrá solemnemente para tomar Su lugar terrenal en gloria, eso no pasará como el relámpago. Él se sentará en el trono de Su gloria, y todas las naciones se reunirán ante Él en Su trono judicial, y ellas serán juzgadas conforme a su trato otorgado a los mensajeros del reino, quienes habían salido a predicarles. Estos mensajeros son los hermanos (capítulo 25:40); aquellos que los recibieron son las ovejas; los que descuidaron el mensaje de ellos son los cabritos. Entonces, el relato que comienza en el capítulo 25:31, de la separación de las ovejas y los cabritos, y de su resultado, retrata a las naciones que son juzgadas en la tierra según el trato dado a esos mensajeros. Es el juicio de los vivos, al menos en cuanto a las naciones - un juicio de carácter tan final como aquel de los muertos. No se trata del juicio de Cristo en batalla, como en Apocalipsis 20:4. Yo hablo del principio o, más bien, del carácter del juicio. No dudo que estos hermanos son Judíos, así como lo eran los discípulos, es decir, aquellos que estarán en una posición similar en cuanto a su testimonio. Los Gentiles, quienes habían recibido este mensaje, serían aceptados como si hubieran tratado a Cristo de la misma manera. El Padre de Cristo les había preparado para el goce del reino; y ellos deberían entrar en él, estando aún en la tierra, pues Cristo había descendido en el poder de la vida eterna. [68]

 

[68] No hay terreno posible para aplicar esta parábola a lo que se le da el nombre de juicio general, una expresión, de hecho, verdaderamente contraria a la Escritura. En primer lugar, hay tres grupos, no solamente dos - hay cabritos, ovejas y hermanos; luego, es el juicio de los Gentiles solamente; y, además, el terreno de juicio es completamente inaplicable a la gran masa, incluso, de estos últimos. El terreno de juicio es la manera en que estos hermanos han sido recibidos. Ninguno ha sido enviado a la vasta mayoría de los Gentiles en el transcurso de los siglos. Dios pasaba por alto los tiempos de esta ignorancia, y otra base de juicio respecto a ellos se da al principio de la epístola a los Romanos. Se ha tratado de los Cristianos y los Judíos en el capítulo 24 y en el anticipo que hicimos de parte del capítulo 25. Son precisamente ellos a quienes el Señor hallará en la tierra cuando Él venga, y quienes serán juzgados conforme al trato otorgado a los mensajeros que Él ha enviado.

 

Los discípulos de Cristo fuera del testimonio en Israel

 

Por el momento, he pasado por sobre todo lo que hay el capítulo 24:31 y el capítulo 25:31, porque el fin de este capítulo 24 completa todo lo concerniente al gobierno y al juicio de la tierra. Pero hay una clase de personas cuya historia nos es dada en sus grandes rasgos morales, como intermedio, entre  estos dos versículos que he mencionado.

Estos son los discípulos de Cristo, fuera del testimonio llevado en medio de Israel, a quienes Él encomendó Su servicio y una posición relacionada con Él mismo, durante Su ausencia. Esta posición y este servicio están en relación con Cristo mismo, y no en relación con Israel, dondequiera que este servicio se cumpla.

 

Juicio discernidor en los días postreros

en la propia casa del Señor

 

Hay, no obstante, y antes de que lleguemos a estos, algunos versículos de los que no he hablado todavía, los cuales se aplican más particularmente al estado de cosas en Israel, como advertencia a los discípulos que están allí, y describen el juicio discernidor que tiene lugar entre los Judíos en los postreros días. Hablo de ellos aquí debido a que toda esta parte del discurso - a saber, desde el capítulo 24:31 al capítulo 25:31 - es una exhortación, un sermón del Señor, sobre el tema de sus deberes durante Su ausencia. Me refiero al capítulo 24: 32-44. Estos versículos hablan de la continua expectativa, impuesta sobre los discípulos, por la ignorancia de ellos acerca del momento en que el Hijo del Hombre vendría, y en la cual los discípulos fueron dejados intencionalmente (y el juicio es un juicio terrenal); mientras que a partir del versículo 45, el Señor se dirige de manera más directa y, a la vez, en un modo más general, acerca de la conducta de ellos durante Su ausencia, no en relación con Israel, sino con los Suyos - Su casa. Él les había encomendado la tarea de suministrarles comida apropiada a su debido tiempo. Esta es la responsabilidad del ministerio en la asamblea.

 

Responsabilidad colectiva en el servicio

 

Es importante observar que, en la primera parábola, el estado de la asamblea es contemplado como un todo; la parábola de las vírgenes y la de los talentos entregan una responsabilidad individual. De ahí que el siervo que es infiel es cortado y tiene su porción con los hipócritas. El estado de la asamblea responsable depende de su espera de Cristo, o del corazón de ellos diciendo que Él retarda Su venida. Sería a Su regreso que el juicio sería pronunciado sobre su fidelidad en el intervalo. La fidelidad debería ser aprobada en ese día. Por otra parte, el olvido práctico de Su venida conducirá al libertinaje y a la tiranía. No se trata aquí de un sistema intelectual: el siervo malo dice en su corazón: "Mi señor tarda en venir"; su voluntad estaba implicada en ello. El resultado fue que se manifestó la voluntad carnal. Ya no era el servicio consagrado a Su casa, con un corazón atento a la aprobación del Maestro cuando regresara; sino mundanalidad en la conducta, y la asunción de una autoridad arbitraria, propiciadas por el servicio que se le encomendó. Come y bebe con los borrachos, se une al mundo y participa de sus costumbres; golpea a sus consiervos como él quiere. Tal es el efecto de aplazar durante Su ausencia, deliberadamente en el corazón, la venida del Señor y tratar que la asamblea se instale aquí abajo. ¿No es un cuadro demasiado verdadero?

 

Recompensa por el servicio en la asamblea

 

¿Qué es lo que ha sucedido con aquellos que tenían el lugar de servicio en la casa de Dios? Las consecuencias para ambas partes son estas: el siervo fiel, quien a partir del amor y devoción para con su Maestro se dedicó al bienestar de Su casa, al regreso de su Maestro, debía ser puesto a cargo de todos Sus bienes; aquellos que han sido fieles en el servicio de la casa, serán puestos sobre todas las cosas por el Señor, cuando Él tome Su lugar de poder y actúe como Rey. Todas las cosas son entregadas en manos de Jesús por el Padre. Aquellos que, en humildad, hayan sido fieles a Su servicio durante Su ausencia, serán puestos sobre todo lo que es encomendado a Él, es decir, sobre todas las cosas - estas no son sino los "bienes" de Jesús. Por otro lado, aquel que durante la ausencia del Señor se haya establecido como maestro y haya continuado según el espíritu de la carne y del mundo al que se había unido, no solamente tendría la porción del mundo; su Maestro vendría repentinamente, y él recibiría el castigo de los hipócritas. ¡Qué lección para aquellos que se arrogan un lugar de servicio en la asamblea! Observen aquí que no se dice que sea un borracho, sino que come y bebe con aquellos que lo son. Se alía con el mundo y sigue sus costumbres. Este es, además, el aspecto general que el reino asumirá en aquel día, aunque el corazón del siervo malo sea perverso. El Esposo ciertamente esperaría; y las consecuencias que se podían esperar del corazón del hombre no tardarán en realizarse. Pero el efecto, encontramos luego, es hacer manifiestos a aquellos que poseían [69] realmente la gracia de Cristo y a aquellos que no la poseían.

 

[69] ¡Qué solemne testimonio dado aquí del efecto de la pérdida, por parte de la Iglesia, de la expectativa constante del regreso del Señor! Lo que provoca que la Iglesia profesante se someta a opresión jerárquica y a mundanalidad, como para ser cortados al fin como hipócritas, es que diga en el corazón: "mi señor tarda en venir", abandonando la esperanza constante. Esta ha sido la fuente de la ruina. La verdadera posición cristiana se perdió tan pronto ellos empezaron a posponer la venida del Señor; y son tratados, tomen nota, aunque en ese estado, como el siervo responsable.

 

Capítulo 25

 

Las diez vírgenes: responsabilidad individual

durante la ausencia de Cristo

 

Los profesantes, durante la ausencia del Señor, son presentados aquí como vírgenes que salieron a encontrar al Esposo y a iluminarle el camino a casa. En este pasaje, Él no es el Esposo de la Iglesia. Nadie más sale a Su encuentro, en ocasión de Su boda con la Iglesia en el cielo. La Esposa no aparece en esta parábola. Si hubiera sido introducida, habría sido Jerusalén en la tierra. La asamblea no es vista en estos capítulos como tal.

Aquí se trata de la responsabilidad personal [70] durante la ausencia de Cristo. Aquello que caracterizaba a los fieles en este período, era que ellos salían del mundo, del Judaísmo, de todos sitios, incluso de la religión relacionada con el mundo, para ir y encontrar al Señor que venía. El remanente Judío, al contrario, le espera en el lugar donde están. Si esta expectación fuese real, la característica de alguien gobernado por ella sería el pensamiento de aquello que era necesario para Aquel que venía - la luz, el aceite. De otra manera, ser compañeros, mientras tanto, de los profesantes, y llevar lámparas con ellos, satisfaría el corazón. No obstante, todas tomaron una posición: salen fuera, dejan la casa para salir al encuentro del Esposo. Él se tarda. Esto también ha tenido lugar. Todas se duermen. Toda la Iglesia profesante ha perdido el pensamiento del regreso del Señor - incluso los fieles que tienen el Espíritu. Estos también deben haber entrado de nuevo para dormirse tranquilamente en algún lugar de descanso para la carne. Pero a medianoche, inesperadamente, surge el clamor: "¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle." ¡Es lamentable! necesitaban el mismo llamado del principio. Nuevamente debían salir a recibirle. Las vírgenes se levantan y arreglan sus lámparas. Hay tiempo suficiente entre el clamor de medianoche y la llegada del Esposo para probar la condición de cada una. Había algunas que no tenían aceite en sus lámparas. Sus lámparas se estaban apagando [71]. Las prudentes tenían aceite. Era imposible para ellas compartirlo con las demás. Solamente aquellas que lo poseían entraron con el Esposo para participar de la boda. Él rehusó reconocer a las otras. ¿Qué tenían que hacer ellas allí? Las vírgenes tenían que dar luz con sus lámparas. No lo habían hecho. ¿Por qué tendrían que compartir la fiesta? Habían fracasado en cumplir lo que les daba este lugar. ¿Qué derecho tenían de estar en la fiesta? Las vírgenes de la fiesta eran vírgenes que acompañaban al Esposo. Estas no lo habían hecho así. No fueron admitidas. Pero incluso las fieles habían olvidado la venida de Cristo. Se durmieron. Pero al menos, poseían lo esencial concerniente a ello. La gracia del Esposo hace que surja el clamor que proclama Su llegada. Éste las despierta: tienen aceite en sus vasos; y la tardanza, que hace que las lámparas de las imprudentes se apaguen, da tiempo a las fieles para estar preparadas y hallarse en su lugar; y, por olvidadizas que hayan sido ellas, entran con el Esposo a las bodas. [72]

 

[70] El siervo en el capítulo 24 nos habla de la responsabilidad colectiva.

 

[71] La palabra significa, más bien, 'antorchas'. Con ellas tenían, o debían tener, aceite en recipientes para alimentar la llama.

 

[72] Y tomen nota que aquí, el despertar es por el clamor; éste las despierta a todas. Hay bastante como para levantar a todos los profesantes a la necesaria actividad; pero el efecto de esto es ponerlos a prueba, y separarlos. No era el tiempo de dar aceite o suministrar gracia a aquellos que ya eran profesantes; la conversión no es el tema de la parábola. El asunto de obtener aceite, no lo dudo, es solamente mostrar que no era el momento de obtenerlo.

 

Fidelidad individual para con un Maestro ausente;

los tres siervos

 

Pasamos ahora del estado del alma al servicio.

Porque verdaderamente (versículo 14) se trata de un hombre que se había ido lejos de su casa - pues el Señor habitaba en Israel - y quien entrega sus bienes a sus propios siervos, y luego se va. Aquí tenemos los principios que caracterizan a los siervos fieles, o lo contrario. No es ahora la expectación individual, y la posesión del aceite, requisito para un lugar en el glorioso séquito del Señor; tampoco es la posición pública y general de aquellos que estaban en el servicio del Maestro, caracterizada como una posición y un todo, y por lo tanto, representados por un único siervo; se trata de fidelidad individual en el servicio, como antes en la espera del Esposo. El Maestro a Su regreso arreglará cuentas con cada uno. Ahora bien, ¿cuál era la posición de ellos? ¿Cuál era el principio que produciría fidelidad? Observemos, antes de nada, que no se da a entender que se trata de dones providenciales, ni de posesiones terrenales. Estos no son los "bienes" que Jesús encomendó a Sus siervos cuando se marchó. Estos eran dones que les capacitaban para trabajar a Su servicio mientras Él estaba  ausente. El Maestro era soberano y sabio. Él daba distintamente a cada uno, y a cada cual de acuerdo a su capacidad. Cada uno estaba capacitado para el servicio en el que era empleado, y los dones necesarios para su cumplimiento fueron entregados a ellos. La fidelidad para realizarlo era la única cosa en cuestión. Aquello que distinguía a los fieles de los infieles, era la confianza en su Maestro. Ellos tenían suficiente confianza en Su bien conocido carácter, en Su bondad, Su amor, en trabajar sin ser autorizados de ningún otro modo que no fuera por su conocimiento de Su carácter personal, y por la inteligencia que esa confianza y ese conocimiento producían. ¿Para qué darles cantidades de dinero, sino para que negociaran con ellas? ¿Había fracasado en Su sabiduría cuando Él entregó estos dones? La consagración que fluía del conocimiento de su Maestro, contaba con el amor de Aquel a quien conocía. Ellos trabajaron, y fueron recompensados. Este es el verdadero carácter, y la fuente, del servicio en la Iglesia. Esto era lo que le faltaba al tercer siervo. No conocía a Su Maestro - no confiaba en Él. Ni siquiera pudo hacer lo que era consistente con sus propios pensamientos. Él esperaba alguna autorización que le brindaría seguridad contra el carácter que su corazón atribuía falsamente a su Maestro. Aquellos que conocían el carácter de su Maestro, entraron en Su gozo.

 

La diferencia entre esta parábola y la de Lucas 19

 

Hay esta diferencia entre la parábola aquí y la de Lucas 19, y es que en esta última cada hombre recibe una mina; su responsabilidad es lo único que interesa. Y, por consiguiente, aquel que ganó diez minas es puesto sobre diez ciudades. Aquí están involucradas la soberanía y la sabiduría de Dios, y el que trabaja es guiado por el conocimiento que él tiene de su Maestro; y los consejos de Dios en gracia se cumplen. Aquel que tiene más, recibe aún más. Al mismo tiempo, la recompensa es más general. Aquel que ha ganado dos talentos, y el que ha ganado cinco, entran de igual modo en el gozo del Señor al cual habían servido. Le habían conocido en Su verdadero carácter, y entran en Su gozo pleno. ¡El Señor nos lo otorga!

 

La parábola de las diez vírgenes limitada a

la porción celestial del reino

 

Hay mucho más que esto en la segunda parábola - la de las vírgenes. Se refiere más directa y exclusivamente al carácter celestial de los Cristianos. No se trata de la asamblea, propiamente llamada, como un cuerpo; sino que los fieles salieron a encontrar al Esposo que volvía para las bodas. Al tiempo de Su regreso para ejecutar juicio, el reino de los cielos asumirá el carácter de personas salidas del mundo, y todavía más del Judaísmo - de todo aquello que, en lo que respecta a la religión, pertenece a la carne - de toda forma mundana establecida - para tener que ver solamente con la venida del Señor, y salir a encontrarle. Este era el verdadero carácter de los fieles desde el principio, teniendo parte en el reino de los cielos, si hubieran comprendido la posición en la que fueron colocados por el rechazo del Señor. Las vírgenes, es cierto, habían entrado de nuevo; y esto falseó su carácter; pero el clamor de medianoche las devolvió de nuevo a su verdadero lugar. En la primera parábola, y en la de Lucas, el asunto tratado es Su regreso a la tierra, y el galardón individual - los resultados, en el reino, de su conducta durante la ausencia del Rey [73]. El servicio y sus resultados no son el tema en la parábola de las vírgenes. Aquellas que no tenían aceite, no entran en absoluto. Esto es suficiente. Las otras tienen la bendición en común; ellas entran con el Esposo a la boda. No se trata de galardón particular, ni de diferencia de conducta entre ellas. Era la expectación del corazón, aunque la gracia tuvo que hacer que la volvieran a sentir. Cualquiera que hubiera sido el lugar de servicio, la recompensa era segura. Esta parábola se aplica y se limita a la porción celestial del reino como tal. Es una semejanza del reino de los cielos.

 

[73] En la parábola de los talentos en Mateo, tenemos, en realidad, el gobierno sobre muchas cosas, el reino, pero se hace más patente mediante la expresión, "entra en el gozo de tu señor"; y se otorga la bendición sobre todos los que fueron igualmente fieles en el servicio, fuesen estos grandes o pequeños.

 

La tardanza del Maestro

 

Podemos observar aquí también, que la tardanza del Maestro se observa del mismo modo en la tercera parábola - "después de mucho tiempo" (Mateo 25:19). La fidelidad y constancia de ellos fueron puestas así a prueba. Que el Señor permita que seamos hallados fieles y consagrados, ahora al final de los tiempos, para que pueda decirnos: '¡Buenos siervos y fieles!'. Es digno de observar que en estas parábolas, aquellos que están en el servicio, o que aparecen primero, son los que se encuentran al final. El Señor no extendería la suposición de la tardanza más allá de, "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado." [74]

 

[74] De igual manera en las iglesias en el libro del Apocalipsis, Él toma iglesias existentes, aunque no dudo que es una historia completa de la Iglesia.

 

El lloro y el crujir de dientes son la porción de aquel que no ha conocido a su Maestro, del que le ha ultrajado con los pensamientos que tenía acerca de Su carácter.

 

El juicio de los vivos en la tierra; los cuatro grupos diferentes

 

En el versículo 31 se reanuda la historia profética conectándose con el versículo 31 del capítulo 24. Allí veíamos al Hijo del Hombre aparecer como un relámpago, y después juntando al remanente de Israel desde los cuatro extremos de la tierra. Pero esto no es todo. Si Él aparece así de una manera tan repentina como inesperada, Él también establece Su trono de juicio y gloria en la tierra. Si Él destruye a Sus enemigos a quienes encuentra en rebeldía contra Él, se sienta igualmente sobre Su trono para juzgar a todas las naciones. Este es el juicio de los vivos en la tierra. Cuatro grupos diferentes son hallados juntamente: el Señor, el Hijo del Hombre mismo - los hermanos - las ovejas - y los cabritos. Yo creo que aquí los hermanos son Judíos, Sus discípulos como Judíos, a quienes utilizó como Sus mensajeros para predicar el reino durante Su ausencia. El Evangelio del reino tenía que ser predicado como un testimonio a todas las naciones; y luego vendría el fin del siglo. En el momento del que se habla aquí, esto se había hecho ya. El resultado se manifestaría ante el trono del Hijo del Hombre en la tierra.

Él llama a estos mensajeros, por tanto, Sus hermanos. Les había dicho que serían maltratados; y así lo fueron. Con todo, hubo algunos quienes recibieron su testimonio.

 

El afecto del Rey para con Sus fieles siervos

y el valor de ellos

 

Ahora bien, tal era Su afecto por Sus siervos fieles, y de tal modo los valoraba, que Él juzgó a aquellos a quienes se había enviado el testimonio, según la manera en que ellos recibieron a estos mensajeros, ya fuera bien o mal, como si lo hubieran hecho con Él mismo. ¡Qué estímulo para Sus testigos durante ese tiempo de angustia, en que la fe de ellos estaría en servicio mientras eran probados! Al mismo tiempo, moralmente, era justicia hacia aquellos que fueron juzgados; pues habían rechazado el testimonio sin importarles quiénes lo rendían. Tenemos también el resultado de su conducta, tanto del uno como del otro. Es el Rey - pues este es el carácter que Cristo ha tomado ahora en la tierra - quien pronuncia el juicio; y Él llama a las ovejas (aquellos que habían recibido a los mensajeros y se habían compadecido de ellos en sus aflicciones y persecuciones) para que heredasen el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo; pues tal había sido el propósito de Dios con respecto a esta tierra. Él siempre tuvo a la vista el reino. Ellos eran los benditos de Su Padre (del Padre del Rey). No se trataba de hijos que entendían su propia relación con su Padre; sino que eran los receptores de la bendición del Padre del Rey de este mundo. Además, tenían que entrar a la vida eterna; pues tal era el poder, por medio de la gracia, de la palabra que habían recibido en su corazón. Poseyendo la vida eterna, serían bendecidos en un mundo igualmente bendecido.

Aquellos que habían despreciado el testimonio, y a los que lo rendían, habían despreciado al Rey que los envió; y debían ir al castigo eterno.

 

El efecto del regreso de Cristo

 

Así, el efecto total de la venida de Cristo con respecto al reino y a Sus mensajeros durante Su ausencia, queda manifestado: con respecto a los Judíos, hasta el versículo 31 del capítulo 24; con respecto a Su siervos durante Su ausencia, hasta el final del versículo 30 del capítulo 25, incluyendo el reino de los cielos en su condición actual, y las recompensas celestiales que serán dadas; y después, desde el versículo 31 al final de capítulo 25, con respecto a las naciones que serán bendecidas en la tierra a Su regreso.

 

Capítulo 26

 

El anuncio del Señor de Su traición y muerte;

los consejos de Dios y Su sumisión

 

El Señor había terminado Sus discursos. Él se prepara (capítulo 26) para sufrir, y para dar Su último y conmovedor adiós a Sus discípulos, a la mesa de Su última pascua en la tierra, en la cual Él instituyó el simple y precioso memorial que evoca Sus sufrimientos y Su amor con un interés tan profundo. Esta parte de nuestro Evangelio no requiere mucha explicación, pero no porque sea de menos interés, sino porque necesita ser sentido en lugar de ser explicado.

¡Con qué sencillez el Señor anuncia lo iba a suceder! (vers. 2). Él había llegado ya a Betania, seis días antes de la Pascua (Juan 12:1): Él permaneció allí, a excepción de la última cena, hasta que fue tomado prisionero en el jardín de Getsemaní, aunque visitó Jerusalén y participó de Su última comida allí.

Hemos examinado ya los discursos pronunciados durante aquellos seis días, así como Sus acciones, tales como la purificación del templo. Aquello que precede a este capítulo 26, o bien es la manifestación de Sus derechos como Emanuel, Rey de Israel, o es el juicio del gran Rey con respecto al pueblo - un juicio expresado en discursos frente a los cuales el pueblo no tenía respuesta; o, finalmente, la condición de Sus discípulos durante Su ausencia. Tenemos ahora Su sujeción a los sufrimientos que le fueron establecidos, al juicio que estaba a punto de ser ejecutado sobre Él; pero que era, en verdad, sólo la consumación de los consejos de Dios Su Padre, y de la obra de Su mismo amor.

 

Los inicuos consejos del hombre cumpliendo

los maravillosos consejos de Dios

 

La escena del temible pecado del hombre en la crucifixión de Jesús, se despliega ante nuestros ojos. Pero el Señor mismo (cap. 26:1) la anuncia de antemano, con toda la serenidad de Aquel que había venido para este propósito. Antes de que las consultas de los principales sacerdotes tuviesen lugar, Jesús habla de ella como un asunto ya zanjado: "Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado."

Luego (versículo 3), los sacerdotes, los escribas y los ancianos se reúnen para concertar sus planes a fin de echar mano sobre Su Persona, y deshacerse de Él.

En una palabra, en primer lugar, los maravillosos consejos de Dios, y la sumisión de Jesús, conforme a Su conocimiento de esos consejos y de las circunstancias que iban a darles cumplimiento; y, luego, los consejos inicuos del hombre, que no hacen sino cumplir aquellos de Dios. Su premeditado arreglo de no prenderle en la fiesta por temor del pueblo (cap. 26:25) no era de Dios, y fracasa: Él tenía que sufrir en la fiesta.

 

Judas en manos de Satanás por intención divina

 

Judas no fue sino el instrumento de la malicia de ellos en manos de Satanás; quien, después de todo, no hizo más que preparar estas cosas conforme a la intención divina. Desearon, pero en vano, evitar prenderle durante la fiesta, por temor de la multitud, que tal vez intercedería por Jesús si Él apelaba a ellos. Ellos lo habían hecho así en Su entrada en Jerusalén. Supusieron que Jesús lo haría, pues la iniquidad siempre cuenta con encontrar sus propios principios en los demás. Esta es la razón por la cual la iniquidad fracasa tan frecuentemente en engañar al justo - ellos son simples y naturales. Aquí se trataba de la voluntad de Dios que Jesús tuviese que sufrir en la fiesta. Pero Él había preparado un clemente alivio para el corazón de Jesús - más un bálsamo para Su corazón que para Su cuerpo - una circunstancia que emplea el enemigo para llevar a Judas al extremo y a asociarse con los principales sacerdotes.

 

En Betania por última vez; la estimación de María

de la preciosidad del Señor es aceptada

 

Betania (ligada en la memoria a los últimos momentos de paz y tranquilidad en la vida del Salvador, el lugar donde moraban Marta y María, y Lázaro, el muerto resucitado) -Betania [75] recibe a Jesús por última vez: el  bienaventurado y fugaz retiro de un corazón que, siempre dispuesto a derramarse en amor, siempre fue angustiado en un mundo de pecado, que no podía ni sabía corresponderle; con todo, un corazón que nos ha dado, en Sus relaciones con esta amada familia, el ejemplo de un afecto perfecto, y humano, que hallaba dulzura en ser respondido y apreciado. La proximidad de la cruz, donde Él tendría que poner Su rostro como un pedernal, no privó a este corazón del gozo o de la dulzura de esta comunión, al tiempo que la volvía solemne y afectuosa. Al hacer la obra de Dios, Él no cesó de ser Hombre. En todo condescendió para ser nuestro. No podía reconocer ya a Jerusalén, y este santuario le cobijó por un momento de la ruda mano del hombre. Aquí Él pudo mostrar lo que siempre fue como hombre. Es correcto que la acción de alguien que, en cierto modo, podía apreciar lo que Él sentía [76] (cuyo afecto penetró instintivamente en la creciente enemistad contra el objeto que ella amaba y que fue hecha surgir por ello) y el acto que expresó el valor que su corazón daba a Su hermosura y gracia, hubiesen de ser contados en todo el mundo. Esto es una escena, un testimonio,  que acerca la sensibilidad del Señor a nosotros, que despierta un sentimiento en nuestros corazones que santifica, al vincularlos a Su Persona amada.

 

[75] No fue en casa de Marta que sucedió esta escena, sino en la de Simón el leproso: Marta servía y Lázaro se sentaba a la mesa. Esto hace que el acto inteligente de María sea más enteramente personal.

 

[76] No hallamos ningún ejemplo de que los discípulos entendieran alguna vez lo que Jesús les decía.

 

La vida diaria del Señor; Su estimación de

la devoción de María

 

Su vida diaria mantenía su alma en una tensión continua, en proporción a la fuerza de Su amor - una vida de consagración en medio del pecado y la miseria. Por un momento Él pudo, y reconocería (en presencia del poder del mal, que ahora se manifestaba, y del amor que se aferraba a Él, inclinándose ante el mismo, mediante el verdadero conocimiento de Él cultivado a las plantas de Sus pies) aquella devoción a Él mismo, hecha surgir por aquello ante lo que Su alma, con divina perfección, se inclinaba. Él podía decir una palabra inteligente, su verdadero significado, de aquello sobre lo cual, de manera silenciosa, obraba el afecto divino [77]. El lector hará bien en estudiar cuidadosamente esta escena de conmovedora condescendencia y derramamiento de corazón. Jesús, Emanuel, el Rey y Juez supremo, ha estado haciendo que todas las cosas fueran pasando ante Él en juicio (desde el cap. 21 hasta el final del 25). Había terminado aquello que tenía que decir. Su tarea aquí, en este sentido, estaba cumplida. Él toma ahora el lugar de Víctima; Él sólo tenía que sufrir, y se puede permitir libremente gozar las conmovedoras expresiones de afecto que fluyen de un corazón consagrado a Él. Él podía solamente probar la miel y seguir de largo; pero Él la saboreó y no rechazó un afecto que Su corazón pudo y supo apreciar.

 

[77] Cristo satisface el corazón de la pobre mujer en la ciudad en la que fue pecadora, expuso allí los pensamientos de Dios, y se los contó a ella. Satisface aquí el corazón de María, y justifica y satisface su afecto, y dio la estimación divina de lo que ella hizo. Él satisfizo el corazón de María Magdalena en el sepulcro, para quien el mundo era algo vacío si Él no se hallaba allí, y revela los pensamientos de Dios en sus formas más elevadas de bendición. Tal es el efecto de estar unidos a Cristo.

 

Profundo afecto por el Señor ocasionado

por la perfección de Jesús

 

Reitero, observen el efecto del profundo afecto para con el Señor. Este afecto respira necesariamente la atmósfera en que, en aquel momento, se hallaba el Señor. La mujer que le ungió no estaba informada de las circunstancias que estaban a punto de suceder, ni era ella una profetisa. Pero la proximidad de esa hora de tinieblas era sentida por una cuyo corazón estaba fijo en Jesús [78]. Las diferentes formas del mal se desarrollaban ante Él, manifestándose con sus colores verdaderos; y, bajo la influencia de un amo, Satanás, se amontonaban alrededor del único objeto contra quien valía la pena formar esta concentración de malicia, y quien sacó su verdadero carácter a la luz del día.

 

[78] La enemistad de los principales de Israel era conocida por los discípulos: "Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?" (Juan 11:8). Y después por Tomás - un testimonio de gracia al amor de aquel que después mostró su incredulidad acerca de la resurrección de Jesús - "Vamos también nosotros, para que muramos con él." (Juan 11:16). El corazón de María sintió, indudablemente, esta enemistad, y mientras esta crecía, su apego al Señor crecía con ella.

 

Pero la perfección de Jesús, que hizo ocasionó la enemistad, ocasionó el afecto en ella; y ella (por decirlo así) en el afecto reflejaba la perfección; y cuando esa perfección fue puesta en acción y sacada a la luz por la enemistad, igualmente lo hacía su afecto. Así, el corazón de Cristo no podía sino satisfacerlo. Jesús, a causa de esta enemistad, era aún más el objeto que ocupaba un corazón que, conducido indudablemente por Dios, se daba cuenta, instintivamente, de lo que sucedía. El tiempo del testimonio, e incluso el de la explicación de Su relación con todos los que le rodeaban, había finalizado. Su corazón era libre para gozar de los afectos buenos, verdaderos y espirituales, de los que Él era objeto; y los que, cualquiera que fuese su forma humana, mostraban tan claramente su origen divino, en que estaban unidos a ese objeto sobre el cual, en este momento solemne, se centraba toda la atención del cielo.

 

La omnisciencia del Señor

 

Jesús mismo era consciente de Su posición. Sus pensamientos estaban puestos en Su partida. Durante el ejercicio de Su poder, Él se oculta - Él se olvida de Sí mismo. Pero ahora, oprimido, rechazado, y como un cordero conducido al matadero, siente que es el justo objeto de los pensamientos de aquellos que le pertenecen, de todos los que tienen corazones que aprecien aquello que Dios aprecia. Su corazón está lleno de los sucesos venideros. Ver versículos 2, 10-13, 21.

 

El tacto de la devoción

 

Pero aún unas pocas palabras sobre la mujer que le ungió. El efecto de tener el corazón fijo afectuosamente en Jesús, se muestra en esta mujer de manera extraordinaria. Ocupada con Él, se muestra sensible ante Su situación. Ella siente lo que le afecta a Él, y esto hace que sus afectos actúen en conformidad a la devoción especial que inspira esa situación. Mientras el odio contra Él se levantaba hasta alcanzar carácter homicida, el espíritu de devoción a Él crece en ella en respuesta a ello. Consecuentemente, con el tacto de la devoción, ella hace precisamente lo que requería Su situación. La pobre mujer no era inteligentemente consciente de esto; con todo, ella hizo lo que era correcto. El valor que ella le daba a la Persona del Señor Jesús, tan infinitamente preciosa para ella, hizo que se percatara de aquello que pasaba por Su mente. A sus ojos, Cristo estaba investido de todo el interés de Sus circunstancias; y ella prodiga sobre Él aquello que expresaban sus afectos. Fruto de este sentimiento, su acción fue conforme a las circunstancias; y, aunque fue solamente el instinto de su corazón, Jesús le da a ello todo el valor que Su perfecta inteligencia podía atribuirle, incluyendo de inmediato los sentimientos de su corazón y los acontecimientos venideros.

 

El egoísmo, la insensibilidad y la traición de los demás

sacadas a la luz por la devoción de María

 

Pero este testimonio de afecto y devoción a Cristo saca a la luz el egoísmo, la insensibilidad, de los demás. Ellos culpan a la pobre mujer. ¡Triste prueba (por no hablar de Judas [79]) de cuán pocos afectos apropiados despierta necesariamente en nuestros corazones, el conocimiento de aquello que concierne a Jesús! Después de esto, Judas sale y acuerda, con los desdichados sacerdotes, entregarles a Jesús por el precio de un esclavo.

 

[79] El corazón de Judas fue la fuente de este mal, pero los otros discípulos, no ocupándose de Cristo, caen en la trampa.

 

El Señor continua Su carrera de amor; y como Él había aceptado el testimonio afectuoso de la pobre mujer, así Él otorga  ahora a Sus discípulos uno de infinito valor para nuestras almas. El versículo 16 concluye el asunto del cual hemos estado hablando: el conocimiento de Cristo, según Dios, el conocimiento de aquello que le aguardaba; la conspiración de los sacerdotes; el afecto de la pobre mujer, aceptado por el Señor; la egoísta insensibilidad de los discípulos; la traición de Judas.

 

El memorial de la verdadera Pascua; un Salvador muerto;

un orden de cosas enteramente nuevo

 

El Señor instituye ahora el memorial de la verdadera pascua. Envía a los discípulos a hacer los preparativos para la celebración de la fiesta en Jerusalén. Él señala a Judas como aquel que le entregaría a los Judíos. Se observará que no fue solamente Su conocimiento acerca de aquel que le traicionaría, lo que el Señor expresa aquí - Él sabía eso cuando le llamó; sino que Él dice, "uno de vosotros me va a entregar." Era eso lo que conmovía Su corazón: Él deseaba también que eso conmoviera el corazón de los demás.

Luego, Él señala que es un Salvador muerto el que ha de ser recordado. Ya no es un asunto del Mesías vivo: todo eso había terminado. No era ya el recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Cristo, y Cristo muerto, comenzó un orden de cosas enteramente nuevo. Ellos tenían que pensar ahora en Él - en Él, muerto en la tierra. Él dirige, entonces, la atención de ellos a la sangre del nuevo pacto, añadiendo aquello que alcanza a otros aparte de los Judíos, sin nombrarlos - "por muchos es derramada." Además, esta sangre no es, como en el Sinaí, solamente para confirmar el pacto, por la fidelidad por la que ellos eran responsables; fue derramada para remisión de los pecados. De modo que la cena del Señor presenta el recuerdo del Jesús muerto, quien, al morir, ha roto con el pasado; puso el fundamento del nuevo pacto; obtuvo la remisión de los pecados; y abrió la puerta a los Gentiles. Es sólo en Su muerte que la cena nos lo presenta a nosotros. Su sangre está aparte de Su cuerpo: Él está muerto. No es Cristo viviendo en la tierra, ni Cristo glorificado en el cielo. Él está separado de Su pueblo, por lo que respecta a sus goces en la tierra; pero ellos tenían que esperarle como el compañero de la felicidad que Él ha asegurado para ellos - pues Él condesciende a serlo - en tiempos mejores: "No  beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día que la beba nuevo [80] con vosotros en el reino de mi Padre." Pero una vez rotos estos vínculos, ¿quién, sino Jesús, podía soportar el conflicto? Todos le abandonarían. Los testimonios de la Palabra debían cumplirse. Estaba escrito: "Heriré al pastor, y las ovejas del rebaño serán dispersadas." (Mateo 26:31).

 

[80] "Nuevo" (gr.: kainós) no significa nuevamente, sino de una forma completamente nueva.

 

La promesa de un Salvador resucitado en Galilea

 

No obstante, Él iría, para renovar Sus relaciones, como un Salvador resucitado, con estos pobres del rebaño, hasta el mismo lugar donde ya se había identificado con ellos durante Su vida. Él iría delante de ellos a Galilea. Esta promesa es muy notable, porque el Señor reanuda, bajo una forma nueva, Su relación Judía con ellos y con el reino. Podemos observar aquí que, así como Él había juzgado a todas las clases (hasta el final del cap. 25), Él exhibe ahora el carácter de Su relación con todos aquellos entre quienes Él mantenía alguna. Ya se trate de la mujer, o de Judas, o de los discípulos, cada uno toma su lugar en relación con el Señor. Esto es todo lo que hallamos aquí. Si Pedro tenía la energía natural suficiente como para ir un poco más allá, sería sólo para una caída más profunda en el lugar donde sólo el Señor sabía permanecer en pie.

 

En Getsemaní en súplica con Su Padre;

la anticipación de la copa de sufrimiento

 

Él se aísla ahora para presentar, suplicando a Su Padre, los sufrimientos que le esperaban.

Pero al tiempo que se aísla para orar, Él toma a tres de Sus discípulos para que en aquella hora solemne puedan velar con Él. Eran los mismos tres que estuvieron con Él durante la transfiguración. Tenían que ver Su gloria en el reino, y Sus sufrimientos. Él se va un poco adelante de ellos. En cuanto a los discípulos, ellos se duermen, tal como lo hicieron en el monte de la transfiguración. La escena aquí está descrita en Hebreos 5:7. Jesús no estaba bebiendo aún la copa, pero ella estaba ante Sus ojos. En la cruz sí la bebió, fue hecho pecado por nosotros, Su alma sintiéndose desamparada por Él. Aquí se trata del poder de Satanás, utilizando la muerte como un terror con el cual poder vencerle. Pero la consideración de este asunto tendrá su lugar más apropiado cuando lleguemos al Evangelio de Lucas.

 

Sumisión completa

 

Vemos aquí Su alma bajo el peso de la muerte - por anticipación - como Él solo podía conocerlo, y esta no había perdido aún su aguijón. Nosotros sabemos quién tiene el poder de la muerte, y la muerte todavía tenía todo el carácter de la paga del pecado, y la maldición, del juicio de Dios. Pero Él vela y ora. Como hombre, sometido por Su amor a esta acometida, en presencia de la más poderosa tentación a la cual Él había sido expuesto, por una parte Él vela; y por otra, Él presenta Su angustia a Su Padre. Su comunión no fue interrumpida aquí, por muy grande que hubiese sido Su angustia. Esta angustia sólo le acerca más, con toda sumisión y confianza, a Su Padre. Pero si teníamos que ser salvos, si Dios tenía que ser glorificado en Aquel que se había hecho cargo de nuestra causa, la copa no debía pasar de Él. Su sumisión es completa.

 

Se hace recordar a Pedro la falsa confianza

 

Él dulcemente recuerda a Pedro su falsa confianza [81], haciéndole consciente de su debilidad. Pero Pedro tenía demasiada confianza en sí mismo como para sacar provecho de ello. Se despierta de su sueño, pero su confianza en sí mismo no es sacudida. Fue necesaria una experiencia más triste para su curación.

 

[81] Es maravilloso ver al Señor en la plena agonía de la copa anticipada, aun solamente presentándola  a Su Padre, no bebiéndola; no obstante, volviéndose a los discípulos y hablándoles en gracia serena, como si estuvieran en Galilea, y regresando Él mismo al terrible conflicto de espíritu exactamente por aquello que estaba ante Su alma. En Mateo, Él es víctima, agrego, y todo agravio, sin circunstancia que lo alivie, es lo que Su alma halla aquí.

 

La copa tomada de manos del Padre

 

Por tanto, el Señor toma la copa, pero Él la toma de manos de Su Padre. Fue Su voluntad que Él la bebiera. Entregándose así por completo a Su Padre, no es de manos de Sus enemigos, ni de Satanás (aunque ellos fueran los instrumentos) que Él la toma. De acuerdo a la perfección con la que Él se había sometido a la voluntad de Dios en este asunto, encomendando todo a Él, es solamente de Su mano que Él la recibe. Es la voluntad del Padre. Así nosotros escapamos de segundos motivos y de las tentaciones del enemigo, buscando solamente la voluntad de Dios que dirige todas las cosas. Es de Él que recibimos la aflicción y la prueba, cuando estas vienen.

 

La traición; sometimiento a la maldad del hombre,

el poder de las tinieblas y el juicio de Dios del pecado;

en manos de los Judíos

 

Los discípulos no necesitan velar más: ha llegado la hora [82]. Él tenía que ser entregado en manos de los hombres. Esto ya era decir mucho. Judas le señaló con un beso. Jesús sale a encontrar la multitud, reprendiendo a Pedro por buscar resistir con armas carnales. Si Cristo hubiera deseado escapar, Él podía haber pedido doce legiones de ángeles, y los habría tenido; pero todas las cosas tenían que cumplirse [83]. Era la hora de Su sometimiento a los efectos de la maldad del hombre y del poder de las tinieblas, y al juicio de Dios contra el pecado. Él es el Cordero que va al matadero. Luego, todos los discípulos le abandonan. Él se entrega, reconviniendo a la multitud que se acercaba lo que estaba haciendo. Si nadie puede probar que es culpable, Él no negará la verdad. Confiesa la gloria de Su Persona como Hijo de Dios, y declara a partir de entonces que ellos verían al Hijo del Hombre, no ya en la humildad de Aquel que no quebraría la caña cascada, sino viniendo en las nubes del cielo y sentándose a la diestra del poder. Habiendo dado este testimonio, es condenado por causa de lo que dijo de Sí mismo - por la confesión de la verdad. Los testigos falsos no tuvieron éxito. Los sacerdotes y los principales de Israel eran culpables de Su muerte, en virtud de su propio rechazo del testimonio que Él rindió a la verdad. Él era la Verdad; ellos estaban bajo el poder del padre de mentira. Rechazaron al Mesías, al Salvador de Su pueblo. No vendría más a ellos, excepto como Juez.

 

[82] Me propongo hablar de los sufrimientos del Señor cuando estudiemos el Evangelio de Lucas, en donde son descritos con más detalle; ya que es como Hijo del Hombre que Él es allí especialmente presentado.

 

[83] Observen aquí el lugar que el Señor da a las Escrituras en un momento tan crucial y solemne: "que así se haga", puesto que fue allí (vers. 54). Ellas son la Palabra de Dios.

 

Jesús como la víctima

 

Le insultan y le denigran. Cada uno ¡es lamentable! ocupa, como hemos visto, su propio lugar - Jesús, el de Víctima; los demás, el lugar de traición, de abandono, de negación del Señor. ¡Qué escena! ¡Qué  momento solemne! ¿Quién podía permanecer en ella? Cristo solo podía pasar por ese momento con constancia. Y pasó por este momento como una víctima. Como tal, debía ser desnudado de todo (Mateo 27:28), y ello en presencia de Dios. Todo lo demás desapareció, salvo el pecado que condujo a esto; y, según la gracia, eso también antes de la poderosa eficacia de este acto. Pedro, confiado en sí mismo, dudando, reconocido, respondiendo falsamente, jurando, niega a su Maestro; y, dolorosamente convencido de la absoluta impotencia del hombre contra el enemigo de su alma y contra el pecado, sale y llora amargamente; lágrimas, que no pueden borrar su culpa, pero que, demostrando la existencia, a través de la gracia, de un corazón recto, testifican de la impotencia que la rectitud de corazón no puede remediar. [84]

 

[84] Pienso que se podrá ver, al comparar los Evangelios, que el Señor fue interrogado en casa de Caifás en el transcurso de la noche, cuando Pedro le niega, y que se reunieron formalmente de nuevo por la mañana, y, al interrogar al bendito Señor, recibieron de Él la confesión por la que le condujeron a Pilato. Durante la noche se trató solamente de líderes activos. Por la mañana hubo una reunión formal del Sanedrín.

 

Capítulo 27

 

Entregado a los Gentiles;

la maldad de Satanás y la maldad del hombre exhibidas

 

Después de esto, los desdichados sacerdotes y principales del pueblo entregan su Mesías a los Gentiles, tal como Él había contado a Sus discípulos. Judas, desesperado bajo el poder de Satanás, se ahorca, tras haber arrojado la recompensa de su iniquidad a los pies de los principales sacerdotes y ancianos. Satanás fue obligado a testificar, incluso a través de una conciencia que él traicionó, de la inocencia del Señor. ¡Qué escena! Luego, los sacerdotes que no habían tenido escrúpulos al comprar Su sangre a Judas, dudan en poner el dinero en el tesoro del templo, pues era precio de sangre. En presencia de lo que estaba sucediendo, el hombre fue obligado a mostrarse tal como era, y el poder de Satanás sobre él. Después de consultar, ellos compran un campo para sepultura de los extranjeros. A ojos de ellos, estos eran lo suficientemente profanos como para esto, con tal que ellos mismos no se contaminaran con tal clase de dinero. Con todo, era el tiempo de la gracia de Dios para el extranjero, y del juicio sobre Israel. Además, establecieron, por medio de esto, un memorial perpetuo de su propio pecado y de la sangre que había sido derramada. Acéldama (Hechos 1:19) es todo lo que queda en este mundo de las circunstancias de este gran sacrificio. El mundo es un campo de sangre, pero habla de cosas mejores que la de Abel.

Sabemos que esta profecía (versículo 9) está en el libro de Zacarías. El nombre "Jeremías" puede haberse deslizado en el texto cuando no había nada más que la expresión "por el profeta"; o quizás podría ser porque Jeremías estaba primero en el orden prescrito por los Talmudistas para los libros de  profecía; por la misma razón, muy probablemente, ellos decían también: "Jeremías, o alguno de los profetas", como en el capítulo 16:14. Pero este no es el lugar para discutir este asunto.

 

El Rey de los Judíos ante Pilatos; la condenación de Pilatos

 

La parte de ellos en la escena Judía concluye. El Señor está en pie ante Pilato. Aquí la pregunta  no es si Él es Hijo de Dios, sino si Él es el Rey de los Judíos. Aunque Él era esto, con todo, fue sólo en el carácter de Hijo de Dios que permitiría que los Judíos le recibieran. Si le hubieran recibido como Hijo de Dios, Él habría sido su Rey. Pero eso no podría ser: Él debía cumplir la obra de expiación. Habiéndole rechazado como Hijo de Dios, los Judíos le niegan ahora como Rey de ellos. Pero los Gentiles también se hacen culpables en la persona de su jefe en Palestina, cuyo gobierno había sido puesto en sus manos. El jefe Gentil debería haber reinado en justicia. El representante de ellos en Judea, reconoce la malicia de los enemigos de Cristo; su conciencia, alarmada por el sueño que tuvo su esposa, intenta evadir la culpa de condenar a Jesús. Pero el verdadero príncipe de este mundo, en lo que respecta al ejercicio actual del dominio, era Satanás. Pilato, lavándose sus manos (fútil intento de exonerarse) entrega al inocente a la voluntad de Sus enemigos, diciendo, al mismo tiempo, que no halla delito en Él. Y les suelta a los Judíos a un hombre culpable de sedición y homicidio, en lugar del Príncipe de vida. Pero fue nuevamente sobre Su propia profesión, y solamente sobre ésa, que Él fue condenado, profesando lo mismo en el tribunal Gentil, tal como Él lo había hecho en el tribunal Judío, la verdad en cada uno, dando testimonio de la buena profesión concerniente a la verdad acerca de aquellos que tenía delante.

 

La elección de los Judíos de Barrabás;

un Salvador rechazado, la piedra de toque universal

 

Barrabás [85], la expresión del espíritu de Satanás, que era homicida desde el principio, y de la rebelión en contra de la autoridad que Pilato debía mantener allí - Barrabás era querido por los Judíos; y con él, la equivocada indolencia de su gobernante, quien fue impotente contra el mal, procuró satisfacer la voluntad del pueblo al cual debería haber gobernado. "Todo el pueblo" se hizo culpable de la sangre de Jesús en la solemne expresión, que sigue cumpliéndose hasta este día, hasta que la gracia soberana, según el propósito de Dios, la quite - solemne pero terrible palabra, "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos." ¡Triste y horrible ignorancia que la propia voluntad ha traído sobre un pueblo que rechazó la luz! ¡Es lamentable! de qué manera, digo nuevamente, cada cual ocupa su lugar en presencia de esta piedra de toque - un Salvador rechazado. La compañía de los Gentiles, los soldados, ocupan su lugar burlándose, con la brutalidad habitual en ellos como paganos y verdugos, así como lo  harán los Gentiles en gozosa adoración cuando Aquel de quien ellos se burlaron será verdaderamente el Rey de los Judíos en gloria. Jesús soporta todo. Era la hora de Su sometimiento al pleno poder del mal: la paciencia debe tener su obra perfecta, a fin de que Su obediencia pudiera ser completa en todos los aspectos. Él soportó todo sin socorro, en lugar de fracasar en la obediencia a Su Padre. ¡Qué diferencia entre esto y la conducta del primer Adán rodeado de bendiciones!

 

[85] Es extraño decirlo, pero este nombre significa hijo de Abba (Abba = padre), como si Satanás se burlara de ellos con el nombre.

 

La crucifixión; el abismo de Sus sufrimientos

 

Cada cual debe ser siervo del pecado, o de la tiranía de la iniquidad en esta hora solemne, en la cual todo es sometido a prueba. Obligan a uno llamado Simón - conocido después, según parece, entre los discípulos - a llevar la cruz de Jesús; y el Señor es conducido al lugar de Su crucifixión. Él rehúsa allí aquello que podría haberle entorpecido. Él no evitará la copa que tenía que beber, ni se privará de Sus facultades a fin de permanecer insensible a lo que era la voluntad de Dios en cuanto a lo que Él debía sufrir. Las profecías de los Salmos se cumplen en Su Persona, por medio de aquellos que poco pensaban en lo que estaban haciendo. Al mismo tiempo, los Judíos tuvieron éxito en llegar al último grado de vileza. Su Rey fue colgado. Tienen que soportar la vergüenza a pesar de ellos. ¿De quién era la culpa? Pero, endurecidos e insensibles, comparten con un malhechor la miserable satisfacción de insultar al Hijo de Dios, su Rey, el Mesías, para su propia ruina, y citan (cuán ciega es la incredulidad) de sus propias escrituras, como expresión de lo que pensaban, aquello que en ellos fue puesto en boca de los enemigos incrédulos de Jehová. Jesús lo sintió todo; pero la angustia de Su prueba, donde, después de todo, Él era un testimonio fiel y sosegado, y el abismo de Sus sufrimientos, contenían algo mucho más terrible que toda esta malicia o abandono del hombre. Indudablemente, "los ríos alzaron su sonido."(Salmo 93:3) [86]. Una tras otra, las olas de la impiedad arremetieron contra Él; pero las profundidades que le aguardaban debajo, ¿quién podía sondearlas? Sólo Su corazón, Su alma - el vaso de un amor divino - podía sumergirse más profundo que el fondo de aquel abismo que el pecado había abierto para el hombre, para llevar a lo alto a aquellos que permanecían allí, después de haber soportado Él sus dolores en Su propia alma. Un corazón que había sido siempre fiel, fue abandonado por Dios. Allí donde el pecado llevó al hombre, allí el amor llevó al Señor, pero con una naturaleza y una percepción en las que no existían distancias ni separaciones, de modo que pudiera sentirse el pecado en toda su plenitud. Nadie sino Él, que estaba en ese lugar, podía sondearlo o sentirlo.

 

[86] En Mateo encontramos, reunidos a propósito, la deshonra hecha al Señor y los insultos que se le hicieron, y en Marcos, el abandono de Dios.

 

Abandonado por Dios; glorificando a Dios

 

Es, también, un espectáculo maravilloso ver al único hombre justo en el mundo exclamar al final de Su vida que fue abandonado por Dios. Pero fue así como Él glorificó a Dios como nadie podía haberlo hecho  nunca, y donde nadie sino Él pudo haberlo hecho - hecho pecado, en presencia de Dios como tal, sin ningún velo que ocultara, ni misericordia que lo cubriera o lo soportara.

Los padres, llenos de fe, habían experimentado, en su angustia, la fidelidad de Dios, quien respondió la expectativa de sus corazones. Pero Jesús (en cuanto a la condición de Su alma en aquel momento) clamó en vano. "Gusano, y no hombre" (Salmo 22:6) ante la vista de todos, tuvo que soportar el abandono del Dios en quien Él confiaba.

Al estar los pensamientos de ellos lejos de los Suyos, aquellos que le rodearon ni siquiera entendieron Sus palabras, pero ellos cumplieron las profecías por medio de su ignorancia. Jesús, dando testimonio por la intensidad de Su voz que no era el peso de la muerte lo que le oprimía, entregó el espíritu.

 

La eficacia de la muerte de Cristo; el velo rasgado

 

Este Evangelio nos presenta la eficacia de Su muerte en un doble aspecto. En primer lugar, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Dios, quien había estado siempre oculto detrás del velo, se descubre completamente por medio de la muerte de Jesús. La entrada en el lugar santo se hace evidente - un camino nuevo y vivo que Dios ha abierto para nosotros a través del velo. Todo el sistema Judío, las relaciones del hombre con Dios bajo sus modos, su sacerdocio, todo se derrumbó al rasgarse el velo. Cada uno se halló, pues, ante la presencia de Dios sin ningún velo de por medio. Los sacerdotes tenían que estar siempre en Su presencia. Pero, por este mismo hecho, el pecado, que habría hecho imposible para nosotros que estuviéramos allí, fue, para el creyente, quitado completamente delante de Dios. El Dios santo, y el creyente, limpiado de sus pecados, son reunidos por medio de la muerte de Cristo. ¡Qué amor fue aquel que cumplió con esto!

 

La resurrección; pecadores sin temor ante Dios

 

En segundo lugar, aparte de esto, fue tal la eficacia de Su muerte, que cuando Su resurrección hubo roto los lazos que los apresaban, muchos de los muertos aparecieron en la ciudad - testigos de Su poder, quien, habiendo sufrido la muerte, se levantó por sobre ella, y la venció, y destruyó su poder, o lo tomó en Sus propias manos. La bendición estaba ahora en la resurrección.

Por lo tanto, la presencia de Dios sin un velo, y de pecadores sin pecado ante Él, prueba la eficacia de los sufrimientos de Cristo.

La resurrección de los muertos, sobre los cuales el rey de los terrores no tenía más derechos, mostró la eficacia de la muerte de Cristo para los pecadores, y el poder de Su resurrección. El Judaísmo ha terminado para aquellos que tienen fe, al igual que el poder de la muerte. El velo se rasgó. El sepulcro entregó su presa; Él es el Señor de los muertos y de los vivos. [87]

 

[87] La gloria de Cristo en ascensión, y como Señor de todo, no entra, históricamente, en el ámbito de Mateo.

 

El primer testimonio de fe entre los Gentiles

de la Persona de Cristo

 

Hay, todavía, un testimonio especial del grandioso poder de Su muerte, por la importancia de estas palabras: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo." (Juan 12:32). El centurión que estaba de guardia en la crucifixión del Señor, viendo el terremoto y las cosas que habían sido hechas, temblando, confiesa la gloria de Su Persona; y, extraño como él es a Israel, rinde el primer testimonio de fe entre los Gentiles: "Verdaderamente, éste era Hijo de Dios."

 

El instinto del afecto; al pie de la cruz

 

Pero la narración sigue. Algunas pobres mujeres - a quienes la devoción otorga a menudo, de parte de Dios, más valor que a los hombres en su posición más responsable y ocupada - permanecían cerca de la cruz, observando lo que hacían a Aquel que amaban. [88]

 

[88] La parte que ocupan las mujeres en toda esta historia es muy instructiva, especialmente para ellas. La actividad del servicio público, aquel que puede ser llamado 'obra', pertenece naturalmente a los hombres (todo lo que pertenece a lo designado generalmente como ministerio) aunque las mujeres comparten una actividad muy preciosa en privado. Pero hay otro aspecto de la vida cristiana que les pertenece exclusivamente a ellas, y es la consagración amante y personal a Cristo. Es una mujer la que ungió al Señor mientras los discípulos murmuraban; son mujeres las que estaban cerca de la cruz cuando todos, excepto Juan, le habían abandonado; son mujeres las que vinieron al sepulcro y fueron enviadas a anunciar la verdad a los apóstoles, quienes, después de todo, habían regresado a sus propios hogares; son mujeres las que ministraron las necesidades del Señor. Y, en realidad, esto tiene un alcance mayor. La consagración al servicio quizás sea la parte del hombre; pero el instinto de afecto, aquel que entra más íntimamente en la posición de Cristo, y que está, de este modo, más directamente en relación con Sus sentimientos, en comunión más cercana con los sufrimientos de Su corazón - esta  es la parte de la mujer: ciertamente una parte feliz. La actividad del servicio para Cristo, pone al hombre un poco fuera de esta posición, por lo menos si el Cristiano no es vigilante. No obstante, todo tiene su lugar. Hablo de aquello que es característico; pues hay mujeres que han servido mucho, y hombres que han sentido mucho. Observen aquí también, creo que es algo que ya he hecho notar, que esta adhesión del corazón hacia Jesús es la posición donde se reciben las comunicaciones del verdadero conocimiento. Todo el primer evangelio es anunciado a la pobre mujer que era pecadora y que lavó Sus pies; a María, se le anuncia que está derramando el bálsamo para Su muerte; a María Magdalena, nuestra elevada posición; a Juan que estaba cerca de Su pecho, se anuncia la comunión que Pedro deseaba. Y aquí, las mujeres tienen una mayor participación.

 

Pero ellas no eran las únicas que llenaban el lugar de los aterrados discípulos. Otros - y esto ocurre a menudo - a quienes el mundo había sujetado, una vez que la profundidad de su afecto es despertada  por el asunto de Sus sufrimientos, los sufrimientos de Aquel que ellos realmente amaban, cuando el momento es tan doloroso que los demás quedan aterrorizados, entonces (estimulados por el rechazo de Cristo) sienten que ha llegado el momento de tomar una decisión, y convertirse en intrépidos confesantes del Señor. Asociados hasta aquí con aquellos que le habían crucificado, ellos deben aceptar ahora este hecho, o bien declararse ellos mismos. Por gracia, ellos hacen esto último.

 

"Con los ricos fue en Su muerte"

 

Dios había preparado todo de antemano. Su Hijo iba a tener Su tumba con los ricos. José va  audazmente a ver a Pilato y pide el cuerpo de Jesús. Él envuelve el cuerpo, que Pilato le entrega, en una sábana limpia, y lo pone en su propio sepulcro, el cual nunca había servido para ocultar la corrupción del hombre. María Magdalena y la otra María [89], pues estas eran conocidas, se sentaron cerca del sepulcro, resignadas por todo lo que quedaba de su fe hacia Aquel que habían amado y seguido con adoración durante Su vida.

 

[89] Es decir, María la mujer de Cleofás, y madre de Jacobo y José, mencionada constantemente como "la otra María." En Juan 19:25, la expresión "María mujer de Cleofás" ha sido tomada como aposición* de la expresión "y la hermana de Su madre." Pero esto es simplemente un error. Se trata de otra persona. Había cuatro mujeres: tres Marías, y la hermana de Su madre.

(*N. del T.: Aposición = Reunión de dos o más sustantivos sin conjunción. Ejemplo: Jerusalén, capital de Israel.)

 

El testimonio involuntario de la incredulidad

 

Pero la incredulidad no tiene fe en sí misma, y temiendo el caso de que aquello que niega sea verdad, desconfía de todo. Los principales sacerdotes solicitaron a Pilato que asegurara el sepulcro, a fin de frustrar cualquier intento que los discípulos pudieran hacer para fundamentar la doctrina de la resurrección en la ausencia del cuerpo de Jesús de la tumba en que había sido puesto. Pilato les ofrece  asegurar el sepulcro ellos mismos; así que todo lo que hicieron sirvió para que fuesen ellos mismos, testigos involuntarios del hecho, y nos asegura el cumplimiento de lo que ellos temían. Así, Israel fue culpable de este esfuerzo de inútil resistencia al testimonio que Jesús había rendido a Su propia resurrección. Ellos testificaban su verdad contra ellos mismos. Las precauciones que Pilato tal vez no habría tomado, ellos las llevaron hasta el extremo, de manera que todo error en cuanto al hecho de Su resurrección era imposible.

 

El ministerio y el servicio de Jesús aún con

los pobres del rebaño

 

La resurrección del Señor es relatada brevemente en Mateo. El objetivo es, reitero, después de la resurrección, relacionar el ministerio y servicio de Jesús - ahora transferido a Sus discípulos - con los pobres del rebaño, el remanente de Israel. Él los reunió de nuevo en Galilea, donde les había enseñado constantemente, y donde los menospreciados de entre el pueblo habitaban lejos del orgullo de los Judíos. Esto relacionó la obra de ellos con la de Él, en aquello que la distinguía de manera especial con referencia al remanente de Israel.

 

Capítulo 28

 

Plena seguridad de la fe del hecho de

la resurrección del Señor

 

Examinaré los detalles de la resurrección en otro lugar. Aquí sólo considero su significado en este Evangelio. El día de reposo terminó (al atardecer del Sábado, para nosotros - cap. 28), las dos Marías vienen a ver el sepulcro. En aquel momento, esto fue todo lo que hicieron. Los versículos 1 y 2, no son consecutivos, los versículos 2, 3 y 4 van juntos. Cuando ocurrió el terremoto y las circunstancias que lo acompañaron, nadie se hallaba allí excepto los soldados. De noche todo era seguro. Los discípulos no sabían nada de ello en la mañana. Cuando las mujeres llegaron al amanecer, el ángel que estaba sentado a la puerta del sepulcro las tranquilizó con las noticias de la resurrección del Señor. El ángel del Señor había descendido y había abierto la puerta de la tumba, la cual el hombre había cerrado con toda posible precaución [90]. Colocando allí a los soldados, ellos, en realidad, lograron solamente tener asegurada mediante testigos irreprochables, la verdad de la predicación de los discípulos. Las mujeres, en su visita al atardecer anterior, y en la mañana cuando el ángel les habló, recibieron plena seguridad para su fe acerca del hecho de Su resurrección. Todo lo que es presentado aquí son los hechos. Las mujeres habían estado allí al atardecer. La intervención del ángel certificó a los soldados el verdadero carácter de Su abandono de la tumba; y la visita de las mujeres en la mañana estableció el hecho de Su resurrección como un objeto de fe para ellas mismas. Ellas van y lo anuncian a los discípulos, quienes, lejos de haber hecho aquello que los Judíos les imputaban, ni siquiera creían las afirmaciones de las mujeres. Jesús mismo aparece a las mujeres que volvían del sepulcro, habiendo creído las palabras del ángel.

 

[90] Pero yo percibo que el Señor Jesús había abandonado la tumba antes que la piedra fue hecha rodar; eso era para los ojos mortales.

 

La comisión de los discípulos

 

Como ya he dicho, Jesús se relaciona con Su obra anterior entre los pobres del rebaño, lejos de la sede de la tradición Judía, y del templo, y de todo aquello que vinculaba al pueblo con Dios según el antiguo pacto. Él ordena a los discípulos que le fueran a encontrar allí, y ellos le hallan allí, y le reconocen; y es allí, en esta escena anterior de los trabajos de Cristo, según Isaías 8 y 9, donde reciben su comisión de parte de Él. De ahí que en este Evangelio no tenemos, en absoluto, la ascensión de Cristo, sino que tenemos que toda potestad le es dada a Él en el cielo y en la tierra, y conforme a ello, la comisión dada a Sus discípulos alcanza a todas las naciones (Gentiles). A ellos debían proclamar Sus derechos, y hacerlos discípulos.

 

Un Salvador resucitado, poderoso; la revelación y

la confesión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como

el nombre santo para todas las naciones

 

No obstante, no era solamente el nombre del Señor, ni en relación con Su trono en Jerusalén. Al ser Señor del cielo y de la tierra, Sus discípulos tenían que anunciarle por todas las naciones fundamentando su doctrina sobre la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tenían que enseñar, no la ley, sino los preceptos de Jesús. Él estaría con ellos, con los discípulos que así le confesaran, hasta el fin del mundo. Es esto lo que relaciona todo lo que será consumado hasta que Cristo se siente sobre el gran trono blanco, con el testimonio que Él mismo rindió en la tierra en medio de Israel. Es el testimonio del reino, y de su Cabeza, una vez rechazada por un pueblo que no le conoció. Vincula el testimonio a las naciones con un remanente en Israel que reconoce a Jesús como el Mesías, pero ahora resucitado de entre los muertos, como Él había dicho, pero no a Cristo conocido como ascendido a las alturas. Ni tampoco presenta a Jesús solamente, ni a Jehová, como no siendo ya el sujeto del testimonio, sino como la revelación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como el nombre santo por medio del cual las naciones se relacionaban con Dios.

 

J. N. Darby

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-

Versión Inglesa
Versión Inglesa

Título original en inglés:
MATTHEW, by J.N.Darby 
Synopsis of the Books of the Bible, Volume 3, Matthew - John 
Publicado en Inglés por: Bible Truth Publishers, 59 Industrial Road, Addison, IL 60101, U.S.A.
Traducido con permiso
Publicado en Español por: Bible Truth Publishers

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