SINOPSIS
de
los Libros
de la Biblia
JUAN
Capítulos 1 - 12
El carácter peculiar del Evangelio de Juan
El Evangelio de Juan tiene un carácter peculiar,
como todo Cristiano percibe. No presenta el nacimiento de Cristo en este mundo, visto como el Hijo de David. No traza Su genealogía
retrocediendo hasta Adán, a fin de presentar Su título de Hijo del Hombre. No exhibe al Profeta quien, por Su testimonio,
cumplió el servicio de Su Padre en este aspecto aquí abajo. No se trata ni de Su nacimiento, ni del comienzo de Su Evangelio, sino de Su existencia antes del principio de cualquier cosa que tuviera alguna
vez un principio. "En el principio era el Verbo." En resumen, se trata de la gloria de la Persona de Jesús, el Hijo
de Dios, sobre toda dispensación - una gloria desarrollada de muchas maneras en gracia, pero que es siempre ella misma. Se
trata de aquello que Él es; pero haciéndonos partícipes de todas las bendiciones que emanan de esta gloria, cuando Él se manifiesta
de un modo tal como para comunicarlas.
Capítulo 1
La existencia eterna, la naturaleza divina
y
la personalidad distintiva del Verbo
El primer capítulo afirma aquello que Él era
antes de todas las cosas, y los diferentes caracteres en los que Él es una bendición para el hombre, al haberse hecho carne.
Él es, y es la expresión de, toda la mente que subsiste en Dios: el Logos. En el principio Él era. Si nosotros retrocedemos
hasta donde le es posible a la mente humana, por mucho que retrocedamos más allá de todo aquello que haya tenido jamás un
principio, Él es. Ésta es la idea más perfecta que podemos formarnos históricamente, si es que puedo utilizar una expresión
tal, de la existencia de Dios o de la eternidad. "En el principio era el Verbo." ¿No había nada más que Él? ¡Imposible!
¿De qué habría podido Él ser el Verbo? "El Verbo era con Dios." Es decir, se le atribuye una existencia personal. Pero,
para que no se pensase que Él era alguna cosa implicada en la eternidad, pero que el Espíritu Santo viene a revelar, se dice
que Él "era Dios." En Su existencia eterna - en Su naturaleza divina - en Su Persona formal, podría haberse hablado de Él
como una emanación en el tiempo, como si Su personalidad fuera temporal, aunque eterna en Su naturaleza: el Espíritu añade
por lo tanto, "Él estaba en el principio con Dios." (Juan 1:2 - Versión Moderna). Es la revelación del Logos eterno antes
de toda creación. Por lo tanto, este Evangelio comienza realmente antes del
Génesis. El libro del Génesis nos ofrece la historia del mundo en el tiempo: Juan nos ofrece aquella del Verbo, quien existía
en la eternidad antes de que el mundo fuese; quien - cuando el hombre puede hablar del principio - era; y, consecuentemente,
no tuvo nunca un principio en Su existencia. El lenguaje del Evangelio es lo más claro posible, y, como la espada del paraíso,
da vueltas hacia todos lados, en oposición a los pensamientos y a los razonamientos del hombre, para defender la divinidad
y personalidad del Hijo de Dios.
El Creador de todas las cosas
Por Él fueron también creadas todas las cosas.
Hay cosas que tuvieron un principio; todas ellas tuvieron su origen de Él: "Todas las cosas por medio de él fueron hechas,
y sin él ni una sola cosa de lo que ha sido hecho, fue hecha." (Juan 1:3 - Versión Moderna). Distinción precisa, positiva
y absoluta, entre todo lo que ha sido hecho, y Jesús. Si hay algo que ha sido hecho, no es el Verbo; pues todo lo que ha sido
hecho fue hecho por medio de ese Verbo.
"En él estaba la vida . . .la luz de los hombres",
resplandeciendo en las tinieblas
Pero hay otra cosa, además del acto supremo
de crear todas las cosas (un acto que caracteriza al Verbo) - hay aquello que estaba (o era) en Él. Toda la creación fue hecha
por Él, pero ella no existe en Él. Pero en Él estaba (o era) la vida. En esto Él estaba en relación con una parte especial
de la creación - una parte que era el objeto de los pensamientos y de las intenciones de Dios. Esta vida que "era la luz de
los hombres", se reveló a sí misma como testimonio a la naturaleza divina, en relación inmediata con ellos, así como no lo
hizo nunca respecto a otros [1]. Pero, de hecho, esta luz brilló en medio de aquello que, en su propia naturaleza [2], era
contrario a ella, y en medio de un mal que estaba fuera de cualquier imagen natural, pues donde viene la luz, ya no hay tinieblas:
pero aquí la luz vino, y las tinieblas no se percibieron de ella - continuaron siendo tinieblas, a la cual, por consiguiente,
no la comprendieron, ni la recibieron.
[1] La forma de expresión en griego es muy enfática, identificando
completamente la vida con la luz de los hombres, como proposiciones de la misma extensión.
[2] No es aquí mi fin revelar la manera en que el Verbo se enfrenta
con los errores de la mente humana; pero, de hecho, como revela la verdad de parte de Dios, responde también, de manera notable,
a todos los pensamientos erróneos del hombre. Con respecto a la Persona del Señor, los primeros versículos del capítulo dan
testimonio de ello. Aquí el error que hizo del principio de las tinieblas un segundo dios en igual conflicto con el buen Creador,
es refutado por el simple testimonio de que la vida era la luz, y las tinieblas una condición moral, sin poder, y negativa,
en medio de la cual esta vida se manifestó en luz. Si tenemos la verdad misma, no tenemos necesidad de estar familiarizados
con el error. Conocida la voz del Buen Pastor, estamos seguros que ninguna otra voz es la de Él. Pero, de hecho, la posesión
de la verdad, como es revelada en la Escrituras, es una respuesta a todos los errores en los que el hombre ha caído, siendo
ellos innumerables.
Éstas son las relaciones del Verbo con la
creación y con el hombre, vistos abstractamente en Su naturaleza. El Espíritu prosigue con este asunto, dándonos detalles,
históricamente, de la última parte.
La manifestación del Verbo hecho carne;
la Luz verdadera y su recepción
Podemos observar aquí - y el punto es de importancia
- de qué modo el Espíritu pasa de la naturaleza divina y eterna del Verbo, quien era antes de todas las cosas, a la manifestación,
en este mundo, del Verbo hecho carne en la Persona de Jesús. Todos los caminos de Dios, las dispensaciones, Su gobierno del
mundo, son pasados por alto en silencio. Al contemplar a Jesús en la tierra, inmediatamente nos vemos en relación con Él existiendo
antes de que el mundo fuera. Solamente Él es presentado por Juan, y aquello que se halla en el mundo es reconocido como creado.
Juan vino para dar testimonio de la Luz. La Luz verdadera era aquella que, viniendo al mundo, resplandeció para todos los
hombres, y no sólo para los Judíos. Él vino al mundo; y el mundo, en tinieblas y ciego, no le ha conocido. Él "vino a lo que
era Suyo" (Versión RVR77), y los Suyos (los Judíos) no le han recibido. Pero hubo aquellos quienes le recibieron. De ellos
son dichas dos cosas: han recibido "el privilegio de ser hechos hijos [3] de Dios" (ser hechos = En Griego: prerrogativa,
derecho, o poder, de llegar a ser - Juan 1:12 - Versión Moderna), para tomar su lugar como tales; y, en segundo lugar, ellos
son, de hecho, nacidos de Dios. La descendencia natural y la voluntad del hombre no fueron consideradas aquí de ninguna manera.
[3] Hijos, en los escritos de Pablo, es el lugar que los Cristianos
tienen en relación con Dios, al cual Cristo los ha traído mediante la redención, es decir, Su propio lugar de parentesco con
Dios conforme a Sus consejos. Hijos significa que son de la familia del Padre. (Ambas palabras se hallan en Romanos 8: 14-16,
y la fuerza expresiva de ambas puede verse allí. Nosotros clamamos Padre, así lo hacen los hijos, pero por el Espíritu tomamos
el lugar de hijos adultos con Cristo delante de Dios) (N. del T.: Con respecto a la palabra "hijos" incluida en los versículos
14 y 16 de Romanos 8, en Griego se usan dos palabras diferentes en cada uno de los versículos citados, a saber: en el versículo
14 "hijos" = gr.: juíos, usado muy ampliamente de parentesco inmediato, remoto o figurativo:- hijo. En el versículo
16 "hijos" = gr. téknon; hijo (como producido): - hijo, descendencia.). En el capítulo de Juan
que estamos considerando, hasta el final del versículo 13, tenemos, de forma abstracta, lo que Cristo era intrínsecamente
y desde la eternidad, y lo que el hombre era - tinieblas. Esto último se encuentra hasta el final del versículo 5. Después,
los tratos de Dios, el lugar de Juan y su servicio; luego vino la Luz, y vino al mundo que Él había hecho, y éste no la conoció,
vino a lo Suyo, los Judíos, y ellos no le querrían. Pero había aquellos, nacidos de Dios, que tenían potestad de tomar el
lugar de hijos, una raza nueva.
Lo que el Verbo vino a ser en la tierra
Así hemos visto al Verbo, en Su naturaleza,
abstractamente (vers. 1-3); y, como vida, la manifestación de la luz divina en el hombre, con las consecuencias de esa manifestación
(vers. 4-5); y cómo fue Él recibido donde sucedió así (vers. 10-13). Esta parte general, con respecto a Su naturaleza, finaliza
aquí. El Espíritu continúa la historia de lo que el Señor es, manifestado como hombre en la tierra. Así que, por así decirlo,
comenzamos nuevamente aquí (vers. 14) con Jesús en la tierra - lo que el Verbo vino a ser, no lo que Él era. Como luz en el
mundo, estaba la demanda sin responder de lo que Él era sobre el hombre. La única diferencia era no conocerle, y rechazarle
donde Él estaba dispensacionalmente en la relación. La gracia en la vida, dando poder, se introduce entonces para conducir
al hombre a recibirle. El mundo no conoció que su Creador vino a él como luz, los Suyos rechazaron a su Señor. Aquellos que
no habían sido engendrados de voluntad de hombre, sino de Dios, le recibieron. Así, no tenemos lo que el Verbo era (gr.: en),
sino lo que Él fue hecho (gr.: egeneto).
El Verbo hecho carne; la gloria del unigénito
Hijo con el Padre
El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros
en la plenitud de la gracia y de la verdad. Éste es el gran hecho, la fuente de toda bendición para nosotros [4]; aquello
que es la plena expresión de Dios, adaptada, al tomar la naturaleza propia del hombre, a todo lo que hay en el hombre, para
satisfacer cada necesidad humana, y al tomar toda la capacidad de la nueva naturaleza en el hombre para gozar de todo lo que
se expresa para él en esta manifestación divina.
[4] Es realmente la fuente de toda bendición; pero la condición del
hombre era tal, que sin Su muerte nadie podría haber tenido parte alguna en la bendición. A menos que el grano de trigo cayera
en la tierra y muriera, quedaba solo; pero si moría, producía mucho fruto.
Es más que la luz, la cual es pura y muestra
todas las cosas; es la expresión de lo que Dios es, y Dios en gracia, y como una fuente de bendición. Y adviertan: Dios no
podía ser para los ángeles aquello que era para los hombres - gracia, paciencia, misericordia, amor, de la forma en que esto
se mostró a los pecadores. Y todo esto es Él, así como la bienaventuranza de Dios, para el nuevo hombre. La gloria en la que
fue visto Cristo (por aquellos que tenían ojos para ver), era la de un Hijo unigénito con Su Padre, el solo objeto de concentración
para Su delicia como Padre.
Éstas son las dos partes de esta gran verdad.
El Verbo, el cual era con Dios y era Dios, fue hecho carne; y Aquel que fue contemplado en la tierra tenía la gloria de un
Hijo unigénito con el Padre.
La gracia y la verdad venidas en Jesucristo;
Dios revelado por el unigénito Hijo
El resultado de esto son dos cosas. La gracia
(¿qué mayor gracia? Es el amor mismo que se revela, y hacia pecadores) y la
verdad, que no son anunciadas, sino venidas, en Jesucristo. Se muestra la verdadera relación de todas las cosas con
Dios, así como el alejamiento de los pecadores de esta relación. Ésta es la base de la verdad. Todo toma su verdadero lugar,
su verdadero carácter, en cada aspecto; y el centro a lo que todo hace referencia es Dios. Lo que Dios es, lo que el hombre
perfecto es, lo que el hombre pecador es, lo que el mundo es, quién es su príncipe, todo es expuesto por la presencia de Cristo.
La gracia y la verdad, pues, han venido. Lo segundo es, que el unigénito Hijo que está en el seno del Padre revela a Dios,
y lo revela, consecuentemente, como conocido por Él mismo en esa posición. Y esto está ampliamente relacionado con el carácter
y la revelación de la gracia en Juan: en primer lugar, la plenitud, con la cual estamos en comunicación, y de la cual todos
hemos tomado; después, la relación.
La plenitud de la gracia y la verdad recibida
Pero hay todavía otras enseñanzas importantes
en estos versículos. La Persona de Jesús, el Verbo hecho carne, habitando entre nosotros, era lleno de gracia y de verdad.
De esta plenitud todos hemos tomado: no se trata de verdad sobre verdad (la verdad es simple, y pone todo exactamente en su
lugar, moralmente y en su naturaleza); sino que hemos recibido aquello que necesitábamos - gracia sobre gracia, el favor de
Dios abundantemente, las bendiciones divinas (el fruto de Su amor) acumuladas una sobre otra. La verdad resplandece - todo
es perfectamente manifestado; la gracia es dada.
El testimonio de Juan el Bautista del carácter
y
la posición del Verbo hecho carne
Luego, se nos enseña la relación de esta manifestación
de la gracia de Dios en el Verbo hecho carne (en la que se muestra también la perfecta verdad) con otros testimonios de Dios.
Juan dio testimonio de Él; el servicio de Moisés tenía un carácter completamente distinto. Juan precedió a Jesús en su servicio
en la tierra, pero Jesús tiene un rango más elevado que él; pues, (humilde como Él podía ser) siendo Dios sobre todas las
cosas, bendito para siempre, Él era antes de Juan, aunque viniera tras él. Moisés dio la ley, perfecta en su lugar - requiriendo
del hombre, de parte de Dios, aquello que el hombre debía ser. En ese entonces Dios estaba oculto, y Dios envió una ley que
muestra lo que el hombre debía ser; pero ahora Dios se ha revelado a Sí mismo
por medio de Cristo, y la verdad (en cuanto a todo) y la gracia han venido. La ley no era ni la verdad, plena y completa [5]
en cada aspecto, como en Jesús, ni la gracia. No era una transcripción de Dios, pero era una norma perfecta para el hombre.
La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, no por Moisés. Nada puede ser más esencialmente importante que esta declaración. La ley requiere del hombre lo que él debe ser ante Dios, y, si éste la cumple, esto
es su justicia. La verdad en Cristo muestra lo que el hombre es (no lo que debía ser), y lo que Dios es, y, como inseparable
de la gracia, esta verdad no demanda nada del hombre, sino que le trae aquello que necesita. "Si conocieras el don de Dios"
(Juan 4:10), dice el Salvador a la mujer Samaritana. Del mismo modo, al término del viaje por el desierto, Balaam tuvo que
decir: "Como ahora, será dicho de Jacob y de Israel: ¡Lo que ha hecho Dios!" (Números 23:23). (N. del T.: "porque la ley por
Moisés fue dada, la gracia y la verdad por *Jesucristo fue hecha." - *Por él fueron hechas. Lit. mediante
él llegaron a ser - Juan 1:17 - Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español por Francisco Lacueva, Editorial Clie). La
expresión verbal "fue hecha" está en el singular después de gracia y verdad. Cristo es ambas cosas a la vez; de hecho, si
la gracia no estuviera allí, Él no sería la verdad en cuanto a Dios. Requerir del hombre lo que él debía ser, era un requerimiento
justo. Pero dar la gracia y la gloria, dar a Su Hijo, era otra cosa en todos los aspectos; sólo que esto es hecho sancionando
la ley como perfecta en su lugar.
[5] En realidad, esta ley decía lo que el hombre debía ser, no lo
que el hombre o cualquier otra cosa fuesen realmente, y esto es propiamente la verdad.
Tenemos así el carácter y la posición del
Verbo hecho carne - aquello que Jesús fue aquí abajo, la Palabra hecha carne; Su gloria como es vista por la fe, la
de un unigénito Hijo con Su Padre. Él era lleno de gracia y de verdad. Reveló a Dios como Él le conocía, como el unigénito
Hijo que está en el seno del Padre. No fue sólo el carácter de Su gloria aquí abajo, sino lo que Él era (lo que había sido,
lo que Él siempre es) en el propio seno del Padre en la Deidad: y es de este modo que Él da a conocer a Dios. Él era antes
que Juan el Bautista, aunque viniera después de él; y trajo, en Su propia Persona, aquello que, en su naturaleza, era totalmente
diferente de la ley dada por Moisés.
Aquí, entonces, se trata del Señor manifestado
en la tierra. A continuación veremos Sus relaciones con los hombres, las posiciones que Él tomó, los caracteres que Él asumió,
conforme a los propósitos de Dios, y el testimonio de Su palabra entre los hombres. Ante todo, Juan el Bautista cede el paso
a Él. Se observará que Juan da testimonio en cada una de las partes [6] en las que se divide este capítulo - desde el versículo
6 [7], del efecto de la revelación abstracta de la naturaleza del Verbo. Como luz en el versículo 15, con respecto a Su manifestación
en la carne; desde el versículo 19, de la gloria de Su Persona, aunque viniendo después de Juan; en el versículo 29, con respecto
a Su obra y el resultado; y en el versículo 36, el testimonio por ese entonces, a fin de que Él pudiera ser seguido, como
si hubiera venido a buscar al remanente Judío.
[6] Se observará que el capítulo está dividido de la siguiente manera:
1-18 (esta parte está subdividida en: 1-5, 6-13, 14-18), 19-28, 29-34 (subdividido en 29-31, 32-34), y desde el 35 hasta el
final. Estos últimos versículos están subdivididos en 35-42, y desde el 42 hasta el final. Es decir, primero, lo que Cristo
es de manera abstracta e intrínseca - el testimonio de Juan acerca de Él como la luz; una vez venido, lo que Él es personalmente
en el mundo - Juan, es solamente el precursor de Jehová, da testimonio de la excelencia de Cristo, de la obra de Cristo (el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, Él bautiza con el Espíritu
Santo, y es Hijo de Dios); Juan reúne hacia Él, y Él reúne hacia Sí
mismo. Esto continúa hasta que el remanente justo de Israel le reconozca como Hijo de Dios, Rey de Israel; entonces Él toma
el carácter más amplio de Hijo del hombre. Todos los caracteres personales de Cristo, por así decirlo, son hallados aquí,
así como Su obra, pero no Sus caracteres relativos; no hallamos a Cristo, no al Sacerdote, no a la Cabeza de la asamblea que
es Su cuerpo; sino que hallamos al Verbo, al Hijo de Dios, al Cordero de Dios, Aquel que bautiza con el Espíritu Santo; y,
conforme al Salmo 2, hallamos al Hijo de Dios, al Rey de Israel; y al Hijo del Hombre
según el Salmo 8, a quien los ángeles servían; Dios al mismo tiempo, la vida, y la luz de los hombres.
[7] La declaración estrictamente abstracta termina en el versículo
5, y continúa por sí misma. El recibimiento de Cristo venido al mundo como la luz presenta a Juan en escena. No estamos
ya en lo estrictamente abstracto; aunque no se desarrolle el objeto - lo que el Verbo llegó a ser - esto es histórico en cuanto
al recibimiento de la luz, y muestra así lo que el hombre era, y aquello que es por gracia cuando nace de Dios, con respecto
al objeto.
El testimonio formal de Juan acerca de su
cargo
Después de la revelación abstracta de la naturaleza
del Verbo, y aquella de Su manifestación en la carne, se presenta el testimonio
dado efectivamente en el mundo. Los versículos 19-28 forman una especie de introducción en la que, ante la pregunta de los
escribas y Fariseos, Juan da referencias de sí mismo, aprovechando la ocasión para hablar de la diferencia entre él y el Señor.
De modo que, sean cuales fueren los caracteres que toma Cristo en relación con Su obra, la gloria de Su persona es siempre
vista en primer término. El testigo está ocupado naturalmente, por decirlo así, con esto, antes de dar su testimonio formal
del cargo que él cumplía. Juan no es ni Elías ni aquel profeta (es decir, aquel del cual habló Moisés en Deuteronomio 18:18),
ni es el Cristo. Él es la voz mencionada por Isaías, la cual tenía que preparar el camino del Señor delante de Él. No es precisamente
delante del Mesías, aunque Él lo fuera; tampoco es Elías antes del día de Jehová, sino la voz en el desierto delante del Señor
(Jehová) mismo. Jehová venía. Por consiguiente, es de esto de lo que él habla. En efecto, Juan bautizaba para arrepentimiento,
pero había ya Uno, desconocido, entre ellos, quien, viniendo después de él, era no obstante su superior, cuya correa de su
calzado él no era digno de desatar.
La obra gloriosa de Cristo y su resultado
A continuación tenemos el testimonio directo
de Juan, cuando ve a Jesús viniendo a él. Le señala, no como el Mesías, sino conforme a toda la extensión de Su obra como
disfrutada por nosotros en la salvación eterna que Él ha llevado a cabo, y el resultado pleno de la obra gloriosa mediante
la cual esta salvación fue cumplida. Él es el Cordero de Dios, uno que sólo Dios podía proveer, y el cual era para Dios, conforme
a Su mente, quien quita el pecado (no los pecados) del mundo. Es decir, Él restaura (no a todos los inicuos, sino) los fundamentos
de las relaciones del mundo con Dios. Desde la caída, es realmente el pecado
- cualesquiera que pudiesen ser Sus tratos [8] - el que Dios tuvo que considerar en sus relaciones con el mundo.
[8] Como el diluvio, la ley, la gracia. Hubo un paraíso de inocencia,
luego un mundo de pecado, más adelante habrá un reino de justicia, y finalmente un mundo (cielos nuevos y tierra nueva) en
los cuales morará la justicia. Pero se trata de la justicia eterna, y fundamentada sobre esa obra del Cordero de Dios, la
cual nunca puede perder su valor. Es un estado inmutable de cosas. La iglesia o asamblea es algo que está por encima y aparte
de todo esto, aunque esté revelada en ello.
El resultado de la obra de Cristo será, que
este no será nunca más el caso; Su obra será la base eterna de estas relaciones en los cielos nuevos y la tierra nueva, habiendo
sido apartado totalmente el pecado como tal. Conocemos esto por la fe antes del resultado público en el mundo.
Aun siendo un Cordero para el sacrificio,
Él es superior a Juan el Bautista, porque Él era primero que él. El Cordero al que se le iba a dar muerte era Jehová mismo.
El lugar y el asunto del testimonio
En la administración de los caminos de Dios,
este testimonio tenía que ser dado en Israel, aunque su asunto fuera el Cordero cuyo sacrificio alcanzara al pecado
del mundo, y el Señor, Jehová. Juan no le había conocido personalmente; pero Él fue el solo y único objeto de su misión.
Jesús sellado por el Espíritu Santo;
reconocido y proclamado como el Hijo de Dios
Pero esto no era todo. Él se había hecho hombre,
y como hombre había recibido la plenitud del Espíritu Santo, quien descendió sobre Él y permaneció sobre Él (Juan 1:32); y
el hombre así señalado, y sellado de parte del Padre, iba Él mismo a bautizar con el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, Él fue
señalado por el descenso del Espíritu bajo otro carácter, del cual da testimonio Juan. Permaneciendo así, visto y sellado
en la tierra, Él era el Hijo de Dios. Juan le reconoce y le proclama como tal.
El efecto del testimonio de Juan para unir
el remanente
a Jesús, el único centro de reunión
Luego viene lo que podría llamarse el ejercicio
y el efecto directos de su ministerio en ese momento. Pero él habla siempre del Cordero, pues ése era el objeto, el designio
de Dios, y es eso lo que tenemos en este Evangelio, aunque Israel sea reconocido en su lugar; pues la nación mantenía este
lugar de parte de Dios.
El hecho de darle un nombre a Simón, un acto
de autoridad
Por esto, los discípulos de Juan [9] siguen
a Cristo hasta Su morada.
[9] Adviértase, no es acerca de su testimonio público, sino de la
expresión de su corazón dirigida a ninguno de los que estaban presente, la que ellos oyeron.
El efecto del testimonio de Juan es el de
juntar el remanente con Jesús, el centro de su reunión. Jesús no lo rehúsa, y ellos le acompañan. No obstante, este remanente
- por muy lejos que el testimonio de Juan pudiera extenderse - no va, de hecho, más allá del reconocimiento de Jesús como
Mesías. Éste fue el caso, históricamente [10]; pero Jesús los conocía cabalmente,
y declara el carácter de Simón tan pronto como éste acude a Él, y le da su nombre apropiado. Este fue un acto de autoridad
que le proclamaba a Él como la cabeza y el centro de todo el sistema. Dios puede otorgar nombres; Él conoce todas las cosas.
Dio este derecho a Adán, quien lo ejercitó según Dios con respecto a todo lo que fue puesto bajo él, así como en el caso de
su esposa. Grandes reyes, quienes dicen vindican este poder, han hecho lo mismo. Eva buscó hacerlo, pero estaba equivocada;
aunque Dios puede dar un corazón inteligente el cual, bajo Su influencia, hable acertadamente
en este aspecto. Ahora Cristo lo hace aquí, con autoridad y con toda ciencia, en el momento en que el caso se presenta.
[10] Un principio del más profundo interés para nosotros, como el
efecto de la gracia. Al recibir a Jesús, recibimos todo lo que Él es, por más que en el momento podamos percibir en Él solamente
aquello que es la parte menos eminente de Su gloria.
Natanael, una figura del remanente, primero
rechazando y
luego confesando al Señor como Hijo de Dios
y
Rey de Israel; la declaración del Señor acerca
de Sí mismo
como Hijo del Hombre
Versículo 43. [11]
[11] Estos versículos 39 y 43 incluyen los dos caracteres en los cuales
nosotros tenemos que ver con Cristo. Él recibe a los discípulos y éstos moran con Él, y Él los exhorta a que le sigan. Nosotros
no tenemos un mundo donde podemos morar, ni un centro en él que reúna alrededor de sí mismo a aquellos debidamente dispuestos
por la gracia. Ningún profeta, ningún siervo de Dios podrían. Cristo es el único centro de reunión en el mundo. Entonces,
el hecho de seguirle implica que no estamos en el reposo de Dios. En Edén no era necesario ningún seguimiento. En el cielo
no habrá ninguno. Se trata del gozo y el descanso perfectos en donde estemos. En Cristo tenemos un objeto divino, mostrándonos
una senda diáfana a través de un mundo en el que no podemos descansar con Dios, porque el pecado está allí.
Tenemos a continuación el testimonio inmediato
de Cristo mismo y el de Sus seguidores. En primer lugar, al recorrer la escena de Su peregrinación terrenal, conforme a los
profetas, Él llama a otros para que le sigan. Natanael, quien comienza rechazando a uno que venía de Nazaret, presenta ante
nosotros, no lo dudo, el remanente de los postreros días (el testimonio al que pertenece el Evangelio de la gracia vino primero,
versículos 29-34). Le vemos, al principio, rechazando al despreciado del pueblo (Salmo 22:6), y debajo de la higuera, la cual
representa a la nación de Israel; así como la higuera que no daría más fruto representa a Israel bajo el antiguo pacto. Pero
Natanael es la figura de un remanente, visto y conocido por el Señor, en relación con Israel. El Señor, quien se manifestó
así a su corazón y a su conciencia, es confesado como Hijo de Dios y Rey de Israel. Ésta es, formalmente, la fe del remanente
preservado de Israel en los postreros días según el Salmo 2. Pero aquellos que recibieron de este modo a Jesús cuando estuvo
en la tierra, verían cosas mayores que aquellas que los habían convencido. Además, de aquí en adelante [12] verían a los ángeles
de Dios subiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre. Aquel que por Su nacimiento había tomado Su lugar entre los hijos
de los hombres sería, mediante ese título, el objeto del servicio de las más excelentes de las criaturas de Dios. La expresión
es enfática. Los ángeles de Dios tenían que estar al servicio del Hijo del Hombre. Para que de esta manera el remanente de
Israel sin engaño, reconozca que Él es el Hijo de Dios y el Rey de Israel; y el Señor declara que Él es también el Hijo del
Hombre - en humillación, por cierto, pero el objeto al que debían servir los ángeles de Dios. De este modo, tenemos a la Persona
y los títulos de Jesús, desde Su eterna y divina existencia como el Verbo, hasta Su posición milenaria como Rey de Israel e Hijo del Hombre [13]; aquello que Él ya era como nacido en este mundo, pero que será
realizado cuando Él vuelva en Su gloria.
[12] No 'en el tiempo venidero' o 'en lo futuro'. Muchos textos dejan
fuera estas palabras.
[13] Excepto aquello que concierne a la asamblea y a Israel. Aquí,
Él no es Sumo Sacerdote, Él no es Cabeza del cuerpo, Él no es revelado como el Cristo. Juan no nos ofrece lo que muestra al
hombre en el cielo, sino lo que muestra a Dios en el hombre en la tierra - no lo que es celestial como ascendido al cielo,
sino lo que es divino aquí. Israel es considerado siempre como rechazado. Los discípulos le reconocen como el Cristo, pero
Él no es proclamado del mismo modo.
Repaso del capítulo 1
Antes de ir más lejos, repasemos algunos puntos
en este capítulo. El Señor es revelado como el Verbo - como Dios y con Dios - como luz - como vida: en segundo lugar, como
el Verbo hecho carne, teniendo la gloria de un unigénito Hijo con Su Padre -
como tal, Él está lleno de gracia y verdad venidas por medio de Él. De su plenitud hemos tomado todos, y Él ha dado a conocer
al Padre (comparar con el cap. 14) - el Cordero de Dios - Aquel sobre quien el Espíritu Santo pudo descender, y quien bautizaba
con el Espíritu Santo - el Hijo de Dios [14]; en tercer lugar, Su obra, lo que Él hace, el Cordero de Dios quitando el pecado,
e Hijo de Dios y Rey de Israel. Esto concluye la revelación de Su Persona y obra. Luego, los versículos 35-42 muestran el
ministerio de Juan, pero donde Jesús, como Él solo podía, llega a ser el centro de reunión. En el versículo 43, el ministerio
de Cristo, en el cual Él llama a seguirle, versículo que, junto con el 38 y 39, ofrecen su doble carácter como el único punto
que atrae en el mundo; con esto, Su completa humillación, pero reconocida por medio de un testimonio divino que llega al remanente
tal como consta en el Salmo 2, pero tomando Su título de Hijo del Hombre según el Salmo 8 - el Hijo del Hombre: podemos decir,
todos Sus títulos personales. Su relación con la asamblea no se halla aquí, ni Su función como Sacerdote, sino aquello que
pertenece a Su Persona, y la relación del hombre con Dios en este mundo. Así, además de Su naturaleza divina, se trata de
todo lo que Él era y será en este mundo: Su lugar celestial y sus consecuencias para la fe, estas dos cosas son enseñadas
en otra parte, y apenas aludidas, cuando es necesario, en este Evangelio.
[14] Aquí Él es visto como el Hijo de Dios en este mundo; en el versículo
14, Él está en la gloria de un unigénito Hijo con Su Padre; y en el versículo 18, Él es lo mismo en el seno de Su Padre.
El carácter y el efecto del testimonio de
Cristo
entregado desde el corazón
Observen que, al predicar a Cristo, de un
modo, hasta cierto punto, completo, el corazón del oyente puede creer sinceramente y unirse a Él, aunque invistiéndole a Él
con un carácter del cual la condición del alma no puede ir más allá, y al tiempo que ignora la plenitud en la que Él ha sido
revelado. De hecho, donde esto es real, el testimonio, por muy sublime que sea su carácter, se encuentra con el corazón allí
donde está. Juan dice, "He aquí el Cordero de Dios." "Hemos hallado al Mesías", dicen los discípulos que siguieron a Jesús
por el testimonio de Juan.
Noten también que la expresión de lo que había
en el corazón de Juan tuvo un efecto mayor que un testimonio más formal, más doctrinal. Él contempló a Jesús, y exclama: "He
aquí el Cordero de Dios." Los discípulos le oyeron, y siguieron a Jesús. Fue,
sin duda, su testimonio adecuado de parte de Dios, estando Jesús allí; pero no fue una explicación doctrinal como aquella
de los versículos precedentes.
Capítulo 2
El tercer testimonio acerca de Cristo en la
fiesta de bodas:
bendición milenaria
Los dos testimonios acerca de Cristo, que
habían de ser dados en este mundo, ambos reuniendo hacia Él como centro, habían sido dados; el de Juan, y el de Jesús tomando
Su lugar en Galilea con el remanente - los dos días de los tratos de Dios con Israel aquí abajo [15].
[15] Observen aquí que Jesús acepta el lugar de ese centro a cuyo
alrededor las almas han de ser reunidas - un principio muy importante. Ninguno otro podía tener este lugar. Era un lugar divino.
El mundo estaba todo errado sin Dios, y un nuevo círculo de reunión fuera de él tenía que ser hecho en torno a Jesús. A continuación,
Él proporciona el camino en el cual el hombre tiene que caminar - "Sígueme." Adán no necesitaba ningún camino en el Paraíso.
Cristo ofrece un camino divinamente ordenado, en un mundo donde, de sí mismo, no podía surgir ninguno, pues toda su condición
era el fruto del pecado. En tercer lugar, Él revela al hombre en Su Persona como la Cabeza gloriosa sobre todo, a quien sirven
las criaturas más sublimes.
El tercer día es el que hallamos en este segundo
capítulo. Una boda tiene lugar en Galilea. Jesús está allí; y el agua de la purificación es transformada en el vino del gozo
para la fiesta de bodas. Después, en Jerusalén Él purifica con autoridad el templo de Dios, ejecutando juicio sobre todos
aquellos que lo profanaban. En principio, éstas son las dos cosas que caracterizan a Su posición milenaria. No cabe duda de
que estas dos cosas tuvieron lugar históricamente; pero, al ser introducidas aquí y de esta manera, estas tienen, evidentemente,
un significado más amplio. Además, ¿por qué el tercer día? ¿Después de qué? Habían tenido lugar dos días de testimonio - el
de Juan, y el de Jesús; y ahora se llevan a cabo la bendición y el juicio. En Galilea, el remanente tenía su lugar; y es la
escena de bendición, según Isaías 9 - Jerusalén es la escena del juicio. En la fiesta, Él no conocería a Su madre: este era
el vínculo de Su relación natural con Israel, el cual, contemplándole a Él como nacido bajo la ley, era Su madre. Él se separa
de ella para llevar a cabo la bendición. Por lo tanto, es solamente en testimonio en Galilea, por el momento. Será cuando
regrese que el buen vino será para Israel - verdadera bendición y gozo al final. No obstante, Él permanece aún con Su madre,
quien, en cuanto a Su obra, Él no la reconoció. Y este fue también el caso con respecto a Su relación con Israel.
El Hijo de Dios en la casa de Su Padre
Después, al juzgar a los Judíos y purificar
judicialmente el templo, se presenta como el Hijo de Dios. Es la casa de Su Padre. La prueba que Él da es Su resurrección,
cuando los Judíos le hubieran rechazado y crucificado. Además, Él no era solamente el Hijo: era Dios quien estaba allí - no
en el templo. Esa casa construida por Herodes estaba vacía. El cuerpo de Jesús era ahora el verdadero templo. Sellado por
Su resurrección, las Escrituras y la Palabra de Jesús eran de autoridad divina para los discípulos, cuando éstas hablaban
de Él según la intención del Espíritu de Dios.
La revelación terrenal de Cristo se cierra;
las cosas celestiales se abren
Esta subdivisión del libro termina aquí. Concluye
la revelación terrenal de Cristo incluyendo Su muerte; pero aun así, se trata del pecado del mundo. El capítulo 2 nos ofrece
el milenio; el capítulo 3 es la obra en nosotros y por nosotros, la que califica para el reino en la tierra o en el cielo;
y la obra por nosotros, que pone fin a la relación del Mesías con los Judíos, abre las cosas celestiales por medio del levantamiento
del Hijo del Hombre - amor divino y vida eterna.
El estado natural del hombre es manifestado
como
un estado de perdición
Los milagros que Él obró convencieron a muchos
en cuanto a su comprensión natural. No hay duda de que esto fue sinceramente, pero una conclusión humana justa. Pero otra
verdad se revela ahora. El hombre, en su estado natural [16], era realmente incapaz de recibir las cosas de Dios; no se trataba
de que el testimonio fuera insuficiente para convencerle, ni de que nunca era
convencido; muchos estaban convencidos en ese momento; pero Jesús no se fiaba de ellos.
[16] Observen que el estado del hombre es manifestado aquí plenamente
y en detalle. Suponiendo que él fuese exteriormente justo conforme a la ley, y que creyera en Jesús de acuerdo a sus sinceras
convicciones naturales, el hombre se vestía con esto, para esconder de sí mismo lo que él es realmente. No se conoce a sí
mismo en absoluto. Lo que él es, queda intacto. Es un pecador. Pero esto nos conduce a otra observación. Existen dos grandes
principios desde el paraíso mismo: la responsabilidad y la vida. El hombre nunca puede disociarlos, hasta que aprende que
está perdido, y que en él no hay ningún bien. Entonces él se alegra de conocer que hay una fuente de vida y perdón fuera de
él. Esto es lo que se nos muestra aquí. Debe haber una vida nueva; Jesús no instruye a una naturaleza que es sólo pecado.
Estos dos principios aparecen a través de toda la Escritura en una manera notable: primero, como se ha dicho, en el Paraíso,
la responsabilidad y la vida en poder. El hombre tomó de un árbol, fracasando en la responsabilidad, y perdió la vida. La
ley daba la medida de la responsabilidad cuando se conocían el bien y el mal, y prometía la vida sobre el terreno de hacer
lo que ella requería, satisfaciendo dicha responsabilidad. Cristo viene, suple la necesidad del fracaso del hombre en cuanto
a su responsabilidad, y es, y da, vida eterna. Así, y solamente de esta manera, se puede hacer frente a la cuestión, y se
reconcilian los dos principios.
Además, en Él se presentan dos cosas para
revelar a Dios. Él conoce al hombre, y a todos los hombres. ¡Qué clase de conocimiento en este mundo! Un profeta conoce aquello
que le es revelado; él tiene, en ese caso, conocimiento divino. Pero Jesús conoce a todos los hombres de una manera absoluta.
Él es Dios. Pero una vez que ha presentado la vida en gracia, Él habla de otra cosa; habla de lo que Él sabe, y testifica
de lo que Él ha visto. Ahora, Él conoce a Dios Su Padre en el cielo. Él es el Hijo del Hombre que está en el cielo (Juan 3:13).
Él conoce al hombre de una manera divina; pero conoce a Dios y toda su gloria de una manera divina también.
¡Qué magnífica descripción, o, debería
decir más bien, qué magnífica revelación de lo que Él es para nosotros! Porque es aquí, como hombre, que Él nos dice esto;
y, también, para que nosotros podamos entrar en ello y gozarnos en ello, Él llega a ser el sacrificio por el pecado según
el amor eterno de Dios Su Padre.
Él sabía lo que el hombre era. Una vez convencido,
su voluntad y su naturaleza, no eran alteradas. Al venir el tiempo de la prueba, el hombre se mostraría tal como es, enajenado
de Dios, e incluso Su enemigo. ¡Triste testimonio, pero demasiado veraz! La vida, la muerte, y Jesús lo demuestra. Él lo sabía
cuando empezó Su obra. Esto no enfriaba Su amor, pues la fortaleza de ese amor se hallaba en ese mismo amor.
Capítulo 3
El sentido de necesidad de Nicodemo;
la necesidad del nuevo nacimiento
Pero había un hombre - y ese hombre era un
Fariseo - quien no estaba satisfecho con esta inoperante convicción. Su conciencia fue tocada. Ver a Jesús, y escuchar Su
testimonio, había producido un sentido de necesidad en su corazón. No se trata
del conocimiento de la gracia, sino de un cambio total respecto a la condición del hombre. Él no sabe nada de la verdad, pero
ha visto que ella está en Jesús, y él la desea. Él tiene también, de inmediato, un sentido instintivo de que el mundo estaría
en su contra; y viene de noche. El corazón teme al mundo tan pronto como tiene que ver con Dios, pues el mundo se opone a
Él. La amistad del mundo es enemistad contra Dios. Este sentido de necesidad marcaba la diferencia en el caso de Nicodemo.
Él había sido convencido como los demás. Por consiguiente, dice "Sabemos que eres un maestro venido de Dios." (Juan 3:2 -
Versión Moderna). Y la fuente de esta convicción fueron los milagros. Pero Jesús le detiene ahí; y lo hace a razón de la verdadera
necesidad sentida en el corazón de Nicodemo. La obra de la bendición no iba a ser obrada
enseñando al viejo hombre. El hombre necesitaba ser renovado en la fuente de su naturaleza, sin lo cual no podía ver el reino [17]. Las cosas de Dios se disciernen espiritualmente; y el hombre es carnal,
no tiene el Espíritu. El Señor no se refiere a nada más allá del reino - el cual, además, no era la ley - pues Nicodemo tenía
que conocer algo acerca del reino. Pero Él no comienza a enseñar a los Judíos como un profeta bajo la ley. Él presenta el
reino mismo; pero para verlo, conforme a Su testimonio, antes un hombre tenía que nacer de nuevo. Pero el reino venido en
el Hijo del carpintero no podía ser visto sin una naturaleza completamente nueva, pues la vieja no tocaba ni una cuerda de
la comprensión del hombre, ni de la expectativa del Judío, aunque se hubiera dado ampliamente testimonio de ello en palabra
y obra: acerca de entrar y tener parte en él, hay más desarrollo en cuanto a cómo entrar. Nicodemo no ve más allá de la carne.
[17] Es decir, como había venido entonces. Ellos vieron al Hijo del
carpintero. En gloria, claro está, le verá todo ojo en la tierra.
La comunicación de vida nueva por medio de
la Palabra de Dios y el Espíritu
El Señor se explica. Dos cosas eran necesarias:
nacer de agua y del Espíritu. El agua purifica. Y, espiritualmente, en sus afectos,
corazón, conciencia, pensamientos y acciones, etc., el hombre vive, y, en
la práctica, es purificado moralmente, mediante la aplicación, por el poder del Espíritu, de la Palabra de Dios, la cual juzga
todas las cosas, y obra vivamente en nosotros nuevos pensamientos y afectos. Esto es el agua; se trata, al mismo tiempo, de
la muerte de la carne. El agua verdadera que limpia, de un modo cristiano, salió del costado de un Cristo muerto. Él vino
mediante agua y sangre, en el poder de la purificación y de la expiación. Él santifica la asamblea purificándola por medio
del lavamiento del agua por la Palabra. "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado." (Juan 15:3). Es, por
consiguiente, la poderosa Palabra de Dios la cual, puesto que el hombre debe nacer de nuevo en el principio y fuente de su
ser moral, juzga, como estando muerto, todo lo que pertenece a la carne [18]. Pero hay, de hecho, la comunicación de una vida
nueva; lo que es nacido del Espíritu, espíritu es, no es carne, y tiene su naturaleza
del Espíritu. No es el Espíritu - eso sería una encarnación; pero esta vida nueva es espíritu. Participa de la naturaleza
de su origen. Sin esto, el hombre no puede entrar en el reino. Pero esto no es todo. Si esto era una necesidad para el Judío,
quien ya era nominalmente un hijo del reino, porque aquí estamos tratando con lo que es esencial y verdadero, era también
un acto soberano de Dios, y, consecuentemente, es llevado a cabo dondequiera que el Espíritu actúa en este poder. "Así es
todo aquel que es nacido del Espíritu." Como principio, esto abre la puerta a los Gentiles.
[18] Observen aquí que el bautismo, en lugar de ser la señal del don
de la vida, es la señal de la muerte. Nosotros somos bautizados en Su muerte. Al salir del agua, comenzamos una vida nueva
en resurrección (todo lo que pertenecía al hombre natural considerado como muerto en Cristo, y muerto para siempre). "Habéis
muerto" (Colosenses 3:3), y "el que ha muerto al pecado, libertado [justificado] está del pecado." (Romanos 6:7 - Versión
Moderna). Pero vivimos también y tenemos una buena conciencia por medio de la resurrección de Jesucristo. Así Pedro compara
el bautismo con el diluvio, a través del cual Noé fue salvo (gr.: diesothe), pero el cual destruyó el mundo antiguo
que obtuvo, por así decirlo, una nueva vida cuando emergió de la inundación.
Cosas
celestiales reveladas por el Hijo del Hombre
No obstante, Nicodemo, como maestro de Israel,
debía haberlo comprendido. Los profetas habían anunciado que Israel iba a experimentar este cambio, a fin de disfrutar el
cumplimiento de las promesas (véase Ezequiel 36), las cuales Dios les había dado con respecto a su bendición en la tierra
santa. Pero Jesús habló de estas cosas en manera inmediata, y en relación con la naturaleza y la gloria de Dios. Un maestro
de Israel debía haber conocido aquello que contenía la segura palabra profética. El Hijo de Dios declaró lo que sabía, y lo
que había visto con Su Padre. La naturaleza contaminada del hombre no podía estar en relación con Aquel que se reveló en el
cielo desde donde Jesús vino. La gloria (desde cuya plenitud Él venía, y la cual, por consiguiente, formaba el tema de Su
testimonio como habiéndola visto, y desde la cual el reino tenía su origen), no podía tener nada que estuviera contaminado.
Ellos deben nacer de nuevo para poseerla. Por lo tanto, Él dio testimonio, habiendo venido de arriba, y sabiendo aquello que
era aceptable a Dios Su Padre. El hombre no recibió Su testimonio. Podía convencerse exteriormente por los milagros, pero
recibir aquello que era conveniente en la presencia de Dios era otra cosa. Y si Nicodemo no podía recibir la verdad en su
conexión con la parte terrenal del reino, de lo cual los incluso los profetas hablaron, ¿qué iban a hacer él y los otros Judíos
si Jesús hablaba de cosas celestiales? Sin embargo, nadie podía aprender nada acerca de ellas por cualquier otro medio. Nadie
había subido allí y descendido nuevamente para traer de vuelta la palabra. Solamente
Jesús, en virtud de lo que Él era, podía revelarlas - el Hijo del Hombre en la tierra, existiendo al mismo tiempo en el cielo,
la manifestación a los hombres de aquello que era celestial, la manifestación de Dios mismo en el hombre - como Dios, estando
en el cielo y en todas partes - como el Hijo del Hombre estando ante los ojos de Nicodemo y ante los de todos. No obstante,
Él iba a ser crucificado, y levantado así del mundo al que había venido como la manifestación del amor de Dios en todos Sus
caminos y de Dios mismo, y solamente de esta manera podía estar abierta la puerta del cielo para los hombres pecadores, y
solamente de este modo se podía formar un vínculo con el cielo para el hombre.
La necesidad de la muerte del Hijo del Hombre
como expiación por el pecado
Esto sacó a la luz otra verdad fundamental.
Si se trataba del cielo, se necesitaba algo más que nacer de nuevo. El pecado existía. Éste debía ser quitado para aquellos
que iban a poseer la vida eterna. Y si Jesús, descendiendo del cielo, vino para impartir esta vida eterna a otros, Él debía,
al acometer esta obra, quitar el pecado - de este modo, Él debía ser hecho pecado - a fin de que el deshonor hecho a Dios
fuese lavado, y la verdad de Su carácter (sin la cual no hay nada seguro, o bueno, o justo) fuese mantenida. El Hijo del Hombre debía ser levantado, como la serpiente fue levantada en el desierto, para
que la maldición, bajo la cual se hallaba el pueblo, fuera removida. Al rechazar Su testimonio divino, el hombre, tal cual
era aquí abajo, se mostró incapaz de recibir la bendición de lo alto. Él tenía que ser redimido, y el pecado tenía que ser
expiado y quitado, él debe ser tratado según la realidad de su condición, y conforme al carácter de Dios, el cual no puede
negarse a Sí mismo. Jesús emprendió hacer esto en gracia. Era necesario que el Hijo del Hombre fuese levantado, rechazado
de la tierra por el hombre, cumpliendo la expiación ante el Dios de justicia. En una palabra, Cristo viene con el conocimiento
de lo que es el cielo y lo que es la gloria divina. A fin de que el hombre pudiese compartir esto, el Hijo del Hombre debía
morir - debía tomar el lugar de la expiación - fuera de la tierra [19].
[19] En la cruz, Cristo no está en la tierra, sino levantado de ella,
rechazado ignominiosamente por el hombre, pero al mismo tiempo, mediante esto, Él es presentado a Dios como una víctima sobre
el altar.
Observen aquí el profundo y glorioso carácter
de aquello que Jesús trajo consigo, de la revelación que Él hizo.
El don del Hijo de Dios y la dádiva de vida
eterna
a todos los creyentes
La cruz, y la separación absoluta entre el
hombre en la tierra y Dios - éste es el lugar de encuentro de la fe y Dios; pues se presenta, de una vez, la verdad de la
condición del hombre, y el amor que la encuentra. Así, al acercarse al lugar santo desde el campamento, lo primero que ellos
encontraban al pasar por la puerta del atrio era el altar. Se presentaba ante la vista de todo aquel que abandonaba el mundo
exterior y entraba. Cristo, levantado de la tierra, atrae a todos los hombres hacia Sí mismo. (Juan 12:32). Pero si (debido
al estado de alienación del hombre y su culpa) se precisaba que el Hijo del Hombre fuera levantado de la tierra, a
fin de que todo aquel que creyese en Él tuviera vida eterna, había otro aspecto de este mismo hecho glorioso; de tal manera
ha amado Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree tenga vida eterna. En la cruz
vemos, moralmente, la necesidad de la muerte del Hijo del Hombre; vemos el don inefable del Hijo de Dios. Estas dos verdades
se unen en el común objeto del don de la vida eterna para todos los creyentes. Y si era para todos los creyentes, era
un asunto del hombre, de Dios, y del cielo, y se apartaba de las promesas hechas a los Judíos, y de los límites de los tratos
de Dios con ese pueblo. Pues Dios envió a Su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo. Pero la salvación
es por la fe; y el que cree en la venida del Hijo, poniendo ahora todas las cosas a prueba, no es condenado (su estado queda
decidido de este modo); el que no cree ya es condenado, él no ha creído en el unigénito Hijo de Dios, manifestando con esta
decisión su condición.
La justa condenación de Dios;
el amor a las tinieblas, demostración de malas
obras
Ésta es la cosa que Dios les imputa en su
contra. La luz vino al mundo, y ellos amaron más las tinieblas porque sus obras eran malas. ¿Podía haber un asunto
más justo de condenación? No era cuestión de si ellos no hallaban el perdón, sino de su preferencia por las tinieblas en lugar
de la luz, continuando así en el pecado.
El contraste entre Juan el Bautista y Cristo
El resto del capítulo presenta el contraste
entre las posiciones de Juan y de Cristo. Ambas están ante nuestros ojos. Uno es el amigo fiel del Esposo, viviendo solamente
para Él; el otro es el Esposo, a quien todo pertenece: el uno, en sí mismo,
un hombre terrenal, grande como pudiese ser el don que había recibido del cielo; el otro, Él mismo era del cielo, y sobre
todas las cosas. La esposa era de Él. El amigo del Esposo, escuchando Su voz, fue lleno de gozo. Nada más hermoso que esta
expresión del corazón de Juan el Bautista, inspirada por la presencia del Señor, lo bastante cerca de Jesús como para alegrarse
y regocijarse en que Jesús era todo. Esto es siempre así.
El testimonio de Juan y el de Aquel que vino
del cielo
Con respecto al testimonio, Juan testificó
en relación con las cosas terrenales. Para ese fin había sido enviado. Aquel que vino del cielo, estaba por encima de todos
(Juan 3:31 - RVR77), y testificaba de las cosas celestiales, de aquello que Él había visto y oído. Nadie recibió Su testimonio.
El hombre no era del cielo. Sin la gracia uno cree conforme a sus propios pensamientos. Pero al hablar como un hombre en la
tierra, Jesús habló las palabras de Dios; y aquel que recibía Su testimonio ha certificado (N. del T.: ha puesto el sello
de) que Dios era veraz. Pues el Espíritu no es dado por medida. Como un testigo, el testimonio de Jesús era el testimonio
de Dios mismo; Sus palabras, eran las palabras de Dios. ¡Preciosa verdad! Además, Él era el Hijo [20], y el Padre le amaba,
y había entregado todas las cosas en Su mano. Éste es otro título glorioso de Cristo, otro aspecto de Su gloria. Pero las
consecuencias de esto, para el hombre, eran eternas. No era la todopoderosa ayuda para los peregrinos, ni la fidelidad a las
promesas, para que Su pueblo pudiera confiar en Él a pesar de todo. Se trataba del vivificador dador de vida Hijo del Padre.
Todo estaba comprendido en ello. "El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo, no verá
la vida." (Juan 3:36 - RVR77). Él permanece en su culpa. La ira de Dios está sobre él.
[20] La cuestión se presenta aquí de forma natural, en donde el testimonio
de Juan termina y el del evangelista comienza. Los dos últimos versículos, según entiendo, son los del evangelista.
Resumen del capítulo 3
Todo esto es una especie de introducción.
El ministerio del Señor, propiamente llamado, viene a continuación. Juan no había sido arrojado en prisión todavía (vers.
24). No fue hasta después de este suceso que el Señor comenzó Su testimonio público. El capítulo que estuvimos considerando
explica lo que fue Su ministerio, el carácter en el que vino, Su posición, la gloria de Su Persona, el carácter del testimonio
que dio, la posición del hombre en relación con las cosas de que habló, comenzando con los Judíos, y siguiendo por el nuevo
nacimiento, la cruz y el amor de Dios hasta Sus derechos como venido al mundo, y a la suprema dignidad de Su propia Persona,
a Su testimonio propiamente divino, a Su relación con el Padre, el objeto de cuyo amor era Él, quien le entregó todas las
cosas en Su mano. Él era el testigo fiel y el de las cosas celestiales (ver cap. 3:13), pero era también el Hijo mismo venido
del Padre. Todo lo que quedaba por parte del hombre era poner la fe en Él. El Señor sale del Judaísmo, al tiempo que presenta
el testimonio de los profetas y trae del cielo el testimonio directo de Dios y de la gloria, mostrando la única base sobre
la cual podemos tener parte en él. El Judío o el Gentil debían nacer de nuevo; y las cosas celestiales podían ser sólo comprendidas
por la cruz, la grandiosa prueba del amor de Dios al mundo. Juan le concede a Él el lugar, revelando - no en testimonio público
a Israel, sino a los discípulos - la verdadera gloria de Su Persona y de Su obra [21] en este mundo. Creo que la idea de la esposa y del Esposo es general. Juan dice realmente que él no es el Cristo, y que la esposa
terrenal pertenece a Jesús; pero Él no la ha tomado nunca, y Juan habla de Sus derechos, los cuales son hechos reales para
nosotros en una tierra mejor, y en otra región. Es, repito, la idea general. Pero,
hemos entrado ahora al terreno nuevo de una nueva naturaleza, de la cruz, y del mundo y del amor de Dios hacia él.
[21] Observen aquí que el Señor - a la vez que no oculta (versículos
11-13) el carácter de Su testimonio, lo cual no podía hacer en realidad - habla de la necesidad de Su muerte, y del amor de
Dios. Juan habla de la gloria de Su Persona. Jesús engrandece a Su Padre sometiéndose a la necesidad que la condición de los
hombres impuso sobre Él, si había de llevarlos a una nueva relación con Dios. "Porque de tal manera", dijo Él, "amó Dios."
Juan engrandece a Jesús. Todo es perfecto y está en su lugar. Hay cuatro puntos en ello los cuales son expresados con respecto
a Jesús: Su supremacía, Su testimonio - este es el testimonio que Juan el Bautista da de Él. Lo que sigue (vers. 35, 36) -
Su posesión de todas las cosas entregadas a Él por el Padre que le amó, la vida eterna en contraste con la ira que es la porción,
de parte de Dios, para el incrédulo - es más bien la nueva revelación; el propósito de Dios entregándole todas las cosas a
Él, y el hecho de que Él mismo es la vida eterna descendida del cielo, es la de Juan el evangelista.
Capítulo 4
Inducido a salir de Judea, gracia divina en
Samaria
Y ahora Jesús, siendo alejado por el celo
de los Judíos, comienza Su ministerio fuera de ese pueblo, reconociendo aún, al mismo tiempo, la verdadera posición de ellos
en los tratos de Dios. Se va a Galilea; pero Su camino le condujo a pasar por Samaria, donde habitaba una raza mezclada de
extranjeros y de Israel - una raza que había abandonado la idolatría de los extranjeros, pero que, al mismo tiempo que seguían
la ley de Moisés y se llamaban a sí mismos usando el nombre de Jacob, habían establecido un lugar de adoración propio en Gerizim.
Jesús no entra en la ciudad. Estando cansado, se sienta fuera de la ciudad sobre el borde de un pozo - porque Él, necesariamente,
tenía que ir por ese camino; pero, esta necesidad fue una ocasión para la acción de esa gracia divina, la cual estaba en la
plenitud de Su Persona, y que inundó los estrechos límites del Judaísmo.
Bautismo efectuado por los discípulos de Jesús
Hay algunos detalles preliminares a destacar
antes de entrar en el asunto de este capítulo. Jesús no bautizó, pues conocía toda la extensión de los consejos de Dios en
gracia, el verdadero objeto de Su venida. Él no podía ligar las almas a un Cristo vivo por medio del bautismo. Los discípulos
tenían razón al hacerlo así. Lo hacían para que se recibiese a Cristo. Era fe de parte de ellos.
En el pozo de Jacob en Samaria
Cuando fue rechazado por los Judíos, el Señor
no contiende con ellos. Los deja; y, viniendo a Sicar, se halla en las asociaciones más interesantes con respecto a la historia
de Israel, pero en Samaria: triste testimonio de la ruina de Israel. El pozo de Jacob estaba en manos de un pueblo que se
llamaba a sí mismo Israel, pero la mayor parte de los cuales no lo eran, y adoraban lo que no sabían, aunque pretendían ser
del linaje de Israel. Aquellos que eran realmente Judíos habían alejado al Mesías con sus celos. Él - un hombre rechazado
por el pueblo - se había marchado de en medio de ellos. Le vemos compartiendo los sufrimientos de la humanidad, y, cansado
por Su viaje, le vemos encontrando solamente el flanco de un pozo sobre el cual descansar al mediodía. Se conforma con ello.
Lo único que Él busca es la voluntad de Su Dios: ella le llevó hacia aquel lugar. Los discípulos estaban ausentes, y Dios
llevó hacia aquel lugar, a una hora inusual, a una mujer sola. No era la hora en la cual las mujeres acudían a sacar agua;
pero, en la disposición de Dios, una pobre mujer pecadora y el Juez de vivos y muertos se encontraron juntos así.
El corazón del Salvador; el don de agua viva
El Señor, cansado y sediento, no tenía medios
ni siquiera para extinguir Su sed. Él depende, como hombre, de esta pobre mujer para que le diera un poco de agua para Su
sed. La mujer, viendo que es un Judío, se sorprende; y ahora la escena divina se despliega, en la que el corazón del Salvador,
rechazado por los hombres y oprimido por la incredulidad de Su pueblo, se abre para permitir que la plenitud de la gracia
fluya, la cual encuentra su razón en las necesidades y no en la justicia de los hombres. Ahora bien, esta gracia no se limitaba
a los derechos de Israel, ni se prestaba al celo nacional. Se trataba del don de Dios, de Dios mismo quien estaba allí en
gracia, y de Dios descendido tan abajo que, habiendo nacido entre Su pueblo, Él dependía, en cuanto a Su posición humana,
de una mujer Samaritana para obtener una gota de agua que extinguiera Su sed. "Si conocieras el don de Dios, y [no, quién
soy yo, sino] quién es el que te dice: Dame de beber...", es decir, si hubieras conocido que Dios da gratuitamente, y que
la gloria de Su Persona estaba allí, y cuán profundamente Él se había humillado, Su amor se habría revelado a tu corazón,
y lo habría llenado de perfecta confianza, incluso por lo que respecta a las necesidades que una gracia como ésta habría despertado
en tu corazón. "Tú le habrías pedido a él", dijo el divino Salvador, "y Él te hubiera dado" el agua viva que salta para vida
eterna. Tal es el fruto celestial de la misión de Cristo, donde quiera que Él es recibido [22].
[22] Noten, también, aquí, que no es como con Israel en el desierto
en que hubo agua para beber de la roca golpeada. Aquí la promesa es la de un pozo de agua brotando para vida eterna en nosotros.
Su corazón expone esto (esto era revelarse
a Sí mismo), la derrama en el corazón de una que era su objeto; consolándose por la incredulidad de los Judíos (rechazando
el fin de la promesa) presentando el verdadero consuelo de la gracia a la miseria que la necesitaba. Esta es la verdadera
consolación del amor, la cual se aflige cuando no es capaz de actuar. Las compuertas de la gracia son levantadas por la miseria
que esta gracia baña. Él hace manifiesto aquello que Dios es en gracia; y el Dios de gracia estaba allí. ¡Ay! el corazón del
hombre, mustio y egoísta, y preocupado de sus propias miserias (los frutos del pecado), no puede entender esto en absoluto.
La mujer ve algo extraordinario en Jesús; ella siente curiosidad por saber qué significa esto - es conmovida por Sus modos,
de manera que ella tiene una medida de fe en Sus palabras; pero sus deseos se limitan al alivio de los trabajos de su atribulada vida, en la cual un corazón ardiente no encontraba ninguna respuesta a la miseria
que había adquirido como porción suya participando en el pecado.
La corriente de gracia y su cauce
Unas pocas palabras sobre el carácter de esta
mujer. Creo que el Señor mostraría que hay necesidad, que los campos estaban listos para la siega; y que si la miserable justicia
propia de los Judíos le rechazaba a Él, la corriente de la gracia hallaría su cauce en otra parte, habiendo preparado Dios
corazones para recibirla con gozo y acciones de gracias, porque respondía a la miseria y necesidad de ellos - no de los justos
ante sus propios ojos. El canal de la gracia fue cavado por la necesidad y la miseria que la gracia misma hizo sentir.
Aislada por el pecado; a solas con el Señor
La vida de esta mujer era vergonzosa; pero
ella estaba avergonzada de su vida; como mínimo, su posición la había aislado, separándola de la multitud que se olvida de
sí misma en el tumulto de la vida social. Y no hay pesar interior como aquel de un corazón solitario; pero Cristo y la gracia
lo satisfacen ampliamente. El aislamiento de ese corazón cesa completamente. Él estaba más aislado que ella. Ella vino sola al pozo; no estaba con las otras mujeres. Sola, ella se encontró con el Señor, por medio de
la guía de Dios que la trajo allí. Incluso los discípulos debían marcharse para
hacerle un lugar a ella. Ellos no conocían nada de esta gracia. De hecho, bautizaban en el nombre del Mesías, en quien ellos creyeron. Eso estaba bien. Pero Dios estaba allí en gracia - Aquel que juzgaría a
vivos y muertos - y con Él una pecadora en sus pecados. ¡Qué reunión! ¡Y Dios quien se había detenido tan bajo como para depender
de ella para un poco de agua que extinguiese su sed!
El sentido de necesidad de la mujer;
la conciencia despertada por el Escudriñador
de corazones
Ella poseía una naturaleza ardiente. Había
buscado felicidad; ella encontró miseria. Vivió en el pecado, y estaba cansada de la vida. Estaba, realmente, en las profundidades
más bajas de la miseria. El ardor de su naturaleza no halló en el pecado ningún obstáculo. Así que ella siguió ¡es lamentable!
hasta lo extremo. La voluntad, ocupada en el mal, se alimenta de deseos pecaminosos, y se consume a sí misma sin fruto. No
obstante, su alma no carecía de un sentido de necesidad. Pensaba en Jerusalén, pensaba en Gerizim. Ella esperaba al Mesías,
quien les declararía todas las cosas. ¿Cambió esto su vida? De ningún modo. Su vida era espantosa. Cuando el Señor habla de
cosas espirituales, en un lenguaje adecuado para despertar el corazón, dirigiendo la atención de ella a las cosas celestiales
en una manera que uno podría haber pensado que era imposible de malentender, ella no puede comprenderlo. El hombre natural
no puede entender las cosas del Espíritu: éstas se disciernen espiritualmente.
La novedad del discurso del Señor estimuló
su atención, pero no condujo sus pensamientos más allá de su cántaro, el símbolo de sus labores diarias; aunque ella vio que
Jesús tomaba el lugar de uno mayor que Jacob. ¿Qué se debía hacer? Dios obró - Él obró en gracia, y en esta pobre mujer. Cualquiera
que pudiera ser la ocasión con respecto a ella, fue Él quien la había traído hasta allí. Pero ella era incapaz de comprender
las cosas espirituales aun siendo expresadas del modo más sencillo; pues el Señor hablaba del agua que brota en el alma para
vida eterna. Pero como el corazón humano está siempre girando en torno a sus propias circunstancias e inquietudes, la necesidad
religiosa de esta mujer estaba limitada, en forma práctica, a las tradiciones por las que su vida, en lo que respecta a sus
pensamientos religiosos y hábitos, estaba formada, dejando aún un vacío que nada podía llenar. ¿Qué debía hacerse entonces?
¿De qué manera puede actuar esta gracia, cuando el corazón no comprende la gracia espiritual
que el Señor trae? Ésta es la segunda parte de la maravillosa enseñanza presentada aquí. El Señor trata con su conciencia.
Una palabra pronunciada por Aquel que escudriña el corazón, examina cuidadosamente su conciencia: ella está en la presencia
de un hombre que le dice todo cuanto ella siempre hizo. Porque, siendo despertada su conciencia por la Palabra, y hallándose
expuesta a los ojos de Dios, su vida entera está ante ella.
En la presencia de Dios
Y, ¿quién es Aquel que escudriña el corazón
de esta manera? Ella siente que Su palabra es la Palabra de Dios: "Tú eres profeta." La inteligencia en las cosas divinas
viene por medio de la conciencia, no del intelecto. El alma y Dios se hallan juntos, si podemos hablar así, cualquiera que
sea el instrumento usado. Ella tiene todo por aprender, no hay duda; pero se halla en presencia de Aquel que enseña todo. ¡Qué paso! ¡Qué cambio! ¡Qué posición nueva! Esta alma, que no veía más allá de su cántaro y que
sentía su afán más que su pecado, está allí sola con el Juez de vivos y muertos - con Dios mismo. Y, ¿de qué manera? Ella
no lo sabe. Sentía solamente que era Él en el poder de Su propia palabra. Pero, al menos, Él no la despreció, como otros hicieron.
Aunque estaba sola, estaba sola con Él; le había hablado a ella de la vida -
del don de Dios; le había dicho que sólo tenía que pedir y recibir. Ella no había entendido nada de Su intención; pero no
era condenación, era gracia - gracia que se detuvo en ella, que conocía su pecado y no era alejada por este, que le pidió
agua, que estaba por sobre el prejuicio Judío con respecto a ella, así como por encima del desprecio de los humanamente justos
- gracia que no le ocultó su pecado, que le hizo sentir que Dios lo conocía, y, no obstante, Aquel que conocía esto estaba
allí sin alarmarla. Su pecado estaba delante de Dios, pero no en juicio.
Confianza inspirada por la gracia de Dios
¡Maravillosa reunión de un alma con Dios,
que la gracia divina lleva a cabo por medio de Cristo! No fue que ella razonó sobre todas estas cosas; pero ella estaba bajo
el efecto de la verdad de estas cosas, ella misma sin explicárselo; porque la Palabra de Dios había alcanzado su conciencia,
y estaba en la presencia de Aquel que lo había llevado a cabo, y Él era manso
y humilde, y agradecido de recibir un poco de agua de sus manos. La contaminación de ella no le contaminó a Él. Ella podía,
de hecho, confiar en Él, sin saber el porqué. Así es como Dios actúa. La gracia inspira confianza - trae de vuelta el alma
a Dios en paz, antes de que tenga algún conocimiento inteligente, o de que pueda explicárselo a sí misma. De esta manera,
llena de confianza, ella comienza (fue la consecuencia natural) con las preguntas que llenaban su propio corazón; dándole
así al Señor una oportunidad de explicar plenamente los caminos de Dios en gracia. Dios así lo había ordenado; pues el asunto
se hallaba lejos de los sentimientos a los que la gracia más tarde la condujo. El Señor contesta conforme a su condición:
la salvación venía de los Judíos. Ellos eran el pueblo de Dios. La verdad se hallaba con ellos, y no con los samaritanos que
adoraban lo que no sabían. Pero Dios puso todo eso aparte. Ahora ya no era ni en Gerizim ni en Jerusalén, donde adorarían
al Padre quien se manifestó en el Hijo. Dios era espíritu, y debía ser
adorado en espíritu y en verdad. Además, el Padre buscaba a tales adoradores. Es decir, la adoración de sus corazones debe
responder a la naturaleza de Dios, a la gracia del Padre que los había buscado [23].
[23] En los escritos de Juan se encontrará que, cuando se habla de
la responsabilidad, la palabra utilizada es Dios; cuando se habla de la gracia hacia nosotros, se habla del Padre y del Hijo.
Cuando, de hecho, se trata de la bondad (el carácter de Dios en Cristo) para con el mundo, entonces se habla de Dios.
De este modo, los verdaderos adoradores deberían
adorar al Padre en espíritu y en verdad. Jerusalén y Samaria desaparecen completamente - no tienen un lugar ante tal revelación
del Padre en gracia. Dios ya no se escondía; Él fue revelado perfectamente en la luz. La gracia perfecta del Padre obró, a
fin de dar a conocerle, por medio de la gracia que trajo almas a Él.
El Señor es recibido;
el efecto de ello: el corazón es llenado de
Cristo mismo
Ahora bien, la mujer no fue llevada todavía
a Él; pero, como hemos visto en el caso de los discípulos y de Juan el Bautista, una gloriosa revelación de Cristo actúa en
el alma donde ella se encuentra, y trae a la Persona de Jesús a relacionarse con la necesidad ya sentida. "Le dijo la mujer:
Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas." Pequeña como su inteligencia
pudiera ser, e incapaz como ella era de comprender lo que Jesús le había dicho, Su amor se encuentra con ella donde puede
recibir vida y bendición; y Él responde: "Yo soy, el que habla contigo." La obra estaba hecha; el Señor fue recibido. Una
pobre pecadora Samaritana recibe al Mesías de Israel, a quien los sacerdotes y los Fariseos habían rechazado de entre el pueblo.
El efecto moral en la mujer es evidente. Olvida su cántaro, su afán, sus circunstancias. Es cautivada por este nuevo objeto
que es revelado a su alma - por Cristo; cautivada de tal manera que, sin pensarlo, se convierte en una predicadora; es decir,
predica al Señor de la abundancia de su corazón y con perfecta simplicidad. Él le había dicho todo lo que ella había hecho.
Ella no piensa en aquel momento de qué se trataba. Jesús se lo había dicho, y el pensamiento de Jesús quita la amargura
del pecado. El sentido de Su bondad remueve el engaño del corazón que busca esconder su pecado. En una palabra, su corazón
está completamente lleno de Cristo. Muchos creyeron en Él por medio de la predicación de ella - "me dijo todo lo que he hecho";
muchos más, cuando le escucharon a Él. Su propia palabra llevaba consigo una convicción más fuerte, como más directamente
relacionada con Su Persona.
Los campos de la siega; los obreros, sus salarios
y el fruto
Entretanto los discípulos vienen, y - naturalmente
- se maravillan ante Su conversación con la mujer. El Maestro de ellos, el Mesías - ellos entendían esto; pero la gracia de
Dios manifestada en la carne estaba todavía fuera del alcance de sus pensamientos. La obra de esta gracia era la comida de
Jesús, y eso en la humildad de la obediencia, como enviada por Dios. Él se mantuvo ocupado en ella, y, en la perfecta humildad
de la obediencia, fue Su gozo y Su comida hacer la voluntad de Su Padre, y acabar Su obra. Y el caso de esta pobre mujer tenía
un motivo que llenaba Su corazón con profundo gozo, herido como fue en este mundo, porque Él era amor. Si los Judíos le rechazaban,
los campos en los cuales la gracia buscaba sus frutos para el granero eterno aún estaban blancos, listos para la siega. Por
lo tanto, a aquel que trabajase no le faltaría su salario, ni el gozo de poseer tal fruto para vida eterna. Sin embargo, aun
los apóstoles eran sólo segadores donde otros habían sembrado. La pobre mujer era una prueba de esto. Cristo, presente y revelado,
satisface la necesidad que había despertado el testimonio del profeta. De este modo (a la vez que exhibía una gracia que revelaba
el amor del Padre, de Dios el Salvador, y salía, consecuentemente, del espacio cerrado del sistema Judío), Él reconoció plenamente
el fiel servicio de Sus obreros en tiempos pasados, los profetas quienes, por el Espíritu de Cristo desde el principio del
mundo, habían hablado del Redentor, de los sufrimientos de Cristo y de las glorias que seguirían. Los sembradores y segadores
debían gozarse juntamente en el fruto de sus trabajos.
El retrato divino presentado en la gracia
fluyendo en el pozo de Sicar
Pero, ¡qué retrato es todo esto del propósito
de la gracia, y de su poderosa y viva plenitud en la Persona de Cristo, del don gratuito de Dios, y de la incapacidad del
espíritu humano para comprenderla, preocupado y cegado como está por las cosas
del presente, no viendo nada más allá de la vida natural, aunque sufriendo las
consecuencias de su pecado! Al mismo tiempo, vemos que es en la humillación, en el profundo abatimiento, del Mesías, de Jesús,
que Dios se manifiesta en esta gracia. Esto es lo que derriba las barreras, y da libre curso al torrente de la gracia desde
lo alto. Vemos, también, que la conciencia es la puerta del entendimiento en las cosas de Dios. Somos ciertamente llevados
a la relación con Dios cuando Él escudriña el corazón. Éste es siempre el caso. Entonces estamos en la verdad. Además, así
se manifiesta Dios a Sí mismo, y la gracia y el amor del Padre. Él busca adoradores,
y eso, conforme a esta doble revelación de Él, no obstante lo grande que pueda ser Su paciencia con aquellos que no ven más
allá del primer paso de las promesas de Dios. Si Jesús es recibido, hay un cambio completo; la obra de la conversión es llevada
a cabo; hay fe. A la vez, ¡qué divino retrato de nuestro Jesús - humillado, por cierto, pero incluso de este modo, la manifestación
de Dios en amor, el Hijo del Padre, Aquel que conoce al Padre, y lleva a cabo Su obra! ¡Qué gloriosa e infinita escena se
abre ante el alma, que es admitida para verle y conocerle!
Toda la amplitud de la gracia nos es mostrada
aquí en Su obra y en su alcance divino, en lo que respecta a su aplicación al individuo, y a la inteligencia personal que
podemos tener con respecto a ella. No es precisamente el perdón, ni la redención, ni la asamblea. Es la gracia fluyendo en
la Persona de Cristo; y la conversión del pecador, a fin de que pueda gozarla en sí mismo, y sea capaz de conocer a Dios y
de adorar al Padre de gracia. Pero, ¡cuán completamente hemos rebasado, en principio, los estrechos límites del Judaísmo!
En Galilea; el segundo milagro del Señor
y las grandes verdades que expone
No obstante, en Su ministerio personal, el
Señor, siempre fiel, poniéndose Él aparte para glorificar a Su Padre obedeciéndole, se encamina a la esfera de trabajo asignada
para Él por Dios. Deja a los Judíos, pues ningún profeta es recibido en su propia tierra, y va a Galilea, entre los despreciados
de Su pueblo, los pobres del rebaño, donde la obediencia, la gracia y los consejos de Dios le pusieron del mismo modo. En
ese sentido, Él no abandonó a Su pueblo, perversos como ellos eran. Allí Él obra un milagro que expresa el efecto de Su gracia
en relación con el remanente creyente de Israel, débil como podía ser la fe de ellos. Él regresa al lugar donde había convertido
el agua de la purificación en el vino del gozo ("que alegra a Dios y a los hombres" - Jueces 9:13). Mediante ese milagro,
Él había mostrado, en figura, el poder que libertaría al pueblo, y mediante el cual, al ser recibido, Él establecería la plenitud
del gozo en Israel, creando por medio de ese poder el buen vino de las nupcias de Israel con su Dios. Israel lo rechazó todo. El Mesías no fue recibido. Él se retiró entre los pobres del rebaño en Galilea,
después de haber mostrado a Samaria (al pasar) la gracia del Padre, la cual iba más allá de todas las promesas hechas a, y
de todos los tratos con, el Judío, y que en la Persona y humillación de Cristo conducía a almas convertidas a adorar al Padre
(fuera de todo el sistema Judío, verdadero o falso) en espíritu y en verdad; y allí, en Galilea, Él obra un segundo milagro
en medio de Israel, donde Él aún trabaja, según la voluntad de Su Padre, es decir, dondequiera que hay fe; no aún, quizás,
en Su poder para levantar a los muertos, sino para sanar y salvar la vida de aquello que estaba a punto de morir. Él cumplió
el deseo de aquella fe, y restituyó la vida de uno que estuvo al borde de la muerte. Fue esto, de hecho, lo que Él estuvo
haciendo en Israel mientras se hallaba aquí abajo. Estas dos grandes verdades fueron presentadas - aquello que Él iba a hacer
conforme a los propósitos de Dios el Padre, como siendo rechazado; y aquello que Él estaba haciendo en aquel entonces por
Israel, conforme a la fe que Él hallaba entre ellos.
Bosquejo de los capítulos 5 al 21
En los capítulos siguientes hallaremos expuestos
los derechos y la gloria unidas a Su Persona; el rechazo de Su Palabra y de Su obra; la segura salvación del remanente, y
de todas Sus ovejas dondequiera que estuviesen. Después - reconocido por Dios, manifestado en la tierra, el Hijo de Dios,
de David, y del Hombre - se devela lo que Él hará después de Su partida, y el don del Espíritu Santo; también la posición
en la que Él puso a los discípulos delante del Padre, y con respecto a Sí mismo. Y entonces - después de la historia de Getsemaní,
la entrega de Su propia vida, Su muerte dando Su vida por nosotros - todo el resultado, en los caminos de Dios, hasta Su regreso,
es presentado brevemente en el capítulo que concluye el libro.
Podemos ir más rápidamente a través de los
capítulos hasta el décimo, no porque sean menos importantes - lejos de ello - sino porque contienen algunos grandes principios
que pueden ser señalados, sin requerir mucha explicación.
Capítulo 5
El poder vivificante de Cristo contrastado
con
la falta de poder de las ordenanzas legales
Este capítulo contrasta el poder vivificante
de Cristo, el poder y derecho de dar vida a los muertos, con la impotencia de
las ordenanzas legales. Éstas requerían fortaleza en la persona que quería beneficiarse de ellas. Cristo trajo consigo el
poder que iba a sanar, y ciertamente a traer vida. Además, todo juicio es encomendado
a Él, para que aquellos que hayan recibido la vida no vengan a juicio. El final del capítulo presenta los testimonios que
han sido dados acerca de Él, y, por lo tanto, la culpa de aquellos que no acudirían a Él para tener vida. Lo uno es gracia
soberana, lo otro, responsabilidad, porque la vida estaba allí. Para obtener vida, se necesitaba Su poder divino; pero, al
rechazarle, al rehusar venir a Él para que tuviesen vida, ellos lo hicieron así a pesar de las pruebas más positivas.
El hombre impotente; fuerza impartida por
Cristo
Vayamos un poco a los detalles. El pobre hombre
que tenía una enfermedad hacía treinta y ocho años, estaba totalmente incapacitado, dada la naturaleza de su enfermedad, de
beneficiarse mediante medios que requerían fuerza para utilizarlos. Éste es el carácter del pecado, por una parte, y de la
ley por otra. Algunos vestigios de bendición existían aún entre los Judíos. Los ángeles, ministros de esa dispensación, todavía
obraban entre el pueblo. Jehová no se dejó sin testimonio. Pero se precisaba fuerza para beneficiarse de este ejemplo del
ministerio de ellos. Aquello que la ley no podía hacer, por cuanto era débil a causa de la carne, Dios lo hizo por medio de
Jesús. El hombre impotente tenía el deseo, pero no la fuerza; la voluntad estaba presente en él, pero no el poder para actuar.
La pregunta del Señor expone esto. Una simple palabra de Cristo lo hace todo. "Levántate, toma tu lecho y anda." Se imparte fortaleza. El hombre se levanta, y se va llevándose su lecho [24].
[24] Cristo trae consigo la fuerza que la ley requería en el hombre
para beneficiarse de ella.
El día de reposo; Dios
comenzando a obrar nuevamente
en poder y amor
Era día de reposo - una importante circunstancia aquí, que ocupa un lugar prominente en esta interesante escena. El día de
reposo fue dado como señal del pacto entre los Judíos y el Señor [25].
[25] El día de reposo (sábado) es introducido, sin importar cuál sea
la nueva institución o arreglo establecidos bajo la ley. Y verdaderamente, una parte del reposo de Dios es, en ciertos aspectos,
el más alto de nuestros privilegios (véase Hebreos 4). El día de reposo (sábado) fue la conclusión de lo primero o de esta
creación, y será igual cuando se cumpla. Nuestro reposo es en la nueva creación, y, eso, no en el estado de la creación del
primer hombre, sino en el del resucitado, siendo Cristo el segundo Hombre su comienzo y cabeza. De ahí el primer día de la
semana.
Pero, había sido demostrado que la ley no
daba el reposo de Dios al hombre. Se necesitaba el poder de una nueva vida; la gracia era necesaria para que el hombre estuviera
en relaciones con Dios. La sanación de este pobre hombre fue una operación de esta misma gracia, de este poder, pero obrada en medio de Israel. El estanque de Betesda daba por sentado que había poder en el
hombre; el acto de Jesús empleó el poder, en gracia, a favor de uno del pueblo del Señor que estaba angustiado. Por lo tanto,
tratando con Su pueblo en gobierno, le dice al hombre: "No peques más, para que no te suceda alguna cosa peor." (Juan 5:14
- RVR77). Era Jehová actuando por medio de Su gracia y bendición entre Su pueblo; pero lo era en las cosas temporales, las
señales de Su favor y misericordia, y en relación con Su gobierno en Israel. Así y todo, era poder divino y gracia. Ahora
bien, el hombre dio aviso a los Judíos que era Jesús. Ellos se levantan contra Él bajo el pretexto de una violación del día
de reposo. La respuesta del Señor es profundamente sensible, y llena de enseñanza - una revelación total. Esta respuesta habla
de la relación, abiertamente revelada ahora por Su venida, que existía entre Él mismo (el Hijo) y Su Padre. Muestra con ella
- ¡y qué profundidades de la gracia! - que ni el Padre ni Él podían hallar Su día de reposo [26] en medio de la miseria y
de los tristes frutos del pecado. Jehová en Israel podía imponer el día de reposo como una obligación de la ley, y convertirlo
en señal de la verdad previa de que Su pueblo entraría en el reposo de Dios. Pero, de hecho, cuando Dios fue plenamente conocido,
no hubo ningún reposo en las cosas existentes; ni fue esto todo - Él obró en gracia, Su amor no podía descansar en la miseria.
Él había instituido un reposo relacionado con la creación, cuando ésta era muy buena. El pecado, la corrupción y la miseria
habían entrado en ella. Dios, el Santo y el Justo, ya no halló ya un día de reposo en ella, y el hombre no entró verdaderamente
en el reposo de Dios (comparar con Hebreos 4). De dos cosas, una es la siguiente: o bien Dios debía, en justicia, destruir
a la raza culpable, o bien - y esto es lo que Él hizo, conforme a Sus propósitos eternos - debía comenzar a obrar en gracia
conforme a la redención que el estado del hombre requería - una redención en la que se
despliega toda Su gloria. En una palabra, Él debe comenzar a obrar nuevamente en amor. Así, el Señor dice, "Mi padre
hasta ahora trabaja, y yo trabajo." Dios no puede satisfacerse allí donde existe el pecado. No puede reposar con la miseria
ante Su vista. Él no tiene día de reposo, sino que todavía trabaja en gracia. ¡Qué respuesta tan divina a sus miserables especulaciones!
[26] El día de reposo (sábado) de Dios es un día de reposo (sábado)
de amor y santidad.
El Señor se pone en igualdad con el Padre
Otra verdad salió a la luz de lo que el Señor
dijo. Él se puso en igualdad con Su Padre. Pero los Judíos, celosos de sus ceremoniales - de aquello que los distinguía de
las otras naciones - no vieron nada de la gloria de Cristo, y procuran matarle, tratándole como un blasfemo. Esto brinda a
Jesús la ocasión de poner al descubierto toda la verdad sobre este punto. Él no era como un ser independiente poseyendo iguales
derechos, no era como otro Dios que actuaba por Su propia cuenta, lo cual además es imposible. No puede haber dos seres supremos
y omnipotentes. El Hijo está en unión plena con el Padre, no hace nada sin el Padre, sino que hace todo lo que ve hacer al
Padre. No hay nada que el Padre haga que Él no lo haga en comunión con el Hijo; y mayores pruebas que estás debían aún ser
vistas, pruebas que los dejarían maravillados. Esta última frase de las palabras del Señor muestra, así como el total de este
Evangelio, que mientras se revela en forma absoluta que Él y el Padre son uno, Él lo revela, y habla de ello desde una posición
en la cual Él podía ser visto por los hombres. Aquello de lo que Él habla está en Dios; la posición desde la que habla de
ello es una posición tomada, y, en cierto sentido, inferior. Vemos en todas partes que Él es igual al Padre, y uno con Él.
Vemos que Él recibe todo del Padre, y todo lo hace según la mente del Padre. (Esto se ve notablemente en el capítulo 17).
Se trata del Hijo, pero el Hijo manifestado en la carne, actuando en la misión que el Padre le envió a cumplir.
El hijo como el Dador de vida y el Juez de
todo
Hay dos cosas de las que se habla en este
capítulo (vers. 21-22), las cuales demuestran la gloria del Hijo. Él da vida y Él juzga. No se trata aquí de sanar - una obra que, en el fondo, brota de la misma fuente, y tiene ocasión de manifestarse en el mismo mal:
sino de la dación de vida de un modo evidentemente divino. Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así el Hijo
a los que quiere da vida. Tenemos aquí la primera prueba de Sus derechos divinos. Él da vida, y la da a quien quiere.
Pero, siendo encarnado, Él puede ser personalmente deshonrado, rechazado, menospreciado por los hombres. Por consiguiente,
todo el juicio le es encomendado a Él, y el Padre a nadie juzga, para que todos, incluso aquellos que han rechazado al Hijo,
le honren como honran al Padre al cual reconocen como Dios. Si rehúsan honrarle cuando Él actúa en gracia, estarán obligados
a honrarle cuando Él actúe en juicio. En la vida, tenemos comunión por el Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo (y el
vivificar o dar vida es la obra tanto del Padre como del Hijo); pero en el juicio, los incrédulos tendrán que vérselas con
el Hijo del Hombre, a quien han rechazado. Las dos cosas son bastante diferentes. Aquel a quien Cristo ha dado vida, no necesitará
ser obligado a honrarle pasando por el juicio. Jesús no llamará a juicio a uno que Él ha salvado dándole vida.
La gracia da vida eterna y pone a salvo del
juicio
¿Cómo podemos saber, entonces, a cuál de estas
dos clases pertenecemos nosotros? El Señor (¡alabado sea Su nombre!) contesta que el que oye Su palabra y cree en Aquel que
le envió (que cree en el Padre al oír a Cristo), tiene vida eterna (tal es el poder vivificador de Su Palabra), y no
vendrá a juicio. Él ha pasado de muerte a vida. ¡Sencillo y maravilloso testimonio! [27]
[27] Observen cuán pleno es el significado de esto. Si ellos no vienen
a juicio para clarificar su estado, como lo expresaría el hombre, son expuestos como estando totalmente muertos en el pecado.
La gracia en Cristo no contempla un estado incierto que el juicio determinará. Esta gracia da vida y resguarda del juicio.
Pero mientras Él juzga como Hijo del Hombre conforme a los hechos cometidos en el cuerpo, Él nos muestra aquí que, para empezar,
todos estábamos muertos en pecado.
El juicio glorificará al Señor en el caso
de aquellos que le han despreciado aquí. La posesión de vida eterna, para que no vengan a juicio, es la porción de aquellos
que creen.
Dos períodos distintos en el ejercicio de
poder del Señor:
(1) Almas vivificadas por el Hijo de Dios
Luego, el Señor señala dos períodos distintos,
en los que el poder que el Padre le dio habiendo descendido a la tierra, tiene que ejercerse. La hora venía - ya había venido
- en que los muertos oirían la voz del Hijo de Dios, y aquellos que la oyeran vivirían. Ésta es la comunicación de vida espiritual
por Jesús, al hombre, quien está muerto por el pecado, y eso por medio de la Palabra que oiría. Pues el Padre ha dado al Hijo,
a Jesús, manifestado así en la tierra, el tener vida en Sí mismo (comparar con 1 Juan 1 :1-2). También le ha dado autoridad
para ejecutar juicio, porque Él es el Hijo del Hombre. Porque el reino y el juicio, conforme a los consejos de Dios, pertenecen
a Él como Hijo del Hombre - en aquel carácter en el que fue despreciado y rechazado cuando Él vino en gracia.
Este pasaje nos muestra también que, aunque
Él era el Hijo eterno, uno con el Padre, es siempre contemplado como manifestado aquí en la carne, y, por lo tanto, recibiendo
todo del Padre. Es así como le hemos visto en el pozo de Samaria - el Dios que daba, pero Aquel que pidió a la pobre mujer
que le diera de beber.
(2) Cuerpos resucitados de la muerte
Jesús, entonces, vivificaba las almas. Él
aún vivifica. Ellos no tenían que maravillarse. Una obra, mucho más maravillosa a los ojos de los hombres, se llevaría a cabo.
Todos aquellos que estaban en los sepulcros, saldrían de ellas. Éste es el segundo período del cual Él habla. En uno, Él da
vida a las almas; en el otro, Él resucita cuerpos de la muerte. El primero ha permanecido durante todo el ministerio de Jesús
y 1.800 años desde Su muerte [*]; el segundo no ha sucedido todavía, pero durante su duración dos cosas tendrán lugar. Habrá
una resurrección de aquellos que han hecho lo bueno (ésta será una resurrección de vida, el Señor completará Su obra vivificadora),
y habrá una resurrección de aquellos que han hecho lo malo (esta será una resurrección para su juicio). Este juicio será en
conformidad con la mente de Dios, y no conforme a ninguna voluntad separada y personal de Cristo. Hasta aquí se trata del
poder soberano, y por lo que respecta a la vida, de la gracia soberana - Él
a los que quiere da vida. Lo que sigue a continuación es la responsabilidad del hombre con respecto a la obtención de la vida eterna. Ésta estaba allí en Jesús, y no querían venir a Él para tenerla.
[*] Aquí el autor escribe en la época en que él vivió, en el siglo
19 [N. del T.].
Cuatro testimonios de la gloria y de la Persona
del Señor,
que dejan al hombre sin excusa
El Señor continúa señalándoles cuatro testimonios
rendidos a Su gloria y a Su Persona, los cuales les dejaban sin excusa: Juan, Sus propias obras, Su Padre, y las Escrituras.
No obstante, mientras que pretendían recibir estas últimas, como hallando en ellas vida eterna, no querían venir a Él para
tener vida. ¡Pobres Judíos! El Hijo vino en nombre del Padre, y no le querían
recibir; otro vendría en su propio nombre, y a éste sí recibirían. Esto es lo que mejor se adapta al corazón del hombre. Buscaban
honrarse los unos a los otros, ¿cómo podían ellos creer? Recordemos esto. Dios no se adapta al orgullo del hombre - no acomoda
la verdad para alimentarlo. Jesús conocía a los Judíos. No significa que los acusaría delante del Padre: Moisés, en quien
ellos confiaban, lo haría; pues si hubieran creído a Moisés, habrían creído
a Cristo. Pero si no conferían ningún crédito a los escritos de Moisés, ¿cómo creerían las palabras de un Salvador despreciado?
Como resultado, el Hijo de Dios da vida, y
ejecuta juicio. En el juicio que Él ejecuta, el testimonio que ha sido rendido a Su Persona deja al hombre sin excusa sobre
el terreno de su propia responsabilidad. En el capítulo 5, Jesús es el Hijo de Dios quien, con el Padre, da vida, y como Hijo
del Hombre juzga. En el capítulo 6, Él es el objeto de la fe, descendido del cielo y muriendo. Él sólo alude a Su ascensión
al cielo como Hijo del Hombre.
Capítulo 6
El Pan de vida; el Señor
encarnado muerto
y ascendido nuevamente
al cielo
En este capítulo, se trata del Señor descendido
del cielo, humillado y muerto, no ahora como el Hijo de Dios, uno con el Padre, la fuente de vida, sino como Aquel que, aunque
era Jehová y al mismo tiempo el Profeta y el Rey, tomaría el lugar de Víctima, y el de Sacerdote en el cielo: en Su encarnación,
es el pan de vida; en Su muerte, el verdadero alimento de los creyentes; ascendido
nuevamente al cielo, es el vivo objeto de la fe de ellos. Pero Él mira solamente este último carácter: la doctrina del capítulo es aquella que antecede a esta fe. No se trata del poder divino que da vida, sino
del Hijo del Hombre venido en la carne, el objeto de la fe, y de este modo el medio de vida; y, aunque, como está claramente
manifestado por el llamamiento de la gracia, además de eso no se trata del lado divino, de dar vida a quien Él quiere, sino
de la fe en nosotros asiéndonos de Él. En las dos Él actúa independientemente de los límites del Judaísmo. Él da vida a quien
quiere, y viene a dar vida al mundo.
El Señor en contraste con el Judaísmo;
bendiciones terrenales y la nueva posición
y doctrina
Esto fue en ocasión de la Pascua, un tipo
que el Señor tenía que cumplir mediante la muerte de la cual Él habló. Observen, aquí, que todos estos capítulos presentan
al Señor, y la verdad que le revela, en contraste con el Judaísmo, el cual Él dejó y desechó. En el capítulo 5 se trataba
de la impotencia de la ley y sus ordenanzas; aquí, se trata de las bendiciones prometidas por el Señor a los Judíos en la
tierra (Salmo 132:15), y los caracteres de Profeta y Rey cumplidos por el Mesías en la tierra en relación con los Judíos,
los cuales son contemplados en contraste con la nueva posición y la doctrina de Jesús. Aquello de lo que hablo aquí caracteriza
a cada asunto distinto en este Evangelio.
El Profeta, el Sacerdote y el Rey, con respecto
a Israel
En primer lugar, Jesús bendice al pueblo,
conforme a la promesa de lo que Jehová haría, dada a ellos en el Salmo 132, pues Él era Jehová. En esto, el pueblo reconoce
que Él es "aquel Profeta" (Deuteronomio 18: 15, 18; Hechos 3:23), y desean hacerle su Rey a la fuerza. Pero Él rehúsa esto
ahora - no podía tomar este título de manera carnal. Jesús los deja, y sube a un monte Él solo. Esta era, figurativamente, Su posición como Sacerdote en lo alto. Éstos son los tres caracteres del Mesías
con respecto a Israel; pero el último tiene aplicación plena y especial también ahora a los santos que caminan en la tierra,
quienes continúan, en cuanto a esto, la posición del remanente. Los discípulos entran en una barca, y, sin Él, son sacudidos
sobre las olas. Viene la oscuridad (esto le sucederá al remanente aquí abajo), y Jesús está lejos. No obstante, Él vuelve
a reunirse con ellos, y le reciben alegremente. En seguida la barca llega al lugar donde se dirigían. Una figura sorprendente
del remanente transitando en la tierra durante la ausencia de Cristo, y de cada deseo suyo satisfecho plena e inmediatamente
- plena bendición y pleno reposo - cuando Él se vuelva a reunir con ellos. [28]
[28] La aplicación directa de esto es al remanente; pero entonces,
como se insinúa en el texto, nosotros, en cuanto a nuestra senda en la tierra, somos, por así decirlo, la continuación de
aquel remanente, y Cristo está en lo alto para nosotros, mientras nos hallamos en las olas de abajo. La parte subsiguiente
del capítulo, la del pan de vida, es propiamente para nosotros. El mundo, no Israel, es tenido en consideración. Aunque Cristo
es ciertamente Aarón dentro del velo para Israel, mientras se halla allí los santos tienen propiamente su carácter celestial.
El Hijo del Hombre en humillación aquí
Esta parte del capítulo, habiéndonos mostrado
al Señor ya como el Profeta aquí abajo, y rehusando ser hecho Rey, así como
aquello que tendrá lugar cuando Él regrese al remanente en la tierra - el marco histórico de lo que Él era y será - el resto
del capítulo nos entrega aquello que Él es entretanto a la fe, Su verdadero carácter, el propósito de Dios al enviarle, fuera
de Israel, y en relación con la gracia soberana. La gente le busca. La obra verdadera, la cual Dios reconoce, es la de creer
en Aquel que Él ha enviado. Este es aquel alimento que dura para vida eterna,
el cual es dado por el Hijo del Hombre (es en este carácter que hallamos a Jesús aquí, así como en el capítulo 5 Él era el
Hijo de Dios), pues a Él es Aquel a quien Dios el Padre ha sellado. Jesús había tomado Su lugar de Hijo del Hombre en humillación
aquí abajo. Él fue para ser bautizado por Juan el Bautista; y allí, en este carácter, el Padre le selló, descendiendo sobre
Él el Espíritu Santo.
El verdadero Pan del Cielo puesto ante la
fe
La multitud le pide una prueba como el maná.
Él mismo era la prueba - el verdadero maná. Moisés no dio el pan celestial de vida. Sus padres murieron en el mismo desierto
en el que ellos habían comido el maná. El Padre les daba ahora el verdadero pan del cielo. Aquí, observen, no es el Hijo de
Dios quien da, y quien es el Dador soberano de vida para aquel que Él quiere. Él es el objeto presentado a la fe; hay que
alimentarse de Él. La vida se encuentra en Él; aquel que le come vivirá por Él, y nunca tendrá hambre. Pero la multitud no
creía en Él; de hecho, la masa de Israel, como tal, no estaba en cuestión. Aquellos que el Padre le dio vendrían a Él. Allí
Él era el sujeto pasivo, por decirlo así, de la fe. Ya no es más a aquellos
que Él quiere, sino la de recibir a aquellos que el Padre traía a Él. Por lo tanto, independientemente de quien fuera, Él
no le echaría fuera: enemigo, mofador, Gentil, ellos no vendrían si el Padre no los enviaba. El Mesías estaba allí para hacer
la voluntad de Su Padre, y quienquiera que el Padre le trajera, Él le recibiría
para vida eterna (comparar con cap. 5:21). La voluntad del Padre tenía estos dos caracteres. De todos los que el Padre le
diera, Él no perdería ninguno. ¡Preciosa seguridad! El Señor salva indubitablemente hasta el final a aquellos a quienes el
Padre le ha dado; y entonces todo aquel que viera al Hijo y creyera en Él, tendría la vida eterna. Éste es el Evangelio para
toda alma, así como el otro es aquel que asegura infaliblemente la salvación
de todo creyente.
Una dispensación nueva; resurrección y vida
eterna
Pero esto no es todo. El asunto de la esperanza
no era ahora el cumplimiento en la tierra de las promesas hechas a los Judíos, sino el ser resucitados de entre los muertos,
teniendo parte en la vida eterna - en resurrección en el día postrero (es decir, de la época de la ley en la que ellos vivían).
Él no coronó la dispensación de la ley; Él tenía que introducir una nueva dispensación,
y con ella la resurrección. Los Judíos [29] murmuran ante Su afirmación de que Él descendió del cielo. Jesús les contesta
testificándoles que su dificultad era fácil de comprender: nadie podía venir a Él si el Padre no le traía. Fue la gracia la
que produjo este efecto; daba lo mismo si ellos eran Judíos o no. Era una cuestión de vida eterna, de ser resucitados de entre
los muertos por Él; no era una cuestión de cumplir las promesas como Mesías, sino de introducir la vida de un mundo extensamente
más diferente para ser gozado por la fe - habiendo conducido la gracia del Padre al alma para que hallase esta vida en Jesús.
Además, los profetas habían dicho que todos ellos serían enseñados por Dios. Todo aquel, por lo tanto, que aprendía del Padre,
venía a Él. Ningún hombre, sin duda, había visto al Padre excepto Aquel que vino de Dios - Jesús; Él había visto al Padre.
Aquel que creía en Él estaba ya en posesión de la vida eterna, pues Él era el pan descendido del cielo, para que un hombre
pueda comer de él y no morir.
[29] En Juan, los Judíos son siempre distinguidos de la multitud.
Ellos son los habitantes de Jerusalén y Judea. Quizás se entendería más fácilmente este Evangelio si las palabras estuvieran
traducidas de esta manera: «aquellos de Judea», lo cual es el verdadero sentido.
La muerte de Cristo como la vida del creyente
Pero esto no fue solamente por la encarnación,
sino por la muerte de Aquel que descendió del cielo. Él daría Su vida; Su sangre sería tomada del cuerpo que Él asumió. Ellos
comerían Su carne; ellos beberían Su sangre. La muerte iba a ser la vida del creyente. Y, de hecho, es en un Salvador muerto
que nosotros vemos el pecado quitado, el cual Él llevó por nosotros, y la muerte por nosotros es muerte a la naturaleza de
pecado en la que residían nuestro mal y nuestra separación de Dios. Él puso fin allí al pecado - Él que no conoció pecado.
La muerte, introducida por el pecado, quita el pecado que se ligó a la vida, la cual llega allí a su fin. No es que Cristo
tuviera algún pecado en Su Persona, sino que Él llevó el pecado, Él fue hecho
pecado, en la cruz, por nosotros. Y aquel que está muerto ha sido justificado del pecado. Por lo tanto, yo me alimento de
la muerte de Cristo. La muerte es mía; se ha convertido en vida. Ésta me separa del pecado, de la muerte, de la vida en la
cual yo estaba separado de Dios. En ella el pecado y la muerte han finalizado su curso. Estas dos cosas estaban ligadas a
mi vida. Cristo, en gracia, las ha llevado, y Él ha dado Su carne por la vida del mundo; y yo soy liberado de ellas; y me
alimento de la gracia infinita que está en Él, quien ha cumplido todo esto. La expiación es completa, y yo vivo, estando felizmente
muerto para todo lo que me separaba de Dios. Es la muerte cumplida en Él, de lo cual yo me alimento, lo principal para
mí, y entro además en ella por la fe. Él necesitaba vivir como hombre a fin de poder morir, y Él ha dado Su vida. Así, Su
muerte es eficaz; Su amor, infinito; la expiación, total, absoluta, perfecta. Aquello que había entre Dios y yo ya no existe
más, pues Cristo murió y todo pasó con Su vida aquí en la tierra - la vida tal como Él la poseía antes de expirar en la cruz.
La muerte no podía retenerle. Para realizar esta obra, Él necesitaba poseer un poder de vida divina que la muerte no pudiera
tocar; pero ésta no es la verdad enseñada expresamente en el capítulo que tenemos ante nosotros, aunque esté implícita en
él.
Aquel que murió como el objeto de la fe
Al hablar a la multitud, el Señor, al tiempo
que los reprendía por su incredulidad, se presenta a Sí mismo, venido en la carne, como el objeto de su fe en ese momento
(vers. 32-35). Para los Judíos, al serles descubierta esta doctrina, les repite que Él es el pan de vida descendido del cielo,
del que si algún hombre come, vivirá para siempre. Pero les hace entender que no podían detenerse ahí - ellos tenían que recibir
Su muerte. Él no dice aquí 'aquel que me come', sino que se trataba de comer Su carne y beber Su sangre, de entrar
plenamente en el pensamiento - en la realidad - de Su muerte; se trataba de recibir a un Mesías muerto (no a uno vivo), muerto
para los hombres, muerto ante Dios. Él no existe ahora como un Cristo muerto, pero tenemos que reconocer, comprender, alimentarnos
de, Su muerte - tenemos que identificarnos con ella delante de Dios, participando de ella por la fe, o no tenemos vida en
nosotros. [30]
[30] Esta verdad es de trascendental importancia con respecto a la
cuestión sacramental. La escuela puseyita proclama que los sacramentos son la continuación de la encarnación. Esto es un error
en todos los aspectos, y, en verdad, una negación de la fe. Ambos sacramentos significan muerte. Somos bautizados en la muerte
de Cristo; y la Cena del Señor es manifiestamente emblemática de Su muerte.
Digo «negación de la fe», porque, como muestra el Señor, si ellos no comen Su carne y beben Su sangre, no tienen vida en ellos.
Como encarnado, Cristo está solo. Su presencia en la carne en la tierra demostró que Dios y el hombre pecador no podían ser
unidos. Su presencia como hombre en el mundo resultó en Su rechazo - lo cual demostró la imposibilidad de unión o fruto sobre
ese terreno. Debía introducirse la redención, Su sangre debía ser derramada, Él mismo tenía que ser levantado de la tierra,
y de esta manera atraer a los hombres a Él; la muerte debía entrar, o Él permanecería solo. Ellos no podían comer el pan a
menos que comieran la carne y bebieran la sangre. Un sacrificio de paz sin un sacrificio de sangre, no valía nada, o más bien
era un sacrificio del tipo de Caín. Además, la Cena del Señor presenta a un Cristo muerto, y a un Cristo muerto solamente
- la sangre separada del cuerpo. Un Cristo así ya no existe; y por lo tanto la transubstanciación y la consubstanciación y todos esos pensamientos son una fábula que lleva a confusión. Nosotros estamos unidos
a un Cristo glorificado por el Espíritu Santo; y celebramos esa muerte tan preciosa sobre la cual se fundamenta toda nuestra
bendición, mediante la cual llegamos allí. Lo hacemos en memoria de Él, y en nuestros corazones nos alimentamos de Él, entregado
así, y derramando Su sangre.
Vivir por Cristo alimentándose de Él
Así fue para el mundo. Así debían vivir, no
por su propia vida, sino por Cristo, alimentándose de Él. Aquí Él regresa a Su propia Persona, siendo establecida la fe en
Su muerte. Además, ellos debían permanecer en Él (vers. 56) - debían estar en Él ante Dios, conforme a toda Su aceptación delante de Dios, y según toda la eficacia de Su obra al morir [31].
[31] La permanencia implica constancia en la dependencia, confianza,
y vivir mediante la vida en la que Cristo vive. Las palabras "permanece" (Juan 6:56) y "permanece" (Juan 6:27), aunque puedan
ser palabras diferentes en Inglés ("dwells" y "abides"), son las mismas en el original; lo mismo ocurre en el capítulo 15
y en otras partes.
Y Cristo debía permanecer en ellos conforme
al poder y a la gracia de esa vida en la cual Él había obtenido la victoria sobre la muerte, y en la cual, habiéndola obtenido,
Él vive ahora. Así como el Padre viviente le había enviado, y Él vivía, no por medio de una vida independiente, la cual no
tenía al Padre como su objeto o su fuente, sino que vivía por medio del Padre ("Como el Padre viviente me envió, y yo vivo
por medio del Padre, así el que me come, éste también vivirá por medio de mí." Juan 6:57 - Versión Moderna), así aquel que
le comía, viviría por medio de Él [32].
[32] Sería bueno advertir aquí que en este pasaje, en los versículos
51 y 53, el verbo comer es conjugado en tiempo aoristo—(cualquiera que lo ha comido así). En los versículos 54, 56 y
57, este verbo está conjugado en tiempo presente—una acción presente continua.
La ascensión del Señor al cielo; la comida
de la fe durante Su ausencia
Después, en respuesta a aquellos que murmuraban
sobre esta verdad fundamental, el Señor apela a Su ascensión. Él había descendido del cielo - ésta era Su doctrina; Él ascendería
otra vez allá. La carne material no aprovechaba para nada. Era el Espíritu quien daba vida, al hacer comprender al alma la
poderosa verdad de aquello que Cristo era, y de Su muerte. Pero Él vuelve a aquello que ya les había dicho antes: para venir
a Él revelado así en verdad, ellos debían ser conducidos por el Padre. Existe tal cosa como la fe que a veces es quizás ignorante,
aunque por medio de la gracia es real. Así era la de los discípulos. Sabían que Él, y Él solo, tenía palabras de vida eterna.
No se trataba solamente de que Él fuera el Mesías, lo cual ellos creían verdaderamente,
sino de que Sus palabras hubieran asido sus corazones con el poder de la vida divina que aquéllas revelaban, y que, por medio
de la gracia, eran comunicadas. Así, ellos le reconocieron como el Hijo de Dios, no sólo de manera oficial, por así decirlo,
sino conforme al poder de la vida divina. Él era el Hijo del Dios viviente. No obstante, había uno entre ellos que era del
diablo.
Por lo tanto, la doctrina de este capítulo
es, la de Jesús descendido a la tierra, llevado a la muerte, y ascendiendo de nuevo al cielo. Como descendido y llevado a
la muerte, Él es la comida de la fe durante Su ausencia en lo alto. Pues es en Su muerte que nosotros debemos alimentarnos,
a fin de permanecer espiritualmente en Él, y Él en nosotros.
Capítulo 7
El cumplimiento futuro de la fiesta de los
tabernáculos en forma de tipo
En este capítulo, sus hermanos según la carne,
todavía sumidos en la incredulidad, hubiesen querido que Él se mostrase al mundo, si hacía estas grandes cosas; pero el tiempo
para ello aún no había llegado. En el cumplimiento del tipo de la fiesta de los tabernáculos, Él lo hará. La Pascua tenía
su antitipo en la cruz, Pentecostés lo tenía en el descenso del Espíritu Santo. La fiesta de los tabernáculos, hasta ahora,
no ha tenido cumplimiento. Era celebrada después de la siega y la vendimia; e Israel conmemoraba alegremente, en la tierra,
su peregrinación antes de entrar en el reposo que Dios les había dado en Canaán. Así será el cumplimiento de este tipo cuando,
tras la ejecución del juicio (ya sea al discernir entre el impío y el bueno, o simplemente en venganza) [33], Israel, restaurado
en su tierra, estará en posesión de todas sus prometidas bendiciones. En aquel tiempo Jesús se mostrará al mundo; pero en el tiempo del que estamos hablando, Su hora no había llegado aún. Entretanto, habiéndose ido (vers.
33-34), Él da el Espíritu Santo a los creyentes (vers. 38-39).
Observen aquí que no se introduce ningún Pentecostés.
Pasamos de la pascua en el capítulo 6 a los tabernáculos en el capítulo 7, en lugar de lo cual los creyentes recibirían el
Espíritu Santo. Como he señalado, este Evangelio trata de una Persona divina en la tierra, no del Hombre en el cielo. Se habla
de la venida del Espíritu Santo como siendo sustituida por el último u octavo día de la fiesta de los tabernáculos. Pentecostés
presupone a Jesús en lo alto.
[33] La siega es un juicio discriminador, hay cizaña y trigo. El lagar
es el juicio destructivo de venganza. En el primero, estarán dos en una cama,
el uno será tomado, y el otro será dejado, pero el lagar es simple ira, como Isaías 63. Lo mismo en Apocalipsis 14.
El Espíritu Santo presentado como la esperanza
de la fe en esa época; la sed apagada y
abundancia de agua viva para los demás
Pero Él presenta al Espíritu Santo de tal
modo que le convierte en la esperanza de la fe en el tiempo en el cual Él habla, si Dios creaba un sentido de necesidad en
el alma. Si alguno tenía sed, que venga a Jesús y beba. No sólo su sed sería apagada, sino que de lo más profundo de su alma
fluirían ríos de agua viva. Así que al venir a Él por la fe para satisfacer la necesidad de su alma, no sólo sería el Espíritu
Santo en ellos una fuente de agua viva brotando para vida eterna, sino que también esta agua viva fluiría en abundancia desde
el interior de ellos para refrescar a todos aquellos que tenían sed. Observen aquí, que Israel bebió agua en el desierto antes
de que pudieran cumplir con la fiesta de los tabernáculos. Pero solamente bebieron. No hubo ninguna fuente en ellos. El agua
fluyó de la roca. Bajo la gracia, cada creyente no es, sin duda, una fuente en sí mismo: pero todo el río fluye de él. Sin
embargo, esto sucedería sólo cuando Jesús fuese glorificado, y en aquellos que eran ya creyentes previamente al recibimiento
del Espíritu. De lo que se habla aquí no es de una obra que vivifica. Se trata de un don a aquellos que creen. Además, en
la fiesta de los tabernáculos, Jesús se mostrará al mundo; pero éste no es el asunto del cual el Espíritu Santo así recibido
es, en forma especial, el testigo. Él es dado en relación con la gloria de Jesús, mientras Él está oculto del mundo. Esto
fue también en el octavo día de la fiesta, la señal de una porción que trascendía al reposo sabático de este mundo, y lo cual
comenzó otro período - una escena nueva de gloria.
Observen también que, en forma práctica, aunque
el Espíritu Santo es presentado aquí como poder que actúa en bendición fuera de aquel en quien Él mora, Su presencia en el
creyente es el fruto de una sed personal, de una necesidad sentida en el alma
- necesidad por la cual el alma ha buscado una respuesta en Cristo. El que tiene sed, la tiene por sí mismo. El Espíritu en
nosotros, revelando a Cristo, llega a ser, morando en nosotros cuando hemos creído, un río en nosotros, y de este modo para
los demás.
El espíritu de los Judíos mostrado claramente
El espíritu de los Judíos se mostró claramente.
Intentaron matar al Señor; y Él les dice que Su relación con ellos en la tierra pronto terminaría (vers. 33). No hacía falta
que se apresuraran para deshacerse de Él: pronto le buscarían y no podrían hallarle. Él iba a Su Padre.
Vemos claramente aquí la diferencia entre
la multitud y los Judíos - dos grupos siempre diferenciados el uno del otro en este Evangelio. El primer grupo no comprendía
por qué Él hablaba del deseo que tenían de matarle. Aquellos de Judea estaban atónitos ante Su seguridad, sabiendo que en
Jerusalén ellos estaban conspirando contra Su vida. Su tiempo no había llegado todavía. Ellos enviaron alguaciles para prenderle,
y ellos vuelven, sorprendidos por Su discurso, y sin haberle puesto las manos encima. Los Fariseos se enfurecen, y expresan
su desprecio hacia el pueblo. Nicodemo arriesga decir una palabra de justicia de acuerdo a la ley, y se hace acreedor del
desprecio de ellos. Pero cada cual se va a su casa. Jesús, quien no tuvo casa hasta que regresó al cielo de donde Él vino,
se va al monte de los Olivos, lugar testigo de Su agonía, Su ascensión y Su regreso - un lugar que Él frecuentaba habitualmente, estando en Jerusalén, durante el tiempo de Su ministerio en la tierra.
Capítulo 8
Fuera del Judaísmo como se muestra
en los capítulos 5 al 7
El contraste de este capítulo con el Judaísmo,
incluso con sus mejores esperanzas en el futuro que Dios ha preparado para Su pueblo, es demasiado evidente como para detenernos
a considerarlo. Este Evangelio, en todas sus páginas, revela a Jesús fuera de todo lo que pertenecía a ese sistema terrenal.
En el capítulo 6, se trataba de la muerte aquí abajo en la cruz. Aquí se trata de la gloria en el cielo, siendo rechazados
los Judíos, y el Espíritu Santo dado al creyente. En el capítulo 5 Él da vida, como el Hijo de Dios; en el capítulo 6 Él es
el mismo Hijo, pero no dando vida y juzgando divinamente como siendo Hijo del Hombre, sino como descendido del cielo, el Hijo
en humillación aquí, pero siendo el verdadero pan del cielo que el Padre dio. Pero en aquel Humilde, ellos debían contemplar
al Hijo, para vivir. Luego, venido de este modo, y habiendo tomado la forma de un siervo, y hallándose en la condición de hombre, Él (vers. 53) se humilla y sufre en la cruz, como Hijo del Hombre; en el capítulo
7, cuando Él es glorificado, envía el Espíritu Santo. El capítulo 5 exhibe Sus títulos de gloria personal; los capítulos 6,
7, Su obra y el otorgamiento del Espíritu a los creyentes, como consecuencia de Su actual gloria en el cielo [34], a la cual
la presencia del Espíritu Santo responde en la tierra. En los capítulos 8 y 9 [35] hallaremos Su testimonio y Sus obras rechazados,
y la cuestión decidida entre Él y los Judíos. Se observará también, que los capítulos 5 y 6 tratan de la vida. En el capítulo
5, esta vida es dada soberana y divinamente por Aquel que la posee; en el capítulo 6, el alma, recibiendo y ocupándose de
Jesús por la fe, halla la vida y se alimenta de Él por la gracia del Padre: dos cosas distintas en naturaleza - Dios da; el
hombre, por gracia, se alimenta. Por otra parte, en el capítulo 7 vemos a Cristo yendo a Aquel que le envió, y entretanto
vemos al Espíritu Santo, que devela la gloria a la cual Él ha ido, en nosotros y por nosotros, en su carácter celestial. En
el capítulo 5, Cristo es el Hijo de Dios, que da vida en un poder y una voluntad divinos, lo que Él es, no el lugar en el
cual Él está, pero juzga solo, siendo Hijo del Hombre; en el capítulo 6, vemos al mismo Hijo, pero descendido del cielo, el
objeto de la fe en Su humillación, luego vemos al Hijo del Hombre, muriendo, y regresando de nuevo; en el capítulo 7, le vemos
no revelado aún al mundo. En vez de ello, el Espíritu Santo es dado cuando Él es glorificado arriba, el Hijo del Hombre en
el cielo - al menos al contemplar Su ida allá.
[34] Esta gloria, no obstante, es sólo supuesta, no enseñada. Él no
puede estar en la fiesta de los tabernáculos, pues se trata del reposo de Israel, ni puede manifestarse a Sí mismo, como lo
hará entonces al mundo; pero, en vez de ello, da al Espíritu Santo. Sabemos que esto supone Su posición actual, a la que nos
hemos referido precisamente en el capítulo 6.
[35] La doctrina del capítulo 9 continúa hasta el versículo 30 del
capítulo 10.
La palabra y las obras de Jesús son rechazadas;
Sus glorias personales poniendo al hombre
a prueba
En el capítulo 8, como hemos dicho, la palabra
de Jesús es rechazada; y, en el capítulo 9, son rechazadas Sus obras. Pero hay mucho más que eso. Las glorias personales del
capítulo 1 son reproducidas y desarrolladas separadamente en todos estos capítulos (omitiendo de momento todos los pasajes
desde el versículo 36 al 51 del capítulo 1): hemos hallado nuevamente los versículos 14-34 en los capítulos 5, 6 y 7. El Espíritu
Santo vuelve ahora al asunto de los primeros versículos en el capítulo. Cristo es el Verbo; Él es la vida, y la vida que es
la luz de los hombres. Los tres capítulos que acabo de señalar hablan de aquello que Él es en gracia para los hombres, aunque
declarando aún Su derecho a juzgar. El Espíritu aquí (en el capítulo 8) presenta ante nosotros aquello que Él es en Sí mismo,
y aquello que Él es para los hombres (sometiéndolos así a prueba, de modo que al rechazarle se rechazan ellos mismos, y se
muestran ellos mismos como reprobados).
La mujer sorprendida en adulterio;
el contraste con el Judaísmo
Consideremos ahora nuestro capítulo. El contraste
con el Judaísmo es evidente. Traen a una mujer cuya culpa es innegable. Los Judíos, en su maldad, la traen delante del Señor
con la esperanza de poder confundirle. Si Él la condenaba, no era un Salvador - la ley podía hacerlo de igual manera. Si Él
la dejaba ir, menospreciaba y desautorizaba la ley. Esto era inteligente, pero ¿de qué sirve la inteligencia en la presencia
de Dios, quien escudriña el corazón? El Señor permite que confíen en ellos mismos al no responderles durante un espacio corto
de tiempo. Probablemente pensaron que Él había sido confundido. Finalmente, Él dice "El que de vosotros esté sin pecado, sea
el primero en arrojar la piedra. . ." Acusados por su conciencia, sin honestidad y sin fe, ellos abandonan la escena de su
confusión, separándose los unos de los otros, y cada cual ocupado de sí mismo, ocupándose del carácter no de la conciencia,
y apartándose de Aquel que los había confutado; saliendo, en primer lugar, aquel que tenía la mejor reputación para salvar.
¡Qué dolorosa escena! ¡Qué palabra más poderosa! Jesús y la mujer son dejados juntos solos. ¿Quién puede permanecer sin culpa
en Su presencia? Con respecto a la mujer, cuya culpa era conocida, Él no va más allá de la posición Judía, excepto para preservar
los derechos de Su propia Persona en gracia.
La gloria de la Luz
Esto no es lo mismo que en Lucas 7, el perdón
plenario y la salvación. Los demás no podían condenarla - Él no lo haría. La deja ir y que no peque más. No es la gracia de
la salvación la cual el Señor exhibe aquí. Él no juzga, Él no vino para esto; pero la eficacia del perdón no es el asunto
de estos capítulos - se trata aquí de la gloria de Su Persona, en contraste con todo aquello que es de la ley. Él es la luz,
y por el poder de Su Palabra Él entró como luz en la conciencia de aquellos que habían traído a la mujer.
La Luz del mundo
Porque la Palabra era luz; pero eso no era
todo. Viniendo al mundo, Él era (cap. 1 : 4-10) la luz. Ahora bien, era la vida que era la luz de los hombres. No era una
ley que hacía demandas y condenaba; o esa vida prometida sobre la obediencia a sus preceptos. Era la vida misma que estaba
allí en Su Persona, y esa vida era la luz de los hombres, convenciéndolos, y, quizás, juzgándolos; pero lo hacía como luz.
Así, Jesús dice aquí - en contraste con la ley, aducida por aquellos que no podían permanecer ante la luz - "Yo soy la luz
del mundo" (no meramente de los Judíos). Pues en este Evangelio tenemos lo que Cristo es esencialmente en Su Persona, ya sea
como Dios, como el Hijo venido del Padre, o como el Hijo del Hombre - no lo que Dios era en los tratos especiales con los
Judíos. A consecuencia de esto, Él era el objeto de la fe en Su Persona, no
en los tratos dispensacionales. Aquel que le siguiera tendría la luz de la vida. Pero ella se hallaba en Él, en Su Persona.
Y Él podía dar testimonio de Sí mismo, porque, aunque era un hombre allí, en este mundo, sabía de dónde había venido y a dónde
iba. Era el Hijo, quien vino del Padre y volvía nuevamente a Él. Él lo sabía y era consciente de ello. Su testimonio, por
lo tanto, no era el de una persona interesada de la que uno podría dudar en creer. Como prueba que este Hombre era Aquel quien
Él decía ser, habían el testimonio del Hijo (el Suyo propio), y el testimonio del Padre. Si le hubieran conocido, habrían
conocido al Padre.
Oposición manifestada claramente; la liberación
verdadera
En aquel tiempo - a pesar de un testimonio
como éste - nadie puso las manos sobre Él. Su hora no había llegado aún. Sólo faltaba eso, pues la oposición de ellos hacia
Dios era cierta, y conocida por Él. Esta oposición fue manifestada claramente (vers. 19-24); por consiguiente, si ellos no
creían, morirían en sus pecados. Sin embargo, Él les dice que conocerían quién es Él cuando hubiera sido rechazado y levantado
en la cruz, habiendo tomado una posición muy diferente como el Salvador, rechazado por el pueblo y desconocido por el mundo,
y cuando ya no fuera presentado a ellos como tal, sabrían que Él era verdaderamente el Mesías, y que Él era el Hijo que les
hablaba de parte del Padre. Hablando Él estas cosas, muchos creyeron en Él. Él les declara el efecto de la fe, lo cual brinda
la ocasión para que la verdadera posición de los Judíos fuera manifestada con
terrible precisión. Él declara que la verdad les haría libres, y que si el Hijo (quien es la verdad) les hacía libres, serían
verdaderamente libres. La verdad libera moralmente ante Dios. El Hijo, en virtud de los derechos que eran necesariamente Suyos,
y por la heredad de la casa, los situaría en ella conforme a esos derechos, y en el poder de la vida divina descendida del
cielo - el Hijo de Dios con poder tal como lo manifestó la resurrección. En esto estaba la verdadera liberación.
Siervos del pecado, no hijos de Dios
Resentidos por la idea de la esclavitud, la
cual su orgullo no podía soportar, declaran ser libres y no haber sido nunca esclavos de nadie. En respuesta, el Señor muestra
que aquellos que cometen pecado son siervos (esclavos) del pecado. Ahora bien, al estar bajo la ley, al ser Judíos, ellos
eran siervos en la casa: tenían que ser despedidos. Pero el Hijo tenía derechos inalienables; Él era de la casa y moraría
en ella para siempre. Bajo el pecado, y bajo la ley, lo mismo era para un hijo de Adán; él era un siervo. El apóstol muestra
esto en Romanos 6 (comparen con los capítulos 7 y 8) y en Gálatas 4 y 5. Además, delante de Dios, ellos no eran verdaderamente,
ni moralmente, los hijos de Abraham, aunque sí lo fueran según la carne, pues intentaron matar a Jesús. No eran hijos de Dios,
puesto que si lo hubieran sido, habrían amado a Jesús, quien venía de Dios. Ellos eran los hijos del diablo y harían sus obras.
Observen aquí que, entender el significado
de la palabra es la manera de entender la fuerza de las palabras. Uno no aprende la definición de las palabras y después las
cosas; uno aprende las cosas, y después, el significado de las palabras se hace evidente.
La revelación de que Dios estaba allí
Ellos comienzan a resistir el testimonio,
conscientes de que Él se hacía más grande que todos aquellos de quienes habían aprendido. Ellos le injurian a causa de Sus
palabras; y por su oposición el Señor se ve obligado a explicarse más claramente; hasta que, habiendo declarado que Abraham
se regocijaba de ver Su día, aplicando esto los Judíos a Su edad como hombre, Él anuncia positivamente que Él es Aquel quien
se llama a Sí mismo "Yo soy" - el nombre supremo de Dios, anuncia que Él mismo es Dios - Él a quien ellos pretendían
conocer como Aquel se había revelado en la zarza.
¡Maravillosa revelación! Un hombre despreciado,
rechazado, despreciado y rechazado por los hombres, contradicho, maltratado, con todo esto, era Dios quien estaba allí. ¡Qué
hecho! ¡Qué cambio total! ¡Qué revelación para aquellos que le reconocían, o que le conocen! ¡Qué condición la de ellos al
rechazarle, y eso porque sus corazones se oponían a todo lo que Él era, pues nunca dejó de manifestarse a Sí mismo! ¡Qué pensamiento,
que Dios ha estado aquí! ¡La bondad misma! ¡Cómo desaparece todo delante de Él! - la ley, el hombre, sus razonamientos. Todo
depende necesariamente de este gran hecho. Y, ¡bendito sea Su nombre! este Dios es un Salvador. El hecho de que nosotros conozcamos
esto lo debemos a los sufrimientos de Cristo. Y noten aquí, cómo el poner a un lado las dispensaciones formales por parte
de Dios, si es en verdad, es debido a la revelación de Sí mismo, e introduce, de este modo, una bendición infinitamente mayor.
El carácter en el cual el Señor se presentó
Pero aquí, Él se presenta como el Testigo,
el Verbo, el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, pero, no obstante, el Verbo, Dios mismo. En el relato al principio del capítulo,
Él es un testimonio a la conciencia, el Verbo que escudriña y convence. En el versículo 18, Él da testimonio con el Padre.
En el versículo 26, Él declara en el mundo aquello que Él ha recibido del Padre, y que Él ha hablado como enseñado por Dios.
Además, el Padre estaba con Él. En los versículos 32, 33, la verdad era conocida por Su palabra, y la verdad los hacía libres.
El versículo 47 dice que Él hablaba las palabras de Dios. En el versículo 58, quien hablaba era Dios, el Jehová que los padres
conocían.
La fuente y el carácter de la oposición a
la verdad
La oposición surgió por ser esta la palabra
de verdad (vers. 45). Los que se oponían eran del adversario. Éste era un homicida desde el principio, y ellos le seguirían;
pero, así como la verdad era la fuente de la vida, de igual modo lo que caracterizaba al adversario era que no él permanecía
en la verdad: no hay verdad en él. Él es el padre y la fuente de mentiras, de modo que, si alguien habla falsedad, el que
habla es uno que pertenece a él. El pecado era servidumbre, y ellos se hallaban bajo servidumbre por la ley. (La Verdad, el
Hijo, libertaba). Pero, más que eso, los Judíos eran enemigos, hijos del enemigo, y ellos harían sus obras, sin creer las
palabras de Cristo porque Él hablaba la verdad. No hay ningún milagro aquí; es el poder del Verbo, y el Verbo de vida es Dios
mismo; rechazado por los hombres, Él está, por así decirlo, obligado a hablar la verdad, a revelarse, oculto al instante y
manifestado, como Él era en la carne - oculto en cuanto a Su gloria, manifestado en cuando a todo lo que Él es en Su Persona
y en Su gracia.
Capítulo 9
El testimonio de las obras del Señor para
que los hombres puedan verle
En el capítulo 9 llegamos al testimonio de
Sus obras, pero aquí abajo como un hombre en humildad. No se trata del Hijo de Dios dando vida a quien quiere como el Padre,
sino por la operación de Su gracia aquí abajo, el ojo abierto para ver al Hijo de Dios en el hombre humilde. En el capítulo
8 se trata de aquello que Él es para con los hombres; en el capítulo 9, se trata de aquello que Él hace en el hombre, para
que el hombre pudiera verle. Así, le hallaremos presentado en Su carácter humano, y (el Verbo habiendo sido recibido) reconocido
como el Hijo de Dios; y de esta manera el remanente es separado, las ovejas son restituidas al buen Pastor. Él es la luz del
mundo mientras se halle en él; pero en donde, recibido por la gracia en Su humillación,
Él comunicaba el poder para ver la luz, y para ver todas las cosas por medio de este poder.
Observen aquí, que cuando se trata del Verbo
(la manifestación en testimonio de lo que Cristo es), el hombre se manifiesta tal como es en sí mismo, un hijo - en su naturaleza
- del diablo, quien es un homicida y un mentiroso desde el principio, el enemigo inveterado de Aquel que puede decir "Yo soy."
[36]
[36] El capítulo 8 es prácticamente el cap. 1:5; sólo que contiene,
además de eso, enemistad, hostilidad contra Aquel que era luz.
Pero cuando el Señor obra, produce algo en
el hombre que él antes no tenía. Le otorga vista, vinculándole así a Aquel que le capacitó para ver. El Señor no es aquí comprendido
o manifestado aparentemente de un modo exaltado, porque Él desciende hasta las necesidades y circunstancias del hombre, a
fin de que Él pueda ser conocido más de cerca; pero, como resultado, Él trae el alma al conocimiento de Su gloriosa Persona.
Sólo que, en lugar de ser el Verbo y el testimonio - el Verbo de Dios - para mostrar como luz lo que el hombre es, Él es el
Hijo, uno con el Padre [37] dando vida eterna a Sus ovejas y guardándolas en esta gracia para siempre. Porque, en cuanto a
la bendición que fluye desde allí, y a la plena doctrina de Su verdadera posición con respecto a las ovejas en bendición,
el capítulo 10 acompaña al capítulo 9. El capítulo 10 es la continuación del discurso comenzado al final del capítulo 9.
[37] Esta distinción de la gracia y la responsabilidad (en relación
con los nombres Padre e Hijo, y Dios) ha sido ya considerada.
El hombre nacido ciego; el poder del Espíritu
y
de la Palabra dando a conocer a Cristo
El capítulo 9 empieza con el caso de un hombre
que hace surgir una pregunta de los discípulos, en relación con el gobierno de Dios en Israel. ¿Fue el pecado de sus padres
el que trajo esta visitación sobre su hijo, conforme a los principios que Dios les había dado en Éxodo? ¿O era su propio pecado,
conocido para Dios aunque no manifestado a los hombres, lo que le había procurado este juicio? El Señor contesta que la condición
del hombre no dependía del gobierno de Dios con respecto al pecado suyo, ni el de sus padres. Su caso no era sino la miseria
que daba lugar a la poderosa operación de Dios en gracia. Es el contraste que hemos estado viendo constantemente; pero aquí
es a fin de presentar las obras de Dios.
Dios actúa. No se trata sólo de aquello que
Él es, ni siquiera simplemente de un objeto de fe. La presencia de Jesús en la tierra hacía que fuese de día.
Era, por lo tanto, el momento de obrar, de hacer las obras de Aquel que le envió. Pero Aquel que obra aquí, obra por medios
que nos enseñan la unión que existe entre un objeto de fe y el poder de Dios, quien es el que obra. Él hace lodo con Su saliva
y la tierra, y lo pone sobre los ojos del hombre que nació ciego. Como una figura, esto señalaba a la humanidad de Cristo
en su humillación y humildad terrenales, presentada a los ojos de los hombres, pero con divina eficacia de vida en Él. ¿Vieron
ellos algo más? Si esto hubiera sido posible, sus ojos eran los más completamente cerrados. Con todo, el objeto estaba allí;
tocó los ojos de ellos, y ellos no podían verlo. El ciego, entonces, se lavó
en el estanque llamado "Enviado", y se le permite ver claramente. El poder del Espíritu y de la Palabra, dando a conocer a
Cristo como Aquel enviado por el Padre, le da la vista. Es la historia de la enseñanza divina en el corazón del hombre. Cristo,
como hombre, nos toca. Nosotros somos absolutamente ciegos, no vemos nada. El Espíritu de Dios actúa, estando allí Cristo
ante nuestros ojos; y vemos claramente.
Hostilidad de los Judíos; decidiendo su suerte
y juzgando su condición
El pueblo se asombra y no sabe qué pensar.
Los Fariseos se oponen. De nuevo el día de reposo es el asunto de debate. Hallan (es la historia de siempre) buenas razones
para condenar a Aquel que otorgó la vista, en su fingido celo por la gloria
de Dios. Había una prueba positiva de que el hombre nació ciego, que ahora veía, que Jesús lo había hecho. Los padres testifican
de lo único que por su parte merecía importancia. En cuanto a quién fue el que le había dado la vista, otros sabían más que
ellos; pero sus temores salen a la luz evidenciando que era una cosa zanjada el hecho de que había que expulsar, no sólo a Jesús, sino a todos los que le confesaran. De esta manera, los líderes Judíos habían
llevado la cuestión a un punto decisivo. Ellos no sólo rechazaron a Cristo, sino que expulsaron de los privilegios de Israel,
en cuanto a su adoración común, a aquellos que le confesaban. La hostilidad de ellos distinguía al remanente manifestado y
los ponía aparte; y ello, empleando la confesión de Cristo como piedra de toque. Esto era decidir su propia suerte, y juzgar
su propia condición.
El hombre que una vez fue ciego expulsado
por los Judíos,
pero hallado por el rechazado Hijo de Dios;
los efectos
Observen que las pruebas aquí no sirvieron
de nada; los Judíos, los padres, los Fariseos, las tenían ante sus ojos. La fe vino por medio de ser el sujeto personal de
esta poderosa operación de Dios, quien abrió los ojos de los hombres a la gloria del Señor Jesús. No que el hombre lo comprendiera
todo. Él percibe que tiene que ver con alguien enviado de Dios. Para él, Jesús era un profeta. Pero así el poder que Él manifestó
al dar la vista a este hombre, le capacita para confiar en la palabra del Señor como divina. Habiendo llegado hasta allí,
el resto es fácil; el pobre hombre es llevado más allá, y se halla sobre el terreno que le libera de todos sus anteriores
prejuicios, y que da un valor a la Persona de Jesús, lo cual supera a toda las otras consideraciones. El Señor desarrolla
esto en el próximo capítulo.
En verdad, los Judíos habían tomado ya la
decisión. Ellos no tendrían nada que ver con Jesús. Estaban todos de acuerdo en expulsar a aquellos que creyeran en Él. Consecuentemente,
habiendo comenzado el pobre hombre a razonar con ellos sobre la prueba existente en su propia persona de la misión del Salvador,
le expulsaron. Echado fuera así, el Señor - rechazado antes que él - le encuentra y se le revela con Su nombre personal de
gloria. "¿Crees tú en el Hijo de Dios?" El hombre somete esto a la Palabra de Jesús, la cual para él era la verdad divina;
y Él se le anuncia como siendo el Hijo de Dios, y el hombre le adora.
De este modo, el efecto de Su poder era para
cegar a aquellos que veían, quienes estaban llenos de su propia sabiduría, cuya luz era tinieblas; y para dar vista a aquellos
que nacieron ciegos.
Capítulo 10
El Buen Pastor contrastado con los pastores
de Israel
En el capítulo 10, Él se contrasta con todos
aquellos que pretendían, o habían pretendido, ser pastores de Israel. Él desarrolla estos tres puntos: Él entra por la puerta;
Él es la puerta; y Él es el Pastor de las ovejas - el buen Pastor.
La entrada del Señor al redil; el Pastor verdadero
Él entra por la puerta. Es decir, Él se somete
a todas las condiciones establecidas por Aquel que construye la casa. Cristo responde a todo lo que está escrito acerca del
Mesías, y emprende la senda de la voluntad de Dios al presentarse al pueblo. No se trata de energía y poder humanos dando
vida y atrayendo las pasiones de los hombres, sino del hombre obediente que se inclinaba a la voluntad de Jehová, guardaba
el humilde lugar de un siervo, y vivía por cada palabra que procedía de la boca de Dios, que se inclinaba en humildad al lugar
en el que el juicio de Jehová había puesto y había visto a Israel. Todas estas citas del Señor en Su conflicto con Satanás,
son de Deuteronomio. Por consiguiente, Aquel que vela sobre las ovejas, Jehová, actuando en Israel por Su Espíritu y providencia,
y ordenando todas las cosas, le da acceso a las ovejas a pesar de los Fariseos y sacerdotes, y de tantos otros. Los escogidos
de Israel oyen Su voz. Ahora bien, Israel estaba bajo condenación; por lo tanto, Él saca fuera las ovejas, pero Él va delante
de ellas. Él abandona el antiguo redil, bajo vituperio, sin duda, pero yendo delante de Sus ovejas, en obediencia conforme
al poder de Dios - una seguridad para todo aquel que creía en Él, que era el
camino derecho, una garantía para que le siguieran, aun a riesgo de todo, enfrentando cada peligro y mostrándoles el camino.
Las ovejas le siguen, pues ellas conocen Su
voz. Hay muchas otras voces, pero las ovejas no las conocen. La seguridad de ellas no consiste en que conozcan todas las voces,
sino en conocer que ellas no son la única voz que es vida para ellas - la voz de Jesús. Todas las otras son las voces de extraños.
La Puerta para las ovejas
Él es la puerta para las ovejas. Él es su
autoridad para salir, y su medio para entrar. Entrando, ellas son salvas. Entran y salen. Ya no es el yugo de las ordenanzas,
el cual, al guardarlas de los de fuera, las mete en prisión. Las ovejas de Cristo son libres: su seguridad está en el cuidado
personal del Pastor; y en esta libertad ellas se alimentan de los buenos y abundantes pastos proporcionados por Su amor. En
una palabra, ya no es más el Judaísmo; es salvación, y libertad, y comida. El ladrón viene para obtener provecho de las ovejas,
matándolas. Cristo vino para que tuvieran vida, y vida en abundancia; es decir, conforme al poder de esta vida en Jesús, el
Hijo de Dios, quien pronto poseería esta vida (cuyo poder estaba en Su Persona) en resurrección después de la muerte.
El Buen Pastor quien dio Su vida por las ovejas
El verdadero Pastor de Israel - al menos del
remanente de las ovejas - la puerta para autorizar su salida del redil Judío, y admitirlas en los privilegios de Dios, dándoles
vida de acuerdo a la abundancia en la cual Él era capaz de otorgarla - Él también se hallaba en especial relación con las
ovejas puestas así aparte, el buen Pastor que dio así Su vida por las ovejas. Otros hubieran pensado en sí mismos, Él pensó
en Sus ovejas. Las conocía, y ellas le conocían a Él, como el Padre le conocía y Él conocía al Padre. ¡Precioso principio!
Ellos podrían haber entendido un conocimiento e interés terrenales de parte del Mesías en la tierra con respecto a Sus ovejas.
Pero el Hijo, aunque entregó Su vida y estaba en el cielo, conoce a los Suyos, como el Padre le conocía cuando Él estaba en
la tierra.
Sus "otras ovejas"; un rebaño y un Pastor
De esta manera, Él puso Su vida por las ovejas;
y tenía otras ovejas que no eran de este redil, y Su muerte intervino para la salvación de esas pobres ovejas Gentiles. Él
las llamaría. Sin duda Él había dado Su vida por los Judíos también - por todas las ovejas en general, como tales (vers. 11).
Pero Él no habla en forma diferente de los Gentiles hasta después que Él haya hablado de Su muerte. Él las traería también,
y no habría más que un rebaño (no 'un redil', no hay ningún redil ahora) y un Pastor.
El valor intrínseco de la muerte de Cristo
a los ojos
del Padre; Su poder único para poner Su vida
y volverla a tomar
Ahora bien, esta doctrina enseña el rechazo
de Israel, y el llamamiento a salir de los escogidos de entre el pueblo presenta la muerte de Jesús como siendo el efecto
de Su amor por los Suyos, nos habla del conocimiento divino de Sus ovejas cuando Él estará lejos de ellas, así como del llamamiento
de los Gentiles. La importancia de una enseñanza tal en ese momento es obvia.
Su importancia, ¡gracias a Dios! no se ha perdido por el transcurso del tiempo, y no está limitada al hecho de un cambio de
dispensación. Ella nos introduce dentro de las realidades sustanciales de la gracia relacionadas con la Persona de Cristo.
Pero la muerte de Cristo fue más que amor por Sus ovejas. Tenía un valor intrínseco a los ojos del Padre. "Por eso me ama
el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar." Él no dice aquí que la pone por Sus ovejas - es la cosa misma lo
que está bien - agradando al Padre. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero, pero Jesús, el Hijo divino, puede proveer
motivos para el amor del Padre. Al poner Su vida, Él glorificó al Padre. La muerte era reconocida como el justo castigo por
el pecado (siendo al mismo tiempo anulada ésta y aquel que tenía su imperio. Ver 2 Timoteo 1:10, Hebreos 2:14), y se introdujo
la vida eterna como el fruto de la redención - la vida de parte de Dios. Aquí
también los derechos de la Persona de Cristo son presentados. Nadie le quita Su vida: Él mismo la pone. Él tenía este poder
(poseído por nadie más, verdadero solamente de Aquel que tenía derecho divino) para ponerla, y poder para volverla a tomar.
Sin embargo, incluso en esto, Él no se apartó de la senda de obediencia. Él había recibido este mandamiento de Su Padre. Pero,
¿quién hubiera sido capaz de realizarlo sino Aquel que podía decir: "Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré"? [38]
[38] El amor y la obediencia son los principios gobernantes de la
vida divina. Esto es develado en la primera epístola de Juan en cuanto a nosotros. Otra marca de esto en la criatura es la
dependencia, y esto fue manifestado plenamente en Jesús como hombre.
"No perecerán jamás": la gloria y el amor
del Hijo y
del Padre identificados con la seguridad de
las ovejas
Ellos discuten lo que Él había estado diciendo.
Había algunos quienes sólo veían en Él nada más que un hombre, y un hombre que insultaba a Dios. Otros, movidos por el poder
del milagro que Él había llevado a cabo, sintieron que Sus palabras tenían un carácter diferente de aquella palabra producto
de la locura. Hasta cierto punto, sus conciencias fueron alcanzadas. Los Judíos le rodean y le preguntan hasta cuándo
los tendría en suspenso. Jesús responde que Él ya les había dicho; y que Sus obras daban testimonio de Él. Apela a los dos
testimonios que hemos visto presentados en los capítulos anteriores (8 y 9); a saber, Su Palabra y Sus obras. Pero Él añade,
que ellos no eran de Sus ovejas. Aprovecha entonces la ocasión, sin reparar en los prejuicios de ellos, para añadir algunas
verdades preciosas respecto a Sus ovejas. Ellas oyen Su voz; Él las conoce; ellas le siguen; Él les da vida eterna; ellas nunca perecerán. Por un lado, no habrá ninguna pérdida de vida interior; por el otro, nadie las
arrebatará de la mano del Salvador - la fuerza del exterior no vencerá el poder de Aquel que las guarda. Pero hay otra verdad
y una infinitamente preciosa que el Señor en Su amor nos revela. El Padre nos ha dado a Jesús, y Él es mayor que todos los
que intentarán arrebatarnos de Su mano. Y Jesús y el Padre son uno. ¡Preciosa enseñanza! en la cual la gloria de la Persona
del Hijo de Dios se identifica con la seguridad de Sus ovejas, con la altura y profundidad del amor del cual ellas son los
objetos. Aquí no es un testimonio que, completamente divino, presenta lo que el hombre es. Se trata de la obra y el amor eficaz
del Hijo, y al mismo tiempo el del Padre. No es el "Yo soy", sino "Yo y el Padre uno somos." Si el Hijo ha consumado la obra
y tiene cuidado de las ovejas, fue el Padre quien se las dio. El Cristo puede realizar una obra divina, y proporcionar un
motivo para el amor del Padre, pero fue el Padre quien se la dio a hacer a Él. El amor de ambos para con las ovejas es uno,
así como los que muestran ese amor son uno.
Los asuntos de los capítulos 8 al 10
El capítulo 8, por lo tanto, es la manifestación
de Dios en testimonio, y como luz; los capítulos 9 y 10, hablan de la gracia eficaz que junta a las ovejas bajo el cuidado
del Hijo, y del amor del Padre. Juan habla de Dios cuando habla de una naturaleza santa, y de la responsabilidad del hombre
- habla del Padre y del Hijo, cuando habla de la gracia en relación con el pueblo de Dios.
Observen que el lobo podrá venir y arrebatar
[39] las ovejas si los pastores son asalariados; pero él no puede arrebatarlas de las manos del Salvador.
[39] Las palabras del verbo 'arrebatar' utilizadas en los versículos
13, 28 y 29 son las mismas en el original.
Rechazo activo del Señor; Israel abandonado
definitivamente por Él
Al final del capítulo, habiendo tomado los
Judíos piedras para apedrearle, por haberse hecho igual a Dios, el Señor no hace ningún intento para demostrarles la verdad
de aquello que Él es, sino que les muestra que, conforme a sus propios principios y el testimonio de las Escrituras, ellos
estaban equivocados en este caso. Él apela nuevamente a Sus propias palabras y obras, probando que Él estaba en el Padre y
el Padre en Él. Nuevamente ellos toman piedras, y Jesús los abandona definitivamente. Todo había terminado con Israel.
Capítulo 11
La muerte de Lázaro; el verdadero estado del
hombre;
se le permite al mal continuar hasta el final
Llegamos ahora al testimonio que el Padre
rinde a Jesús en respuesta a Su rechazo. En este capítulo, el poder de resurrección y de vida en Su propia Persona son presentados
a la fe [40].
[40] Es muy notable ver al Señor en la humildad del servicio obediente,
permitiendo que el mal tenga su medida plena en el fracaso del hombre (la muerte) y en el poder de Satanás, hasta que la voluntad
de Su Padre le llamó a enfrentarlo. En tal caso ningún peligro pone obstáculos,
y entonces Él es la resurrección y la vida en presencia y poder personales, y después Él se entrega - como tal - hasta la
muerte por nosotros.
No se trata aquí simplemente de que Él sea
rechazado: el hombre es considerado como muerto, e Israel también. Porque se trata del hombre en la persona de Lázaro. Esta
familia fue bendecida; recibió al Señor en su seno. Lázaro cayó enfermo. Todos los afectos humanos del Señor se involucrarían
de manera natural. Marta y María sintieron esto, y le envían la noticia de que aquel a quien Él amaba estaba enfermo. Pero
Jesús permanece donde está. Él podría haber dicho la palabra, como en el caso del centurión, y de la niña enferma al comienzo
de este Evangelio. Pero no lo hizo. Él había manifestado Su poder y Su bondad sanando al hombre tal como se le halló en esta
tierra, y librándole del enemigo, y eso en medio de Israel. Pero éste no era Su objetivo aquí - lejos de ello - o los límites
de aquello que Él vino a hacer. Era una cuestión de otorgar vida, o de resucitar aquello que ante Dios estaba muerto. Éste
era el verdadero estado de Israel; era el estado del hombre. Por consiguiente, Él permite que la condición del hombre bajo
el peso del pecado continúe y se manifieste en toda la intensidad de sus efectos aquí abajo, y permite al enemigo ejercer
su poder hasta el fin. Nada quedaba sino el juicio de Dios; y la muerte, en sí misma, declaraba al hombre culpable de pecado
mientras le conducía al juicio. El enfermo puede ser sanado - pero no hay remedio para la muerte. Todo está terminado para
el hombre, como hombre aquí abajo. No queda nada sino el juicio de Dios. Está establecido que los hombres mueran una sola
vez, y después de esto, el juicio. (Hebreos 9:27). El Señor, por consiguiente, no sana en este caso. Permite que el mal siga
hasta el final - hasta la muerte. Ese era el verdadero lugar del hombre. Una vez que Lázaro se duerme, Él va para despertarle.
Los discípulos temen a los Judíos, y con razón. Pero el Señor, habiendo esperado la voluntad de Su Padre, no teme cumplirla.
Para Él era de día.
De hecho, cualquiera que fuese Su amor por
la nación, Él debía dejarla morir (en realidad, estaba muerta) y esperar el tiempo establecido por Dios para resucitarla.
Si Él debe morir para cumplir esto, Él se encomienda a Su Padre.
La muerte de Lázaro no es impedida; se muestra
que Cristo, quien murió, es la resurrección y la vida
Pero, prosigamos a las profundidades de esta
doctrina. La muerte se había introducido; tenía que tener su efecto. El hombre está realmente muerto delante de Dios; pero
Dios viene en gracia. Dos cosas son presentadas en nuestra historia. Él podía haber sanado. Ni la fe ni la esperanza de Marta,
de María, ni de los Judíos, fueron más allá. Solamente Marta reconocía que,
como el Mesías, favorecido por Dios, Él obtendría de Dios cualquier cosa que le pidiera. Pero Él no había impedido la muerte
de Lázaro. Lo había hecho tantas veces, incluso para los extranjeros, y para quienes lo desearon. En segundo lugar, Marta
sabía que su hermano resucitaría en el día postrero; y aunque era cierto, esta verdad de poco servía. ¿Quién respondería por
el hombre, muerto por el juicio sobre el pecado? Resucitar y comparecer ante Dios no era una respuesta a la muerte introducida
por el pecado. Las dos cosas eran verdad. Cristo había liberado a menudo al hombre mortal de sus sufrimientos en la carne,
y habrá una resurrección en el día postrero. Pero estas cosas carecían de valor en presencia de la muerte. No obstante, Cristo
estaba allí; y Él es ¡gracias a Dios! la resurrección y la vida. Estando muerto el hombre, la resurrección viene primero.
Pero Jesús es la resurrección y la vida en el poder actual de una vida divina. Y observen que la vida, venida por la resurrección,
libera de todo aquello que la muerte implica, y deja atrás [41] el pecado, la muerte, todo lo que pertenece a la vida que
el hombre ha perdido.
[41] Cristo tomó vida humana en gracia y sin pecado; y como vivo en
esta vida, Él llevó el pecado. El pecado pertenece, por así decirlo, a esta vida en la cual Cristo no conoció pecado, pero
fue hecho pecado por nosotros. Pero Él muere - Él deja esta vida. Él está muerto al pecado; Él acabó con el pecado habiendo
acabado con la vida a la cual el pecado pertenecía, no en Él, de hecho, sino en nosotros, y vivo en la que Él fue hecho pecado
por nosotros. Resucitado por el poder de Dios, Él vive en una condición nueva, en la que el pecado no puede entrar, al haber
sido dejado atrás en la vida que Cristo abandonó. La fe nos introduce en ella por gracia.
Se ha pretendido que estos pensamientos
afectan a la vida divina y eterna, la cual estaba en Cristo. Pero todo esto es especulativo y una malvada especulación. Incluso
en un pecador no convertido, el morir o el poner la vida no tiene nada que ver con que deje de existir la vida que se halla
dentro del hombre. Todos viven para Dios, y la vida divina en Cristo nunca podría cesar o ser cambiada. Él nunca puso esa
vida, sino que con el poder de ésta, Él puso Su la vida tal como la poseía como hombre aquí, para tomarla de una manera totalmente
nueva, en resurrección más allá de la tumba. La especulación es una especulación muy
maliciosa. En esta edición, no he cambiado nada en esta nota, pero he añadido unas pocas palabras esperando que ésta pueda
ser clara para todos. La doctrina misma es una verdad vital. En el texto he suprimido o alterado una parte por otra razón,
a saber, porque se producía confusión entre el poder divino de vida en Cristo, y Dios resucitándole, visto como un hombre
muerto desde la tumba. Ambas cosas son ciertas y lo son benditamente, pero son diferentes y se confundían aquí al juntarse.
En Efesios, Cristo como hombre es resucitado por Dios. En Juan, es el poder divino y vivificante en Él.
Cristo, habiendo muerto por nuestros pecados,
ha llevado el castigo de ellos - llevó los pecados. Él murió. Todo el poder del enemigo, todo su efecto sobre
el hombre mortal, todo el juicio de Dios, Él lo llevó todo y salió de ello, en el poder de una nueva vida en resurrección,
la cual nos es impartida; de manera que estamos vivos en espíritu de entre los muertos, como Él está vivo de entre los muertos.
El pecado (habiendo sido Él hecho pecado, y llevando nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero), la muerte, el poder
de Satanás, el juicio de Dios, se pasa a través de todas estas cosas y son todas dejadas atrás, y el hombre está en un estado
completamente nuevo, en incorrupción. Será cierto de nosotros, si morimos (pues no todos moriremos), en cuanto al cuerpo,
o, siendo transformados, si no morimos. Pero en la comunicación de Su vida,
la vida de quien ha resucitado de entre los muertos, Dios nos ha dado vida con Él, habiéndonos perdonado todas nuestras ofensas.
Vida comunicada por Cristo al creyente;
la muerte no puede subsistir ante Él
Jesús manifestó aquí Su propio poder divino
a este efecto; el Hijo de Dios fue glorificado en ello, pues sabemos que Él no había muerto aún por el pecado; pero fue este
mismo poder en Él el que se manifestó [42]. El creyente, incluso estando muerto, resucitará de nuevo; y los vivos que creen
en Él no morirán. Cristo ha vencido la muerte; el poder para hacer esto estaba en Su Persona, y el Padre dio testimonio de
Él acerca de esto. ¿Están vivos algunos de los Suyos cuando el Señor ejerce este poder? Ellos nunca morirán - la muerte no
existe más en Su presencia. ¿Ha muerto alguno antes de que Él lo ejerza? Ellos vivirán - la muerte no puede subsistir delante
de Él. Todo el efecto del pecado sobre el hombre es destruido completamente por la resurrección, contemplada como el poder
de vida en Cristo. Esto se refiere, por supuesto, a los santos, a quienes la vida es comunicada. El mismo poder divino es,
sin duda, ejercido en cuanto a los impíos; pero no se trata de la comunicación de vida de parte de Cristo, ni de ser resucitados con Él, como es evidente [43].
[42] La resurrección tiene un carácter doble: el poder divino, que
Él podía ejercer y ejerció en cuanto a Él mismo (cap. 2:19); y aquí, en cuanto a Lázaro, siendo ambos ejemplos la prueba de
filiación divina; y la liberación de un hombre muerto de su estado de muerte. Así, Dios resucitó a Cristo de entre los muertos,
de igual modo Cristo resucita aquí a Lázaro. En la resurrección de Cristo, ambas cosas estaban unidas en Su propia Persona.
Aquí, por supuesto, estaban separadas. Pero Cristo tiene vida en Sí mismo y eso, en poder divino. Pero Él puso Su vida en
gracia. Somos vivificados juntamente con Él en Efesios 2. Pero parece que no se dice que Él fue vivificado, cuando se habla
de Él solo en el capítulo 1.
[43] La especulación a la cual me he referido en la nota 41 da su
sanción (con mucha ignorancia, lo admito de buena gana) a la perniciosa doctrina de la aniquilación, como si el poner la vida,
o la muerte, esto es, el final de la vida natural, fuese el cese de la existencia. Hago notar esto, porque esta forma de mala
doctrina es muy corriente en nuestros días. Subvierte la sustancia entera del Cristianismo.
La muerte, el fin de la vida natural;
la resurrección, el fin de la muerte
Cristo ejerció este poder en obediencia y
en dependencia de Su Padre, porque Él era hombre, caminando delante Dios para hacer Su voluntad; pero Él es la resurrección
y la vida. Él ha traído el poder de la vida divina en medio de la muerte; y la muerte es aniquilada por este poder, pues en
la vida la muerte deja de existir. La muerte era el fin de la vida natural para el hombre pecador. La resurrección es el fin
de la muerte, la cual, de esta manera, ya no tiene nada en nosotros. Es para ventaja nuestra que, habiendo hecho todo lo que
podía, la muerte está acabada. Vivimos en la vida [44] que le puso término. Salimos de todo lo aquello que podía estar relacionado
con una vida que ya no existe. ¡Qué liberación! Cristo es este poder. Él llegó a ser esto para nosotros en su plena manifestación
y ejercicio en Su resurrección.
[44] Observen el sentido que el apóstol tenía del poder de esta vida,
cuando dice, "Para que lo mortal sea absorbido por la vida." (2 Corintios 5:4). Consideren, en este punto de vista, los primeros
cinco capítulos de 2 Corintios.
La necesidad y el dolor de Marta y María;
la compasión del Señor
Marta, aunque que le amaba y creía en Él,
no entiende esto; y llama a María, sintiendo que su hermana entendería mejor al Señor. Hablaremos un poco de estas dos mujeres
inmediatamente. María, quien esperaba el propio llamamiento del Señor dirigido a ella, dejando, modestamente aunque con pesar, que Él tomara la iniciativa, creyendo así que el Señor la había llamado, va directamente
a Él. Los Judíos, Marta y María, todos habían visto milagros y sanidades que habían detenido el poder de la muerte. Todos
ellos se refieren a esto. Pero aquí, la vida había cesado. ¿Qué podría ser de ayuda ahora? Si Él hubiera estado allí, ellos
podrían haber contado con Su amor y poder. María se postra a Sus pies llorando. Sobre el punto del poder de la resurrección,
ella no entendía más que Marta; pero su corazón se funde bajo el sentido de
la muerte en la presencia de Aquel que tenía vida. Lo que ella pronuncia es más una expresión de necesidad y dolor que una
queja. Los Judíos también lloraron: el poder de la muerte estaba sobre sus corazones. Jesús entra compasivo en ello. Él estaba
conmovido en espíritu. Él gime ante Dios (Marcos 7:34), Él llora con el hombre; pero Sus lágrimas se vuelven un gemido que,
aunque inarticulado, era el peso de la muerte, sentido con compasión, y presentado a Dios mediante este gemido de amor que
comprendía plenamente la verdad; y ello en amor para aquellos que estaban sufriendo el mal que expresaba Su gemido.
La necesidad trae el poder del Señor para
satisfacerla
Él llevó la muerte ante Dios en Su espíritu
como la miseria del hombre - el yugo del cual el hombre no podía liberarse; y Él es oído. La necesidad hace actuar este poder.
No era ahora Su parte la de explicar pacientemente a Marta lo que Él era. Él siente y actúa sobre la necesidad que María había
expresado, siendo abierto su corazón por la gracia que estaba en Él.
La compasión del hombre; el poder de vida
ejercido por el Hijo de Dios
El hombre se puede compadecer: es la expresión
de su impotencia. Jesús penetra en la aflicción del hombre mortal, se coloca bajo la carga de la muerte que pesa sobre el
hombre (y eso lo hace más a fondo de lo que el hombre mismo puede hacer), pero Él la quita junto con su causa. Él hace más
que quitarla; Él introduce el poder que es capaz de quitarla. Ésta es la gloria
de Dios. Cuando Cristo está presente, si nosotros morimos, no lo morimos por la muerte, sino por la vida: nosotros morimos
para que podamos vivir en la vida de Dios, en lugar de en la vida del hombre. ¿Y por cuál motivo? Para que el Hijo de Dios
pueda ser glorificado. La muerte entró por el pecado; y el hombre está bajo el poder de la muerte. Pero esto sólo ha dado
lugar a que nosotros poseamos la vida conforme al segundo Adán, el Hijo de Dios, y no conforme al primer Adán, el hombre pecador.
Esto es gracia. Dios es glorificado en esta obra de gracia, y es el Hijo de Dios cuya gloria resplandece intensamente en esta
obra divina.
Marta y María y lo que las caracterizó;
María a los pies de Jesús
Y, observen, que esto no es la gracia ofrecida
en testimonio, es el ejercicio del poder de vida. La corrupción no es ningún obstáculo para Dios. ¿Por qué vino Cristo? Para
traer las palabras de vida eterna al hombre muerto. Ahora bien, María se nutrió de esas palabras. Marta servía - preocupaba
su corazón con muchas cosas. Ella creía, ella amaba a Jesús, le recibió en su
casa: el Señor la amaba. María le escuchaba: esto es para lo que Él vino; y Él justificó a María por ello. La buena parte
que había escogido no le sería quitada.
Cuando llega el Señor, Marta, por su propia
voluntad, le sale al encuentro. Ella se retira cuando Jesús le habla del poder presente de vida. Nos sentimos incómodos cuando,
aunque Cristianos, nos sentimos incapaces de comprender el significado de las
palabras del Señor, o lo que Su pueblo nos dice a nosotros. Marta sintió que ésta era más bien la parte de María que la suya.
Se va y llama a su hermana, diciendo que el Maestro (Aquel que enseñaba - observen este el nombre con que ella le llama) había
venido, y la llamaba. Fue su propia conciencia lo que fue para ella la voz de Cristo. María se levanta instantáneamente
y acude a Él. Ella no entendía más que Marta. Su corazón derrama su necesidad a los pies de Jesús, donde había escuchado Sus
palabras y había adquirido el conocimiento de Su amor y Su gracia; y Jesús pregunta por el camino a la tumba. Para Marta,
siempre ocupada con las circunstancias, su hermano ya hedía.
La familia en Betania
Después (Marta servía, y Lázaro estaba presente),
María unge al Señor, con un sentido instintivo de lo que estaba sucediendo; pues ellos estaban resolviendo en consejo darle
muerte. El corazón de ella, enseñado por el amor al Señor, sintió la enemistad de los Judíos; y su afecto, estimulado por
una profunda gratitud, emplea en Él la cosa más costosa que tenía. Aquellos que estaban presentes la increpan; Jesús toma
nuevamente su parte. Esto podía no ser razonable, pero ella había comprendido su posición. ¡Qué lección! ¡Qué familia bendecida
era ésta de Betania, en la que el corazón de Jesús halló (hasta donde se podía hallar en esta tierra) un alivio que Su amor
aceptó! ¡Con qué amor tenemos que ver nosotros! ¡Lamentablemente, con qué odio también! pues vemos en este Evangelio la terrible
oposición entre el hombre y Dios.
El testimonio de Dios de Su gracia depositado
sobre
Sus siervos más débiles: Tomás, Marcos y Bernabé
Hay un punto interesante a ser notado aquí,
antes de seguir adelante. El Espíritu Santo ha registrado un incidente, en el cual la momentánea pero culpable incredulidad
de Tomás fue cubierta por la gracia del Señor. Era necesario relatarlo; pero el Espíritu Santo se ha tomado el cuidado de
mostrarnos que Tomás amaba al Señor, y estaba preparado, de corazón, para morir con Él (versículo 16). Tenemos otros ejemplos
de la misma clase. Pablo dice: "Toma a Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio." (2 Timoteo 4:11).
¡Pobre Marcos! esto fue necesario a causa de lo que sucedió en Perge. Bernabé tuvo también el mismo lugar en el afecto y en
el recuerdo del apóstol. Nosotros somos débiles: Dios no oculta esto de nosotros;
pero Él deposita el testimonio de Su gracia en los más febles de Sus siervos.
La muerte de Jesús propuesta por el sumo sacerdote;
el Señor tranquilamente en su lugar de servicio
Pero continuemos. Caifás, el principal de
los Judíos, como sumo sacerdote, propone la muerte de Jesús, porque había devuelto
a Lázaro a la vida. Y desde aquel día ellos conspiran contra Él. Jesús los deja hacer.
Él vino para dar Su vida en rescate por muchos. Prosigue hasta cumplir la obra que Su amor había emprendido, en conformidad
con la voluntad de Su Padre, cualesquiera que fuesen las artimañas y la malicia de los hombres. La obra de vida y de muerte,
de Satanás y de Dios, estaban cara a cara. Pero los consejos de Dios se estaban cumpliendo en gracia, cualesquiera que fuesen
los medios. Jesús se consagra a la obra por medio de la cual estos consejos se iban a cumplir. Habiendo mostrado el poder
de resurrección y de vida en Sí mismo, Él está nuevamente, cuando llega el momento, tranquilamente en el lugar donde Su servicio
le conducía; pero ya no va al templo de la misma manera que antes. En efecto, Él va hasta allí; pero la cuestión entre Dios
y el hombre ya estaba moralmente zanjada.
Capítulo 12
La familia de Betania: una muestra de las
tres clases diferentes del remanente verdadero
Su lugar está ahora con el remanente, donde
Su corazón halló descanso - la casa de Betania. Tenemos, en esta familia, un ejemplo del verdadero remanente de Israel, tres
casos diferentes con respecto a la posición de ellos ante Dios. Marta tenía
fe la cual, sin duda, la ligaba a Cristo, pero que no iba más allá de lo que se necesitaba para el reino. Aquellos que serán
guardados para la tierra en los últimos tiempos, tendrán la misma. Su fe reconocerá finalmente a Cristo el Hijo de Dios. Lázaro
estaba allí, viviendo por ese poder que podría haber resucitado también a todos los santos muertos del mismo modo [45], los
cuales, por gracia, en el día postrero, harán un llamamiento a Israel, moralmente, desde su estado de muerte. En una palabra,
hallamos al remanente, el cual no morirá, guardado por la verdadera fe (pero fe en un Salvador vivo, que liberaría a Israel),
y a aquellos que serán traídos de regreso de entre los muertos, para disfrutar del reino. Marta servía; Jesús está en compañía
de ellos; Lázaro está sentado a la mesa con Él.
[45] Yo hablo solamente del poder necesario para producir este efecto;
pues, a decir verdad, la condición pecadora del hombre, ya sea Judío o Gentil, requería expiación; y no habría habido santos
a quienes llamar de entre los muertos, si la gracia de Dios no hubiera actuado en virtud, y en vista, de esa expiación. Hablo
meramente del poder que habitaba en la Persona de Cristo, el cual venció todo
el poder de la muerte, la cual no podía hacer nada contra el Hijo de Dios. Pero la condición del hombre, que hizo necesaria
la muerte de Cristo, fue sólo demostrada por Su rechazo, lo cual probó que todos los medios eran inútiles para traer al hombre,
tal como era, de vuelta a Dios.
María y su verdadera apreciación de Cristo;
el recuerdo lleno de gracia de Dios para con
ella
Pero estaba allí también la representante
de otra clase. María, quien había bebido de la fuente de la verdad, y había recibido esa agua viva en su corazón, había entendido
que había algo más que la esperanza y la bendición de Israel - a saber, Jesús mismo. Ella hace aquello que es apropiado para
Jesús en Su rechazo - para Aquel que es la resurrección, antes de que Él sea nuestra vida. El corazón de María la asocia con
aquel acto de Él, y ella le unge para Su sepultura. Para ella es Jesús mismo quien está en consideración - y Jesús rechazado;
y la fe se posiciona en aquello que era la simiente de la asamblea, todavía oculta en el suelo de Israel y de este mundo,
pero la cual, en la resurrección, saldría en toda la belleza de la vida de Dios - de la vida eterna. Es una fe que se emplea
en Él, en Su cuerpo, en el que Él estaba a punto de experimentar el castigo del pecado para nuestra salvación. El egoísmo
de la incredulidad, descubriendo su pecado en su desprecio por Cristo, y en su indiferencia, ofrece al Señor la ocasión para
unir su verdadero valor a esta acción de Su amada discípula. El hecho de que ella le ungiese Sus pies es señalado aquí, mostrando
que todo lo que era de Cristo, lo que Cristo era, tenía para ella un valor que le impedía considerar cualquier otra cosa.
Ésta es una buena apreciación de Cristo. La fe que conoce Su amor que sobrepasa el entendimiento - esta clase de fe es un
olor grato en toda la casa. Y Dios lo recuerda conforme a Su gracia. Jesús la comprendió: eso era todo cuanto ella quería.
Él la justifica: ¿quién se levantaría contra ella? Esta escena concluye, y se reanuda el curso de los acontecimientos.
Rechazo deliberado del Rey de Israel,
el verdadero Hijo de David
La enemistad de los Judíos (¡y lamentablemente!
la del corazón del hombre, abandonado así a sí mismo, y, consecuentemente, al enemigo que es un homicida por naturaleza y
enemigo de Dios - un enemigo al cual nada meramente humano puede subyugar) de buena gana daría muerte también a Lázaro. El
hombre es realmente capaz de esto: pero ¿capaz de qué? Todo cede ante el odio, a esta clase de odio hacia Dios que se manifiesta.
Pero que se manifestase este odio era, de hecho, algo inconcebible. Ellos debían ahora creer en Jesús o rechazarle, pues Su
poder era tan evidente que debían hacer lo uno o lo otro - un hombre públicamente resucitado de entre los muertos después
de cuatro días, y vivo entre el pueblo, no dejaba ya ninguna posibilidad de indecisión. Jesús lo sabía divinamente. Él se
presenta como Rey de Israel para afirmar Sus derechos y para ofrecer salvación y la gloria prometida al pueblo y a Jerusalén
[46]. El pueblo comprende esto. Debe ser un rechazo deliberado, así como los Fariseos eran bien conscientes. Pero la hora
había llegado; y aunque ellos no podían hacer nada, pues el mundo se iba tras Él, Jesús fue muerto. Él "se dio a sí mismo."
[46] En este Evangelio, lo que dio ocasión a la reunión de la multitud
para encontrar y acompañar a Jesús, fue la resurrección de Lázaro - el testimonio de que Él es el Hijo de Dios.
Jesús tomando Su lugar como el Hijo del Hombre
El segundo testimonio de Dios acerca de Cristo
le ha sido dado ahora, como el verdadero Hijo de David. Se había dado testimonio de Él como Hijo de Dios al resucitar a Lázaro
(cap. 11:4), y como Hijo de David, al entrar en Jerusalén montado sobre un pollino de asna. Había aún otro título para ser
reconocido. Como Hijo del Hombre Él va a poseer todos los reinos de la tierra. Los griegos [47] acuden (pues Su fama se había
extendido), y desean verle. Jesús dice, "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado." Pero ahora Él regresa
a los pensamientos de los cuales el ungüento de María era la expresión de Su corazón. Él debería haber sido recibido como
Hijo de David; pero, al tomar Su lugar como Hijo del Hombre, una cosa muy diferente se abre necesariamente ante Él. ¿Cómo
podía ser Él el Hijo del Hombre, viniendo en las nubes del cielo para tomar posesión de todas las cosas conforme a los consejos
de Dios, sin morir? Si Su servicio humano en la tierra hubiese concluido, y Él se hubiera marchado libre, llamando, de ser
necesario, a doce legiones de ángeles, nadie habría tenido parte con Él: habría permanecido solo. "Si el grano de trigo no
cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto." Si Cristo toma Su gloria celestial, y no está solo
en ella, Él muere para obtenerla y para traer con Él las almas que Dios le ha dado. De hecho, la hora había llegado: no podía
demorarse más. Todo estaba ahora listo para el final de la prueba de este mundo, del hombre, de Israel; y, sobre todo, los consejos de Dios estaban siendo cumplidos.
[47] Griegos propiamente hablando: no Helenistas, es decir, Judíos
que hablaban la lengua Griega y que pertenecían a países extranjeros, formando parte de la dispersión.
El grano de trigo; la necesidad de la muerte
del Señor
Exteriormente, todo era un testimonio de Su
gloria. Entró en Jerusalén triunfante - proclamándole Rey la multitud. ¿Y en qué estaban los romanos? Estaban en silencio
delante de Dios. Los griegos vinieron a buscarle. Todo está preparado para la gloria del Hijo del Hombre. Pero el corazón
de Jesús sabía bien que para esta gloria - para la consumación de la obra de Dios, para que Él tuviera a un ser humano estando
con Él en la gloria, para que el granero de Dios fuese llenado conforme a los consejos de Su gracia - Él debía morir. No había
ningún otro camino para que las almas culpables viniesen a Dios. Aquello que el afecto de María previó, Jesús lo conoce conforme
a la verdad, y conforme a la mente de Dios Él lo siente y se somete a ello. Y el Padre responde en este momento solemne, dando
testimonio, al mismo tiempo, del efecto glorioso de aquello que Su majestad soberana requería - majestad que Jesús glorificó
plenamente mediante Su obediencia; y ¿quién podía hacer esto, excepto Aquel que, por esa obediencia, introdujo el amor y el
poder de Dios capaz de cumplirlo?
Servir y seguir; amar la vida propia, es perderla;
aborrecerla, es guardarla
En lo que sigue a continuación, el Señor presenta
un gran principio relacionado con la verdad contenida en Su sacrificio. No había vínculo entre la vida natural del hombre
y Dios. Si en el hombre Cristo Jesús había una vida en completa armonía con Dios, era absolutamente necesario que Él la pusiera
a causa de esta condición de hombre. Siendo de Dios, Él no podía permanecer en relación con el hombre. El hombre no lo habría
tolerado. Jesús más bien moriría antes que no cumplir Su servicio glorificando a Dios - antes que no ser obediente hasta el
fin. Pero si alguien amaba su vida en este mundo, éste la perdía, pues esa vida no estaba en relación con Dios. Si alguien,
por gracia, la aborrecía - separado de corazón de este principio de enajenación de Dios, y entregaba su vida a Él, éste la
poseería en el nuevo y eterno estado. Por consiguiente, servir a Jesús era seguirle; y a donde Él iba, allí estaría Su siervo.
Aquí, el resultado de la asociación del corazón con Jesús, demostrado al seguirle, va más allá de este mundo, como Él de hecho
lo estaba haciendo, y de las bendiciones del Mesías, hacia la gloria eterna y celestial de Cristo. Si alguien le servía, el
Padre lo recordaría y le honraría. Todo esto se dice en vista de Su muerte, cuyo pensamiento acude a Su mente; y Su alma se
turba. Y en el justo temor de esa hora que, en sí misma, es el juicio divino, y el fin del hombre tal como Dios lo creó aquí,
Él pide a Dios que le libre de esa hora, "¡Ahora está turbada mi ama! ¿y qué diré? ¡Padre, sálvame de esta hora! mas por esto
mismo vine a esta hora." (Juan 12:27 - Versión Moderna). Y, ciertamente, Él había venido - no para ser entonces el Mesías
(aunque lo era), no para tomar entonces el reino (aunque estaba en Su derecho); sino que Él había venido para esta hora misma
- y para que al morir glorificase a Su Padre. Esto es lo que Él desea, implicase lo que implicase. "Padre, glorifica tu nombre",
es Su única oración. Esto es perfección - Él siente lo que la muerte es: no habría habido sacrificio si Él no lo hubiera sentido.
Pero mientras lo sentía, Su único deseo era glorificar a Su Padre. Si a Él esto le iba a costar todo, la obra era proporcionalmente
perfecta.
El nombre del Padre glorificado en la resurrección
Perfecto en este deseo, y hasta la muerte,
el Padre no podía por menos que responderle, y en Su respuesta, según me parece, el Padre anuncia la resurrección. ¡Pero qué
gracia, qué maravilla, ser admitido en tales comunicaciones! El corazón queda absorto, mientras es llenado de adoración y
de gracia, al contemplar la perfección de Jesús, el Hijo de Dios, hasta la muerte; es decir, perfección absoluta; y al verle,
con el pleno sentido de lo que la muerte era, buscando la sola gloria del Padre; y al contemplar al Padre respondiendo - una
respuesta moralmente necesaria para este sacrificio del Hijo, y para Su propia gloria. De este modo, Él dijo: "Ya lo he glorificado,
y otra vez lo glorificaré." (Juan 12:28 - Versión Moderna). Yo creo que Él lo había glorificado en la resurrección de Lázaro
[48]. Él lo iba a hacer nuevamente en la resurrección de Cristo - una resurrección gloriosa que, en sí misma, implicaba la
nuestra; como había dicho el Señor, sin mencionar a los Suyos.
[48] La resurrección corresponde a la condición de Cristo. Lázaro
fue resucitado mientras Cristo estaba viviendo aquí en la carne, y Lázaro es resucitado a la vida en la carne. Cuando Cristo
en gloria nos resucite, Él nos resucitará en gloria. E incluso ahora que Cristo está escondido en Dios, nuestra vida está
escondida con Él allí.
La gloria venidera del Hijo del Hombre
y las verdades relacionadas con ella
Observemos ahora la relación de las verdades
sobre las que se ha hablado en este notable pasaje. La hora había llegado para la gloria del Hijo del Hombre. Pero, para esto,
se necesitaba que el grano precioso de trigo cayera en la tierra y muriera; de lo contrario, quedaría solo. Éste era el principio
universal. La vida natural de este mundo en nosotros no tenía parte con Dios. Jesús debía ser seguido. Así deberíamos
nosotros estar con Él: esto era servirle. Así también deberíamos nosotros ser honrados por el Padre. Cristo, por Sí mismo,
contempla el rostro de la muerte, y siente toda su significación. No obstante, Él se entrega a una única cosa - la gloria
de Su Padre. El Padre le responde en esto. Su deseo sería cumplido. Él no iba a quedar sin una respuesta a Su perfección.
El pueblo oye esto como la voz del Señor Dios, como se describe en los Salmos. Cristo (quien, en todo esto, se había puesto
totalmente a un lado, había hablado sólo de la gloria de Sus seguidores, y de Su Padre) declara que esta voz vino a causa
del pueblo, a fin de que pudieran entender que Él estaba allí para salvación de ellos. Entonces, se abre allí ante Él, no
la gloria futura, sino el valor, la significación, la gloria, de la obra que estaba a punto de realizar. Los principios de
los que hemos hablado son traídos aquí al punto central de su desarrollo. En Su muerte, el mundo fue juzgado: Satanás
era su príncipe, y él es echado fuera: en apariencia, es Cristo quien fue echado así. Por la muerte, Él destruyó moral y judicialmente
a aquel que había tenido el imperio de la muerte. Fue la total y completa aniquilación de todos los derechos del enemigo,
ya sea que estuvieran siendo ejercidos sobre cualquiera o sobre cualquier cosa, cuando el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre
sufrió el juicio de Dios como hombre en obediencia hasta la muerte. Todos los derechos que Satanás poseía mediante la desobediencia
del hombre y el juicio divino sobre ella, eran solamente derechos en virtud de las demandas que Dios había hecho al hombre,
y vuelven a Cristo solo. Y siendo levantado entre Dios y el mundo, en obediencia, sobre la cruz, llevando aquello que era
debido al pecado, Cristo llegó a ser el punto de atracción para todos los hombres vivientes, para que mediante Él pudieran
acercarse a Dios. Mientras vivía, Jesús debió haber sido reconocido como el Mesías de la promesa; levantado de la tierra como
una víctima ante Dios, no perteneciendo ya a la tierra como viviendo sobre ella,
Él era el punto de atracción hacia Dios para todos aquellos que, viviendo sobre
la tierra, estaban ajenos a Dios, como hemos visto, a fin de que pudieran venir a Él allí (por gracia) y tener vida por medio
de la muerte del Salvador. Jesús advierte al pueblo que era sólo por un poco de tiempo que Él, la luz del mundo, permanecería
con ellos. Ellos debían creer mientras hubiera tiempo. Pronto vendrían las tinieblas, y no sabrían dónde iban. Vemos que,
cualesquiera que sean los pensamientos que ocupan Su corazón, el amor de Jesús nunca se enfría. Él piensa en aquellos que
están a Su alrededor - en los hombres conforme a su necesidad.
La advertencia profética de Isaías de los
resultados
de la incredulidad
Sin embargo, ellos no creyeron de acuerdo
al testimonio del profeta, dado en vista de Su humillación hasta la muerte, dado viendo la visión de Su gloria divina, la
cual no podía hacer otra cosa sino traer juicio sobre un pueblo rebelde (Isa. 53 y 6).
Los consejos de gracia de Dios; Su paciencia
No obstante, tal es la gracia, Su humillación
debía ser la salvación de ellos; y, en la gloria que los juzgaba, Dios recordaría los consejos de Su gracia, que eran un fruto
tan seguro de esa gloria como igual de seguro era el juicio que el santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos debía pronunciar
contra el mal - un juicio suspendido, por Su paciencia, durante siglos, pero cumplido ahora cuando estos últimos esfuerzos
de Su misericordia eran despreciados y rechazados. Ellos prefirieron la alabanza de los hombres.
El Salvador y Su Palabra
Por último, Jesús declara lo que Su venida
era realmente - para que, de hecho, aquellos que creían en Él, en el Jesús que vieron en la tierra, creían en Su Padre, y
veían a Su Padre. Él vino como la luz, y los que creyeran no andarían en tinieblas. Él no juzgó; Él había venido a salvar,
pero la Palabra que Él habló juzgaría a aquellos que la oyesen, pues era la Palabra del Padre, y era la vida eterna.
J.N.DARBY
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-