SINOPSIS
de los Libros
de la Biblia
SANTIAGO
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60).
Introducción
Los destinatarios
de la epístola y su tema
La epístola de Santiago no tiene como destinataria
a la asamblea y no asume el terreno de autoridad apostólica sobre las personas
a las
cuales ella es enviada. La epístola es una exhortación práctica que aún
reconoce a las doce tribus y la conexión de los judíos cristianos con ellas, así
como Jonás se dirigió a los gentiles aunque el pueblo judío tuviese su lugar
ante Dios. De este modo el Espíritu de Dios aún reconoce aquí la relación con
Israel como en el otro caso reconoció la relación con los gentiles y los
derechos de Dios que son inmutables, con independencia de cuáles puedan ser los
privilegios especiales concedidos a la asamblea o a Israel respectivamente. Nosotros
sabemos que históricamente los judíos cristianos siguieron siendo judíos hasta
el final de la historia del Nuevo Testamento e incluso fueron celosos de la ley,
— cosa extraña para nosotros pero que Dios soportó por un tiempo.
La doctrina del cristianismo no es el tema de esta
epístola. Ella da a Dios Su lugar en la conciencia y con respecto a todo lo que
nos rodea. Ella ciñe así los lomos del cristiano presentando también la cercana
venida del Señor y Su disciplina actual, — una disciplina respecto a la cual la
asamblea de Dios debiese poseer entendimiento y actividad fundamentados en
ella. También el mundo y todo lo que aparece en él es juzgado desde el punto de
vista de Dios.
La posición de los
cristianos vista con respecto a Israel
Unos pocos comentarios acerca de la posición de
los cristianos (es decir, acerca de la manera en que esta posición es vista con
respecto a Israel) nos ayudarán a comprender esta porción de la Palabra.
Israel todavía es considerado como el pueblo de
Dios. Para la fe de Santiago la nación
todavía tiene la relación que Dios le había dado para con Él mismo. A los
cristianos se les habla como todavía formando ellos parte de un pueblo cuyos vínculos
con Dios no estaban aún judicialmente rotos; pero sólo los cristianos entre
ellos eran los que poseían la fe que el Espíritu daba en el Mesías verdadero.
Sólo estos, con el escritor, reconocían a Jesús como Señor de gloria. Exceptuando
los versículos 14 y 15 del capítulo 5
esta epístola no contiene ninguna exhortación que en su altura espiritual va
más allá de la que podía ser dicho a un judío piadoso. De hecho, ella supone que
las personas a quienes está dirigida tienen fe en el Señor Jesús; pero no las
llama a lo que es exclusivamente apropiado al cristianismo y que depende de sus
privilegios. Las exhortaciones emanan de esa fuente más elevada e irradian la
más celestial atmósfera pero el efecto al que aspiran producir consiste en demostraciones
reales de religión aquí abajo; ellas son como las que podrían ser oídas en la
iglesia profesante, — un vasto cuerpo como Israel en medio del cual existían
algunos cristianos.
La epístola no está
fundamentada en relaciones cristianas
sino que las
reconoce entre otros derechos
La epístola no está fundamentada en las relaciones
cristianas aquí abajo. Las reconoce; pero sólo como un hecho en medio de otras que
tienen derechos sobre la conciencia del escritor. Supone que aquellos a quienes
la epístola están en una relación con Dios, conocida, incuestionable y de larga
data, en medio de la cual el cristianismo ha sido introducido.
La medida moral de
vida presentada por la epístola
Es importante mencionar la medida moral de vida
que presenta esta epístola. Tan pronto como nosotros comprendemos la posición
en que ella considera a los creyentes, el discernimiento de la verdad acerca de
este asunto no es difícil. Es la misma que Cristo presentó cuando Él anduvo en
medio de Israel y colocó ante Sus discípulos la luz y las relaciones con Dios
que resultaban para ellos a causa de Su presencia. Verdaderamente Él estaba
ausente ahora pero esa luz y esas relaciones son conservadas como siendo la
medida de la responsabilidad. Y esto lo reivindicaría el regreso del Señor
mediante el juicio sobre los que se negaban a aceptarla y a andar en ella.
Hasta aquel día los fieles debían ser pacientes en medio de la opresión que estaban
padeciendo por parte de los judíos que todavía blasfemaban el santo nombre mediante
el cual ellos eran llamados.
Es lo contrario de la Epístola a los Hebreos con
respecto a la relación de ellos con la nación judía; no moralmente sino debido
a la proximidad del juicio cuando la Epístola a los Hebreos fue escrita.
Los principios
fundamentales de Santiago;
la vida de Cristo
es el modelo para andar
mientras se espera
pacientemente Su regreso
Los principios fundamentales de la posición de la
que hemos estado hablando son los siguientes: la ley en su espiritualidad y
perfección tal como fue afirmada y resumida por Cristo; una vida impartida que
tiene los principios morales de la ley siendo en sí misma una vida divina; la
revelación del nombre del Padre. Todo esto era verdad cuando el Señor estaba en
la tierra y era el terreno sobre el cual (independientemente de cuán mal ellos
lo entendieron) Él colocó en aquel entonces a Sus discípulos. Él les dijo que
iban a ser testigos de ello, así como de todo lo que Él había dicho, después de
Su muerte, diferenciando este testimonio del Espíritu Santo.
Esto es lo que Santiago enseña aquí, con la
adición de aquello que el Señor también había dicho, — a saber, que Él vendría
otra vez. Se trata de la doctrina de Cristo con respecto al andar en medio de
Israel de acuerdo con la luz y las verdades que Él había introducido; y, — en
vista de que Él todavía estaba ausente, — es una exhortación a la perseverancia
y a la paciencia en ese andar, esperando el momento cuando mediante el juicio
sobre aquellos que los oprimían Él vindicaría los principios sobre los cuales
ellos andaban.
Aunque el juicio ejecutado sobre Jerusalén cambió
la posición del remanente de Israel con respecto a esto, la vida de Cristo
sigue siendo siempre nuestro modelo y tenemos que esperar con paciencia hasta
que el Señor venga.
En esta epístola no tenemos la asociación del
cristiano con Cristo exaltado en lo alto, ni por consiguiente el pensamiento de
ir a Su encuentro en el aire como enseñó Pablo. Pero lo que ella contiene permanece
siempre verdadero; y el que dice que permanece en Él (en Cristo) también debe
andar como Él anduvo.
El juicio venidero
en relación con el mundo,
los ricos y el
remanente creyente; tribulaciones;
insistencia acerca
de las evidencias prácticas de la fe
El juicio venidero nos hace comprender la manera
en que Santiago habla del mundo, de los ricos que se regocijan de su porción en
el mundo, y de la posición del remanente creyente oprimido y que padece en
medio de la nación incrédula; del motivo por el cual él comienza con el tema de
las tribulaciones y tan a menudo vuelve a él: del motivo por el cual él insiste
también en las evidencias prácticas de la fe. Él todavía ve a todo Israel
junto; pero algunos habían recibido la fe en el Señor de gloria y éstos eran tentados
a valorar a los ricos y a los grandes en Israel. Siendo todos ellos todavía
judíos nosotros podemos comprender fácilmente que aunque algunos creían
verdaderamente y confesaban su creencia en que Jesús era el Cristo, sin
embargo, como estos cristianos seguían las ordenanzas judías los meros
profesantes podían hacer lo mismo sin que fuera demostrado el menor cambio
vital mediante sus obras. Es evidente que una fe como esta no tiene valor
alguno. Ella es precisamente la fe de aquellos que claman por obras en el día
actual, — es decir, una mera profesión muerta de la verdad del cristianismo.
Ser engendrado por la Palabra de verdad les resulta tan extraño y ajeno como resultaba
a los judíos de los cuales habla Santiago.
Advertencia a la
masa que se llamaba a sí misma creyente
y a la conciencia
individual
Estando los creyentes situados así en medio de
Israel con algunos que meramente profesaban la fe podemos comprender fácilmente
que el Apóstol se dirija a la masa como a los que podían participar en los
privilegios que existían en medio de ellos; podemos comprender su mensaje a los
cristianos como a los que tenían un lugar especial entre ellos; y su
advertencia a los que se llamaban a sí mismos creyentes en Cristo. Muy fácil y
perfectamente clara es la aplicación práctica a todas las épocas y en
particular cuando una masa de personas se arroga un derecho por herencia a los
privilegios del pueblo de Dios. Además de esto la epístola tiene una fuerza
peculiar para la conciencia individual pues ella juzga la posición en que uno
se encuentra y los pensamientos e intenciones del corazón.
Capítulo
1
Exhortación a gozarse
en la prueba
La epístola comienza con una
exhortación a gozarse en la prueba como medio de producir paciencia. Este tema
continúa en lo esencial hasta el final del versículo 20 donde la idea gira
hacia la necesidad de contener todo lo que se opone a la paciencia y hacia el
verdadero carácter de quien está en la presencia de Dios. Este mensaje, como un
todo, pone fin al capítulo. La conexión del razonamiento no siempre es fácil de
encontrar; la clave para ello es la condición moral con la cual está ocupada la
mente del Apóstol. Me esforzaré por hacer que la conexión sea más evidente.
Religión práctica:
el andar ante Dios para mostrar realidad
En general el tema es que debemos
andar ante Dios para mostrar la realidad de nuestra profesión en contraste con
la unión con la religión práctica del mundo. Entonces la paciencia debe tener
su obra perfecta; así la voluntad propia es sojuzgada y toda la voluntad de
Dios es aceptada; por consiguiente, nada falta para la vida práctica del alma.
El creyente puede padecer pero él espera pacientemente en el Señor. Esto hizo
Cristo; ello fue Su perfección. Él esperó la voluntad de Dios y nunca hizo Su
voluntad; la obediencia fue así perfecta, el hombre probado completamente. Pero,
de hecho, a menudo nos falta sabiduría para saber lo que debiésemos hacer. La
epístola dice aquí que el recurso es evidente: a saber, hemos de pedir
sabiduría a Dios. Él da a todos abundantemente; sólo que nosotros debemos contar
con Su fidelidad y con una respuesta a nuestras oraciones. De lo contrario, hay
doblez de corazón; hay dependencia en otra parte en vez de depender de Dios;
nuestros deseos tienen otro objeto. Si nosotros buscamos sólo lo que Dios
quiere y lo que Dios hace, entonces dependemos con seguridad de Él para
lograrlo; y en cuanto a las circunstancias de este mundo que podrían hacer que
uno crea que es inútil depender de Dios, ellas se desvanecen como la flor del
campo. Nosotros debiésemos ser conscientes de que nuestro lugar conforme a Dios
no es lo que es de este mundo. Aquel que es de condición humilde debe
gloriarse, es decir, debe tenerse por dichoso de que el cristianismo lo exalte;
el rico, de que el cristianismo lo humille. No es en las riquezas en lo que
debemos gloriarnos (éstas pasan), sino por los ejercicios de corazón de los que
hablaba el Apóstol; porque después de haber sido probados recibiremos la corona
de la vida.
La vida de uno que es así probado
y en quien esta vida se desarrolla en obediencia a la entera voluntad de Dios,
bien vale la de un hombre que satisface todos los deseos de su corazón en el
lujo.
La fuente de las concupiscencias
del corazón
Ahora bien, con respecto a las
tentaciones de este último carácter en las que las concupiscencias del corazón
hacen caer a los hombres, no debe ser dicho que estas concupiscencias proceden
de Dios: el corazón del hombre es la fuente de ellas, — de sus concupiscencias
que conducen a través del pecado a la muerte. Que nadie se engañe sobre este asunto.
Lo que tienta interiormente el corazón viene de uno mismo. Toda buena dádiva y
todo don perfecto provienen de Dios y Él nunca cambia, Él no hace nada más que
el bien. Consecuentemente, Él nos ha dado una nueva naturaleza, el fruto de Su
voluntad que obra en nosotros mediante la Palabra de verdad, para que seamos,
por así decirlo, primicias de Sus criaturas. El Padre de las luces, lo que es
tinieblas no procede de Él.
Lo que la Palabra
de verdad es y lo que ella hace
Por la Palabra de verdad Él nos
ha hecho nacer para que seamos los primeros y más excelentes testimonios de aquel
poder de bien que resplandecerá en el futuro en la nueva creación de la que nosotros
somos las primicias. Esto es lo opuesto a ser la fuente de deseos corruptos. La
Palabra de verdad es la buena semilla de vida; la voluntad propia es la cuna de
nuestras concupiscencias, — su energía nunca puede producir los frutos de la
naturaleza divina; ni la ira del hombre puede llevar a cabo la justicia de
Dios. Por tanto nosotros estamos llamados a ser dóciles, a estar dispuestos a oír,
a ser tardos para hablar, a ser tardos para airarnos, a desechar toda
inmundicia de la carne, de toda energía de iniquidad, y a recibir la Palabra
con mansedumbre, — una Palabra que siendo Palabra de Dios se identifica con la
nueva naturaleza que está en nosotros (que ha sido implantada en nosotros) al
mismo tiempo que la forma y la desarrolla conforme a su perfección; porque esta
naturaleza misma tiene su origen en Dios por medio de la Palabra.
No es como una ley que está fuera
de nosotros y que siendo opuesta a nuestra naturaleza pecadora nos condena.
Esta Palabra salva el alma; es viva y vivificante, y ella obra eficazmente en
una naturaleza que brota de ella y a la que ella forma e ilumina.
Hacedores de la
Palabra, no solamente oidores
Pero es necesario ser hacedores
de la Palabra, no solamente oírla con el oído, sino que ella produzca los
frutos prácticos que son la demostración de que ella obra real y vitalmente en
el corazón. De lo contrario, la Palabra es sólo como un espejo en el que tal
vez podemos mirarnos por un momento y luego olvidar lo que hemos visto. Aquel que
presta atención a la perfecta ley, la de la libertad, y permanece en ella,
haciendo la obra que ella presenta, será bienaventurado en la actividad real y
obediente que se desarrolla en él.
La Palabra de Dios
como expresión de lo que Dios es
y de lo que Él quiere
Esta ley es perfecta; porque la
Palabra de Dios, todo lo que el Espíritu de Dios ha expresado, es la expresión
de la naturaleza y del carácter de Dios, de lo que Él es y de lo que Él quiere:
porque cuando Él se revela plenamente (y hasta entonces el hombre no puede
conocerle plenamente), Él quiere aquello que Él es, y esto es necesariamente
así.
La ley de la
libertad para la nueva naturaleza
Esta ley es la ley de la libertad
porque la misma Palabra que revela lo que Dios es y lo que Él quiere nos ha
hecho partícipes por gracia de la naturaleza divina; de modo que no andar conforme
a esa Palabra sería no andar conforme a nuestra nueva naturaleza. Ahora bien,
la verdadera libertad es andar conforme a nuestra nueva naturaleza, nueva
naturaleza que es la naturaleza de Dios, y guiados por Su Palabra.
La ley dada en
Sinaí;
la voluntad del
hombre y la voluntad de Dios
La ley dada en Sinaí no escrita
en el corazón sino fuera del hombre era la expresión en él de lo que debiesen
ser la conducta y el corazón del hombre conforme a la voluntad de Dios. Ella
reprime y condena todas las acciones del hombre natural, y no puede permitir
que él tenga una voluntad pues él debiese hacer la voluntad de Dios. Pero él
tiene otra voluntad y por eso la ley es esclavitud para él, una ley de
condenación y muerte. Ahora bien, habiéndonos Dios hecho nacer por la Palabra
de verdad la naturaleza que tenemos como nacidos así de Dios posee gustos y
deseos conforme a esa Palabra; ella es de esa misma Palabra. En su
perfección la Palabra desarrolla esta naturaleza, la forma, la ilumina, como
hemos dicho; pero la naturaleza misma tiene su libertad para seguirla. Así fue
con respecto a Cristo; si Su libertad pudiese haberle sido quitada (lo que espiritualmente
era imposible), habría
sido impidiéndole hacer la voluntad de Dios el Padre.
La libertad del nuevo
hombre:
la nueva
naturaleza engendrada mediante la Palabra
y moldeada por
ella
Lo mismo sucede con el nuevo hombre
en nosotros (que es Cristo como vida en nosotros) que es creado en nosotros
según Dios en justicia y santidad verdadera producidas en nosotros por la
Palabra, la cual es la revelación perfecta de Dios, — de toda la naturaleza
divina en el hombre; de la cual Cristo, la Palabra viviente, la imagen del Dios
invisible, es la manifestación y el modelo. La libertad del nuevo hombre es
libertad para hacer la voluntad de Dios, para imitar a Dios en carácter, como
siendo Su hijo amado, de acuerdo con lo que ese carácter fue presentado en
Cristo. La ley de la libertad es este carácter tal como está revelado en la
Palabra, en el cual la nueva naturaleza encuentra su gozo y satisfacción; así
como obtuvo su existencia de la Palabra que lo revela a Él, y de Dios que es
revelado en ella.
Tal es la "ley de la
libertad", — el carácter de Dios mismo formado en nosotros por la
operación de una naturaleza engendrada mediante la Palabra que lo revela a Él,
moldeándose a sí misma por la Palabra.
La lengua como exponente
del hombre interior
El primer y más escudriñador
exponente del hombre interior es la lengua. Un hombre que parece estar en
relación con Dios y honrarle pero que no puede refrenar su lengua se engaña a
sí mismo y su religión es vana.
Religión pura y
sin mácula
La religión pura delante de
nuestro Dios y Padre consiste en cuidar de aquellos que alcanzados en las más
tiernas relaciones por la paga del pecado están privados de sus apoyos
naturales; y en mantenerse uno mismo sin mancha del mundo. En vez de esforzarse
por exaltarse y ganar reputación en un mundo de vanidad, lejos de Dios,
nuestras actividades se vuelven, como Dios, hacia los afligidos que en su
aflicción necesitan socorro; y nos mantenemos alejados de un mundo en el que
todo es contaminante y contrario a la nueva naturaleza que es nuestra vida, y
al carácter de Dios tal como lo conocemos por medio de la Palabra.
Capítulo
2
Profesión de fe en
Cristo probada por la realidad de sus frutos
El Apóstol entra ahora en el tema
de los que profesaban creer que Jesús era Cristo el Señor. Antes, en el
capítulo 1, él había hablado de la nueva naturaleza en relación con Dios: aquí,
la profesión de fe en Cristo es llevada al mismo criterio de prueba, — a saber,
la realidad de los frutos producidos por ella en contraste con este mundo.
Todos estos principios, — el valor del nombre de Jesús, la esencia de la ley
tal como Cristo la presentó, y la ley de la libertad, — son presentados para
probar la realidad de la profesada fe de ellos o para convencer al profesante
de que él no la poseía. Dos cosas son reprobadas, a saber, hacer acepción por
la apariencia externa de las personas y la ausencia de buenas obras como prueba
de la sinceridad de la profesión.
Hacer acepción por
la apariencia externa de las personas;
quebrantar la ley al
despreciar a los pobres;
responsabilidad
medida por la ley de la libertad
Luego él culpa en primer lugar el
hecho de hacer acepción por la apariencia externa de las personas. Ellos
profesan fe en el Señor Jesús ¡y sin embargo se aferran al espíritu del mundo!
Él responde que Dios ha elegido a los pobres haciéndolos ricos en fe y
herederos del reino. Estos profesantes los habían despreciado; estos ricos
blasfemaban el nombre de Cristo y perseguían a los cristianos.
En segundo lugar él recurre al
resumen práctico de la ley de la que Jesús había hablado,— la ley real. Ellos
quebrantaban la ley misma al favorecer a los ricos. Ahora bien, la ley no
permitía transgresión alguna de sus mandamientos porque la autoridad del
legislador estaba implicada. Al despreciar a los pobres ellos ciertamente no
amaban a su prójimo como a ellos mismos.
En tercer lugar ellos debiesen
haber andado como aquellos cuya responsabilidad era medida por la ley de la
libertad, en la que, — poseyendo una naturaleza que gustaba y amaba lo que era
de Dios, — ellos estaban libres de todo lo que era contrario a Él; de modo que
no podían excusarse si admitían principios que no eran los de Dios mismo. Esta
introducción de la naturaleza divina lleva al Apóstol a hablar de la
misericordia mediante la cual Dios se glorifica a Si mismo. El hombre que no
muestra misericordia será objeto del juicio que él ha amado.
Buenas obras como evidencia
de la fe;
demostrando su
existencia a los hombres
La segunda parte del capítulo
está relacionada con esto pues el autor comienza su discurso acerca de las
obras como demostraciones de la fe hablando de esta misericordia que responde a
la naturaleza y al carácter de Dios, naturaleza de la que como nacido de Él el
cristiano verdadero es hecho partícipe. La profesión de tener fe sin esta vida
, – cuya existencia es demostrada por las obras, — no puede ser provechosa para
nadie. Esto es bastante claro. Yo digo esto acerca de la profesión de tener fe
porque la epístola lo dice: "Si alguno dice que tiene fe". Esta es la
clave de esta parte de la epístola. La persona lo dice: pero ¿dónde está
la demostración de ello? Las obras son la demostración; y el Apóstol las usa de
esta forma. Alguno dice que tiene fe. Ello no es algo que podemos ver. Por
tanto yo digo con razón: «Muéstramela». Esta es la evidencia de
la fe requerida para el hombre, — es sólo mediante sus frutos que nosotros la
hacemos evidente a los hombres; porque la fe en sí misma no puede ser vista.
Pero si yo presento estos frutos entonces ciertamente tengo la raíz sin la cual
no podría haber frutos. De este modo la fe no se muestra a sí misma a los demás,
ni yo puedo reconocerla, sin obras; pero las obras, fruto de la fe, demuestran
la existencia de la fe.
La fe muerta de
los demonios y de los hombres
Lo que sigue a continuación
muestra que el autor está hablando de la profesión de una doctrina, verdadera
tal vez en sí misma, — de ciertas verdades de las que se hace confesión; porque
una fe real es considerada, — certeza de conocimiento y convicción, — la que
tienen los demonios en la unidad de la Deidad. Ellos no lo dudan; pero no hay
vínculo alguno entre el corazón de ellos y Dios por medio de una nueva
naturaleza,— en realidad, ¡todo lo contrario!
Pero el Apóstol confirma esto
mediante el caso de hombres en quienes la oposición a la naturaleza divina no
es tan evidente. La fe, el reconocimiento de la verdad con respecto a Cristo,
está muerta sin obras; es decir, una fe que no presenta nada está muerta.
Una profesión desprovista
de realidad es distinta
de la fe viva que
actúa mediante obras
Nosotros vemos en el versículo 16
que la fe de la que habla el Apóstol es una profesión desprovista de realidad; y
el versículo 19 muestra que puede ser una certeza no fingida de que la cosa es
verdadera: pero falta por completo la vida hecha nacer por la Palabra de tal modo
que es formada una relación entre el alma y Dios. Porque esto tiene lugar por
medio de la Palabra, ello es la fe; siendo engendrados por Dios tenemos
una vida nueva. Esta vida actúa, es decir, la fe actúa, conforme a la
relación con Dios mediante obras que, naturalmente, emanan de ella de manera
natural y que dan testimonio de la fe que las produjo.
Frutos dando
testimonio mediante su carácter de la fe
que los produjo, evidenciados por Abraham y Rahab;
las obras son el
sello de la fe
Desde el versículo 20 hasta el
final el autor presenta una nueva demostración de su tesis fundamentada en el
último principio que he mencionado. Ahora bien, estas demostraciones no tienen absolutamente
nada que ver con los frutos de una naturaleza bondadosa (porque los hay), que
nos pertenecen como criaturas, — pero no con esa vida que tiene como su fuente
la Palabra de Dios mediante la cual Él nos hace nacer. Los frutos de los que
habla el Apóstol dan testimonio de la fe mediante su propio carácter de la fe
que los produjo. Abraham ofreció a su hijo; Rahab recibió a los mensajeros de
Israel asociándose con el pueblo de Dios cuando todo estaba en contra de ellos
y separándose de su pueblo por fe. Todo es sacrificado para Dios, todo es abandonado
por Su pueblo antes de que éste hubiera obtenido una sola victoria y mientras
el mundo estaba en pleno poder, tales fueron los frutos de la fe. Uno se refirió
a Dios; y Le creyó de la manera más absoluta contra todo lo que hay en la
naturaleza o con lo que la naturaleza puede contar; la otra reconoció al pueblo
de Dios cuando todo estaba en contra de ellos; pero ninguno de los dos fue el
fruto de una naturaleza amable o de algo bueno natural como los hombres llaman
a las buenas obras. Uno era un padre yendo a dar muerte a su hijo, la otra era una
mala mujer traicionando a su patria. Ciertamente se cumplió la Escritura que
decía que Abraham creyó a Dios. ¿Cómo podría él haber actuado como lo hizo si
no le hubiera creído a Dios? Las obras pusieron un sello sobre su fe; y la fe
sin obras es como el cuerpo sin alma, una forma exterior desprovista de la vida
que la anima. La fe actúa en las obras (sin ella las obras son una nulidad, no
son las de la vida nueva), y las obras completan la fe que actúa en ellas;
porque a pesar de la prueba, y en la prueba, la fe está en actividad. Las obras
de la ley no tienen parte alguna en ello. La ley exterior que exige no es una
vida que produce (aparte de esta naturaleza divina) estas santas y amorosas
disposiciones que teniendo a Dios y a Su pueblo por objeto, no valoran ninguna otra
cosa.
Justificados por
la fe ante Dios;
justificados por
las obras ante los hombres
Obsérvese que Santiago nunca dice
que las obras nos justifican ante Dios; porque Dios puede ver la fe sin
sus obras. Él sabe que la vida está allí. Está en ejercicio con respecto a Él,
hacia Él, por la confianza en Su Palabra, en Él mismo, recibiendo Su testimonio
a pesar de todo lo que hay dentro y fuera. Esto Dios lo ve y lo sabe. Pero
cuando se trata de nuestros semejantes, cuando hay que decir: «Muéstrame», entonces
la fe, la vida,
se manifiesta en las obras.
Capítulo
3
La lengua como
prueba de si acaso el nuevo hombre
está en acción o
no lo está
En el capítulo 3 el Apóstol
vuelve a presentar la lengua como el exponente más inmediato del corazón, la
prueba de si acaso el hombre nuevo está en acción, si acaso la naturaleza y la
voluntad propia están bajo control. Pero aquí no hay casi nada que necesite ser
comentado aunque sí hay mucho que exige el oído que oye. Donde existe la vida
divina el conocimiento no se manifiesta a sí mismo en meras palabras sino en el
andar y mediante obras en las que será vista la mansedumbre de la verdadera
sabiduría. La amargura y la contención no son frutos de una sabiduría que viene
de lo alto sino que son terrenales, de la naturaleza de un hombre y del
enemigo.
Las tres características
de la sabiduría que viene de lo alto
La sabiduría que viene de lo alto
teniendo su lugar en la vida, en el corazón, tiene tres características. En
primer lugar, el carácter de pureza porque el corazón está en comunión con
Dios, tiene comunión con Él; por lo tanto, es imprescindible que haya esta
pureza. Luego, es pacífica, amable, dispuesta a ceder a la voluntad de otro. Seguidamente,
es una sabiduría llena de buenas obras actuando conforme a un principio que,
como su origen y sus motivos son de lo alto, hace el bien sin parcialidad; es
decir, su acción no está guiada por las circunstancias que influyen la carne y
en las pasiones de los hombres. Por el mismo motivo ella es sincera y sin
hipocresía. Pureza, ausencia de voluntad y del yo, actividad en el bien, tales
son las características de la sabiduría celestial.
Enseñar a otros es
diferente de tener la vida vivificada
por el poder de la
verdad
Estas instrucciones para refrenar
la lengua como siendo ella el primer movimiento y expresión de la voluntad del
hombre natural se extienden a los creyentes. No debe haber (en cuanto a la
disposición interna del hombre) muchos maestros. Todos fracasamos; y enseñar a
otros y fracasar nosotros mismos sólo aumenta nuestra condenación. Porque la
vanidad puede ser fácilmente alimentada al enseñar a otros; y eso es una cosa
muy diferente de tener la vida vivificada por el poder de la verdad. El
Espíritu Santo concede Sus dones como Él quiere. El Apóstol habla aquí de la
propensión a enseñar que existe en alguno, no del don que él puede haber recibido
para enseñar.
Capítulo
4
El juicio de la
naturaleza desenfrenada, de la voluntad
En todo lo que sigue a
continuación (capítulo 4) tenemos todavía el juicio de la naturaleza
desenfrenada, de la voluntad en sus diferentes formas: contenciones que surgen
de las concupiscencias del corazón natural; peticiones hechas a Dios que
proceden de la misma fuente; los deseos de la carne y de la mente
desarrollándose y encontrando su ámbito en la amistad del mundo que es así
enemistad contra Dios. La naturaleza del hombre codicia de manera envidiosa,
está llena de envidia con respecto a los demás. Pero Dios da más gracia: hay
poder que contrarresta si uno se contenta con ser pequeño y humilde, con ser
como nada en el mundo. La gracia y el favor de Dios están con una persona tal;
porque Él resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. En seguida el
Apóstol presenta la acción de un alma dirigida por el Espíritu de Dios en medio
de la multitud incrédula y egoísta con la que estaba asociada (versículos. 6 a 10).
Porque él todavía supone que los creyentes a quienes se dirigía estaban en
relación con la ley. Si hablaban mal de su hermano a quien la ley daba un lugar
ante Dios, ellos hablaban mal de la ley [véase nota], según la cual el valor de
él era tan grande. El juicio correspondía a Dios que había dado la ley y que
vindicaría Su autoridad además de conceder liberación y salvación.
[Nota].
Compárese con 1ª Tesalonicenses 4:8 donde el Espíritu asume aquí el lugar de la
ley.
Versículos 13 a 16. La culpa es
atribuida a la misma voluntad propia y al hecho de olvidar a Dios, la falsa
confianza que emana del hecho de contar con que uno puede hacer como a uno le
place, — es decir, la ausencia de dependencia de Dios. El versículo 17 es una
conclusión general fundamentada en el principio ya sugerido (véase capítulo 3:1),
y en lo que se dice con respecto a la fe. El conocimiento de lo bueno sin su
práctica hace que incluso la ausencia de la obra que uno podría haber realizado
sea un pecado positivo. La acción del hombre nuevo está ausente, la del viejo hombre
está presente; pues lo bueno está ante nuestros ojos, — nosotros sabemos lo que
debemos hacer y no elegimos hacerlo; no hay inclinación a hacerlo— nosotros no
lo haremos.
Capítulo
5
La venida del
Señor en relación con las dos clases de Israel
y con el andar del
cristiano
Las dos clases en Israel están
claramente señaladas aquí en contraste una con otra, con la adición de la senda
que el cristiano debiese seguir cuando es castigado por el Señor.
El Apóstol presenta la venida del
Señor como término de la condición de ellos, tanto a los opresores incrédulos y
ricos en Israel como al remanente pobre y creyente. Los ricos han acumulado
tesoros para los postreros días; los pobres oprimidos han de ser pacientes
hasta que el Señor mismo venga a liberarlos. El autor dice además que la
liberación no tardaría. El labrador espera la lluvia y el tiempo de la siega;
el cristiano espera la venida de su Maestro. Como hemos visto, esta paciencia
caracteriza la senda de la fe. Ello había sido visto en los profetas; y en el
caso de otros nosotros llamamos felices a los que soportan padecimientos por
causa del Señor. Job nos muestra los modos de obrar del Señor: él necesitó
tener paciencia pero el propósito final del Señor fue la bendición y la compasión
para con él.
Esta expectativa de la venida del
Señor era una solemne advertencia y al mismo tiempo el más fuerte estímulo,
pero eran una advertencia y un estímulo que mantenían el verdadero carácter de
la vida práctica del cristiano. Ello mostraba también en qué terminaría el
egoísmo de la voluntad del hombre y reprimía toda acción de esa voluntad en los
creyentes. Los sentimientos de los hermanos entre sí fueron puestos bajo la
salvaguardia de esta misma verdad. Ellos no debían tener un espíritu de
descontento, ni murmurar unos contra otros que tal vez eran más favorecidos en
sus circunstancias externas pues "el juez" estaba "delante de la
puerta".
Lo que muestran los
juramentos
Los juramentos mostraban aún más
el olvido de Dios y por consiguiente las
actuaciones de la voluntad propia de la naturaleza. "Sí" debiese ser
sí, y "no", no. Las actuaciones de la naturaleza divina en la
conciencia de la presencia de Dios y la represión de toda voluntad humana y de
la naturaleza pecaminosa es lo que desea el escritor de esta epístola.
Recursos del
cristiano para la alegría
y para la aflicción
Ahora bien, en el cristianismo
había recursos tanto para la alegría como para la aflicción. Si algunos estaban
afligidos, que ellos hagan oración (Dios estaba dispuesto a oír); si estaban
alegres, que cantaran; si estaban enfermos, que llamaran a los ancianos de la
asamblea, quienes orarían por el que padecía y lo ungirían, y el castigo sería
quitado, y los pecados por los cuales él era castigado de esa manera de acuerdo
con el gobierno de Dios,, serían perdonados en lo que respecta a ese gobierno;
pues es sólo de eso de lo que se habla aquí.
La oración de fe;
el castigo del Señor; la sanación
y los pecados
perdonados gubernamentalmente
La imputación de pecado para
condenación no tiene lugar aquí. La eficacia de la oración de fe es puesta ante
nosotros; pero ello es en conexión con el mantenimiento de la sinceridad de
corazón. El gobierno de Dios es ejercido con respecto a Su pueblo. Él los
castiga mediante la enfermedad; y es importante que la verdad sea mantenida en
el hombre interior. Los hombres ocultan sus faltas; desean andar como si todo
estuviera yendo bien; pero Dios juzga a Su pueblo. Él prueba el corazón y la
mente. Se los sujeta con cadenas de aflicción. Dios les muestra sus faltas o la
inquebrantable voluntad propia de ellos. El hombre "también sobre su cama
es castigado con dolor fuerte en todos sus huesos". (Job 33:19). Y ahora
la iglesia de Dios interviene en amor y según su propio orden por medio de los
ancianos; el enfermo se encomienda a Dios confesando su estado de necesidad; el
amor de la iglesia actúa y lleva al castigado, según esta relación, ante Dios,
— pues es allí donde está la iglesia. La fe aduce esta relación de gracia; el
enfermo es sanado. Si los pecados, — y no meramente la necesidad de disciplina,
— fueron la causa de su castigo, esos pecados no impedirán que él sea sanado,
le serán perdonados.
Confesión y
oración de unos por otros;
el amor reinando
en la iglesia
Luego el Apóstol presenta el
principio en general como la forma de proceder para todo, a saber, abrir sus
corazones unos a otros para mantener la verdad en el hombre interior como a uno
mismo; y orar unos por otros a fin de que el amor esté en pleno ejercicio con
respecto a las faltas de los demás; siendo así formadas espiritualmente la
gracia y la verdad en la iglesia y una perfecta unión de corazón entre cristianos,
de modo que incluso sus faltas sean ocasión para el ejercicio del amor (como en
Dios hacia nosotros), y una entera confianza unos en otros conforme a ese amor,
tal como se siente hacia un Dios restaurador y perdonador. Qué hermoso retrato
es presentado de los principios divinos que animan a los hombres y los hacen actuar
conforme a la naturaleza de Dios mismo, y la influencia de Su amor sobre el
corazón.
Nosotros podemos recalcar que de
lo que se habla aquí no es de confesión a los ancianos. Eso habría sido
confianza en los hombres, — confianza oficial. Dios desea la operación del amor
divino en todo. La confesión de unos a otros muestra la condición de la
iglesia, y Dios quiere que la iglesia esté en un estado tal que el amor reine así
en ella, que ellos estén tan cerca de Dios como para poder tratar al
transgresor conforme a la gracia que ellos conocen en Él: y que este amor sea
hecho realidad de tal manera que la perfecta sinceridad interior sea producida
por la confianza y la operación de la gracia. La confesión oficial destruye
todo esto, — ella es contraria a ello. ¡Cuán divina es la sabiduría que omitió
la confesión al hablar de los ancianos, pero que la ordena como la impresión
viva y voluntaria del corazón!
El valor de las
oraciones fervorosas del justo:
la obra del
Espíritu
Esto nos lleva también al valor
de las oraciones fervorosas del justo. Es su cercanía a Dios, es el sentido que
él tiene de lo que Dios es lo que consecuentemente le da este poder (por la
gracia y la operación del Espíritu). Dios tiene en cuenta a los hombres, y esto
Él lo hace conforme a la infinitud de Su amor. Él tiene en cuenta la confianza
en Él, la fe en Su palabra, manifestada por uno que piensa y actúa de acuerdo
con una justa apreciación de lo que Él es. Eso es siempre la fe que hace
sensible para nosotros lo que no vemos, — a Dios mismo, el cual actúa de
acuerdo con la revelación que Él ha dado de Sí mismo. Ahora bien, el hombre que
es justo por medio de la gracia en sentido práctico está cerca de Dios; como siendo
justo él mismo no tiene que ver con Dios con respecto al pecado, lo cual
mantendría su corazón a distancia; su corazón está así libre para acercarse a
Dios conforme a Su naturaleza santa en favor de los demás; y movido por la
naturaleza divina que lo anima y que le permite apreciar a Dios, él procura,
según la actividad de esa naturaleza, que sus oraciones puedan prevalecer ante
Dios, ya sea para el bien de los demás o para la gloria de Dios mismo en su
servicio. Y conforme a esa misma naturaleza Dios responde bendiciendo esta
confianza y respondiendo a ella para manifestar lo que Él es para la fe, para
alentarla aprobando su actividad, poniendo Su sello sobre el hombre que anda
por fe. [Véase nota].
Nosotros sabemos que el Espíritu
de Dios actúa en todo esto; pero el Apóstol no habla aquí de Él, estando
ocupado con el efecto práctico, y presentando al hombre tal como es visto
actuando bajo la influencia de esta naturaleza en su energía positiva con
respecto a Dios, y cerca de Él, de modo que él actúa en toda la intensidad de
dicha naturaleza y movido por el poder de esa cercanía. Pero si nosotros consideramos
la acción del Espíritu estos pensamientos son confirmados. El hombre justo no
contrista al Espíritu Santo y el Espíritu obra en él de acuerdo con Su poder,
no teniendo que rectificar su conciencia con Dios sino actuando en el hombre de
acuerdo con el poder de su comunión.
[Nota].
Es bueno recordar que esto es llevado a cabo con respecto a los modos de obrar
de Dios en cuanto a gobierno, y por lo tanto bajo el título de Señor, — un
lugar que Cristo tiene especialmente, aunque el término es utilizado aquí de
manera general. Compárese con el versículo 11 y con la referencia judía general
del pasaje. Para nosotros sólo hay un Dios, el Padre, y un Señor, Jesucristo.
Él ha llegado a ser Señor y Cristo, y toda lengua confesará que Jesucristo es
Señor.
La eficacia de la
oración de fe ilustrada por Elías
Por último, nosotros tenemos la
seguridad de que la oración ardiente y fervorosa del justo tiene gran eficacia
pues es la oración de la fe, la cual conoce a Dios y cuenta con Él y se acerca
a Él.
El caso de Elías es interesante,
ya que nos muestra (y hay otros ejemplos del mismo tipo) de qué manera el
Espíritu Santo actúa interiormente en un hombre donde vemos la manifestación
exterior de poder. En la historia tenemos la declaración de Elías: "Vive
Jehová,… que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra".
(1o. Reyes 17:1). Esta es la autoridad,
el poder, ejercido en el nombre de Jehová. En nuestra epístola es presentada la
operación secreta, lo que sucede entre el alma y Dios. Él oró, y Dios le oyó. Nosotros
tenemos el mismo testimonio por parte de Jesús ante el sepulcro de Lázaro. Sólo
que en este último caso tenemos las dos cosas juntas, excepto que la oración
misma no es presentada, — a lo menos en el gemido indecible del espíritu de
Cristo.
El Dios vivo y que
actúa revelado como interesado en Su pueblo
mediante Pablo,
Elías y el Señor ante la tumba de Lázaro
Comparando Gálatas 2 con la
historia en Hechos 15 nosotros encontramos una revelación de parte de Dios que
determinó la conducta de Pablo con independencia de cuáles pueden haber sido los
motivos externos que eran conocidos por todos. Mediante tales casos como los
que el Apóstol propone a la iglesia, y los de Elías y el Señor Jesús, nos es
revelado un Dios que vive, actúa y se interesa en todo lo que sucede entre Su
pueblo.
La actividad del
amor hacia los que se extravían de la verdad
Existe también la actividad del
amor hacia los que se extravían de la verdad. Si alguien se aparta de la verdad
y ellos lo hacen volver por medio de la gracia, que se sepa que hacer volver a
un pecador del error de su camino es el ejercicio, — por sencilla que sea
nuestra acción en ello, — del poder que libra a un alma de la muerte; por
consiguiente, todos aquellos pecados que se extienden en la odiosa naturaleza de
ellos ante los ojos de Dios y ofenden Su gloria y Su corazón con la presencia de
ellos en Su universo, son cubiertos. Siendo el alma llevada a Dios por medio de
la gracia, todos sus pecados son perdonados, no aparecen más, son borrados de
delante de la faz de Dios. El Apóstol (como en todas partes) no habla del poder
que actúa en esta obra de amor sino del hecho. Él lo aplica a casos que habían
sucedido entre ellos; pero establece un principio universal con respecto a la
actividad de la gracia en el corazón que es animado por ella. El alma extraviada
es salvada; el pecado es quitado de delante de Dios.
El pecado vencido
y sorbido por el amor que se ocupó de él
El amor en la asamblea suprime, por así decirlo, los pecados
que de otro modo destruirían la unión y superaría ese amor en la asamblea y
ellos aparecerían en toda su deformidad y toda su malignidad ante Dios.
Mientras que al ser enfrentados mediante el amor en la asamblea, dichos pecados
no van más allá y son, por así decirlo (en cuanto al estado de cosas ante Dios
en este mundo), disueltos y quitados por el amor que dichos pecados no podían
vencer. El pecado es vencido por el amor que se ocupó de él, desaparece, es
sorbido por él. Por tanto, el amor cubre multitud de pecados. He aquí su acción
en la conversión de un pecador.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2023