SINOPSIS
de los Libros
de la Biblia
2ª
PEDRO
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60).
Introducción
Carácter y alcance
de la segunda epístola de Pedro
La Segunda Epístola de Pedro es aun más sencilla
que la primera. Al igual que las epístolas de Judas y de Juan esta epístola está
escrita esencialmente teniendo en perspectiva a los seductores quienes con
grandes promesas de libertad engañaban a las almas en el pecado y el
libertinaje negando la venida de Cristo y de hecho renegando todos Sus derechos
sobre ellas. La epístola amonesta a los mismos cristianos a quienes había sido
escrita la primera señalando los rasgos característicos de estos falsos
maestros; denunciándolos con la máxima energía; explicando la tolerancia de
Dios y anunciando un juicio que al igual que Su paciencia sería acorde con la
majestad de Aquel que lo iba a ejecutar.
Exhortaciones y
advertencias: el fundamento de ambas
Pero antes de dar estas advertencias que comienzan
con el capítulo 2 el Apóstol exhorta a los cristianos a que hicieran firme el
llamamiento y la elección propios de ellos,
— no evidentemente en el corazón de Dios sino como un hecho en sus propios
corazones y en la vida práctica andando de tal manera que no tropezaran; para
que el testimonio de la porción de ellos en Cristo fuese siempre evidente y les
fuera otorgada una amplia entrada.
En primer lugar, estas exhortaciones están
fundamentadas en lo que ya ha sido dado a los cristianos; y en segundo lugar,
en lo que es futuro, — a saber, la manifestación de la gloria del reino. Al mencionar
este último tema él indica una porción aún más excelente, — el Lucero de la
Mañana, el propio Cristo celestial y nuestra asociación con Él antes que Él aparezca
como el Sol de Justicia. En tercer lugar, nosotros veremos que las advertencias
están fundamentadas también en otra base, — a saber, la disolución de los
cielos y de la tierra demostrando la inestabilidad de todo aquello sobre lo que
la incredulidad descansaba y proporcionando por el mismo motivo una solemne
advertencia a los santos para inducirlos a andar en santidad.
Capítulo 1
Fe preciosa
recibida por la fidelidad de Dios
El Apóstol describe a sus hermanos como habiendo
recibido la misma fe preciosa que él por la fidelidad de Dios a las promesas
hechas a los padres [véase nota 1], pues esa es seguramente la fuerza de la
palabra "justicia" en este lugar. La fidelidad del Dios de Israel
había otorgado a Su pueblo esta fe (es decir, el cristianismo), que era tan
preciosa para ellos.
[Nota
1]. Este pasaje ha sido traducido como "de nuestro Dios y Salvador
Jesucristo", y bien traducido está ya que habla de la fidelidad de Dios a Su
promesa. La Epístola a los Hebreos se explaya también en el hecho de que Jesús
es Jehová.
La fe es aquí la porción que nosotros tenemos
ahora en las cosas que Dios da y que en el cristianismo son reveladas como
verdades mientras que las cosas prometidas no han llegado todavía. Era de esta
manera que los judíos creyentes debían poseer al Mesías y todo lo que Dios daba
en Él tal como el Señor había dicho: "No se turbe vuestro corazón; creéis
en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así
no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros".
(Juan 14:1, 2). Es decir: «Vosotros no poseéis
a Dios de manera visible; disfrutáis de Él creyendo en Él. Lo mismo es con
respecto a Mí: no me poseeréis de manera corporal pero creyendo disfrutaréis de
todo lo que hay en Mí, — a saber, la justicia y todas las promesas de Dios». Fue así como estos judíos creyentes a quienes
Pedro escribió poseían al Señor: habían recibido esta fe preciosa.
El conocimiento de
Dios y de Jesús
acompañado por un
poder vivo y divino
Como es costumbre él les desea, "gracia y
paz", añadiendo: "en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús".
Es el conocimiento de Dios y de Jesús lo cual es el centro y el apoyo de la fe,
lo que la alimenta y en lo que ella es desarrollada y engrandecida divinamente
y lo que la protege de las vanas imaginaciones de los engañadores. Pero hay un
poder vivo con este conocimiento, — un poder divino en lo que Dios es para los
creyentes, — tal como Él es revelado a la fe en este conocimiento; y este poder
divino nos ha dado todo lo que pertenece a la vida y a la piedad. Mediante el
conocimiento genuino que poseemos de Aquel que nos ha llamado este poder divino
se vuelve disponible y eficaz para todo lo que pertenece a la vida y a la
piedad: "el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia".
El llamamiento de
Dios a procurar la gloria;
obteniendo la
victoria mediante la valentía espiritual
De este modo nosotros tenemos aquí el llamamiento
de Dios a procurar la gloria como nuestro objetivo obteniendo la victoria mediante
la virtud, — la valentía espiritual, — sobre todos los enemigos que encontramos
en nuestra senda. No se trata de una ley dada a un pueblo ya reunido sino de la
gloria propuesta para ser alcanzada mediante energía espiritual. Además, nosotros
tenemos el poder divino que actúa conforme a su propia eficacia para la vida de
Dios en nosotros y para la piedad.
¡Cuán precioso es saber que la fe puede utilizar
este poder divino hecho realidad en la vida del alma dirigiéndola hacia la
gloria como objetivo de ella! ¡Qué salvaguardia contra los esfuerzos del
enemigo si estamos realmente establecidos en la conciencia de este poder divino
que actúa en nuestro favor en gracia! El corazón es conducido a hacer de la
gloria su objetivo; y la virtud que es la fuerza de la vida espiritual es
desarrollada en la senda hacia ella. El poder divino nos ha dado todo lo
necesario.
Participantes de la
naturaleza divina por medio
de las grandes y
preciosas promesas
divinamente
reveladas
Ahora bien, en relación con estas dos cosas, — a
saber, con la gloria y con la energía de vida, — nos son dadas muy grandes y
preciosas promesas; porque todas las promesas en Cristo o son desarrolladas en
la gloria o en la vida que conduce a ella. Por medio de estas promesas somos
hechos participantes de la naturaleza divina; porque este poder divino que se
hace realidad en vida y en piedad está relacionado con estas grandes y
preciosas promesas que o bien se refieren a la gloria o bien a la virtud en la
vida que conduce a ella, — lo que es decir que es el poder divino el que se
desarrolla a sí mismo al hacer realidad la gloria y el andar celestial que lo
caracterizan en su propia naturaleza. Nosotros somos hechos moralmente participantes
de la naturaleza divina por medio del poder divino que actúa en nosotros y fija
el alma en lo que está divinamente revelado. ¡Preciosa verdad! Privilegio tan eminente!
y que nos hace capaces de disfrutar de Dios mismo así como de todo lo bueno.
Liberación de la
corrupción que hay en el mundo
Mediante la misma acción de este poder divino
nosotros escapamos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la
concupiscencia pues el poder divino nos libra de ella. No sólo no cedemos a
ella sino que estamos ocupados en otra parte y la acción del enemigo sobre la
carne es mantenida alejada; los deseos de los que uno no podía limpiarse son
eliminados; cesa la relación corrupta del corazón con su objeto. Es una
liberación real; nosotros tenemos el dominio sobre nosotros mismos a este
respecto; somos liberados del pecado.
La necesidad de
añadir a la fe virtud, — la valentía moral
de gobernarse uno
mismo; entonces el verdadero conocimiento
de Dios puede ser
añadido para que guíe
nuestro andar
Pero no es suficiente haber escapado por medio de
la fe incluso del dominio interior de los deseos de la carne; debemos añadir a
la fe, — a esa fe que hace realidad el poder divino y la gloria de Cristo que
será revelada, — debemos añadir a la fe virtud. Esto es lo primero. Ella es,
como hemos dicho, la valentía moral que vence dificultades y gobierna el
corazón conteniendo toda acción de la vieja naturaleza. Es una energía mediante
la cual el corazón es dueño de sí mismo y es capaz de escoger lo bueno y
desechar el mal como cosa vencida e indigna de uno mismo. Esto es realmente
gracia; pero el Apóstol está hablando aquí de la cosa misma tal como es hecha
realidad en el corazón y no de su fuente. Yo he dicho que esto es lo primero
porque de manera práctica este gobierno de uno mismo, — esta virtud, esta
energía moral, — es liberación del mal y hace posible la comunión con Dios. Es
lo único que da realidad a todo lo demás porque sin virtud no estamos realmente
con Dios. ¿Puede el poder divino desarrollarse en la laxitud de la carne? Y si nosotros
no estamos realmente con Dios, — si la nueva naturaleza no está actuando, — el
conocimiento no es más que una incitación a la carne; la paciencia no es más
que una cualidad natural o bien es hipocresía; y así sucesivamente con el
resto. Pero allí donde hay esta virtud es muy precioso añadirle conocimiento. Entonces tenemos sabiduría e
inteligencia divinas para que guíen nuestro andar: el corazón es ensanchado, es
santificado, se desarrolla espiritualmente mediante un conocimiento más
completo y profundo de Dios que actúa en el corazón y es reflejado en el andar.
Nosotros somos guardados de más errores, somos más humildes, más sobrios de pensamiento:
sabemos mejor dónde está nuestro tesoro y lo que él es y que todo lo demás no
es más que vanidad y un estorbo. Por lo tanto un verdadero conocimiento de Dios
es lo que se quiere dar a entender aquí.
Otros principios a ser añadidos y
desarrollados
Andando
así en el conocimiento de Dios, la carne, la voluntad, los
deseos son refrenados; todo el poder práctico de ellos disminuye y desaparecen
como hábitos del alma; no son alimentados. Somos moderados; hay autocontrol; no
sucumbimos a nuestros deseos; el dominio propio es añadido al conocimiento. El
Apóstol no está hablando del andar sino del estado del corazón al andar. Sin
embargo, estando así gobernados y refrenada la voluntad uno soporta con
paciencia a los demás; y las circunstancias por las que hay que pasar son
soportadas en todos los aspectos conforme a la voluntad de Dios sean ellas las
que sean. Nosotros añadimos paciencia al dominio propio.
Entonces
el corazón, la vida espiritual, es libre para disfrutar sus
verdaderos objetos, — un principio de profunda importancia en la vida
cristiana. Cuando la carne está en acción de un modo u otro (aunque su acción
sea puramente interior), si hay cualquier cosa acerca de la cual la conciencia
debiese ser ejercitada el alma no puede estar en el disfrute de la comunión con
Dios en la luz porque además el efecto de la luz es llevar a la conciencia a
que ella se ejercite. Pero cuando la conciencia no tiene nada que no haya sido
ya juzgado en la luz el nuevo hombre está en acción con respecto a Dios ya sea
en darse cuenta del gozo de Su presencia o en glorificarle en una vida
caracterizada por la piedad. Nosotros disfrutamos la comunión con Dios; andamos
con Dios; añadimos a la paciencia, piedad.
Estando
así el corazón en comunión con Dios el afecto emana libremente
hacia aquellos que Le son amados y que compartiendo la misma naturaleza suscitan
necesariamente los afectos del corazón espiritual: el afecto fraternal es desarrollado.
Ágape, el amor divino diferenciado del
afecto fraternal
Hay
otro principio que corona y gobierna y da carácter a todos los
demás: se trata del ágape, del amor propiamente dicho. (2ª Pedro 1:7; 1ª Juan
4:8, Strong G26, ἀγάπη). Esta es en su raíz la naturaleza de Dios mismo, fuente y perfección
de toda otra cualidad que adorna la vida cristiana. La diferencia entre el amor
y el afecto fraternal es de profunda importancia; de hecho y como acabamos de
decir lo primero es la fuente de donde emana lo segundo; pero como este afecto
fraternal existe en hombres mortales este afecto puede mezclarse en su
ejercicio con sentimientos meramente humanos, con el afecto individual, con el
efecto de los atractivos personales o el de la costumbre, de la conveniencia en
el carácter natural. Nada hay más dulce que los afectos fraternales; el
mantenimiento de ellos es de la mayor importancia en la asamblea; pero ellos pueden
degenerar así como pueden enfriarse; y si el amor, si Dios, no ocupa el lugar
principal dichos afectos pueden desplazarle a Él, — desecharle, — excluirle. El
amor divino, amor que es la naturaleza misma de Dios dirige, gobierna y da
carácter al afecto fraternal; de lo contrario lo que nos gobierna es aquello que
nos agrada, — es decir, nuestro propio corazón. Si el amor divino me gobierna
yo amo a todos mis hermanos; los amo porque pertenecen a Cristo; no hay predisposición.
Tendré mayor disfrute en un hermano espiritual pero me ocuparé acerca de mi
hermano débil con un amor que se eleva por encima de su debilidad y que tiene por
ello tierna consideración. El pecado de mi hermano me concernirá por el amor de
Dios que ha sido derramado en mi corazón para restaurar a mi hermano
reprendiéndolo si es necesario; y tampoco el afecto fraternal, o su nombre,
puede estar asociado con la desobediencia si el amor divino está en ejercicio.
En una palabra, Dios tendrá Su lugar en todas mis relaciones. Demandar afecto
fraternal de manera tal que excluya los requisitos de lo que Dios es y de Sus
demandas sobre nosotros es excluir a Dios de la manera más viable para
gratificar nuestros propios corazones. Entonces, el amor divino que actúa de
acuerdo a la naturaleza, al carácter y a la voluntad de Dios es lo que debiese
dirigir y caracterizar todo nuestro andar cristiano y debiese tener autoridad
sobre cada movimiento de nuestros corazones. Sin esto todo lo que puede hacer
el afecto fraternal es sustituir a Dios por el hombre. El amor divino es el
vínculo de la perfección porque es Dios el cual es amor obrando en nosotros y
haciéndose Él mismo el objeto rector de todo lo que sucede en el corazón.
Las consecuencias de tener o de carecer de
estas cosas
Ahora
bien, si estas cosas están en nosotros el conocimiento de Jesús
no será estéril en nuestros corazones. Pero si por el contrario nosotros
carecemos de ellas, estamos ciegos; no podemos penetrar en las cosas de Dios:
nuestra vista es muy corta; está limitada por la estrechez de un corazón
gobernado por su propia voluntad y desviado por sus propias concupiscencias. Nosotros
olvidamos que hemos sido limpiados de nuestros antiguos pecados; perdemos de
vista la posición que el cristianismo nos ha dado. Este estado de cosas no es
la pérdida de la seguridad sino el olvido de la verdadera profesión cristiana a
la que hemos sido llevados, — pureza en contraste con los modos de obrar del
mundo.
Una amplia y generosa entrada en el
reino eterno
que depende de la conducta del creyente
Por
lo tanto, nosotros debemos poner el mayor empeño para tener el
sentido de nuestra elección fresco y fuerte como para andar en libertad
espiritual. Haciendo esto no tropezaremos; y de este modo una amplia y generosa
entrada en el reino eterno será nuestra porción. Aquí como en todas partes
vemos que la mente del Apóstol está ocupada con el gobierno de Dios aplicándolo
a Su trato con los creyentes con referencia a la conducta de ellos y sus
consecuencias prácticas. Él no está hablando de una manera absoluta acerca del
perdón y la salvación sino del reino, — de la manifestación de Su poder, poder
de Aquel que juzga justamente, — cuyo
cetro es un cetro de justicia (Salmo 45:6). Andando en las sendas de Dios
nosotros tenemos parte en aquel reino entrando en él con seguridad, sin
dificultad, sin esa vacilación de alma que es experimentada por aquellos que
contristan al Espíritu Santo y tienen mala conciencia y se permiten cosas que
no concuerdan con el carácter del reino, o que muestran por su negligencia que
su corazón no está en él. Si por el contrario el corazón se adhiere al reino y
nuestros modos de obrar son adecuados a él nuestra conciencia está al unísono
con su gloria. El camino está abierto ante nosotros: vemos a lo lejos y
avanzamos no teniendo impedimento alguno en nuestro camino. Nada nos aparta
mientras andamos por la senda que conduce al reino ocupados en las cosas adecuadas
a él. Dios no tiene controversia alguna con aquel que anda de este modo. La
entrada en el reino le es abierta ampliamente conforme a los modos de obrar de Dios
en gobierno.
El propósito de la carta del Apóstol
Por
lo tanto el Apóstol desea recordarles estas cosas aunque ellos ya
las sabían proponiéndose mientras él estuviese en su cuerpo terrenal despertar
sus corazones puros para que las mantuviesen en la memoria; porque pronto él se
apartaría de su vaso terrenal tal como el Señor le había dicho y escribiéndoles
así él cuidaba de que ellos las recordaran siempre.
Está
muy claro que él no estaba esperando que otros apóstoles fueran
levantados ni que una sucesión eclesiástica ocupara el lugar de ellos como
guardianes de la fe o como poseyendo suficiente autoridad para ser un fundamento
de la fe de los creyentes. Él mismo iba a proveer para que a su partida ellos encontraran
algo de su parte que recordaría a los fieles las enseñanzas que les había dado.
Con este propósito él escribió su epístola.
El testimonio de Pedro rendido a la
gloria del Señor
como habiendo visto Su majestad con sus
propios ojos;
el testimonio del Padre
La importancia y la certeza divinas de lo que él enseñaba eran dignas
de esta labor. «Nosotros no hemos seguido», dice el Apóstol, «fábulas artificiosas cuando os dimos a conocer el poder y la
venida de
nuestro Señor Jesucristo sino
que vimos Su majestad con nuestros propios ojos».
Como
muestran claramente sus palabras el Apóstol está hablando de la
transfiguración. Yo menciono esto aquí para indicar de manera más evidente que
en sus pensamientos acerca de la venida
del Señor él no va más allá de Su aparición en gloria. Por el momento Él estaba
oculto de los que confiaban en Él: ésta fue una gran prueba para la fe de ellos
porque tal como sabemos los judíos estaban acostumbrados a esperar un Mesías
visible y glorioso. Creer sin ver fue la lección que ellos tuvieron que
aprender; y ello fue un magnífico apoyo para su fe, este hecho, a saber, que el
Apóstol que les enseñaba había visto con sus dos compañeros y con sus propios
ojos la gloria de Cristo manifestada, — la había visto desplegada ante ellos
junto con la de los santos de antaño que comparten Su reino. En aquel momento
Jesús recibió como testimonio de Dios Padre honra y gloria; una voz
dirigiéndose a Él desde la magnífica gloria, — desde la nube que para un judío era
la conocida morada de Jehová, el Dios Altísimo, — proclamándole como su Hijo
amado; una voz que oyeron también los tres apóstoles (aun cuando vieron Su
gloria), cuando estaban con Él en el monte santo. (Mateo 17:1 a7). [Véase nota
2].
[Nota 2]. En Lucas 9 la parte más elevada de la
bendición es puesta ante nosotros. Ellos tuvieron temor cuando ellos entraron
en la nube. Dios había hablado con Moisés desde la nube cara a cara pero aquí ellos
entran en ella. El carácter celestial y eterno, lo que es perpetuo como moral, es
sacado a relucir mucho más en Lucas).
La transfiguración: mostrando la gloria
celestial del reino
que va a ser manifestada al mundo
y confirmando las palabras de los
profetas
Nosotros
vemos que lo que ocupa aquí al Apóstol es la gloria del reino
y no el hecho de morar en la casa del Padre para siempre con el Señor. Se trata
de una manifestación a los hombres que viven en la tierra; es el poder del
Señor, la gloria que Él recibe de Dios Padre como el Mesías, reconocido como siendo
Su Hijo y coronado de gloria y de honra ante los ojos del mundo. Es al reino
eterno donde el Apóstol desea que ellos tengan una ampliada entrada. Es el
poder y la gloria que Cristo recibió de Dios que el Apóstol vio y de lo que él da
testimonio. Efectivamente nosotros tendremos esta gloria pero ella no es
nuestra porción propiamente dicha: porque esto es dentro de la casa, ser la
esposa del Cordero, y ella no se muestra a si misma al mundo. No obstante y con
respecto a la asamblea las dos cosas no pueden ser separadas; si nosotros somos
la esposa ciertamente participaremos en la gloria del reino. [Véase nota 3].
Para el judío que estaba acostumbrado a esperar esta gloria (con independencia
de cuál podía ser su idea al respecto), el hecho de que el Apóstol la hubiera
visto era de una importancia inestimable.
[Nota 3]. Compárese con Lucas 12 donde la
alegría dentro de la casa está relacionada con el hecho de velar; la herencia,
con el servicio.
Era la gloria celestial del reino tal como será manifestada al mundo;
una gloria que será vista cuando el Señor regrese con poder (compárese con Marcos
9:1). Es una gloria comunicada que procede de la magnífica gloria. Además, el
testimonio de los profetas está relacionado con la gloria manifestada; ellos
hablaron del reino y de la gloria y el resplandor de la transfiguración fue una
espléndida confirmación de las palabras de ellos. «Tenemos», dice el Apóstol, « las palabras de los profetas confirmadas». Aquellas palabras efectivamente proclamaban
la gloria del reino que había de venir y el juicio del mundo que había de dar
paso a su establecimiento en la tierra. Este anuncio era una luz en las
tinieblas de nuestro mundo que es verdaderamente un lugar oscuro, que no tenía
otra luz que el testimonio que Dios había dado por medio de los profetas de lo
que le sucedería y del reino futuro cuya luz disiparía finalmente las tinieblas
de la separación de Dios en que se encuentra el mundo. Esta profecía era una antorcha
que alumbraba durante las tinieblas de la noche; pero había otra luz para los
que velaban.
La Palabra profética como una antorcha
en la noche;
el Sol de Justicia; el amanecer del día
y el Lucero de la Mañana
Para
el remanente de los judíos el Sol de Justicia nacería con salvación
en sus alas; los malos serían como cenizas hollados bajo los pies de los justos
(Malaquías 4:2 y 3). El cristiano enseñado en sus propios privilegios conoce al
Señor de una manera diferente a ésta si bien él cree en esas solemnes verdades.
Él vela durante la noche que ya está muy avanzada. Él ve en su corazón y
mediante la fe [véase nota 4] el amanecer del día y la salida de la estrella
resplandeciente de la mañana.
[Nota 4]. Esta es la construcción de la frase:
"Tenemos también la palabra profética confirmada, a la cual hacéis bien en
estar atentos (como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro), hasta que el
día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones".
El
cristiano Conoce al Señor como Le conocen los que creen en Él antes
que sea manifestado como viniendo para el puro gozo celestial de los Suyos
antes que brille el resplandor del día. Los que velan ven el amanecer del día;
ven el lucero de la mañana. Por tanto nosotros tenemos nuestra porción en
Cristo no sólo en el día y de la manera en que los profetas hablaron de Él todo
lo cual está relacionado con la tierra aunque la bendición viene desde lo alto;
nosotros tenemos el secreto de Cristo y de nuestra unión con Él y de Su venida
para tomarnos a Sí mismo como el lucero de la mañana antes que llegue el día. Nosotros
somos Suyos durante la noche; estaremos con él en la verdad de aquel vínculo
celestial que nos une a Él como apartados para Él mientras el mundo no Le ve.
Seremos reunidos a Él antes de que el mundo Le vea para que podamos disfrutar de
Él y para que el mundo pueda vernos con Él cuando Él aparezca.
El lucero de la mañana: la parte propia
de la asamblea
El
gozo de nuestra porción es que estaremos con Él, "siempre con
el Señor". La profecía ilumina al cristiano y lo separa del mundo mediante
el testimonio que es presentado de su juicio y de la gloria del reino venidero.
El testimonio del Espíritu a la asamblea hace esto mediante la atracción de
Cristo mismo, la estrella resplandeciente de la mañana, — nuestra porción
mientras el mundo todavía está abismado en el sueño.
La
estrella resplandeciente de la mañana es el propio Cristo cuando
(antes del día, el cual será producido por Su aparición) Él esté preparado para
recibir a la asamblea para que ella pueda entrar en Su propio gozo peculiar.
Así se dice: "Yo soy… la estrella resplandeciente de la mañana".
(Apocalipsis 22:16). Esto es lo que Él es para la asamblea así como Él es "la
raíz y el linaje de David" para Israel. Por consiguiente, inmediatamente
después de que Él dice: "La estrella resplandeciente de la mañana ",
el Espíritu que mora en la asamblea e inspira sus pensamientos, y la Esposa, la
asamblea misma que espera a su Señor, dicen: "¡Ven!". De este modo,
en Apocalipsis 2:28 el Señor promete a los fieles de Tiatira que les dará la
estrella de la mañana, es decir, el gozo con Él mismo en el cielo. El reino y
el poder ya les habían sido prometidos según los propios derechos de Cristo (Apocalipsis
2:26 y 27); pero la porción propia de la asamblea es Cristo mismo. Además de la
declaración de los profetas con respecto al reino es así como la asamblea Le
espera.
Las profecías de la Escritura como
partes de un todo
dirigidas por el Espíritu Santo el cual
inspiró
a los santos hombres a escribirlas
El
Apóstol continúa advirtiendo a los fieles que las profecías de la
Escritura no eran como las expresiones de la voluntad humana y no debían ser
interpretadas como si cada una tuviera una solución separada, — como si
cada profecía fuese suficiente en sí misma
para la explicación de su significado completo. Todas ellas eran partes de un
todo que tenía un solo y un mismo objetivo, a saber, el reino de Dios; y cada
acontecimiento era un paso preliminar hacia este objetivo y un eslabón en la
cadena del gobierno de Dios que conducía a él, imposible de ser explicado a
menos que se comprendiera el objetivo del todo, — el objetivo revelado de los consejos
de Dios en la gloria de Su Cristo. Porque santos hombres inspirados por el
Espíritu Santo pronunciaron estos oráculos, uno y el mismo Espíritu dirigiendo
y coordinando el conjunto para el desarrollo de los modos de obrar de Dios para
los ojos de la fe, modos de obrar que terminarían en el establecimiento de
aquel reino cuya gloria había aparecido en la transfiguración.
Resumen del capítulo 1
Por
tanto nosotros tenemos aquí (capítulo 1) estas tres cosas: En
primer lugar, el poder divino para todo lo que pertenece a la vida y a la
piedad, una declaración de valor infinito, la garantía de nuestra verdadera
libertad. El poder divino actúa en nosotros, nos da todo lo necesario para
permitirnos andar en la vida cristiana.
En
segundo lugar está el gobierno de Dios en relación con la fidelidad
del creyente a fin de que nos pueda ser concedida una amplia y generosa entrada
en el reino eterno y no tropecemos. El gran resultado de este gobierno será
manifestado en el establecimiento del reino cuya gloria fue vista en el monte
santo por los tres apóstoles.
Pero,
en tercer lugar, para el cristiano había algo mejor que el reino,
algo a lo que el Apóstol simplemente alude pues no era el tema especial de las
comunicaciones del Espíritu Santo a él como lo fue para el Apóstol Pablo, a
saber, Cristo tomando a la asamblea a Sí mismo, un asunto no encontrado ni en
las promesas ni en las profecías pero que forma los preciosos e inestimables gozo
y esperanza del cristiano enseñado por Dios.
Capítulo 2
Las dos formas de mal que caracterizan
los últimos días:
la enseñanza falsa y corrupta de hombres
malos
y la incredulidad
Este
primer capítulo nos ha enseñado así el aspecto divino de la
posición cristiana dada al Apóstol para la enseñanza de los creyentes de entre
la circuncisión en los postreros días. Por otra parte, los dos capítulos que
siguen a continuación colocan ante nosotros las dos formas de mal que
caracterizan los postreros días, — a saber, la enseñanza falsa y corrupta de malos
hombres y la incredulidad que niega el regreso del Señor fundamentándose en la
estabilidad de la creación visible. Los primeros niegan realmente al Amo que
los compró. No se trata aquí en cuanto al derecho del Señor ni en cuanto a la
redención. El símil es el de un amo que ha comprado esclavos en el mercado y
éstos reniegan de Él y se niegan a obedecerle. Así, entre los judíos
convertidos habría falsos maestros que renegarían de la autoridad de Cristo, —
de Sus derechos sobre ellos. Muchos se dejarán llevar por ellos; y como ellos llevaban
el nombre de cristianos el camino de la verdad se vería desacreditado mediante
sus recursos; mientras que, de hecho, por su codicia y palabras hipócritas
ellos harían mercadería de los cristianos para ganancia privada de ellos
considerándolos como meros instrumentos para ello. Pero el recurso de la fe
está siempre en Dios. El juicio los alcanzaría. Los ejemplos de los ángeles
caídos, de Noé y el diluvio, de Lot y Sodoma, demostraban que el Señor sabía
cómo librar de sus pruebas a los justos y reservar a los injustos para el día
del juicio.
Entre el pueblo de Dios, corruptos
hacedores de mal,
cristianos nominales,; el juicio de
ellos
Lo que
caracterizaría a esta clase de malhechores sería la abusiva libertad desenfrenada
de su conducta. Ellos satisfarían sus concupiscencias carnales y despreciarían
toda potestad de una manera que los ángeles no se atreverían a hacer. Aun así
ellos se llamarían a sí mismos cristianos y se asociarían con cristianos en sus
ágapes (fiestas de amor fraternal), engañando a sus propios corazones, adictos
continuamente al mal, prometiendo libertad a otros pero siendo ellos mismos
esclavos de corrupción.
Ahora bien,
estar así enredados de nuevo en el mal después de haber escapado de él por el
conocimiento del Señor y Salvador era peor que si ellos nunca hubieran conocido
nada del camino de la verdad. Pero era conforme al verdadero proverbio, a saber,
el perro había vuelto a su vómito y la puerca que había sido lavada había
vuelto a revolcarse en el cieno. Por lo tanto ellos eran apóstatas; pero el
Espíritu de Dios no señala aquí la apostasía tanto como el mal porque el
gobierno de Dios está aún en la perspectiva. En Judas la apostasía es lo
prominente. Pedro nos dice que los ángeles pecaron; Judas nos dice que ellos no
guardaron su dignidad (o su original estado). Pero Dios juzgará a los inicuos.
Capítulo 3
Confianza en la estabilidad de lo que se
ve
e incredulidad en la Palabra de Dios;
ignorancia voluntaria del pasado;
advertencia acerca del futuro que es
seguro
En el último capítulo, como hemos dicho, se trata del materialismo:
confianza en la estabilidad de lo que puede ser visto en contraste con la
confianza en la Palabra de Dios que nos enseña a esperar la venida de Jesús, el
regreso del Señor. Ellos juzgan mediante los sentidos. Ellos dicen que no hay
apariencia de cambio. Este no es el caso. A los ojos del hombre es cierto que
no hay ninguno. Pero estos incrédulos ignoran deliberadamente el hecho de que
el mundo ya ha sido juzgado una vez; que las aguas de las que por la poderosa
palabra de Dios surgió la tierra la habían destruido de nuevo por el momento
pereciendo todos excepto aquellos a quienes Dios preservó en el arca. Y por la
misma Palabra los cielos y la tierra actuales están reservados para el día del
juicio y de la perdición de los hombres impíos. No es que el Señor retarda la
promesa de su regreso sino que Él aún está ejerciendo Su gracia no queriendo
que ninguno perezca sino que todos procedan al arrepentimiento. Y mil años son
para Él como un día y un día como mil años. Pero el día del Señor vendrá en el
cual todas las cosas pasarán y los elementos serán deshechos con ardiente calor
y todo lo que hay sobre la tierra será quemado. Solemne consideración para los
hijos de Dios, para mantenerlos en completa separación del mal y de todo lo que
se ve, ¡esperando y apresurando (deseando con la mayor sinceridad) el día en
que los cielos serán deshechos y los elementos se fundirán con intenso
calor! Todo aquello en lo cual se
fundamentan las esperanzas de la carne desaparecerá para siempre.
El estado eterno: cielos nuevos y tierra
nueva;
necesaria disolución de los elementos
para la renovación de todas las cosas
Sin
embargo, habrá cielos nuevos y tierra nueva en los cuales morará la
justicia. No se dice aquí: 'Reinará', lo cual serían los mil años del
dominio del Señor; aquí se trata del estado eterno en el cual el gobierno que
ha puesto todas las cosas en orden terminará y la bendición sin trabas emanará
de Dios siendo el reino entregado a Dios el Padre.
Es
siguiendo los modos de obrar de Dios en el gobierno como el Apóstol
los lleva al estado eterno en el que la promesa se cumplirá finalmente. El
milenio mismo era la restauración de la que habían hablado los profetas; y
moralmente los cielos y la tierra habían sido cambiados por el encarcelamiento
de Satanás y el reinado de Cristo (véase Isaías 65:17 y18, habiendo sido hecha Jerusalén
una alegría); y efectivamente los cielos enteramente limpiados mediante poder
para nunca ser contaminados de nuevo por Satanás, los santos en lo alto,
también, en su estado eterno, la tierra liberada pero aún no liberada
definitivamente. Pero materialmente la disolución de los elementos era
necesaria para la renovación de todas las cosas.
El día de Dios en contraste con la
confianza de los incrédulos
Se
observará que el Espíritu no habla aquí de la venida de Cristo excepto
para decir que se hará mofa de ella en los postreros días. Él habla del día de
Dios en contraste con la confianza de los incrédulos en la estabilidad de las
cosas materiales de la creación, estabilidad que depende, tal como muestra el
Apóstol, de la Palabra de Dios. Y en aquel día todo aquello en lo que los
incrédulos descansaban y descansarán será deshecho y fenecerá. Esto no será al
comienzo del día sino al final; y aquí somos libres de considerar este día como
mil años según la palabra del Apóstol o como cualquier duración del período que
el Señor considerará adecuado.
El motivo de la aparente tardanza de
Dios
Una
desintegración tan solemne de todo aquello sobre lo que descansa la
carne debe llevarnos a andar de tal manera que cuando Él venga a presentar
aquel día seamos hallados por el Señor en paz e irreprensibles; teniendo en
cuenta que la aparente tardanza es sólo la gracia del Señor ejercida para la
salvación de las almas. Bien podemos nosotros esperar si Dios hace uso de este
tiempo para rescatar almas del juicio llevándolas al conocimiento de Él mismo y
salvándolas con una eterna salvación. El Apóstol dice que esto había sido
enseñado por Pablo quien les escribió (a los creyentes hebreos) acerca de estas
cosas así como lo hizo también en sus otras epístolas.
El testimonio que Pedro rinde a las
epístolas de Pablo
Es
interesante ver que Pedro que había sido reprendido públicamente
ante todos por Pablo lo presenta aquí con todo afecto (Véase Gálatas 2:11 a 14).
Él menciona que las epístolas de Pablo contenían una doctrina eminente que
estaba siendo pervertida por los que eran inconstantes y no enseñados por Dios.
Porque Pedro, de hecho, no sigue a Pablo en el campo en el que éste último había
entrado. Sin embargo esto no impide que él hable de los escritos de Pablo como
formando parte de las Escrituras; "como también las otras Escrituras",
dice él. Este es un importante testimonio que asigna además el mismo carácter a
los escritos de uno que puede otorgar este título a los escritos de otro.
Exhortación final de Pedro
Entonces, que
los cristianos estén en guardia y no se dejen seducir por los errores de los
inicuos sino que se esmeren por crecer en la gracia y en el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria, tanto ahora como en el
día de la eternidad. Amén.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Junio 2023